Tiempos pasados, tiempos de sátira. La genialidad en clave crítica

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Tiempos pasados, tiempos de sátira. La genialidad en clave crítica
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
Últimamente, vuelven a posarse sobre los kioscos publicaciones periódicas, cuya esencia es el
género satírico. Esto no es casualidad, pues en los periodos históricos de convulsión social y política,
las plumas más ácidas han derramado ríos de tinta en forma de palabras e ilustraciones. Hoy os
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invito a desempolvar del recuerdo algunos casos.
El siglo de Oro español concedió una serie de ilustres espadachines de las letras, cuyos versos en
espiral, en ocasiones, hicieron más que daño a las grandes instituciones, además de describir a la
sociedad de su tiempo. Uno de ellos, seguramente el más conocido por dicha faceta, fue Francisco
de Quevedo. El ilustre enemigo del Conde Duque de Olivares, lanzó cuchilladas literarias a diestro y
siniestro. Quevedo marcará una reflexión sobre el papel que ya tenía en su época el concepto de
dinero y su impacto social. Recordamos un fragmento de una de las estrofas de su “Poderoso
Caballero es Don Dinero”:
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
En su mensaje, desdeña los títulos de nobleza, y ensalza el dinero como elemento regulador que
marca el estatus social. Quevedo es consciente, además, de que el ser humano es capaz de hacer
cualquier cosa para adquirir unos cuantos doblones de oro. Su poder en definitiva, está por encima
de la moralidad.
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
En aquellos momentos, la bancarrota era una realidad, reflejo de un sistema de favores que se
producía a lo largo de la extensa corte. Todo aquello se producía mientras el Imperio se desgajaba
por todos los flancos; ante lo que Felipe IV respondía:
Destierren luego a Estrada,
Llamen al Conde de Olivares Duque,
Case a su hija y vámonos al Pardo.
El poeta describe el carácter del monarca y su corte, imbuida en el ocio y despilfarro --como
comenté con anterioridad--, poniendo en la diana al Conde Duque de Olivares y su mal hacer al
frente del gobierno, algo que le costará a Francisco de Quevedo la prisión.
Si nada se le escapaba al autor, había un aspecto en el que hincaba con más fuerza los incisivos, la
sociedad con la que le tocó vivir. De tal modo, el orgullo de muchos era ser “Grandes de España”, no
obstante, en realidad, esos eran los menos, pero lo importante era aparentar:
Don Repollo y doña Berza,
de una sangre y de una casta,
si no caballeros pardos,
verdes fidalgos de España.
Si avanzamos algunos siglos, es de obligado cumplimiento mencionar al Duende Satírico, Mariano
José de Larra, otro genio que de forma ácida desvistió, sobre todo, la sociedad en la que vivía. A
pesar de su corta vida, eclipsada con el suicidio, Fígaro, supo dibujar el Madrid del siglo XIX y, sobre
todo sus gentes y formas de vida.
Dentro del elevado compendio de artículos, hoy me gustaría destacar su “En este país”. En pocas
líneas, Larra describe dentro del marco cotidiano, como sus contemporáneos utilizaban dicha
expresión para explicar la razón por la cual, nada funcionaba dentro del territorio. La cuestión es que
aquellos que lanzaban duras reprimendas, no prodigaban con un ejemplo de cambio. Claro ejemplo
de ello plasma el autor en su breve artículo, refiriendo un diálogo con su interlocutor, Don Periquito.
Desengáñese usted: en este país no se lee -prosiguió diciendo.
Y usted que de eso se queja, señor Don Periquito, usted, ¿qué lee? Le hubiera podido preguntar-.
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Todos nos quejamos de que no se lee, y ninguno leemos.
¿Lee usted los periódicos? – le pregunté, sin embargo.
No, señor; en este país no se sabe escribir periódicos. ¡Lea usted ese Diario de los Debates, ese
Times!
Es de advertir que Don Periquito no sabe francés ni inglés, y en cuanto a los periódicos, buenos o
malos, en fin, los hay, y muchos años no los ha habido.
Al final de su intervención, el autor deja sobre el papel, una ligera reflexión en la cual deja claro que
la crítica por la crítica sin aportar nada, bien es sabido que se queda en vacío y lo único que hace es
tirar piedras contra el tejado propio en vez de edificar otro tipo de sociedad y estructuras.
Borremos pues, de nuestro lenguaje la humillante expresión que no nombra a este país sino para
denigrarle: volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices. Si alguna vez miramos
adelante y nos comparamos con el extranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el
presente, y para rivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos: sólo en este sentido
opondremos nosotros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro.
Bien es sabido que el siglo XIX supuso la eclosión de la prensa --Larra es un ejemplo-- como soporte
principal del género satírico. A mí memoria vienen periódicos como Gil Blas y Fray Tinieblas, en el
que cabe destacar el componente gráfico, algo que no es nuevo y siempre se ha dado, pero no con
una incidencia de tanto calado. Además estas Ilustraciones aparecen en folletos y series de viñetas.
En el caso de este tipo de sátiras, atacaban principalmente las instituciones y aquellos que las
componían. Los hermanos Bécquer bajo el seudónimo de SEM realizaron un total de 89
acuarelas en una serie titulada: “Los Borbones en pelota”, ya pueden imaginarse sobre qué
versaba el asunto, tanto es así que hasta 1991 no fue editado. Isabel II, era la piedra angular del
serial. (Fig2)
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La sátira siempre estuvo presente, más en los tiempos de grandes contrastes, es cierto que el
género va cambiando al compás de los siglos, pero su esencia es la misma. En el siglo XIX su
afloramiento a través de la prensa, con la que obtiene una gran difusión, gracias a los espacios en
los que converge una buena parte de la ciudadanía, ya sean cafés, tabernas o las propias casas
particulares.
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