COMENTARIO REALIZADO POR VICTORIA GUTIÉRREZ

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COMENTARIO REALIZADO POR VICTORIA GUTIÉRREZ VALENCIA
AHORA que el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenece esta mi querida
aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice, promoviendo el proceso para
la beatificación de nuestro Don Manuel, o mejor San Manuel Bueno, que fue en esta
párroco, quiero dejar aquí consignado, a modo de confesión y sólo Dios sabe, que
no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo de aquel varón matriarcal que
llenó toda la más entrañada vida de mi alma, que fue mi verdadero padre espiritual,
el padre de mi espíritu, del mío, el de Ángela Carballino.
Al otro, a mi padre carnal y temporal, apenas si le conocí, pues se me murió siendo
yo muy niña. Sé que había llegado de forastero a nuestra Valverde de Lucerna, que
aquí arraigó al casarse aquí con mi madre. Trajo consigo unos cuantos libros,
el Quijote, obras de teatro clásico, algunas novelas, historias, el Bertoldo, todo
revuelto, y de esos libros, los únicos casi que había en toda la aldea, devoré yo
ensueños siendo niña. Mi buena madre apenas si me contaba hechos o dichos de mi
padre. Los de Don Manuel, a quien, como todo el pueblo, adoraba, de quien estaba
enamorada –claro que castísimamente–, le habían borrado el recuerdo de los de su
marido. A quien encomendaba a Dios, y fervorosamente, cada día al rezar el rosario.
De nuestro Don Manuel me acuerdo como si fuese de cosa de ayer, siendo yo niña, a
mis diez años, antes de que me llevaran al Colegio de Religiosas de la ciudad
catedralicia de Renada. Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años.
Era alto, delgado, erguido, llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva su
cresta, y había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago. Se llevaba las
miradas de todos, y tras ellas, los corazones, y él al mirarnos parecía, traspasando la
carne como un cristal, mirarnos al corazón. Todos le queríamos, pero sobre todo los
niños. ¡Qué cosas nos decía! Eran cosas, no palabras. Empezaba el pueblo a olerle la
santidad; se sentía lleno y embriagado de su aroma. Entonces fue cuando mi
hermano Lázaro, que estaba en América, de donde nos mandaba regularmente
dinero con que vivíamos en decorosa holgura, hizo que mi madre me mandase al
Colegio de Religiosas, a que se completara fuera de la aldea mi educación, y esto
aunque a él, a Lázaro, no le hiciesen mucha gracia las monjas. “Pero como ahí –nos
escribía– no hay hasta ahora, que yo sepa, colegios laicos y progresivos, y menos
para señoritas, hay que atenerse a lo que haya. Lo importante es que Angelita se
pula y que no siga entre esas zafias aldeanas.” Y entré en el colegio, pensando en un
principio hacerme en él maestra, pero luego se me atragantó la pedagogía.
COMENTARIO
A. LOCALIZACIÓN: el texto en su contexto
Estamos ante un texto literario de género épico-narrativo, un fragmento de una
novela, en concreto de “San Manuel Bueno, mártir” de Miguel de Unamuno. Aristóteles
define la narración como “mimesis de acciones y hombres que actúan”. Para él el relato
debía cumplir las siguientes características:
1) Verosimilitud (creíble aunque no sea real), 2) necesidad o causalidad (orden en los
hechos narrados) y 3) decoro (adecuación general).
La teoría literaria no se ha ocupado hasta el siglo XX de estudiar los distintos
aspectos del relato: la narratología, término acuñado por Todorov. Barthes presuponía la
existencia de relatos en todos los tiempos, esto implica diferencias en todo el devenir
histórico pero podemos encontrar elementos comunes. Labov ajusta estas narraciones al
siguiente esquema: 1) prólogo, 2) orientación, 3) acción envolvente, 4) valoración, 5)
resolución y 6) coda o epílogo.
La mayoría de narraciones se podría ajustar a este esquema pero el elemento
distintivo de la novela contemporánea es la ruptura con las convenciones narrativas
tradicionales, así tendremos novelas conductistas que carecen de trama, novelas sin
introducción alguna o novelas abiertas sin epílogo.
Genette recoge las aportaciones de Todorov o Greimas y ofrece una sólida teoría del
relato. Estudia y diferencia la historia, el relato y la narración, partiendo de las
categorías básicas que establece Todorov: tiempo, aspecto y modo.
Atendiendo a sus estudios analizamos nuestro fragmento. Tenemos un narrador en
1ª persona que cumple con las funciones atribuidas:
a) Función narrativa: “Ahora que el obispo de la diócesis de Renada” (l. 1).
b) Función organizativa: “Al otro, a mi padre carnal y temporal” (l. 9).
c) Función comunicativa: “San Manuel Bueno, que fue en esta párroco” (l. 4).
d) Función testimonial: “De nuestro Don Manuel me acuerdo” (l. 20).
e) Función ideológica: “…fue mi verdadero padre espiritual … (l. 7).
El autor real dota a su narración de un punto de vista, en este caso el de focalización
interna, ya que asume el punto de vista de un personaje: “quiero dejar aquí consignado,
a modo de confesión […] todo lo que sé y recuerdo de aquel varón” (l. 4-6), y con un
marcado subjetivismo: “llenó toda la más entrañada vida de mi alma” (l. 6-7).
La voz determina la posición de un narrador que participa en la historia, es pues, un
relato homodiegético. El narratario es extradiegético por no haber un destinatario dentro
del relato.
El tiempo de la historia parte de un “Ahora” y un tiempo presente para convertirse en
narración ulterior; la narradora, Ángela Carballino, se retrotrae en el tiempo para
organizar sus recuerdos. En su memoria está la imagen del párroco protagonista de la
novela cuando ella tenía diez años y él unos treinta y siete (l. 21-23). Se trata de un
discurso relatado en primera persona por lo que reproduce el acto de habla de la
narradora.
El lugar es legendario (Valverde de Lucerna) y el paisaje que observa es real: el lago
de Sanabria (que enterró al citado pueblo) y su entorno. Cita la diócesis de Renada
(ficticia) y una Peña del Buitre que domina el paisaje. También menciona América,
como un mundo desconocido y muy lejano donde está el hermano de Ángela.
El único personaje “in praesentia” es Ángela. Los personajes “in absentia” son: San
Manuel Bueno, el obispo, el padre de Ángela, la madre y el hermano Lázaro. Son
personajes individuales, y consideramos principales a Don Manuel y a Ángela. Son, al
mismo tiempo, dinámicos y redondos. Hay también un personaje colectivo: todos los
habitantes de la aldea.
Hay una parte descriptiva subordinada a la narración (recordamos su carácter
vicario) que retrata al párroco con unos treinta y siete años. La función es la de enfatizar
la figura de Don Manuel (ll. 22-27).
Por último vemos argumentación en la entrada en la historia del hermano de Ángela,
Lázaro. La tesis podría ser que Ángela debía estudiar en el Colegio de Religiosas, hay
un contraargumento personal en “aunque […] no le hiciesen mucha gracia las monjas”
(ll. 33 y 34), y un argumento generalizador o de sentido común porque la decisión se
toma por no haber otra opción factible, y se desarrolla mediante la trascripción en estilo
directo de un diálogo diferido y, por tanto, programado, en una carta y una respuesta, o
podríamos decir también que es estilo indirecto parcialmente mimético.
B. CONTENIDO (NIVEL TEMÁTICO Y ESTRUCTURAL)
[Resumen] Ante el inicio del proceso de beatificación de Don Manuel Bueno, Ángela
Carballino escribe, como testigo directo, sobre este párroco presente en todos sus
recuerdos y admirado profundamente.
[Tema] El tema central es el poder cautivador y espiritual del párroco.
[Estructura] La estructura es la siguiente:
1ª parte. Ocupa el 1er. párrafo y es la presentación de Don Manuel Bueno y de la
narradora, Ángela Carballino, y la justificación del escrito: el proceso de beatificación
del párroco y el deseo de esta mujer de enaltecer esta figura.
2ª parte. Ocupa el 2º párrafo. Ángela superpone un mundo material al anterior espiritual.
Habla de su padre carnal y del escaso legado que dejó por su temprana muerte,
menciona a su madre que admiraba fervientemente a Don Manuel con lo que la vincula
al párroco y retoma el mundo espiritual.
3ª parte. Ocupa el 3er. párrafo hasta la aparición de su hermano Lázaro. En su recuerdo
está la imagen del cura al que retrata uniendo físico y poder espiritual, como esencia
deontológico de su oficio de pastor de almas.
4ª parte. Termina el fragmento hablando de su hermano, argumentando la necesidad que
veía en que Ángela recibiese educación y enviarla al Colegio de Religiosas,
circunstancia que la separaría de la aldea y del cura, con lo que vuelve a la
omnipresencia del párroco en sus recuerdos.
C. CARACTERIZACIÓN DEL TEXTO
NIVEL LINGÜÍSTICO
1.1. Plano fónico
Destaca por su modalidad enunciativa, funcional al tema religioso y conciliador.
1.2. Plano morfosintáctico
Los verbos se acomodan a la narración, un presente para el ahora (pertenece, anda,
quiero, recuerdo), un pretérito perfecto para Don Manuel que ha muerto y para su padre
que tampoco está. Hay durativos para acciones prolongadas en el tiempo: había llegado
(l. 10), había (l.14), apenas si me contaba (l. 15) o adoraba (l. 16).
El uso del posesivo llama la atención: mi, nuestro, que vuelven a incidir en los
vínculos creados entre el pueblo y Don Manuel. Y un dativo de interés en “se me
murió” refiriéndose a su padre, donde subyace el deseo de quererlo.
Hay párison enfatizando la importancia personal que ella le da al párroco: mi
alma/mi espíritu (ll. 7 y 8), y bimembraciones: carnal y temporal (l. 9), lleno y
embriagado (l. 29), laicos y progresivos (l. 35).
Los antropónimos y topónimos son connotativos: Don Manuel Bueno, Ángela,
Lázaro. Renada puede significar renacer de la nada o ausencia, y además es ficticio
como Valverde de Lucerna y Peña del Buitre.
Vemos variedad diastrática coloquial en “a lo que se dice” (l. 2) y en “como si fuese
cosa de ayer” (l. 20) y variedad diatópico en “forastero” (l. 10).
Enumera los libros que trajo su padre: “El Quijote”, etc. (l. 12).
Vemos algún zeugma: (se llevaba) los corazones (l.25).
La lítote aplicada a Lázaro en “no le hicieran mucha gracia las monjas” (ll. 33 y 34)
es otra muestra del tono conciliador del texto y va informando, como el nombre
connotativo (resucita, se convierte), de las ideas del hermano.
1.3. Plano léxico-semántico
La intención de Ángela se plasma en una percusión o epitrocasmo “quiero dejar aquí
consignado […] todo lo que sé y recuerdo de aquel varón matriarcal” y el resto del
fragmento desarrolla esta intención con una “amplificatio”. Hay paréntesis o
interposiciones como “que fue en esta párroco” (l. 4) y una llamativa y con sospecha de
ironía en: “claro que castísimamente” (l. 17). Vemos prosapódosis al explicar y
contraponer la idea de padre espiritual con su padre carnal en el 2º párrafo. También
etiología o raciocinación al explicar la causa por la que pese a no gustarle a Lázaro las
monjas se decide a que su hermana sea educada por ellas.
La “gradiatio” ponderando las virtudes del párroco está desde el 1er. párrafo y
culmina en el último: varón matriarcal que llenó toda la más entrañada vida de mi alma
[…] padre espiritual […] todo el mundo adoraba…
Los adjetivos valorativos: querida aldea, verdadero padre espiritual y buena madre,
que indican fuertes vínculos afectivos y la subjetividad del fragmento y de toda la
novela. Solo localizamos un adjetivo peyorativo pero en boca de Lázaro con “zafias” (l.
37). Los campos asociativos están en sintonía con el protagonista y con esta atmósfera
sensible:
1) Campo espiritual: alma, espíritu, fervorosamente.
2) Campo afectivo: querida, arraigó, buena, adoraba, enamorado.
3) Campo religioso: obispo, diócesis, párroco, beatificación.
El “arraigo” de la línea 11 es una bellísima expresión catacrética para un forastero
sin raíces, que al casarse encuentra su sitio. En “devoré” refiriéndose a los libros que su
padre traía, hay una metáfora verbal altamente connotativa y delatora del autor dentro
del personaje.
Constituye una antítesis el hecho de que Don Manuel hubiese borrado el recuerdo
que del marido debería tener su madre y decir que cada día rezaba por él (ll. 17-19). Y
hay antítesis en padre espiritual y padre carnal.
Compara la cabeza erguida del cura con la cresta de la Peña del Buitre (l. 23) con
algo de exhibición orgullosa, si no propia, sí de su pueblo; y una imagen visual que
añade belleza y altivez “había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago”. Vemos
una metáfora verbal en “se llevaba las miradas de todos” (l. 25) y metonimia: “y tras
ellas, los corazones”; catacresis y adínaton en “traspasando la carne como un cristal” (l.
26), y adínaton, de nuevo, en “Empezaba el pueblo a olerle la santidad” (l. 29) por eso
el pueblo se sentía embriagado por este aroma. Y es catacrético también el “se pula”
para educar y el “atragantarse” cuando llega a resultar difícil la pedagogía, delantando al
autor.
NIVEL PRAGMÁTICO O COMUNICATIVO
Hablar de intención comunicativa en un texto de Unamuno es arriesgado. La iremos
descubriendo, o al menos iremos señalando controversias.
Desde el inicio hay caracterismo, algo en las variedades diastráticas y diatópicas
mencionadas y mucho en un lenguaje tan afectivo y cariñoso; y patopeya porque el
relato es subjetivo, son los sentimientos de Ángela los que se plasman recordando a Don
Manuel Bueno. La genealogía de la narradora está en la mención de sus progenitores en
el 2º párrafo, lo que nos permite hablar del adjetivo que asigna al cura, varón matriarcal
(l. 6), Ángela tiene madre y carece de padre y además llama padre espiritual al párroco.
Podemos inferir por bagaje cultural que Unamuno refleja la importancia que da a ser
madre, al cuidado esmerado de una madre por sus hijos, al gran valor de esta figura,
tratado ampliamente en su obra. Hay pragmatografía por relatar hechos y ponernos en
antecedente, y anticipación por señalar una posible causa a su escrito: “la beatificación
de nuestro Don Manuel”, y desde luego hay optación en ese “quiero dejar aquí
consignado…” (l. 4).
En la intervención de Lázaro hay dialogismo en estilo directo y también en el
discurso directo que hace Ángela en todo el texto en primera persona.
Siguiendo la teoría de la relevancia de Sperber y Wilson, vemos que hay potencia
ostensiva en todo el fragmento, muy facilitada por la intertextualidad y principalmente
por el conocimiento del autor, así podermos inferir que la idea de dominio social del
clero está latente, aquí perfectamente edulcorado, el personaje es cautivador, merecedor
de la admiración absoluta y la abnegación de todo un pueblo.
Vemos metaliteratura en la mención de obras que hace el la línea 12 y 13, y
especialmente en la ecfonesis: “¡Qué cosas nos decía!”, y continúa: “Eran cosas, no
palabras” (l. 28) que tanto recuerda a Huidobro exclamando: “Por qué cantáis la rosa,
¡oh poetas!, hacedla florecer”.
Para Anscombre y Ducrot (Teoría de la argumentación) el lenguaje sirve sobre todo
para convencer, la intención comunicativa sería ganar prosélitos, Ángela quiere retratar
una figura impecable, y eso va haciendo en todos sus actos de habla, con predominio del
perlocutivo, pero también del ilocutivo: “quiero dejar aquí consignado”, y lo está
dejando, lo está narrando.
La argumentación de Lázaro se realiza mediante un acto de habla ilocutivodeclarativo, tiene plenamente decidido que su hermana se eduque y se hará lo que el
diga. Hay potencia ostensiva, todo un contexto histórico y social de la España de
primeros del siglo XX, la educación monopolizada por la Iglesia, está explícito que no
hay otra cosa y explícito que no le gustan las monjas, pero las implicaturas de esa unión
de laicos y progreso nos lleva a inferir la preocupación por España, el dolor que causa
España, nos lleva al autor, a Unamuno. El rechazo a la ignorancia, con esa expresión tan
peyorativa de las “zafias aldeanas” (l. 37) en un país con una mayoritaria población
rural y un escaso desarrollo cultural, económico, político, etc.
En el final con ese “se me atragantó la pedagogía” tenemos al propio autor, sus
meditaciones y sus escritos (“Amor y pedagogía”).
Con la teoría de la imagen de Brown y Levinson se analizaría toda una novela donde
la apariencia y la hipocresía son leitmotiv de toda la historia, una imagen que ofrecer a
un pueblo, falsa, pero salvadora, esa es su justificación.
D. RELACIÓN DEL TEXTO CON EL AUTOR Y LA ÉPOCA
Estamos en la obra más conocida de Unamuno: “San Manuel Bueno, mártir”. Ángela
Carballino recuerda la figura de Don Manuel Bueno, cura de Valverde de Lucerna,
fallecido recientemente con fama de santidad. Don Manuel ha perdido la fe pero, al
contrario que “El cura de Monleón” de Baroja, que abandona el ministerio cuando se
convence de su incredulidad, él continúa ejerciendo de pastor de almas para evitar que
el pueblo, que vive resignado con sus creencias, se angustia ante el más allá. Cuando
llega Lázaro, el hermano de Ángela, se burla de la actitud de Don Manuel, aunque acaba
convencido, no de su fe, pero sí de su bondad y de la conveniencia de ocultar al pueblo
la verdad desnuda. Su conversión (la de Lázaro) será una farsa más para estimular a los
vecinos.
El autor es Miguel de Unamuno, nacido en Bilbao en 1864. Huérfano de padre a los
seis años, a pesar del régimen matriarcal y religioso de su familia, su educación será
laica. Fue un personaje muy controvertido, creyente firme del marxismo, progresismo y
racionalismo, llegó a apoyar la sublevación de Franco para enfrentarse valientemente a
Millán Astray. A su muerte los falangistas portan sus restos y los republicanos honran al
“camarada”. En él se aúnan la preocupación por España y el profundo análisis de un
mundo vasco querido y suyo.
La novela para este autor es instrumento idóneo para expresar sus dudas
existenciales. Él inventa la nivola con el deseo de renovar hasta en el nombre las
convenciones novelescas. Los rasgos serán los siguientes: vertiente autobiográfica con
la obsesión de seguir existiendo más allá de la muerte. Le interesa el drama personal. La
narración se reduce al diálogo de personajes que exponen sus ideas con una perspectiva
dialéctica, le importa la recreación del ambiente de esta España de principios de siglo.
El personaje central será un trasunto del propio Unamuno.
Su técnica busca el extrañamiento de la novela tradicional: monólogo interior, novela
dentro de la novela, presentación de la realidad desde perspectivas contrarias,
personajes que se definen también por las opiniones de los demás.
Los prólogos, epílogos y apéndices tienen como misión enturbiar la visión unilateral
para proclamar una estructura abierta a varias interpretaciones.
Se mueve Unamuno en un contexto histórico convulso (adjetivo adherido a toda la
historia de la humanidad y altamente connotativo de todo tipo de horrores); con dos
flechas emblemáticas: “La Gloriosa” (1868) y la “Semana Trágica” (1909). Vive el sitio
de Bilbao (guerra carlista y civil) y muere en el año de la Guerra Civil, y conoció las
dos Repúblicas de nuestra historia. Está inmerso como corresponde a su generación
(AUTORES DEL 98) en una crisis histórica y de valores que no dejó de preocuparle,
tomó parte del devenir histórico, acuñó el término de “intrahistoria” dando
protagonismo a las masas anónimas que siendo su sostén no son mencionadas, y murió
en arresto domiciliario manteniendo su dolor por España.
E. VALORACIÓN CRÍTICA
Unamuno se apodera de los personajes, los convierte en dialéctica. Se ha hablado
mucho del carácter reaccionario de su obra. Hay mucho discurso ideológica, sabemos de
su obsesión por encontrar respuesta religiosa a la gran cuestión de la inmortalidad y
sabemos su idea de la novela como método de conocimiento. El pueblo admira al que
aparenta y los que saben la verdad también admiran al párroco. Aquí el lector tiene la
última palabra, se reconoce así la impronta unamuniana, sus paradojas irónicas y el
efecto “a contrario” estudiado con el autor.
El trabajo en el aula, puede ser muy creativo y diverso:
Transversal: Coloquio sobre la religiosidad en la actualidad. Interpretar papeles, analizar
la imagen de un alumno en la clase y cómo la preserva, e instar a la flexibilidad porque
se traduce en tolerancia.
Contenidos propios de la materia: las inquietudes del 98 actualizadas, poner nombre a
los preocupados y dolidos por España ahora. Identificar los rasgos del novelista en el
texto propuesto. Figuras, literariedad, creación de lenguaje, la riqueza de un buen
escritor, “plagio” como técnica de producción de textos, se sigue el modelo…
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