La luz del conocimiento Por Cecil A. Poole, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Normalmente se piensa en la luz como en algo que se refiere a la iluminación física. Es aquello que permite la percepción al ojo humano, así como a otras formas vivientes, y hasta a objetos inanimados tales como la cámara y la célula fotoeléctrica. La luz, tal como la ciencia la comprende, puede ser mejor definida para el lego en la materia como una serie de vibraciones. Somos conscientes del efecto de la luz, más que de la luz misma, excepto cuando observamos una fuente de iluminación de la que podemos ser conscientes en un momento determinado. Al igual que otras muchas palabras de los lenguajes modernos, la luz tiene un significado más allá del de una energía o fuerza física. Pensamos en la luz, dentro de los límites de la iluminación física, e igualmente dentro de los de la iluminación mental: empleamos la expresión familiar de la luz alboreando en la mente, o nos referimos a la percepción como haciéndose mas clara en nuestro pensamiento. La palabra luz, en uno de los lenguajes modernos, por lo menos, se emplea como nombre propio, generalmente dado a la mujer. Parece como que, con nuestro libre empleo de la palabra, el hombre reconoce su dependencia de la luz, como una energía y una condición abstracta por la cual se halla afectado. En la novela histórica de Thomas B. Costain, El Cáliz de Plata, el autor describe un episodio de tres personas que vieron el cáliz o copa, en que se supone que bebió el Maestro Jesús durante la Ultima Cena. El hecho tuvo lugar en un recinto oscuro, y de las personas que vieron el cáliz, dos afirmaron que estaba iluminado con luz propia, que despedía una luz fácilmente perceptible. La tercera persona no estaba consciente ni siquiera de la existencia de la copa, hasta el momento en que la pieza fue iluminada por otro medio. La idea presentada en la historia es que los dos que pudieron percibir la copa en la oscuridad, simpatizaban con los principios del Cristianismo primitivo y pudieron percibir el aura que despedía la copa, aun después de que las manos que la habían sostenido habían desaparecido. Naturalmente, esto no es mas que una historia; pero ilustra la idea de que la luz es enviada a aquellos que tienen la facultad de percibirla. Como la persona ciega físicamente no puede percibir la luz que proviene de una fuente de iluminación física, así tampoco puede percibir la luz del conocimiento quien este mentalmente ciego, sea intolerante o sustente prejuicios. Es función de la luz, en cuanto se la considera como termino abstracto, el ser la fuerza que atempera y ajusta el conocimiento a la sabiduría. Nuestras facultades perceptivas físicas nos dan la oportunidad de aprender, de obtener conocimiento tanto por medio de la experiencia como por medio de la información que se halla a nuestro alcance; pero el hombre no vive solamente de pan o de conocimiento. El pan solo no sostiene al cuerpo físico; como tampoco sustenta al yo mental o alma el conocimiento. La sabiduría es en cierto sentido, el ajuste del conocimiento, que ilumina la percepción interior o facultad de la mente, para relacionar los fragmentos de conocimiento entre si, así como con la vida del individuo. En este proceso de ajuste de ese conocimiento, podemos reunir dentro de una forma lógica y útil, todos los fragmentos de la información que percibimos, tal corno la raz6n modifica los hechos aislados que llegan a nosotros a través de la percepción. La luz, pues, en su sentido abstracto, es una fuerza unificadora, que es, según mi opinión, tan verdaderamente digna de ser designada como realidad, como la es la luz que viene de una fuente de iluminaci6n. La luz y la vista, como condiciones físicas, pueden ser comparadas con su fuente, el sol, por ejemplo, y sin embargo no son el sol. De manera semejante, puede considerarse que el conocimiento y la verdad son como el bien, pero no son el bien. Ellos contribuyen tan solo, por su ajuste interior con otros fragmentos del conocimiento, a formar parte de una sabiduría que hace posible la realización del bien. La luz en su sentido abstracto, pues, es esa energía, fuerza o condición que ilumina la mente, hacienda que perciba de entre todas las impresiones exteriores e interiores, aquello que es bueno y, por consiguiente, valioso y digno de ser cultivado por el hombre. Lo que comunica la verdad al conocimiento y poder de conocimiento al conocedor, es aquello que viene a través del canal del yo interior. Por medio del alborear de la luz interna, el hombre es capaz de derramar luz sobre su existencia entera, su vida entera, la cual debe ser un proceso de evolución, iluminado por la luz interna que se relaciona con la fuerza de la vida y con su fuente de origen.