La misionera inverosímil - Recursos Escuela Sabática

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COMENTARIOS DE LA LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
III Trimestre de 2015
Misioneros
Lección 3
18 de julio de 2015
La misionera inverosímil
Prof. Sikberto Renaldo Marks
Versículo para Memorizar: “Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio” (Lucas 4:27).
Introducción
Hubo una incursión militar de Siria sobre Israel. El comandante del ejército sirio era
Naamán. Israel sufrió una derrota a mano de los sirios. Estos llevaron cautivos de Israel,
entonces el reino del Norte (pues el pueblo de Dios se había dividido en dos naciones),
para que trabajaran como esclavos para ellos. Por lo que parece, Naamán escogió a una
niña para que trabajara en su casa, al servicio de su esposa.
No se informa el nombre de esa niña, pero –naturalmente– habría tenido motivos para
que despertaran en ellos sentimientos de venganza, no de amor, hacia quien la había
apartado, por la fuerza, de su familia y de su patria. Se trataba sólo de una niña, anónima, sin origen familiar definido y sin que sepamos exactamente qué edad tenía, por lo
tanto, sin mayor importancia, una esclava doméstica. Pero lo que ella hizo fue sumamente importante. Demostró el amor que sus padres le habían enseñado, en el hogar donde
quedó cautiva.
Cuando Naamán enfermó, y quedó leproso –para la lepra en aquellos días no había
cura– se convirtió –tal como lo afirma la lección– en una misionera. Simplemente dijo: “Si
mi señor rogase al profeta que está en Samaria, él lo sanaría” (2 Reyes 5:3).
Así fue como una vida pudo ser salvada de la enfermedad, y Naamán, el rey de Siria y
otros grandes personajes de ese reino pudieron conocer el poder del Dios de Israel, a
través de una niña, aparentemente, sin importancia. En realidad, la persona más importante de esta historia es esa niña. En aquellos días, las mujeres no tenían importancia, y
mucho menos una muchacha extranjera y esclava. Pero, por alguna razón que entendemos como Providencia divina, el comandante y el rey prestaron oídos a esa niña.
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Tenía todo, pero…
En nuestros días, la lepra tiene cura. El tratamiento es seguro, La lepra, enfermedad de
Hansen, es una enfermedad infecciosa causada por el bacilo Mycobacterium leprae, el
cual causa severos daños a los nervios y la piel. Es una enfermedad contagiosa, y las
personas afectadas que no estén en tratamiento la pueden transmitir a personas sanas a
través de la saliva. Para que aparezcan los primeros síntomas, puede demorar generalmente de dos a cinco años. El portador de la enfermedad de Hansen presenta señales y
síntomas dermatológicos y neurológicos que facilitan el diagnóstico. Puede alcanzar a los
niños, los adultos y los ancianos de cualquier clase social, siempre que tengan un contacto directo y prolongado con el bacilo. Puede causar incapacidad o deformidades,
cuando no es tratada, o cuando se lo hace tardíamente, pero tiene cura.
Naamán, general del imperio sirio, enfermó de lepra. En aquellos días eso virtualmente
era una condena a muerte, cierta, lenta y dolorosa. Además, el enfermo debía separarse
de las personas sanas, pues podía contagiarlas, y la enfermedad se esparciría a otros
seres humanos. En otras palabras, debía retirarse para morir solo, o junto con otros leprosos, conformando una comunidad de condenados. Era una decisión dramática y dolorosa, pero que se imponía por la fuerza y el poder de la enfermedad. Para empeorar las
cosas, entre los judíos, la lepra era considerada como el flagelo divino dirigido hacia
personas supuestamente muy pecadoras, como una especie de anticipo del fuego del
infierno.
Naamán había llegado a convertirse en un alto oficial, comandante en jefe del ejército del
rey de Siria. Ni él quería perder ese logro, ni el rey quería perder a un brillante comandante, un gran estratega y poderoso líder entre los soldados, muy respetado y temido por
los enemigos.
Fue entonces que entró en escena una niña judía, que dio el testimonio que salvó la vida
de Naamán.
Una testigo inverosímil
Intentemos imaginar la escena. Cierto día se confirmó el diagnóstico. Los que entendían
del tema, los médicos de aquella época, le dijeron a Naamán que estaba enfermo de
lepra. ¡Un susto tremendo! Todos los planes se vinieron abajo. En el palacio real, el comentario debió causar agitación, desde el rey hacia todas las demás personas de la
corte. El miedo a la enfermedad, el temor a la separación, la tragedia que significaba la
pérdida del comandante… En el hogar de Naamán seguramente hubo llanto, gran tristeza, y ¿quién sabe? Hasta pánico. Su esposa ciertamente debió quedar desconsolada.
Los hijos, perdidos en sentimientos de dolor y tristeza.
Pero en esa casa estaba trabajando una niña. Era una cautiva, que había sido arrebatada de su hogar, de sus padres, de su familia, a la fuerza, para servir en la casa de
Naamán. Era una esclava, sin ningún futuro. Algún día moriría como esclava, y su nombre desaparecería para siempre. Su situación no era mejor que la de Naamán, a no ser
por la enfermedad. Ambos ahora estaban condenados: ella por ser una esclava; él, por la
lepra. Estaban en la misma situación, y ella podría haber razonado: “Que se muera, y
pague por el mal que me ha causado”. Pero no fue así.
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Ella bien pudo haberse vengado de Naamán. Lo único que tenía que hacer era permanecer quieta, tranquila, y saborear su desgracia y aprovecharse del dolor de la familia. Pudo
haber pensado: “Ellos me robaron a mis madres. Que ahora sufran como yo he estado
sufriendo”. O quizá pudo encarar una negociación: “Si me liberan, entonces les digo
cómo Naamán puede sanarse”. Pero, ¿qué dijo ella? Simplemente que estaba triste
porque no estaba viviendo en la tierra de sus padres, pero que allí vivía un profeta que
podía sanar a Naamán. Se le informó de esto a Naamán, y él creyó en su esclava. Y lo
creyó de un modo tan evidente que se presentó ante el rey para informarle esta noticia. Y
el rey creyó también en la niña, y tomó los recaudos para que su comandante fuera hasta
Judea en busca del profeta. Alguna cosa le otorgó credibilidad a las palabras de aquella
niña.
Muy curiosa aquí fue la reacción del rey de Israel. Él se perturbó al estar en presencia del
comandante sirio, enemigo de Israel. Dijo que él no era Dios para que pudiera curar. El
rey no se había percatado de la existencia del profeta Eliseo, como sí lo había hecho la
niña. Ni él, ni los demás leprosos de Israel, se habían dado cuenta de que entre ellos
estaba la curación para la terrible enfermedad. Fue necesario que Eliseo se enterara de
este hecho para que le informara al rey de que había profeta en Israel, y le ordenó al rey
que dirigieran la comitiva hacia donde él estaba.
Eliseo, el profeta
Eliseo había sucedido a Elías, como profeta en el reino del Norte. Era hijo de Safat, y
vivía en Abel-meula, en el valle del Jordán. Pertenecía a una familia pudiente que poseía
doce yuntas de bueyes. Había servido a Elías durante algún tiempo, antes de que éste
ascendiera a los cielos en medio de un remolino. Eliseo le había pedido a Dios “una doble porción del Espíritu” de Elías, una especie de primogenitura como seguidor de Elías,
en la época en la que éste había puesto sobre él su manto (2 Reyes 1:17; 2:1, 9, 11, 12).
Fue uno de los profetas más activos, con muchos milagros, entre los cuales éstos fueron
los principales:
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Abrió las aguas del Jordán, con el manto dejado por Elías (2 Reyes2:14);
Transformó una vertiente de agua mala en potable, utilizando sal (2 Reyes 2:1922);
Maldijo a unos muchachos que se burlaron de su calvicie, por lo que Dios envió
dos osas que mataron a cuarenta y dos de estos muchachos (2 Reyes 2:23, 24);
Predijo ante el rey una expedición exitosa contra los moabitas (2 Reyes 3:1117);
Multiplicó el aceite de la viuda (2 Reyes 4:1-7);
Predijo el nacimiento del hijo de una sunamita y, cuando el niño murió, oró a
Dios y lo trajo nuevamente a la vida (2 Reyes 4:8-37);
Alimentó a cien hombres con veinte panes y algunas espigas (2 Reyes 4:42-44);
Sanó a Naamán, el capitán del ejército de Siria, de su lepra (2 Reyes 5:1-19);
Hizo flotar un hacha que había caído en un río (2 Reyes 6:1-7);
Anticipó los planes de los enemigos del rey (2 Reyes 6:8-12);
Previó, durante el gran hambre que asoló Samaria, que habría abundancia de
alimento al día siguiente, y predijo la muerte del oficial que se había burlado de
la profecía (2 Reyes 7);
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Luego de su muerte, cuando un cadáver fue arrojado en su sepultura, al tocar
los huesos del profeta, volvió a la vida (2 Reyes 13:20, 21);
Ejerció una considerable influencia en el reino de Israel, cuando ordenó ungir a
Jehú, y exterminar la casa de Acab (2 Reyes 9:6).
Naamán fue dirigido hacia Eliseo para ser curado de su lepra. Por cierto, como era usual
en las cortes reales y en el sistema idolátrico pagano, el comandante pensó que allí se
realizaría algún ritual místico y pomposo. Pero, para su sorpresa y decepción, el profeta
Eliseo no lo recibió y ni siquiera fue a verlo. Se comunicó con él a través de Giezi, su
ayudante, y le dio la orden de bañarse siete veces en el río Jordán, para quedar limpio.
Era demasiado simple como para que fuera eficaz. ¿Cómo creer en algo tan sencillo?
Aún más teniendo en cuenta que el Jordán era un río sucio y barroso. En su tierra había
mejores ríos, y bien podía bañarse en ellos y no en la suciedad del Jordán. Se le había
propuesto un tratamiento sucio y de mal gusto.
Lo importante a analizar en esta instancia es que Naamán tuvo una mala impresión porque, influenciado por su cultura, esperaba algo semejante a las costumbres paganas.
Eliseo actuó de manera similar a la de Jesús, cuando –por ejemplo– le dijo al paralítico
“Levántate y anda”. A Naamán le ocurrió lo mismo que a los discípulos, quienes no lograron entender que el reino de Jesús no era de este mundo, así como no entendieron que
Él había venido a morir por los seres humanos, y resucitar al tercer día. Tal como los
apóstoles y los discípulos que se decepcionaron con Jesús, Naamán se desilusionó con
Eliseo, y casi desistió de ser curado. Así como los discípulos casi desistieron de la posibilidad de ser salvos.
¿Y nosotros? ¿Vamos a permitir ser influenciados por los atractivos seculares de este
mundo, y así no entender cuál es nuestra responsabilidad en él como seguidores de
Jesús?
La curación de Naamán
Podemos imaginar la situación tensa frente a la casa de Eliseo. Primero, porque Naamán
debió haberse lamentado de haber creído en la sugerencia de una niña esclava, y de
haber ido hasta este profeta extranjero, perteneciente a un país que Siria abominaba,
para sanarse. Pudo haber pensado: “¿Cómo es que llegué a caer en esta ridiculez?”.
Ahora entendía, al menos desde su punto de vista, que un profeta enemigo se estaba
burlando de él. Este ritual ridículo, de bañarse siete veces en un río sucio, y en tierra
extranjera realmente no parecía tener ningún sentido. Rituales más pomposos y llenos de
misterios seguramente serían aceptados, pero eso de mandar a un hombre noble a bañarse, eso era demasiado. Hasta hoy hay personas que, cuando quieren ofender a alguien más, o de menospreciarlo, lo mandan a bañarse. Naamán, allí, frente a la humilde
casa del profeta, decidió volverse a su tierra. Según su parecer, estaba entendiendo que
había sido engañado por la niña esclava y por ese profeta burlón.
Pero sus subordinados pensaron diferente. Y plantearon un argumento muy lógico. Si el
profeta le había pedido algo tan simple, ¿por qué no obedecerle? ¿Qué costaba intentarlo? Si le hubiera pedido algo complicado y difícil, seguramente lo haría. ¿Qué costaba
con ir al Jordán, que quedaba allí bien cerca, y bañarse?
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Naamán, orgulloso, fue, y en la sexta zambullida nada había mejorado, todo estaba igual.
Según su lógica, en cada inmersión algo debía mejorar, pero hasta el momento, nada
había sucedido. Pero al salir de las aguas por séptima vez, grande fue la sorpresa, la
cual contradijo toda expectativa pesimista: ahora su piel era como la de un niño, perfectamente sanada. Naamán cambió completamente de actitud, y entendió que el Dios de
los israelitas, y de aquél profeta, eran infinitamente superiores, pues lo había sanado a
través de un ritual bastante simple. ¡Ese era el Dios y el profeta que debían ser respetados!
Un nuevo creyente
La experiencia de Naamán fue radical y casi increíble. Era un pagano, comandante de un
ejército enemigo del pueblo de Dios. Pero Dios no quiere que sus bendiciones y sus
promesas sean sólo para un pueblo determinado, sino para toda nación, tribu, lengua y
pueblo; para todas las personas del mundo. Naamán fue sanado por Dios, y él quedó tan
impresionado con su curación –la cual parecía imposible, lo que ciertamente lo era– que
volvió para agradecer y recompensar a Eliseo. Quería demostrar su gratitud a través de
regalos.
En esta ocasión Naamán pudo hablar con Eliseo, pues éste lo recibió personalmente.
Naamán declaró que no había otro Dios sino el Dios de Israel. Reconoció el poder del
Dios Creador. Algo que parecía imposible sucedió. No fueron las sucias aguas del Jordán
lo que lo habían sanado, sino el poder de Dios, a través de la obediencia fiel.
Eliseo no recibió los regalos. La curación de Dios fue gratuita. Aunque los regalos no
eran un pago, aun así el profeta no los aceptó. Esta actitud no fue una grosería de parte
del profeta, sino una demostración de que él era siervo de Dios, y no era correcto que él
obtuviera algo por lo que nada había hecho. Naamán debía agradecer y reconocer a
Dios. Y eso fue lo que hizo. Decidió que desde aquél día en adelante adoraría al Dios
verdadero. Ahora era un hijo más de Abraham. Y un gran grupo de soldados pudo presenciar estos hechos, y también testificar del poder del Dios de Israel, especialmente
aquellos que le habían instado a Naamán que obedeciera. El rey de Siria ciertamente
debió haber sido informado de estos hechos, y otros grandes de la nación. Todo, a causa
de la actitud de una niña esclava, pero fiel al Dios de su pueblo. No era solo una niña, ni
tampoco una simple doméstica, y mucho menos una esclava. Fue una poderosa y fiel
sierva de Dios. He allí la diferencia. ¡Y con esa diferencia basta!
Resumen y aplicación del estudio
I.
Síntesis de los principales puntos de la lección
1. ¿Cuál es el principal enfoque?
En nuestra relación con Dios, Él nos responde conforme a nuestra fe y nuestra
experiencia con Él. Si un siervo de Dios, que ha leído la Biblia varias veces, actuara como Naamán, por cierto no sería curado. El militar tenía poca información
acerca del Dios de Israel, y pensó que debía haber sido tratado de un modo diferente, más diplomáticamente, con rituales solemnes y místicos. Por encima de toRecursos Escuela Sabática ©
do, pensó que debió haber sido honrado por el profeta, pues él era un poderoso.
Pero el poderoso en verdad era el humilde profeta, por ser un íntimo amigo de
Dios, y lo mismo aquella humilde niña, por el mismo motivo. No quiso bañarse,
luego quiso dar regalos y, finalmente, decidió adorar al Dios de Israel a su modo,
esto es, postrándose ante el falso dios Rimón. Y e profeta lo permitió. ¿Por qué
razón? Naamán terminaba de descubrir al verdadero Dios, y de hecho, aun habiendo reconocido a Dios, todavía tenía que aprender muchas cosas, o sea, comenzaba a crecer en el conocimiento de Dios, y tenía todavía mucho camino por
transitar. Desde ese momento en adelante, la responsabilidad del crecimiento de
Naamán, ¿en manos de quién quedaba? En las de aquella niña que le había hablado del profeta de ese Dios. Ella sería la maestra del gran comandante de Siria,
y quién sabe, de otros nobles de ese reino. No era sólo una niña esclava sin importancia. ¡Era más que eso!
2. ¿Cuáles son los tópicos relevantes?
La niña dio su testimonio en el momento oportuno a una persona necesitada.
Naamán creyó lo suficiente como para tomar algunas actitudes: hablar con el rey,
hacer el viaje, intentar hablar con el profeta, y bañarse. Por las palabras de Jesús,
siglos más tarde, en el Israel de esos días, entre todos los leprosos, ninguno de
ellos, que ya conocían a Dios, tuvo la iniciativa de buscar al Profeta, nunca tomaron un recaudo para buscar ser sanados, y por lo tanto no fueron curados. ¿No
será que hoy estamos actuando del mismo modo de aquellos leprosos, y no como
la niña y Naamán?
3. ¿Has descubierto otros puntos que podrías añadir?
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II. ¿Qué cosas importantes podemos aprender de esta lección?
Podemos dar nuestro testimonio a las personas que nos rodean, que están cercanas
a nosotros. Y debemos tener credibilidad como la que tuvo la niña en la casa de
Naamán pues, si hubiera sido una sierva de baja calidad, Naamán no la hubiera tenido en cuenta, y no habría ido en busca del profeta. Debido a que hacía un excelente
trabajo en su casa, Naamán creyó en ella. También tenemos que tener una experiencia diaria de comunión con Dios, para que Él siempre nos haga saber qué hacer. Debemos destacarnos en nuestras actividades profesionales para ser bien vistos por la
sociedad. Como siervos de Dios, tenemos la obligación de ser los mejores profesionales. Tenemos que destacarnos entre los incrédulos, ser superiores. ¿Cómo puede
ser que una persona que se considere amiga de Dios sea relajada en todo lo que hace?
1. ¿Qué aspectos puedo agregar a partir de mi estudio?
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2. ¿Qué medidas debemos tomar a partir de este estudio?
Debemos aprovechar las oportunidades que se nos aparecen de un momento a
otro. Por ejemplo, les había hablado a mis alumnos acerca de la reforma en la saRecursos Escuela Sabática ©
lud. Un día, mientras estaba por servirme en una fiesta de matrimonio a la que
habíamos asistido, atrás estaba una ex alumna. Al pasar por la mesa de carnes y
no servirme, ella se presentó y me felicitó por esa actitud, la de tomar en serio lo
que había comentado en clase. Y dijo que ella tampoco comía carne, desde aquellas clases. Un detalle importante: ella era hija de un ganadero muy importante de
Saõ Borja, donde viven comiendo carne todas las noches. Un testimonio auténtico
tiene poder.
3. ¿Qué es lo bueno en mi vida que me propongo a reforzar y lo malo para cambiar?
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4. Comentario de Elena G. de White
“Naamán el sirio consultó al profeta de Dios acerca de cómo podía curarse de una
enfermedad repugnante: la lepra. Se le ordenó ir y bañarse en el Jordán siete veces. ¿Por qué no siguió inmediatamente las instrucciones de Elías, el profeta de
Dios?... A causa de su mortificación y decepción tuvo un rapto de cólera, y furiosamente rehusó seguir el humilde procedimiento que le había señalado el profeta
de Dios. ‘He aquí’, dijo, ‘yo decía para mí: Saldrá él luego y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la
lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de
Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue
enojado’. Su criado dijo: ‘Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa,
¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?’ Sí, ese gran
hombre consideraba que estaba por debajo de su dignidad ir al humilde río Jordán
y lavarse. Los ríos que había mencionado y deseado se veían embellecidos por
los árboles y sotos de sus riberas y había ídolos en esos sotos. Muchos acudían a
esos ríos para adorar las estatuas de sus dioses; por lo tanto, eso no hubiera significado ninguna humillación para él. Pero el cumplimiento de las directivas específicas del profeta hubiera humillado su espíritu orgulloso y altivo. La obediencia
voluntaria traería el resultado deseado. Se lavó y quedó sano”.
“Nuestros planes no son siempre los de Dios… En su amante cuidado e interés
por nosotros, muchas veces Aquel que nos comprende mejor de lo que nos comprendemos a nosotros mismos, se niega a permitirnos que procuremos con
egoísmo la satisfacción de nuestra ambición… Nos pide él que le cedamos muchas cosas; pero al hacerlo no nos despojamos más que de lo que nos impide
avanzar hacia el cielo...
“En la vida futura, se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y
chasqueado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones” (Testimonies, tomo 2, p. 310; El ministerio de curación, pp. 373, 376; citado en Conflicto y
valor, p. 229).
5. Conclusión general
El contraste se puede repetir. Naamán, un pagano, fue curado, y de todos los leprosos del pueblo de Dios de aquellos días, ninguno de ellos fue sanad. ¿Por qué
razón? Ninguno de ellos hizo como Naamán, de ir al profeta y solicitar la curación.
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Un extranjero se presentó ante el profeta, lo de la casa, no fueron; un extranjero
creyó, los de la casa no lo hicieron. ¿Y nosotros?
6. ¿Cuál es el punto más relevante al que llegué mediante este estudio?
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Prof. Sikberto R. Marks
Traducción:
Rolando Chuquimia
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