Esa extraña obsesión por la mezcla social

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Esa extraña obsesión por la mezcla social
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
Esa extraña obsesión por la mezcla social
Enviado por pabloelorduy el Mié, 12/16/2015 - 08:00
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Debates urbanos
Sección principal:
Global
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Se debate estos días en Madrid y Barcelona, dos de las llamadas ciudades del cambio, algunos
proyectos urbanísticos de gran envergadura. En Barcelona, cuestiones como el cubrimiento de la
Ronda de Dalt o la reforma de la Meridiana, y en Madrid las operaciones Campamento,
Mahou-Calderón o el polémico Edificio España. Son muchas las expectativas creadas en torno a
estos dos gobiernos municipales por lo que podría ser conveniente recordar algunas cuestiones que
siempre acompañan planes y propósitos como los señalados.
Decía un amigo que siempre que escuchemos, en relación con la planificación urbanística, hablar de
espacios públicos de calidad habría que echarse a temblar. Para éste, cuando desde las
promotoras y constructoras inmobiliarias, los estudios de arquitectura y urbanismo o las propias
administraciones publicas se hace especial énfasis en la presencia y bondad de este tipo de
espacios, en realidad a lo que estaríamos asistiendo sería al intento de presentar un enorme proceso
especulativo oculto tras un bonito envoltorio: el de tipo de un espacio que, si finalmente está
presente, sería de todo menos público.
Los espacios urbanos de libre acceso, aquellos que son la base y el fermento de la sociabilidad
urbana, y en los que basaremos nuestra definición de "espacio público", no suelen ser del agrado de
determinados arquitectos y urbanistas. Prueba de ello es que cuando presentan un proyecto en
forma de maqueta real o virtual, estos espacios suelen estar vacíos o casi vacíos, eliminando de ellos
aquello que precisamente le da su carácter público, la gente. En realidad esos espacios no están
pensados para que los paseantes, vecinos y vecinas jueguen, conversen, se relacionen o
simplemente descansen a la sombra de un árbol, sino para ser el sustrato sobre el que, con
posterioridad, se llevarán a cabo determinados procesos de privatización y/o explotación comercial.
En Barcelona tenemos un buen ejemplo de ello en la reforma que se llevó a cabo en torno al antiguo
Mercat del Born, hoy Born Centre Cultural. Las imágenes iniciales de este proyecto presentaban
un espacio diáfano, desprovisto de aquello que define por excelencia al espacio urbano: la vida. Y lo
mismo podría decirse de operaciones como las citadas de Mahou-Calderón o Campamento. La
explicación a este hecho es bien fácil. El capital inmobiliario no está pensando en las personas, sino
en la futura rentabilidad económica.
Algo parecido pasa cuando se habla de diversidad o mezcla social. El gran demonio de las
administraciones públicas es la aparición de lo que, desde determinadas instancias, se percibe y
define negativamente como “gueto”. De hecho, entre los argumentos usados por éstas para
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justificar la eliminación de sus programas de gobierno la construcción de vivienda social
encontramos, precisamente, el miedo a la generación de colectivos más o menos homogéneos que,
en un momento determinado, puedan movilizarse en demanda de mejoras, equipamientos o
infraestructuras.
El miedo al gueto está basado en el peligro que supone que un determinado grupo social pueda
tomar conciencia de sí mismo y convertirse, por tanto, en una amenaza
Ese miedo al gueto está basado en el peligro que supone que un determinado grupo social pueda
tomar conciencia de sí mismo y convertirse, por tanto, en una amenaza. La solución a esto pasa por
recetas urbanísticas que, presumiéndose urbanas, impulsen la diversificación social. Se supone que
la coincidencia espacial de grupos de distinto origen y clase llevaría mágicamente a una mejora de
los peor situados en una fantasmagórica pirámide social, aunque solo fuera por un efecto imitativo.
Y es que, en realidad, esta tendencia o manera de conceptualizar el gueto como una amenaza social
respondería a una deliberada necesidad y urgencia política de acabar con él. Pero la cuestión aquí
no es si las administraciones luchan contra de la segregación, la exclusión o la marginalidad, sino si
lo hacen contra toda posibilidad de cohesión y relación humana. Éstas, literalmente aterrorizadas
por el gueto en tanto que portador potencial de cohesión social, conciencia política y de clase,
tenderían a identificar a sus habitantes como una especie de agente patógeno capaz de alterar la
hipotética “estabilidad”, “integridad” y “pureza” del cuerpo social. No debe de sorprender que todo
plan urbanístico se proponga como su principal propósito evitar a toda costa la eventual
instauración de guetos, un objetivo para el que las administraciones acaban convirtiéndose en
principal aliado de empresas y promotoras inmobiliarias proponiendo y disponiendo de una serie de
actuaciones dirigidas a fomentar la denominada “mezcla”, “heterogeneidad” o “diversificación
social”.
Ejemplos de estas políticas las encontraríamos repetidas, en el ámbito catalán, en serie en barrios
de Sant Adrià del Besòs como La Mina o Bellvitge en L'Hospitalet de Llobregat. En el caso de Madrid,
en cambio, la modificación de la Ley del Suelo permite, además de desbloquear jugosas operaciones
urbanísticas como la de Chamartín, disminuir la cantidad de vivienda de tipo protegido. Esto no quita
para que, a veces, la diversidad se haga presente, aunque solo sea brevemente, el tiempo suficiente
para que las clases más desfavorecidas sean expulsadas de la zona intervenida debido, de hecho, a
la inoculación de esos grupos sociales con mayores rentas. Algo así como una gentrificación
homeopática donde el problema se resuelve extirpando a aquellos colectivos que amenazarían la
ansiada paz social necesaria para la continuidad de la circulación del capital. De ese modo, los ricos
no solo harían de ejemplo para los pobres, sino de verdadero escarmiento.
Efectivamente, lo que esas políticas de diversificación realmente persiguen y, en muchos casos,
obtienen es el asentamiento gradual y casi disimulado de clases medias o altas en determinadas
zonas de la ciudad que se pretenden domesticar socialmente y regenerar urbanística y
económicamente. Ni que decir tiene que dichas políticas nunca han sido aplicadas a barrios poblados
por habitantes con capacidades adquisitivas netamente superiores que aquellos etiquetados como
“barrios pobres” o “marginales”, y precisamente en pos de la diversidad socio-económica que
pretenden garantizar.
Sin embargo, si la idea es que las clases bajas tomen ejemplo de aquellas mejor situadas, nada
mejor que actuar de forma inversa, esto es, desplazar a las mismas a aquellos barrios con un
mejor y más elevado índice de renta. De esta manera mataríamos dos pájaros de un tiro urbanístico.
Por un lado, las clases más desfavorecidas tendrían a su disposición "el mejor de los ejemplos" a
seguir y, por otro, acabaríamos con los únicos y reales guetos que existen normalmente en nuestras
ciudades, los barrios de clase alta. Y todo esto antes de que, como decía Joan Subirats, acaben
representando una amenaza.
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Pie de foto:
El Vicente Calderón desaparecerá para dar paso al complejo Mahou-Calderón.
Temáticos:
urbanismo
gentrificación
Mahou-Calderón
Ronda de Dalt
Geográficos:
Chamartín
Madrid
Barcelona
Edición impresa:
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CC-by-SA
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Tipo Artículo:
Análisis
Autoría foto:
David Fernández
Info de la autoria:
Son miembros del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà (OACU).
Autoría:
José Mansilla
Giuseppe Aricó
Formato imagen portada:
sin foto
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