una teología más simbólica y popular

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VICTOR CODINA
UNA TEOLOGÍA MÁS SIMBÓLICA Y POPULAR
A medida que la teología ha ido perdiendo su interés por el símbolo, se ha ido
intelectualizado y ha ido rompiendo su contacto con el pueblo creyente. Hoy en día
parece que ha ido cayendo en la cuenta de ello y que va creciendo en los teólogos el
interés por- lo simbólico. Y esto no sólo por su voluntad de superar el intelectualismo
sino por su descubrimiento de que se da una gran unidad entre lo simbólico y la opción
preferencial por los pobres, de que el pobre es un símbolo privilegiado del Señor: Para
llegar, por lo tanto, teológicamente al Señor, es necesario pasar por las realidades del
símbolo y del pueblo pobre. Esto es lo que nos hace descubrir el presente artículo.
Por uma teologia mais simbólica e popular, Perspectiva Teológica, 18 (1986) 149 -173
I. Punto de partida: la opción por los pobres
Desde hace algunos años en la teología se ha suscitado un renovado interés por el
símbolo. Recuperación en el ámbito de la liturgia y la pastoral, que engarza con la rica
tradición patrística, pero también en la misma teología sistemática. Este hecho no es
ajeno al diálogo de la teología con la psicología profunda, la antropología y la historia
de las religiones que han redescubierto su importancia desde perspectivas distintas.
La teología moderna encuentra en el símbolo el medio más adecuado de alcanzar la
profundidad y el misterio de la persona y de superar el intelectualismo racionalista, el
idealismo o el cientismo positivista.
Nuestro interés, sin embargo, no se centra en superar la modernidad sino en potenciar lo
simbólico desde la opción preferencial por los pobres, sobre todo de las iglesias
latinoamericanas. Esta tarea resulta especialmente urgente para no ahondar el divorcio
entre las expresiones marcadamente intelectualistas del magisterio, de la teología, de la
moral, de la espiritualidad y de la misma liturgia de la iglesia oficial y la religiosidad
marcadamente simbólica de la fe, las devociones y la espiritualidad del pueblo. Es un
servicio imprescindible ya que el pueblo a través del símbolo asiente "real" y no sólo
"nocionalmente" a la fe, para decirlo en categorías de Newman.
El interés por la recuperación y purificación de lo simbólico no es fruto de un mero afán
pastoral o deriva de su connaturalidad con el pueblo. Queremos subrayar que el pobre es
en sí mismo un símbolo privilegiado del Señor. Método y contenido son inseparables.
Por esto no es extraño que el deterioro de lo simbólico en la teología. coincida con el
alejamiento del pueblo de la iglesia oficial.
Desde luego, para que esta recuperación "simbólica" del pobre no se convierta en
"diabólica", deberá completarse con las dimensiones proféticas y utópicas de la fe. Pero
la búsqueda del símbolo, para evitar nuevos esteticismos elitistas o sutiles
racionalismos, deberá hacerse en la proximidad del clamor y la historia de pasión de los
pobres.
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La olla vacía ofrecida en una eucaristía por una mujer minera decía más sobre "los
gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de los que sufren" (GS, 1) que muchos vibrantes discursos.
II. Aproximacion al símbolo
No es fácil dar una definición de símbolo, dada su obediencia más a las leyes de la
imagen que a las de la lógica. Resulta más fácil describirlo, con ejemplos concretos a
preguntas abstractas, al modo de los niños: símbolo es comer juntos, ofrecer flores,
arrodillarse ante una imagen, derribar la estatua de un dictador, peregrinar a un
santuario... Lo cual no significa que lo simbólico sea un estadio infantil, prelógico o que
excluya otros tipos de pensamiento, sino que es una estructura fundamental de la
"expresión" de las realidades más hondas de la existencia humana y de la
"comunicación" social, en cualquier campo, y por supuesto en el religioso, de que ahora
hablaremos.
Es característica del símbolo expresar el misterio sin agotarlo en la misma expresión y
crear una nueva presencia al explicitar lo implícito y oculto. Cuando el símbolo expresa
la profundidad última, se convierte en símbolo religioso.
Por otra parte el símbolo permite captar una plusvalía de sentidos que escapan a los
conceptos meramente racionales, lo que explica su polivalencia analógica y su riqueza
significativa.
El símbolo se realiza, de ordinario, a través del mito y del rito. El primero adopta la
forma de relato en un tiempo y un espacio no conmensurables con los reales. El
segundo es la dramatización festiva y gestual del mito.
Entre el mito y el rito, como símbolos dinámicos, discurre la existencia humana, su
drama y su angustia. En esta acción simbólica nos comunicamos con los demás y nos
aglutinamos como comunidad histórica con sentido. En realidad, etimológicamente,
símbolo significa un objetó dividido que, al unirse de nuevo, permite reconstruir la.
antigua vinculación. Tal es el caso del "símbolo de los apóstoles", que, como mediador
de comunión e identidad, permitía a los primeros cristianos identificarse como
partícipes de una misma fe en una misma iglesia.
Es necesario no confundir el símbolo con el mero signo que es arbitrario, remite a una
realidad extrínseca y sin relación de contenido a lo significado. Serían signos las
nomenclaturas químicas o las señales de tráfico que propiamente apelan sólo al
conocimiento racional. No tienen sentido en sí mismos, sino en función de otra realidad.
Los símbolos, al contrario, proporcionan una presencia de lo simbolizado y
transparentan y comunican la trascendencia en la inmanencia. Tienen sentido por sí
mismos y en sí mismos y en ellos se da el símbolo y los simbolizado. Cuando Gandhi
quema los tejidos ingleses expresa el rechazo del colonialismo, el ansia de libertad y en
cierta manera empieza a recobrarla. Cuando el pueblo en Navidad, besa al niño Jesús,
no besa un fragmento de yeso, sino que agradece la venida de Jesús a este mundo.
Cuando Jesús lava los pies a sus discípulos no efectúa un gesto de purificación ritual,
sino que simboliza una vida de entrega a los hombres.
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Una teología simbólica es la que capta la revelación de Dios a través de los símbolos de
la naturaleza, de la historia y de Jesús mismo, presente misteriosamente en los pobres y
pequeños, como símbolos privilegiados del Señor. Es una teología que no se limita a
comunicar una mensaje conceptual, sino que busca iniciar una vida nueva de la que se
comienza a participar simbólicamente. Es una teología que quiere expresar el misterio
de la salvación de Dios con los símbolos adecuados a la actualidad histórica. Y hoy la
liberación es la expresión simbólica de la salvación.
III. Evolucion historica
1. La Escritura
Dios se comunica en la sda. escritura mediante palabras y hechos simbólicos y con la
máxima plenitud en Jesús, imagen del Dios invisible (Col 1,15). Y este modo de
expresión es coherente con el talante connaturalmente simbólico del pueblo sencillo y
pobre al que se dirige. Lo ilustraremos con algunos ejemplos.
El género etiológico de los 11 primeros capítulos del Génesis es un ejemplo patente de
una expresión simbólica de los orígenes de la historia. En el N.T. el misterio y el destino
de Jesús a la luz de la pascua se expresa simbólicamente en las narraciones de la
infancia. Asimismo se describe simbólicamente el nacimiento de la iglesia; es simbólico
el número de los apóstoles; la confesión de Pedro está repleta de simbología: piedra,
puertas del infierno, atar, desatar...; también la eucaristía que simboliza la entrega
sacrificial de Jesús a su muerte y la anticipación del banquete de su reino; y no digamos
el relato de pentecostés. Que afirmemos la dimensión simbólica no significa que
neguemos la real, sino que subrayamos que la primera es la más adecuada expresión del
misterio de fe que se manifiesta en la historia concreta.
También, como los orígenes, la utopía escatológica se expresa en forma simbólica.
Basta leer Is 2, 4; 65,17; 65,19; 25,6 para percibirlo de inmediato. Otro ejemplo de esta
riqueza simbólica reside en el género apocalíptico.
Los evangelios emplean también el símbolo en las parábolas para explicar el misterio
del reino de Dios. Junto a las palabras en ambos testamentos figuran también los hechos
simbólicos. Merecen destacarse en esta línea los gestos proféticos que en su misma
realización anticipan el futuro, realizan lo que significan y orientan la historia hacia el
reino escatológico de Dios. Las mismas vidas de los profetas constituyen, en ocasiones,
símbolos vivos para el pueblo.
También en los evangelios hallamos gestos proféticos de Jesús con carácter simbólico:
las comidas con los pecadores significan la inversión de las expectativas del fariseísmo;
los milagros significan que el reino de Dios se ha acercado en Jesús y precisamente para
los pobres y dolientes; las lágrimas de Jesús y la maldición de la higuera estéril
simbolizan el triste destino de Israel; el lavatorio de los pies simboliza la vida de amor y
de servicio humilde de Jesús; la última cena es una parábola que sugiere la entrega
sacrificial de Jesús y anticipa la victoria escatológica del banquete del reino.
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Se puede afirmar que toda la Escritura está escrita en clave simbólica que desborda la
lógica conceptual. El pueblo entiende este lenguaje, como entendió a Jesús que hablaba
en parábolas.
Para concluir este apartado digamos que la parábola del juicio final nos abre a una
nueva dimensión del símbolo: Jesús se hace presente en los más pobres, que se
convierten en el símbolo privilegiado de Jesús, el Señor de la historia.
2. Iglesia patrística
Las reflexiones teológicas de los Padres, y no sólo los alejandrinos, sintonizan con el
mundo bíblico y están llenas de símbolos. La polisemia de las imágenes de la iglesia,
esposa y madre, casta y meretriz, Eva y María, la luna, la nave, permiten una gran
riqueza de significados y diferentes niveles de interpretación. Lo mismo sucede con la
exégesis patrística de la Escritura, que se desarrollará ampliamente en la teología
monástica de la primera edad media.
Quizá la mejor plasmación simbólica de la patrística se alcanzó en la estructuración del
catecumenado en torno a los ciclos del Génesis, del Exodo y del Jordán, donde se
prefiguran simbólicamente diversos tipos de bautismo cristiano. La entrega y
devolución del Credo y del Padrenuestro, los exorcismos y la renuncia a la pompa
(concretada en el circo) de Satanás alcanzaban gran solemnidad. Las ceremonias
mismas de la liturgia bautismal (despojo de las vestiduras del hombre viejo, inmersión
en el agua, sepulcro y madre, unciones, revestimiento de las vestiduras blancas)
dramatizaban simbólicamente el misterio de muerte y resurrección que protagonizaban.
No es pues extraño que muchos cristianos bautizados adultos poseyeran, a pesar de su
sencillez, una teología mucho más profunda que la gente de hoy. La fe de los más
pobres se alimentaba al ritmo de las fiestas del ciclo litúrgico. La renovación patrística y
litúrgica de la primera mitad del siglo XX, culminada en Vaticano II, se basa en las
catequesis del pueblo sencillo de las grandes sedes antiguas.
Sin embargo en los Padres lo simbólico se abre a otra dimensión: el sacramento del altar
no puede olvidar la hermandad con el pobre, comporta una comunicación de bienes, las
ofrendas se destinan a los pobres y es absurdo cubrir el templo de riquezas, mientras los
pobres pasan necesidad.
Esta vivencia de lo simbólico en el doble sentido descrito llevó a asumir fiestas
populares, de las que la Navidad y san Juan Bautista, son ejemplos clásicos, en el
calendario litúrgico.
Con ello no pretendemos decir que en esta época la iglesia fuera perfecta, pero sí que su
teología era simbólica y el pueblo sencillo se encontraba vital y activamente integrado
en la comunidad eclesial.
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3. Iglesia medieval
Hasta el s. XI, tanto en la tradición oriental como en la occidental se mantuvo este
carácter simbólico en la teología monástica, sapiencial y contemplativa, vinculada a la
lectio divina de la Escritura y a la meditación. Es una teología de lengua je poético e
imaginativo, conectada con la espiritualidad y la liturgia y plasma su aspecto popular en
las pinturas y los capiteles de los claustros y los pórticos de las iglesias que constituyen
auténticas catequesis populares. La biblia es leída de acuerdo con la doctrina de los
cuatro sentidos: la historia o la letra conduce al sentido cristológico y eclesial de la
alegoría que se interioriza en el sentido tropológico para cada cristiano y se distiende
escatológicamente en el sentido anagógico.
En esta época la iglesia mantiene viva la dimensión comunitaria y simbólica de su
misterio. La iglesia es el verum corpus de Cristo y la eucaristía es el corpus mysticum de
Cristo.
Pero al filo del s. XI la perspectiva se desplaza "del símbolo a la dialéctica".
La reforma gregoriana, al vindicar la libertad de la iglesia frente a las intromisiones del
imperio, olvida su carácter de misterio de comunión en beneficio del concepto de
sociedad jurídica jerarquizada y centralizada. Con un cierto tono de caricatura, pero con
bastante verdad, la iglesia universal se convierte en la gran parroquia del papa. El
sacerdocio se entiende como mediación entre Dios y los hombres y su esencia es
directamente la potestas respecto a la eucaristía, que es ahora el corpus verum de Cristo,
y sólo derivadamente respecto a la iglesia que ahora es el corpus mysticum.
Surge una nueva teología, la escolástica, más académica y científica, en el sentido
aristotélico de conocimiento por las causas, que lee la Escritura en orden a deducir
conclusiones de cara a la inteligencia de la fe y en busca del orden y la síntesis. La
dimensión histórica de la salvación y de la vida de Cristo se diluyen en un vocabulario
de materia y forma, esencia y existencia, acto y potencia, sustancia y accidentes y las
cuatro causas, de cuyos excesos se libran sólo contadas personalidades. Al desdoblar el
símbolo en signo y causa, y al estudiar los sacramentos bajo las categorías de materia y
forma la riqueza simbólica de cada sacramento sufre la violencia del "corsé" unificador.
El mismo septenario sacramental obedece a un deseo de sistematizar la analogía y la
multiplicidad simbólica de lo sacramental en la iglesia.
Particularmente significativas del paso del símbolo a la dialéctica son las controversias
eucarísticas de los siglos IX y XI. No se acierta ya a conciliar lo simbólico con lo real: o
bien se defiende, con realismo no simbólico, la identidad real del Cristo histórico y el
eucarístico (Pascasio Radberto) o se afirma la dimensión simbólica de la eucaristía, pero
en sentido meramente místico y espiritual no real ni histórico (Berengario de Tours). Es
el triunfo del realismo científico y positivo sobre la verdad bíblica y patrística. El
mismo magisterio para preservar la presencia real, ha de decir que no es meramente
simbólica o mística. Antes dijimos que en esta época se invierte la perspectiva patrística
y que ahora el verum corpus es la eucaristía y el corpus mysticum de Cristo es la iglesia.
Estos cambios teológicos repercuten hondamente en la vida de la iglesia. No se debe al
azar que el cisma de oriente se produzca a comienzos del s. XI (1054) y se inicie el
divorcio entre espiritualidad y teología y la trágica separación del pueblo de la iglesia
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oficial. Y en concreto se rompe la unidad entre sacramento del altar y sacramento del
hermano, especialmente del pobre. El pueblo se siente extraño a una iglesia centrada en
el poder, a una teología científica y a una liturgia alegórica que no entiende, porque
tiene un sentido simbólico y realista a la vez. El mundo simbólico ha de refugiarse en la
religiosidad popular y la mística.
Los movimientos comunitarios, laicales y populares, de la época representan una
protesta contra una liturgia incomprensible y una iglesia autoritaria. El concepto popular
de vida cristiana más encarnado y simbólico a la vez se concreta en nuevas formas
populares de devoción a María, a la humanidad de Jesús y a los santos. María simboliza
la misericordia de Dios en un mundo donde prevalece la imagen de un Dios justiciero y
de una iglesia inquisitorial y el refugio donde los pobres, golpeados por el miedo y la
inseguridad, hallan protección. La devoción a la humanidad de Jesús halla su cauce en
las representaciones dramáticas de "misterios" y luego de autos sacramentales mucho
más inteligibles que la liturgia del templo. El pesebre y el via crucis son dos ejemplos
paradigmáticos. Los santos, las reliquias, y las peregrinaciones alcanzan una gran
popularidad. El pueblo vive así su fe.
No siempre es fácil separar lo auténticamente evangélico de las semillas de
milenarismo, de catarismo dualista o de ambigüedad eclesial en estos movimientos,
pero no se puede negar que afirman el mundo simbólico postergado por la teología
oficial.
4. Iglesia moderna
La teología moderna acrecienta, en vez de corregirlo, este proceso de olvido de lo
simbólico. La contrarreforma, por reacción al simbolismo sacramental de los
reformadores, que ya no es manifestación de lo real. La ilustración subraya los trazos
más moralizantes y lógicos de la revelación. La escolástica y la neoescolástica siguen
cautivas de las categorías aristotélicas del s. XII, sin el genio superador de los grandes
teólogos. La mayor sensibilidad romántica para el símbolo y el misterio no logra
superar la concepción racional y autoritaria de la fe y la iglesia. Las constituciones Dei
Filius y Pastor aeternus del Vaticano I son el más claro ejemplo de la situación.
El Vaticano II inicia un cambio de rumbo en esta dinámica. Vuelve a la tradición bíblica
y patrística y las constituciones sobre la iglesia, la liturgia y la revelación manifiestan un
serio interés por el símbolo.
El simple hecho de definir a la iglesia como sacramento ya representa un paso
significativo en este camino de recuperación, a pesar de que la definición de sacramento
como "signo e instrumento" revela que se permanece todavía cautivo de las categorías
escolásticas.
Por otra parte la teología postconciliar, sobre todo en el primer mundo, ha desarrollado
las dimensiones científicas y seculares de la fe. Es sintomático que el mismo Pablo VI,
tan proclive a los gestos simbólicos, en Mysterium fidei, contraponga la presencia real a
la simbólica en la eucaristía...
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Este recorrido sería incompleto sin una referencia a la iglesia latinoamericana. La
evangelización se desarrolló en el marco de la, iglesia medieval hispana, aunque llegan
pronto los ecos de la reforma y de la contrarreforma. Hay que reconocer a la obra
evangelizadora una notable síntesis de evangelización y promoción humana y una
poderosa creatividad en la pedagogía de la fe. Lo cual no obsta para indicar que este
notable esfuerzo pastoral carecía de una visión coherente del símbolo. Las conferencias
de Medellín y Puebla, posteriores al Vaticano II, abrieron un camino de mayor
integración de lo simbólico en la vida eclesial y litúrgica y en la religiosidad popular,
orientado todo en perspectiva liberadora.
Y este es el marco de nuestra reflexión sobre el símbolo.
IV Algunas consecuencias de la perdida de lo simbolico en la teologia
Sin pretender agotar el tema, recorreremos algunos de los más significativos capítulos
de este progresivo empobrecimiento de lo simbólico.
1. Relatos de orígenes
Los relatos de los 11 primeros capítulos del Génesis, leídos desde una mentalidad
histórico- informativa y científica, han creado problemas insolubles.
Al prescindir de su género literario mítico y simbólico se les fuerza a contestar
cuestiones tan peregrinas como la topografía del paraíso, si Adán y Eva eran los
nombres de pila de los primeros hombres, si Dios actuó de alfarero y anestesista o si las
serpientes hablaban. El olvido de la mentalidad simbólica, patente en algunos
documentos de la Comisión bíblica y del magisterio levantó serios problemas en las
relaciones fe y ciencia en temas como el evolucionismo, el poligenismo o el parto sin
dolor. Él mismo dogma del pecado original provoca serias dificultades si se ignora el
carácter corporativo de Adán, símbolo de una humanidad pecadora que somos todos, y
cabeza de una humanidad que en el segundo Adán, Cristo, será renovada y salvada.
Todo ello ha redundado en desprestigio de la fe ante la ciencia, en búsqueda de
concordismos imposibles, en crisis de conciencia de las personas cultas y en
desconcierto del pueblo. Más aún, la nostalgia del paraíso ha servido para la resignación
pasiva y desmovilizada en vez de hallar en él una profecía del futuro, proyectada en el
pasado, como haría una lectura simbólica.
Una lectura juridicista y no simbólica de los relatos fundacionales de la iglesia es
también seriamente perturbadora, porque insiste en los aspectos sociales, legales y
jerárquicos, olvidando que nace propiamente después de la ruptura de la cruz y del
misterio de pascua-pentecostés, aunque sea cierto que tiene un fundamento en el Jesús
histórico y en la comunidad por él formada. Las posturas moderna s sobre la fundación
de la iglesia que olvidan el carácter simbólico caen en un institucionalismo juridicista o
en las posturas modernistas de un Loisy. Los Padres de la iglesia eran más profundos al
ver prefigurado su misterio en la sangre y el agua de Cristo traspasado (Jn 19,34), agua
bautismal y sangre eucarística, como fundamentos de la iglesia, nueva Eva nacida del
costado del nuevo Adán, dormido y exaltado en la cruz. Cuando no se valoran
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adecuadamente los aspectos proféticos y espirituales la eclesiología se convierte en
arqueología de museo. Curiosamente la polivalencia significativa de los símbolos que
desconcierta al racionalismo erudito y cartesiano es comprendida por el pueblo sencillo.
2. Vida cristiana
Cuando la interpretación puramente lógica ignora la simbólica la iglesia se define como
"sociedad perfecta" tan identificable históricamente "como la república de Venecia"
(Belarmino) y los mismos símbolos eclesiales se extrapolan en conclusiones
desorbitadas. El arca o la nave se concretan en el numerus clausus del extra ecclesiam
nulla salus; la imagen del cuerpo de Cristo, en una discusión sobre la pertenencia a la
iglesia y a la identificación del cuerpo místico de Cristo con la iglesia romana. No es
que sea ilícito privilegiar un símbolo, lo grave está en absolutizarlo como tiende a hacer
la lógica. La iglesia es un misterio y cuando se prescinde de su expresión simbólica se la
reduce a una simple institución.
La lectura jurídica del ministerio de Pedro, vigente a partir de Gregorio VII, tiene graves
consecuencias. Los símbolos de llave, roca, y pastor sugieren los valores de comunión y
unidad, la autoridad para el servicio, de confirmación de la fe como "presidencia en la
caridad". Pero al perderse esta sensibilidad simbólica, Roma se convierte en origen y
garante de toda la iglesia y el papa en "obispo universal". Su mismo nombre evoluciona
significativamente de vicario de Pedro (León Magno), a vicario de Cristo (Juan VIII) y
a vicario de Dios (Inocencio 111). La eclesiología de comunión se ha convertido en
eclesiología jurídica de poder centralizado.
Las consecuencias han sido lamentables: separación de las iglesias de oriente y de la
reforma. El pasado concebido como símbolo de unión, se convierte en el obstáculo más
serio para el ecumenismo. A pesar del afecto popular por el papa, el pueblo contempla
al Vaticano como un poder más de este mundo.
La pérdida del sentido simbólico ha afectado especialmente a los sacramentos, que de
símbolos eclesiales pasan a ser instrumentos eficaces de la gracia, con intrincadas
preguntas referentes a la clase de causalidad. La vinculación de los sacramentos a la
voluntad implícita o explícita de Cristo, agota el interés de la teología que olvida las
dimensiones eclesiológicas, pneumáticas y simbólicas del tema. Así se llega a una
visión objetivista y extrínseca de los sacramentos como canales portadores de la
salvación cuando no se ponen impedimentos. Las dimensiones simbólicas de la misma
liturgia se empobrecen y minimizan. Se llega a "simbolizar" el símbolo, si se permite la
expresión. El sacerdote se convierte en el administrador de los sacramentos más que en
el responsable de una comunidad que al celebrar la eucaristía simboliza la referencia
absoluta de la iglesia a Cristo.
En algunos sacramentos, principalmente en el matrimonio, este olvido levanta
cuestiones intrincadas. El misterio del amor de Cristo a su iglesia simbolizado en la
unión amorosa de los esposos, se difumina cuando se prima su dimensión contractual y
se divide su finalidad en primaria (procreación) y secundaria (ayuda mutua y remedio
de la concupiscencia). Muchos de los problemas teológicos y morales del matrimonio
sólo se afrontarán adecuadamente cuando se le restituya su dimensión simbólica.
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También la vida religiosa ha resultado perjudicada por esta pérdida. En sus orígenes
mantuvo muy claro su sentido de símbolo profético y escatológico del reino y su
instancia utópica. En la edad media se constituye en estado de perfección, garantizado
por los votos. Con ello el pueblo cristiano se fracciona entre los seguidores de los
mandamientos y los de los consejos, una especie de aristocracia eclesiástica que le lleva
al olvido de su instancia profética.
3. Escatología
El rico arsenal simbólico de la apocalíptica y de la parusía se desvanece en el moralismo
de los novísimos y en consideraciones abstractas sobre la visión beatífica. No es casual
la coincidencia de todo ello con la disminución de la tensión escatológica y la
instalación de la iglesia en el mundo, confundiendo encarnación con legitimación del
statu quo. Sin escatología no se mantiene la distancia entre "este mundo" y el reino
definitivo de Dios y la iglesia deriva en institución de poder. Cuando se apagan las
imágenes de la escatología los movimientos milenaristas y utópicos intentan colmar el
déficit de esperanza eclesial.
El género apocalíptico halla gran resonancia en los sectores marginados, como respuesta
a sus inquietudes y a la promesa del Reino para los pequeños y los débiles. Sólo una
iglesia de los pobres puede mantener viva la esperanza del reino de Dios y la crítica a
los dioses de este mundo. Si olvida estos símbolos parece dar la razón a los señores de
la tierra y la incapacita para sugerir, esperanza. El pueblo necesita que le repitan que
Babilonia caerá y que la mujer coronada de estrellas vencerá al dragón.
4. El pueblo perdedor
El gran perjudicado por esta pérdida ha sido el pueblo sencillo. Sin escatología
simbólica, marginado en una iglesia poderosa, alejado de los sacramentos que requieren
un bagaje intelectual que no posee, distante de una perfección que parece propia de los
religiosos, los pobres se encuentran reducidos a la periferia de la iglesia. El pobre no es
ya símbolo de Cristo sino una carga o un objetivo de la beneficencia.
El Vaticano II ha iniciado una revisión de esta situación.
V. ¿Como potenciar lo simbolico en la teologia?
1. Recuperar el símbolo cósmico
El primer paso sería recuperar la dimensión cósmica de la fe. Es cierto que los hechos
salvadores de Dios se inscriben en una historia de salvación, pero no implica de ninguna
manera una desnaturalización de la dimensión cósmica de la salvación. Es preciso
reelaborar una teología de la creación que no se limite a desarrollar el mandato de
dominar y poseer la tierra sino que contemple la creación como un escenario simbólico
de la tierra nueva y los cielos nuevos del proyecto de Dios.
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La realidad entera es símbolo misterioso de realidades trascendentes. Sólo desde esta
perspectiva es posible revitalizar el sentido del símbolo. Las teologías que
desmateria lizan el símbolo no pueden comprender la encarnación, María, la iglesia y los
sacramentos. Y de este peligro no se han librado ni las teologías de la reforma ni
algunas corrientes católicas.
La religiosidad popular, estrechamente vinculada a lo rural, es en cambio muy sensible
a la analogía "cósmica. La tierra es madre fecunda, lugar de reposo y seno de una vida
nueva. La "Pachamama" andina recoge todos estos significados que inquietan a los
espíritus lógicos en exceso. También la teología de la transfiguración del oriente
cristiano puede aportar mucho a la recuperación simbólica de la materia. La misma
sensibilidad ecológica concuerda con el sacramento de lo creado, al rechazar la
explotación, la depredación y el consumo.
Esta recuperación del simbolismo cósmico permitirá una relectura positiva de los
orígenes y de la escatología no como nostalgia del paraíso perdido, sino como búsqueda
de la tierra nueva. Todo esto es especialmente entendido por los pobres que saben lo que
es esperar la utopía del reino y decir a gritos "Ven, Señor".
Desde esta perspectiva se podrá revalorizar las dimensiones simbólicas de la liturgia
religiosa y de la rica liturgia popular.
Por supuesto toda materia debe ser purificada e iluminada por el misterio de la cruz y la
resurrecció n de Jesús, pero una profundización del sentido teológico del cosmos abre
una simpatía cordial al símbolo popular que es la religión de los pobres.
2." Redescubrimiento del simbolismo histórico
Pero no basta satisfacerse con los símbolos cósmicos, hay que potenciar también los
históricos. Tillich ha indicado que la sensibilidad católica para la cósmico ha de
completarse con el talante protestante para lo utópico. Somos hoy espectadores de un
desplazamiento de lo sagrado hacia la historia como lugar de la manifestación de la
gracia del Señor. Los signos de los tiempos son momentos de especial densidad
salvadora.
Desde América latina el símbolo histórico primordial es el ansia de liberación de los
oprimidos, con un clamor creciente, impetuoso y amenazador.
Como todo auténtico símbolo este clamores ambivalente: símbolo de muerte y de vida.
De muerte porque expresa el dolor del inocente sujeto a los dioses de muerte de una
sociedad injusta. Es un clamor de crucificados que se manifiesta en el ruido de las
cacerolas vacías, en la presencia de las madres de la plaza de Mayo, en huelgas de
hambre. Atender y discernir este clamor es hoy tarea teológica ineludible. Pero es
también signo de vida y de esperanza en un mundo mejor, la alegría del alumbramiento
de un mundo nuevo. Los mártires entonan el cántico victorioso de quienes han
blanqueado sus vidas en la sangre del cordero (Ap 7,14). Pero es también el brotar
continuo de la nueva vida: las comunidades de base, los nuevos ministerios, la nueva
imagen de la vida religiosa, la nueva opción por la vida y el futuro de los indios
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Tapirapé, la misa nicaragüense que canta al Dios de los pobres, las fiestas populares en
que brota la vida de los pobres, el gozo por la caída de un dictador...
Una teología simbólica y popular deberá aprender a discernir en estos signos el clamor
del Espíritu por su liberación.
Conclusión
Para vindicar una nueva dimensión simbólica de la teología partimos del carácter
privilegiado del pobre como símbolo de Jesús y de su misma sensibilidad
profundamente simbólica. Concluimos ahora que la misma opción preferencial por los
pobres es una opción simbólica de la universalidad de la iglesia. Es sintomático que
quienes se mueven en el marco de esquemas más racionales interpreten esta opción
como exclusivismo y se escandalicen de su pretendida parcialidad. En realidad la
opción por lo pobres es un gesto profético en la línea de los profetas del A.To del
mismo Jesús que al privilegiar al sector popular expresaba su misericordia con los que
sufren más allá de su valía moral o personal. Con ello no sólo no se hiere la
universalidad, sino que es la única forma de realizarla.
Nos hallamos, pues, ante un "círculo simbólico-popular". Sólo desde esta opción se
entiende el simbolismo cristiano y sólo desde el simbolismo se comprende la opción. Y
no es un círculo vicioso sino salvador. Y esta es la aportación de los países pobres a la
teología del símbolo: no lo hay auténtico si se margina al pobre.
Podríamos resumirlo recordando con Puebla que la sensibilidad histórica, cultural y
evangélica de América latina "se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de
María de Guadalupe, que se yergue al inicio de la evangelización". Pero este rostro
mestizo se inclina hacia Juan Diego, el más pequeño de sus hijos, simbolizando su
opción preferencial por los pobres.
Las vírgenes de América Latina se hallan tan cercanas al alma del pueblo, porque
conservan la auténtica tradición simbólica de dispensadora de Jesús, misterio de
liberación. María es el prototipo de una teología simbólica y popular.
Tradujo y condensó: JOSEP M.ª ROCA FIGUERA
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