2 Comisión Teológica Pastoral

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SEÑOR DE LOS MILAGROS DE BUGA
MISIONEROS REDENTORISTAS - PROVINCIA DE BOGOTÁ
PASTORAL DEL SANTUARIO DEL
SEÑOR DE LOS MILAGROS DE BUGA
Un servicio a la maduración de la fe
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
(Lc 5, 29)
«La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre…
la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna
donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».
(Papa Francisco, La alegría del Evangelio, 47)
Introducción
La parábola literaria que explica el origen de la imagen del Señor de los Milagros tiene un exquisito
sabor evangélico. Una indígena lavandera ama a Cristo y desea tener un signo visible de su fe, un
crucifijo. Pero prefiere entregar a un preso el dinero ahorrado para conseguir la imagen. El preso paga la
deuda y queda libre. Y Dios la recompensa enviándole, en las aguas del río donde lavaba ropa, al Cristo
milagroso que hoy se venera en el Santuario de Buga. Un crucifijo pequeño que va creciendo por sí
mismo, como don o milagro de Dios, hasta la estatura actual.
La manifestación amorosa de Dios en el Santuario del Señor de los Milagros tiene como origen una
página de extraordinaria madurez cristiana y humana. Un anhelo de Cristo por parte de una persona
pobre y humilde (una lavandera); un acto muy generoso de desprendimiento; un don gratuito de Dios,
como recompensa; y un crecimiento hacia la madurez como don de Dios otorgado al esfuerzo generoso
de la lavandera.
La fe madura no se logra en un momento. Es un proceso de crecimiento, que se recorre entre avances y
retrocesos, entre fidelidad e infidelidad; entre el pecado humano y la misericordia paciente de Dios.
Vamos a reflexionar en este artículo sobre el proceso dinámico que implica la madurez cristiana. Y
propondremos cómo la pastoral del Santuario puede ayudar al crecimiento en la madurez de la fe. Al
Santuario muchas veces llega la gente a pedir favores, movida –acosada tal vez– por la necesidad. Es
una fe incipiente que Dios acepta y bendice. Pero Dios llama a la madurez del dar antes que recibir. El
Santuario debe ser entonces el lugar de la propuesta evangélica del compromiso de una fe madura.
Veremos cómo la creación, la humanización y la revelación de Dios, son un proceso dinámico (I).
Y cómo la historia de la salvación, desde Israel hasta nuestras comunidades eclesiales, es una historia de
crecimiento desde la infancia espiritual hasta la plena madurez en la fe. Así, el Santuario está llamado a
prestar un servicio muy valioso a la maduración de la fe (II).
I. POR UNA PASTORAL SITUADA Y PROCESUAL
1. La creación: de un acto fijo a un proceso en movimiento
El premio Nobel de Física del año 2013 fue otorgado a dos físicos teóricos, Peter Higgs
(británico) y François Englert (belga). El acelerador de partículas del Centro
Europeo para la Investigación Nuclear (CERN por sus siglas en
francés) logró demostrar la existencia de la partícula
más elemental, la que hace que la
NOVIEMBRE 2014
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energía se convierta en materia: El bosón de Higgs,
también llamado “partícula de Dios”. Los dos sabios habían
predicho la existencia de esta partícula; y fue descubierta el 4 de julio de 2012,
mediante sofisticados experimentos en el gran colisionador de partículas del CERN en
Ginebra, Suiza.
Es el punto de llegada de una larga carrera de investigación de la ciencia sobre los últimos
fundamentos de la realidad. Todavía Einstein, pese a su genialidad, creía que el Universo era estático y
fijo. Fue el sacerdote católico belga, Georges Lemaître, quien primero se planteó la realidad de la
expansión del Universo; y luego el astrónomo estadounidense Edwin Hubble, gracias al telescopio de
Monte Wilson, el más avanzado de la época, comprobó que el Universo se sigue expandiendo
aceleradamente; elaboró los cálculos para remontarse en el tiempo y no solo datar la fecha de origen de
la creación sino también explicar el modo como se inició: una gran explosión (big-bang), hace unos
13.700 millones de años. Hoy sabemos además cuál es la velocidad de expansión del Universo: 70
kilómetros por segundo.
La ciencia nos muestra, cada día y con más argumentos, la creación como un proceso en continuo
movimiento y avance. Nada hay estático, nada fue creado y fijado de una vez para siempre. La creación
de Dios es un proceso extremadamente dinámico, en todo momento en camino, en transformación y en
movimiento. El acto creador de Dios, más que constituir seres estáticos, fijos, quietos y definidos, es un
empuje, un impulso desde un inicio extremadamente simple a realidades infinitamente complejas: el
cosmos que conocemos, el desarrollo y evolución de la vida, el ascenso hacia la conciencia humana, la
complejidad de la historia, de la civilización y de la cultura, el advenimiento del lenguaje, el arte, la
religión, las ciencias y las técnicas que nos permiten entender, interpretar y transformar el Universo.
Ciencias como la Antropología, la Paleontología, la Biogenética, la Química, la Neurofisiología, la
Sicología evolutiva, ayudadas por el impresionante arsenal científico-técnico producido en el último
medio siglo, nos están ayudando a entender y a transformar casi todos los aspectos de la realidad
humana. Aplicadas al conocimiento del ser humano, estas ciencias nos muestran un ser creado por Dios
a través de una historia milenaria, y por medio de intrincados procesos de complejidad evolutiva. El ser
humano se ha hecho, de la mano de Dios, en un lento ascenso desde profundos condicionamientos
cosmológicos, biológicos, culturales y sociales, hasta la conciencia de sí, sus dimensiones espirituales
de libertad, autonomía, responsabilidad y libertad.
Al término de este largo proceso, hoy nos queda fácil vernos como seres conscientes, libres, dotados de
una dimensión espiritual otorgada por Dios, capaces de altas responsabilidades morales y sociales.
Descubrimos un ser Creador y nos sentimos llamados a la trascendencia en una vida eterna después de
esta vida. Las exigencias de perfección ética o moral nos parecen normales, naturales, exigibles a todos
sin más.
Pero entender al ser humano solo en su punto de llegada, olvidando su proceso evolutivo desde sus
orígenes podría eventualmente llevarnos a no entenderlo en absoluto.
La teología, fiel a la revelación bíblica, constata otra realidad misteriosa, solo abordable desde la fe: la
realidad del pecado, que condiciona profundamente la libertad humana y entorpece el desarrollo moral
en el ejercicio de la libertad y en las relaciones del ser humano consigo mismo, con los demás, con
Dios y con la creación. (Cfr. Gén 3; Rom 7)
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2. La revelación de Dios, un camino y un proceso
En los albores de la madurez de la conciencia humana, Dios inició un
proceso de revelación de sí mismo y de su proyecto con la creación. La
revelación de Dios se hace en la dinámica de la historia. Dios se revela
progresivamente. No se revela de una vez por todas y con toda claridad o evidencia. Dios
respeta el proceso humano de conocimiento. Permite que el ser humano lo busque por sus propios
medios naturales (cfr. Rom 1,18-21). Y cuando la búsqueda ya va en camino, inicia él mismo su
revelación plena.
El hombre busca a Dios
El hombre va descubriendo a Dios desde su contacto con la naturaleza creada y en una permanente
interacción con Él en la historia. El ser humano inicia entre tanteos, la búsqueda de Dios.
- Lo expresa en ritos funerarios en los que intuye la existencia de un más allá (vestigios de estos ritos
están casi siempre presentes en los restos arqueológicos);
- intuye borrosamente la existencia de un algo o alguien trascendente, como proyección de su misma
autoconciencia en cosas y objetos a los que atribuye poderes especiales como si fueran dioses
(animismo);
- pasa por el establecimiento de muchos dioses pendientes de cada fenómeno o aspecto de la realidad
(politeísmo);
- o bien, considera que la realidad toda es divina (panteísmo);
- o aplica rigurosamente la razón a aquello que va más allá de lo físico –metafísica– y va descubriendo
un solo ser origen de los entes: motor inmóvil, causa incausada (monoteísmo filosófico racional);
- o, ilusionado con ciertas explicaciones de la ciencia, llega a la conclusión de que la realidad se explica
sola y por medios de leyes naturales. Dios no existe y lo más racional es prescindir de Él (ateísmo);
- o bien, ante la incertidumbre, propone que el problema de Dios es indiferente: puede existir o no existir,
pero ese dato -que exista o no- es irrelevante, no interesa para la marcha del mundo o de la historia
(agnosticismo moderno).
Hasta aquí la búsqueda humana de Dios.
Dios se manifiesta al hombre
Entonces, Dios decide revelarse a sí mismo irrumpiendo vitalmente en la historia de un pueblo (Israel)
que lo reconoce primero como especial y único para ellos, entre muchos otros dioses (enoteísmo: uno
entre muchos, pero no el único, cfr. Sal 134,5: “grande es Yahvé, nuestro Señor, más que todos los
dioses”).
Posteriormente el pueblo de Israel lo descubre, ayudado por la revelación, como el verdadero “único”,
porque no hay ninguno más (Karl Rhaner lo llama monoteísmo existencial) (Cfr. Dt 6,4: Escucha, Israel,
el Señor tu Dios es uno solo…).
Y, finalmente, acontece la encarnación del Verbo. Dios se hace humano en Jesucristo y revela el misterio
íntimo de su ser (Cfr. Jn 1,14): Él es el Padre de Jesucristo, su Hijo. Y a los dos los une el amor que es el
Espíritu Santo. Dios se revela a Sí mismo como misterio de amor y de comunión de personas. Y en la
revelación del misterio de Dios, Jesucristo revela el misterio del ser humano, hecho a imagen de
Dios, para una vida en comunión.
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“Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas
maneras por los profetas. Ahora, en esta etapa final
nos ha hablado por el
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Hijo (Hebr 1,1-2). Pues envió a su Hijo, la Palabra
eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres
y les contara la intimidad de Dios (cf. Jn 1, 1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne,
"hombre enviado a los hombres" habla las palabras de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la
salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5,36; 17,4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf.
Jn 14,9); El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo
con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación
y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del
pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna.
La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Tim 6,14; Tit 2,13).” (Dei Verbum,
4)
Los estudios bíblicos han revolucionado completamente la comprensión de la revelación de Dios y de
su modo de interactuar con el género humano. Así se expresa la Constitución del Concilio Vaticano II,
Dei Verbum:
“Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, por lo tanto, el intérprete de la
Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían
decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras.
Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la
verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o
poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según
su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo
que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar
que se usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían emplear en la
conversación ordinaria.
La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita: por tanto, para descubrir el
verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura,
la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe.” (Dei Verbum 12)
“Dios, creando y conservando el Universo por su Palabra (cf. Jn 1,3), ofrece a los hombres en la creación un
testimonio perenne de sí mismo (cf. Rom 1,19-20); queriendo además abrir el camino de la salvación
sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres. Después de su caída, los levantó a la
esperanza de la salvación (cf. Gén 3,15), con la promesa de la redención; después cuidó continuamente del
género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas
obras (cf. Rom 2, 6-7). Al llegar el momento, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gén
12, 2-3). Después de la edad de los patriarcas, instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los profetas, para
que lo reconociera a Él como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez; y para que esperara
al Salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio.” (Dei
Verbum 3)
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3. Actitud pastoral madura y actitud pastoral ingenua
La actitud pastoral madura es mirar al ser humano como un ser en
camino, en progreso, como un ser en crecimiento.
La actitud pastoral ingenua e
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inadecuada es considerar y tratar al ser humano como
si ya estuviera hecho del todo; juzgar sus actitudes, sus criterios
éticos o morales, sus procesos, como si fuera un ser estático y rígido al que hay
que aplicar principios universales y normas fijas e inmutables como a un ser definido de
antemano y desde el comienzo; y no como a un ser en crecimiento que va definiendo su
conciencia, su libertad y sus criterios morales desde su propia historia evolutiva, desde las
realidades físicas, biológicas y culturales que lo determinan y desde una misteriosa realidad de pecado
que lo condiciona. El Papa Francisco nos lo recuerda:
“…sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas
posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el
confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a
hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios
que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos
debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona,
más allá de sus defectos y caídas.”(La alegría del Evangelio, 44)
“Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. Procura
siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al
bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible. Un corazón misionero sabe de esos límites
y se hace «débil con los débiles […] todo para todos» (1 Co 9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus
seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión
del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible,
aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino.”(La alegría del Evangelio, 45)
“La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias
humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso,
dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se
quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas
para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.” (La alegría del Evangelio, 46)
“La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre... Todos pueden participar de alguna manera en
la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían
cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el
Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los
perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen
consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos
comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la
casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.” (La alegría del Evangelio, 47)
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II. DE LA INFANCIA A LA MADUREZ: DESDE
ISRAEL HASTA EL SANTUARIO
1. Israel
2. Jesucristo
3. La Iglesia
4. El Santuario
5. Que los “doctos” y “maduros” se hagan niños
1. Israel: de camino hacia la madurez de la alianza
Dios se revela en la historia, que es una historia de salvación. Obrando con paciente pedagogía, se
adapta a los estados de crecimiento de su pueblo escogido y se va manifestando progresivamente y por
etapas.
Promesa, Éxodo y Pascua
El pueblo de Israel, pueblo de la promesa, nace por pura iniciativa divina (cfr. Gén 12,1ss; 17,2). Dios
los forma prácticamente de la nada. A una pareja anciana y estéril (Abraham y Sara) le regala el hijo de la
promesa (Isaac) (cfr. Gén 18,9-15; 21,1-8). Escoge a Jacob (heredero por gracia), en vez de Esaú,
(heredero legal) (cfr. Gén 25,19-34; 27,1ss; 28,3ss) para formar con sus doce hijos (nacidos de cuatro
mujeres, dos libres y dos esclavas) un grupo humano significativo. Los mueve misteriosamente a Egipto
(cfr. Gén 37) donde forman un pueblo numeroso. De su situación de esclavitud y dura servidumbre los
lleva a la libertad (cfr. Éx 1,8-22). Israel vive su infancia en total dependencia de Dios. Un grupo de
esclavos oprimidos es tomado por Dios para formar un pueblo y manifestar en su gloria y revelar en él
sus designios de amor para todas las naciones.
Israel se aferra a Dios porque lo necesita. Y Dios se manifiesta como el que está presente para ayudar en
las necesidades. Desde su carencia radical y pobreza extrema, Israel busca en Dios apoyo y ayuda; es un
pueblo pobre y marginal, necesita un Dios que se manifieste en su pobreza y sus carencias, como Dios
liberador (cfr. Éx 3). La salida de Egipto y el paso del Mar Rojo constituyen el hecho central del amor de
Dios que salva y libera a un pueblo inerme. Esta “Pascua” quedará para siempre en la memoria de Israel.
Y será la prefiguración de la Nueva y definitiva Pascua: la liberación de la más radical esclavitud
humana, el pecado. (Éx 13,17-15,20)
La Alianza
Pero Dios va más lejos. No quiere que lo busquen sólo porque les ayuda. Quiere que su pueblo se
comprometa con Él en un pacto de amor y de fidelidad. Los llama a vivir en la ALIANZA y a participar
de su amistad. No basta un amor interesado Se requiere un amor generoso. No basta que el pueblo
reciba; debe comprometerse y entregar a Dios su fidelidad, viviendo lejos de los ídolos y llevando una
vida animada por la fraternidad y la justicia.
A este propósito, Dios instituye el decálogo, como marco principal de referencia para su respuesta (cfr.
Éx 19 y 20). Tiene que dejar de ser un pueblo sumiso, inmaduro, niño, para llegar a ser una comunidad
madura, que responde, que bendice, que da gracias, que alaba y que se comunica con Él en una relación
de amistad.
La búsqueda de la madurez está llena de avances y retrocesos. Es mezcla de fidelidad y de
infidelidad. Israel promete bajo juramento vivir la alianza, pero pronto recae en la
idolatría. Dios amenaza con rechazarlo y propone a Moisés constituir un nuevo
pueblo, pero Moisés se interpone e intercede. Dios los perdona y los
llama otra vez a retomar el camino (cfr. Éx 32,1-24)
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Entre la infidelidad y la fidelidad: conversión
permanente (libro de los Jueces)
El libro de Los Jueces fue redactado sobre un esquema fijo: la infidelidad que
lleva a la ruina; la bondad de Dios que tiene compasión y les suscita un juez; la
comunidad que vuelve a la fidelidad; y la bendición de Dios que retorna en el triunfo y la
prosperidad.
Una y otra vez se repite el ir y venir entre la infidelidad, el arrepentimiento y la nueva fidelidad. La
marcha de Israel es progresiva, se da entre avances y retrocesos, entre pecado y conversión.
Los Profetas
La palabra profética es parte de la pedagogía de Dios para llevar al pueblo a la madurez de su respuesta
consciente y libre. Hasta la amenaza del castigo es parte de la pedagogía del crecimiento. Como con
niños que todavía no han desarrollado su consciencia y su responsabilidad, Dios tiene que acudir al
castigo y a la amenaza, pero siempre en plan amoroso y pedagógico. La corrección de Dios es expresión
de su amor (cfr. Is 1,1ss).
La palabra profética llama a abandonar la idolatría y a vivir en la justicia fraterna. Fidelidad a Dios y
justicia fraterna son dos elementos de madurez. Cuando el pueblo se aparta de Dios, se vuelve infantil e
inmaduro y cae en graves desigualdades e injusticias. Y cuando es llamado a una nueva alianza en
fidelidad, el pueblo crece en madurez. Dios es paciente, perdona y vuelve a confiar. Perdona y da la
gracia para renovarse. Y promete una alianza nueva, fruto de la acción de su Espíritu, más que del
esfuerzo humano que se muestra insuficiente para asegurar la perseverancia en el cumplimiento de la
alianza (cfr. Ez 36,26 ss; Jer 31, 34-36).
El exilio
Para purificar a Israel y llevarlo a la madurez, Dios lo conduce través de renuncias cada vez mayores. En
el sufrimiento del exilio Dios purifica a sus elegidos. Es allí donde Israel vive el duelo, la renuncia a
todo: sus posesiones, su gloria, su territorio, sus instituciones. Ya puede así descubrir que la única razón
de su ser es “Otro”, es Yahvé. Un pueblo sufriente, completamente despojado de sí mismo, tiene que
poner su confianza sólo en Dios. Y sólo de este modo alcanza su madurez. La oración de Azarías, en
Daniel 3,26-41, expresa este sentimiento de total humildad y despojo ante el Señor.
El Resto de Israel
El concepto de “resto de Israel” apunta a un pueblo pequeño, pobre, humilde, que solo tiene a Dios por
rey. Es culmen de un largo proceso de maduración, desde la infancia, en la que sólo se busca a sí mismo y
busca a Dios solo por su propio beneficio, hasta la madurez de un pueblo cuyo único bien es Dios, y
llamado a ser servidor de los demás pueblos. Israel pasa a entender su existencia como una relación
dependiente y sencilla de Dios, de “Otro” a quien confía su ser y su futuro. Y finalmente llega a
comprenderse a sí mismo como una nación al servicio de todos los pueblos, de la humanidad entera.
(Cfr. Sof 3,11-13; Is 10,20-23)
Hay cinco notas que caracterizan a Israel en su camino hacia la madurez:
1- La iniciativa y el don de Dios, que lo elige gratuitamente y sin mérito alguno. Yahvé acompaña, libera
y manifiesta su amor gratuito a un grupo humano pobre que inicia con Dios su “infancia” espiritual.
2- La fidelidad al único y verdadero Dios, abandonando los ídolos: primera exigencia de la
alianza.
3- La vida en justicia fraterna: consecuencia inmediata de la alianza.
4- La apertura a todos los pueblos: el sentirse un resto pequeño y
humilde con una misión universal y una vocación
misionera: De la alianza
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particular con el pueblo a la alianza con la humanidad
entera. Esta nueva Alianza se sellará con Jesucristo de modo
definitivo, con su encarnación, vida, predicación, muerte, resurrección y con el
envío a proclamar el evangelio a todas las naciones (Mt 28,16-20).
5- La necesidad de una continua conversión -porque los ideales no son fáciles de alcanzar- y
la conciencia de que Dios, aunque exigente al máximo, nunca olvida su misericordia y su
compasión; espera pacientemente y ofrece nuevas oportunidades.
Estos cinco elementos marcan el camino de madurez del pueblo que peregrina al Santuario: 1) Aceptar
la invitación gratuita de un Dios que ama sin condición al pecador; 2) centrar la vida en Dios
abandonando los falsos ídolos, renunciando al pecado; 3) comprometerse en una vida de compromiso
con la fraternidad y de justicia; 4) sentirse llamados a dar testimonio de la fe; 5) tomar conciencia de que
nadie está “convertido del todo” y que hay que hacer un esfuerzo por perseverar, confiados en que Dios
es misericordioso y no se cansa de perdonarnos y aceptarnos, aunque caigamos, con tal que volvamos a
Él de todo corazón.
En síntesis, realizar el proyecto propuesto por el documento de Aparecida para un cristianismo maduro:
Suscitar y formar hacer discípulos misioneros (Cfr. Aparecida 41, 101,103, 110, 131, 144, 146,
147,152, 163-167). Discípulos, llamados por el don gratuito de la liberalidad de Dios; discípulos por el
seguimiento maduro de Cristo, centro de la vida; discípulos por la integración en las comunidades de la
Iglesia, para vivir la caridad fraterna; discípulos llamados a testificar al Señor con la vida y a palabra;
discípulos llamados a perseverar en actitud de continua conversión.
2. Jesucristo y la madurez de la fe: de los milagros al discipulado y del discipulado a la misión
Los milagros y la buena noticia: el reino es don y gracia
Jesús inicia la proclamación del reino como una noticia gozosa (evangelio): El reino de Dios está cerca,
conviértanse y crean la buena noticia (cfr. Mc 1,14-15). Los inicios de la predicación del reino están
marcados por el camino de la infancia del pueblo de Dios. La gente busca a Jesús por los milagros que
les hace (cfr. Jn 6,26-36). Y Jesús no desprecia esta búsqueda. Parte de ella. Hace milagros, expulsa
demonios, bendice. “Curaba a todos”, señala el evangelio (cfr. Lc 6,17-19; Mc 3,7-12; Mt 4, 24-25). A
Jesús lo buscan porque hace milagros, porque ayuda, porque soluciona necesidades. La primera
motivación es interesada, infantil. La fe en Él es aún inmadura: no lo siguen para entregarse a un
compromiso sino para que les resuelva problemas.
Las exigencias y la cruz. El reino de Dios es respuesta
Después, Jesús comienza una nueva etapa de proclamación de las exigencias del Reino de Dios, porque
sabe que el ser humano no puede permanecer niño ni puede seguir dependiente. Debe madurar. Por eso,
Jesús llama al amor generoso; a que no lo busquen porque da pan, sino porque quieren comprometerse
en la construcción del reino (cfr. Jn 6,26); a que no lleguen a Él como niños buscando solucionar
problemas, sino dispuestos a ofrecer el don de la propia vida para construir el reino. El que se busca a sí
mismo se pierde. El que se entrega se gana (cfr. Mt 16,24-28). No han de buscar los mejores puestos,
sino el servicio (cfr. Mc 9,37 ss), como el Hijo del Hombre que no vino a ser servido, sino a entregar su
vida en rescate por muchos (cfr. Mt 20, 24-28). Jesucristo mismo da el ejemplo, lavando los pies a
los discípulos (cfr. Jn 13, 1-20).
El anuncio de la misericordia y la preferencia por los pecadores y los pobres
La misericordia, el perdón, la acogida de los pequeños son rasgos
centrales en la vida y mensaje de Jesús. Son la razón
de su vida y el motivo de
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su muerte. Ha venido a buscar a los pecadores,
humildes y pobres; y ellos tienen su preferencia. Hay más alegría en
el cielo por un pecador que se convierte, que por 99 justos que no necesitan
conversión (cfr. Lc 15,7); no son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos.
Ha venido a buscar a los pecadores y no a los justos (cfr. Lc 5,29). Jesús compuso las
parábolas del hijo pródigo, de la oveja y de la dracma perdida… ante la crítica que le hacían los
fariseos y escribas: “acoge a los pecadores y come con ellos” (cfr. Lc 15,1-3). Jesús justifica a una
pecadora, frente al fariseo Simón (cfr. Lc 6,36-50) y defiende la mujer adúltera de sus acusadores (cfr. Jn
8,11). Un pecador, a última hora, recibe el perdón y se convierte en el primer redimido (Lc 23,43). La
gloria de la resurrección es manifestada por primera vez a una mujer de la que había sacado siete
demonios (cfr. Lc 8,2; Jn 20,11). Dios obra con paciencia y deja crecer el trigo junto a la cizaña (cfr. Mt
13,24-30). Espera pacientemente el fruto del corazón humano, como un labrador paciente (cfr. Mc 4,2629).
La “crisis galilea” y la formación de discípulos
Los expertos en Cristología nos hablan de la “crisis galilea” en la vida de Jesús: El ministerio de la
primera etapa de la predicación en la región de Galilea, acompañado de muchos milagros, termina en
una multitud que solo lo busca porque les da pan. A Jesús lo buscan para hacerlo rey y porque les ha
multiplicado el pan. Pero Él quiere que “trabajen por otro pan, que no perece”. Cuando pide una
respuesta comprometida lo abandonan. Sólo los discípulos se atreven a seguirlo, aunque todavía en la
incertidumbre (cfr. Jn 6, 60-71).
Del ministerio de los milagros y la predicación a las masas, Jesús pasa al de la formación de discípulos:
Se dedica a educar unos discípulos ambiciosos, rivales, orgullosos, que querían un reino político, de
armas, honores y gloria. Les insiste en que su reino es de servicio, de entrega y renuncia. Con paciencia
procura corregir sus tendencias egoístas y les desvela el misterio de un reino de humildad y pobreza. Su
camino es estrecho, de contradicción y de cruz. Para seguirlo debe asegurarles la presencia del Padre y el
don del Espíritu que les ayudarán llevar adelante su proyecto (cfr. Mt 16,24-27).
El envío misionero
Durante su vida terrena, Jesús propone ejercicios de misión. Los envía de dos en dos. El grupo de los 12
se amplía a 72 discípulos enviados con poder a proclamar el reino, y a sanar enfermos y expulsar
demonios (cfr. Lc 10,1-20).
Pero es sólo después de la pasión y muerte de Cristo cuando los discípulos despiertan, por gracia del
Señor Resucitado, a la plena madurez apostólica. Él les envía el Espíritu Santo y los manda a proclamar
el reino hasta los confines del mundo (cfr. Jn 20,19-23; Mt 28, 16-20).
Hay en el evangelio un camino creciente hacia la madurez: llamada gratuita, dependencia de los
milagros, seguimiento y discipulado, el escándalo de la cruz, la experiencia de la resurrección y por
último el envío misionero a los confines del mundo.
3. Hacia la madurez de la fe en la iglesia: del kerigma al catecumenado
Jesús ha resucitado: la gran noticia (Kerigma)
También la Iglesia inicia su camino desde la infancia espiritual. Comienza proclamando la gran
noticia de la Resurrección del Señor. La predicación apostólica suscita la conversión
espontánea ante los hechos milagrosos de los apóstoles. Muchos se acercan a la
Iglesia, estupefactos por los milagros que los apóstoles realizan. En
un solo día se bautizan hasta 3 mil personas (cfr.
Hech 2,14-41).
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SEÑOR DE LOS MILAGROS
COMISIÓN TEOLÓGICA-PASTORAL DEL SANTUARIO DE BUGA
El catecumenado: la comunidad del reino
Pero esta iglesia que nace del amor inicial del Señor que la regala con
milagros y dones especiales, poco a poco debe pasar a la Iglesia del
catecumenado, de la escucha de la palabra (discipulado), de la maduración de la fe
(vida moral nueva en fraternidad), del compromiso misionero generoso (dinamismo
apostólico) y del testimonio del martirio (hasta dar la vida), culmen de la madurez cristiana (cfr.
Hech 2,42-47; 4,32-35).
Pablo da a la Iglesia un título de madurez: “esposa del cordero” (cfr. Ef 5, 25-31), porque ahora debe
hacer la ofrenda total de sí misma a Cristo. Sus miembros deben renunciar a los bienes propios para vivir
en comunidad, en torno a la palabra y a la fracción del pan. Es la comunidad creyente que ofrece su
sangre en el martirio como semilla de nuevos cristianos. Lucas nos ofrece dos sumarios con las
características y el modo de vida de la comunidad que ha madurado en la fe por la vivencia del Evangelio
(cfr. Hech 2,42-47; 4,32-35). La comunidad manifiesta su madurez porque comparte en la caridad, se
ofrenda en el martirio y se proyecta en el dinamismo misionero.
Hacia la estatura del hombre perfecto, a imagen de Cristo: la enseñanza de San Pablo
Pablo, sin embargo, da constancia de crisis al interior de la Iglesia y de las inmadureces y pecados de los
miembros de la comunidad. Tiene que llamar la atención a los corintios por fallas muy graves (cfr. 1 Cor
5 y 6), tiene que reprender a los “insensatos gálatas” que han vuelto a la ley y no quieren radicar su
salvación en la experiencia de Jesucristo (cfr. Gál 3,1-5). Debe corregir a los tesalonicenses por la
negligencia en el trabajo (cfr. 2 Tes 3,10).
Pablo propondrá a sus discípulos un proceso de madurez y crecimiento en la fe (cfr. 1 Cor 3,1-4). Se
referirá al hombre que antes obraba como niño y apetecía las cosas del niño (cfr. 1 Cor 13,10-12), pero
que ahora crece haciéndose adulto en la fe. Retará a los efesios a ir tras la estatura del hombre perfecto
que se identifica con Cristo en la autodonación (cfr. Ef 4,11-16). Los niños que se nutren de leche
espiritual deben pasar al alimento sólido, como personas maduras en Cristo; y el ser humano, aunque
limitado y pecador, crece en confianza y fortaleza porque en su debilidad se manifiesta mejor el poder de
Cristo (cfr. 2 Cor 12, 10).
Pablo nos advierte, además, sobre la débil condición del ser humano movido por los impulsos de la carne
y sometido al rigor de la ley, única que puede moderar el egoísmo cuando no está presente la libertad
interior guiada por el Espíritu Santo (cfr. Romanos 7 y 8 y Gálatas 5,16-26).
4. Servicio del Santuario al crecimiento y la maduración de la fe
Impresionante ejemplo de madurez cristiana
La historia del Señor de los Milagros, según leyenda de profundo sabor evangélico, se inicia con un
ejemplo de madurez humana y cristiana que impresiona. Se trata de una mujer nativa cuya vida clama
por Cristo, y por eso desea tener un crucifijo; generosa, con una caridad llevada al extremo, dona todos
sus ahorros para lograr la libertad de un preso. Es un acto enorme de madurez cristiana: su vida centrada
en Jesucristo se expresa en el compromiso de una fe madura, que no espera recibir sino entregar; y que
prefiere la libertad de un ser humano (imagen real de Cristo) a la posesión de una imagen.
Dios responde con amor inmenso a un acto de amor inmenso
Por parte de Dios hay una respuesta generosa que desencadena un evento misionero
importante: el don del Cristo Milagroso de las aguas. Es la manifestación
amorosa de Dios que bendice al pueblo sencillo, le concede
milagros, y hace del lugar un centro de irradiación
misionera, al
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SEÑOR DE LOS MILAGROS
COMISIÓN TEOLÓGICA-PASTORAL DEL SANTUARIO DE BUGA
estilo de la misión histórica de Jesús: Desde el
Santuario, Cristo continúa multiplicando los milagros (como en la
primera etapa de su proclamación del reino) e invita a los peregrinos a no
quedarse en el milagro, sino a avanzar hacia el compromiso con la comunidad, con la
Iglesia y con la misión. El lugar del encuentro fraternal y caritativo se convierte en el lugar de
la manifestación de la misericordia del Padre y en punto privilegiado para la evangelización de
miles de personas que, recibiendo la bondad primera de Dios, se comprometen luego a dar su respuesta
madura de entrega.
La fe madura de la indígena lavandera pone al peregrino en un camino de madurez
La madurez cristiana de la indígena, su “cristocentrismo” y su generosidad con el hermano
desencadenan un fenómeno misionero que inicia, acompaña y ayuda a crecer la fe.
Los peregrinos se acercan como niños en la fe, movidos por la necesidad y deseosos de encontrar a Dios
para que dé respuesta a sus necesidades; son como los pequeños que claman a sus padres por el pan y
saben que sólo de ellos depende su subsistencia.
En el Santuario los peregrinos se sienten atraídos por el milagro y por el don. Pero aquí se les presenta un
desafío: La llamada a la perfección cristiana, a trascender la infancia espiritual del que sólo recibe, para
llegar a la madurez de aquel que también se ofrece. El envío misionero que el Señor hace a aquel que
viene a pedir gracias, pero que en el momento de partir del Santuario – movido por el mensaje
evangelizador recibido- exclama: Señor, ¿qué quieres que haga?
El Santuario, lugar del desafío cristiano: “Sean perfectos como Dios es perfecto”
El Santuario es lugar de la llamada a la madurez y a la vocación cristiana. El Santuario es un lugar de
desafío. El que llega al Santuario debe sentirse acogido con ternura y misericordia… y relanzado a
emprender un camino nuevo. El peregrino es recibido con amor, tratado con cariño, sanado en
profundidad, restablecido en la dignidad y restaurado en sus fuerzas. Sólo así se hace capaz de asumir el
desafío dirigido a los adultos y maduros: ¡hay más alegría en dar que en recibir!
Se dice que la Iglesia es madre y maestra. Como madre, acoge al niño y lo ayuda a crecer. Como maestra,
le muestra los ideales sublimes de la verdad a la que debe ajustarse y las exigencias últimas que implica
el crecimiento en el reino. Como madre aplica una profunda benignidad al niño que crece y que necesita
la ternura, la comprensión, el perdón permanente y la tolerancia. Como maestra muestra los horizontes
supremos de las exigencias de Cristo, la entrega hasta dar la vida.
La dimensión misionera, cumbre de la madurez cristiana
La ruta de la madurez cristiana plena no termina solamente en la vida nueva dentro de una comunidad
cristiana parroquial. Debe incluir la llamada y la vocación misionera. Es tarea del Santuario ayudar a que
el cristiano renovado en Cristo se sienta apóstol, responsable por la comunicación de la fe. El Santuario,
si quiere ayudar bien a la maduración de la fe, debe despedir a sus peregrinos con la convicción de ser
discípulos misioneros.
5. La sabiduría de Dios revelada a los pequeños: que los “doctos” y “maduros” se hagan niños. La
“conversión de los buenos”.
El Santuario es un lugar de conversión de los que a sí mismos se consideran “maduros en la fe”.
Es el sitio para recordar que Dios ha escondido los misterios del reino a los sabios y los
quiere revelar a los pequeños. Todo aquel que se considera maduro en la fe
–porque la ha estudiado metódicamente, la ha profundizado en un
grupo o movimiento o en cursos especiales de
evangelización–
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COMISIÓN TEOLÓGICA-PASTORAL DEL SANTUARIO DE BUGA
tiene una llamada de Dios a hacerse pequeño: ese niño
que clama y pide por sus necesidades y que expresa su fe no solo como
una convicción intelectual-racional, sino también como una experiencia
sensible, bajo los signos externos que dan expresión a la fe: la luz, el aceite, el agua, el
abrazo, la imagen el canto, la danza o el ritmo.
El Santuario es lugar para “des-intelectualizar la fe” y hacerla vivencial, sensible y existencial. El
ejemplo de San Alfonso María de Liguori nos ilumina. Mirémoslo en un simpático hecho de su vida:
“… Hay en Pagani una estatua milagrosa a la que llaman la Virgen o Señora de las Gallinas. Se la lleva en
procesión en la Octava de Pascua y el último domingo de Julio. Cuando las almas le ofrecen, piadosas, las
gallinas, estas quedan inmóviles a los pies de la estatua. Cuando se llevaba en procesión esta estatua por la
ciudad, el clero, que conocía la devoción de Alfonso por María, no dejaba de llevarla a la Iglesia de su
Congregación. Mientras pudo bajar a la Iglesia, él mismo le ofrecía dos hermosas gallinas, y dejaba la misma
comida por presentarle este homenaje. (Vill, III, L. IV, P. 224) (Citado en Gerardo Ma. DUQUE, Alfonso, espíritu
y mensaje, Imprenta Mexicana, México, 1975, pg. 209).
Por ese tiempo, San Alfonso era el gran científico e investigador de la moral. El sabio se hace niño y vive
la experiencia de Dios en los signos de los pequeños, en la imagen de la Virgen, en peregrinar hacia ella
con la ofrenda de dos gallinas en sus manos.
El Santuario no sólo es lugar de llegada de los humildes y pequeños, de los niños en la fe, de los que se
sienten frágiles en medio de sus necesidades. Es el lugar a donde peregrinan los sabios y los santos, los
que van adelante en un camino de comprensión, de vivencia más profunda y radical de la fe, para
conseguir la sabiduría divina que sólo se manifiesta a los sencillos.
Muchos Santuarios nacionales y regionales han tenido la experiencia de recibir peregrinaciones de todo
el clero de una diócesis. El Santuario del Señor de los Milagros recibió hace algunos años una gran
peregrinación de todos los obispos de Colombia ante la imagen del Milagroso, para expresar con
sencillez su fe, para vivirla con la simplicidad de los niños y para abrirse al Señor en la actitud de infancia
espiritual por medio de signos sensibles.
Porque la fe es madura no solamente por ser intelectual y racional, o por distanciarse –al estilo de los
fariseos en tiempos de Jesús– de la multitud de los “imperfectos”. Una fe madura se expresa vitalmente
en la ternura, la sencillez de los niños, la vinculación a los signos sensibles, corporales, auditivos,
visuales, táctiles, olfativos, rítmicos, procesionales, comunitarios o colectivos.
Acertadamente el Papa Francisco, iluminado por la reflexión de los obispos en el documento de
Aparecida, descubre los profundos valores evangélicos de la que él llama “espiritualidad popular”.
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“En el Documento de Aparecida se describen las riquezas que el Espíritu Santo despliega en la piedad popular
con su iniciativa gratuita. En ese amado continente, donde gran cantidad de cristianos expresan su fe a través de
la piedad popular, los Obispos la llaman también «espiritualidad popular» o «mística popular» (DA 262). Se
trata de una verdadera «espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos» (DA 263). No está vacía de
contenidos, sino que los descubre y expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón
instrumental, y en el acto de fe se acentúa más el credere in Deum que el credere Deum. Es
«una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una
forma de ser misioneros» (DA 264); conlleva la gracia de la
misionariedad, del salir de sí y del peregrinar: «El
caminar
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juntos hacia los Santuarios y el participar en otras
manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o
invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador» (DA 264). ¡No coartemos
ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!” (La alegría del Evangelio, 124).
“Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar
sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en
la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del
lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en
tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María,
o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado. Quien ama al santo Pueblo fiel de Dios no puede
ver estas acciones sólo como una búsqueda natural de la divinidad. Son la manifestación de una vida teologal
animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5).” (La
alegría del Evangelio, 125).
“En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente
evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos
llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca
acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un
lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva
evangelización.” (La alegría del Evangelio, 126)
Conclusión
El cosmos es, fuera de toda duda, una creación dinámica de Dios. La historia humana, la cultura y la
civilización son, con toda certeza, un milenario proceso de crecimiento y de avance guiados por el Dios
de la Promesa. La persona humana es un ser en crecimiento, desde la primera célula completa que
comienza a dividirse, hasta la entrada en la vida eterna de un ser consciente y libre, abierto a Dios y
heredero de la filiación divina en comunión con todos los hermanos de humanidad.
Toda tarea pastoral es atención amorosa a este proceso de crecimiento. No trabajamos para -ni conseres perfectos, sino con seres humanos en camino, en proceso de maduración. En este empeño nos
encontramos con muchos obstáculos, unos provenientes de la naturaleza humana en crecimiento, otros
del condicionamiento del pecado. Pero trabajamos con la paciencia y la alegría de una buena madre.
Proponemos los ideales del reino y los exigimos con mucho amor, como los verdaderos parámetros del
crecimiento humano al que nunca renunciamos. Pero caminamos de la mano de los hermanos, débiles
también nosotros como ellos y necesitados de la paciencia y la misericordia.
Los pastores del Santuario rechazamos con la misma vehemencia de Jesús la actitud farisaica de
creernos superiores o perfectos. Con San Pablo sentimos que solo somos fuertes cuando somos débiles.
Por encima de todo, participamos de la exultante oración de bendición y acción de gracias de Jesús: “te
bendigo Padre, porque has revelado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los
pequeños”; y nos unimos a la fiesta de nuestro Padre Dios en el cielo: “hay más alegría en el cielo
por un solo pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan conversión”.
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