En Busca del Imperio Invisible

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EN BUSCA DEL IMPERIO
INVISIBLE
JORGE AHON
Prólogo
Algo le faltaba al relato de este libro. Me daba cuenta porque cierta incomodidad
interior intentaba decirme lo que faltaba... Y era dejar en palabras mi estima perdurable por
quienes me acompañaron en los momentos difíciles de gratuitas incomprensiones y
colaboraron conmigo cuando en reuniones periódicas llevamos a cabo la serie de ejercicios
con que quisimos demostrar lo expuesto en las experiencias de los personajes del libro.
Ellos son:
Carlos Croce, Estela L. de Croce y Flavia Croce.
Humberto Greco y Raquel de Greco.
Julio M. y Mercedes F.
Hilde Renner.
Jorge Montero y Alejandra Gouric de Montero.
No he de olvidarme de quienes integraron aquel otro grupo, los que me hicieron sentir
discípulo de una enseñanza compartida, obligado a separarme de ellos para escribir los
libros que están viendo la luz en estos momentos. Tengan, además, mi agradecimiento por
la cuota de comprensión que habrán expresado en la intimidad de sus almas.
Pero aún quedaba otra cosa. El recuerdo me obliga a hacer una mención especial en
relación con uno del grupo que ya no está en este plano terrenal. Digo mención especial
porque me confió la aventura que tuvo con cierto personaje que lo acompañó durante la
niñez —hasta los diez años según me contó—, sin que se diera cuenta de que ese personaje
era tan real como lo era su propia existencia corporal.
Estoy seguro de que a muchos, pero muchísimos seres humanos, por no decir a todos,
les debe haber ocurrido algo parecido, con la diferencia de que la mayoría lo guardó en su
interior como un hecho inexplicable, hasta que el olvido lo sepultó en lo más hondo del
alma.
Quizás de este olvido nos viene el vacío interior que aumenta a medida que crece la
influencia exterior.
Pues bien, mi buen confidente me preguntó cierto día si era posible hacer de nuestro
ser interno un personaje con el que nos pudiéramos entender, a quien pudiéramos consultar
y en quien pudiéramos confiar como si confiáramos en algo semejante a una presencia
divina. Le dije que ese era el significado del tan mentado despertar de la conciencia interna;
además, le hice notar que durante la niñez, a todos nos ha ocurrido vivir acompañados de un
doble espiritual, con quien hemos jugado y nos ha entretenido, viviendo en un verdadero
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mundo paralelo al de los mayores. Fue suficiente que le dijera lo expresado en el último
párrafo para que me confiara lo que luego me confesó.
Al comienzo se mostró avergonzado de tener que admitir lo que según la edad debe
pertenecer a una época de dudosa importancia, a una época que la costumbre nos hace decir
“son cosas de niños”, para justificar que lo vivido en la infancia no tiene ningún valor.
Con un tono de confidencia en la voz me dio a entender que sin saber cómo, sintió
que alguien lo acompañaba. Era un compañero o amiguito venido de su mundo, que no
supo cuándo se hizo visible, visible únicamente para sus ojos, porque nadie, excepto él lo
veía. Era una especie de gnomo, de enano, con rostro de persona mayor en un cuerpo de
criatura infantil. No se animó a decir que era como los ángeles porque su creencia se lo
impedía, aunque dijo que tenía un parecido semejante al de los ángeles pintados en cuadros
famosos, cuyos rostros muestran rasgos de seres adultos en cuerpos de niño.
Para entenderse con él, le puso el nombre Dedo... Lo bautizó así y con ese nombre lo
acompaño hasta la edad de diez años, sabiendo de antemano que a esa edad se iría.
—¿Por qué —me preguntó— tenía casi la seguridad de que llegaría el momento en
que Dedo se iría, me dejaría, como si fuera esa la manera natural de desaparecer de mi
lado? ¡Hasta supe el día y el instante!...¡Más bien lo presentí!...¡Y esto ocurrió en el jardín,
donde solíamos jugar!...¡A partir de ese día no lo vi más, dejo de estar conmigo, se fue sin
saber a dónde! ¡Hoy me pregunto, ¿dónde está Dedo?
La respuesta que le di me sirvió para sentirme afirmado en la creencia que intuía o
presentía. Al final fue un consuelo para los dos cuando le dije:
—¡Está en el imperio invisible de tu alma! Allí lo podrás encontrar, siempre que seas
capaz de sentir y vivir con la gracia inocente de un niño, con la misma gracia que tuviste
cuando jugabas con él. De allí donde está no lo puedes sacar, pero sí puedes ir a visitarlo.
¡Lo puedes visitar usando la puerta de entrada que te ofrece la meditación en tus horas de
comunión y de entonamiento!
Aún quiso saber más cuando me preguntó por qué se había ido.
—En realidad —le respondí—, no se ha ido. Se ha retirado a su único refugio porque
el mundo de afuera, el mundo nuestro de los mayores, lo ha condenado al destierro, al
encierro donde ahora se encuentra. Los mandamientos de nuestra cultura, o mejor dicho, las
leyes de nuestra costumbre han interrumpido la comunicación con el imperio invisible de
nuestro ser interno. El uso involuntario de la incredulidad nos aleja de la intimidad donde se
ha refugiado tu amigo Dedo...¡Menos mal que cada tanto nos llega el consuelo de algunos
personajes como el Principito, Juan Salvador Gaviota, Don Shimoda, Adán, etc., todos ellos
mensajeros del alma de sus autores! ¡Con tantos testimonios a la vista, no sé cuándo
comenzaremos a escuchar a nuestro humilde personaje interior!
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Capítulo 1
Señales de Orientación
Jotanoa era muy joven cuando la vida lo hizo vivir una aventura de su edad. Tal
aventura hubiera sido intranscendente si nada hubiera ocurrido como consecuencia de la
misma, pero según lo sucedido logró el valor de una respuesta, de una respuesta que tiene
que ver con la herencia que se trae en la intimidad de cada vida, en especial, de cada vida
humana. Aún no tenía él la noción del descubrimiento futuro de su ser interno, ni presentía
que hoy estarían narrando su existencia, común por un lado pero rica por el otro.
¿Cuantos años tenía? El no lo recuerda bien pero cree que estaba en los doce años,
edad indefinida si la tenemos que explicar en relación con el porvenir. Algo extraño y
secreto estaba sucediendo en la intimidad de su ser. Tal vez allí, al abrigo de la inocencia,
estaba el impulso, la ocurrencia, la decisión intuitiva, que le haría dar el paso necesario, el
rumbo incipiente, el rumbo que nunca se sabe dónde habrá de terminar.
Era primavera. Los brotes de los árboles asomaban en cualquier rama, en cualquier
tronco. El mismo suelo aparecía salpicado de puntos verdes. Cierto día, alguien del grupo,
del que formaba parte Jotanoa, tuvo la idea de ir a cazar pájaros.
A cazarlos con la temible honda. Con piedras en los bolsillos y la honda en la cintura
se dirigieron al lugar del sacrificio.
Había una larga hilera de moreras. La calle, una calle desierta de zona poblada de
trecho en trecho, era el sitio ideal porque nada ni nadie interrumpía el silencio de la siesta,
hora elegida según la costumbre del bandidaje infantil. A un costado crecía un cerco de
zarzaparrilla, adosado a un enrejado de negros barrotes. Los barrotes terminaban en puntas
de lanza. Las negras lanzas se alineaban peligrosamente. Nadie recuerda que alguien las
haya traspasado. Su aspecto era suficiente como para compararlas con la de los fortines, de
ahí que a ninguno se le ocurriera organizar un ataque o un asalto a la zona defendida por
semejantes lanzas. Entre el cerco y la fila de moreras se notaba un sendero ahuecado por el
paso de la gente.
Uno del grupo era mudo. En reemplazo de tal deficiencia se había desarrollado en él
a tal extremo la puntería o la habilidad de manejar la honda que no existía en todo el
barrio un cazador tan certero como él. También tenía otro defecto. Caminaba sobre el
talón del pie derecho, de modo tal que nunca se lo vio apoyar la punta del pie. Siempre se
lo conoció así, con el pie rígido, apuntando al cielo como lo hacía con su famosa honda.
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Se repartieron las moreras, bajo las cuales cada uno cumpliría con la hazaña de
quitarles la vida a los pájaros. A cargo de Jotanoa estuvieron las tres últimas y a
continuación, la del mejor tirador, el mudito.
No habían pasado aún los preparativos iniciales cuando el gran cazador obtuvo la
primera pieza. Gesticulaba como una cosa grotesca y ahogada y se golpeaba la muñeca,
expresando así la destreza de su puntería. Los que sabían hablar empleaban la palabra
"cañemo" para calificar la habilidad extraordinaria en el uso de las manos. Si otro, como el
caso del mudo, demostraba la excelente eficacia en bajar pájaros, se decía que "tenía
mucho cañemo".
No bien obtuvo la primer pieza cuando, casi al minuto, cayó herido otro pájaro. Era
el mudo o el cañemo del mudo. Sin mediar mucho tiempo se desplomó otro, luego otro y
así, sin detenerse abatía sucesivamente. Era increíble. Los demás tiraban sin acertar. Las
piedras silbaban, cortando el aire de la siesta. El mudo seguía con su hazaña de no errar
ningún hondazo.
Mientras tanto, Jotanoa, el jovencito de nuestra historia sentía la rabia del que no
consigue nada. La rabia le hizo afinar la puntería y sonó brutalmente la piedra en el cuerpo
de un pájaro. Fue un golpe sordo, como si el plumaje escondiera una caja hueca, muda
como el mudo cazador. Cayó a sus pies. La primer explosión de su suerte fue un grito de
alegría, pero cuando Jotanoa lo recogió y sintió en sus manos la tibieza del ave y su
asustado corazoncito que latía a toda marcha, algo extraño despertó en su pecho. A ninguno
de sus compañeros, por supuesto, le dijo nada, pero no pudo quedarse. Inventó un pretexto
y se alejó con el pájaro herido. El pobre no quería morir y prolongaba su agonía para
escarmiento de quien lo había cazado.
Cuando llegó a su casa, se refugió en el fondo, bajo las parras recién brotadas. Allí se
sentó con el arma en las rodillas, aturdido por un dolor que no comprendía. No podía
comprenderlo. Algo se despertaba y se dormía en la naturaleza de Jotanoa. Lo que
despertaba era el futuro, o más bien el futuro estaba ensayando su influencia al provocarle
el impulso de alejarse, alejándolo de sus compañeros para estar ahora sufriendo el
arrepentimiento de haber herido al animalito que a sus pies estaba dejando de vivir.
Después de esta reacción, venida de su ignorado mundo interior, se adueñó de él la
costumbre de acompañar a sus amigos en la alegría y en la furia de bajar pájaros para
después sentir lástima. Nadie conoció esta debilidad porque nadie sentía como él. Además,
hubiera sido desastroso que sus amigos lo supieran.
La ocultó, la disfrazó, la guardó como un defecto, la llevó consigo en su aniñado
arrepentimiento. De esta manera nacía en él una tendencia de su carácter, una expresión de
su reino interior que no podía mostrar a nadie porque estaba en juego la razón de ser héroe,
la razón de ser uno de los creadores de aventuras, de tantas aventuras, que lo eran por el
mandato de la impiedad.
Jotanoa siguió matando pájaros para luego pasar por la lástima de hacerlo, con la que
pagaba el sacrificio de cada inocente criatura alada. Con esta manera de ser se dividía en
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dos partes, en dos hemisferios. Representaba dos papeles. Para compartir la amistad de sus
compañeros estaba obligado a ser como ellos y matar como ellos. De no haber fingido
hubiera perdido el encanto de tantos juegos que la niñez y la juventud ofrecen.
Con el tiempo aprendió a usar la honda de una manera distinta, o sea que la usaba
para errar el tiro. Apuntaba con la honda para no matar. Lo hacía de modo tal que la piedra
no diera en el cuerpo del ave que tenía a su alcance. Así se ahorraba la pena del futuro.
A los pocos años no había progresado mucho. Continuó creciendo para entrar al
laberinto de los hombres, donde las ideas de los mayores no conducían a ninguna salida y
donde retozaban los personajes del ateísmo como exponentes del progreso. Del lado
opuesto, nadie despertaba para darse cuenta de que se perdían y se aislaban en sus posturas
tradicionales. No había dónde refugiarse. Según le decía su conciencia más profunda, le
resultaba difícil aceptar los encantos de religiones detenidas en el tiempo. Y peor aún,
detenidas en el pasado. Sumisión y aceptación incondicional ya no eran atractivos
suficientes para detener el avance de un razonamiento apoyado y alimentado por la ciencia.
Pero también la ciencia se agotaba en explicaciones que se estaban repitiendo. También
ella era desbordada por la experiencia de fenómenos psíquicos inexplicables. Entre estas
dos fuerzas que tiraban en direcciones que tendían a separarse, había que arriesgarse en la
búsqueda de la resultante. La resultante no era la continuación de ninguna de ellas, pero
daban nacimiento al solitario y autodidacto Jotanoa.
Mientras permaneció en desacuerdo con las dos tendencias era inevitable el rechazo a
lo establecido, sin que a nadie le importara responder y hacerse cargo de la incipiente
búsqueda. Las respuestas no llegaban, pues parecía normal que los mayores, que pasaron
por parecidos altibajos, no quisieran ofrecer la razón de sus experiencias, o tal vez, más
desorientados que nunca se unían a la corriente del mundo, dedicándose a la conquista del
dinero, que ante el mínimo desequilibrio tambaleaba su falsa seguridad.
Y se hizo ateo, no por convicción, sino por falta de aquello que le explicara la
conducta callada del corazón. Se hizo ateo, no por inclinación materialista sino por
ausencia de una comprensión que le explicara el comportamiento de los seres humanos,
porque el comportamiento de tales seres humanos parecía superior al poder de dios, o
mejor dicho, del dios de las religiones....
¡O el poder de dios estaba en todas partes para que cada ser humano tuviera acceso a
él sin intermediarios o sólo se encerraba en los templos, en las iglesias o pagodas, donde
agonizaba inevitablemente! ¡No hubo respuesta y si la hubo fue tan limitada por el dogma y
la superstición que no valía la pena hacerle caso!
El sarcasmo y la ironía se acostumbraron a los labios de Jotanoa, fomentando
argumentos que creyó curarían las dolencias de lo que estaba convirtiéndose en la
costumbre de no creer. Sin embargo y a pesar de todo, en el seno de su vida titilaba la
lucecita de algo, de algo que lo mantenía esperando. Aunque permitía la presencia de una
gran duda acerca de todo lo que lo rodeaba y lo afectaba, por aquella época abrigaba la
sensación intuitiva de que dios era el enigma oculto detrás de una simple explicación.
Presentía que no podía estar enredado en los hilos contradictorios de tantos argumentos
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filosóficos y religiosos. La sencillez de su existencia debía estar ahí, al alcance de la más
humilde emoción y del más inocente pensamiento.
Otros años más de vida y Jotanoa se hizo dueño de ciertos conceptos en relación con
la sociedad que hicieron tambalear algunos esquemas tradicionales. Aunque se lo veía
seguro en su aspecto exterior cuando comunicaba sus ideas, en su lastimado mundo íntimo
era lo contrario....
Y llegó el tiempo en que la vida le anunció la oportunidad de entrar en el ambiente
de las tentaciones nocturnas. Se abrió un panorama desconocido porque no imaginó la
facilidad con que los hombres realizaban tantas proezas durante la noche. S bien presentía
que en ese mundo no se encontraría nada que se acomodara a sus ambiciones, desesperadas
ya por conseguir la verdadera orientación, se dejó llevar hasta el límite de una ceguera que
escondía el maleficio de abandonar la existencia. Era el fantasma del suicidio, que le
permitió pasar por la experiencia de entender en profundidad y en altura el heroísmo por un
lado y la cobardía por el otro, de aquellos que hicieron de sus vidas el altar del
romanticismo, donde murieron por voluntad del desprecio a todo lo mantenido por la
tradición humana... No, no era el camino, no era la solución. Lo sabía porque aún seguía
alumbrando la lucecita en su interior, dándole a entender que el abismo del suicidio no era
la respuesta.
La dualidad de su naturaleza lo estaba beneficiando. Los componentes de la dualidad
eran sendas que aún no se juntaban. No en vano la espera tenía su razón cuando los
inconvenientes sólo eran demoras y más demoras, como dándole tiempo a comprender el
valor de los obstáculos.
Lo inesperado se presenta según el significado de esta palabra. Mientras los días de
aquella época se deslizaban sin novedad, casi con monotonía, Jotanoa pasó por una
experiencia inesperada por un lado pero esperada por la íntima presencia de aquella
lucecita.
Jotanoa venía de regreso a su casa por una calle solitaria a la hora del atardecer. El
sol brillaba esfumado detrás de rojizas nubes transparentes. La quietud del ocaso era blanda
y gentil. Como si la naturaleza quisiera borrar toda relación con los hombres, se mostraba
plena en sí misma. Una brisa cálida rozaba el contorno de enormes eucaliptos. El rumor era
parecido al de un aleteo delicado. Su rostro sentía la plenitud del roce de la brisa, mientras
allá en la serranía se doraba el día con tintes que lo acercaban cada vez más a la noche. Fue
entonces cuando Jotanoa sintió la necesidad de detenerse ante el influjo de aquello. Miró
en todas direcciones, girando la cabeza poco a poco como si presintiera el llamado de algo
o de alguien. No sabía dónde detener la mirada. Sus oídos, sus ojos, el tacto íntegro a flor
de piel, estaban tensos a la espera de ese algo o de ese alguien desconocido.
Lentamente iba moviendo el rostro, esperando encontrar o sorprender lo que buscaba,
a la vez que contemplaba los detalles del paisaje. Mientras esto estaba sucediendo, el
ánimo dentro de Jotanoa se iba poco a poco transformando en una fuerza que deseaba
escapar del cuerpo. Así se hallaba mirando cada tramo de la naturaleza cuando los ojos se
detuvieron en la agonía del día, en el enorme abanico de rayos solares que emergía de la
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redondez oculta del sol. La suave transparencia de las nubes, acumuladas en un sitio y
esfumadas en otro, filtraba la luz del sol en tonos tan maravillosos que la fuerza que
deseaba escapar de su cuerpo, escapó hacia el ocaso de aquel lejano horizonte. El
espectáculo era portentoso. Aquí, cerca de Jotanoa, los árboles en actitud silenciosa y
reflexiva, con toda su energía vegetal unida a la de los demás árboles, arbustos y yuyos del
universo, se acunaban mecidos por el ritmo de su savia vital. El universo vegetal gozaba su
madurez de vida. Allá, la montaña convertida en altar iluminado, donde la belleza realizaba
el ritual de la tarde, descubría el corazón de la tierra en amor con el infinito. Jotanoa, en
medio de semejante escenario, desprendiéndose de la escoria del mundo y sacudiéndose
las cenizas de tantas horas inútiles, creyó que ya no estaba en la tierra.
Tan grande fue el impacto de sentirse sumado a la unidad cósmica que deseó
vehementemente abandonar el cuerpo, abandonar lo que le estaba dando la oportunidad de
unirse a la naturaleza por medio de aquel ocaso. Pero aún le quedaba saber que su frágil
arcilla humana no estaba en condiciones de resistir la presión interna de la belleza, porque
era la belleza lo que su emoción sufría. El desahogo era natural que estuviera a cargo de
lágrimas, y éstas acudieron a sus ojos, deslizándose gota a gota por sus mejillas. El tiempo
que pasó sumido y expandido en aquel estado de ánimo no lo pudo ni lo puede precisar.
Sólo recuerda que se alejó de allí cuando las montañas eran una sombra azul del valle y el
cielo un jirón de nubes sin colores.
Mucho tiempo vivió Jotanoa envuelto y desdoblado por la magia de aquel atardecer.
Como no tenía a quien confesarle lo sucedido ni a quien preguntarle la razón o la causa de
lo que le había ocurrido, sintió que la soledad lo habría de acompañar y que por medio de
ella lograría las respuestas necesarias. Lo difícil, en lo sucesivo, sería poder convivir con la
soledad, hacerse amigo de ella, para que ella le ayudara a crear los habitantes que vivirían
en su interior como personajes dispuestos a darle las respuestas que no habría de escuchar
de sus semejantes. El período de adaptación iba a ser muy difícil por el enfrentamiento de
dos mundos opuestos que nunca se llevaron bien.
Unos meses antes de cumplir los 25 años de edad decidió abandonar el suelo donde
naciera. Quería alejarse de su terruño porque en él habían sucedido tantas cosas. Creyó que
con alejarse del escenario sería suficiente, sin darse cuenta de que llevaba consigo el
escenario interior de la memoria, donde todos los hechos importantes de su vida estaban
ingresando a la eternidad de su hemisferio espiritual.
Mientras viajaba se acentúo dentro de él la sensación de que se alejaba en vano de su
querido valle de tulum. Nacido para no vislumbrar con claridad la vocación que lo
encauzara en la vida, sin rumbo cierto hacia al cual apuntar todos los esfuerzos, huía de un
caos que no lograba ordenar, sin darse cuenta de que huía de sí mismo, pues era en él
donde el caos lo amenazaba.
No quería en lo hondo de su vida sentirse perdido si continuaba a la deriva, pero ¿
donde obtener lo que le hacía falta? ¿Qué hacer si los ejemplos a su alcance no le ofrecían
garantías? ¿Sumarse a la marea común, dejándose llevar por el flujo y reflujo cuando la
conciencia lo alejaba siempre de toda imitación? ¿Por qué se hacía difícil establecer los
dictados de algún propósito que le diera sabor y sentido a la vida para vivirla sin grandes
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ambiciones?... Se asombraba de ver en la gente la naturalidad con que se mentía, como si
mentirse fuera la manera de defenderse o de alejar algún peligro, o quizás el miedo a
encontrar que la verdad fuera más peligrosa que la mentira. Por último, ¿qué poder lo
autorizaba a juzgar la conducta de la moral de sus semejantes como para no aceptarlos
como modelo para su vida y reconstruía la existencia de cada ser humano en relación con
la de él para terminar en el rechazo? ¿Por qué, por qué era tal la exigencia de su
naturaleza?, preguntándose, además, la razón de tanto enredo, de tanto filosofar, de tanta
complicación cuando sólo se trata de explicar la vida y su creación.
¡Tantos volúmenes sólo para alejarse de lo sencillo, de lo que palpita en la humildad
oculta de la intuición!
¡El hombre, el hombre es la medida de las cosas! ¡El hombre es la explicación de
todo!... Jotanoa había leído esto que sólo le sirvió para aumentar el enigma. Si el hombre es
la explicación de todo, ¿cómo se explica el reguero de sangre y muerte que sus decisiones
han dejado a lo largo de la historia humana? ¿Como se mide y se explica el sacrificio y el
dolor de los sufrimientos que fueron causados por la soberbia del honor? ¿Con qué vara se
mide y con qué razonamiento se explica la acción de perseguir, de torturar, de esclavizar y
de violar lo que la paz respeta? ¿Qué razón le ha asistido y le asiste al hombre para desviar
la mano de la ayuda y convertirla en mano del castigo, qué leyes le han dado el privilegio
de usar la fuerza en lugar de la persuasión?... Imposible seguir, se dijo Jotanoa, dejando en
calma la superficie alterada de las ideas. Poco a poco permitió que el ir y venir de los
pensamientos se adormeciera en el silencio de la duda, ya que no presentía respuesta
alguna a tales preguntas. Por ahora, según él, había fracasado. En el futuro se haría las
mismas preguntas hasta obtener la contestación adecuada.
También en el futuro tendría la lucidez suficiente para ir descubriendo el significado
de aquella expresión que tanto le intrigara. Eso de que el "hombre es la medida de las
cosas" lo vería con claridad cuando se diera cuenta de que las cosas se miden según la
escala graduada de alguna especial comprensión interna.
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Capítulo 2
Primer Encuentro
Terminó por dirigirse a una playa. Alquiló una casa amueblada para vivir en ella
como si hubiera nacido para ser un ermitaño. A los fondos y detrás de un cerco de
ligustrinas se extendía un bosque de pinos. Los olores de su espesura vegetal y saludable
invadían fácilmente el ambiente de la casa. Todo se volvía saturado por ese bosque de
coníferas. Hasta la ropa, después de algunos días, adquiría el aroma de los pinos,
acompañándolo cada vez que salía a caminar por la costa o cuando cada vez que salía a
caminar por la costa o cuando se internaba en la ciudad, que distaba pocas cuadras del lugar
donde vivía. Pasaron algunos días con la ilusión de haber amortiguado la presión interior de
lo que, por momentos, parecíale estúpida sensibilidad. La calificaba de estúpida porque el
más insignificante acontecimiento alteraba el ánimo de su naturaleza humana... ¡Pero las
cosas nuevas entretienen hasta que dejan de ser novedad!...
El tiempo era de bonanza como dice la gente de mar. El viento era una constante brisa
marina de suavidad delicada, trayendo hasta la costa el olor particular de las profundidades
del océano. Nada en el cielo de la zona anunciaba cambio de tiempo. Los días se deslizaban
en busca de las noches y las noches lo hacían en pos de los días.
Durante una de estas jornadas de bonanza estaba sentado sobre una roca que
penetraba en el mar de modo tal que el oleaje golpeaba en ella, salpicándola de espuma y
lamiéndola después del choque. Hasta la cresta de la roca donde se hallaba sentado Jotanoa,
llegaban gotas de mar con cada golpe de ola. Se encontraba embebido, mirando llegar el
oleaje desde que nacía a pocos metros de la costa, con su ribete de espuma, hasta que
deshecho en el contrafuerte parecía suspirar la energía que lo empujaba, dejando en el aire
una sensación de desmayo o de reposo. Se hallaba de tal modo entretenido con el desfilé de
las olas, tan olvidado de sí mismo, que no se dio cuenta de la presencia de alguien a su lado.
Era un hombre que no supo cuándo llegó. Mientras lo miró sin preguntarse quién era le fue
completamente desconocido... Estaba de pie, mirando la lejanía de las aguas, también
despreocupado de todo, hasta de quien se hallaba sentado allí en la roca. Cuando Jotanoa
levantó la vista, él no la bajó, permaneciendo en la postura que lo viera. Visto así, de
repente, lo confundió con una aparición, o mejor dicho, creyó que era la reproducción de
una imagen que estando en sus pupilas le diera la impresión de verla allí, más allá de sus
ojos.
A toda figura, silueta o cuerpo, que se plasma en los ojos con los mismos rasgos y
colores de la realidad exterior se le llama “remanente positivo”. Esto ocurre cuando
miramos algo bien iluminado y luego lo seguimos viendo con nuestros ojos cerrados con los
mismos detalles de su existencia exterior. Cuando sucede lo contrario, es decir, cuando el
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objeto que vemos aparece transformado en nuestros ojos, también cerrados, con colores
distintos, con manchas incoherentes, se dice que es un “remanente negativo”
Pues bien, a su lado había un hombre con densidad suficiente como para decir que no
era ningún “remanente”. Su presencia total estaba allí.
De mediana altura, delgado, con ojos de un negro profundo, de labios finos en las
comisuras y algo gruesos en el centro, de nariz huesuda con aletas transparentes, pómulos
de líneas suavemente abultadas, frente amplia y algo arrugada y ceño en dos huellas que
huían hacia la frente hasta perderse en las arrugas horizontales. Abismado en la lejanía del
mar parecía gozar con el espectáculo.
—¡Hermoso es el mar cuando el hombre no puede dejar la tierra y hermosa es la tierra
cuando no puede dejar el mar! —Lo dijo así, como si nada, y bajando la vista lo enfocó con
su mirada de negras pupilas. Sonrió con natural expresión y se sentó en la roca, a pocos
metros del sitio donde se encontraba Jotanoa.
—Lo lejano tiene más atractivo que lo cercano. El mundo de allá afuera, visto a la
distancia, ofrece mejor aspecto. Cuando lo desmenuzamos con nuestras observaciones
físicas, con nuestra lógica objetiva, desmenuzado queda, pero a la vez, nos desmenuzamos a
nosotros. Aquello que separamos, nos separa a nosotros. Aquello que unimos nos une a
nosotros...¿Qué misterio hay en las palabras y en las intenciones con las que usamos cuando
son capaces de sustentar la uniones como cuando son capaces de alimentar las
desuniones?...
Jotanoa escuchaba y no sabía cómo reaccionar. Sentía cierta atracción pero también
cierta repulsión. Las ideas, venidas en aquella voz, le parecían familiares pero también le
parecían extrañas. Se preguntó qué clase de loco era aquel hombre, llegado de improviso,
sentado allí como caído de un mundo desconocido, hablando así con pensamientos que
tenían la sencillez de lo original y la sorpresa de lo simple.
—¿Vive en esta casa? —oyó que le preguntaba, señalando con el pulgar vuelto hacia
atrás.
Jotanoa, sorprendido y algo incómodo por aquella intromisión que no alcanzaba a
definir ni a comprender, le contestó con muda afirmación. Sin importarle el gesto de
disgusto de Jotanoa, agregó:
—Las playas son como un largo y blando regazo en el que se puede descansar de las
fatigas de la tierra....y se descansa mejor cuando los que vienen aquí son de tierra adentro,
de algún territorio oscuro y opresor. Aquí se liberan los límites de los pueblos del interior.
Las ganas de no regresar se experimentan aquí, ¿por qué será?...
Las palabras eran bellas, poseían una soltura y una liviandad propias del hombre que
ha cimentado el camino que anda. Suavemente entraron en su cerebro y generaron
pensamientos capaces de armonizar lo que dijo del mar con lo del interior de un país. Nada
más que por esta influencia sintió deseos de trabar amistad. Advirtió que no hacía falta una
desconfiada introducción para iniciar una amistad. Se daba cuenta de que un ser humano,
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aunque desconocido como este hombre, podía participar de las inquietudes de su ser. Lo
raro del caso era que no hacía mucho le fue imposible aceptar lo que casi estaba ahora
aceptando. Se desconocía a sí mismo ante la nueva actitud con que casi estaba ahora
aceptando. Se desconocía a sí mismo ante la nueva actitud con que permitía el
acercamiento de una criatura que en días no muy lejanos hubiera rechazado lisa y
llanamente. Sorprendido por el vuelco de su conciencia, se dejó llevar por el impulso de
hacer algo en defensa del interior de un país, diciendo:
—El interior de un país tiene lo que nuestras ambiciones y sueños necesitan. Si todos
naciéramos y viviéramos a la orilla del mar, no sabríamos lo que significa venir del interior.
Si tuviera que defender el interior de una región podría decir que allí estamos más cerca del
cielo y las estrellas, pero no es esa mi intención. ¿Qué sienten los que van de aquí al interior
oscuro y opresor como usted dice?
Los ojos del hombre aquel sonrieron sin que los labios lo hicieran para decir sin
mucho convencimiento:
—Los pueblos del interior nos recuerdan la naturaleza de nuestro cuerpo: polvo y
ceniza.
—¿Por qué no, polvo, agua y ceniza? —agregó Jotanoa.
Mientras una ola poderosa salpicaba de gotas saladas la cumbre de aquella roca, el
hombre nuevamente sonrió con la mirada. Jotanoa tuvo la repentina impresión de estar ante
un ser humano que estaba tanteando el terreno.
—Si tuviéramos en cuenta el horizonte de cada lugar donde se vive, ¿no serían mejor
expresadas aquí las aspiraciones del alma?... La belleza del mar y su movimiento, ¿no
facilitan, acaso, los cambios?... Aquí nos resulta menos difícil el cambio porque las aguas
nos ayudan con su aspecto siempre cambiante. Este tema da para más...
Se puso de pie, estiró los brazos con ademán de sacudirse el efecto de una postura
prolongada, respiró hondo, arrojando el aire con suavidad y dio unos pasos con intenciones
de alejarse. Inconscientemente, Jotanoa se puso de pie y sin darse cuenta se ubicó a su lado
para tomar el camino que los alejaba de la playa.
—Los pinos allá en la tierra —comentó el desconocido— y el mar allá lejos y entre
estos dos extremos, nosotros como inquietos buscadores de la verdad. Los pinos, allí donde
están, eternamente fijos al suelo, conocen la verdad de sus vidas. El mar, allá con su eterno
movimiento, también conoce la verdad de su existencia. Sólo nosotros hemos adquirido la
incapacidad de conocerla por una razón muy estúpida: La queremos sólida, dejando de lado
lo que las emociones intentan decirnos, lo que las ideas sin referencia material nos
prometen. ¡Tal vez el mundo que tanto anhelamos conocer, tal vez la verdad que tanto
buscamos, esté tan cerca de nosotros como el círculo lo está de su punto central!...
Siguieron caminando hasta tomar el sendero que conducía a la casa. Cuando llegaron
a la puerta comprendió Jotanoa que no quedaba más remedio que invitarlo a entrar. Cedió
por influencia de lo recientemente escuchado.
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Se sentaron cómodamente, no sin antes haber arrimado una mesita, sobre la cual
puso una botella de bebida, vasos y cigarillos. Los primeros sorbos reanudaron el diálogo, o
mejor dicho el monólogo.
A Jotanoa le llamó la atención que aquel hombre no averiguara nada acerca de su
vida, de su nombre, de su pasado. Su intervención se limitaba a conversar de cosas en las
cuales no entraba la individualidad de ambos. Así se sintió cómodo, creyéndose eximido de
revelar por ahora la identidad, pues presentía que ésta no sería la única entrevista.
Fumaba y bebía con sencilla naturalidad. Jotanoa se dijo que con la misma habilidad
podría encarar cualquier problema. Deseó tener la misma mundanalidad.
— El vino y el cigarrillo —comentó— se han hecho casi inseparables del hombre.
¿Qué nuevo vicio se sumará a éstos cuando pasen dos o tres siglos? Algunas personas,
dedicadas a buscar explicaciones, tienen razón cuando dicen que somos los niños mimados
de los hábitos. Tal vez por la falta de seguridad en nosotros mismos nos aferramos a ellos
como ostras a la roca marina. Los animales se diferencian de nosotros porque sus hábitos
son inofensivos, son hábitos de vida en la lucha por la adaptación de su existencia.
Cualquier costumbre del animal obedece a la necesidad de mejorar su relación con el medio
ambiente. Lo que llama la atención es que los animales no razonan, sin embargo son
incapaces de adquirir hábitos que perjudiquen la estabilidad de sus costumbres creativas.
Nosotros razonamos, nos damos cuenta del daño que nos hace fumar y beber, pero poco
nos cuesta fomentar el vicio de estos dos agentes. Es tan fácil admitir el prodigio de la
conciencia, por medio del cual nos permite conocer aquello que nos daña, que resulta difícil
comprender nuestro deseo de aceptar y mantener lo dañino del vicio.
Bebió otro trago, paladeando el sabor de la bebida, se hundió un poco más en el
asiento, arrojó una larga bocanada de humo con envidiable sensualidad y luego miró a
Jotanoa como si comprendiera el ánimo de su pobre condición humana. ¿Qué quería
preguntar aquella mirada, qué quería buscar con sus ojos?... Jotanoa se ruborizó cuando
aquellas pupilas se dilataron en un gesto picaresco, cuando sintió que su poderosa
penetración visual lo dejaban al desnudo y a merced de algo que le pareció incontenible.
Aquel hombre desvió la vista y cuando Jotanoa creyó que iba a reiniciar la conversación,
sólo dijo:
—Voy a beber otro trago y luego me iré. El trago del estribo como suele decirse en
ocasiones parecidas.
Aquel hombre tomó la botella, la inclinó con ademán seguro y luego la depositó con
tanta suavidad que no hizo el menor ruido al colocarla en la mesita. ¿Por qué le llamó la
atención esta otra habilidad? ¿Era un signo de lo bien organizado que tenía el cerebro, la
mente y sus emociones? Ver a un individuo cómo realiza sus movimientos con delicado
esfuerzo, demostrando firmeza en las manos, ¿significa esto que su carácter, que su
personalidad no divagan y que son expresiones de una constitución armónica? ¿O era,
simplemente, debido a la práctica reiterada de hacer lo mismo?
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Otro gesto era que a ese hombre no le incomodaba el cigarrillo cuando tenía un largo
cilindro de ceniza, que ni siquiera caía al suelo, teniendo el tiempo suficiente para dejarlo
en el cenicero con pasmosa serenidad. A Jotanoa se le ocurrió que de igual manera podría
manejar cualquier dificultad por peligrosa que fuera. La ocurrencia le dio confianza porque
este hombre haría lo mismo con él si estuviera ante un problema que lo desorientara o ante
un peligro que lo amenazara.
Habían pasado unos días después del primer encuentro casual en la playa, cuando una
tarde llegó a sus puertas para saludarlo, según dijo, ya que pasaba por allí, creyendo
oportuno y cordial hacerlo. Jotanoa lo recibió con cierto ánimo de satisfacción. Aquel
hombre se dio cuenta que era recibido con afecto.
Sobre la mesa había papeles dispersos, borradores escritos.
—¿Escribe usted? —preguntó el recién llegado.
Como en el rostro de Jotanoa se hizo evidente la turbación, agregó:
—Es muy natural, casi inevitable, que use algo de su tiempo en escribir. Los seres
como usted no pueden escapar a la tentación de hacerlo, como si en las páginas que
escriben se buscaran a sí mismos. Las hojas en blanco deben ser para ellos el escenario
donde esperan descubrir lo que son, lo que sueñan hacer. Es posible hallar allí lo más
secreto del alma, aquello que uno no puede confesar y que por la magia de la inspiración se
lo confiesa a la página en blanco.
—Yo lo intenté hace mucho tiempo —continuó diciendo— y me convencí de que no
servía, pues descubrí que las ideas tenían más fuerza, más poder, mayor perfección en la
mente que en el papal donde las echaba a perder. Todo lo que pude escribir lo consideré un
borrador demasiado opaco, hasta muy diferente del original que en la mente quedaba
idealizado por la perfección... Pero dejemos esto para después, siempre que sea necesario
volver sobre el tema.
Se ubicó en el asiento que ocupara la vez anterior y a boca de jarro preguntó:
—¿Cuántos años tiene?
—Casi veinticinco.
—¡Demasiado joven para algunas cosas y casi viejo para otras! ¡Aha!... No sé lo que
es pero algo me lo advierte, algo me dice que aún es tiempo, que la ocasión puede estar
renovando la esperanza. Si la oportunidad fuera ahora, le ruego la aproveche.
Sin darle a considerar lo que terminaba de escuchar, le preguntó como si hubiera
urgencia en lo que hacía:
—¿Cuántos años cree que tengo yo?
—Tal vez cuarenta y tres...
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—¡Acertó!... Sí, tengo cuarenta y tres y algunos meses más.
Se mordió el labio inferior como si quisiera ordenar una serie de preguntas que traía,
seguramente con la intención de definir una posible amistad o dar por terminada una
relación incipiente.
—¿Qué opinión tiene de mí?
—Aún no la tengo muy clara. Usted parece un hombre que se ha valido de sus
experiencias para hacer un código de conducta. De acuerdo con ese código usted vive y
enfrenta la vida. Si bien es vulgar la explicación que voy a darle, tengo la impresión, y no sé
por qué, de que ese código de conducta ha nacido de un cúmulo de datos, que en su íntima
conciencia, la intuición ha puesto en orden. Le repito, no sé por qué le digo esto. Me llama
la atención la espontaneidad de la respuesta.
—¡Acertó de nuevo!... Tal vez la importancia del acierto me sirva para descubrir un
aspecto de su carácter o de su medio carácter. Me facilita la tarea de conocerlo. Le ruego
que nada tema. Sé respetar la intimidad cuando ésta se esconde detrás del pudor.
Jotanoa sintió miedo, miedo de caer en una trampa, de la que no pudiera salir, a
menos que lo hiciera por medio de una confesión. Los ojos de aquel hombre brillaron,
iluminados por la reflexión.
—¿Le molesta mi presencia?
—No, al contrario, siento un poco de protección, porque...
No concluyó el pensamiento por algo parecido a defensa propia.
—Entiendo —dijo aquel desconocido—, pues voy a decirle lo que me ha facilitado,
permitiéndole conocerlo un poco. Al decir usted que yo había hecho con mis experiencias
un código de conducta, me dio a entender lo que suelo llamar conocimiento por medios
opuestos. Significa que me conoció por lo que a usted le falta, es decir, la ausencia de lo
que usted necesita le ha permitido conocerme. A usted le falta un código de conducta y por
no tenerlo, pudo presentirlo en mí.
El argumento era convincente. Tenía mucho a favor como para negarlo. Aquel
hombre aparentaba ser un ente excepcional. Sin haber aún comprobado en su totalidad la
teoría con que pretende conocer a las personas, a Jotanoa le pareció más bien que se deba al
conocimiento espontáneo de la intuición, o quizás, los dos puntos de vista sean útiles,
aplicados en forma separada según el caso lo requiera.
—Si está admirado por lo que acabo de decirle, le confieso que no es para tanto. No
es difícil cuando se tiene un mínimo de datos, lo lamentable es dejar que los datos se
pierdan cuando nos domina la indiferencia.
Por un instante, Jotanoa se quedó con la mirada perdida y con la sensación de estar
sintiendo en su interior una seguridad desconocida, como si detrás de estos momentos que
estaba viviendo hubiera algo por descubrir. De repente tuvo la extraña certeza de conocer a
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aquel desconocido. Era la segunda vez que le sucedía. Ahora se dio cuenta de que tenía que
hablar, que tenía que preguntar:
—¿Por qué se acercó hasta donde yo estaba sentado?
Por primera vez apareció una sombra en la mirada de aquel desconocido. A de tal
sombra lo miró con una expresión de ternura imposible, como si él estuviera en un
continente y Jotanoa en otro, como si de un extremo de la vida quisiera tomar algo que
estaba en el otro extremo. Fue el momento en que cambiaron los papeles, ya que era él
acosado por una pregunta que lo ponía al borde mismo de la confesión.
A punto estuvo de proponerle que lo eximía de contestar si con ello recuperaba la
tranquilidad. No hubo tiempo. Con total serenidad, sin medir el riesgo y apostando a todo,
le dijo:
—¡Cuando lo vi sentado frente al mar creí en las apariciones! ¡Me pareció que era mi
hijo! —Inclinó la cabeza un momento para luego levantarla con la decisión de continuar y
justificar—: ¡Sí, lo confundí con mi hijo, el que no sé si vive! Además, ¡no sé si usted es mi
hijo!
Su voz no temblaba, ni los ojos vacilaron como al principio. De su corazón sacó la
suficiente fuerza, la que parecía sobrarle, para afrontar la situación más difícil de su vida.
—No me animo a preguntarle si usted tiene o ha tenido padres. Temo la respuesta
afirmativa... Le ruego, si quiere aceptar el ruego, el silencio al respecto. Aunque le parezca
raro, me siento por primera vez gozar con la ilusión de su presencia, creyendo que la
realidad me ha traído la imprevista figura de mi hijo. Por eso estoy aquí, por eso estuve
cerca de usted junto al mar, por eso he de quedarme si el ruego tiene cabida en la decisión
de aceptarme.
La situación era sumamente extraña. Parecía que algo estuviera ocurriendo fuera del
tiempo, parecía que habían desaparecido los extremos de pasado y futuro, parecía que la
vida de estos dos seres, encontrados aquí, era el presente que exigía lo que uno necesitaba
para que el otro se beneficiara. Si bien Jotanoa no era el hijo, algo desconocido se esforzaba
por hacer desaparecer la ilusión de lo temporal, la vanidad de lo transitorio. Un repentino
nacimiento de piedad casi lo pone en trance ridículo, porque sintió algo enorme que bajaba
de la cabeza y subía del corazón, anudándole la garganta. Hizo tal esfuerzo que el hombre
aquel comprendió, interviniendo de inmediato:
—¡No, amigo —dijo con acento de firme sugestión—, no haga nada por manifestar
lástima.
Luego de una pausa, esperando la reacción, continuó diciendo:
—Creo en la justicia como si fuera la balanza de las oportunidades. Lo que busco y
quiero es la oportunidad que me permita vivir la comprensión... para que no pese tanto la
incomprensión de la justicia. ¡Es el peso que agobia sin el contrapeso que alivie!... Lo
sufriente de toda situación como la mía es no poder saber la causa para determinar la
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aceptación de la comprensión. Mi conciencia, en ningún momento ha manifestado
arrepentimiento ante la razón de los hechos vividos. Sé que la justicia no se equivoca. Ella
sólo espera que madure lo que se ha de comprender.
A esta altura de su confesión, sus manos se habían tomado fuertemente. Su pecho
controlaba el jadeo envidiable habilidad. Jotanoa lo admiraba en ese trance de no salirse de
sí mismo. Si bien no había allí un campo de batalla, lo reemplazaba el esfuerzo de ganar
aunque tuviera que admitir que la justicia bien hechora no estaba de su parte. Su afán era
comprender, lo demás no le importaba. No le importaba porque lo demás era lo que estaba
sufriendo por imposición de lo que aún no comprendía.
Jotanoa entendió que todo iba a depender de él si es que estaba dispuesto a continuar
con esta aventura. Aquel hombre viviría la magia de lo que se imaginara. Era un juego
demasiado inocente, pero al mismo tiempo traería lo que en el futuro iba a justificarse, ya
que los dos estaban necesitados de algo. La verdad iba a quedar en manos de la necesidad
de ese algo. Se puede ser padre sin ser pariente, se puede ser hermano sin ser pariente, se
puede ser amigo sin tener ningún lazo previo de unión. Además, según estaban dadas las
circunstancias, el más necesitado era Jotanoa, porque presentía que iba a tener a su alcance
una valiosa orientación. Bien podría suceder que el caos se organizara en contornos
definidos, con un centro capaz de hacer valer el propósito de vivir. Por último, se dijo
Jotanoa que nada se perdía, que nada se arriesgaba, que el futuro sería el autor del
desenlace.
Ambos se miraron sin hablar, dejando que de lo más íntimo aflorara el gesto de
aceptación o de rechazo. Mucho tiempo pasaron en silencio, sin que el silencio los
incomodara. Era el silencio de lo que en el alma estaba sucediendo. Era la quietud anterior
al nacimiento. Era la calma previa al esfuerzo por nacer.
Varias veces se miraron, se sonrieron y se quedaron serios sin que ninguna palabra se
oyera. Las voces hablaban dentro de cada uno.
La lucecita en el corazón de Jotanoa titilaba y palpitaba. Ella iluminaba una
sugerencia y se escondía en la paz del alma, esperando la decisión.
En aquel hombre algo titilaba y palpitaba también, esperando la decisión.
Sin que interviniera ningún entendimiento externo, sin que nada en el aspecto exterior
pudiera indicar lo que sucedería, estos dos seres humanos se dejaron llevar por algo tácito,
por algo sobreentendido. La simple solución se dio cuando aquel hombre preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—¡Jotanoa! —respondió—. Y tú, ¿cómo te llamas?
—¡Albanoa! —fue la respuesta, con el júbilo puesto en el acento de su voz.
Diciéndose el nombre con que se habrían de tratar y comunicar, encontraron la
manera de estar de acuerdo.
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Los días para Jotanoa comenzaron a pasar de una manera distinta. Eran jornadas que
llegaban con novedades imprevistas, eran horas de estar descubriendo regalos que en
manos de la experiencia se convertían en lecciones de vida, en lecciones para su existencia.
Cada jornada siguiente a la vivida era esperada como si fuera el nuevo capítulo de una
aventura de suspenso.
En Albanoa se daba la sensación de llenar vacíos. Se sentía el pasado interminable de
la vida ante la oportunidad de aprovechar el presente. También despertaba o nacía en él la
impresión de estar encontrando su presente en Jotanoa. Se preguntaba si era posible que él
encontrara el presente en otra persona. Sin tener la respuesta adecuada, se conformaba con
la aparente falta de lógica de algunas ocurrencias.
Poco a poco se fue haciendo simple y directo el lenguaje que usaban. Aparecieron
preguntas, se intercambiaron reflexiones, nacieron inquietudes en relación con el enigma
del ser humano, de la naturaleza animal y vegetal del universo terrenal, del universo de la
energía, en fin, los días venían como alforjas vacías y se iban repletos de buenas
oportunidades, entre cuyas buenas oportunidades estuvo, en especial, el momento en que
nació la inevitable vida anterior. El comienzo de toda vida interior, al igual que la de un
niño, se vuelve asombro, sorpresa y curiosidad por la facilidad con que se descubre lo
desconocido.
En Jotanoa crecía y crecía el desafío por conocer el silencio oculto detrás de cada
fenómeno.
—Dime, Albanoa —fue una de las tantas preguntas que hizo al comienzo de su
relación con aquel hombre que dejó de ser extraño de la manera ya relatada—, dime si la
experiencia de vida por la que has pasado te ha permitido saber lo que es el ser humano, o
sea, ¿puedes decirme qué somos? ¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo?...
La respuesta fue casi inmediata:
—¡Somos almas vivientes! Aunque esta expresión es la conocida por la religión y
difundida por ella, sin embargo, encierra una ley que puede formularse con términos
modernos. Si reemplazaras la palabra alma por energía, diríamos que ¡somos energía
viviente!... O quizás fuera mejor decir que ¡somos energía inteligente de vida!...
Jotanoa, sin comentario, repitió en voz baja:
—¡Soy alma viviente, soy alma viviente!
Para luego decir en voz alta:
—Si tú eres alma viviente, como alma viviente, ¿podrías explicar tantos errores
cometidos, tantos sufrimientos y dolores, y tantas injusticias que jalonan la historia del
hombre?
—Sería imposible explicarlo con la claridad de tu pregunta, pero poco a poco y con el
crecimiento de un deseo íntimo de comprensión puedes calmar la ansiedad de semejante
interrogación.
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—Con el crecimiento de un deseo íntimo de comprensión —murmuró Jotanoa—. Lo
dices como si fuera fácil hacer crecer ese deseo íntimo... ¡Palabras, palabras y más
palabras!... Los años que llevo vividos están llenos de palabras y más palabras sin que la
experiencia las justifique.
Albanoa no dijo nada por un momento. Caminaron en silencio, cada uno observando
el paisaje del mar y sus playas. Las arenas se oscurecían con la humedad de las olas y donde
la humedad de las olas dejaba zonas oscuras, allí las gaviotas hundían su pico en busca de
alimento.
—¿Estás dispuesto a aprender —preguntó Albanoa— un método o una manera de
provocar el nacimiento, o si prefieres, de dar nacimiento a ese deseo íntimo?...
La brisa del mar trajo un rumor de lejanías.
La brisa del mar inclinó ramas y barrió hojas secas y papeles sueltos. Pasó la brisa y
quedó la calma.
—¡Sí, estoy dispuesto, pero nada de voces huecas!
—¡Bien! —dijo Albanoa—. ¡Bien lo has dicho! ¡Sin voces huecas será... No hay nada
desconocido en lo que voy a sugerirte. Todo o casi todo lo que escuches ha sido dejado de
lado como si esa hubiera sido siempre la intención de quienes han fomentado el olvido o la
indiferencia. En esta ocasión, en la que estamos viviendo, podemos decir que el pasado se
hace presente o el presente se vuelve pasado. Quizás fuera mejor decir que todo se hace
presente para tomar de él el deseo íntimo de comprensión.
Dieron unos pasos hacia el límite de un jardín, rodeado por una pared baja que bien
servía de asiento. Allí se sentaron, teniendo frente a ellos el horizonte marino, ligeramente
curvado.
—Dime —preguntó Albanoa—, ¿tienes, al menos, la mínima certeza de que eres un
alma viviente?
—No me animo a tanto... Aunque me agrada saber que podría ser así.
—Eso ya es algo, puesto que no lo rechazas. ¿Te parece posible que siendo alma
viviente tengas una contraparte física, corporal, y que esta parte física, corporal, dependa o
pueda depender de lo que hemos llamado alma viviente?
Como la respuesta era evidente, sólo se miraron. Albanoa continuó:
—¿Sería aceptable decir que el alma viviente tiene una manera de pensar, una forma
de vivir psíquica y que el cuerpo con su cerebro material tiene también una manera de
pensar, una forma física de vivir?... Ahora bien, ¿cuál de las dos formas de pensar tiene a su
alcance la sabiduría, cuál de las dos expresa la mayor inteligencia y el medio eficaz para
resolver los problemas que la vida nos presenta?
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Luego de una pausa, pausa obligada por el tema y por la necesidad de asimilar la
importancia de lo dicho, Albanoa siguió diciendo:
—De lo que te he expresado, se hace fácil comprender que estamos constituidos por
dos hemisferios, por dos entidades, por dos naturalezas, que tienden a unirse en
proporciones armónicas para manifestar lo que llamamos alma viviente. Una de ellas debe
ser superior a la otra. Una de ellas debe tener el poder soberano del conocimiento. A
nosotros nos interesa la del poder soberano, sin menospreciar a la otra, pero además nos
interesa descubrir los medios y las etapas de llegar a ese poder, en cuyo centro ha de residir
la magia del alma viviente.
A todo esto, cerca de ellos, una pareja y un niño no mayor de tres años se habían
sentado en la arena, dejando que el pequeño jugara y gateara. Gateando poco a poco fue
acercándose al sitio donde estaban Albanoa y Jotanoa. Mientras el niño jugaba, haciendo
montoncitos de arena y dejando que la misma se deslizara entre sus deditos, mientras esto
hacía, murmuraba una canción o susurraba una cadencia de notas propias de su edad. Era el
conocido tono musical, monótono y adormecedor, que todo niño entona mientras juega y se
entretiene.
—¡Escucha, escucha, Jotanoa, a ese niño y dime quién es el autor de ese murmullo
semi-musical!
Luego de oír por un instante, Albanoa dejó que su imaginación fuera uniendo lo que
la inspiración le decía:
—¿No crees, por ventura, que sea la magia de su alma viviente lo que estamos
oyendo? ¿No te parece, acaso, que ese tono está expresado en notas de origen interno, o
mejor dicho, no será una manifestación armónica de su alma viviente?
—Si nosotros —continuó diciendo— grabáramos ese murmullo de su voz y cuando
este niño fuera hombre le dijéramos: ¡Ahí tienes un elemento de sintonía para buscar el
poder del conocimiento, ahí tienes tu voz de niño que ha de servirte para llegar a tu refugio
de siempre!... Siendo hombre le diríamos: ¡Escúchala ahora y revive dentro de ti al niño que
fuiste, que hoy, aquel niño que fuiste, puede abrirte el camino hacia el centro de tu ser,
donde están las respuestas a los problemas, las soluciones a los inconvenientes y lo que es
más importante, de allí oirás la inspiración que los ideales necesitan para materializarlos en
el escenario terrenal donde vives!...
Tanto Jotanoa como Albanoa estaban asombrados de ver cómo la ayuda casual les
facilitaba la tarea de comprender lo que durante la conversación estaban tratando.
—¿Es esto casualidad? —preguntó Jotanoa.
En respuesta, Albanoa dijo:
—Después de ver a este niño, ¿cómo explicaríamos que la casualidad no existe?...
Sólo a nosotros corresponde encontrar los ejemplos, los ejemplos que están donde nos
parece que la casualidad los pone.
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Mientras el niño se arrullaba con la canción de su alma viviente, mientras el niño era
el alma plena sin los obstáculos de la duda y de la incredulidad, Albanoa fue sumergiéndose
en sí mismo y dejando en libertad de expresión al genio de la imaginación.
—¿Cómo le dices a los padres de ese niño que le graben su vocecita, que le graben
ese arrullo de criatura inocente y que dicha grabación se la guarden para cuando sea mayor
de edad?. Tal vez éste que estamos viendo jugar, convertido en hombre, llegue a ser un
personaje importante de la humanidad, una personalidad influyente. Quizás el futuro de la
tierra lo necesite. Puede suceder que un peligro mundial amenace a la humanidad y que de
él dependa una solución salvadora, pero tal solución salvadora está en la zona profunda de
su alma viviente, en el centro mismo de su alma, a cuyo centro habría de llegar para sacarla
de allí y darla a conocer. Mientras el peligro crece y el tiempo se acorta, él pasa por
momentos de ansiedad y de total desesperación. Entonces sucede que sus padres se
acuerdan de aquel arrullo de niño, de aquel murmullo que ellos grabaron mientras jugaba
en una playa distante. La grabación es la clave que ha de permitir el acercamiento al poder
del conocimiento, bien guardado donde pocos llegan. Ante una situación como ésta, los
padres intervienen y le dicen: — Hijo, en esta cinta está grabada tu voz cuando tenías tres
años de edad. Mientras jugabas en la playa, tu vocecita cantaba un arrullo casi musical. Lo
que tu voz entonaba nacía de tu alma, de tu alma venía. Hoy puede servirte porque necesitas
llegar a la intimidad de tu ser y el mejor medio es escuchar el tono de tu voz de niño.
Retírate a tu cuarto y olvídate de todo, de todo lo que te rodea, de lo que te aflige y tanto te
preocupa. Que ninguna tensión, ya sea muscular o mental, te moleste. Déjate llevar por la
somnolencia del descanso mientras escuchas en tu voz de niño la frecuencia con que puedas
sintonizar el poder del conocimiento que fluye del alma. Ve, hijo, y quédate contigo mismo
un momento, que de la intimidad de tu alma viviente has de obtener la solución que la
situación mundial necesita. ¡Que la humildad te acompañe en tu retorno al hogar de tu
alma!...
Después de haber oído Jotanoa el relato de Albanoa, relato que naciera por el
encuentro con aquella criatura, sintió que algo sucio y pegajoso se desprendía de su mente y
se consumía en un fuego de radiación desconocida. Luego fue el crujido silencioso de algo
que nacía en las entrañas de una idea universal, de una semilla cósmica puesta en el sueño
de su alma. El crujido derrumbó el muro de un miedo alimentado por la superstición. Se dio
cuenta, como consecuencia del derrumbe, que la comprensión tenía una función de
limpieza; que la comprensión, en especial la que viene de adentro, podía servir de purga
mental, de catarsis espiritual, que podía transmutar lo denso en efluvio imponderable.
Había cerrado los ojos para sentir la intensidad de ese algo nuevo que sacudía sus
entrañas, que removía esquemas, que le ablandaba la duda. Albanoa, mientras tanto, se
había quedado en silencio, mirando embobado a aquel niño, que bien podría representar el
papel que su imaginación había creado para que sucediera en el futuro.
Se pusieron de pie, caminaron sin hablarse y se separaron sin añadir nada a todo lo
sucedido. Al parecer, el día había colmado el deseo de la jornada. Tanto uno como el otro
se alejaron saboreando la experiencia de descubrir que la casualidad no sirve para explicar
ciertos acontecimientos. Ellos habían asistido al ejemplo imprevisto aunque previsto por la
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intuición, lo que hace pensar que para la intuición no existe la casualidad, lo que también
significa que la función psíquica de la intuición tiene la capacidad de abarcar el futuro,
habiendo determinado el encuentro con aquello que ha de servir de ejemplo.
La mañana de sol venía jugando a barrer la tristeza y a dejarnos la alegría de vivir...
Los seres humanos se encaprichan en vivir sus propias mañanas tristes. Mirando el
rostro de la gente se adivina el estado de su atmósfera interior. Vemos el ceño fruncido, los
labios tensos, incapaces de reír, la mirada desconfiada, el miedo al mundo y a la vida, y la
timidez que disminuye la estatura humana. Así desfile la gente. Así se la ve pasar el día
hasta que la noche la engulle en su pesadilla de íntimos secretos.
Día tras día sucede lo mismo y lo mismo que se hace cada día, por repetición, termina
en hábito, y ya por hábito se vive alimentando a la desconfianza, por hábito se amanece
enojado cada mañana, por costumbre se vuelve pesimista, se miente con naturalidad, se
engaña y se ofende con facilidad, por hábito se llega a la meta de vivir en la mala suerte.
Otros hacen al revés, creando la costumbre de vivir ayudados por el optimismo, con lo que
logran habituarse a la buena suerte. Se habitúan de tal manera que la buena suerte los busca
porque con ellos no se siente defraudada.
Por supuesto que preferimos quedarnos con aquella mañana de sol, que venía jugando
a barrer la tristeza y a dejarnos la alegría de vivir...
Jotanoa silbaba esa mañana como queriendo encontrar su propia canción de niño, su
puente musical. Algunas notas saltaban como chispas, otras se quedaban navegando en los
latidos de su corazón.
Allá lejos, por la misma vereda, venía Albanoa. También venía como el sol de la
mañana, barriendo tristezas y alejando el malestar de pensamientos enfermos.
—El episodio del niño en la playa no terminó allí donde lo dejamos —fue lo primero,
después del saludo, que dijo Albanoa—. Los genios de la casualidad me dieron la
oportunidad de conocer a los padres de aquella criatura. Después de tantear el grado de
aceptación de lo charlado entre nosotros, les confié nuestra experiencia, les hablé de la
posibilidad de que el murmullo musical de su vocecita fuera la clave o el medio para
alcanzar la intimidad de la sabiduría del alma. Les sugerí que le grabaran la voz con que se
acompaña cuando juega y se entretiene en su mundo de inocencia... Lo aceptaron, lo
aceptaron como algo natural. Me agradecieron y me aseguraron que lo harían con gusto.
Además de tenerlo de recuerdo, tal vez le fuera útil al hombre que en el futuro necesite
acercarse a su alma viviente y comulgar con ella.
—Parece que algo extraño nos acompaña —comentó Jotanoa—, que anhelos
invisibles nos ayudan desde que aceptamos ser lo que somos ahora. Si elimináramos todo y
dejáramos de lado todo lo que la gente llama casualidad, nos queda la certeza de estar
representando el efecto de causas que han logrado nuestro encuentro. ¿No te parece que en
cada uno de nosotros hay una fuerza íntima que poco a poco va señalando el rumbo hacia
beneficios mutuos?
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—Creo que sí —dijo Albanoa—, porque sin nuestro encuentro no habrían sucedido
tantas cosas. No puedo imaginarme que a cada uno por su lado le hubiera ocurrido algo
parecido.
Caminaron en silencio un buen trecho. Allí cerca, la sombra de un árbol cobijaba un
sitio de reposo. Al pie del mismo había un muro de piedra, usado como asiento. Allí se
ubicaron, con el panorama cotidiano del mar frente a ellos.
—Hasta aquí —dijo Jotanoa— te ha ido bien en todo lo que me has contado. Hasta
me pareció maravilloso que el niño aquel nos diera la impresión de acercarse, a propósito,
para servir de ejemplo....pero si no descubro mi canción, si no descubro mi murmullo
musical, puesto que ya no soy un niño, ¿qué medios o qué otra cosa puede servirme para
llegar al seno de mi alma viviente?
Albanoa pareció mirarlo desde su propio interior, pues sus ojos perdieron el enfoque
físico, o mejor dicho, de sus ojos desapareció la función objetiva de ver, apareciendo la
mirada de humilde penetración espiritual.
—A partir de esa pregunta —advirtió Albanoa— hemos de usar algunos ejercicios o
prácticas psíquicas que te permitan el acercamiento gradual, el acercamiento en etapas, a tu
interior profundo. Las palabras que le dan significado a estas prácticas, han sido
manoseadas de tal forma que andan de boca en boca sin el respeto o la devoción que
merecen. En especial, la palabra contemplación y su compañera inseparable, llamada
meditación, se han vulgarizado tanto que han perdido el brillo de su genuina expresión.
Cualquier personaje se da aires de importancia cuando dice que medita, que ha de meditar o
que se dedica a la meditación. Lo manifiesta con la vanidad a flor de piel, sin saber que la
vanidad debe eliminarse totalmente si se pretende alcanzar los beneficios auténticos...
—Lo que haremos —continuó— es recuperar su viejo prestigio que le dio tantos
frutos al conocimiento de antiguas civilizaciones. Con la soberbia de la falsa superioridad
no se llega jamás al uso correcto de la contemplación y de la meditación.
—Si ahora mismo yo te dijera —siguió diciendo Albanoa— que miraras el mar,
recorriéndolo con los ojos abiertos, estarías enfocando la atención, estarías usando la
concentración de uno de los sentidos físicos, en este caso el de la vista. Si a continuación te
pidiera que cerraras los ojos y reprodujeras lo que habías visto con los ojos abiertos, si en
una especie de pantalla tu pudieras reproducir todo el paisaje marino, estarías usando la
contemplación y haciendo uso de la mente intermedia. La contemplación tiene la función de
la intimidad. Ella puede usar el dibujo mental para formular preguntas, para presentar
problemas, para solicitar inspiración, para crear los ideales y los sueños más queridos. Es el
laboratorio de la creación psíquica, y es de donde todo lo que acabo de enumerarte pasa a la
cámara de la meditación, al silencio interior donde se decide lo presentado por la
contemplación. Aún queda decir lo más importante. La meditación es una actitud pasiva de
tu alma viviente, mientras que la contemplación es activa, es dinámica, es el proyectista y el
proyecto a la vez. Lo difícil del uso de la meditación, es dejar en blanco y en silencio a la
mente, para que ese silencio en blanco sea llenado con el resultado o la respuesta que trae la
meditación. Si no produces el vacío en tu interior después de haber presentado lo que la
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contemplación ha elaborado, la meditación no da el resultado correcto. Es la etapa más
difícil porque la mente nunca está quieta.
—Esto lo vas a entender —dijo por último— con el ejercicio que voy a darte. Cuando
estemos cómodamente sentados en tu hogar te haré practicar el uso de la contemplación y
de la meditación.
—Albanoa, no sé cómo preguntarte si alguien te ha enseñado lo que me estás
diciendo. Me asombra lo simple de tus palabras, tratando un tema que me imagino nos ha
de llevar a lo inevitable, el misterio mayor de la vida, ese misterio que tanto ha dividido a
los hombres y que tanto dolor y sufrimiento le ha causado a la humanidad.
Luego de una pausa, Albanoa sólo dijo que la razón de la vida ha nacido de la
emoción de la vida, y que en el momento oportuno sería inevitable hablar y si fuera posible,
experimentar ese misterio mayor de la vida.
En el hogar de Jotanoa había llegado la hora del encuentro vespertino, prometido por
Albanoa. No bien llegó y sin perder tiempo en cosas de poco valor se hizo cargo de realizar
el ejercicio, pero era necesario, según él, que en una introducción hiciera el comentario de
unión con el tema principal.
—Cuando me di cuenta —comenzó a decir Albanoa— que dentro de mí habitaba
alguien, comprendí que ese alguien era mi alguien del Alma. Su presencia invisible, su vida
incorpórea se hace visible en las emociones que me hace vivir y en las intuiciones con que
me guía. Su influencia para ubicarme en el mundo se hace evidente y sucede cuando
descubro cosas y más cosas que para la mayoría pasan inadvertidas. Su aspiración más
querida es la de llegar a ser mensajero del alma. Su existencia es intermedia y su misión es
la de ser intermediario. Como personalidad psíquica tiene la capacidad de unir el mundo
externo terrenal con el mundo interno espiritual. El se beneficia con cierto grado de
divinidad por estar a su alcance el centro de luz del alma. Dicho centro de luz es el misterio
mismo de nuestra evolución personal, es el Dios de nuestra capacidad de madurar la
comprensión, de madurar nuestra capacidad de amar...
—Alguien del Alma —siguió diciendo— me acerca al misterio interno o me aleja de
él. Me acerca cuando me decido por el cultivo de las emociones positivas, con las que
practico el uso de la amistad, la alegría de la hermandad, la conveniencia de la tolerancia y
cuanta expresión de acercamiento entre los seres humanos sea beneficiosa. Cuando sucede
lo contrario, o sea cuando me siento alejado del misterio de Dios, es porque han aflorado en
mi conducta las sugerencias del hemisferio negativo de mi ser, es cuando veo en mis
semejantes y en todo lo que me rodea sólo motivos de enojo y de desprecio, cuando todo el
mundo me parece la exaltación del infierno, de la violencia, donde sólo vive la razón de la
muerte y está ausente la razón de la vida. La diferencia es notable cuando paso por cada una
de estas actitudes contrarias. De una de ellas vuelvo con mayor dosis de vida, de otra salgo
como espectro de la desesperación.
—Mi señor alguien, en los momentos de acercamiento, en aquellos instantes de
intimidad psíquica, cuando los dos nos fundimos en una sola expresión de bondad y cariño,
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cuando cada uno está de vuelta de los dos mundos opuestos, yo del agresivo y turbulento
mundo exterior y él del plácido cielo del alma, de cuyo cielo me trae vestigios de paz, en
esos momentos me cuenta cosas y me desliza confidencias, que en realidad son sugerencias
para que las lleve a cabo en la relación con mis semejantes. Siempre comienza con palabras
de humilde contenido, pero a medida que avanza, la humildad continúa pero aumenta la
profundidad del significado...
—¡Albanoa! —interrumpió Jotanoa—. ¡Albanoa! —repitió, prolongando la
interrupción—¡Dime por qué todo lo que dices me parece estar leyéndolo en el fondo de mi
ser?... Nada de lo que dices me es demasiado desconocido, más bien lo llevo dentro como
algo presentido. Por eso te pregunto ahora, quién eres y de dónde vienes, si es que de algún
lugar vienes...
En la pausa que sobrevino se hizo más íntimo el clima de confidencia, el ánimo de
confianza se hizo común en ambos, de tal modo que Albanoa, fijando la mirada en un punto
que estaba más allá del ambiente en que se hallaba, empezó poco a poco a sacar de su
interior el relato que acerca, la narración que une..
—¡Soy el pasado que viene a poner al día tu existencia! ¡Me siento habitar el
milenario nacimiento de tu ser, donde te parece estar leyendo lo que digo! ¡Soy en ti lo que
tú eres en mí!...
Semejantes palabras ahondaron la atención, haciendo que la pausa aumentara en ellos
la capacidad de comprender lo que estaba sucediendo.
—Cuando me ves distinto a tu ser es porque tu conciencia se desdobla, creando dos
puntos de observación, viéndote y viéndome. De uno de ellos me ves y, por supuesto, ya no
soy el mismo ni tú eres el mismo. Sin el desdoblamiento, inmersos en la unidad, todo nos
parece común... A pesar de todo, somos el secreto de la vida y más aún, somos el sueño de
la vida que espera el momento oportuno, tal vez sea éste, para que todo tu pasado se
convierta en el ahora, para que con él te abrigues, te engalanes y te alimentes con la
profecía del bien, para que con él te ames y te quieras, para que con él te veas amando y
queriendo a tus semejantes, a tus semejantes enceguecidos por la ignorancia y las
supersticiones. Paso a paso irás descubriendo en tu interior el poder de la contemplación y
la alquimia de la meditación...
—No ha de resultar difícil —continuó— poder imaginarte que tienes en tu frente una
hermosa pantalla en blanco donde puedes, a tu gusto, dibujar tus anhelos, bosquejar tus
altos ideales y poner los detalles de lo que quieras obtener en la vida. Si ahora mismo
comienzas, dibuja, entonces, con los pinceles de la luz de la imaginación tu mayor
aspiración, llena el espacio en blanco de tu mente, viéndote llevar a cabo o cumpliendo la
tarea de concretar tu aspiración... A todo el proceso de hacer el proyecto en la pantalla de tu
mente se llama contemplación. Contemplar es, por lo tanto, dibujar con materiales del
pensamiento, teniendo de colaborador principal a la imaginación. El próximo paso queda a
cargo de la meditación y se cumple cuando el cuadro es enviado a la cámara de la
meditación. Enviarlo significa olvidarlo, olvidarlo con la certeza de estar en lugar seguro,
de donde la decisión, la aceptación y el ¡hágase! han de llegar.
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Estaban transcurriendo algunos días sin la presencia de Albanoa. La última visita,
durante la cual le enseñara los primeros pasos que todo ser humano puede dar para que su
vida mejore y deje de estar en manos de un destino preestablecido, la última visita le había
permitido tantear sus propios obstáculos que, con el tiempo, tendría que derribar. La imagen
de Albanoa se paseaba y aparecía en pantallazos en su mente.
¡Deslumbramiento!... Eso era lo que Jotanoa estaba experimentando. No entendía
cómo en tan poco tiempo habían pasado tantas cosas como para sentir que su alguien del
Alma, en el futuro, habría de convertirse en el mensajero imprescindible de un centro de
sabiduría para la comprensión, de un centro de iluminación para el aprendizaje.
Deslumbrado como estaba se preguntaba: ¿Para qué buscar afuera lo que llevo dentro, tan
cerca de mis inquietudes, de mis ideales, de mis aspiraciones? ¿Para qué buscar afuera la
ayuda que mis sueños necesitan cuando Dios, dentro de mí, sueña en lo que anhelo llegar a
ser?... Si cada ser humano —continuaba diciéndose— es propietario de sí mismo por el
derecho de vida, entonces, yo me pertenezco y me siento dueño de lo que la vida me dio en
el momento de nacer y que he de entregar, enriquecido, en el instante de la transición.
Una mañana, Jotanoa encontró un pedazo de papel que fuera deslizado por debajo de
la puerta de entrada de la casa donde vivía. Contenía algunas palabras escritas por Albanoa,
en las que le decía que iba a ausentarse por unos días, tal vez diez, por razones personales.
La urgencia y la hora no le habían permitido decírselo en forma directa... y que aprovechara
todo ese tiempo en poner a prueba lo que le había enseñado...
Las cosas suceden de tal manera que uno no sabe qué hacer, ni cómo reaccionar. Es
como si nos dejaran, de repente, sin ningún apoyo, pues lo imprevisto del hecho nos
sorprende y hasta nos deja sin saber qué pensar.
Algo parecido le ocurrió a Jotanoa. Si bien no sabía qué hacer, en su ánimo no había
tristeza ni alegría. Con el ánimo en zona neutra se dejó estar, esperando, esperando sin
saber qué... Hasta que de pronto se dio cuenta de que el estado neutro de su ánimo podría
ser lo que la meditación necesita... ¿La primera prueba?... ¿El universo tuvo un estado
neutro y la meditación de Dios hizo que el ¡hágase la luz! Pusiera en movimiento a todas las
leyes de la creación?
¡Gracias, Albanoa! —se dijo—. ¡Sin tristeza ni alegría y con el ánimo neutro de la
meditación he de pasar estos días! ¿Es así como se debe acondicionar nuestro interior para
estar en comunicación con el estado neutro de la meditación y obtener de ella la guía
necesaria?...
Era el momento de transición cuando las horas del día se acercan a las horas de la
noche. En el horizonte marino asomaba el resplandor de la luna. Jotanoa estaba sentado
donde estuvo la vez primera cuando conoció a Albanoa, mirando el espectáculo de la
aparición de la luna y de su tan conocido sendero plateado. Su ser íntegro estaba ingresando
en el paisaje, mientras el paisaje parecía absorberlo hasta convertirlo en la esencia de toda
la naturaleza.
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Mientras el ritmo vital del universo se manifestaba en el paisaje, una voz, que era la
voz de su alma viviente, al comienzo lejana y luego cercana, empezaba a ensayar su
lenguaje, diciéndole:
Cuando tú naciste,
vi en tus ojos una estrella
y en tus manos las raíces
de la yerba que refresca.
Cuando tú naciste,
nube azul para la tierra,
yo encontré en tu alma
un lugar para la pena,
un rincón para el silencio...
Y más allá de ti
más allá del alma y de tu cuerpo,
vi una mano que por ti venía
con la rosa, el laurel y la espina.
Una voz de no sé donde
dejó el mensaje en tus oídos,
el mensaje de la rosa,
el laurel y la espina
¡Empieza por la espina,
conocerás la rosa!
¡No odies, ámalo todo,
conocerás la vida!
¡No vivas sin el alma
que tu sangre tendrá frío!
¡Empieza por la espina,
dando sombras a la herida,
sombra azul de mano amiga!
¡Hazlo de tal modo
que el laurel se haga presente
cuando sientas en tu frente
el rocío del esfuerzo!...
Jotanoa no hizo preguntas por no desvanecer el hechizo de lo que estaba sucediendo.
Aunque admirado, se quedó en silencio, dejando que la respuesta avanzara sola y sin
presión. Abrió los ojos, pues recién se daba cuenta de que los había tenido cerrados, y vio
cómo el paisaje seguía inundándose de luz lunar. La luna y el mar aumentaban cada vez
más la magia nocturna. Con la magia nocturna en sus pupilas volvió a cerrar los ojos... y de
nuevo la voz de su alma viviente siguió ensayando su lenguaje:
Desfilan por tu frente
los que fueron malditos,
los que fueron ungidos.
Desfilan taciturnas caravanas
por la órbita cerrada de tus ojos.
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Caminan las pasiones de la tierra.
Ambulan los dolores de los hombres.
Como aves de la tarde que han bebido
la sangre de los tristes,
la sangre de los sueños intranquilos,
la vida y el rumor de los secretos
que tienen los malditos,
que tienen los ungidos...
como aves de la tarde,
volando hacia el ocaso de los días,
se alejan tras los párpados cerrados de tus ojos.
La tierra es un cortejo de bellezas,
La tierra es un cortejo de miserias....
Tus ojos entornados
contemplan el andar de la belleza
en todos los que fueron
cual ángeles ungidos por la pena.
Tus ojos entornados
persiguen las siluetas de turbias nebulosas
que forman los que fueron
cual ángeles caídos en trágicas locuras.
Se cierran tus pupilas afiebradas
y pasan por el limbo de tus fiebres interiores
la lenta caravana de los mansos y los tristes,
seguida del cortejo taciturno de los locos y dolientes.
La vida está serena en cada muerte.
La vida se desborda,
la vida se derrama,
pasando con sus cumbres de sombras y destellos,
y quedan señalando los senderos
los que fueron malditos,
los que fueron ungidos.
Los otros quedan solos
en su ámbito indoloro de mediocres,
esperando...esperando, por un lado,
que el futuro los agrupe
en ángeles ungidos por la pena,
y por el otro,
en ángeles caídos por trágicas locuras...
Sin ninguna dificultad le vinieron a la memoria aquellas palabras dichas por Albanoa:
“Los seres como usted no pueden escapar a la tentación de hacerlo, como si en las páginas
que escriben se buscaran a sí mismos. Las hojas en blanco deben ser para ellos el escenario
donde esperan descubrir lo que son y lo que sueñan hacer. Es posible hallar allí lo más
secreto del alma, aquello que uno no puede confesar y que por la magia de la inspiración se
lo confiesa a la página en blanco”.
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Esta sorpresa, amable por cierto, le hizo abrir los ojos para ver aumentada hasta lo
inefable la presencia nocturna del mar y la luna. El rumor del agua y el palmoteo angelical
de las hojas, apenas movidas por la brisa, lo acompañaron de vuelta a su casa, y lo siguieron
acompañando durante la noche mientras dormía.
Jotanoa caminaba presintiendo que pronto vería a Albanoa. Era inevitable que fuera
recordando los hechos vividos desde que saliera de su Valle de Tulum. Era inevitable
también que aún sintiera la influencia de lo sucedido con su alma viviente y su voz interior,
que le dijera en versos lo que estaba ocurriendo en la intimidad de su ser. Comenzaba a
comprender que su naturaleza se inclinaba por establecer un ritmo, con el que pudiera
reunir palabras, que luego se habrían de convertir en poesías. Lo necesario era que él se
dejara llevar por el despertar de su íntima armonía, que ese despertar madurara y le
permitiera a su alma viviente decirle lo que él, con el tiempo, iba a considerar como
mensajes, pero mensajes que debía entrever o interpretar, pues las voces de la poesía son
voces que expresan la belleza y esconden el mensaje.
Mientras caminaba sentía la fascinación de un universo que presentía allí donde no
hacía mucho tiempo se había instalado el caos. De ese mismo caos le llegaba ahora el
destello de un poder adormecido. Por ese destello se daba cuenta que una seguridad recién
nacida se afianzaba en su voluntad, como si una presencia desconocida hiciera las veces de
transformador de deshechos inútiles...
¡Deshechos inútiles!... La ocurrencia de semejante idea lo llevó a preguntarse si los
deshechos de la mente podrían servir de abono para abonar el nacimiento de nuevos
pensamientos que...
Jotanoa se interrumpió bruscamente porque frente a su casa estaba esperándolo
Albanoa. La sorpresa que sintió y la alegría con que se llenó su ánimo le hicieron vivir algo
muy extraño. Ver a Albanoa fue como si se encontrara consigo mismo. Algo semejante le
había ocurrido vez pasada. Ahora era más nítida la sensación de verse más cerca de sí
mismo.
¿Hay alguna manera de saludarse a sí mismo? ¿Como puede uno verse a sí mismo y
saludarse? Adivinando el pensamiento...
—¡Me sucede lo mismo! —exclamó en un grito Albanoa—. ¡Si me saludas, te saludas
a ti mismo! ¡Si te saludo, me saludo a mí mismo!... ¡El hombre —continuó en tono bajo—
sigue siendo el misterio mayor y su alma viviente es la solución! ¡El esfuerzo más
agradable que nos queda es el de explorar y descubrir el imperio invisible de nuestra alma
viviente!...
Como hermanos y amigos sufrieron la alegría del encuentro con lágrimas en los ojos.
Se miraron un momento y luego entraron. Allí dentro de la casa estaba esperando el mismo
ambiente de reuniones anteriores, el que parecía haber adquirido cierto hálito de vida.
—¡Cuéntame cómo has pasado estos días! Quiero imaginarme que han sido jornadas
buenas para tus primeros pasos.
29
Sin omitir detalles, le narró todo. Albanoa sonreía como si nada le sorprendiera, como
si fuera lo cotidiano en la vida de un hombre que se ha decidido por el camino que ambos
estaban transitando.
—La pregunta que ha quedado sin respuesta —dijo Jotanoa— es la que me estaba
haciendo cuando te vi. Me preguntaba si el uso equivocado de la mente produce
desperdicios y si estos desperdicios pueden servir de algo, y si no sirven y se convierten en
obstáculos, cómo eliminarlos...
—Más adelante te darás cuenta de que la cuestión se soluciona por una simple
aplicación práctica. Ahora tenemos otros temas que tratar.
Sentados donde la comodidad mejoraba el ánimo de cada uno, comenzó Albanoa por
recordar sus descubrimientos y sus posteriores pasos.
—Era la época en que venía dándome cuenta de que mis pobres y limitados sentidos
físicos no me ayudaban lo necesario para eliminar la tendencia solitaria del hombre, para
corregir el aislamiento de la conciencia objetiva. Cuando se desconfía de algo, ya no le
queda a uno otra decisión que la de abandonar aquello en que confiaba. Esta decisión me
hizo dar la espalda al mundo de los sentidos físicos para ingresar al de los sentidos
psíquicos, o dicho de otra manera, al mundo incorpóreo de los esplendores del alma, desde
cuyo imperio invisible iba a conocer la verdadera función de los órganos de percepción
mundana.
—Aquí dentro de mi ser —continuó Albanoa— encontré la evidencia de una
presencia invisible, invisible para las facultades terrenales. Aquí dentro de mí estaba ese
alguien, el Alma. Fue preciso que pensara en él para que él me ofreciera abrigo y sabiduría,
para que él me prometiera la inagotable experiencia de la comprensión, para que ese
alguien me llevara de la mano por las etapas simples de la creación. Fue suficiente que me
sintiera arrimado a mi alguien interior para que comenzara a tirarme migajas de intuición,
trocitos de corazonadas y parpadeos de luz, con lo que me alcanzaba para iluminar los
rincones de sombra, donde habitan los fantasmas de la mente, los duendes alimentados por
viejas supersticiones. ¡Son los desperdicios que tú terminas de descubrir!
—Alguien del Alma me hizo comprender que el hombre se ha convertido en la
criatura más solitaria del planeta porque se aísla en lo que lo separa, en vez de aislarse en lo
que lo une. Siempre o casi siempre actúa o piensa a partir de decisiones inseguras y de
pensamientos inseguros. Jamás se da cuenta de que tales inseguridades no son para confiar
en ellas. Entre el mundo exterior que nos impresiona con su presencia y el nuestro de los
sentidos físicos existe un espacio que lo cubre la interpretación de nuestro entendimiento.
Siendo el entendimiento la manera indirecta de conocer el mundo, el error puede estar en la
misma interpretación. ¡De ahí nos llega la soledad, de ahí nace la desconfianza, de ahí nos
viene el recelo de creer en algo que nos engaña según la experiencia, nos deja la duda o
simplemente se burla de nosotros!
—De nada sirve decírtelo, de nada vale que lo escuches. Si ha de servirte, tienes que
vivirlo, tienes que llegar al imperio invisible del alma viviente, donde te espera la aventura
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de acercarte a la belleza de la divinidad. De nada sirve decirte que toda pregunta ha de tener
su respuesta, que todo problema ha de tener solución. Aquí todo se vuelve uno para que
cada uno se vea en la extensión de sí mismo. Aquí, la parte en el todo y el todo en la parte.
La parte te dirá lo que es el todo y el todo te dirá lo que es la parte.
—Además —siguió diciendo Albanoa—, en el reino invisible de tu alma viviente se
puede alcanzar la realidad del sueño que sueña el misterio de nuestro universo menor, del
universo menor donde cada ser humano tiene su templo de adoración y su altar de
conocimiento... Tu cuerpo, habitándolo como templo, puede abrir las puertas del
conocimiento si te animas a crear aquí lo que luego has de vivir afuera...
Albanoa se interrumpió como si algo importante se le hubiera interpuesto. Lo que
luego dijo, justificó la interrupción.
—¿Sabes una cosa, Jotanoa?... ¿Puedes imaginar lo que Dios, en tu interior, te diría si
fueras capaz de verte a ti mismo convertido en lo que te gustaría llegar a ser?
Jotanoa que estaba mudo, enmudeció aún más. Entonces, la voz de Albanoa se hizo
confidente, y en tono confidente le dijo:
—El te diría: —¡Déjame soñarte en lo que quieras convertirte! Parece difícil
comprender esto —continuó Albanoa— y más difícil, aceptarlo, ¿no es así?... Sin embargo,
deja de serlo cuando nos dan la clave para entenderlo. Voy a sugerirte un ejercicio de
contemplación para que la experiencia de tal ejercicio te haga comprender, te permita
aceptar el sueño de Dios, me refiero al Dios de tu íntima divinidad...
Transcurrida la pausa que toda sugerencia necesita, Albanoa le pidió a Jotanoa que se
relajara, que tratara de eliminar todas las tensiones que puedan haber en los músculos.
Hasta le dijo que adormeciera las tensiones que puedan alterar los pensamientos, o sea, que
también debía relajar la mente, y para ello le hizo pensar en un paisaje de plena naturaleza,
lo hizo visitar por medio de la imaginación, senderos y caminos, hondonadas y praderas con
árboles mecidos por brisas y por ráfagas de viento.
Jotanoa, luego de seguir las indicaciones con que se dejó influenciar, fue haciéndose
poco a poco más liviano.
Hecho ya una silueta incorpórea, se introdujo en el paisaje, de tal manera que sintió
vivirlo, sintiéndose sumergido en él. Para bien de sus sensaciones, él era el paisaje, dejando
de ser la pequeña entidad humana. Un impulso desconocido hizo que todos los lugares
pasaran por su conciencia de alma viviente. El universo lo absorbió en su voluntad cósmica,
y por haber dejado de ser él, comprendió lo que la totalidad sin partes le hizo sentir...Y lo
que sintió fue la humildad anónima de la flor que se abre a la luz del mundo por la
necesidad de su armonía interior de hacerse visible en la belleza exterior. El azul del cielo y
la distancia azul de las aguas, lo hicieron vivir todos los azules de la naturaleza.
Mientras Jotanoa fue perdiendo su identidad en la continuidad de vidas y cosas, se
oyó la voz de Albanoa, sumándose a la esfumada individualidad de Jotanoa.
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—¿Puede haber algo de tanta cercanía como la del río y sus orillas, algo tan unido
como la roca y el aire, algo de tanta continuidad como el agua y la nube?... ¿Puede haber
cercanía más perfecta que la del corazón y su latido, continuidad más necesaria que la de
los ojos y su mirada, prolongación de naturaleza tan inseparable como la flor y su perfume?
Haciéndose cada vez más liviano, Jotanoa se sintió deslizar lenta y sigilosamente en la
luz de cada color, de cada color con que se alimenta cada objeto. De todos los puntos del
espacio, la voz de Albanoa le llegó para decirle:
—¡Dios te está soñando! ¡Desde el centro mismo de tu universo interior, Dios sueña
contigo! ¡Sus palabras sin sonido son las que vienen a decirte que allí donde la distancia se
hace cero comienza el día de la eternidad!
A Jotanoa algo extraño le sucedió, algo que no comprendió bien. Lo que alcanzó a
percibir por medio de una sensación de unidad, fue que vio y presintió el futuro, al mismo
tiempo que el presente, y en este presente se vio emocionado por el ser del futuro. Estaba
allí, en el futuro del sueño de Dios y aquí, en el presente, donde el momento cero hizo
posible acercar el porvenir.
Aún le quedaba capacidad para aprovechar la oportunidad de preguntar:
—¿Por qué me introduje en el paisaje, haciéndome uno con la naturaleza?
Y la respuesta, casi inmediata de Albanoa:
—Porque en la intimidad de tu ser desaparece el contorno material del cuerpo y
aparece la continuidad incorpórea de la consciencia universal de tu alma viviente, donde
eres y serás el habitante de todos los paisajes, donde no hay fronteras que limiten. Sólo con
la intención en el pensamiento puedes estar donde quieras estar, sin que haya un aquí o un
allá. En ti eres el paisaje, en el paisaje eres tú. Los dos se hacen uno...
Esa mañana, mientras estaba amaneciendo, en el ánimo de Jotanoa aparecieron
recuerdos de épocas pasadas, pero algo distinto fue agregándose con el correr de las horas.
Sensación desagradable de ansiedad y tristeza por no lograrlo. Luego, una suave y
adormecedora pregunta que lo sumía en la indiferencia para terminar en la indolencia. La
pregunta se adornaba con el argumento que hacía mas grande la interrogación de vivir. No
era el argumento del suicidio. Era el desperdicio dejado por la obsesión de no encontrarle
propósito a la vida. No encontrarle propósitos a la vida era como estar en ese ámbito sin
tiempo de la nada, donde nadie responde a la vieja pregunta de preguntarse para qué vive
uno... Decirse ¿Decirse ¿para qué vive uno? Era llegar al vacío del futuro, donde uno no se
encuentra habitándolo, más bien, deshabitándolo...
¿Para qué vive uno?... La pregunta se había apoderado de la mente de Jotanoa. Se la
repitió muchas veces durante el día. Cada vez que lo hacía, miraba en una dirección, luego
en otra, como esperando que de algún punto le llegara la respuesta. La falta de respuesta se
convirtió en una especie de manto desagradable que lo incomodaba y lo alteraba.
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Cuando transcurrió el día y la hora de dormir se acercaba, recordó las palabras de
Albanoa en el sentido de buscar en la naturaleza el remedio o el alivio a situaciones de
pesimismo.
Así lo hizo...Y se dispuso verse a sí mismo desligado de su cuerpo, haciendo que la
luz lo llenara de luz, haciendo que la brisa del mar se llevara la molestia de la pregunta.
Jotanoa, sintiéndose limpio por el aire de la brisa, se dejó acunar por el sueño de alcanzar la
distancia cero para vivir en el día de la eternidad... ¡Y se durmió!
A la mañana siguiente, mientras recorría con la mirada el espacio que abarcaba el
jardín de su casa, vio elevarse del suelo una mariposa, que durante la noche había dejado de
ser gusano.
Su vuelo impreciso, vacilante, de recién nacida parecía sustentarse en los rayos de sol
que a trechos penetraba entre los arbustos. Con giros cada vez más seguros fue elevándose
poco a poco hasta alcanzar la zona de la brisa, y en alas de la brisa se alejó. De vez en
cuando el oro del sol la hacía visible a los ojos embelesados de Jotanoa, que la seguía
emocionado, sintiendo en su interior el nacimiento de una respuesta, de una respuesta que
le decía que aquella mariposa que volaba y se alejaba de la tierra, lo hacía porque había
dejado de ser gusano.
Mientras la seguía con la mirada, Jotanoa se preguntó:
—Ahá, ¿para qué vivo? Pues, ¡ahí va la respuesta! —se contestó.
Y comprendió, sin esfuerzo, con la ayuda del ejemplo, que mientras fuera como en
ese momento era no conocería el propósito de vivir. Para saberlo le quedaba pasar por
alguna transformación semejante a la vivida por el gusano, por el gusano aquel que habrá
encontrado la razón de vivir cuando se hizo mariposa.
La forma en que obtuvo la respuesta a tan valioso interrogante lo enfrentó a una
interrogación mayor, la de no saber qué hacer para seguir un proceso semejante al del
gusano... ¿Qué hacer para dejar de ignorar la razón de vivir? ¿Qué hacer para conocer si su
vida tenía el propósito de llevar a cabo algún trabajo, alguna misión y qué misión lo haría
sentirse bien consigo mismo?...
Tal vez Albanoa lo ayudara, pensó, y esperó el momento del encuentro.
Jotanoa le contó lo que le había sucedido y le pidió que lo orientara.
—Aunque no lo creas —comenzó a decirle Albanoa—, ya estás en camino hacia la
disminución de la distancia que te separa de tu fuente de conocimiento y de transformación.
Ya tienes el símbolo a tu conducta. Por lo visto, hay que dejar de ser el equivalente al
gusano para recién saber lo equivalente a la mariposa.
—Para llegar al centro de tu alma viviente se comienza por vivir la emoción de
aquellas cualidades que harán el perfeccionamiento de tu personalidad en ambos sentidos,
interno y externo. Por ejemplo, cuando pides a la tolerancia que se haga cargo de tu manera
de actuar, cuando le pides que te acompañe hasta que se convierta en la actitud involuntaria
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de todos tus pensamientos y tus acciones, entonces, la emoción de haberla vivido provocará
el primer paso de acercamiento. Pídele, por lo tanto, a tu alma viviente que te haga vivir la
tolerancia, pídele que la incorpore a tu naturaleza, que ella hará lo necesario para que, no
bien se presente la oportunidad, tengas que intervenir, aplicándola.
—Si continuas con la humildad —siguió diciendo—, haciendo que ella se haga parte
de tu ser, practicándola, usándola en tu relación de convivencia, habrás alcanzado otra etapa
más. La equidad es una cualidad muy especial, como lo es la bondad y otras más que vayas
eligiendo. Todas ellas, una vez incorporadas a tu entidad humana por medio de la emoción
con que fueran vividas, tendrán la virtud de acercarte poco a poco al centro de tu alma
viviente.
—Toda cualidad, ten en cuenta siempre esto —le dijo—, tiene su contraparte. Sólo
hace falta evocar una expresión para que aparezca su naturaleza opuesta. Donde una
polaridad se expresa es porque la otra lo hace posible... Tu alguien del Alma lo sabe cuando
las incomprensiones del infierno de los hombres te llevan al infierno de tus propias
incomprensiones. El ejemplo lo has vivido, primero en el ámbito de la negación y luego en
el de la afirmación cuando la respuesta quedó simbolizada en la mariposa. La contraparte
nos debe ser útil con sólo saber que existe en estado latente. Intentemos, ahora, considerar
algunas manifestaciones que nos sirvan para comprender la dualidad.
Albanoa, antes de comenzar con los ejemplos de la dualidad, le dijo a Jotanoa la
conveniencia de establecer momentos de silencio entre párrafo y párrafo. Según él, era
necesario que hubiera una pausa, una pausa que le diera tiempo a fijar las ideas de los
ejemplos, con los cuales la meditación iba a trabajar en el futuro. Al continuar con el tema,
dijo:
—La dualidad, que es responsable de todo efecto, nunca tuvo cabida en la enseñanza
general, Jamás se la consideró como base de cualquier investigación que facilite la
comprensión del fenómeno como efecto de la dualidad. La dualidad revela una función
primordial de nuestro ser que, con el uso de la conciencia, manifiesta lo opuesto.
—¿Por qué te resulta fácil comprender la blandura cuando has tocado la dureza?... Tú
dirás que la dureza es lo opuesto de la blandura, pero hay algo más añadido a esto. ¿Cómo
es que existe la capacidad de deducir aquello que no has experimentado?
—¿Por qué logras la noción de lo infinito cuando solamente has medido lo
limitado?... ¿Cómo es que existe la capacidad de imaginar lo infinito sin haberlo
experimentado?... ¿Cómo es que lo limitado te informa de lo ilimitado?
—¿Por qué tu pensamiento que ha conocido lo efímero por medio de la experiencia es
capaz de crear la idea de la inmortalidad?... ¿Cómo es que teniendo sólo pruebas de lo
mortal te animas a formular la existencia de lo inmortal?
—¿Te has dado cuenta de que tienes la facilidad de descubrir los opuestos, de
expresar los contrarios?... ¿No será que en el yo profundo de la sustancia vital está lo
divino, está lo eterno, lo infinito, lo inmortal, lo absoluto del alma cósmica y que la
conciencia objetiva lo hace saber por medio de los opuestos?... Entonces ¡oh maravilla de
34
maravillas! La función limitada de la conciencia objetiva tiene la capacidad de servirse de
lo limitado para deducir lo contrario. Significa, también, que la actividad limitada de lo
físico refleja lo opuesto.
El silencio de esta pausa se hizo más largo que los anteriores, pues tanto Albanoa
como Jotanoa se quedaron profundamente embelesados por la influencia tonificante de
estas ideas, que hacían más fácil la conducta o la manera de confiar en uno mismo.
A los pocos minutos, como saliendo de un sueño, la voz de Albanoa retomó el tema:
—Si nos preguntáramos por qué esto es así, quizás nos acerquemos a una respuesta
que nos diga que tanto la conciencia objetiva como la mente objetiva tienen los elementos
vitales para alimentar los vacíos interiores, provocados por el afán materialista de obtener
cosas y objetos placeres y sabores físicos, con los que se cae en el hastío del materialismo
extremo.
—Sigamos descubriéndonos —agregó Albanoa— y digamos que no es necesario que
nos digan que existe la eternidad, tampoco es necesario que nos vengan con revelaciones
acerca de la existencia de la inmortalidad, de Dios y la Divinidad, porque todo esto lo
tendríamos a nuestro alcance con dejar que lo opuesto a nuestra naturaleza física nos
alimente con su naturaleza espiritual. No busquemos afuera lo que nuestra conciencia nos
puede reflejar en auxilio de nuestras aspiraciones de bienestar interno y externo.
Jotanoa, como en un pantallazo, se vio viniendo del pasado. Se vio acompañado de
Albanoa, quien le señalaba el camino del futuro, el camino que terminaba en el encuentro
ocurrido en el presente, en este presente que estaba habitándolo...y que aún le quedaba un
tramo más por recorrer.
Albanoa continuó diciendo:
—Donde hay masa habrá cantidad de energía, donde hay reposo habrá capacidad de
movimiento, donde hay partículas dispersas algún día habrán partículas unidas. Donde hay
invisibilidad de partículas dispersas algún día habrá visibilidad de partículas unidas.
Pausa necesaria, dijo Albanoa y luego continuó:
—Y ahora, para que comprendas lo que acabo de esbozarte, escúchame, teniendo los
ojos cerrados y el cuerpo en descanso, sin tensión en parte alguna del mismo.
Dejó transcurrir un instante de silencio para continuar diciendo:
— Imagina un espacio sin nada que lo rodee. Imagina que allí tienes un cofre y en el
cofre el perfume de una rosa. Imagina que el perfume está compuesto de muchísimas
partículas dispersas y que estas partículas dispersas pueden unirse, que pueden unirse si
algo se lo permitiera... Por lo tanto, vamos a suponer que las partículas, invisibles a la vista,
pueden juntarse, acercarse cada vez más, que pueden unirse a tal extremo que el espacio
entre ellas sea el mínimo suficiente y que por ser mínimo hayan alcanzado la zona o el
estado de la visibilidad... ¿En qué cosa material crees que se convertirán las partículas
invisibles del perfume de la rosa?...
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La calma que sobrevino y las ideas sugeridas en la pregunta le dieron a Jotanoa la
voluntad de sentirse hecho de aquel perfume.
Se sentía convertido en aquellos corpúsculos invisibles y dispersos que mantenían la
personalidad de la rosa. Mientras iba identificándose cada vez más, la voz de Albanoa
encauzó el proceso que estaba experimentando:
—Todo perfume —y se lo decía en tono de suave sugestión—, todo perfume te puede
llevar hacia aquello que lo produce. El aroma de la rosa tiene en sus partículas a la rosa
original, a la rosa que estuviera adherida al rosal... Sin esfuerzo, entonces, y con el arte de la
imaginación, ¡déjate llevar por el perfume hacia la rosa!... ¡Déjate llevar por su aroma hacia
la rosa y permite que el aroma se haga visible, convirtiéndose en la rosa!...
Dejó de hablar Albanoa y el silencio se apoderó de Jotanoa. El silencio de la
meditación lo hizo asistir a la creación y a participar de la creación con que la imaginación
llevaba a cabo la obra de semejante belleza. Las partículas invisibles se unieron cada vez
más, cada vez más. Lo hicieron de tal manera que nació la rosa visible, emergió la rosa
corpórea, la rosa de pétalos apinpollados, adherida a su rosal. Mientras se acunaba en la
experiencia que estaba gozando, Albanoa embellecía el espectáculo con las siguientes
afirmaciones:
—Toda cosa visible tiene su contraparte invisible. Todo cuerpo visible tiene su
cuerpo invisible. Toda materia tiene su contraparte de energía...
Y a modo de consejo le dijo:
—¡Cuando la angustia de lo efímero y la soledad de la materia te amenacen, ya tienes
el camino abierto hacia tu reino interior, donde podrás usar el proceso de la creación que
terminas de practicar!...
Jotanoa continuó sumergido en una atmósfera de agradables emociones, siguió
meciéndose en un ámbito de asombro, donde pasaba por el gozo de la experiencia y se
enfrentaba al proyecto de utilizar a su ser intero, a su alma viviente, en la aventura de
encontrar los medios de llegar a sus semejantes con ofrecimientos, con sugerencias
visualizadas, según vayan saliendo del imperio invisible de su alguien del Alma... pero ya
estaba Albanoa haciéndose oír:
—El tema tiene para muchos momentos de meditación. Tiene aplicaciones que irán
surgiendo a medida que vayas acercándote a la intimidad del Dios de tu comprensión. Y ya
que has pensado en ofrecimientos, me das la oportunidad de ofrecerte la práctica de un
ejercicio de visualización, o mejor dicho, te sugiero la tarea de ejercitar el dibujo mental de
la emoción que elijas transmitir.
Jotanoa le pidió que dejara para otra ocasión el ejercicio propuesto, pues con el
material en ideas que le dejaba tenía para varios días. No quería, así se lo dijo, que la
cantidad echara a perder la calidad de lo que poco a poco esperaba asimilar por medio de la
meditación. Le confesó que el fortalecimiento interior estaba creciendo pero también crecía
la resistencia del lado opuesto, haciéndole sentir la voracidad con que nada amenazaba
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devorarle el idealismo de los sueños. Aunque la soledad de la sustancia física de lo efímero,
le dijo, se volvía fuerte, haciéndole sentir la angustia de lo efímero ahora estaba
aprendiendo a defenderse con armas de su propio arsenal...
Ese día prepararon un bolso con lo necesario para pasar unas horas en la playa, junto
al eterno maleficio del mar. El mar fue, durante el tiempo que estuvieron allí, un amigo más
que se unía a ellos, pues su rumor marino los acompañaba, exaltando las ganas de vivir. Las
olas se dejaban beber por la arena, quedando en ellas las burbujas, que luego con la
humedad desaparecían. Las gaviotas tenían la elegante personalidad del vuelo mientras
volaban y volaban. La perdían cuando se afanaban caminando y peleando por la comida. La
luz en el ambiente tenía su lenguaje de luz, o sea, todo parecía hecho de luz. Son en esos
momentos cuando todo parece hecho de luz, que la naturaleza nos invita a vivir en ella, nos
invita a pertenecer a ella y nos hace sentir que somos un latido más del pulso universal.
Albanoa, adormecido por la paz de la luz y por el ir y venir de la brisa, empezó a decir
cosas según iban saliendo. Jotanoa escuchaba como escuchándose.
—El agua de la montaña corre porque el desnivel se lo permite. El aire se hace viento
porque el desnivel de la temperatura se lo permite. Si no fuera por la pendiente de la
montaña como por la deferencia de temperatura entre dos puntos, el agua no correría ni el
aire podría desplazarse. Cualquier manifestación necesita de dos condiciones anteriores
para que se produzca. Una condición es dinámica, es activa, la otra es pasiva, por lo tanto
tiene cualidad receptiva... ¿Cuántas cosas a nuestro alrededor y más allá de nuestra
existencia obedecen a estas dos causas?... —dejó transcurrir la pausa para luego seguir—:
Cuando por alguna razón externa te diriges hacia tu mundo interior es porque la necesidad
se ha convertido en una de las dos causas, lo que te permite llegar con facilidad. Cuando te
acercas al centro al centro de tu alma viviente es porque se ha producido un empuje o una
atracción, siempre por tu necesidad.
—El acto de una ayuda, la acción que lleva a cabo la bondad, la actitud de la
tolerancia, o mejor dicho, la actitud comprensiva de la tolerancia, o de la justicia, o de la
equidad, crean una causa que genera la reacción de la otra causa. Si te sientes bien por
haber protagonizado alguna de estas cualidades es porque la causa de lo que has hecho atrae
la emoción del bienestar. Si haces lo contrario, perjudicando, la causa del daño encuentra la
respuesta en hacerte sentir vergüenza, o en hacerte sentir mal.
—Las emociones positivas, llámalas agradables, las debemos cultivar y cuidar como
plantas de un jardín, abonarlas y embellecerlas con nuevas emociones, porque ellas son la
energía con que puedes impulsar y hacer llegar a destino lo que quieras trasmitir. Si eliges
una emoción que tenga el poder de las lágrimas, que te eleva hasta lo inefable y que
extiende tus sensaciones hasta hacerlas universales, esa emoción puede ser útil cuando
quieres que llegue a otra persona, a otro lugar o a mayores ambientes...
Albanoa calló un momento. Jotanoa lo miró y le dijo que estaba listo para el ejercicio
postergado, que el ambiente interior y exterior eran propicios.
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—Bien —dijo Albanoa—, relajado como estás, con los ojos cerrados y alejado del
mundo que nos rodea, elige la emoción que en ti haya nacido cuando acariciaste a un niño,
a un pollito recién emplumado o cuando tus ojos se llenaron con la imagen simpática, casi
adorable, de un potrillo o de un burrito. O si prefieres busca en la zona de los recuerdos la
emoción que nació de tus sentimientos cuando te abrazaste con el amigo, con el hermano, o
cuando la melodía de aquella canción te hizo sentir la profundidad de las relaciones
humanas, o cuando el abrazo con el ser amado te dejó a merced del amor y sus
consecuencias de ternura. Saca de la memoria esa emoción de cariño, ese sentimiento de
amor y vívelo de nuevo, siéntelo de nuevo, conviértete en esa emoción, y con ella en todo tu
ser, visualiza o dibuja en tu mente al país donde vives. A ese país tuyo, abrázalo y cúbrelo
con esa emoción. Al mismo tiempo, repite mentalmente tres o más veces el siguiente
anhelo, diciéndolo así: ¡Te amo, mi Argentina, te amo para que seas justa en la prosperidad
y comprensiva en la justicia!...
— Con el íntimo deseo de que así sea, lo contemplas un momento y lo dejas en mano
de la presencia invisible de la conciencia universal, lo que quiere decir, ¡olvídalo, bórralo
de tu mente! Para que se mueva hacia donde hace falta, hacia donde seres de tu país sientan
dentro de ellos la emoción trasmitida y les provoque la decisión de crear la prosperidad,
acompañada de la justicia comprensiva.
—Cuando hayas sentido por tu país la emoción con que lo protegiste, dejándolo
protegido en la mente universal, es posible que algo inexplicable te haga gozar lo
inconmensurable, pero no te quedes ahí concluye haciendo lo siguiente: Dibuja en tu
interior a nuestro planeta. Contémplalo, dándote cuenta de que es una inocente criatura
terrenal que además de inocente, no tiene medios de defensa inmediatos y que por tal razón
le hace falta el cariño de la protección. Encaríñate con tu planeta y ámalo como se ama al
niño adormecido en los brazos de una madre. Con tal sensación de amparo, viéndolo
reproducido en tu mente, dedícale la simpatía de semejante amor y abrázalo y siéntelo
abrigado entre tus brazos, porque es un planeta niño, desprotegido y huérfano. Mientras tu
emoción se vuelve canción de cuna, canción de abrigo, susurro paternal o arrullo maternal,
imagínate decirle, diciéndolo dos o tres veces, pero hazlo con la misma devoción con que se
murmura un rezo: ¡Mi planeta tierra, te amo con el amor con que se ama al hijo, al hermano
o al amigo y te cobijo con el manto de unidad de la conciencia cósmica! ¡Te quiero y te
protejo con el amor que se fortalece en la voluntad de eliminar el odio!...
La quietud era liviana como lo era la brisa que rozaba la superficie de las aguas. La
luz del día agregaba su liviandad dorada a la cresta de las olas. De vez en cuando el grito de
una gaviota interrumpía la calma... Pero de la calma casi total surgió la imprevista y
repentina voz de Jotanoa:
—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... —No pudo contener la carcajada mientras recordaba lo que le había
sucedido esa mañana. Al darse cuenta de que estaba a su lado Albanoa, ignorando la razón
de su carcajada, primero se sintió incómodo y luego, con la pregunta que hizo pareció
justificarlo todo:
—¿Cuántas veces, durante el día, nos sentimos a nosotros mismos?... Te parecerá
estúpida la pregunta, sin embargo no habría estupidez si la hiciera con otras palabras, como
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las siguientes: ¿Cuántas veces, durante el día, nos dejamos llevar por cierto tipo de impulso,
permitiendo que nos maneje a su antojo?... No me refiero al impulso intuitivo, el que
siempre nos guía de tal modo que jamás nos perjudica.
—¡No te entiendo! —exclamó Albanoa—. Si no aclaras el panorama no sabré a qué te
refieres.
—¡Tiene razón!... Sucede que mientras estaba recordando lo que me ocurrió esta
mañana no pude evitar las reflexiones, siendo las reflexiones las que me hicieron y me
hacen reír.
Mientras continuaba sonriendo, le narró lo que fue motivo de su carcajada:
—¡Estoy aprendiendo, o mejor dicho, hoy he aprendido una nueva manera de reírme!
Es posible que haya sido la influencia o la intervención de algún impulso intuitivo, me
refiero al impulso intuitivo que tiene la virtud de anular al otro, que nada tiene de intuitivo,
por supuesto. Sí, es verdad, estoy aprendiendo a reírme de mí mismo, a la vez que me burlo
de tantas cosas que hice. Me burlaré, también, de todo lo que haga en el futuro si aprovecho
la lección de hoy. Por eso he preguntado si durante el día nos sentimos a nosotros mismos.
La respuesta nos condena irremediablemente. A pesar de creer lo contrario, no tenemos la
capacidad de sentirnos a nosotros mismos... ¡Somos títeres de sensaciones que nos tiranizan
porque las dejamos que actúen sin averiguar lo que las provoca!
—¡Sigo sin entender! —exclamó, de nuevo, Albanoa.
—¡Ya lo entenderás! Ahora te cuento lo que me sucedió esta mañana cuando al
despertar me encontré con que estaba enojado, enojado con todo. La sinrazón del enojo, me
enojaba con lo que hallaba a mi paso. Si era algo que estaba en la mesa, lo apartaba
bruscamente o lo golpeaba con intención de romperlo. Si lo encontraba en el suelo, lo
pateaba con rabia...
Albanoa comenzó a mirarlo con el mismo gesto con que un maestro mira a su
discípulo.
—Pero he aquí lo importante —continuó— casi el milagro de lo simple. ¡Parece
mentira que por primera vez me haya dado cuenta de que sintiéndome a mí mismo podría
evitar tantos errores, tantas estupideces!... ¡También fue la primera vez que he sentido la
ventaja de ser dueño de mi mismo! Si lo explico al revés, te confieso que en todas las
ocasiones anteriores me he dejado llevar por influencias que manejaban mi conducta, por
influencias de origen desconocido que determinaban mi mal genio, malogrando
oportunidades de bienestar y de buenas relaciones...
—Sí, continúa —le dijo Albanoa cuando aquel se interrumpió.
—Al levantarme enojado, sentí que estaba enojado, me sorprendí teniendo rabia, sin
que nada ni nadie me hubiera provocado o me hubiera ofendido. Para averiguar lo que me
sucedía tuve la ocurrencia de ponerme frente al espejo... Sí, así como te lo digo, enfrenté a
mi propia imagen. Allá en el espejo me miré un momento con ganas de golpear ese rostro,
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ese rostro que me pareció estúpido, intranscendente, vulgar y mediocre, pero, ¿sabes lo que
hice?, pues le pregunté: ¿Por qué estás enojado?... Me miró un momento sin saber qué
hacer. La pregunta lo sorprendió. Aún desconozco el poder de la pregunta, formulada con
una sinceridad casi grotesca... pero ocurrió algo muy extraño, que me hizo comprender un
montón de cosas... ¡Le saqué la lengua, burlándome de él, él también me sacó la lengua,
burlándose de mí! Nos estábamos burlando mutuamente, cuando, de pronto, asomó una
sonrisa en cada uno de nosotros. La sonrisa se hizo presente sin esfuerzo alguno, o mejor
dicho, desapareció el esfuerzo de estar enojado, y cuando esto sucedió, todo se desplomó,
todo se derrumbó, esfumándose el enojo, como si una cortina se hubiese corrido para dejar
al descubierto la desnudez de mi ánimo. Poco a poco mi sonrisa como la sonrisa de la
imagen fueron transformándose en risa, para luego terminar riéndonos a carcajadas. Ambos,
la imagen y yo, nos habíamos fundido en una sola expresión de auténtica alegría. El disfraz
había desaparecido.
Albanoa permaneció callado, sin hacer ningún comentario, esperando algo más,
esperando que algo viniera a darle mayor sustancia a la experiencia que le estaba relatando
Jotanoa, quien solamente dijo:
—¿Cómo puede una pregunta tan simple cambiar el ánimo de una persona?
—No es la pregunta —intervino Albanoa— lo que hizo y hará cambiar lo
desagradable que parece adherirse a nuestra sensibilidad. Es algo parecido a un guardián
interno que ha comenzado a darse cuenta de lo que es ajeno a su naturaleza, porque ha
despertado lo suficiente como para eliminar aquellas sensaciones, aquellas influencias que
nada tienen que ver con el ánimo del momento, ¡gracias a que uno se siente vivir de sí
mismo, y debido a que ha dejado de vivir de lo ajeno!
—¡Gracias a que uno se siente vivir de sí mismo! —repitió lentamente Albanoa y se
quedó con la mirada puesta en la lejanía, no en la lejanía exterior de allá afuera, sino en la
lejanía interior de su memoria, donde se vio a si mismo interpretando o viviendo la vida de
muchos personajes, enriquecidos por la experiencia de miles y miles de situaciones. El
relato de Jotanoa abrió en él archivo del pasado, por el que desfilaron tantas aventuras,
convertidas hoy en lenguaje de símbolos. Su memoria le mostró, en ese instante, la
eternidad de su viaje desde el comienzo celular, desde la unidad simple hasta la unidad
compleja de su existencia actual.
Jotanoa no quiso interrumpir el silencio que emanaba de la actitud en que había
quedado sumido Albanoa, dejándolo que continuara en la eternidad de su memoria. A los
pocos minutos pareció regresar de su interior para decir:
—¿Cuántas veces fuimos una solitaria célula, cuántas veces iniciamos nuestro
crecimiento a partir de esa diminuta unidad de vida?... ¡Pero alguna vez lo hicimos por
primera vez, una sola vez salimos de la eternidad mayor para entrar en la eternidad menor
de cada día, de cada año, de cada siglo!...
Según el gesto de humildad de Albanoa, estaba contemplando el primer movimiento
de la materia en el ámbito de la eternidad menor, estaba viendo pasar por la mirada de su
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mente el movimiento de algo recién nacido, la pizca diminuta de materia que despertaba
con el prodigio de moverse por sí misma. En el silencio profundo de las aguas empezaba a
vivir un sonido muy bajo, una chispa de luz rodeándose de energía para poder moverse, para
poder medir la distancia entre ella y lo necesario para su vida...¡Célula se llama hoy!...
—¡El agua —murmuró Albanoa en tono de asombro, en tono de oración—, el agua
penetra en la tierra con amor de húmeda naturaleza y la tierra se deja penetrar por el agua
con amor de seca naturaleza!... ¡He ahí, Jotanoa, las dos regiones de la vida, en las que
habrían de ensayar su sinfonía de experiencias las primeras células vivientes!... El diminuto
ser, enfrentado a un medio de supervivencia, llevaría a cabo una actividad inusitada para
trasmitir a sus hijos, con rapidez prodigiosa, todas las lecciones aprendidas. Los hijos
recogerían de aquel diminuto ser las experiencias que luego incorporarían como ventajas
instintivas para continuar la conquista de un ambiente de ensordecedor silencio... Porque
todo habría de ocurrir en un mundo de quietud, interrumpido, de vez en cuando, por algún
deslizamiento o la zambullida de un pedazo de costa. No obstante la calma general, el
trabajo de las células llegaría a entonar el himno universal de la supervivencia. Voces de
silencio en el silencio mismo dejarían grabada la narración completa de la creación...
—Jotanoa, amigo mío, si puedes decirme, dímelo: ¡qué fue lo primero, la energía o la
materia?... ¡Escucha tu propia respuesta y no la esperes de nadie!... ¿Quien fue o qué fue el
creador del universo físico?... ¡Deja que tu oído interior recoja la pregunta y espere desde
adentro que salga la respuesta!
Jotanoa sonrió levemente como si en realidad estuviera escuchando o tratando de
interpretar alguna respuesta que intentaba salir de la memoria de sus células.
—Aunque no son palabras las que escucho, al menos son sensaciones que han de
madurar en voces... ¡Continúa, sigue, que he de comprender lo que digas!...
Pero Albanoa no dijo nada, pues la intención era la de crear la interrogación dentro de
su amigo, de donde saldría la respuesta. Era el método usado por quienes en épocas pasadas
aprendieron a contemplar los grandes interrogantes de la vida y dejaron que la meditación
les fuera dando, poco a poco, por madurez lenta y natural, las respuestas esperadas.
Lo que sí hizo fue continuar con el tema, haciendo del tema uno de los grandes
interrogantes, ya que en una ocasión anterior Albanoa le había hablado de la importancia de
contemplar o establecer en su interior algún principio universal, a partir del cual él iría
obteniendo en los períodos de meditación, las ideas y pensamientos por deducción.
Le hizo saber, para que lo tuviera bien en cuenta, que su alma viviente tiene la virtud,
la cualidad o la facilidad de razonar deductivamente.
—Si tenemos —le dijo— la precaución de visualizar en nuestra mente interior el
principio cósmico de la unidad, de cómo la unidad fue generando su propia contraparte, a
partir de ahí la meditación se hará cargo de ir entregando impresiones, impresiones que la
intuición convertirá en ideas de la dualidad. Mas tarde, la dualidad nos hará ver el concepto
de polaridad. Después el concepto de polaridad, nos dirá que ella necesita de condiciones
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positivas y negativas, de las condiciones positivas y negativas, nos será fácil deducir las dos
causas mínimas indispensables que hacen falta en la manifestación de cualquier fenómeno.
Pero en la mente de Albanoa había otra idea, que lo tenía preocupado. Se había
convertido en el eje central de un pensamiento, que día a día se agrandaba. Lo repetía,
preguntándose si la conciencia de la unidad cósmica tenía conciencia de sí misma como la
tenemos nosotros, y si esa conciencia universal se daba cuenta de los sufrimientos
individuales, de los problemas personales... y no sólo de los sufrimientos y problemas
personales, sino de las injusticias sufridas por la inocencia de seres indefensos e incapaces
de la mínima defensa, de la mínima defensa de huir, que ni esa la tienen...
Si bien era delicado el cuestionamiento, lo era aún más cuando hacía intervenir al
Dios de las religiones en semejante panorama. Se lo decía a sí mismo y se lo dijo a su
amigo con estas palabras:
—¿Tiene Dios conciencia del sufrimiento de millones y millones de niños que
agonizan y mueren de hambre en un planeta de alimentación abundante? ¿Tiene conciencia
de tantos ruegos, oraciones y súplicas que los creyentes, sumisa y humildemente, le hacen
llegar? ¿Bendice Dios las armas de los ejércitos que pronto habrán de atacar para dejar el
tendal de muertos en el campo de batalla?... Las armas bendecidas por los que allí habrán de
quedar, ¿son armas bendecidas por ese Dios de las religiones?
Albanoa se detenía con el temor de la profanación. Se decía que algo andaba mal,
pues le parecía imposible tanta ignorancia. Sin embargo, él presentía que una verdad en
relación con su inquietud habría de encontrar. Al parecer, la encontró, confiándosela a
Jotanoa en los siguientes términos:
—La mente de hombres que amaron y aman la investigación en todo sentido, sin
despreciar ningún camino que conduzca a la verdad, ha descubierto la primer manifestación
de la unidad cósmica, la maravillosa dualidad de la energía potencial y de la energía
dinámica, o sea para entenderlo mejor, decimos energía pasiva y energía activa. Esta unidad
cósmica se ha dividido a sí mismo para crear el movimiento permanente impulsado
alternativamente por las polaridades.
—Digamos, entonces —continuó Albanoa—, que estamos ante un Dios potencial que
es pasivo y ante un Dios dinámico que es activo. Uno es continuidad del otro sin que haya
separación... El Dios pasivo, el Dios que espera, necesita del Dios activo para actuar, mejor
dicho, para reaccionar donde la necesidad lo requiera.
—Si bien el Dios pasivo no tiene conciencia de los sufrimientos y problemas
individuales, su contraparte activa en el hombre, sí la tiene... ¡Es en el hombre donde hay
manifestación de conocerse a sí mismo, teniendo, por lo tanto, conciencia de los
sufrimientos y dificultades... entonces la responsabilidad recae en el hombre por llevar en
su interior al Dios dinámico, el Dios activo, el Dios que le ofrece el uso de la visualización,
el uso del dibujo mental de los deseos, de las aspiraciones, como medio de obtener la
solución a tantos problemas que afligen a su semejante! Sólo tiene que contemplar, mirar y
ver en su interior lo que quiere trasmitir, lo que anhela poner en manos del Dios potencial,
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para que éste lleve a cabo la obra, que con humildad fuera pedida o sugerida... ¡Pedir ayuda
mentalmente para otra persona afligida, enferma, acosada por múltiples dificultades, es
utilizar al Dios activo dentro de nosotros para que proyecte el mensaje al Dios universal,
cuyo Dios universal dirigirá su energía hacia quienes o quienes la necesitan!..
Albanoa se detuvo un momento, miró a su amigo para ver la impresión causada por
las ideas. Como lo vio dispuesto, decidió continuar:
—Si hiciéramos una síntesis, o si lo prefieres, un esquema en relación con el ser
humano, que nos sirva de guía o punto de partida para futuras meditaciones, podríamos
decir lo siguiente: Dios universal, extendido infinitamente en infinitas direcciones, con una
energía potencial, con una cualidad pasiva que puede usarla el hombre, su representante
terrenal, en quien esta energía pasiva se vuelve activa, dinámica, por medio de una voluntad
divina que se desarrolla, que madura y evoluciona durante la práctica de las buenas
intenciones. Las buenas intenciones despejan el camino, eliminan los obstáculos, limpian la
mente, higienizan los deseos, haciéndolos menos egoístas hasta que desaparecen las
ambiciones desmedidas... En fin, hacen del ambiente interior del ser humano el sitio
agradable, donde la voluntad divina aprende a diseñar, bosquejar ideas, aprende a dibujar lo
que ha de trasmitir, lo que ha de trasmitir con cariño, con el mismo cariño con que el artista
visualiza lo que ha de pintar.
Dejó de hablar Albanoa y pasaron los minutos en silencio, sin que ninguno de los dos
intentara decir algo, debido a la impresión que persistía, pero era también porque el
interminable sendero de la historia, andado por el hombre, se abría en la mente de cada uno
con el doloroso interrogante de haber sido transitado en vano en los tramos de
persecuciones y fanatismos. El único Dios presente durante tan lamentables períodos habría
sido el Dios potencial, el Dios cósmico, que dejó a cargo de la naturaleza el cumplimiento
de las leyes de causa y efecto, sin que interviniera el Dios activo, que dormitaba oculto en el
alma de aquellos que condujeron los períodos de sacrificios inútiles y de sufrimientos
soportados en vano.
Quizás haya sido verdad que Dios había dejado de existir, que Dios había muerto
cuando fue desterrado de la voluntad interna, cuando fue arrojado del reino invisible del
alma.
—¿Vale la pena —preguntó, reflexionando Albanoa— vale la pena preocuparnos en
lo que estamos pensando, escarbando en el pasado la conducta de los culpables cuando
tenemos la posibilidad, cuando se nos presenta la buena aventura de avanzar en el
descubrimiento de los beneficios que pueda generar la visualización y la meditación del
Dios activo en nosotros?... ¡Si los sacerdotes de tantas iglesias, de tantos templos, se dieran
cuenta y a sus fieles les enseñaran a visualizar lo que en las oraciones piden, les enseñaran a
despertar al Dios activo que duerme en ellos, otro escenario sería la superficie del planeta y
otra la esperanza con un Dios adentro en amistad con el Dios de afuera!...
Hacía rato que Jotanoa quería intervenir, pues en varias ocasiones se mostró inquieto
por decir algo. La oportunidad se presentó favorecida por la pregunta, la reflexión y el
anhelo que manifestara Albanoa.
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—Te escucho —dijo y me asombra lo simple que sería nuestra influencia si nos
dedicáramos a visualizar y a meditar con el fin supremo de eliminar la permanente
agresividad del hombre, pero al mismo tiempo siento renacer la pregunta de saber para qué
vive uno si es tanto el peso de la ignorancia y la superstición... ¿De qué nos sirve estar
haciendo lo que estamos haciendo, de estar descubriéndonos a nosotros mismos si a nuestro
alrededor la humanidad se derrumba poco a poco, porque se la deja abandonada a la ley de
causa y efecto, se la deja sin cambiar la causa? ¿De dónde has sacado semejante
argumento? ¿Nadie, jamás, se dio cuenta de algo parecido a lo que dices?...
Albanoa, después de escucharlo, recorrió con la vista el lugar donde se encontraban.
Miraba, distraídamente, en una dirección y luego en otra, dándose tiempo en buscar algo
que le sirviera de ayuda. Al parecer, encontró lo que necesitaba.
El sol iluminaba el verde de una planta y sobre el verde iluminado se destacaba una
flor, con tanta nitidez que le hizo exclamar:
—¡La luz, la luz! —lo dijo, señalando a la flor, apenas mecida por el aire—. ¡La luz
no se ve por sí misma!... ¡Ella necesita de los objetos para iluminar e iluminarse!...
Sonriendo satisfecho al sentir dentro de sí crecer el argumento que acudía a sus
labios, continuó diciendo:
—¡La luz, la conciencia y la evolución de la comprensión! ¡La conciencia en nosotros
es el espejo que refleja la luz, es el espejo que refleja lo que hemos de comprender!... La
conciencia depende de la mayor o menor deformación del objeto, por lo tanto, si la
evolución tiende siempre a mejorar el objeto, el objeto habrá de reflejar con mayor nitidez
la luz de la comprensión, o si te parece mejor, la comprensión de la luz.
Albanoa parecía descubrir algo que lo superaba, y lo demostraba a través de la
inquietud y de la necesidad con que expresaba el cúmulo de ideas y pensamientos, que se
agolpaban en su mente. Hizo lo que pudo para calmarse y permitir que todo fluyera con
normalidad:
—¡Lo que evoluciona, entonces, lo que progresa hacia el mejoramiento es la
conciencia! ¡Lo que tiende al perfeccionamiento es la conciencia, lo que progresa y se
desarrolla es el darse cuenta de las cosas y de las relaciones entre las cosas! Si al espejo de
la conciencia se lo mantiene opaco por la ignorancia, la comprensión será deficiente, pero si
nos preocupamos en pulir la superficie del espejo, la comprensión del universo tendrá cada
vez mayor nitidez. La luz —siguió diciendo— no sólo es el símbolo de la creación sino que
es la creación misma. ¿Cómo utilizar una energía que por su naturaleza se difunde y se
dispersa en todo sentido? ¡He ahí la cuestión fundamental!... ¡Lo único capaz de ordenar el
caos, de ordenar lo disperso, de reunir en un punto lo que se aleja de ese punto es el
pensamiento que nace de la comprensión interna. Si a ese pensamiento que nace de la
comprensión interna le agregamos la luz, ya tenemos la creación a nuestro alcance... Pero
para llevar a cabo el uso efectivo de la creación por medio del pensamiento, hace falta que
quien lo use sea un maestro en la expresión de las emociones, hace falta que haya alcanzado
el grado de conciencia equivalente al amor universal, o sea, que su conciencia, como el
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espejo mencionado, tenga ya la capacidad de comprender la armonía universal por haberla
sentido en su interior, por haberla vivido en cada acto y por haberla experimentado en el
trato con sus semejantes, humanos, animales y vegetales...
Dándose cuenta Albanoa que ya era demasiado, decidió concluir, haciéndolo así:
—Lo que significa que solamente a los que han logrado la pureza de las intenciones,
la pureza de las emociones, en fin, a los que han logrado eliminar de la mente las
ambiciones desmedidas del egoísmo, únicamente a ellos les será permitido el uso de la
creación por medio de la luz...
—Bien, amigo —terminó diciendo—, por ahora ya tenemos material suficiente con
que alimentar nuestros períodos de meditación. Para el próximo encuentro te prometo el
relato de aventuras protagonizadas por los dos personajes principales de nuestra
humanidad.
El mar, como lo querían, estaba calmo. La brisa, sin apuro de ser viento y el sol como
en los mejores días de tiempo agradable. Era lo que estaban esperando para pasar algunas
horas alejados de la costa. Se internaron en una lancha. Entre las dos inmensidades de agua
y cielo, se dejaron mecer por el horizonte marino que pasaba en olas por debajo de la
pequeña embarcación, hamacándola rítmicamente.
—Albanoa —preguntó Jotanoa cuando se instalaron cómodamente—, ¿qué significa
no saber si uno está despierto o está soñando? ¿Por qué la duda de haber realizado algo y no
estar seguro de haberlo hecho, pareciendo que todo ha sido un sueño?
—Cuando tu alguien del Alma —respondió Albanoa— ha intervenido con demasiada
influencia en el hecho, te deja la impresión de haber soñado. Todo depende de la relación
entre tu alguien del Alma y tu ser físico. Lo ideal, casi utópico, sería que ambos, fundidos
en una sola entidad, no diferenciaran la intervención... Aquí estamos en un medio que nos
ha de dar un buen ejemplo. Si le preguntáramos a una gota si sabe lo que es el mar, si tiene
conciencia de esa inmensidad marina de la que salió, nos diría que ella es una gota y que lo
demás no le importa. Ahora bien, si recurriéramos a otra gota de agua y le hiciéramos la
misma pregunta, nos podría decir que tiene la impresión de pertenecer a una extensión
mayor, diciendo además que tiene conciencia de ser una gota.
—Ahora —recalcó Albanoa— viene lo importante. La que pasó por la vida sintiendo
que era nada más que una gota, sin ninguna relación con la inmensidad marina, cuando
vuelve al mar, lo hace perdiendo la noción de haber sido gota, dejándose absorber por la
totalidad. No recuerda nada de su paso por la tierra, no trae nada con qué enriquecer el
hogar del que salió... La otra gota, la que se sentía hecha de dos entidades y que durante la
vida terrenal experimentó y aplicó las dos nociones, o sea, las dos conciencias, al regresar al
mar se da cuenta de que ha perdido como la otra la conciencia de ser individuo, que ha
dejado de ser gota para agregarse a la inmensidad de la que ella salió... ¡pero he aquí la
maravilla del regreso, pues ella vuelve trayendo en su memoria la riqueza de las
experiencias, el fruto cosechado en el huerto de la vida terrenal!... Además, se da cuenta
que sigue teniendo aquella conciencia que durante su existencia de gota le permitió sentir la
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inmensidad de donde salió. En resumen: Una trajo, la otra no trajo nada. La que trajo, lo
hizo porque vivió con una conciencia despierta en su interior, vivió haciendo de su interior
el archivo de lo aprendido, un archivo que en el futuro, cuando vuelva a ser gota, habrá de
poner al servicio de la intuición.
La analogía usada por Albanoa fue para que su amigo se diera cuenta de que las gotas
son los seres humanos y que el mar es la conciencia universal, la conciencia cósmica
expandida infinitamente en todas las direcciones infinitas. Fue por esa comparación lo que
hizo que el mar dejara de ser mar y se convirtiera en la expansión... Estos dos seres
humanos estaban a punto de descubrir la relación aproximada del hombre con el cósmico.
La aventura había comenzado. La búsqueda, casi cerca del hallazgo, era presentida por
ambos. Jotanoa, en esta ocasión, le dijo a su amigo:
—Aceptemos la comparación de ser nosotros como las gotas de agua y el mar como
la conciencia cósmica. Dime, entonces, ¿donde comienza el bien y dónde termina, dónde
empieza el mal y dónde concluye, si es que ha de concluir alguna vez?
Albanoa, con los ojos cerrados, recostado con la cara al cielo, dejando que la brisa le
ondulara los pensamientos, dejándose convertir en la respuesta que su amigo le pedía,
viéndose en su interior ocupar lugares que antes estaban vacíos y viendo espacios en blanco
que podían ser llenados... y sonriendo, sonriendo y comprendiendo, con la humildad que
exige el espectáculo grandioso de la espiritualidad interminable, dijo con seguridad:
—¡El bien no ha tenido principio ni tendrá fin! ¡El mal no existe si lo hemos de
contemplar desde el plano de la conciencia cósmica! ¡Lo que vemos desde aquí son
espacios en blanco que deben ser llenados por el bien!...
A Jotanoa le costó mucho comprender que los actos de barbarie, que la conducta
criminal que perjudican al indefenso, que la ambición de ganar por medio del delito, que la
fría mentalidad de despojar, robar, matar, violar, sean cometidos por el vacío dejado por el
bien. Para entenderlo empezó a buscar comparaciones y ejemplos. Si bien los encontró, no
fueron suficientes, aunque debió admitir la belleza del concepto y la esperanza de ver en el
futuro que los espacios tenebrosos de la injusticia sean llenados con suficientes bondades
por la acción del bien. Mientras soñaba con esta esperanza, la voz de su amigo lo volvió al
presente:
—Te habrás dado cuenta de que siempre hay dos personajes como mínimo, los demás
son gradaciones, subproductos de los dos actores principales, pero dejemos esto por ahora.
¿Qué te parece si hacemos un ejercicio que como los anteriores, estimule la comprensión
interna? Un ejercicio que tenga el sabor de la última experiencia vivida por ti en el jardín de
tu casa... ¿listo?...
Después de aconsejarle que respirara profundamente varias veces, diciéndole también
que acomodara su estructura física lo mejor posible, le aconsejó que intentara abrir la
mente a todo lo que escuchara.
—Jotanoa —comenzó a decirle— busquemos refugio en nuestro interior. Hagamos de
cuenta que venimos de afuera, que venimos fatigados a buscar descanso, comprensión y
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bondad en nuestro interior. El mundo de afuera lo dejamos bien alejado para que la
intimidad del alma nos cobije y nos eduque en la sabiduría de ser alma viviente.
—Empecemos por averiguar si nuestro estado actual de conciencia nos permite
conocer nuestra evolución en relación con el propósito o la razón de estar viviendo la
presente encarnación.
—Es posible que los grados de comprensión interna tengan algo que ver con nuestro
futuro, o sea que a medida que ascendemos en nuestra evolución por el sendero del
misticismo, quizás tengamos mayores posibilidades de conocer hacia dónde vamos y por
qué vamos hacia ese dónde...
—En forma velada se nos dice que cuando nos dedicamos con cariño a nuestra labor,
labor de comprenderlo todo, viéndolo en
nuestro interior, estamos en realidad
preparándonos para la gran obra... Ahora bien, ¿Que es la gran obra, en qué consiste esta
obra? Nos parece prudente que aquello que se esconde como si fuera el secreto del
conocimiento oculto, permanezca así hasta que cada uno lo descubra por medio de su
propia evolución. De esta manera queda resguardado, queda oculto para quienes aún no
han alcanzado la comprensión mística, la comprensión mística que autoriza descubrirlo...
—Tal vez nos resulte difícil saber cuál es la gran obra a la que podríamos aspirar.
Buscando ejemplos, explorando en la naturaleza algunas manifestaciones de vida, quizás
nos sea posible vislumbrar el futuro que aún no hemos experimentado.
—En varias ocasiones hemos visto o nos hemos enterado por otro medio, lo que le
sucede al gusano de seda cuando cumple su período de vivir adherido a la tierra, cuando
pasa por el verdadero procedo de la transmutación y del cambio total... Podemos decir que
abandona el escenario terrenal para alcanzar el plano que está sobre lo terrenal. De haber
estado arrastrándose para luego volar, hay una diferencia que nos hace comprender el
ascenso de un grado de conciencia a otro...
—Ahora ya estamos en condiciones de pasar por la experiencia de ser gusano de seda
que aún no sabe en qué ha de transformarse. Intentemos asumir esa aventura de cambio.
—A ras del suelo nos vemos y nos sentimos como si fuéramos un gusano de seda, un
gusano que espera el destino de ser mariposa... Luego, en forma alternativa, nos sentimos
primero gusano de seda y después mariposa. Primero nos movemos pegados al suelo,
rozando el suelo con cada contracción y expansión... Luego, nos sentimos renacer en
mariposa, como si dejáramos un ropaje para vestir otro. La liviandad de la nueva forma nos
impulsa a volar con increíble naturalidad... a volar con agradable naturalidad... para
encontrar el destino de llegar...
—Nos queda ahora conocer la relación entre ambos estados, es decir, pensemos, bien
convencidos, que la condición de ser gusano de seda corresponde a nuestro estado actual...
y luego, también convencidos, que la condición de ser mariposa corresponde a nuestro
estado futuro...
—Gusano de seda, equivalente a lo que somos ahora...
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—Mariposa, equivalente a lo que seremos...
El silencio profundo en medio de un mar tranquilo aumentaba el silencio interior de
la meditación, en el que cada uno había entrado. ¿Quién se animaba, entonces, a
interrumpir lo que estaba sucediendo en la profundidad de cada uno, cuando cada uno había
llegado a la unión consigo mismo?... ¡Que pase, pues, todo el tiempo que sea necesario!
¡Que cada uno vuelva de su comodidad interior cuando quiera!...
Sin embargo, el regreso estaba previsto para el momento en que uno de los dos
exprese algo, diga algo, exalte algo, en fin, anticipe lo que el porvenir pueda estar
prometiéndole...
Quien salió del silencio fue Jotanoa, y lo hizo como en la ocasión anterior, dejando
que la voz de su alma viviente hablara según lo quisiera su voluntad de hablar:
Comienzo de la vida ha sido
cuando el siglo rodaba sin el número
esculpido en el mármol vanidoso.
Viviendo en la ladera de algún valle,
sentí el rodar tranquilo del presente
sin la horda amenazante del futuro.
Un río pasa, suave lengua de frescura,
bautizando estrellas en su espuma.
Deshilachado en labios, un jirón de brisa
conversa del amor en mis oídos.
Una blanda tristeza de perfumes
presagia los dolores de la historia.
Arbol he sido por haberlo amado.
En cuerpo vegetal fui sangre joven
con pulmones de sol en cada hoja.
En mi alma busco el árbol y lo encuentro.
Regreso hasta el silencio del ramaje
y estalla en mis oídos el gorjeo.
Renace del olvido el mundo niño,
el sol brumoso y el sol de fuego,
la luna roja y el mar de nadie,
el espasmo del nido y el cascarón deshecho.
Arbol he sido por haberlo amado.
De aquel sol que me ha besado
me llega el rumor del valle risueño
a decirme en palabras de siglo
que en el hombre hay noción de infinito...
Después de un corto silencio, Jotanoa se encontró con un presentimiento asomando en
su mente. Dicho presentimiento le hizo ver algo difuso que se alejaba absorbido por la luz
de la tarde. Sin contenerse, gritó el nombre de su amigo:
—¡Albanoa! ¡Albanoa!...
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—¿Qué sucede?...
—¿Por qué te atrae el Oeste?...
—¡Porque vengo del este!...
— Y eso ¿qué tiene que ver?...
—¡No puedo irme por donde he nacido!
—¡No te entiendo! —concluyó Jotanoa, vencido por un futuro que no asimilaba ni
comprendía.
—Yo, a veces —lo dijo resignado—, no me entiendo. Cuando quiero explicar lo que
no entiendo con palabras vulgares y en prosa común, se me enreda el lenguaje y las voces se
convierten en ruido que nada dicen. También, como a ti te ha sucedido, me suele ocurrir a
mí... y eso sucede cuando le dejo a mi alma viviente que resuelva el problema. Rara vez lo
hago por medio de la poesía, según te lo dije, pero contigo espero sea distinto y pueda
interpretar lo que el lenguaje común no puede hacerlo.
Y Albanoa dejó que sus labios dijeran lo que las voces guardaban en la íntima paz del
alma:
Somos como el agua de algún río,
de algún río de tu valle,
Valle de Tulum según dijiste,
que una roca lo divide:
¡Tú te vas por ese cauce,
yo me voy por este riacho!
Siempre existe una pregunta
que en el aire se hace brisa
para irse siempre lejos
o quedarse dentro de uno...
—Separados —preguntole Jotanoa—, ¿nos iremos a juntar?...
La tristeza tiene voces de respuesta.
No, mi amigo, seremos tan iguales
cual dos hojas cayendo en dos silencios
del árbol que las hizo.
Pues ya nunca nos veremos
como hoy estamos viendo
nuestras fáciles siluetas.
Sólo existen lejanías,
sólo existen cercanías,
sólo existe la distancia
entre aquella dicha buena
y esta tibia pena amarga del fracaso.
Sólo puede estar más lejos o más cerca
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una risa luminosa
de una queja ensombrecida.
No, mi amigo, seremos tan iguales
como el viento de tu cielo,
cielo de Tulum según dijiste,
que una nube lo divide:
¡Tú te irás por ese azul,
yo me iré por este ocaso!...
La emoción se apoderó del aire circundante, prolongando el deseo de no hablar, de
permanecer callados. La magia del mensaje oculto de Albanoa iluminó el presentimiento de
su amigo, haciéndolo inefable, pero triste. Esta vez, cada uno se quedó en su propio paisaje
interior, tratando de saber lo que no podía saber el paisaje de afuera, el paisaje de mar y
cielo, de brisa y sol.
Durante el tiempo transcurrido de esta manera, no hubo nada más que voces dichas en
silencio, de labios adentro. Cuando Albanoa se dispuso a hablar, vio que su amigo tenía los
ojos húmedos, casi a punto de dejar caer algunas gotas, gotas que venían del mar infinito
del alma. A pesar de todo, sonrió y se quedó esperando, con ánimo de seguir callado.
—Jotanoa —le dijo su amigo—, pareciera que nos estamos anticipando a una
despedida que no ha de ser una despedida. Más bien será como darnos vuelta para que uno
mire hacia su valle y el otro mire hacia el sol que lo invita a la hora del ocaso, pero que en
cualquier momento podemos darnos vuelta para vernos, y vernos que estamos ahí, uno
frente al otro. Te aseguro que así será. ¡En el país de la luz nos veremos continuados, uno en
el otro!...
—¡Albanoa, por Dios, quién eres? —fue la expresión urgente por saberlo de una vez.
—Ya te dije —contestó con serenidad—. ¡Soy en lo que tú eres en mí! ¡No puedo
traducir en palabras comunes ni tampoco puedo saber lo que sabré mañana!
De nuevo llegó el silencio. Jotanoa luchaba para que la emoción provocada por el
presentimiento se volviera resignación, mientras en Albanoa se ahondaba el sentimiento de
amistad que hasta ahora lo venían gozando.
Ya estaban iniciando el regreso, moviéndose hacia el puerto, cuando Jotanoa tuvo la
ocurrencia de una pregunta que hizo interesante la respuesta:
—Dime Albanoa, cuando nosotros dejemos este lugar donde hemos pasado algunas
horas y donde hemos hablado de tantas cosas, ¿quedará algo de nosotros aquí, quedará aquí
algo de las ideas, de las intenciones de nuestros sueños?...Y si algo queda, ¡podrá sentirlo
otra persona que pase por aquí?
—Sin que lo hayas querido —repuso Albanoa— has avivado una inquietud que me
tiene preocupado desde hace tiempo, precisamente en relación con tu pregunta.
El tema era delicado, según lo confesó Albanoa. Lo práctico —así lo dijo— era partir
de lo conocido por la experiencia, comprobar si en el plano terrenal se creaba la influencia
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de la energía dejada por los pensamientos. Si recordamos lo que nos ha sucedido cuando
visitamos algunos hogares o cuando en algunos sitios nos sentimos cómodos, alegres y
tonificados, y en otros lugares cuando nos sentimos deprimidos, tristes, apesadumbrados,
hasta con cierta sensación de nauseas y de asco. Si recordamos que hubo diferencia entre un
ambiente y otro, entonces, nos parece evidente atribuirlo a la manara de pensar, lo que
significa que los pensamientos de baja calidad han de crear ambientes de influencia
deprimente y los otros, ambiente de agradables sensaciones.
—Me siento mejor —dijo Albanoa— cuando descubro que la energía del ambiente
agradable se eleva con más facilidad por su liviandad. La del otro tiene tanto peso que
permanece a ras del suelo por su densidad. La del otro tiene tanto peso que permanece a ras
del suelo por su densidad. La posibilidad de crear energía saludable por medio del
pensamiento, nos abre un panorama de amplitud cósmica, casi infinita... ¿Por qué te digo
esto?... Pues, si aquel Dios potencial, del que hablamos no hace mucho, por su condición
natural tiene la capacidad de recibir la energía generada por la emoción del amor, te
imaginas lo que sucedería en las zonas de miseria extrema, lo que haría en la mente y en la
conciencia de quienes sentirían la necesidad de corregir tantos padecimientos inútiles...
¡Aquel Dios pasivo se vería repartiendo su propia naturaleza de amor, gracias al pedido
visualizado por su criatura terrenal! ¡Aquel Dios, sólo necesita que lo conmuevan con
pensamientos de limpias intenciones!...
Ya habían llegado al puerto y estaban abandonando la zona portuaria e iban por la
costanera hacia sus hogares. Era el momento en que el atardecer empezaba a teñir las
nubes en la parte opuesta del día, allá en el horizonte marino. Albanoa, señalando hacia
donde las nubes se agrupaban, y sensibilizado por todo lo sucedido durante la jornada,
soñadoramente dijo:
—¡Acerquemos el cielo a la tierra, llenándolo desde arriba hacia abajo con nuestras
intenciones de vivir en paz, con nuestra comprensión de vivir la tolerancia! ¡Acerquemos el
cielo a la tierra, haciendo del espacio una atmósfera de energía, generada por la emoción de
aquellas cualidades cercanas y unidas al amor, sin olvidar que lo tenemos que hacer desde
adentro, de Dios a Dios, viendo y viviendo lo que hemos de entregar a la conciencia
Cósmica!... ¿Llegaremos a decir, entonces, que el cielo ha descendido a la tierra?...
Luego de una pausa, Albanoa terminó por confesar:
—Dime, amigo mío, este sueño amable, ¿lo estará soñando Dios en nuestro interior
para que suceda en el exterior o será que...?
No quiso terminar. Jotanoa, sin decir nada, lo miró con una leve sonrisa en los labios.
No podía sacarse de encima la tristeza que le había dejado el presentimiento. Se
despidieron, alejándose en direcciones opuestas. Jotanoa se detuvo después de dar unos
pasos. Se dio vuelta para mirar aquel hombre, de quien comenzaba a sentirse hijo. Luego,
reanudó la marcha con la cabeza inclinada, sin querer mirar a ninguna parte.
La ciudad estaba alterada. Ese día, los habitantes habían amanecido con el ánimo
cambiado, o más cambiado que en otras jornadas. Su personalidad parecía disfrazada con
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el ropaje de la violencia, con los harapos de la agresividad. La gente se miraba con
enemistad. Ninguno de ellos se dijo frente al espejo la pregunta que Jotanoa se hiciera para
desvanecer el enojo que lo enemistaba con el ambiente donde vivía.
—Mira, Albanoa, toda la gente parece que no se ha visto enojada en el espejo. Sus
pensamientos zumban como las avispas, con los aguijones listos. Cada uno contagia al otro
y así, sucesivamente. Parece que en cualquier momento fuera a estallar la atmósfera... ¡He
ahí la agresividad sin razón, he ahí la violencia sin causa, sin que ninguno se pregunte el
motivo de tanto encono! ¡Y pensar que ayer queríamos llenar el aire con otro tipo de
pensamiento!...
Para conversar a gusto se encaminaron a una plaza, donde se sentaron, teniendo allá el
mar y cerca de ellos una avenida, por la que pasaba, a intervalos, el malón mecánico de los
automóviles. Allí continuaron con el tema.
—Siempre —comentó Albanoa— hace falta tener en el ánimo paz y mansedumbre
para acercarse a cualquier animal salvaje. De ahí surge la necesidad de amar la vida, la
obligación de ser optimista y asumir la responsabilidad de la esperanza para poder acercarse
a estos animales salvajes de la ciudad y calmarlos con el bálsamo de nuestra aura, llena de
paz y mansedumbre. Bien sabemos que cada uno de nosotros tiene alrededor de su cuerpo
una zona de energía, creada por la fuerza vital del organismo viviente. Dicha zona puede
extenderse si la alimentamos con la energía del pensamiento y de las emociones. Según el
ejemplo que voy a narrarte, tendremos en cuenta los dos tipos o clases de pensamientos y
emociones. Esta zona de energía, verdadero campo electromagnético, cuando roza o pasa
junto a otro ser humano le transmite un estado de ánimo que puede ser agradable o
desagradable. El positivo es benéfico, el negativo es perjudicial, es dañino, es deprimente.
Conocido esto, aparece la pregunta fundamental e inevitable: ¿Queremos colaborar con el
bando positivo o con el negativo de la mentalidad humana?... Con el fin de comprender la
responsabilidad de pensar de una manera o de otra, te lo diré con el ejemplo que tengo en
mente.
—Vamos a suponer que al salir de tu casa para ir al trabajo, lo haces con un estado de
ánimo agresivo, insultando mentalmente a todo el mundo. Tus pensamientos llevan una
carga negativa que va creando alrededor de tu cuerpo una zona de energía. Tu persona va
rodeada de intenciones explosivas. Caminando, como lo haces habitualmente, rozas con tu
aura a otra persona que viene con un ánimo parecido al tuyo. Esta persona siente que
aumenta el odio, la rabia o el deseo de hacer daño. ¿A quien?... Aún no lo sabe... Pero este
señor trabaja en una dependencia donde es jefe de una sección y como todo jefe, tiene a su
alcance un empleado que le resulta antipático, que no lo quiere porque no lo quiere. Lo
primero que hace al llegar a su oficina es buscar al empleado de su desagrado para
descargar en él el veneno de su tensión. El jefe ofende, el empleado se defiende. El jefe
busca causas, imagina motivos, se insultan, se pelean y el jefe por su condición de jefe lo
despide, lo echa... El empleado, un hombre joven, desorientado, sin comprender lo que ha
sucedido, sin encontrar la razón de lo ocurrido, siente que algo turbio y sordo comienza a
gestarse en su mente. Ese algo turbio termina por aconsejarle la venganza como medio de
desahogo de una justicia que no entiende ni entenderá jamás. La bestia milenaria de los
52
instintos lo lleva a usar la violencia contra todo lo que significa civilización, sociedad
organizada, instituciones humanas, porque son para él el sumun de la hipocresía y del poder
cínico. El se convence que de esta sociedad pervertida le ha llegado semejante injusticia,
por lo tanto toda la fuerza del desquite la dirige contra ésta, llevando a cabo asaltos,
destrucciones de edificios, incendios y robos sin importancia. Esta labor la realiza sin
compañero, sin que nadie lo acompañe. Es el rebelde solitario que con lo ya hecho, llama la
atención del poder organizado con fines parecidos. Una sucursal de la mafia universal le
hace llegar el ofrecimiento, pidiéndole su adhesión y su colaboración, con la ventaja que
habrá de sentirse acompañado y protegido. El trabajo ha de ser el mismo, o sea, la
destrucción de los valores tradicionales, la destrucción de lo que ha destruido a él. La
tentación le muestra un escenario donde se ha de sentir actor de una revolución
internacional, a la que ingresa para aumentar la legión de los que eliminan vidas y más
vidas...
—La imaginación nos puede llevar, sin que esto sea fantasía, al ámbito mundial
donde ya es crónica diaria, historia contemporánea. Para ello basta con leer el trabajo
cotidiano del periodismo.
—Ahora, tomemos el mismo ejemplo, pero eliminando lo necesario para suponer que
tu ánimo al salir de tu hogar ha sido positivo, influenciado por ideas de paz. Tus
pensamientos, mientras caminas entre la gente, se entretienen con el optimismo de la vida.
La zona de energía alrededor de tu cuerpo irradia la esperanza del bienestar. Te das cuenta
de que la Tolerancia es un arma silenciosa que puede desarmar al más fiero enemigo, al
menos, desviar o disminuir su intención destructora. Tu aura, en realidad, tiene la misma
dicha, la misma alegría de lo bueno que expresa la vida en cualquier ambiente. Con ese
ánimo pasas junto al hombre del caso anterior y lo que hace tu aura o tu campo de energía
es disminuir, amortiguar o eliminar el deseo de agredir. Y lo que sucede en la oficina donde
es jefe se convierte, apenas, en una discusión sin importancia y sin consecuencia alguna.
Con este ejemplo marcamos la diferencia notable de las dos conductas del ser humano. Las
dos manifiestan una responsabilidad que no aceptamos con nuestra comprensión, pues la
mayoría de las veces dependen del azar. No nos damos cuenta del daño que provocamos
cuando lo hacemos como ya es común hacerlo, envenenando el ambiente con las
emanaciones negativas de nuestros pensamientos. Casi siempre estos pensamientos no
tienen ninguna razón de existir. El mal humor nos domina sin siquiera averiguar el origen
del humor.
Jotanoa parecía ausente. Si le hubieran preguntado que dijera algo de lo que su amigo
había relatado, se habría visto en apuro. Era evidente que no podía asimilar lo que le estaba
ocurriendo, quedando al descubierto al preguntar:
—¿Tiene algún valor, o mejor dicho, de qué sirve sentir nostalgia por algo que aún no
se ha perdido?
Sí, no había duda. Jotanoa estaba anticipándose a la separación, que a corto plazo
sería inminente. Su amigo le respondió con otra pregunta:
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—¿Puede haber algo que vaya a perderse y que vaya a preocuparnos, sabiendo que
cuando esté por ocurrir habremos alcanzado tal grado de conciencia que la comprensión nos
dará su sabiduría?
La sonrisa en los labios de Jotanoa fue un gesto de agradecimiento por una respuesta
que sonaba a condolencia, aunque tenía que admitir que era oportuna. No sólo oportuna,
pues prometía la sabiduría que aún no había llegado porque el momento de la separación
tampoco había llegado.
Aparte de esto, hacía varios días que a Jotanoa le venía inquietando un detalle que su
amigo había dejado pasar o era, quizás, que lo tenía reservado para después. Sin esperar a
que llegara el después, se hizo el propósito de decírselo:
—¡En tu lista no está el amor!...
Albanoa, de inmediato se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en la mente de su
amigo.
—¡Porque esa es la meta final! —comenzó a responder—. No puedes vivir la
totalidad de esa emoción sin haber experimentado antes con las partes que la componen.
Me refiero a los ingredientes menores, que sumados adquieren la cualidad del amor. Me
estoy refiriendo, por supuesto, al amor universal, que para llegar a él hace falta tonificarse
en las etapas previas, las que te he sugerido pasar por ellas.
Albanoa sabía que la pregunta de su amigo no se refería a la contestación que le
estaba haciendo. Lo que le quiso decir cuando le preguntó que en su lista no está el amor,
era el amor entre el hombre y la mujer. Jotanoa estaba necesitando una opinión y esa
opinión la quería de su amigo. Sin embargo, Albanoa continuó con lo que venía diciendo:
—Se hace necesario, entonces, que poco a poco y paso a paso vayas acercándote por
medio de las emociones menores a la emoción mayor del Amor. Esta emoción mayor, aquí
en el centro de tu ser, es equivalente a la armonía cósmica, con lo que ya puedes darte
cuenta de que en el imperio invisible de tu alma viviente reina la armonía cósmica, que
después de influenciar la conducta del ser humano recibe el nombre de amor.
—Si a tu forma de vivir —siguió diciendo— no has incorporado la emoción de la
tolerancia, ¿cómo podría el Amor expresarse?... Si jamás has tenido una experiencia de
hermandad, ¿cómo haría el Amor para expresarse en un individuo sin bondad, sin caridad,
sin hermandad?...
—A esta altura de las oportunidades que me has dado para intervenir en tu vida, no se
puede admitir ni comprender la soberbia del Amor, la vanidad del Amor, el egoísmo del
Amor, porque todos estos personajes son barridos por la Humildad del Amor. La primer
afirmación de valor incalculable es la que dice que el Amor adquiere vida cuando se da,
cuando por el mandato de su esencia no reclama ni exige... Sólo quiere ocasiones de verse a
sí mismo en el acto de darse. Cuando tú pides por Amor y cuando a ti te piden por Amor,
eso no es Amor, porque él usa la condición contraria, porque él busca los momentos de
vivir en la proyección de su esencia. Su privilegio de dar resuelve todos los conflictos.
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Por más que siguiera hablando, era inevitable. No bien concluyó, Albanoa presintió
que su amigo se disponía a soltar lo previsto por él. Era inevitable.
—Albanoa —dijo Jotanoa—, no sé si rehuyes la cuestión o no te interesa. Pues te
interese o no, ya me has dado la suficiente confianza como para pedirte que me cuentes tu
relación con la mujer, con esa mujer que se nota invisible detrás de tus palabras. ¡Cuéntame
tu historia de amor!...
—No me has tomado desprevenido puesto que lo esperaba. Sin embargo, has de
permitirme que lo haga a mi modo, es decir, te lo dejaré escrito en un librito que he estado
relatando durante los días que no estuve contigo. Aquellos primeros días, después del
acuerdo de ser lo que hemos sido a lo largo de tantas jornadas, aquellos días, repito, me
hicieron comprender que debía hacerlo. Te considero el heredero de confesiones que
pueden serte útil en el futuro. Además, no sé lo que harás con los recuerdos de esto que
estamos viviendo, pero... supongo que allá en el porvenir serán páginas de un libro, que si lo
relatas con la sinceridad de lo vivido te aseguro que a mucha gente le servirá. Si esto
sucediera y si los lectores te preguntaran dónde he aprendido yo lo expresado en nuestras
relaciones, te pido solemnemente que lo des a conocer siempre que le libro haya superado
varias ediciones. Es decir, cuando tengas la adhesión de mucho público, será el momento de
decir dónde aprendí los principios y leyes que después de aplicarlos, maduraron al abrigo de
la meditación. Espero que estés de acuerdo.
Ganarse el privilegio de una misión como la de escribir un libro con la historia de lo
que estaba viviendo, era algo de tanto valor que el propósito de vivir quedaría justificado
plenamente. Sin vacilar, le dijo que sí, que estaba de acuerdo.
—Te había prometido —le recordó Albanoa— el relato de algo que no sabemos
cuando ha empezado, protagonizado por dos personajes que se han de encontrar en el
futuro. El andar de los siglos, con sus períodos naturales, favoreció a uno y luego a otro. Un
extraño equilibrio ha permitido que sobrevivan hasta hoy.
—Con nuestra dócil imaginación hemos de suponer que el hombre se desdobló en dos
mitades, en los dos personajes de la narración. Los dos partieron de un punto pero en
sentido opuesto, uno hacia afuera y el otro hacia adentro del hombre. El que eligió el
exterior, lo hizo apoyándose en los objetos que aparecen y desaparecen, en todo lo que nace
y muere, es decir, en lo efímero, en lo que hoy está y mañana no está. Este personaje de lo
pasajero no se daba cuenta de que lo efímero era el alimento de lo duradero. Diciéndolo en
otros términos, sería como decir que lo inmortal necesita de lo efímero para saber en que
punto de la eternidad se encuentra. Todo cambiaba para él, sin tener algo fijo que
permitiera saberlo...
—El otro personaje comenzó su aventura, tomando el sendero que aún hoy lo está
llevando al interior del hombre. Cuando inició la marcha, lo hizo porque presintió que un
resplandor lejano parecía indicarle la dirección que sus pasos debían tomar. Allá lejos,
quizás en el centro del alma viviente del hombre, asomaba un fulgor semejante al de la
mañana cuando está por salir el sol. Mientras su hermano se alejaba hacia el exterior, él se
dirigía hacia el interior, al encuentro de la eternidad.
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—Mientras uno llevaba a cabo su tarea allá afuera, donde se sentían los estruendos de
su paso, donde la tragedia y el sufrimiento era la conquista lograda en el amplio escenario
de lo efímero, el otro, con el esfuerzo de sentir la bondad de la vida, se internaba poco a
poco... Y cuando lograba que algún rayo de luz lo iluminara, se lo enviaba al hombre
convertido en comprensión y con esta comprensión el hombre realizaba un acto de justicia.
Si cada rayo de aquel fulgor central fuera una cualidad, fuera una virtud o una manera de
construir, entonces, pensaba él, la luz total debería ser la luz mayor del Amor. Por lo tanto,
a medida que avanzara hacia esa luz mayor, él le entregaría al hombre los componentes del
Amor, del Amor desconocido, que uno de los dos buscaría entre los errores y el otro en la
divinidad interior del hombre.
—Bien, amigo —dijo por último Albanoa, sacando de un bolso un sobre—, aquí
tienes el libro escrito para ti, para ti por haberte encontrado. Si hubiera seguido viviendo sin
el hallazgo de tu amistad, es seguro que no lo habría escrito. En él vas a leer los dos relatos
relacionados con los personajes. Hay confesiones y muchas cosas más. Encontrarás lo que
has pedido, lo que tu has bautizado con el nombre de historia de Amor.
—Pero esto significa... —exclamó Jotanoa.
—No, aún tendremos nuevas reuniones, entre las cuales habrá una de gran
importancia, pues con ella habremos logrado la madurez de nuestra amistad y la
identificación de tu ser interno...
Sin decir más, Albanoa se alejó de su amigo.
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Del Libro de Albanoa:
Crónica del Amor Desaparecido
Cuentan los hombres modernos que las ciudades monumentales, con sus gigantes de
cemento, a ciertas horas de la noche, parecen fantasmas condenados a la inmovilidad.
Dicen que se oye el monólogo de una voz vagabunda que habla desde las profundidades del
cemento de los edificios. Esta voz es como la conciencia del desastre, pero siempre termina
en lo que se ha dado en llamar “Crónica del Amor Desconocido”. Esta crónica, tejida con
trozos simbólicos de la historia de la humanidad, nunca le fue útil al conglomerado que
caracteriza el siguiente título: “Hombres para el dinero sin Amor al semejante”. La
diminuta clave se halla en las tres letras que forman las palabras “sin” y “con”. Sólo hace
falta cambiar una por la otra para que cambie la faz del mundo. Los años dirán cuál de los
dos grupos se impondrá, aunque en la sonrisa del incrédulo esté asomando la profecía de su
ánimo negativo.
Esta crónica ha llegado a formarse según se la relata después de este párrafo.
Entrelíneas o detrás de las palabras están los significados que hay que rescatar como
enseñanza. Las palabras esconden tesoros y bellezas que sirven de alimento a quien como tu
alguien del Alma lo necesita.
Cuando el mundo era una niebla muy solitaria y el aire un suspiro sin labios, llegó a lo
que hoy es la tierra una porción inseparable del amor universal. Era la cuota de armonía
destinada a nuestro planeta. Esta presencia planeaba sobre el vacío como águila sin peñasco
donde asentar sus patas. La porción de amor era tan semejante a la luz, que su resplandor
flameaba sobre todos y en todos los torbellinos del caos, queriendo organizar con su
armonía lo que dispersó, se alejaba y regresaba.
Se dijo en aquel tiempo o se pensó después, nunca se supo quién lo dijo ni quién lo
pensó después, que la luz del Amor era algo que se podía encontrar y conquistar, y que
quien lo hiciera ganaría todos los poderes del universo y todas las riquezas de la tierra. Se
dijo a modo de guía que la luz se la encuentra donde la oscuridad la necesita. Se dijo
también que lo que estaba tan cerca podría no verse. Alguien se animó a decir que lo más
cercano al hombre era el hombre mismo, con lo que quiso significar que mirándose dentro
podría descubrir el poder de la vida y del Amor. Como nadie pudo comprender el sentido
oculto de estas palabras, se hizo presente la ambición. Se creyó que se trataba de algún
objeto para enrriquecerse, de algún tesoro oculto en la naturaleza de las montañas, de las
selvas, de los mares. Así fue cómo se dieron a la búsqueda de esa luz tan preciada y por
demás preciosa. Se hizo carne en el corazón de todos que el que lograra la luz del Amor,
conquistaría todas las luces del universo, es decir, todas las riquezas del universo. Y todos
los hombres del planeta, en frenética carrera, llegaron al colmo de las aventuras,
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provocando los mil dolores de la miseria, los mil estruendos de la destrucción. Pasó el
tiempo y siguieron buscando. Buscaron en todos los rincones de la tierra, en las
profundidades de las aguas, en las oscuridades de la selva, en las cumbres peligrosas de la
montaña, y lo que lograron traer de tantos lugares fue el sediento deseo de continuar la
búsqueda.
Cierto día apareció un hombre que dijo haber encontrado la luz que le daría todas las
riquezas del universo. Traía en una mano una piedra preciosa, la que lanzaba destellos
rojizos y anaranjados, a los que se sumaban otros. Dichos destellos, al girar la piedra, se
convertían en una amalgama de colores vivos, tan vivos que parecían ondulaciones de un
sol titilante. La mostró al mundo y le dijo que él había conquistado el codiciado poder con
semejantes luces que radiaban de la piedra.
La noticia inundó los oídos de la gente y la tierra vibró asombrada ante el maravilloso
hallazgo.... Hasta que un hombre, que era mil veces millonario, entrevistó al afortunado
para comprarle la piedra, en cuyo centro se movía la luz del Amor. El precio era enorme
casi incalculable, pero el hombre mil veces millonario la adquirió. Pensó que la suma de la
compra quedaría anulada o quedaría disminuida si la comparaba con el poder de conquistar
las riquezas del mundo. El mil veces millonario creyó que aquel que le vendió la piedra era
un estúpido que no merecía tal posesión.
Cuando la hizo suya y después de ufanarse ante las poblaciones de un mundo atónito,
se retiró con desconfiada cautela para encerrarse en los límites de su extensa propiedad.
Sobre la casa que habitaba tenía una buhardilla, especie de hueco oscuro con un ojo abierto
a los panoramas de su reino. Este sitio era un lugar secreto y allí se recluyó para adorar el
poder que emanaba de la extraña piedra y calcular la riqueza que la tierra le pondría a sus
pies. Compuso en su mente los mejores elogios, destinados a la fortuna, mientras miraba
con éxtasis animal los graciosos relámpagos que la piedra le enviaba desde su seno. Se
acercó a una mesa para depositarla. Su mano temblaba porque iba a colocar sobre algo que
no era su cuerpo, que no era él, sobre algo que ocupaba un espacio que él no ocupaba.
Suspiró, asegurándose de la soledad que lo rodeaba y tendió la mano... ¡Oh mano estúpida!
La insegura y temblorosa mano dejó escapar la piedra que daba la luz del Amor, cayendo al
suelo para hacerse mil pedazos. Ante semejante tragedia, el hombre mil veces millonario
que aspiraba a hacerse millones de veces millonario, desesperado, ciego de llanto y dando
alaridos, tropezó y cayó. Rodando por la escalera se rompió la nuca con la misma fragilidad
con que se rompió la piedra que daba la luz del Amor.
Como el tantas veces millonario murió, no se supo por el resto de los siglos dónde
quedó escondida para siempre la piedra que daba la luz del Amor.
Y los hombres del mundo, también desesperados, se dieron con renovado brío a la
tarea de conquistar riquezas, recurriendo a los medios espantosos de permitir el hambre de
muchedumbres incontables. El lujo y la pompa desmedida llegaron a los límites del delito
actual, en cuya época actual, la voz de la conciencia permanece alerta en aquellos que ven
en el porvenir la oportunidad de alcanzar lo que tantos seres humanos fracasaron en lograr.
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El otro personaje, con la voz de la conciencia despierta, siguió su viaje hacia el
hombre interior, sabiendo que en el futuro habría de enfrentarse con el hombre exterior,
actor principal y simbólico de lo que acabamos de leer.
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Del Libro de Albanoa:
Crónica de la Última Sangre Herida
Termino de decir que algún día habrían de encontrarse aquellos personajes que fueron
mencionados al final del primer relato. El encuentro, sin que hubiera otra salida, acabó en
un duelo. Cada uno conocía su capacidad de actuar, sabía cómo usar su propio poder en el
terreno donde lo había ejercido, pero ahora era distinto, pues ninguno de los dos podía
recurrir a armas que no utilizaron nunca. El personaje que venía del mundo exterior del
hombre ignoraba el uso de las armas que no fueran las usadas por él. El otro personaje,
emisario del mundo interior del hombre, representaba en esta ocasión a uno de los
componentes del Amor, representaba a la paz y a la violencia, después de andar por
caminos separados, se acercaban para enfrentarse. La violencia había saturado de acciones
todos los ambientes y llegaba vencedora ante quien no había podido someter. No quedando
otra alternativa, los dos necesitaban saber qué destino le esperaba al hombre según venciera
la violencia o triunfara la paz.
Había ahora una condición especial, que estaba dada en que cada uno tenía que actuar
sobre sí mismo. Si la violencia venía de poner a su alcance a la víctima para demostrar su
fuerza, su poder y su ambición, en esta ocasión la violencia tenía que vérselas consigo
misma, pues ahora no le quedaba otra que demostrar que podía con su violencia vencer a su
propia violencia.
¿Qué cómo se llevó a cabo el duelo? Pues, de la siguiente manera:
Los dos personajes discutían y discutían, haciendo esfuerzos por comprender sus
puntos de vista. El cúmulo de divergencias aumentaba, sin que ninguno cediera en sus
argumentos.
Las diferencias se sumaban, la conciliación se alejaba, no quedando forma alguna de
arreglo, pues cada vez se ahondaban las divergencias. Así se llegó al desafío, retándose a un
duelo que por las características de los adversarios prometía ser distinto de todos los duelos
conocidos. Fue en una plaza ante una multitud de seres humanos que habrían de ser testigos
de algo que podría cambiar el rostro de la humanidad, mejorando o empeorando las
relaciones.
Junto a una fuente de agua habían colocado una mesa con dos sillas, una frente a la
otra. Estos eran los muebles pedidos por uno de ellos, por el personaje de la paz, el
personaje adherido a la misión de fortalecer el poder de la mansedumbre. El otro,
encendido por la cólera, cerraba los puños, tartamudeaba insultos que apenas se
comprendían. Ambos, allí enfrentados, habían logrado vitalizar los viejos símbolos de la
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humanidad, habían logrado acercar los extremos para que surja la unidad del futuro, si es
que habrá de surgir.
El personaje de la paz, dándose cuenta de que no podía hacerse oír intenta alejarse,
provocando así el silencio. Logrando lo que quería, se acercó para decirle:
—Te dije que habría de proponerte un duelo, sin embargo no me dejas hacerlo. Si
continúas discutiendo en vano me voy y...
—¡Te irás porque te lo aconseja la cobardía! —le gritó el personaje de la violencia.
—Antes de abrir la boca para ofender deberías cerrarla para escuchar las condiciones
del desafío, ya que me dejaste elegir las armas del duelo. Si estás dispuesto, escúchame y no
perdamos tiempo...
Y le propuso los términos del desafío, haciéndole saber que las armas serían las que
cada uno podía manejar.
—Tú tienes —le dijo el personaje de la paz— un puñal, yo no lo tengo. No tengo
arma que me acompañe, sin embargo, voy a establecer las normas del desafío. He aquí esta
como símbolo de la tierra, sobre la que andan los hombres de tu bando, hiriéndola a su
antojo, desgarrándola a su gusto. Una vez más la puedes herir ahora mismo, pero antes
hemos de sentarnos frente a ella, tú con el puñal el la mano, yo con mi mano abierta.
Escucha bien: te desafío a que mantengas tu mano apretada al mango del puñal durante el
tiempo en que mantengas la mía abierta!...Ya ves, ni siquiera te obligo a que abandones el
instrumento de tu poder. Cada uno en su terreno, cada uno con lo que mejor sabe usar...
¡Vamos! ¿Lo aceptas, o no?...
El personaje de la violencia, clavando el puñal en la mesa, le grita la aceptación del
duelo:
—¡Claro que lo acepto!... — y arranca el puñal de mesa.
—Pues bien, siéntate ahí —le aconsejó el personaje de la paz—, que yo me sentaré
aquí. Empuña el arma como si fueras a matar, fuertemente... ¡Utiliza toda la hiel del rencor,
toda!... ¡Así!... ¡A mayor fuerza empleada menor tiempo de duelo!... ¡Eso es!... Yo sólo
tendré la mano abierta, relajada, sin esfuerzo alguno, evocando lo que en el silencio de la
naturaleza sucede cuando sueña para despertar y crecer en granos...
Un murmullo de asombro se oyó venir de la multitud, reunida allí para no comprender
lo que en ese momento estaba ocurriendo, aunque presintiendo que el resultado le haría
entender la razón del duelo extraño.
Los dos personajes se concentraron en la energía de sus fuerzas. La diferencia era
enorme. Los ojos de la criatura pacífica permanecieron livianos, simples, amables, como si
en ellos vivieran ya las imágenes de la ansiada hermandad humana. En el otro eran duros,
pesados, abruptos, esforzados en mantener la tensión de los músculos. Nunca hubo
enfrentamiento igual porque cada uno tomaba caminos distintos, cada uno cosechaba en
campos diferentes. La guerra lo hacía a montones donde no llegaba ningún hálito de paz,
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aunque la paz, la seguía de cerca para recoger los despojos, los desperdicios, con la misión
de recuperarlos e integrarlos a la vida útil cuando la contienda pasara.
El sol se iba deslizando hacia el poniente. Los árboles de la plaza, alejados ya de la
luz, parecían cobijarse en la quietud que los arraigaba al suelo. Un alboroto de pájaros
disminuía poco a poco. El abrigo de los árboles sin luz los iba enmudeciendo.
Mientras tanto, el personaje de la violencia sudaba a torrentes. Debajo de su cabeza,
la mesa se humedecía. Las manos crispadas sentían ya el entumecimiento del calambre, a
los dedos les costaba sentirse apretados al mango del puñal. Las arterias y venas se
abultaban demasiado, pareciendo que en cualquier momento fueran a estallar. Los labios
expulsaban el sudor que se acumulaba en ellos, al descender de las mejillas y frente. Un
poco más y la furia de la violencia caería vencida por sí misma frente a la energía pacífica
de su adversario, el que seguía manteniendo la mano abierta. El personaje de la paz,
dejándose llevar hacia los paisajes de su alma viviente, se tonificaba. Los anduvo de nuevo,
encontrando las imágenes vivas de aprender sintiendo, sintiéndose hierba para luego
comprender la humildad de la hierba, sintiéndose agua para después comprender la
humildad del agua. Pasó, también, por su mente el momento de sentirse luz para iluminar
los pensamientos con la humildad de la luz. Revivió con ternura la actitud de sentirse dios,
viéndose luego con qué facilidad eliminaba los errores de la indiferencia, el orgullo del
racismo y la ceguera del egoísmo.
Ya era evidente que la presencia pacífica del señor de la paz enfurecía cada vez más
al personaje del puñal, que estaba a punto de ceder... Y para no ceder traía en su ayuda la
historia de masacres, la visión repetida de víctimas y más víctimas, y buscaba en el genio de
la muerte la intención de perdurar, sin embargo, los dedos se ablandaban por el tremendo
esfuerzo. Los músculos ya no querían violencia. La mano se entregaba al deseo de aflojar...
Mientras el señor de la paz se hacía peregrino en su reino interior, viajando por países
y mundos de su alma viviente, el gran poder de la violencia se vio vencido, pero antes, hizo
que el brazo, la mano y el puñal se elevaran por el aire para caer sobre la mano del
adversario.
La furia agonizante del fracaso no pudo con su genio y el acero empuñado atravesó la
mano abierta, dejándola clavada al madero de la mesa. El señor de la violencia, después de
cometer el desesperado acto de su derrota, haciéndose un arco y en postura agazapada se
alejó de la mesa. Retrocediendo cayó de espaldas, volviendo de inmediato a ponerse de pie
con alaridos de animal salvaje, escupiendo espuma. Acorralado y sin saber qué hacer, se
aquietó, se calmó, dándose tiempo para el próximo paso. El silencio era pesado y tenso. Su
pecho se agitaba en resuellos y bramidos. Su cuerpo enloquecía, a todo su cuerpo lo atacaba
la demencia. Con los brazos arqueados, la cabeza hundida en el cuello y las piernas
abiertas, miró en todas direcciones. Al fijar la vista en algo lejano emprendió veloz carrera.
Corrió, corrió, llenando el aire de alaridos como sabiendo lo que tenía que hacer. Tropezó
varias veces y varias veces se levantó con temibles saltos. Llegó a la calle. Miró y vio un
automóvil y lo enfrentó, clavando su cabeza en la dura coraza del radiador. Allí dejó roto su
cráneo, por cuya rotura escapó el hálito enloquecido de su derrota. Después de algunas
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convulsiones quedó boca arriba como una escoria más, conociendo al fin la paz, la paz con
la que su adversario lo venció.
Mientras tanto, el personaje de la paz se desclavaba el puñal vencido, se ataba la
mano con un pañuelo y se alejaba sin decir palabra, reanudando su aventura de seguir
siendo peregrino de sí mismo.
La mesa del duelo y la brisa de la tarde se bebieron la humedad de la última sangre
herida. Por el aire de la plaza se paseaba el silencio de la naturaleza haciendo ruidos que
nadie oía...
Quedó dicho en los primeros tramos del relato, que estuvo allí una multitud de seres
humanos presenciando un espectáculo que en ese momento no entendía, aunque
presintiendo que al final o después del duelo habría de comprenderlo. Pues bien, aquellos
que asistieron al duelo extraño se encontraron con la comprensión cuando regresaron a sus
hogares y miraron con otros ojos.
Y lo que vieron con otros ojos fue que las paredes de la casa donde vivían, los
muebles que usaban diariamente, que los pequeños, medianos y grandes elementos de uso
hogareño habían sido construidos con el fin de ser útiles, que nada de lo hecho por el
artesano o el fabricante llevaba en sí el propósito de destruir, que en cada uno se notaba la
obra de la construcción, la voluntad de la edificación y en ninguno la intención contraria.
Tenían la misión de servir al hombre. El ladrillo detrás del revoque, la estructura del
edificio, los seres y objetos del mundo eran cuerpos hechos por la paz... ¡Qué confortable
se hizo mirar el reloj de pared, el reloj de pulsera y el reloj de sol de los jardines que fueron
diseñados para ganar con el trabajo el derecho al descanso!...
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La lluvia era una cortina de cristal y el ventanal, el marco de un paisaje con nubes
viajeras regando la tierra. El viento había dejado de ser brisa para irse con las nubes. La
atmósfera se acariciaba con el movimiento del aire. Albanoa y su amigo estaban sentados
mirando el panorama de lluvia y viento. Los vidrios del ventanal los salpicaba la travesura
de un remolino, empañando por momentos el paisaje de allá afuera.
Conversaban. Los preocupaba lo que el hombre estaba haciendo sin que le sirviera de
algo la experiencia. Según se lo veía vivir era un ser sin experiencia.
—Se afirma con tanta seguridad —dijo Jotanoa— que la experiencia enseña y educa,
haciendo del hombre una personalidad sabia. Al parecer no es tan así, pues la repetición de
los errores nos dice lo contrario. La experiencia, después de todo, le sirve únicamente a
quienes se proponen comprenderla para enriquecer su manera de vivir. Lo que es la gran
mayoría, ella pasa por la experiencia sin obtener provecho alguno. Sufre y goza sin
dedicarle la mínima atención a la causa del sufrimiento o del gozo, ni siquiera lo hace por
curiosidad. Situaciones idénticas se repiten como si ocurriera por primera vez. No hay duda
de que el valor de la comprensión interna es la clave.
—El tema de la comprensión interna —dijo Albanoa— es inagotable por ser lo
opuesto a la comprensión superficial. El misticismo nos resuelve el problema después de un
montón de experiencias, pues nos enseña a desconfiar de un aspecto del ser humano y a
confiar en el otro.
—No sé cómo decírtelo —continuó—, no sé cómo llenar de tibieza las palabras con
que quiero darle vida a la confianza, a la confianza que debemos tener en la esencia interior
del hombre. Es difícil, muy difícil aceptar que un aspecto del ser humano sea capaz de lo
peor cuando al mismo tiempo, el otro aspecto sea capaz de lo mejor.
La mirada de Albanoa tomó el brillo de la emoción con que anhelaba darle vida a sus
palabras. Se notaba el esfuerzo por hacer creíble lo que decía, se notaba el afán por hacer
entender que la salvación del género humano estaba en la comprensión interna de las cosas,
en profundizar la relación con su alma viviente. Luego de esperar que lo auxiliaran las
palabras simples y comunes para que haya una sola interpretación, continuó expresando su
deseo:
—La única forma directa de ver con sabiduría las cosas de la vida terrenal y tratarlas
con sabiduría es tan sencilla que por su sencillez no convence. Puedes preguntarte: ¿Cómo
hacer para creer en el hombre, cómo hacer para aceptar que dentro del hombre vive la
intención opuesta a lo que vemos diariamente?... Pues hay deseos que perjudican y deseos
que benefician. Hay ambiciones que hacen daño y otras que hacen bien. Si al deseo que ha
de perjudicar lo hacemos pasar por el filtro de la comprensión interior o lo dejamos en
nuestro interior para que sea revisado por la conciencia cósmica de nuestra alma viviente, lo
que salga de allí ha de salir con la intención de beneficiar. Si con la ambición hiciéramos lo
mismo, sentiríamos en nuestro interior que lo natural sería tener ambiciones que primero
favorezcan en general y después, en particular... Para hacer más simple aún lo que termino
de decirte, tengamos la precaución de llevar a nuestro interior el proyecto que anhelamos
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realizar para saber si habrá beneficio. Si lo quieres más simple, sólo averigua lo que tenga
tendencia a beneficiar.
—¿Te das cuenta —siguió diciendo— de lo que quiero que comprendas cuando me
refiero a la confianza que nos promete el ser interno y a la desconfianza con que nos
amenaza el ser externo? ¿Te das cuenta de que en todo ser humano hay un hombre interno
que merece nuestra confianza y un hombre externo que merece nuestra desconfianza?
—Comencemos esta explicación con algo común de ver en la gente. Por ejemplo, lo
que a nosotros nos interesa es fomentar la vanidad con el propósito de que lo hecho por el
hombre vanidoso beneficie a muchos. Aunque no confiemos en la vanidad, podemos
confiar en la obra que por vanidad se lleve a cabo. El vanidoso puede decir, “Yo lo hice, yo
lo hice, si no hubiera sido por mí”. Lo dirá siempre, pues que lo diga, siempre que a
nosotros nos interese lo que hizo, el bien que produjo al hacer lo que hizo. Algún día el
vanidoso aprenderá que lo valioso es la obra, sin importar quien la lleve a cabo. El místico
se desenvuelve con naturalidad, haciendo del individuo vanidoso el vehículo del bienestar
de las personas. El místico tolera los defectos porque sabe que ahora son los que en el
futuro se convertirán en virtudes, en virtudes que hoy permanecen adormecidas dentro del
vanidoso. El místico se aprovecha del lado negativo del ser humano, pero lo utiliza
visualizando que el ser interno lo impulse a realizar la obra del servicio humanitario,
aunque salga teñida o disfrazada por la vanidad.
—Así las cosas, ¿qué nos queda por hacer?... Pues, en tu hogar, en mi hogar y en el
hogar de los que quieran acompañarnos, durante las horas propicias de paz y tranquilidad,
nos sentamos cómodamente, nos imaginamos estar ante el altar sagrado de la tierra y sin
que nadie ni nada nos perturbe, cerramos los ojos y reproducimos la imagen del personaje
relacionado con los poderes de nuestro país, personaje vanidoso como casi la mayoría.
Sabemos que la permanencia en el sitial que ocupa depende de lo que haga por el bien
según lo prometido, porque de esa manera su vanidad quedará alimentada. Pues, lo que
hacemos nosotros es verlo en nuestro interior realizando obras y más obras, lo adulamos
con el bienestar de la gente, lo exaltamos con el agradecimiento que la gente manifiesta. Lo
llenamos con la ambición de crear proyectos de justicia, lo hacemos el personaje de la
equidad en la obra realizada para que él diga, yo lo hice, yo lo hice, si no hubiera sido por
mí....
Con nuestra mirada interior sonreímos y agradecemos al dios activo dentro de
nosotros que nos haya permitido poner en movimiento lo negativo de la vanidad, con la que
logramos exaltar lo positivo de la obra, sabiendo que lo válido es la obra y no la vanidad de
quien la hizo.
—¡Somos tan pocos! —murmuró desilusionado, Jotanoa—. ¿Qué podemos hacer si
nos limita la cantidad?...
—¡Si nos limita la cantidad, no nos limita la cualidad!... Además, no sabemos o
desconocemos el número de personas que quieren unirse a nuestra práctica de ver dentro
del alma viviente lo que se ha de materializar allá afuera, en el escenario terrenal del
mundo.
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Se miraron un tanto esperanzados por la ocurrencia de suponer que mucha gente
estaría dispuesta a unirse en silencio y en secreto...
—La cualidad —agregó Albanoa— la podemos comparar con el mínimo esfuerzo que
hacemos al tocar un botón que ha de activar una bomba de enorme poder destructivo. Si el
enorme poder destructivo fuera la cantidad, el mínimo esfuerzo de la presión del dedo sobre
el botón sería la cualidad. Entonces, la cualidad de la visualización puede activar, aunque
seamos pocos, una energía de enorme beneficio para la humanidad. Jotanoa —dijo,
moviendo el dedo índice de su mano, con ademán acusatorio—, la época es propicia para
hacer sentir que nadie se salva de la responsabilidad de haber echado a perder el ambiente
del planeta. De la culpa no escapa nadie y en especial, los que pudiendo no lo hicieron. No
hace mucho, la ciencia acusaba a la religión de ser la causante del atraso y de la ignorancia
de millones y millones de seres humanos. Se la acusaba de ser el principal obstáculo del
progreso. Hoy, la ciencia debería sentirse acusada por el envenenamiento de la atmósfera,
es decir, de la vida misma. ¿Por qué la ciencia?... Porque ha usado y sigue usando los
medios científicos de enrarecer el aire, de contaminar las aguas, de acrecentar el progreso a
costa de la destrucción de muchos eslabones de la naturaleza.
—Sería bueno —interrumpió Jotanoa— que sustentaras, que fortalecieras la razón de
lo que dices...
—Y lo que digo —contestó Albanoa— lo habré de condimentar con un pensamiento
que encontré al comienzo del capítulo de un libro. El autor de ese pensamiento, además de
hindú, era anónimo. Decía así:
“ Si el hombre equivocado
usa los medios correctos,
los medios correctos
funcionan de manera equivocada”
—Por más correcto que sean los medios, siempre habrá equivocación en la intención.
¿Ejemplos?, pues, vamos por ellos! Si el que va arrojar una piedra tiene la intención
equivocada, aunque use el medio correcto de arrojarla, hará daño. El medio correcto —
continuó— de usar las leyes físicas, funciona de manera equivocada cuando el hombre las
utiliza en perjuicio de sus semejantes o del ambiente en que vive.
—¿Otro ejemplo? —agregó—. Pues, la estructura del progreso, cimentado en las
leyes físicas, ha funcionado de manera equivocada, debido a los intereses desmedidos de los
hombres. Los intereses desmedidos hicieron que el hombre equivocado usara correctamente
la aplicación de las leyes físicas para que funcionen equivocadamente.
Albanoa continuó descubriendo argumentos y razones para justificar los errores
cometidos, errores de nadie en particular, pero sí de todos. Reflexionando, reflexionando,
fue encontrando variantes del pensamiento original:
—Si el hombre externo, usa los medios correctos, los medios correctos funcionaban
de manera limitada. Si el hombre interno usa los medios correctos, los medios correctos
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funcionan de manera acertada. Si la naturaleza sabia usa los medios correctos, los medios
correctos funcionan de manera sabia.
—La sabiduría de la naturaleza se vuelve aún más sabia de lo que apreciamos cuando
nos hacemos el propósito de comprenderla. Es cuando ella nos premia con el asombro y con
la humildad de su generosidad. ¡Es tanta su cualidad de dar que toda su mano de obra es
gratis! ¡El enorme trabajo de producir y producir, sin horas de descanso, no se paga ni con
la solución a los problemas de la pobreza y del hambre, y cómo mínimo le estamos
debiendo el equivalente de la pobreza y el hambre, y cómo máximo le estamos debiendo la
destrucción de la raza humana para que la naturaleza recupere la salud y se desligue de la
esclavitud que padece por nuestra incomparable ambición!... Así como ella no tiene medios
rápidos, tampoco ha de tener medios para detener la reacción. Una vez desatada la
resistencia de su equilibrio, habrá de ser una larga, casi una interminable hecatombe hasta
recuperar la acción de sus leyes sin interferencias.
—Los grandes acontecimientos del pasado más remoto permanecen escondidos en los
mitos y leyendas sin ningún valor histórico. Cuenta la tradición que la civilización de
Atlántida culminó en la violencia de su hundimiento debido a que sus habitantes abusaron
de los poderes psíquicos, alteraron las leyes que rigen el ámbito de la energía psíquica.
¿Qué significa esto?... Si tuviéramos que buscar un ejemplo, empezando por el hombre,
diríamos que si le alteráramos la energía psíquica de su mente, le ocasionaríamos la locura
en grados de tal violencia que culminaría en la destrucción de su vida. Si a la mente de un
niño, que no tiene la defensa del razonamiento objetivo, la acosamos con imágenes
deformadas, con imágenes tenebrosas de sombras alargadas y con sonidos desafinados
como el arrastrar de cadenas y roturas de vidrios, la consecuencia sería la alteración de su
salud psíquica.
—No es toda la explicación que el tema necesita —reflexionó Albanoa—, por lo que
hace falta agregar que todo órgano físico tiene su contraparte psíquica, su contraparte
hecha de energía mental, según el concepto de dualidad. Significa que un corazón físico
tiene un corazón psíquico, es decir, un corazón hecho de energía mental, que un riñon físico
tiene un riñon psíquico, hecho de la misma energía... Si alteráramos la energía mental,
alteramos el órgano respectivo. Si alteramos el órgano físico, quedaría intacto el órgano
psíquico, pero la parte alterada ha de reclamar alguna intervención del lado de la energía
psíquica... Ahora bien, ¿sucede lo mismo con la naturaleza? ¿Tiene la naturaleza su
contraparte hecha de una energía equivalente a la de la mente del hombre?... La naturaleza
en su totalidad, ¿está organizada en órganos, formando una cadena de órganos equivalente
a todas las especies animales y vegetales, incluida la del ser humano?... Si esto que digo lo
suponemos aceptable, ¿significa que los atlantes alteraron los eslabones psíquicos de la
naturaleza? Cuando quedaron alterados, ¿quiso la naturaleza normalizarlos en la forma
violenta como lo hizo?... Podemos afirmar, entonces, que habiendo sido roto el equilibrio
por alguna diferencia de tensión en la energía, el movimiento de esta energía arrasó con
todo, hundiéndose el continente porque: el atlante equivocado que usó los medios correctos,
hizo que los medios correctos funcionaran de manera equivocada.
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Por un momento se quedaron pensando en lo que les habría sucedido a nuestros
antepasados atlantes, pero como estaban viviendo un presente con amenazas similares,
Albanoa, con gesto de tristeza y resignación, tuvo que decir:
—Hoy nos acercamos a una situación parecida, pero esta vez la diferencia de tensión
de la energía manifestada en la tierra será por el avance fabuloso de los medios físicos. Si
aquella vez fueron las leyes psíquicas, hoy serán las leyes físicas las encargadas de
reaccionar. El desequilibrio generado por la desaparición de especies vegetales y animales y
por el empobrecimiento del oxígeno, irá polarizando una tensión física que aumentará hasta
poner en movimiento la polaridad opuesta de la energía planetaria, cuyo movimiento será
largo, muy extenso porque lo enorme se mueve lento...
—¡Somos —dijo después de una corta interrupción— como las hormigas que viven
alimentándose de una rama que da sobre un río, sin darse cuenta de que llegará el momento
en que por la acción incontenible de su voracidad caerán al río sin alternativa de salvación,
pues la rama se irá con ellas!...
Las nubes se habían ido, el viento se volvió brisa y el cielo se abrió en azul con el oro
del sol entibiando la humedad dejada por la lluvia.
Albanoa parecía dispuesto a seguir con otros temas, queriendo agotar el bagaje de su
inteligencia. Por momentos se notaba en él cierta urgencia, como si deseara concluir la
misión impuesta por él mismo a partir del encuentro con Jotanoa. Antes de continuar, le
preguntó a su amigo si le quedaban ganas de soportarlo. Como Jotanoa no puso
inconvenientes, empezó a decir:
—Cierta vez nos propusimos, unos amigos y yo, comprobar la producción de energía
de los pensamientos. Además, queríamos saber si dicha energía se podría acumular y
aumentar, y si la cantidad acumulada tendría la cualidad o la virtud de dejarse sentir por los
seres humanos que visitaran el lugar del experimento. Los primeros pasos fueron los de
elegir el sitio adecuado, el lugar donde haríamos que nuestra mente nos ayudara a crear un
ambiente de bienestar. Seleccionamos los pensamientos y las ideas. Para darles vida los
vitalizamos con la emoción de vivirlos. Sabíamos que la emoción era el verdadero aliento
de vida que hacía falta para convertirlos en energía viviente. Cada uno de nosotros fue
sensibilizándose a medida que pasaban los días, y en el sitio elegido nos sentíamos llenar el
aire con la energía viviente de lo que pensábamos. Muchas veces hicimos lo mismo. Nos
cargábamos de agradables, saludables y optimistas emociones y las descargábamos allí,
donde nos acostumbramos a sentirnos bien. La zona que abarca nuestro ámbito de
influencia pareció llenarse de cierta presencia invisible, o a nosotros nos pareció que era así
por la fuerza sugestiva de nuestro deseo. Para comprobar si era sugestión o no, invitamos a
una persona que sabíamos que tenía tendencia al pesimismo.
—La llevamos allí y pasamos un buen rato conversando y observando las reacciones
del invitado. Todo el tiempo que estuvo con nosotros, esta primera vez, lo pasó sin expresar
nada, ni pesimismo ni optimismo. En la próxima invitación nos dio la impresión de
amoldarse a cierta comodidad... Siguió yendo con nosotros hasta que se hizo del grupo.
Poco a poco fue perdiendo el humor anterior con que lo conocimos, poco a poco fue
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acercándose a la experiencia de vivir en la alegría del optimismo, pero nosotros queríamos
más, queríamos que dijera algo relacionado con el lugar de reunión. Y así fue que cierto
día se dio cuenta del cambio en su forma de ser y cuando se dio cuenta intentó sugerir la
impresión que le causaba el sitio donde estábamos reunidos. Lo sentía distinto a otros
lugares. Se animó a decir que él ya no era el mismo y nos agradeció la amistad con la que se
vio beneficiado. Llegó, entonces, la oportunidad de contarle todo lo que hicimos desde el
comienzo, le confiamos nuestra intención de invitar a otros candidatos, incorporarlos a
nuestro grupo para sumar testigos... ¿Hasta dónde quieren llegar?, nos preguntó. Le
respondimos que lo que estábamos haciendo era con el fin de comprobar lo que puede hacer
la fuerza invisible del pensamiento.
—Llegamos a la conclusión de no estar equivocados cuando iniciamos el
experimento. Era, en escala menor, lo que sucede en los lugares sagrados, donde la
devoción de los creyentes los convierte en poderosos centros de peregrinación y de
milagros. La fuerza emotiva del creyente como la pureza de la devoción, de su fervor, hacen
de los sitios de su fe el ámbito de grandes acontecimientos religiosos, donde se hace común
comprobar la milagrosa curación de una enfermedad incurable, donde cada promesa es el
premio al pedido realizado, donde la oración se hace tan liviana que llega con facilidad a
quien será beneficiado o bendecido... A nosotros nos faltó la devoción profunda del
creyente. De haberla tenido, hubiéramos logrado manifestaciones de mayor alcance.
—La última sorpresa estuvo a cargo de una pareja joven, afectada por el desencuentro
de ánimo, y mas que nada por el capricho de no ceder en ideas y opiniones. Era el milenario
escenario donde el amor propio quiere mandar para que el reinado del corazón desaparezca.
El cariño lo estaban desgastando sin que hubiera rechazo total.
—Después que pasaron por las mismas etapas de los demás y cuando alcanzaron
similares efectos, la confesión que hicieron nos conmovió hondamente... ¿Qué fue lo que
nos dijeron?... Al llegar ellos a la zona donde habitualmente nos reuníamos, dicen que se
vieron como si algo intentara hacerles olvidar los errores con que se trataban, sintieron, de
repente, odio y asco por el recuerdo de ciertos caprichos, agravados por la terquedad. Cada
uno estaba experimentando lo mismo pero ninguno lo decía en voz alta. Cada uno dentro de
sí pasaba por lo mismo, hasta que por alguna razón natural lo hablaron entre ellos. Se
dijeron casi las mismas cosas y cuando sucedió, recién vinieron a confiar en nosotros, a
preguntar, a entusiasmarse y a ofrecerse en lo que fuera necesario... ¡Se creían los
descubridores de una maravilla!
—¿Qué fue lo que les dije?... Durante el desarrollo de la respuesta fue naciendo poco
a poco lo que más tarde se habría de convertir en el relato de amor, el amor vivido con la
pareja que es el personaje femenino del libro que te entregué no hace mucho. A partir de ahí
se abrió paso en mi interior la interpretación de lo que se ha venido repitiendo desde
siempre, me refiero a la idea que dice: ¡Así como es arriba es abajo!... ¿Dónde está el arriba
y donde está el abajo en el ser humano?... ¿Hay un arriba fuera de nosotros?... ¿Es la
conciencia cósmica el arriba y la tierra con sus habitantes terrenales el abajo?... En primer
lugar debemos buscar el arriba dentro de nosotros para saber y darnos cuenta dónde está el
abajo.
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—Cuando nosotros, guiados por la intuición, comenzamos a vivir con la energía
viviente de la emoción, para darle vida a las ideas y a los pensamientos, estábamos
encontrando el arriba dentro de nosotros y cuando fuimos al lugar elegido, estábamos
entregando a la conciencia cósmica del lugar la energía viviente de la emoción, haciendo de
ese lugar el medio donde se iban a beneficiar aquellos que estuvieran o llegaran allí... ¡Sí,
hay un arriba dentro de cada uno de nosotros y un abajo en todas las manifestaciones de
vida en este mundo terrenal!
—Te preguntarás por qué nos ha resultado aparentemente fácil saber lo que termino
de decirte. Pues, la clave la hallamos en la dualidad. De la dualidad del hombre a la
dualidad universal se llega por la más simple deducción, pero donde permanece sin madurar
en forma consciente es en el hombre, no obstante ser el hombre la más acabada expresión
según la naturaleza lo ha hecho. La emoción y la razón nunca debieron separarse. El
corazón y el intelecto jamás debieron enfrentarse en la disputa por el predominio. Si
estuviéramos equivocados no existirían los dos hemisferios del cerebro, uno encargado de
la razón y el otro de la emoción... ¡Cuántos desencuentros nos hubiéramos ahorrado si a
partir de un momento ideal, la razón y la emoción hubieran avanzado unidas!...
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Capítulo 3
Hacia el Oeste y Segundo Encuentro
De todos los momentos vividos hay uno que sobresale por su importancia y es aquel
que nos enfrenta con casi la totalidad de nuestro ser, ante quien hay que tomar una decisión,
o dejar que la decisión se haga presente por medio de insistentes impulsos intuitivos. Tanto
Albanoa como su amigo se hallaban ante una situación parecida. Albanoa sabía lo que
estaba sucediendo y obedecía el mandato que le llegaba con claridad, pero Jotanoa se
debatía entre sensaciones de abandono y temores de soledad. Sin embargo, detrás de estas
sensaciones de abandono y temores de soledad le hablaba la intuición con su humildad de
siempre, haciéndole creer que la soledad y el abandono son ilusiones de quienes se dejan
influir por lo efímero, de quienes sólo tienen noción de su propio cuerpo.
Quizás fue debido a esto que la mente de Jotanoa comenzó a poblarse de imágenes de
su valle de Tulum. Lo acompañaban, sin que él lo deseara, como ayudándolo a soportar
estas sensaciones desagradables. Aunque lo hacían en pantallazos intermitentes, los
paisajes de su valle aparecían para cambiarle el rumbo de los pensamientos y desaparecían
cuando de su ánimo se borraban los temores de soledad y abandono.
Jotanoa, obedeciendo a un impulso de su naturaleza, dejó para otra ocasión la lectura
relacionada con la historia de amor de su amigo. Después de tomar la decisión apareció
Albanoa. Llegaba para invitarlo a visitar un sitio diferente.
No sería junto al mar sino donde comienza la inmensidad pampeana, ondulada en
lomas y hondonadas y salpicada de lagunas.
Habían ido allí a pasar las últimas horas del día. Estaban sentados en los umbrales de
la tarde, con el sol acercándose al horizonte del oeste, bajo un árbol de enorme ramaje. Era
el lugar elegido donde la lejanía se alfombraba de verde hacia el poniente. Estaban allí
como si dijéramos que venían a esperar algo importante, invitados por el día que se iba.
Jotanoa se había inducido la actitud de quien está dispuesto a recibir lo que su amigo
quisiera darle, pedirle o sugerirle.
Del ocaso llegaba el aroma de la verde inmensidad, acompañado del silencio que iba
y venía en ráfagas de zumbido y calma. Sentados en el pasto, conversaban entretenidos en
comentar los dos últimos relatos, advirtiéndole Jotanoa que había dejado para después la
historia de amor. El gesto de Albanoa fue de alivio cuando le dijo que había postergado la
lectura, pues le hubiera sido difícil explicar algunos pasajes que parecían estar más allá de
la presente comprensión humana. Hablando y hablando, comentando y comentando, se fue
creando el ambiente previsto por el próximo acontecimiento.
71
—¿Recuerdas —le dijo Albanoa— el día que nos encontramos allí junto al mar
cuando, tú sentado y yo de pie, nos miramos pareciendo que nos conocíamos? ¿Recuerdas
la impresión que te produjo la aparición repentina de mi persona? ¿Fue negativa o positiva
esa impresión?... Me refiero a si fue de temor o de esperanza, o si fue de disgusto o de
aceptación... ¿Te acuerdas de los días anteriores, de aquellos días durante los cuales nació la
decisión de venir hasta aquí? ¿De qué huías si es que de algo huías? ¿Qué buscabas si es que
algo buscabas?... No te estoy pidiendo me contestes, sólo deseo que los interrogantes vayan
ordenando los recuerdos, escalonándolos hasta llegar al momento que ahora estamos
viviendo. Cuando repasamos los recuerdos que contienen algunos interrogantes, aparecen
respuestas que antes no tuvimos.
—A lo largo de todo lo que conversamos —continuó después de una corta pausa— es
posible que hayas encontrado el motivo por el que huías o la razón de lo que buscabas. Tal
vez hayas vislumbrado o presentido dos grandes etapas, una como comienzo y la otra como
conquista suprema, como culminación de la mayor aspiración humana, la referida al
conocimiento alimentado por la sabiduría y fortalecido por el sueño de tu alma viviente.
Toda alma viviente, dejándola que use su sabiduría, puede alcanzar la máxima expresión
en quienes se dejan poseer por el bien y se convierten en personas poseídas por el bien, en
oposición a las poseídas por el mal, de las que se dice que están poseídas por el demonio y
para quienes existe un tratamiento o ritual llamado exorcismo, también la tradición mística
reconoce a los poseídos por el bien, para quienes existe un ritual de iniciación que los
conduce a la inspiración casi permanente y les facilita el estado místico de la unidad con
Dios. Se los suele llamar iluminados.
—Me imagino —siguió diciendo— que la intuición habrá hecho ya su parte para que
percibas que tienes ante ti el despertar y luego el desarrollo interminable de tu alguien del
Alma, quien se hará discípulo de un maestro instalado en el centro de tu alma viviente.
Después de gozar mirando los colores atenuados de la tarde, Albanoa fue acercándose
al momento clave de los días vividos en amistad con Jotanoa.
—La amistad —le dijo— que hemos creado se verá inmortalizada en el futuro cuando
tu alguien del alma y tu adoptivo Albanoa se encuentren en el hogar común de la
conciencia cósmica. Por ahora se hace necesario seguir las instrucciones que emanan de mi
pasado y de tu presente período de vida... Dispongámonos a vivir una especie de iniciación,
durante la cual tu ser interno se identificará con un nombre, o sea, así como me has
conocido con el nombre de Albanoa, también conocerás a tu ser interno con un nombre que
él te dirá. En lo sucesivo, él será quien me reemplace.
Al sol le quedaba poco espacio para llegar al horizonte, de modo tal que la luz dorada
le daba de lleno en el rostro de Jotanoa.
—Cuando allá en el futuro —continuó Albanoa— recuerdes lo que hemos vivido y
decidas escribirlo, tal vez te resulte fácil aceptar la idea que voy a sugerirte, la de intentar
con los lectores de tus libros ingresar al imperio invisible del alma, del que ahora formarás
parte. Diles con el argumento de nuestras experiencias que podrán tener reuniones en el
plano cósmico, que usando la visualización podrán influir en la conducta de los hombres
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que manejan los poderes de la humanidad. Desde la intimidad de sus hogares y sin que
nadie lo sepa, tú y ellos tendrán la ocasión de orientar hacia el bien común todas las
actividades de los hombres.
Albanoa se puso de pie. Con disimulo fue ubicándose de espaldas al sol, permitiendo
que la sombra de su cuerpo diera en Jotanoa, mientras él se quedaba delante de la
redondez anaranjada de la luz solar. Visto desde la posición en que se hallaba Jotanoa,
parecía que Albanoa se esfumaba en la luz. Al ver que su amigo lo miraba como si en
realidad estuviera dejándose llevar por el sol, la voz de su alma viviente dejó en los oídos
de Jotanoa el último mensaje, dicho con voces de liviana y simple poesía:
Que no se duerma,
que no se aleje
la voz de tu alma,
que no se quede donde parece
morir de pena si no la escuchas.
Pídele siempre
la luz de un sueño
cuando el camino te desoriente.
Pídele vida de aurora y verbo
cuando en penumbras te apague el cuerpo,
cuando la frágil queja del tiempo
busque recuerdos donde quedarse...
Que no se aleje la voz de tu alma
cuando enjaulado por la nostalgia
poco te importe
si habrá esperanza después de ahora.
Que no se encierre
cuando el espejo de la indolencia
te ofrece ideas de no hacer nada.
Que no se quede
cuando tus pasos van de regreso
al refugio amado de la tristeza
Que no te deje sin su mirada
cuando tus ojos
sufren vencidos por la distancia.
Que no se duerma,
que no se aleje
la voz de tu alma,
que ahora, mañana y siempre
guíe tus pasos
hacia el imperio de su belleza.
A todo esto, Jotanoa, sin saber dónde estaba, sintiendo que avanzaba hacia algo, que
se movía hacia el resplandor lejano y que de ese resplandor lejano emergía una silueta,
creyó en un primer momento que era Albanoa el que regresaba, pero cuando estuvo cerca y
vio que tenía algunos rasgos suyos, comprendió que se hallaba frente a una iniciación en el
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escenario de su propia conciencia cósmica... Entre brumas de luz, aquella silueta psíquica,
haciéndose visible por un instante y luego desapareciendo, como si parpadeara su
luminosidad, le dijo a Jotanoa, o a Jotanoa le pareció que le decía:
—¡Vengo de tu alma y la mía!... ¡Vengo de donde nacen nuestras dos entidades
vivientes! Vengo y me parece venir de mí mismo... vengo de donde no hay “dondes”, vengo
de un sitio donde no hay “sitios”... ¡Vengo de ti, vengo de mí mismo, vengo al mismo
tiempo de todas partes y de ninguna parte”... Vengo de la luz y de todo aquello que ilumina
la luz... ¡Vengo de dios, del dios de tu existencia y de la mía... del dios que cada ser humano
lleva dentro de sí!... Vengo de una sensación divina que emite expresiones de sabiduría, que
emite la energía organizada por nuestras ideas, por nuestros pensamientos... que emite lo
inefable y lo inexplicable. Es allí donde he sentido que soy el hijo del alma, que soy según
dos palabras que en el oriente tienen varios significados... ¡Soy Eben Alb!... decir Eben
Alb y decir hijo de la esencia es lo mismo... Decir Eben Alb es casi lo mismo que decir hijo
del corazón o hijo del espíritu...
El silencio que sobrevino por un largo rato le hizo ver a Jotanoa el suave y lento
desmoronamiento de tantas tradiciones, sostenidas a fuerza de ignorancia y de
supersticiones. El deslizamiento hacia las cenizas de lo que artificialmente se mantenía, dio
paso a otro panorama con un horizonte infinito, de donde asomaba el rostro de un hombre,
de un hombre nuevo que asumía la responsabilidad de todas las culpas porque las había
comprendido, y también porque había comprendido que los delitos y las injusticias fueron
provocados por la voluntad exterior, sin que interviniera la voluntad interior de la bondad.
El suave estremecimiento de una onda cósmica acarició el ánimo de Jotanoa cuando
surgió en su mente la ley o principio fundamental de la historia del hombre. A partir de
semejante ley no quedaba nada que tuviera la justificación de un dios universal. Con esta
idea, todo lo sucedido a la humanidad aparecía bajo la exclusiva responsabilidad del
hombre y no de un dios celestial ni de un demonio terrenal. El dios celestial y el demonio
terrenal, según esta revelación, quedaban instalados en el cielo interior y en el infierno
interior del hombre. Sin mucho esfuerzo, todo, absolutamente todo, se reducía a fomentar la
evolución del cielo interior para que haya cielo en la tierra o seguir alimentando al infierno
interior para que siga habiendo infierno en la tierra... Así fue como nació en Jotanoa la
razón de adherirse al hombre nuevo, decidiendo sustentar la educación del cielo interior del
hombre para que haya cielo en la tierra.
Cuando Jotanoa abrió los ojos vio allá lejos, empequeñecido por la distancia a
Albanoa que se esfumaba en la luz del sol poniente, tal vez, para vivir un nuevo amanecer
en otro lugar del mundo. La inminente despedida y luego el alejamiento de aquella criatura
extraña, le provocaba la emoción de una ternura desvalida, abandonada. Jotanoa,
sintiéndose separado definitivamente de aquel amigo que llegara como llegó para señalarle
la misión de conocerse a sí mismo y la de conocer a su semejante, en fin, teniendo
acumulada tanta alegría vivida y ahora esta suave soledad, hicieron que las lágrimas
desahogaran su corazón de joven agradecido.
Adormecido por la tristeza de aquel que terminaba de irse y somnoliento por el hogar
que le prometía su nuevo amigo, Eben Alb, inclinó lentamente la cabeza, sumiéndose en el
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semisueño del relajamiento, pareciéndole que se colocaba en la frontera de dos mundos, de
dos hemisferios.
Hacia un lado, el mundo de la materia indómita, con la que estaba obligado a convivir
y a dominarla con la sabiduría del conocimiento, haciéndola sustancia de sus ideales. Hacia
el otro lado, el imperio invisible de Eben Alb...
Y se durmió sin saber cuándo...
Al despertar, era de noche. Acariciado por la sombra azul de la noche, se alejó de
aquel lugar, rumbo al futuro, donde lo esperaba su querido Valle de Tulum.
Valle de Tulum
21-abril-1992
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Índice
Prólogo.................................................................................................................................... 2
Capítulo 1 ............................................................................................................................... 4
Señales de Orientación ........................................................................................................ 4
Capítulo 2 ............................................................................................................................. 10
Primer Encuentro .............................................................................................................. 10
Del Libro de Albanoa: .......................................................................................................... 57
Crónica del Amor Desaparecido ....................................................................................... 57
Del Libro de Albanoa: .......................................................................................................... 60
Crónica de la Última Sangre Herida ................................................................................. 60
Capítulo 3 ............................................................................................................................. 71
Hacia el Oeste y Segundo Encuentro ................................................................................ 71
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EYADEL
EN BUSCA DEL IMPERIO INVISIBLE II
JORGE AHON
2
A MODO DE ADVERTENCIA
A muchos se les hará difícil aceptar lo narrado en las páginas de este libro.
Me refiero a la posibilidad de hacer perdurable la unión de quienes se aman.
Me refiero además, a que, siguiendo una práctica como la aconsejada en
algunos párrafos del libro, se pueda hacer inagotable el amor convivido.
Pero hay algo que nunca se tuvo en cuenta y es la reacción de una
interioridad estimulada por la comprensión de un universo íntimo, secreto e
inviolado, el que, repito, jamás se exploró y al que nunca se ingresó para
descubrir que dentro de sí se esconde una armonía, un ritmo, una frecuencia de
sintonía, que realice el milagro de la unión durante los distintos estados de
ánimo por los que pasa la vida en convivencia. Se debe entender que estoy
refiriéndome a los estados de ánimo del compañerismo, de la amistad y del
amor, que bien pueden ser alimentados por el despertar de la mencionada
armonía interior.
Lamento agregar que quienes vivieron la experiencia del fracaso; que
quienes se vieron separados por diferencias de influencia exterior, no pueden
aceptar lo escrito en este libro...pero, les ruego que recuerden que la causa
fundamental de toda separación, de toda desunión, se halla en el mundo de
afuera; se encuentra, precisamente, donde se generan las ilusiones del universo
objetivo y nunca en la zona íntima donde el alma manifiesta su reinado.
El ejemplo de mayor evidencia lo encontramos cuando hacemos la
elección de la pareja.
Dicha elección se produce casi siempre influenciada por los modelos
exteriores, publicitados por quienes usan los tiempos, o mejor dicho, los
espacios subliminales del observador para dejar en su interior la imagen que
poco a poco se convierte en un modelo para elegir... y se elige según lo venido
de afuera, instalado ya en la mente del incauto; se elige lo elaborado por
quienes sólo han usado la conveniencia material, la ventaja comercial, o etc,
etc...
¿Cuántas veces nos ha sucedido ver en el rostro de una mujer la imagen
introducida en nuestra mente por medio del mensaje de una moda, de un
perfume, de un artefacto cualquiera? ¿Cuántas veces hemos buscado el ideal
femenino de acuerdo con el modelo visto en una pantalla, en una revista, en fin,
en donde ese modelo ha sido hecho por la necesidad de vender, de promocionar
una marca?... ¡Y así nos va cuando el modelo se desvanece en la ilusión!
3
¿Será posible, entonces, restablecer la relación con nuestro ser interno para
que sea nuestro ser interno el que nos haga elegir o el que nos conduzca a elegir
de acuerdo con nuestras necesidades del cuerpo y del alma?... Si así fuera,
habrá entonces para las necesidades del cuerpo la unión amorosa del sexo y
para las necesidades del alma quedará el alimento de la amistad y del
compañerismo, cubriendo de este modo todo el sendero a vivir hasta nuestra
transición o muerte.
Hecha la advertencia de lo que creía oportuno, dejo en manos del lector el
anhelo de un autor que quiso descubrir en las desuniones y en la separación las
contrapartes de la unión y de los encuentros duraderos.
¡Que el destino de este libro quede justificado en la aceptación de quienes
puedan demostrar lo sugerido en él!
EL AUTOR
4
DURANTE EL REGRESO
INTRODUCCIÓN
Los primeros minutos iniciales del viaje de regreso fueron para Jotanoa
momentos de evocación, ya que los pasó evocando los recuerdos de aquellos
días vividos junto a Albanoa. Eran los recuerdos frescos, recién desprendidos
de la experiencia exterior, los que iban ingresando al nuevo ambiente de lo
perdurable. Mientras los evocaba, Jotanoa descubría detalles escondidos y los
agregaba para enriquecer el refugio interior de las horas futuras.
Pegado casi a la ventanilla del tren, con el paisaje inmenso allá lejos, con
el desierto de pampa y distancias esfumadas en horizontes brumosos o en
horizontes diluidos en la misma lejanía, Jotanoa era ya el hombre nuevo,
llevando en su interior la brújula preciosa que la habría de guiar por el camino
elegido hacia la cumbre del pensamiento de la creación.
En su alma, Eben Alb parecía el niño recién nacido, asombrado quizás de
la bondad de Albanoa que le permitiera vivir en lo que iba a ser su imperio
invisible.
Se sentía heredero de muchas cosas agradables y desagradables, y sabía
que él era la consecuencia de situaciones comprendidas y superadas por
Albanoa. Sabía, además, que comenzaba a vivir el presente de Jotanoa y que
ambos tenían la memoria completa, puesta al día por Albanoa, para consultarla
y recurrir a ella cuando los problemas sean verdaderos enigmas de difícil
solución.
Pero la característica principal que tuvo el viaje de regreso fue la lectura
de la historia de amor que su amigo ausente se la dejara escrita en el libro que
ahora comenzaba a leer. En la primer página, el título era una sola palabra:
EYADEL.
5
EYADEL
CAPÍTULO I
Habían pasado algunos meses y aún le quedaba la impresión desagradable
de haber conocido a alguien durante el viaje a una provincia vecina. Albanoa
había llevado a una mujer desconocida, la había dejado en su domicilio y en
agradecimiento al desinterés de su conducta, nada, absolutamente nada en todo
sentido... ¿Así se premia el valor o la audacia de ser sincero consigo mismo,
sincero hasta dejarse llevar por el impulso humanitario del corazón?... Una
desilusión más —se dijo— que sumada a las anteriores hace crecer el instinto
de la desconfianza, una desilusión más que fortalece la razón de la
incredulidad.
Sin embargo y a pesar de todo, el recuerdo de lo sucedido sobrevivía a la
desconfianza, alimentando una esperanza que había adquirido el hábito de
esperar por esperar.
De vez en cuando, una sonrisa, apenas esbozada, le llegaba del fondo de
su ser.
No podía olvidar el rostro de aquella mujer. La insistencia de su imagen
era todo lo que tenía, ya que desconocía su nombre e ignoraba el domicilio en
la zona donde él vivía. Además, la casa donde la dejó aquella noche ya no era
de su familia porque había sido vendida.
Una de tantas noches que uno malgasta resultó de provecho para Albanoa.
Ocurrió mientras acompañaba a un amigo, a quien le confió el grado de
sensibilidad que estaba sufriendo, aumentada por el malestar de la obsesión. Le
contó lo que sucedía con la imagen que se adueñaba de su mente sin evocarla.
Le confesó que aquel rostro le llegaba involuntariamente.
—Tal vez allá —le dijo su amigo— siente como tú la impotencia de
encontrarte. Semejante imposibilidad hace que el recuerdo, tanto en ella como
en ti, se presente o aparezca como consecuencia de la ansiedad de querer
encontrarse.
—Te sugiero una idea —le dijo, después de mirarlo un buen rato sin saber
qué decirle—, te sugiero la idea de escribir en forma de cuento lo que te ocurrió
esa noche. Haz el relato con los detalles que faciliten el reconocimiento de lo
sucedido. Agrega, si quieres, la desilusión, reprochándole su actitud. Cuando lo
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tengas escrito lo haré publicar en el diario donde trabajo... ¿Qué te parece?...
¡Tal vez ella lo lea y sepa por ese medio dónde encontrarte, si es que tiene la
intención de hacerlo!...
Le hizo caso a su amigo. Aceptó la idea, presintiendo que por ahí vendría
el desenlace.
Lo escribió pues, quedando relatado según los párrafos que a continuación
podrán leerse:
La monotonía de lo cotidiano —así comenzaba lo que fue publicado—, el
vacío de las horas que pasan sin dejar nada, la obtención de caprichos que no
van más allá del uso material de los objetos y cosas, nos llevan a buscar otros
horizontes, a buscar experiencias en aventuras imprevistas, con la esperanza de
encontrar el sabor de la vida y el incentivo para vivirla sin el temido
aburrimiento.
El joven, al que me refiero en este relato, cierto día, por alguna razón
desconocida, se dejó llevar por el deseo de caminar hacia cualquier parte...
Hacia cualquier parte y con una noche de primavera, caminaba por una vereda
desierta, sin darse cuenta de que estaba dirigiéndose a una estación de entrada y
salida de trenes.
El misterio de la primavera, respirado en el aroma de la vegetación, le
llenaba los pulmones. En su corazón latían los rumores de la naturaleza en
pleno despertar. Por sentirse en primavera, el joven murmuraba en voz baja lo
que tantos seres humanos lo hicieron alguna vez sin temor a la vergüenza:
—¡El amor, el amor!... ¡Mujeres y mujeres y ninguna junto a mí para
conocerlo!... ¿Qué es el amor?... ¿Es una mentira de los románticos, de los
ilusos o es algo escurridizo, difícil de atrapar?... ¿O es el disfraz con que la
necesidad nos miente?... Si en cualquier lugar existe, según se oye decir, ¿por
qué no puedo estar en el lugar donde existe?... Si es una expresión natural de la
vida, ¿por qué no lo vivo siendo yo una expresión de la vida?...
Estas eran sus reflexiones. Así pensaba y hablaba consigo mismo mientras
atravesaba la calle y se dirigía a la estación. Allí, en la estación, un tren estaba
por partir. La máquina, a punto de irse, parecía tomar aliento para una larga
carrera.
El joven se sentó en uno de los bancos del andén. A poco de estar allí,
sonó la campana anunciando la partida, luego se oyó el silbato del guarda y las
ruedas del tren patinaron, girando sobre el mismo sitio, para comenzar
lentamente su andar de mole gigante, abriendo en las sombras su camino de
luz, por el que se alejó poco a poco. El andén se despobló. También, poco a
poco, se alejó la bulla de las voces. Ya estaba por reinar el silencio cuando la
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carrera de unos pasos, desesperados y tardíos pasos, irrumpieron en la reciente
calma. Una joven mujer se plantó de golpe en el andén con la angustia en el
rostro, mirando hacia donde el tren se perdía de vista. Pareció a punto de
desmayarse, afectada por algo sin remedio. Sin más valor que el suficiente para
llegar a un banco y sentarse, la joven dejó caer la cabeza entre sus manos y
sollozó con delicadas convulsiones. El joven, que estaba viendo la escena, se
arrimó impulsado por el instinto involuntario de humanidad. Le rogó perdón
por su intromisión y le preguntó lo que le sucedía. La joven le dijo:
—¡He perdido el tren y mi madre está muy grave!... Algo vulgar, ¿no es
cierto?... Y no tengo en qué llegar a su lado... ¡Oh,! ¿qué puedo hacer?... ¡Y a
estas horas!...
El joven, sin vacilar, le dijo:
—Venga conmigo que la acerco a la próxima estación. ¡Allí podrá
tomarlo!...
La joven lo miró un momento. Midiéndolo desde la cabeza a los pies, casi
en un grito, le contestó:
—¡Vamos!...
Sin más palabras que las dichas, salieron de la estación a la carrera hasta
donde el joven tenía estacionado su automóvil, para luego perseguir a un tren
que se alejaba a una velocidad creciente. Cada tanto, el aullido de su sirena
anunciaba su alejamiento.
Cuando llegaron a la próxima estación, el tren reanudaba la marcha y la
joven caía de nuevo en la desesperación. No hizo falta bajar del coche para
darse cuenta de la imposibilidad de alcanzarlo.
—¡Señorita —le dijo el joven— esta carrera es inútil porque la próxima
estación queda muy lejos!... ¡Tome! —agregó y le pasó un revólver.
—¿Qué significa esto? —preguntó ella.
—¡Por si tiene desconfianza!... Le prometo llevarla hasta su casa si me lo
permite. Le dejo el arma para darle confianza. Sé que es una tontera, pero no se
me ocurre otro medio de ofrecerle seguridad.
La joven, recuperada y comprendiendo el gesto casi inocente, a la vez que
le sonreía, dejó el revolver en el asiento, junto a él.
—¡No hace falta! —terminó por decirle.
—Entonces, me lo permite...
—No puedo negarme —atinó a contestarle.
—¿A qué distancia queda su casa?
—A unos 120 km., más o menos.
—Le ruego tranquilidad... y no tema porque sea un desconocido.
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El joven inmovilizó el rostro con la mirada puesta en el camino, mientras
la experiencia de la imprevista aventura comenzaba por alegrarle el alma.
La travesía de los 120 km., transcurrió casi en silencio... ¿De qué hablar
cuando la preocupación de ella lo impedía? Aunque poco fue lo que hablaron,
cada tanto una mirada fugaz se cruzaba con la de ella. Cuando el automóvil se
amoldó a la monotonía del viaje, la joven dejó asomar a su rostro un gesto que
expresaba el asombro por lo que estaba sucediendo, por lo insólito del
encuentro... ¿Quién era este joven?... ¿Qué hacía en la estación, sentado allí,
cuando lo natural era que se hubiera ido no bien el tren partiera?... ¿Qué
hubiera hecho ella con un problema que lo estaba solucionando este
desconocido?... Una leve sonrisa pasó por sus labios, al mismo tiempo que
cerraba los ojos para ver mejor lo que se estaba preguntando.
Luego de andar el tramo de los kilómetros mencionados, las primeras
palabras fueron dichas cuando ella le indicó el camino que debía tomar para
dejarla en su domicilio.
Llegaron... La joven entró a su casa a la carrera, olvidando bolso y valija
en el coche, y olvidando a quien la había traído... Diligentemente, el joven tomó
el equipaje y lo colocó junto a la puerta de entrada. Esperó un momento. Nadie
salió. Siguió esperando sin saber qué hacer. Se sintió incómodo como si
estuviera sobrando en un sitio desconocido. Apareció un hombre. Era el
médico. Nadie lo acompañaba. El médico le dio las buenas noches y se alejó...
Más incómodo se sintió. Vaciló un momento, pero dejó de vacilar cuando
decidió alejarse. Se alejó de allí con la sensación de haberle alcanzado la dosis
de ingratitud con que la gente suele repartir con tanta facilidad. En el coche lo
esperaba la tristeza y con ella se fue. Con la ilusión herida regresó, rogando
comprender a los seres humanos. A las pocas horas se acostumbró al malestar
de la ingratitud o dejó que el malestar lo acompañara como una prenda más de
su ropa de vestir.
Durante algunos días pareció resignarse, creyendo que todo se lo llevaría
el olvido. Aunque el desengaño y la ilusión se alternaban en su ánimo, era la
ilusión la que se apoderaba de la esperanza y en ella se apoyaba.
Presentimientos opuestos pasaban por su mente, sin embargo, como si el futuro
insistiera en lo que uno no alcanza a interpretar, empezó a soñar con la buena
suerte de encontrarla. Imaginó de mil maneras el instante de acercarse a ella o
de venir ella hacia él. Alimentó la esperanza como si fuera una meta que estaba
ahí nomás, casi al alcance de la mano, al alcance de su anhelo.
Hasta llegó a bautizarla con un nombre de su invención, con un nombre
que él relacionaba con la distancia que los separaba. Se decía cada tanto en su
interior, para darse ánimo, pensamientos como éste:
9
—¡Si la distancia sueña con la unión, déjate vivir por el sueño de la
distancia!
Y recordando la mirada de la joven, también se decía:
—¡Ojos que miran adentro lo que esperan encontrar afuera!
Estaba, en realidad, idealizando a la mujer con quien estuvo sólo unas
horas. En algunos momentos de lucidez crítica trataba de ver las cosas de otra
manera, aconsejándose que fuera prudente y que dejara la solución en manos
del porvenir. Poco duraba la prudencia. Si ganaba alivio, el alivio era
momentáneo...
Y terminaba dejándose atrapar por el sueño que le acortaba la distancia del
encuentro, terminaba entregado a la influencia de aquellos ojos que miraban en
su interior lo que anhelaban hallar afuera. Como buen soñador de imposibles
tuvo la ocurrencia de relacionar la distancia que los separaba con la mirada de
la joven para bautizarla con el nombre de Eyadel.
¡Eyadel, Eyadel!...
¡Qué nombre hermoso
para tanto amor lejano!
¡Eyadel, Eyadel!...
si estás en el futuro
de esta espera,
dime dónde empieza
tu presencia
para encontrarte
acercando mi existencia...
¡Pobre joven!... Poco a poco presentía que se acercaba al miedo de
preguntarse si estaba enamorándose de un fantasma. De acuerdo con la soledad
en que vivía, le parecía que estaba enamorándose de un fantasma, pero según el
convencimiento de la espera sólo estaba esperando a quien en cualquier
momento habría de llegar.
¡El amor hace poetas a los hombres!... Cuando sienten nacer en su interior
algo que nunca sintieron y que los hace ver y vivir de una manera distinta, no
les queda otro apoyo ni mejor tónico que la poesía.
El joven de nuestro relato se hizo poeta y buscó en la poesía el tiempo de
llegar a quien amaba, esperándola... Pero el tiempo de la espera fue sumando
semanas y meses... Semanas y meses llegaron y pasaron... Y a los sueños del
hombre que soñaba con Eyadel le aparecieron algunas arrugas. Eyadel
resplandecía en la imaginación, pero a su lado estaba ausente.
10
El corazón del joven le entregó su amor a la nostalgia. En su mirada
asomó la mansedumbre de la resignación.
Empezó a creer en el fantasma de Eyadel cuando cada mañana despertaba
para decirse:
¡Eyadel, Eyadel
Si tu nombre hermoso,
hecho de ausencia,
no lo habita tu presencia,
de nada vale
que la vida siga
sosteniendo mi existencia...
Hasta aquí lo escrito y lo publicado. Después de haberlo hecho lo invadió
la duda y después de verlo impreso se arrepintió de haberlo escrito. Lo que iba
a vivir sería peor que lo vivido anteriormente. La intensidad de los momentos
fueron casi insoportables. Se reprocha que no debió haber hecho lo que hizo,
que no valía la pena ahondar tanto en la resistencia emotiva, con el corazón a
pleno ritmo empinado en el límite de la espera. Y esto lo comprobaba cuando
sonaba el timbre de calle y su respuesta era el sobresalto. Cuando el teléfono
sonaba sucedía lo mismo. En realidad, estaba arrepentido.
Y así pasaron los días sin saber cómo contarlos. Cada jornada parecía
desaparecer en la anterior, sumando horas de espera. El ayer fue llevándose los
momentos, dejando en la memoria la sensación de un sólo día interminable.
A pocos metros de su casa existe un espacio verde, un pequeño refugio de
árboles. Allí estaba sentado, observando el trabajo de amasar el barro que hacía
un hornero y asombrado de ver cómo lo llevaba en su pico hasta el hogar que
estaba construyendo... ¡Un hornero haciendo su casa!...
—¡Hola!... —sintió a sus espaldas una voz femenina.
No quiso volver el rostro por miedo no sabía a qué, tal vez a su locura
incipiente o quizás, miedo a la nada burlándose de él.
—¡Hola!... repitió la voz. Esta vez le llegaba entibiada en un poco de
ternura.
Se dio vuelta para escuchar que le decía:
¡Eyadel, Eyadel!..
Aquí estoy
con mi nombre hermoso
acercando mi presencia...
Al ponerse de pie y dar unos pasos y al ver que Eyadel daba también unos
pasos, sintió que los esperaba el abrazo. Con los ojos cerrados con las mejillas
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humedecidas por el desahogo, permanecieron abrazados, no sólo abrazados a
ellos mismos son a una ternura que buscaba refugio en la caricia del encuentro.
Comprendió de golpe lo que era la ternura, diciéndose que era la
necesidad del cariño de sentirse refugiado, de sentirse en la protección de la
criatura amada.
Cuando al abrir los ojos y mirar por sobre los hombros de Eyadel,
Albanoa vio a su amigo que se alejaba, habiendo sido él quien la trajera hasta
sus brazos.
El instante del encuentro ha quedado en la memoria de ambos como algo
intocable, inviolable. Hasta hoy lo cuida el hálito de lo sagrado, el hálito del
misterio y del secreto de una intimidad sellada. Albanoa suele repetir que nunca
como en ese momento sintió el valor inmenso de la palabra ¡hola!, dicha en
ocasiones que acerca y une los extremos de cualquier distancia... ¡Pareciera que
hablara por todos los silencios!...
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CAPÍTULO II
No sólo la vida con su íntima energía nos hace como somos. La influencia
del ambiente nos agrega la costumbre de tradiciones sustentadas en la
ignorancia de épocas pasadas. La vida que estamos viviendo nos invita, con el
futuro por delante, a seguir avanzando, pero el hábito a permanecer nos quiere
detenidos en el pasado, haciendo de la indolencia el cómodo refugio de la
inmovilidad. El futuro no está reñido con el pasado, siempre que el presente le
facilite aquello que viene llegando del porvenir.
Eyadel y Albanoa comprendieron sin mucho esfuerzo que el enemigo de la
unión de sus anhelos de vivir estaba escondido entre los pliegues de la
naturaleza de cada uno. La herencia de miles de desencuentros tenía en cada
uno de ellos la tendencia a manifestarse no bien se presentaban las mismas
condiciones que en el pasado le dieron nacimiento.
Lo imprevisto de una reacción, lo inoportuno de un gesto, de un
pensamiento o de una palabra dicha fuera de lugar; la aparición aislada de una
ocurrencia, el capricho de hacer o de conseguir algo que provocara alteración
de ánimo, lo fugaz de querer algo agradable para convertirlo luego en algo
desagradable, en fin, todo aquello que se expresaba en la manera de ser sin que
haya motivo inmediato o evidente, todo lo que afloraba en ellos con la intención
de separar en vez de unir, era visto y sentido por ambos como si estuvieran
removiendo escombros de hábitos inútiles o de costumbres enfermizas. Se
dieron, por lo tanto, a la tarea de enfrentar sus propios defectos, sus íntimos
errores para encontrar luego la manera de conbatirlos, ya que la mejor forma de
conocer el error era dejar que se manifestara. A medida que esto sucedía, les
pareció estar ascendiendo por la escalera de sus errores y defectos para ver
mejor lo que estaba sucediendo en ellos y entre ellos.
La sabiduría con que se trataban les permitió comprender que no debían
ocultar o reprimir ningún defecto o ningún deseo de índole perjudicial, porque
tal actitud provocaba una resistencia y la resistencia creaba una tensión interior
que afectaba la relación y les dañaba el ánimo de convivir.
Al principio se vieron en la dificultad de hallar el método o la manera de ir
haciendo de los errores y defectos aquellas cualidades que necesitaban para
sentirse cada vez más unidos. Se miraban como dos cofres cerrados, en cuyos
interiores estaba lo que buscaban. Allí dentro de cada uno los esperaba la
sorpresa. Presentían que aquello que se buscaba era porque podían encontrarlo.
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Era la lógica de la esperanza. No se busca lo que no se ha de encontrar, lo
decían con más certeza que desconfianza.
Un buen día, siempre hay un buen día, mientras miraban por un ventanal
el lejano paisaje que empezaba a cambiar hacia la próxima primavera, Eyadel
le preguntó:
—Albanoa, ¿estás conociendo el amor, ese amor con que soñabas cuando
caminabas rumbo a la estación?
—Aún no lo sé —fue la respuesta. Luego agregó—: Lo que sí sé es que
ambos seremos el medio, ambos seremos la emoción que nos acerque cada vez
más para llegar a conocerlo... ¿Será difícil?... ¿Será fácil?... Tampoco lo sé. Si
hemos de seguir buscando lo que nos une es seguro que llegaremos. Por algo
somos dos opuestos que se atraen, las dos esencias que se buscan. Si gozamos
alimentando la unión, lo demás no tiene importancia.
La mirada de Eyadel buscaba en los ojos de Albanoa la certidumbre de lo
que decía, como si quisiera palpar el convencimiento que emanaba de las
palabras de su amigo.
—¡Tantas veces se ha dicho —recordó Eyadel— que únicamente servimos
para ser del hombre su pareja, sin que jamás se nos permita complementarnos
como amiga además de ser su amante!... Siempre fuimos el adorno necesario en
la práctica de la caricia sexual. Si alguna pareja se hizo legendaria por su
relación indestructible, por el cariño permanente que los unía, eso fue el caso de
excepción...
—Pues nosotros —le dijo Albanoa sonriendo— haremos de la amistad el
sabor de un condimento que ocupará los espacios entre los actos de intimidad
sexual. Seremos amigos antes y después de ser amantes, seremos compañeros
antes y después de gozar la unión de ser amantes... ¿No te parece mejor
sentirnos amigos y agregar la amistad al momento necesario del encuentro
sexual?... Dime, Eyadel, ¿te sentirías a gusto siendo amiga según la intimidad
de la amistad y amante según la intimidad de la relación sexual?...
El rubor que asomó en las mejillas le pareció a Albanoa el guiño que
promete ternura. Eyadel, desviándose del tema para volver al mismo, le
confesó:
—Te preocupa el vacío o los vacíos que van debilitando el interés,
llegando a lo peor cuando no se sabe con qué llenarlos. El cariño que uno siente
le tiene miedo a esos vacíos, le tiene miedo a esa agonía desabrida del paulatino
desinterés...
—¿Sabrías con qué llenarlos? —le preguntó Albanoa después de sentir la
fea sensación del paulatino desinterés.
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—¡Con las cosas agradables que encuentre o descubra en ti... No es un
piropo obligado para quedar bien. Como lo siento te lo digo... Ya me has
enseñado lo que tengo que hacer cuando la vida diaria me vaya dejando cosas
agradables, cosas que vengan a tonificar el ánimo. Ya me has dicho lo que debo
hacer para incorporarlas a mi mundo interno, donde llenarán los vacíos dejados
por algún desengaño o por la monotonía de hacer siempre lo mismo... Lo que
descubra en ti de agradable lo viviré dentro de mí, lo haré parte de mi esencia...
Eso hará lo que tiene que hacer cuando deba ocupar los espacios de ser parte de
tus espacios interiores.
—Lo que dices —dijo él— tiene tanto de la primer lección aprendida por
el discípulo del escurridizo amor, tiene tanto que me hace bien sentirte hablar
así...
—¿Lo crees? —dijo Eyadel para luego agregar como si recordara que le
debía una respuesta:
—Ah, por supuesto que me agrada la idea de cultivar la amistad!... Para
colaborar te diré algo más. Te diré que cuando el hastío, el aburrimiento quiera
agotar o desgastar a nuestro querido amor escurridizo, lo recuperaremos y lo
renovaremos con el buen uso de la amistad...
Un buen rato se miraron, se miraron sin ninguna distancia entre los dos,
como si nada ni nadie, ni siquiera lo imposible, vendría a separarlos. Con la
mirada se ensayaban unidos para siempre.
¡Unidos para siempre!... Parecía el primer verso de una poesía, el primer
renglón de un poema de vida... Albanoa cerró los ojos y se fue acercando en su
interior a la ilusión de ser dueño de una felicidad hecha de soluciones, de
soluciones logradas con el arte de la sabiduría. Presentía que los problemas
contienen las soluciones en la esencia misma que los manifiesta, en aquella
esencia que los pone en evidencia, haciéndolos visibles.
La intuición le hacía sentir que la esencia es la base común, el trasfondo
universal de los millares y millares de fenómenos que apreciamos con nuestros
sentidos, que percibimos con la razón, y que son sufridos y gozados por
nosotros. Un pequeño cambio en la ubicación de las partículas de ese trasfondo
universal y la expresión se hace perjudicial o beneficiosa. Un cambio de lugar
de las partículas de ese trasfondo universal y la expresión se hace perjudicial o
beneficiosa. Un cambio de lugar de las partículas crea una polaridad que
determina una manifestación dañina o saludable... Lo relativo de la
manifestación depende, entonces , de la esencia polarizada, ya sea negativa o
positiva.
—¿Se podrán polarizar los pensamientos? —preguntó, reflexionando
Albanoa—. ¿Se podrá ser dueño de algo según la clase de pensamiento con que
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lo elaboramos?... ¿Podré ser dueño de un beneficio si este beneficio nace como
producto de un pensamiento polarizado positivamente?...
Eyadel nada dijo. Permaneció callada, esperando el resultado de lo que su
amigo estaba diciendo. Por momentos, ella se sentía hecha de una arcilla
delicada, de una arcilla en manos de un escultor de ideas...
—¿Cómo saberlo? —continuó Albanoa—. Pues, al parecer, en nosotros
mismos se halla escondida la respuesta. En la esencia de nuestra naturaleza, en
el ritmo interior con que la vida nos mantiene vivos, allí ha de estar, allí se han
de crear las condiciones que luego nos afectan para hacernos bien o hacernos
daño... ¡Tanto se ha explorado allá afuera que hemos descuidado la exploración
interior!... Todo ritmo interior, llamémoslo también, armonía interior, es una
nota de la sinfonía universal. Introducirnos en nuestro ritmo interior nos puede
hacer participar de todos los ritmos de la creación. Viajar por el ámbito de
nuestra armonía interior es como andar por el verdadero ámbito universal,
donde nada es exclusivo de nadie y donde todo es de todos...
Al quedarse por un instante callado Albanoa, se oyó venir de la calma del
paisaje el canto de un pájaro, desvaneciéndose luego entre las ramas de los
árboles. El sol doraba los rincones de un jardín en paz con la tarde. El zumbido
de una abeja indicaba la búsqueda afanosa, la interrupción del zumbido
indicaba el hallazgo del polen. A intervalos se oía el canto del pájaro y el
zumbido de la abeja.
—Eyadel —siguió diciendo Albanoa— cuando esa armonía interior con
que fue creada nuestra naturaleza llega al exterior, saturando la superficie de la
piel, se le hace fácil expresar lo que llamamos amor, amistad o compañerismo,
o sea que en la región etérea de nuestro ritmo interior o de nuestra armonía
interior se nos permite asegurar la felicidad del amor, de la amistad y del
compañerismo.
—¿Me quieres decir —preguntó Eyadel— que podemos amarnos sin
nuestra intervención física, uniendo nuestras siluetas llenas de alma?... Te diré
algo por si te parece buena la ocurrencia: ¿Es como pasar de la flor al perfume,
del cuerpo al alma y como almas unidas en amor decretar nuestra felicidad
durante la vida terrenal?... ¡Sería maravilloso!..
—No tan fácil como lo dices, aunque sería la culminación... En primer
lugar nada te puedo asegurar. Nuestra unión, Eyadel, es una aventura y como
en toda aventura desconocemos el final. Sólo podemos tantear el rumbo para no
perdernos. Lo que vayamos hacer está basado en un pensamiento de significado
oculto, de interpretación caprichosa, según el gusto o el interés de quien lo use.
Según nuestro interés ensayaremos su aplicación a nuestra vida. El milenario
pensamiento dice así: “Así como es arriba, es abajo”... El “arriba” como idea
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general se refiere al reino inmaterial, donde la imaginación puede realizar la
obra o llevar a cabo el trabajo de visualizar, usando la energía de la luz, que es
el combustible producido por el pensamiento. No será difícil, entonces, entibiar
con el pensamiento el cariño de vernos unidos, amándonos en el “arriba” de la
consciencia del alma, para saber si es posible asegurar nuestro amor y nuestra
amistad en el “arriba” de la consciencia del alma, para saber si es posible
asegurar nuestro amor y nuestra amistad en el “abajo” de la región física, en el
“abajo” de nuestra unión corporal.
En los ojos de Eyadel asomó el gesto de una mirada que parecía tener el
sueño realizado de Albanoa, pero de sus labios nacieron palabras de temor:
—¡Cuanta fuerza de amor pondría en lo que dices! Lo que pueda hacer, lo
haré, pero ¿cuánto de mí necesitas para obtener lo que quieres?
—Lo que necesito de ti es lo que necesito de mí, y lo que eso significa es
empezar, empezar como si fuéramos niños que recién comienzan a aprender...
y lo que tenemos que aprender es amar todo lo que nos rodea, porque en lo que
nos rodea está el “abajo” de un “arriba” expresado sin interferencias, o sea,
está lo exterior creado por su armonía interior.
—¡Cuando sientas —continuó diciendo— el roce de la brisa en tu piel,
ámala, ámala transfiriendo esa emoción a mi persona, que yo haré lo mismo,
enviándote la emoción que me haga sentir aquello que tengo a mi alcance.
Cuando llegue a tus manos cualquier objeto, considéralo con simpatía o busca
en él algún aspecto que despierte en ti la simpatía y has lo mismo, pensando en
mí con la misma simpatía. Si de pronto te quedas con la mirada fija en aquel
árbol o en aquella montaña, míralos con amor y comparte mentalmente
conmigo esa emoción. Si el canto de un pájaro o el ruido del agua cayendo en
lluvia o pasando por la acequia llega a tus oídos escúchalos con amor...
Tengamos siempre la precaución de trasmitirnos aquellas emociones que sean
de tolerancia, de simpatía y de amor, y evitemos que lo repulsivo del mundo
exterior nos contamine... Si por alguna razón desconocida recuerdas algo
desagradable que le repugna a tu sensibilidad, lo mejor que puedes hacer es
amortiguar su efecto poco a poco hasta que sientas la limpieza o la depuración
de la comprensión... ¿Qué cómo puedes hacer para que la comprensión te sirva
de limpieza? Pues imaginándote que el agua lo hace, llevándose la suciedad de
la repugnancia o imaginando que una flor de tu jardín o del campo purifica con
su belleza la fealdad de lo desagradable.
Albanoa, luego de algunos segundos de silencio, siguió diciendo:
—Ahora bien, con esto que acabo de decirte, ¿habremos encontrado el
método de asegurar nuestra relación de amistad y de amor?... ¡Ser amigos en la
amistad y ser amantes en el amor, nos parece que tiene un sentido distinto!..
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Lo distinto nos dice que seamos amigos en el “arriba”, que seamos amigos en
la relación de nuestras siluetas llenas de alma, para que nuestra amistad aquí
“abajo” sea digna de ser vivida. Seamos amantes en el “arriba”, seamos
amantes en la relación de nuestras siluetas llenas de alma, para que nuestro
amor aquí “abajo” sea digno de ser vivido.
En el rostro de Eyadel apareció el amanecer de una lágrima, amaneciendo
en su mirada el amor, la simpatía y el cariño por todas las cosas. Albanoa
comprendió lo que estaba sucediendo en el corazón de Eyadel. Aprovechando
la ocasión le dijo algo que iba a ser, en lo sucesivo, el premio a los momentos
que vivieran como lo querían hacer:
¡Eyadel, Eyadel,
cuando el abrigo de la noche
nos cobije,
el amor de haber amado lo de afuera
será en nosotros el amor
de estar amando lo que somos!..
Eyadel, sintiéndose una criatura embelesada, se acercó a Albanoa y le dejó
en los labios el mensaje de su piel estremecida. Albanoa, sentándola a su lado,
le dijo:
—Estamos casi indefensos al abrigo de lo inefable, un poco más y
estaremos refugiados en el éxtasis. Ahora mismo podemos llegar a lo inefable,
y sumergirnos en el éxtasis para luego quedarnos en el amor de estar amando lo
que somos.
La penumbra de la tarde había comenzado ya a crear la intimidad de los
rincones de la noche. Albanoa, poniendo en su voz el murmullo de tiernas
sugerencias le dijo a su amiga:
—Haz de cuenta que tú eres una flor, que yo haré de cuenta de ser el
perfume de esa flor. Mientras esto vaya sucediendo nos quedaremos en
silencio, en calma, permaneciendo en la sensación de ser tu la flor y yo el
perfume todo el tiempo que nos parezca necesario. Tanto la flor como el
perfume son dos cosas inseparables. Si nos sentimos así de inseparables en el
“arriba” de nuestras siluetas llenas de alma, lo mismo sentiremos en el “abajo”
de nuestros contornos llenos de materia.
El instante de silencio transcurrido pareció estar lleno de la presencia de la
flor y su perfume. Entre ambos pareció establecerse una corriente de armonía,
la que podría descender de su estado imponderable y convertirse en amor, en
amistad... y en lo que la voz de Albanoa ya estaba diciendo:
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—¡Sigue siendo la flor mientras yo me veo hecho el color de esa flor! ¡Tú
la flor, yo el color de esa flor! ¡Lo inseparable de la flor y su color sigue siendo
lo inseparable en nosotros!...
El siguiente intervalo se hizo más profundo, aumentando el silencio con
que cada uno se fundía en el otro. En el silencio parecía palparse la tibieza de la
unión. Eyadel, en su silueta llena de alma era la flor, Albanoa, en su silueta
llena de alma era el color. Ambos en el “arriba” se amaban con la emoción de
lo inseparable porque querían que lo inseparable siguiera siendo así, aquí
“abajo”. La aventura de ser en el alma para seguir siendo en el cuerpo parecía
posible. Albanoa, haciendo que lo posible fuera avanzando, continuó con el
próximo paso:
—Ahora, yo seré el rocío y tú seguirás siendo la flor. El rocío, gota a gota,
se adhiere a tu piel, moja tu piel y la entibia porque el sol nos acompaña...
¡Eyadel, el rocío tiene olor a cielo, el cielo que unido a la tierra anhelamos
tener!..
Pasaron varios minutos de silencio durante la calma reinante. La voz de
Albanoa se escuchaba cada tanto, dándole ánimo a Eyadel y dándole ánimo a sí
mismo, porque no era fácil crear la costumbre de visualizar y visualizarse
asumiendo formas de vida que no eran ellos. Aunque fuera difícil alcanzar esta
costumbre, siempre quedaba el beneficio de haberlo hecho, ya que el ser interno
colaboraba más allá del esfuerzo objetivo de la visualización. Albanoa
aconsejaba adquirir el hábito de mirarse a sí mismo y descubrirse poco a poco
con los ojos cerrados, recorriendo cada una de las sensaciones profundas que
asoman a la superficie de la conciencia objetiva, a la superficie de los cinco
sentidos físicos.
Además, ponía entusiasmo y calor cuando decía que dentro de cada uno se
podía aprender a ver la naturaleza que palpita y vive allá afuera.
—Ver la naturaleza —terminó diciendo— eligiendo con los ojos cerrados
un árbol ahora, un arroyo después, un amanecer más tarde, una montaña o un
pájaro después, sintiéndose uno con el objeto elegido; esa actitud de llegar a ser
lo visualizado nos sumerge en la energía universal, nos hacemos de la misma
consciencia universal, percibiendo o sintiendo cómo lo universal de la armonía
se materializa en los millones y millones de contornos de la creación... Cuando
tú, Eyadel, miras en su interior una flor cualquiera, en realidad estás haciendo
contacto con la inteligencia que la creara o con la consciencia cósmica que la
diseñara, y estás a la vez dejándote amar por su belleza, o si prefieres, estás
dejándote absorber por el alma de la flor. Esta sencilla práctica de vernos y
sentirnos en el objeto visualizado tiene el poder de fortalecer, de tonificar, de
alegrar el ánimo en favor de la dicha, en favor del bienestar y de la paz que
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hace falta para enfrentar con la solución el problema que se presente. Esta
práctica simple, llevada a cabo periódicamente, se convierte en el guardián de
toda relación agradable entre los seres humanos. Cuando nosotros, cuando tú y
yo nos acostumbremos a contemplar en nuestro interior el amor con que la
naturaleza cuida y mejora lo que ella ha creado, tendremos el beneficio de
amar con el mismo amor que lo hace la naturaleza universal de la vida... Con el
hábito de hacer lo mismo diariamente o cada tanto, tal vez logremos aumentar o
al menos, mantener la fuerza de la amistad y, por supuesto, alimentar el cariño
de amarnos como seres humanos durante la unión necesaria...
Cuando Albanoa dejó de hablar, Eyadel pareció responderle con el gesto
femenino de la entrega, disimulada por el pudor. Con voz suave, dulcificada
por el acento, le dijo:
¡Albanoa, Albanoa...
cuando el abrigo de la noche
nos cobije,
el amor de haber amado lo de afuera
será en nosotros el amor
de estar amando lo que somos!...
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CAPÍTULO III
Los días fueron de amistad y las noches fueron lo que el amor quiso que
fueran. Habían encontrado el método general de asegurar cierta continuidad en
el amor y en la amistad, habían logrado crear el ambiente interno en cada uno
para que la relación exterior durante el trato diario fuera tolerante, con buenos
momentos de comprensión.
Si bien presentían el acierto en el rumbo que habían tomado, aún
quedaban ciertos lugares vacíos en la mente, algunas dudas y temores ocultos.
De tales zonas desconocidas, los amenazaba lo inexplicable, que sin aviso
llegaba y perturbaba el andar de sus vidas.
Pues lo inexplicable de algunas amenazas parecía venir del ancestro
psíquico, de la herencia psicológica, donde esperaban para interrumpir la paz
de la felicidad... O era, quizás, uno de los hemisferios de la dualidad que por
natural existencia intervenía sin la intención de alterar. Entonces, la alteración
llegaría provocada por la mente ante el miedo de perder lo que habían ganado.
Aprendieron, sin embargo, a disminuir las amenazas cuando admitieron que la
comprensión interna era el arma fundamental utilizada por la conciencia, o sea
que la conciencia, con los argumentos dados para comprender la existencia de
aquellas amenazas, preparaba la defensa adecuada, sin permitir el desborde.
Mientras mantuvieran la vigilancia, usando la mejor manera de
comprender, teniendo en cuenta las causas posibles, las amenazas se diluían en
un gesto de tristeza, en una angustia de origen desconocido, o en la ansiedad
extraña de procedencia anónima.
Ellos aún se consideraban a sí mismos, campos desconocidos, regiones
inexploradas, continentes misteriosos, donde prevalecía lo oculto, donde era
mayor lo escondido que lo descubierto. Por eso querían descubrirse, querían
colonizarse, querían conocer lo impenetrable de sus íntimas naturalezas. No era
cuestión de dar la espalda a lo que parecía superior a la capacidad de entender
lo que sucede en el alma y en especial, en la memoria del alma, donde el
misterio mayor esconde la imagen de la divinidad.
—¿Hasta cuándo —se preguntaba Albanoa, hablando con Eyadel— hasta
cuándo el miedo ha de ser el hermano inseparable de la ignorancia y de la
superstición?... ¡Hacer que Dios naciera en el primer hombre, que se volviera
vivo en la comprensión de su pensamiento, fue la más portentosa y sublime
aventura del despertar de la inteligencia! ¡Ese primer hombre es nuestro primer
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gran antepasado, portador de la luz, que en nuestro interior se reproduce cuando
iluminamos cada vez con mayor intensidad las regiones del miedo a lo
desconocido!
A renglón seguido, Albanoa hizo evidente lo que ansiaba con fervor:
—¡No importa lo que haya sucedido hasta ahora, lo que sí importa es
comenzar con la visión de tener en la luz interior el medio de extender la
comprensión, teniendo la seguridad de vivir esa luz y de sentirnos iluminados
desde el infinito interior hasta el infinito exterior!... ¿Hemos de nacer de
nuevo?... Pues, ¡que así sea!... ¿Cómo haremos para nacer de nuevo?...
¡Ensayaremos la creación con el pensamiento, construyendo con el pensamiento
el futuro de nuestro renacer, abriendo con la luz del alma el porvenir de
nuestras vidas, asegurando con la devoción del amor el bienestar de todos los
mañanas que no esperan para vivir en ellos!...
—¡Albanoa! —interrumpió Eyadel— ¡Tu exaltación se vuelve fantasía en
vez de imaginación!... ¡No me dejes abandonada, encandilada por la belleza
casi imposible de tus sueños!...
Albanoa sonrió plácidamente. Aún sonriendo le dijo:
—¡Tal vez mi voz estaba en el futuro, o quizás me asomé al mañana para
decir de él lo que en un instante vi con la luz de mi sueño interior, o tal vez
haya sido nada más que la impaciencia por tanta demora en llegar a lo que
debimos llegar hace siglos!... ¡Oh, Eyadel, qué enorme es la visión de la verdad
cuando se la contempla desde la oscuridad de un tiempo detenido en el
miedo!...
Albanoa inclinó la cabeza, quedando así por un largo rato. Eyadel se
acercó, le tomó las mejillas con ambas manos, le dejó un beso en la frente y
otro en los labios para luego decirle:
—¡Es muy bella la existencia de tu alma y muy solitaria la verdad de tu
sueño, por eso quiero acompañarte hasta más allá de esta vida! ¡No temas que
tu locura de amar me contagie la locura de seguirte!..
Y con lástima en la voz, Eyadel agregó:
—¡Pobre vida, que la hacemos tan cargada de incompresiones!
Albanoa repitió lo expresado por Eyadel, diciendo algo más:
—¡Pobre vida, tan cargada de incompresiones!... Tienes razón. La vida
parece andar por una senda paralela a la que sigue el hombre, como si el
hombre ya no fuera digno de ella. Si la vida en su esencia tuviera las mismas
pasiones destructoras del hombre, hace rato que sólo escombros quedarían. En
la íntima consciencia de la vida se oculta lo que el hombre a[un no puede
descubrir. Si lo descubriera en el estado actual de su agresividad, lo usaría en
contra de sí mismo. El ejemplo está a la vista. Donde el hombre descuida, allí
22
está la vida cuidando. Donde el hombre contamina y destruye, allí está la vida
limpiando y construyendo. En resumen lo que la vida hace, el hombre lo
deshace. Ni siquiera agrega lo que a ella le saca.
El atardecer estaba como todos los días esperando en el jardín a que ellos
comenzaran... Hubieron jornadas en que se vieron sorprendidos por
sensaciones ajenas al tiempo que estaban viviendo, pareciendo que las horas
futuras eran las que venían al encuentro de ellos. Al no saber cómo explicarlo,
se conformaron con la idea casi permanente de estar viviendo en unidad con el
universo. Se decían que el cariño con que amaban dentro de sí a las criaturas y
objetos de la naturaleza era, quizás, la causa de sentirse viviendo en un presente
tan amplio que abarcaba lo que estaba más allá del ahora.
El universo de plantas y animales, de nubes y cielos, de aves y montañas,
desfilaban por la intimidad de cada uno, dejando en ellos la armonía que los
acercaba cada vez más a ser uno con la unidad cósmica. Poco a poco se hacía
más profundo el viaje hacia la región del alma, desde cuya región se entonaban
con el cielo y la montaña, con el campo y los ríos, con las nubes y el viento, con
la hierba y el rocío, asumiendo la forma de vida de cada uno, para luego
experimentar lo que el universo siente por cada unidad dispersa y lo que cada
unidad dispersa siente por el universo.
Después de volcar la emoción del amor en todas las criaturas y objetos de
la creación, lograban una mejor relación ya sea en la amistad o en el amor...
Lo que no pudieron llevar a cabo más o menos bien fue dejar que la
conciencia de ellos se hiciera cargo, por ejemplo, de un árbol, con el fin
exclusivo de establecer un diálogo y conocer lo que pensaba dicho árbol... Ellos
imaginaban que la función de darse cuenta de las cosas pudiera extenderse
hasta abarcar el árbol, hacerse cargo de la sensibilidad del árbol y comenzar un
intercambio de sensaciones, cuyas sensaciones se traducirían en palabras por
medio de algún mecanismo del cerebro humano. Dicho en otras palabras, sería
extender el radio de acción de la conciencia, similar a un campo de energía, con
la capacidad de interpretar, sentir y darse cuenta de todo lo existente dentro de
ese campo, y hacer que la misma consciencia desdoblada en dos puntos se
comunique desde esos dos puntos, pudiendo ser el árbol un punto y el otro, el
dueño de la conciencia extendida.
Ese día comentaron que tal vez haya sido esa la manera de tener el hombre
primitivo extendido la conciencia, llegando por ese medio a conocer el lenguaje
de las aves, de las flores y de los animales, o sea que el hombre, casi integrado
a la unidad de todos los seres de las naturalezas, pudo establecer contacto
psíquico o unificar su mente con todo lo que le rodeaba, permitiendo que su
conciencia abarcara la de todos los seres. Cuando esto sucedía, quien le hacía
23
decir cosas de las plantas y de los animales era su conciencia, o sea que su
conciencia convertía las sensaciones de vida en el lenguaje que, según la
tradición, habría existido en los albores del universo.
Eyadel fue la que dio en la clave cuando extendiendo su conciencia había
abarcado la de un árbol que en el patio de la casa crecía. Albanoa le había
dicho que intentara sentirse ese árbol como una práctica más de lo que estaban
haciendo, que se viera a sí misma convertida en ese árbol. Mientras trataba de
alcanzarlo con el apoyo de la imaginación, imaginando el instante de unirse al
tronco y su follaje, Albanoa le dijo que olvidara y esperara, que borrara de su
mente el cuadro que había construido y esperara sin pensar en nada. Siguiendo
el consejo fue sumiéndose poco a poco en sí misma hasta no saber quien era,
hasta perder la identidad.
Luego de haber hecho lo sugerido por Albanoa, Eyadel comentó algo que
llamó la atención, pues el relato contenía la clave mencionada más arriba:
—Sentí un bramido o el ruido de una corriente de aire o de agua. Era algo
así como el bramido que de lejos se oye cuando baja una creciente después de
la tormenta... ¿Qué habrá sido? —terminó por preguntar.
Sin tardanza, Albanoa respondió como si encontrara, de repente y
sorprendido, la pieza de un rompecabezas:
—¿Sabes lo que ha sido?... Es primavera, Eyadel, y la savia de los árboles
se está moviendo, subiendo hacia los nuevos brotes, y tu delicado oído psíquico
ha sido quien ha oído eso como si fuera el bramido de una tormenta. El roce de
la savia que sube ha sido interpretado por tu consciencia de esa manera... De
ahí a lo que comentábamos recién sólo hace falta mejorar la interpretación para
que sea exacta o lo más aproximada posible a la realidad. Si tu conciencia
extendida fue capaz de hacer eso, sólo falto que hubieras sido tú la que diera la
respuesta, en vez de haber sido yo. Así habrías completado el ciclo, sin que
nadie más que tú intervenga en todo el proceso.
La explicación causada por lo ocurrido hizo que dejaran de hablar,
permaneciendo callados por un buen momento. En silencio fueron pasando los
minutos, durante los cuales desfilaron por sus mentes lo que hasta ahora
estuvieron haciendo, apreciando cada vez más la práctica adoptada, la de
buscar dentro de uno el camino hacia el exterior, la de buscar en el alma la
unión con lo de afuera, que se muestra distinto en la superficie a nosotros...
Era primavera y con cada primavera habría de volver a la mente de los dos
los mismos recuerdos... La estación de trenes, el tren que se iba, la
desesperación de la joven, hoy Eyadel, la ayuda del desconocido, hoy Albanoa,
el viaje, el relato publicado, el milagro del encuentro y ahora aquí, uno junto al
otro.
24
Ahora y desde hacía tiempo estaban unidos, ensayando seguir unidos. De
aquella soledad de Albanoa no quedaba nada que fuera motivo de ansiedad o de
angustia. Lo que estaban viviendo ahora era la época dedicada a la exploración
de cualidades que aseguraran la unión.
Para Eyadel todo era nuevo, todo era distinto a partir del encuentro. Había
nacido de nuevo. Así lo afirmaba. Hasta olvidó el nombre anterior para adoptar
el que le puso Albanoa. Eyadel se daba cuenta que su vida interior se estaba
enriqueciendo y parecía que dicho enriquecimiento fortalecía, tonificaba la
relación exterior. Notaba lo que antes no tenía, sintiendo cariño por lo que
ahora poseía. No sólo en lo físico, en lo material, sino en lo esencial, en lo
incorpóreo, en lo que hace falta para sostener lo corporal. Además, lo invisible,
habitando y moviéndose en las sensaciones, en las emociones y en las
corazonadas, adquiría significado, motivo y propósito, y esto era lo más
importante, ya que saber el motivo para ver el propósito era lo mismo que
conocer el comienzo para encauzar la vida hacia la misión de vivir.
Los pensamientos de Eyadel terminaron en una pregunta cuando dijo:
—¿Puede ocurrir que una persona se sienta acompañada sin que nadie la
acompañe? ¿Puede suceder que de pronto y casi sorprendida, una se dé cuenta
de que no está sola aunque nadie esté a su lado?
—En tu pregunta —comenzó a decir Albanoa— está el mayor de los
interrogantes y la mejor de las respuestas... No sólo en la vida individual y en la
vida en pareja sucede, sino en todos los ambientes donde el hombre parece ya
no vivir de sí mismo. Se lo presiente sólo por dentro, que es lo más grave, y
solo por fuera porque quienes lo acompañan también están solos por dentro.
—El vacío interior —siguió diciendo— representante universal de la
depresión y del desgano de hacer y de vivir, es la anemia espiritual por falta de
alimento psíquico, es la tuberculosis del alma por falta de amistad o
compañerismo con el ser interno o por la ausencia de comunicación con la
íntima divinidad del ser humano... En realidad, todo nace del más trágico error
de nuestra cultura, basada exclusivamente en el crecimiento exterior, cuando
todo lo que tiene vida crece desde adentro. Si crecemos de adentro hacia afuera,
¿por qué nos enseñan a crecer de afuera hacia adentro?...
Eyadel, haciendo ademanes para que parara, para que no fuera tan rápido
en su desborde explicativo, lo interrumpió para decirle.
—¡Espera, espera un momento, que hay una brecha en lo que estás
diciendo! ¡La transformación de los alimentos y el reordenamiento de la
información en el uso de la inteligencia pueden significar el crecimiento de
adentro hacia afuera!...
25
—¡Gracias, Eyadel! —exclamó Albanoa—. Has dicho lo justo para dividir
en dos partes lo que estaba diciendo. ¡Gracias por señalar lo que necesito!... Sí,
es verdad que los alimentos transformados en energía cumplen la misión del
crecimiento, físico. Lo que entra por la boca es orgánico y, trasmutado, va a lo
orgánico. Si hacemos más profunda la diferencia, entonces, tenemos que decir
que lo efímero del alimento, que lo transitorio de la alimentación se trasmuta en
lo efímero y en lo transitorio del crecimiento y del mantenimiento de los
órganos físicos, de los órganos hechos de materia... Pero, he aquí lo importante,
ya que también queremos alimentar con lo efímero a una entidad espiritual que
necesita alimentos perdurables. Cuando nuestra ambición, nuestro deseo o
nuestro capricho, quiere un objeto de uso material, estamos alimentando
transitoriamente a quien se alimenta de lo eterno, y cuando el objeto de uso
material ha perdido el interés por desgaste, por rotura o porque ya no interesa,
en nuestro interior queda un vacío que hay que llenar con otro deseo efímero, y
ese otro deseo efímero vuelve a crear otro vacío que hay que llenar otra vez, así
una y otra vez, hasta que nada de lo efímero sea capaz de alimentar por mucho
tiempo a nuestro ser interno. El tramo final de la reflexión nos lleva a decir lo
siguiente: ¡Si el hombre se siente mal porque no logra vivir acompañado en su
interior, la sociedad se siente igual! ¡El vacío del ser humano avanza sobre el
vacío de la sociedad!
Luego de una pausa y sabiendo Albanoa que no estaba todo resuelto con
lo que había dicho, intentó buscar más elementos de apoyo de su teoría, teoría
que ellos la venían demostrando con lo que hacían para crear los lazos
auténticos de la unión.
—Te preguntarás cómo hacer..., pues no nos queda otra que abrir una
entrada hacia nuestro interior para saber lo que somos. Una vez instalados allí
dentro, nos sentiremos más cerca de algo divino que nos hace decir que ahí
tendremos un observatorio, o quizás sea mejor decir, un laboratorio para medir,
pesar, valorar y clasificar la naturaleza de lo efímero y la naturaleza de lo
eterno, de lo inmortal. Por esa entrada hecha con la devoción del creyente, nos
visitarán los habitantes de la armonía universal.
—Cuando tú, Eyadel, con la idea de ser alma viviente, con la idea de ser
un contorno de alma, comienzas por ver en tu interior correr el agua de un
arroyo, le estás dando entrada al espíritu alegre del agua y a su destino de vida;
cuando con el mismo ánimo, reproduces en tu mente el árbol o los árboles
mecidos por la brisa y poblados por el canto de los pájaros, le estás dando
entrada a la luz de la creación, la que le dio vida a los árboles, a la brisa y a los
pájaros... Ahora bien, si en la emoción o en el cariño que estás sintiendo me
incluyes a mí, le estarás dando entrada a la razón de seguir juntos.
26
El aire del jardín donde se hallaban se convirtió en algo vivo y
acompasado que latía con el mismo ritmo del corazón de Eyadel y su amigo.
—Si a cada objeto —siguió diciendo Albanoa— o cosa, si a cada animal o
hierba, si a cada piedra o río, si a cada lluvia o gota, si a cada nube o mar, si al
verano, al invierno, al otoño y a la primavera, si a cada uno de ese conjunto le
pusieras una nota musical y dejaras que esas notas musicales se ordenaran en tu
interior, lo que en tu interior quedaría resonando sería una sinfonía universal...
y si en ese escenario de la sinfonía universal nos reuniéramos tu y yo, si
asistiéramos periódicamente a ese templo universal, tu y yo, allí decretaríamos
nuestra unión feliz en el plano terrenal, a pesar de los problemas diarios; allí
aseguraríamos el bienestar durante lo temporal de nuestras vidas, a pesar de los
inconvenientes cotidianos.
—¿Qué más puedo decirte, Eyadel? —dijo por último Albanoa—. Si no es
suficiente, por lo menos, durante esta buena aventura nos veremos interesados
en saber si es verdad o no, si es posible o no... Por último, nos queda diseñar el
destino de nuestra presente encarnación, de manera tal que nos encontremos en
la vida futura que nos toque vivir. En otra ocasión te diré lo que haremos para
encontrarnos en el porvenir cuando de nuevo elijamos el contorno para llenarlo
con nuestra alma...
Había oscurecido cuando Albanoa dejó de hablar. La quietud de Eyadel,
envuelta en la penumbra de la hora nocturna, era ya el sueño de amar a punto
de corporizarse. Albanoa se acercó para sentarse a su lado, arrimándose hasta
tocar con sus mejillas las mejillas de Eyadel. Tenían la tibieza única del
momento único de amar. Sólo se oyó el suspiro escapado de su belleza
interior...
Ellos y el día amanecieron sonriendo. Ellos con la sonrisa en los labios y el
día con la sonrisa en la luz. El rumor de la alegría en la sangre se manifestaba
en la inquietud de reír y moverse y en las ganas incontenibles de gritar por el
gusto de gritar. La jornada prometía lo mejor si se alejaban de la ciudad, ya que
de vez en cuando habían convenido visitar aquellos lugares a donde el hombre
no llegaba o llegaba pocas veces. Además de gozar de la paz de la naturaleza,
querían sentirla invadiendo todos los rincones del cuerpo.
Cuando llegaron al sitio elegido, nada perturbaba la calma reinante. La
brisa, el sol, los árboles, el pasto aún mojado por el rocío, se habían unido en el
paisaje para que viera la belleza de semejante unión.
Después de correr, saltar y mojarse; después de reír, cantar y gritar;
después de sentir que todo lo que hicieron los había saturado, terminaron
sentados bajo un árbol, cerca de un arroyo, de donde les llegaba el rumor
viajero del agua. Tendidos cara al cielo sobre el pasto recién brotado, mirando
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el vuelo circular de las aves en el cielo, sintiendo el zumbido del aire, atareado
en llevar el mensaje del polen de planta en planta, tendidos como estaban
parecían descansar en el cómodo placer de sentirse bien, sin ninguna borrasca
en el horizonte del sueño que venían viviendo.
De pronto, en forma sorpresiva, como si emergiera de alguna urgencia
profunda, Eyadel le pidió a Albanoa:
—¡Quiero conocer tu silueta llena de alma! ¡Necesito el amor de tu cuerpo
psíquico!...
Para decirlo se había sentado bruscamente con las piernas cruzadas a la
usanza oriental. Albanoa, sin que le sorprendiera el pedido, vio en los ojos de
Eyadel una mirada que le hizo presentir la serenidad de un cielo desconocido,
como si estos ojos de Eyadel fueran los ojos que vieron la mansedumbre de una
brisa permanente que nunca dejaba de ondular la superficie de las aguas; como
si estos ojos de ahora escondieran en su memoria el viaje de muchas aves hacia
nidos lejanos. Eyadel tenía otra luz en su mirada, la luz de un paisaje iluminado
por una inclinación distinta del sol... Algo más vio en la mirada de aquellos
ojos. Vio y sintió el aire acompasado de una respiración que relacionó de
inmediato con el ritmo vital de la tierra y de todas las criaturas... Luego se vio
inclinado sobre Eyadel, amándola con la fuerza persistente del sol en la
semilla, del sol en la flor y del sol en la dulce madurez de la fruta.
Albanoa aceptó la invitación, pidiéndole que se viera en el centro de su
propia existencia, que se visualizara convertida en silueta llena de alma... Y no
dijo más porque era Eyadel la que dejando escapar un suspiro le rogaba:
—¡Ven conmigo!...
Apenas desvanecido el ruego de Eyadel, se encontraron bajo el mismo
árbol pero de transparencia rosada por el baño del sol de la tarde. No lejos de
allí, se veían las ondulaciones de un terreno que se esfumaba en una penumbra
lejana y mansa.
Aún no se habían mirado por el asombro y el entusiasmo que los distraía y
por sentirse inmersos en el panorama, en el panorama que los absorbía a la vez
que ellos absorbían el paisaje... ¡Así debe ocurrir con...! fue el pensamiento
inconcluso que acudió, mientras se daban vuelta para enfrentarse y verse, pero
de nuevo la sorpresa los dejó sin aliento... No es fácil describir a dos siluetas
llenas de alma que se necesitan y que quieren amarse según las nociones y el
hálito del cuerpo terrenal. La sorpresa alcanzó el grado de sorpresa mayor y
agradable, tal vez deliciosa y quizás, maravillosa.
Comenzaron por mirarse las manos unidas, que ya no eran ni la mano de
Eyadel ni la mano de él. Eran una sola mano, cada una penetrada en la otra o
por la otra. Si él miraba su propia mano la veía esfumada en la de Eyadel. Si
28
miraba la de ella, aparecía esfumada en la de él. Si él sentía el deseo de
acariciar a la de su amiga, la mano de su amiga desaparecía en la de él como si
la intención de la caricia fuera capaz de asimilarla hasta quedar completamente
absorbida por la de él. Lo mismo sucedía si era Eyadel la que deseaba acariciar,
pues la parte de la zona acariciada desaparecía en la mano que acariciaba.
Cuando intentaron abrazarse, lo que sintieron y vieron no existe lenguaje
para expresarlo... ¡No se vieron unidos como dos cuerpos separados!...
¡Albanoa se veía y se sentía en Eyadel, y Eyadel se veía y se sentía en él!
La otra dificultad, debido a la falta de adaptación, era que no podían
intercambiar palabras, no podían articular las voces del idioma conocido por
ellos. Cuando sintieron la necesidad de oírse hablar, sonrieron con un gesto que
les dio la impresión de una sonrisa impersonal, pues sin saber cómo Eyadel
comprendió lo que Albanoa estaba pensando... y lo que estaba pensando era
que tenían que cambiar las nociones terrenales y adoptar nociones nuevas.
Ahora sabían que los ayudaba la cualidad natural de hablar con el pensamiento,
sin que tengan que hacerlo con palabras.
Otra sorpresa que vino a sumarse a las anteriores fue la siguiente: Al
comienzo de esta aventura notaron cierta transparencia en la ropa, aunque
seguían viéndola como la ropa que viste, como la ropa que cubre la desnudez...
Parece que al mirarse la vestimenta les nació la idea contraria, la de verse sin
ella, la de verse desnudos, y sucedió que al verse desnudos, se miraron
aturdidos... ¡Se vieron sin sexo o con el sexo esfumado, sin la conocida
presencia orgánica!... Tal vez haya sido el pudor ancestral, la castidad de
ocultar, la vergüenza de no mostrar, lo que borrara la imagen física del sexo.
Ya habían notado el poder de la creación del pensamiento cuando no bien
pensaban en algo, este algo aparecía o se presentaba a la vista de quien lo
pensara. Es posible, entonces, que el pensamiento, influido por el instinto de la
vergüenza, haya prohibido ver lo prohibido por el pudor.
En reemplazo de lo esfumado se sintieron compensados cuando al darse
cuenta de lo increíble los invadió el cosquilleo de una energía producida por la
fusión de las esencias de ambas naturalezas, la masculina de Albanoa y la
femenina de Eyadel.
No es fácil explicar con claridad todo esto, pero con el esfuerzo de las
ideas y con la ayuda de la intuición fueron hilvanando expresiones que
sirvieron para dar la respuesta apropiada. En realidad, estaban descubriendo el
ámbito incorpóreo de la vida, o quizás la vida les daba el mínimo indispensable
para que fueran conociéndose poco a poco.
Pasar de sorpresa en sorpresa se hizo casi normal, pues todo parecía estar
antes en vez de estar después. Tal vez fuera mejor decir que el futuro se
29
anticipaba al presente, o quizás fuera que el presente se volvía futuro,
trastornando los esquemas de la mente, de la mente, de la mente acostumbrada
al orden para no desorientarse. Mas no era ni lo uno ni lo otro. Quien se dio
cuenta fue Albanoa y se lo transmitió a Eyadel.
—El arte de ubicar el futuro antes que el presente en la unidad de la
armonía universal, nos puede ayudar a comprender que todo está dentro sin
haber un afuera... ¡Los tiempos son de la conciencia!
—Sí, está bien —pareció contestarle Eyadel—, pero ¿cómo vivir una
experiencia que me ayude a comprender?...
—Imagínate —le dijo Albanoa— un círculo en el que la conciencia se
halla expandida, donde la cualidad de darse cuenta se encuentra en toda la
superficie que abarca el círculo. Ahora imagina que en un punto de ese círculo
está el deseo de reír y en el otro punto está la risa. La consciencia se da cuenta
del deseo de reír y de la risa. Según nuestra costumbre terrenal, el deseo de reír
estaría en el presente y la risa en el futuro, pero aquí, donde estamos ahora, si
se me ocurre estar en la risa no sería ningún imposible. Pero vamos a otro
ejemplo. Supongamos que hoy decido comprar un libro cuando vaya a la
librería. Imaginemos lo mismo que hicimos anteriormente, o sea, en un lado
está la decisión y en el otro está la compra del libro. La decisión se halla en el
presente y la compra en el futuro... Aquí, donde somos siluetas llenas de alma y
donde estamos abarcando con nuestra consciencia la decisión presente y el acto
futuro, no sería ninguna novedad estar primero en el futuro y después en el
presente, es decir, primero compro el libro y luego decido comprarlo.
—¡Eyadel! —murmuró Albanoa— ¿te das cuenta lo que podríamos hacer
con nuestra felicidad si aplicamos el método de asegurar el futuro, de vivir la
felicidad en el futuro para después comenzar a vivirla en el presente?
—¡Así como es arriba, es abajo! —exclamó Eyadel—. ¡El futuro
asegurado de nuestra felicidad equivale al “arriba” y el presente de todo lo que
tengamos que vivir equivale al “abajo”!
—¡Excelente tu deducción y maravillosa la posibilidad! ¡Sólo hace falta
vernos en el futuro de nuestra consciencia extendida, haciendo lo que
deseamos, para después vivirlo en el presente!
Mientras así divagaban, Eyadel se acercó y le acarició la mejilla con un
beso. Albanoa pareció desaparecer, desvaneciéndose en la intención de la
caricia. La emoción del beso fue para él la nitidez de lo profundo, porque le
dejó la sensación única de lo que puede trasmitir una silueta llena de alma a
otra silueta llena de alma.
30
—¡La unión cambia la manifestación!... —se dijo Albanoa y sintió lo que
debería sentir la luz de un color cuando se une a la luz de otro color para
obtener mayor claridad.
Cuando Albanoa le devolvió la misma caricia, el destello de un color se
hizo en la fusión de ambas siluetas llenas de alma. Un sentimiento de mayor
claridad los iluminó.
El tiempo de regresar al ambiente terrenal había llegado. Así lo
entendieron y cuando lo entendieron ya estaban mirándose con los ojos físicos
y viéndose sentados bajo el mismo árbol.
La experiencia de haber sido por un momento siluetas llenas de alma o
contornos llenos de alma, trajo un montón de reflexiones, obteniendo de ellas
una serie de variantes que más tarde aplicaron a la vida diaria. Quien primero
hizo uso de lo aprendido fue Albanoa.
—Eyadel —le dijo— voy a poner a prueba lo relacionado con el futuro
para comprobar si uno es capaz de asegurar el éxito de aquello que se ha de
llevar a cabo. Asegurar el éxito puede significar ahorrar tiempo, evitar
inconvenientes, alejar obstáculos, hacer lo que uno tiene que hacer en el menor
tiempo posible sin esperas inútiles... Después te cuento cómo me ha ido.
Durante esa mañana Albanoa salió de casa para hacer una serie de cosas.
Luego de realizarlas, regresó con la novedad.
—Sí, da resultado —comentó—. Todo ha salido como lo había previsto la
noche anterior cuando con los ojos cerrados hice el recorrido mentalmente. Por
supuesto que lo hice con el ánimo dispuesto al buen trato, con el optimismo a
flor de piel. Me vi haciéndolo sin perjudicar a nadie, más bien prometiendo
ayuda y amistad, tolerancia y compañerismo. No se puede pedir un beneficio
para hacer trampa, para engañar o para mentir, y con mayor razón cuando el
beneficio nos llega gratis, sin costo alguno...
—Explícame con mayores detalles —le dijo Eyadel.
—¿Recuerdas —comenzó a explicar— recuerdas lo relacionado con el
círculo y la consciencia expandida, lo del futuro y el presente? ¿Te acuerdas
cómo el futuro podía estar antes que el presente?... Pues lo que hice ahora, en
esta ocasión, fue visualizar todo el recorrido que tenía que hacer al día
siguiente, o sea me vi a mí mismo haciendo una cosa tras otra, desde que salía
de casa y pasaba por cada lugar que tenía previsto, con lo que deseaba
comprobar si lo visualizado en casa para hacerlo al día siguiente tenía la ventaja
de evitar todos los inconvenientes posibles, de evitar obstáculos y esperas
inútiles que suelen aparecer... Siguiendo fielmente el itinerario pude demostrar
que lo que hubiera hecho en dos o tres horas lo llevé a cabo en media hora. No
está todo dicho. Es necesario hacer lo mismo varias veces, hacerlo según el
31
recorrido visto mentalmente con anterioridad y, también, como todo el mundo
lo hace sin prever lo que tiene que hacer. Además, sería bueno también
experimentar con distintos estados de ánimo, como cuando se sale a la calle
enojado, con ganas de disputar y de criticar con intolerancia.
Cuando repitieron lo que habían propuesto, siguiendo el procedimiento
anterior, comprobar que el resultado era positivo. Lo que debió ser bien
asimilado, bien aceptado fue lo referente a la disposición de ánimo, a la
condición interior y a la actitud comprensiva, siempre amistosa. Y lo que
resultó de primordial importancia fue la humildad con que tenía que
visualizarse aquello que traería los beneficios deseados.
—Si el fracaso nos dejara la desilusión —dijo Albanoa— volvamos sobre
el proceso y revisemos la actitud con que abordamos la situación o cuando nos
dispusimos a construir mentalmente, pues es casi seguro que por alguna
travesura del egoísmo se haya frustrado el éxito, o porque el orgullo o la
vanidad nos jugaron en contra sin que nos diéramos cuenta. El afán desmedido
o la ambición de lograrlo a toda costa son los enemigos y los autores del
fracaso.
A los pocos días de lo que terminas de narrar, estaba Albanoa derribando
una pared inutilizada ya por los años. En la misma había un portalámpara, por
supuesto, en el portalámpara una lámpara eléctrica. Era natural que debía sacar
ambos artefactos. Albanoa los miraba de vez en cuando y se decía en voz baja
y se lo repetía mentalmente: “no vaya a suceder que se rompa”... Se refería a la
lámpara, ya que la misma podía romperse si algo de lo que estaba derrumbando
cayera sobre ella. Albanoa recuerda bien lo que se decía porque después le fue
útil, según veremos.
—Voy a sacar el foco, no vaya a suceder que se rompa... —fue lo que se
dijo en voz baja y se lo repitió mentalmente.
Arrimó un taburete a la pared y se subió para alcanzar y desenroscar la
lámpara. La tenía ya casi fuera del portalámpara cuando la vio salírsele de entre
los dedos, como si algo ajeno a su mano se la sacara. Allí en el piso quedó
hecha pedazos. Se le había caído de una manera que no se explicaba y menos
explicación lograba cuando sintió escapársele de la mano sin que él la dejara
caer... Unos segundos habían pasado sin saber qué hacer ni qué pensar, pero
no tardó más tiempo en darse cuenta de la influencia de la sugestión negativa,
que usamos en las expresiones cuando hablamos, sugerimos y pedimos y en
ocasiones cuando rogamos, cuando con devoción religiosa pedimos la
intermediación divina, intercalando en el ruego el “no me abandones”, “no me
dejes a merced de...” “no me castigues”... etc. Lo hacemos sin prevenirnos, sin
eliminar la influencia subliminal de la negación, pues bien sabemos o
32
deberíamos saber que el poder subliminal está precisamente en que actúa sin el
control de la mente objetiva, de esa mente de la consciencia objetiva que nos
permite darnos cuenta de lo que vemos, de lo que oímos... Lo subliminal pasa
la barrera de los sentidos físicos porque esa es la habilidad principal de su
misión.
Albanoa se había dicho “no vaya a suceder”. El “no”, como sugestión
subliminal, se antepuso a la prevención y fue más fuerte que la intención de
sacar la lámpara sin que se rompiera. A partir de ahí comenzó para Albanoa la
búsqueda de tantas expresiones negativas que usamos y que luego altera lo que
hacemos, diciendo que fue accidente o descuido, sin averiguar si hubo otra
causa. Para comprenderlo mejor y hacer comprender lo que le había sucedido,
se ayudó con el uso de signos matemáticos, planteándolo así:
—Tengamos presente que todo aquello que uno vaya a realizar, ya sea que
lo exprese en palabras o pensándolo, tiene signo positivo y signo negativo. Por
ejemplo cuando digo: Voy a comprar algo de comer, no vaya a suceder que más
tarde no pueda. En este párrafo hay dos negaciones y una afirmación:
+1= voy a comprar algo de comer
-1= no vaya a suceder que más tarde
-1= no pueda
___________________________
+1-1-1=-1
+1-2=-1
—Prevalece lo negativo. Ahora bien, como desconocemos o mejor dicho,
como no aceptamos lo que ocurre en la mente subjetiva en relación con la
cantidad de información que la afecta, que la influye y que la sugestiona, nos
queda la posibilidad de comprobarlo a medida que vayamos usando palabras y
pensamientos que simbolizan lo negativo y palabras y pensamientos que
representan lo positivo. Jamás nos detuvimos a considerar esto, y si tenemos en
cuenta que la sugestión actúa allí donde se generan los actos involuntarios, y si
nos damos cuenta que la mente subjetiva razona de acuerdo con el futuro, o sea
siempre hacia adelante, entonces, lo que vaya a realizarse estará influenciado
por la expresión que mayor cantidad de signos tenga. Cuando se nos rompe una
copa, un plato, un frasco; cuando tropezamos y nos caemos; cuando nos
golpeamos la cabeza con la rama, con la puerta o la ventana. ¿Qué cantidad de
negaciones teníamos almacenada en la mente, esperando la oportunidad para
descargar su artillería de accidentes?... La serie de contratiempos, fracasos e
inconvenientes que nos esperan durante el día o la semana ¿tienen su causa en
el cúmulo de actitudes negativas, de expresiones negativas, que vamos
33
incorporando por el método subliminal y que buscan los contratiempos, los
fracasos y los inconvenientes para descargar la tensión negativa acumulada en
la mente? ¿Hicimos algo alguna vez por controlar ambas condiciones?... La
persona optimista ¿lo es porque tiene a su favor en la mente un número superior
de actitudes positivas?... Si hiciéramos lo posible en vigilar lo negativo o
positivo que penetra a nuestro interior, tal vez tengamos la respuesta que nos
haría bien obtener.
Todo esto lo estuvo elaborando Albanoa, sentado allí, donde había dejado
de derribar el muro para quedarse reflexionando y calculando la posibilidad
semicierta de semejante ocurrencia. Se dijo que era semicierta por no tener el
resultado final de la prueba a su favor.
Albanoa, con el apoyo de Eyadel, estaba descubriendo que en su interior
aparecían ciertas tendencias, o mejor dicho, ciertas sensaciones que se
transformaban en el deseo de hacer algo, de enfrentar algo o de afirmar algo.
Con el paso de los días surgía la razón, la adaptación o la lección que tenía que
aprender. Si el deseo de hacer algo lo llevaba a un lugar determinado, era
porque allí tendría la ocasión de asimilar la comprensión basada en el trato con
la gente. Si la sensación tenía relación con la bondad, era seguro que la
conocería pronto por medio de la experiencia. Si la sensación despertaba en su
interior la idea de caridad, entonces, a los pocos días aparecía la oportunidad de
aplicarla. Si la idea de egoísmo fuera lo que en su interior le preocupaba, en
especial la idea de egoísmo que despoja, que exagera la ambición de tener, la
demostración llegaba cuando menos lo esperaba, cuidándose en lo sucesivo de
caer en la exageración de lo que ambicionaba.
Era natural que Albanoa se preguntara si esto tendría algún propósito, si lo
que hacía, obedeciendo a los impulsos que le venían de su interior, tendría
alguna intención, la respuesta le fue llegando poco a poco y aceptada de la
misma manera. Tuvo que aceptar que todo era la consecuencia de haber
comenzado a creer en el ser interno como si creyera en alguien que lo quería
ayudar.
Todo era el resultado de acercarse a la divinidad que él la presentía
habitando la intimidad de su alma.
Entre las sugerencias, ideas y pensamientos que le llegaban sin aviso y
repentinamente a ocupar su mente, hubo uno de tal importancia que hizo
tambalear el orden tradicional en que suceden los fenómenos... ¿Fue una ley o
un principio desconocido que la mente usó por la sugerencia intuitiva de la
sabiduría del alma?... No lo sabrá hasta agotar la aventura de conocerse a sí
mismo, conocerse desde la posición interna con que una inteligencia universal
tiene acceso al mundo externo, lo que significa conocer o aprender a conocer
34
las leyes de la naturaleza desde adentro hacia afuera, aprendiendo a la vez a
crecer desde adentro en inteligencia y en capacidad de usarla.
Sucedió que Albanoa oyó en su interior algunas palabras que decían:
—Causa activa, causa pasiva y efecto... y la impresión de algo que se
borraba o desaparecía, relacionado con la palabra efecto.
Como ya estaba acostumbrado a sentir en su interior lo que más tarde se
explicaba por sí mismo, dejó la ansiedad de lado y continuó con lo que en ese
momento estaba haciendo... Y lo que estaba haciendo era trabajar con un
taladro de agujerear metales. Después de haber estado trabajando un buen rato
y como empezaba a oscurecer, suspendió la tarea y se dirigió a colocar el
taladro en un tablero adosado a la pared.
Mientras lo acomodaba para que quedara suspendido de unos soportes, la
base de metal del taladro se desprendió y fue a caer en la uña del dedo pulgar
del pie, que para colmo estaba sin protección del calzado. El dolor intenso y el
temor de perder la uña como la incomodidad de soportar el proceso del daño
sufrido, lo hicieron reaccionar con insultos y más insultos pero, se acordó de las
palabras murmuradas recientemente por su voz interna.
Las recordó en el mismo orden con que fueron dichas, o sea, causa activa,
causa pasiva y efecto. También, de inmediato, las relacionó con lo que
terminaba de sucederle, repitiéndolas como si planteara un problema.
Se dijo que la causa activa era la base del taladro, que la causa pasiva era
la uña que recibía el golpe y que el efecto iba a ser el moretón o la posible
pérdida de la uña. A partir de ahí y sin ofrecer resistencia mental, se dejó guiar,
dejándose llevar por el desarrollo del pensamiento. Se le ocurrió, entonces,
borrar con la mente el efecto y ver con la mente cómo sacaba el pie para que la
base del taladro cayera al lado del mismo.
La ocurrencia no lo dejó razonar pero fue entreteniéndose en lo que
encontraba la misión o el propósito de aquellas palabras. Repasó todo el
proceso para fijarlo como recuerdo y como referencia aunque no lo
comprendiera. De nuevo y con los ojos cerrados reprodujo en la mente el dedo
como causa pasiva, el moretón o la pérdida de la uña como el efecto.
Cambiando la posición del pie como causa pasiva, vio con la imaginación
la causa activa en la caída de la base junto al pie. Más calmado aún, acarició la
idea de la consciencia expandida dentro del círculo y se alegró de estar
descubriendo el poder de la consciencia, el poder que actúa según la
profundidad o la intensidad con que hace uno intervenir a la consciencia en las
etapas de causa activa, causa pasiva y efecto...
A las pocas horas comprobó el resultado de lo que había hecho y vio que
el dedo sólo estaba adquiriendo el tono rojizo de la afluencia de sangre, lo que
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aumentaba el calor en la zona. No perdió la uña ni apareció el moretón que
hubiera sido el mínimo efecto.
La destinataria de la novedad iba a ser Eyadel cuando le narrara la
aventura que vivió en compañía de las dos causas y del personaje trasmutado
del efecto.
Eyadel, una vez enterada y a partir de ese momento, tuvo la precaución de
usar lo que Albanoa había experimentado.
Los accidentes, por pequeños que sean, están ahí, acechando el descuido,
y con mayor posibilidad de hacer daño cuando en la cocina se juega con fuego
y con el aceite caliente. Fue con ese líquido hirviendo que aplicó la fórmula,
salvándose de tener la conocida ampolla por quemadura, o sea que Eyadel
comprobó que se podría alterar el efecto a partir de la modificación de una de
las dos causas, siempre que la consciencia y la mente colaboren con la
imaginación.
Otras personas, pertenecientes al grupo que ellos integraban, pasaron por
la experiencia de evitar o de disminuir los efectos de aquellas dos causas que
intervienen en los accidentes o en todo fenómeno.
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CAPÍTULO IV
El verano estaba soñando en madurar todo lo que la primavera le había
entregado. Eyadel y Albanoa, como dos sueños venidos de la primavera de sus
vidas, también maduraban con el ansia de cosechar los mejores frutos.
La tarde se estaba inclinando para descansar en el horizonte del ocaso,
mientras del lado opuesto avanzaba el abrigo azul de la noche... Sentados en el
césped del jardín, gozaban con el silencio de la hora. Eyadel, apoyada en un
macetero, miraba a Albanoa que con los cerrados parecía viajar por las regiones
del alma. El ambiente se había vuelto sensible. En él parecía aletear lo que cada
uno alimentaba con el pensamiento... Todo se había hecho propicio...
—Albanoa —murmuró Eyadel—, ¿puedo saber dónde estás y en qué
piensas?
— Estoy pensando en preguntarte por qué estás triste...
Eyadel se sobresaltó porque, sin haber causa a la vista, en el fondo de su
ser se insinuaba algo parecido a tristeza, sentía el despertar de algo viejo que
volvía a la vida, invitado por una situación que tampoco podía saber cuál.
—¿Acaso sea —preguntó Albanoa— una tristeza desconocida, venida de
algún rincón secreto del pasado? Eyadel —continuó diciendo— la memoria del
alma es la memoria de la vida desde el comienzo de la vida, donde cada
criatura tiene millares de sensaciones, equivalentes a experiencias vividas, que
en cualquier momento pueden ingresar a nuestra existencia actual y conmoverla
si le agregamos las ansiedades, los temores e inseguridades por las que a diario
pasamos.
Eyadel cerró los ojos, asustada. Hacía mucho tiempo que no le ocurría
estar asustada. Buscando calmarla, su amigo que la sentía con miedo, le dijo:
—¿Es por el temor a perder lo que de felicidad hemos ganado o estamos
ganando? ¿Le temes al futuro porque allí puede estar lo que nos ha de
separar?... Eyadel, estoy aprendiendo, junto a ti, a sentir sensaciones de
acercamiento, por eso sé cuando te alejas de nuestra unidad interior y cuando te
acercas...
—Albanoa —le contestó—, me preguntas por algo que no puedo
explicarme. Suceden cosas dentro de mí que no tienen explicación, sintiéndolas
venir de muy lejos, pero no sé si de mi universo interior o del universo exterior.
Presiento que esconden una tristeza muy triste como si fuera la suma terrenal de
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todas las penas... Pero también me siento invadida por una dicha desconocida,
que hace de mí la criatura más feliz del mundo...
Y en otro ritmo de palabras, como si el lenguaje común de todos los días
se volviera inexpresable debido a la intimidad secreta del alma, le siguió
diciendo a quien en ese instante lo sentía profundamente amigo:
Hay penas que a veces sufro
sin que sean de mi vida.
Hay risas que a veces río
sin que sean de mi vida.
A veces levanto el brazo
con el gesto de la amenaza
pero es otro quien lo levanta.
De esta forma,
sin darme cuenta soy nota,
la más profunda o la más liviana
en todo canto, quejido o risa.
A veces siento
que vivo en alguien
que no conozco,
pero el cariño de ser yo misma
guía mis pasos
hacia el refugio de tu ternura.
Aquí en el llano,
allí en el agua,
en polvo sucio o en arena limpia,
en cada parte del mundo ajeno
yo siento el alma en la luz del genio
o siento el sueño
del genio oscuro de los residuos.
A veces me espera el día
con un lamento de no sé donde,
pero el lamento termina en nada
cuando alguien viene a decirme
que allí en el alma
sueña el secreto
de darte vida a nuestra esperanza...
Esta vez fue Albanoa el sorprendido. Estaba oyendo la voz de una Eyadel
desconocida, de una mujer cuya sensibilidad era alcanzada por la presencia
38
invisible de los sufrimientos del mundo y de su contraparte de dicha. Albanoa
comprendió de golpe lo que no se explicara en muchas ocasiones anteriores
cuando en su naturaleza interior nacían sensaciones que eran más ajenas que
propias... Y recordó lo que sentía cuando su ánimo cambiaba, quedando a
merced de algo venido del ámbito común a toda la humanidad. Ahora
vislumbraba la causa, presentía la razón. A su mente volvieron, con cierta
nitidez, aquellos momentos. Llegó a saber, por lo tanto, que tenemos una parte
de nuestro ser interno que, por su cualidad cósmica, es común a todas las
criaturas terrestres, o sea, que Albanoa se decía que a nuestro interior llegan las
experiencias vividas por quienes sufren o gozan, por aquellos que gimen o ríen,
por aquellos condenados por la injusticia o por quienes el bienestar los ampara.
En nuestro ánimo sufrimos o gozamos lo ajeno a nuestra experiencia
individual, por lo que a veces nos decimos que no sabemos por qué estamos
tristes o dichosos.
Pero aún le quedaba algo más que develar, algo más por descubrir, lo que
le ocurrió mientras miraba el rostro de Eyadel. Mientras miraba aquel rostro
amado, desfilaron por su mente verdaderos pasajes, ante los que sintió, casi con
dolor, lo que solía sucederle cuando de algunos temas musicales, de canciones
populares, le llegaban lo que parece común a toda la humanidad. A partir de
entonces le sucedió lo mismo con otras canciones, la mayoría de calidad
popular... Era como si existiera el propósito de provocar en el ánimo de la gente
lo que la inspiración del autor había recogido del alma de la humanidad, donde
queda viviendo lo vivido por los seres humanos; donde viven los sueños y
muchos ideales, lo sufrido y lo que se sufre a diario, lo gozado y lo que se goza
a cada momento... ¡y en especial, la resignación de los indefensos entregados a
la paciencia de dejarse morir!...
Los ojos de Eyadel se habían convertido en pantalla de nuevas
revelaciones.
Sirviéndose de preguntas, Albanoa obtenía la respuesta como si un genio
doméstico se la entregara. Se preguntó, siempre relacionado con la influencia
inconsciente de las canciones; se preguntó si las notas musicales son en sí
mismas tristes o alegres. Si no lo son, entonces, lo que las hace tristes o alegres
es la inspiración... Al autor, aislado en el ámbito de la inspiración cuando
escribe la música de sus canciones, le nacen tristes o alegres según la influencia
de los que en algún lugar del mundo han estado o están sufriendo la tristeza o
gozando la alegría. Oculto en la música, disfrazado de notas, nos espera el
sufrimiento secreto de millones y millones de corazones. En la atmósfera
común de nuestra conciencia expandida viven los ruegos de hermandad, el
pedido de la bondad y la paciencia de esperar. De la conciencia expandida de
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tantos seres humanos a la conciencia expandida del autor no hay distancia que
las separe. Ambas se enlazan, se entrecruzan, llegando al exterior lo que es y ha
sido según la esencia de su tristeza o de su alegría.
—¡Siempre la gran dualidad! —exclamó Albanoa—. ¡Siempre lo que no
se ve ni se siente escapando de lo que se ve y se siente, buscando expresarse en
la voz del que canta, en las palabras del que escribe y en todas aquellas
vocaciones que obligan a los autores a sumergirse en sus propias conciencias
expandidas para encontrar la esencia de vidas que sufren o gozan, que han
sufrido o gozado!
—¡Eyadel —le dijo luego en un murmullo de reflexión— amar significa
estar triste con la tristeza del mundo, pero también significa estar alegre con la
alegría del mundo! ¿Dentro de nosotros, el mundo es alegre o se entristece
según la vida de los que sufren o según la alegría de los que gozan!
Esa noche fue distinta a las anteriores. Ver asomar en la placidez de los
días una sombra de tristeza sin relación con las horas que estaba viviendo fue
un alerta a tener en cuenta.
En alguna ocasión venidera podría ser algo peor y debían estar prevenidos.
Sin duda que el ser humano guardaba en una zona de la mente las huellas de
viejos conflictos, que sin aviso desquiciaban la convivencia.
Si bien lo imprevisto de lo sucedido los había dejado sin la exactitud de
una respuesta, comenzaron a vislumbrar lo que podían hacer, ahondando la
exploración de sus vidas. Previamente habían obtenido algunos beneficios,
provenientes de la costumbre de estar atentos a todas las impresiones que
llegaban del exterior. Al parecer, esto creó una defensa natural, una coraza que
actuaba en forma de filtro, con la cual se evitaba la influencia subliminal de
pensamientos y sugestiones intencionadas. Pedirle al ser interno que no se deje
influenciar por la intención oculta en ideas, palabras e imágenes, y que lo haga
hasta que se convierta en acción involuntaria de la mente subjetiva fue para
ellos de un beneficio que prometía mayores beneficios.
En la exploración de sí mismos, se encontraron con que habían crecido de
adentro hacia afuera. Lo advirtieron cuando dejaban de lado lo indeseable a su
natural disposición de ser felices. El crecimiento logrado maduraba poco a poco
y con la madurez les llegaba la inspiración de encarar nuevos pasos como el
siguiente y otros más:
—Eyadel —le dijo Albanoa— para que en nuestro interior se haga fuerte
la influencia sobre nuestro exterior, y para que el interior nuestro como el
exterior sean el resultado de la fusión de nuestras naturalezas para que nunca se
rechacen, vamos a practicar algo que puede asegurar y embellecer nuestra
unión. Hace unos días —le confió— vengo pensando en la idea de sentir por
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medio de los sentimientos de otra persona, o sea, si la manera mía de sentir se
introdujera en tu corazón para saber cómo sientes, quizás eso le dé mayor
atractivo a nuestro anhelo de vivir juntos. Si tu hicieras lo mismo, deslizándote
con el cariño de vivir juntos. Si tu hicieras lo mismo, deslizándote con el cariño
que me tienes en mi corazón, sintiéndote latir con los latidos de mi pulso, tal
vez comprendas lo que siento por ti, lo que siento por la vida, lo que dudo, me
apena y me alegra, y lo que significa ver caer una hoja como ver el brote de una
rama, sensaciones todas que me ponen en armonía con la oscuridad y con la
luz de la vida.
Mientras escuchaba lo que Albanoa le decía, Eyadel fue convirtiéndose en
el cariño por él para luego dejarse absorber por la entraña palpitante de
Albanoa. Le pareció sumirse como el agua en la esponja. Al producirse el
silencio por haber dejado de hablar, Albanoa ya estaba haciendo lo mismo,
introduciendo la ternura de su amor en el corazón de Eyadel. Lo que
experimentaron ambos fue una sensación de íntima fusión, de profunda
amalgama, pasando por pantallazos de emoción y seguidos de una extraña
comprensión, tal vez producto de los dos hemisferios cerebrales. Quizás
estuvieron asistiendo al maravilloso efecto de unir la emoción y la razón, de ahí
los pantallazos emotivos y la comprensión de la razón.
Pero el comentario de Eyadel tenía otros ingredientes:
—Me pareció entrar —dijo— a una cámara secreta, donde se obtiene, o
mejor dicho, donde se vive la sensación única de comprender las emociones,
pareciéndome que se siente lo que se ha pensado, y que allí llega lo que fue
pensado después que el corazón ha dejado de reñir con el cerebro para recibir
vida del calor de la emoción. Tuve la impresión de lo que se convierte en
basura por haber despreciado la energía vital del corazón.
Y acentuando el tono emotivo de la voz, le dijo:
—Albanoa, me di cuenta de tu soledad ante el mundo, ese mundo de
afuera. Eso me causó tristeza, pero después te sentí habitado por la historia de
tu eternidad. Eso me causó alegría.
Albanoa había inclinado la cabeza para escuchar lo que Eyadel le decía.
Sonriendo, la levantó para decirle:
—Tu corazón es lo que cabe en la mano de un hombre. Eres, a la vez, la
mano donde cabe el corazón de un hombre. Eyadel, eres Eyadel y lo seguirás
siendo. Si la tierra es capaz de recibir semillas para alimentar a sus habitantes,
tú lo eres para alimentar a sus habitantes, tú lo eres para alimentar a los
habitantes de mi mundo interior. Haré lo posible en decirlo de otra manera...
Me refiero a lo que he comprendido por haberlo sentido en tu corazón, donde el
interrogante tiene una respuesta... ¡Quién fue primero, la mujer o el hombre?...
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¡Ninguno de los dos fue primero! ¡Los dos nacieron al mismo tiempo, es decir,
era la época en que la mujer era el hombre y el hombre era la mujer! ¡Era el
romance de dos en uno!.. El romance daba su fruto cuando la mujer se amaba
en el hombre que llevaba en sí misma o cuando el hombre se amaba en la mujer
que llevaba en sí mismo... Era la época en que no era necesario buscar afuera lo
que se tenía en su propia naturaleza. El amor nacía porque despertaba el
hombre que tenía a la mujer en su naturaleza y la mujer se dejaba amar porque
estaba el hombre en su naturaleza... ¡Así era el romance de dos en uno, que
dejó de serlo por el mandato de la expansión del universo... pues, la tendencia
de la expansión del universo físico, separó lo que estaba unido para que se
unieran por medio de la atracción externa después de estar separados!... ¿Cómo
sucedió la separación?... Durante el último romance y por influencia de la
expansión del universo físico, la descendencia nació dividida, el varón por un
lado, la mujer por el otro. De un solo ser nacieron dos, uno primero, el otro
después, para el caso es lo mismo.
—¿Me quieres decir, Albanoa —preguntó Eyadel— que en un comienzo
existió una criatura con los dos sexos y que de esa criatura nació una primero
con un sexo y la otra después con el otro sexo, y que a partir de ahí fuimos
hombre y mujer separados?...
—Y también —agregó Albanoa— a partir de ahí la búsqueda de la unión
se convirtió en la aventura del amor para encontrar la parte separada.
—¿Significa, además —dijo Eyadel— que venimos de una madrehombre?
—¡O de un padre-mujer! —exclamó sonriendo Albanoa.
—¡Parece lógico! —agregó Eyadel.
—¡Y natural si ocurriera la contracción del universo físico!... Si al
universo se le diera por encogerse, se volvería poco a poco a la condición
primera del romance de dos en uno, pero quizás esto suceda en otro nivel de la
evolución. Tu propia naturaleza recuperaría las funciones suspendidas de uno
de tus órganos sexuales, me refiero al que disminuido en tamaño se llama
clítoris, inactivo desde la separación del hombre de la mujer.
—¿Estás insinuando —preguntó Eyadel— que tengo un órgano masculino
inactivo que puede volverse activo y convertirme en una mujer-varón, o mejor
dicho, en una madre-hombre?
Albanoa respondió con una sonrisa, queriéndole decir que así sería más o
menos, siempre que al universo se le diera por encogerse o contraerse después
de haber llegado a la expansión máxima.
El día se dejó llevar por la noche, bajo cuyas sombras se habría de
consumar la madurez con que venía creciendo el amor. La influencia de toda la
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jornada, vivida según Albanoa y Eyadel la quisieron así, los convirtió en dos
criaturas sedientas de ahondar en la belleza liberada, liberada en cada
estremecimiento de la piel. El más leve roce de una caricia se abría camino
hacia el corazón, y del corazón regresaba el mandato de gozar una noche de
amor única.
Albanoa se adaptó a lo necesario para que él y ella dejaran de ser
entidades separadas. La voz de Albanoa, murmurando sugerencias, conducía la
magia de acercar poco a poco la entrega. La ternura de estar juntos inventaba
caricias imprevistas, pero nunca rebuscadas.
—Eyadel —dijo Albanoa— la primavera va en busca del verano, el polen
adherido a la abeja va en busca de la flor, la flor siente la presencia del amor en
el polen que ha viajado, que ha llegado, haciéndole decir al misterio de la
unión, ¡consumado sea!...
—Eyadel —musitó Albanoa luego de una pausa— el sol va en busca de la
tierra, la tierra recibe el oro de la luz y la tierra se vuelve amante del sol, y el sol
se vuelve amante de la tierra y brotan los amores de los pájaros y zumban los
amores del insecto que lleva en sus patas el polen del amor. Los animales se
vuelven sigilosos, buscando el refugio de la intimidad.
—Eyadel, el sol en la brisa acaricia la piel y despierta el amor. El aroma
del mundo en primavera roza la piel del aire y el aire se estremece,
estremeciendo nuestra piel que se entrega al amor del mundo en primavera. Tú
eres caricia, yo soy caricia. Ambos somos la caricia de la ternura que nos
refugia en el amor...
¡Eyadel, Eyadel,
ya el abrigo de la noche
nos cobija,
y el amor de haber amado lo de afuera
nos conduce
al amor de estar amando lo que somos!
¡Eyadel, Eyadel,
amor del sueño realizado!...
La noche se alejó como siempre, pero quedó en lo invisible de las horas la
sensación de haber pasado el genio de amar de la tierra, visitado por el genio de
amor del sol. Tal vez por eso y muchos más, no se amaron dos cuerpos, más
bien lo hicieron dos mundos, dos cualidades universales. Influyó en ambos,
además, la sorpresa de encontrar el recuerdo de haber sido como las primeras
criaturas que se amaron sin estar separadas. Se entregaron al romance de dos en
uno y a los nueve meses les nació un hijo.
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Cuando uno se interna en zonas desconocidas o en regiones recién
descubiertas, se encuentra con lo que no pensaba encontrar. Sucede lo mismo
cuando de las zonas nunca perturbadas aparecen criaturas desconocidas. Entrar
a lo inexplorado hace posible el encuentro con lo inesperado. Perturbar el
descanso hace posible el despertar de aquello que estaba dormido.
En la exploración de nuestro mundo interior, encontramos lo que ha
permanecido dormido, aletargado. Ha permanecido así porque nada lo evocaba
ni nadie lo necesitaba.
Eyadel, acurrucada en un sillón se veía a sí misma, teniéndose lástima.
Había despertado la acción de una idea después de haber estado acusándose
cuando se equivocaba en algo se acusaba de estúpida, de torpe, de inútil,
cuando por descuido tropezaba con algo, lo derribaba y lo rompía. Había hecho
del descuido el enemigo de todos sus errores, de todas sus equivocaciones.
Así se hallaba cuando llegó Albanoa. En la mirada de Eyadel había
lástima, además de impotencia...
—¡Oh, Albanoa, qué triste es verse débil y acusarse de inútil, qué triste es
cometer errores, equivocaciones y acusarse de torpe, qué dolor extraño se
siente!... Albanoa, he sentido mirarme desde no sé donde y he visto un aspecto
de mi ser extremadamente débil, indefenso y muy limitado por su naturaleza
mortal. Lo vi y lo presiento abandonado, desorientado y suplicante, y es
entonces cuando me lleno de lástima por esa mitad de mi ser y es por eso que
ahora me encuentro así... Son muchas las ganas de pedirle perdón por el trato
injusto con que a menudo lo castigo. Me siento muy impresionada sin saber
qué hacer o cómo hacer para comprendernos, para que mi parte mortal y mi
parte inmortal se pongan de acuerdo como dos amigos que desean
beneficiarse...
—Eyadel —comenzó a decirle Albanoa— si te dijera que es un privilegio
lo que te sucede, quizás no me creas, no obstante trataré de hacer algo en bien
de semejante privilegio. Esto le ocurre o le ha ocurrido siempre a quienes tienen
la valentía de conocerse a sí mismos, enfrentando y admitiendo los errores para
superarlos. El coraje consiste en aceptarlos en nuestra naturaleza, sorprenderlos
escondidos en los pliegues de la mente, desde cuyos sitios condicionan y
esclavizan nuestras decisiones, nuestros anhelos, en fin, desorientan nuestra
convivencia. Lo notamos más cuando alcanzamos cierto grado de bienestar.
Allá en lo profundo de nuestra silueta llena de alma —continuó diciendo— se
hallan, incontaminadas, las ideas del comienzo de la inteligencia. Por
encontrarse inaccesible al entendimiento común, se convierten con el paso del
tiempo en los símbolos arquetípicos, cuyos símbolos han venido evolucionando
a medida que aumentaba la capacidad de interpretar aquellas ideas. Si no
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actualizamos los símbolos, nos quedamos en el pasado con lo inútil de las
supersticiones. Por eso vemos cómo la ignorancia de las supersticiones usan
símbolos superados totalmente por la época actual. Pero hay símbolos eternos
que permanecen, que subsisten, porque la comprensión humana no ha agotado
el significado que tienen y porque siguen siendo útiles a la evolución de cada
silueta llena de alma.
—Eyadel —siguió diciendo— voy a intentar un acercamiento a ciertas
ideas que han creado símbolos de inagotable contenido, pero antes, te ruego
quieras relajarte, permitiendo que cada parte de tu cuerpo se sienta
cómodamente en reposo, como si se hallara adormecido por la influencia del
descanso. Cierra los ojos y escúchame desde tu interior, tratando de reproducir
en tu interior la mayoría de lo que voy a sugerirte.
Luego de una pausa, Albanoa continuó:
—La rosa tiene del alma lo invisible del aroma... ¿Puedes, Eyadel, sentir
en tu interior a la rosa y aspirar su perfume?...
—La rosa, esa flor de belleza sencillamente aceptada por todo el mundo,
como idea de la creación se vuelve el símbolo del alma cuando la madurez de la
comprensión nos abre el camino de la sabiduría... Eyadel, ¿puedes llenar todo
tu cuerpo con el perfume de la rosa?
—La cruz representa al cuerpo y a lo efímero del mismo. El cuerpo se
hace digno de la rosa, o sea, digno del alma, por la capacidad que tiene de
crucificar los errores de la ignorancia y de la superstición. Ambos símbolos, la
rosa y la cruz son los actores principales de este escenario terrenal. Ambos
tienen sus propias formas de darse cuenta de las cosas, que llamamos
consciencia, por medio de las cuales cada uno conoce su mundo respectivo...
Eyadel, ¿puedes colocar la rosa donde tienes el corazón y dejar que el aroma
haga las veces del incienso en el templo de tu cuerpo?...
—Eyadel, debes pensar en forma casi permanente que tanto una
consciencia como la otra pueden intercambiar impresiones en beneficio de la
rosa y para alivio de la cruz... O sea, si te das cuenta de que estás en la rosa,
desde la consciencia que tiene la rosa intenta o trata de percibir, sentir o
presentir a la conciencia de la cruz, o sea, a la consciencia del cuerpo. Con el
tiempo podrás ubicarte alternativamente en la rosa y en la cruz... Eyadel,
¿puedes, ahora, sintiéndote la rosa de ese templo llamado cuerpo, puedes sentir
lo que la cruz debe soportar, sufrir y gozar, puedes, además, comprender su
debilidad y su limitación en hacer y en vivir?...
—La razón principal de esto es con el fin de ser sumamente tolerante,
compasivo y amable con tu organismo físico, con tu cuerpo físico, que sufre
por su inferioridad ante la superioridad del alma. La rosa o el alma, siempre ha
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de ser superior a las facultades físicas de la cruz o del cuerpo... Por lo tanto, no
puedes castigar o maltratar a quien por naturaleza no puede ser superior a la
rosa del alma. Cuando lo castigas y tratas de inútil, él se defiende con la
terquedad de su naturaleza inferior... Eyadel, sería bueno y saludable que,
sintiéndote rosa, desciendas al plano inferior de la cruz para comprender al
cuerpo y hacerlo sumiso y dependiente de la sabiduría del alma...
—Eyadel, ríndele una especie de homenaje por no haberlo comprendido,
descendiendo a su nivel, a sus debilidades, a sus errores y sufrimientos...
porque en muchas ocasiones lo dejaste que se las arregle solo sin haberle dado
la ayuda de la madurez, madurez alcanzada por la comprensión de la rosa...
—Intenta, ahora, el acercamiento, uniendo tu imagen de rosa a la imagen
de la cruz. Envuelve a la cruz con tu aroma. Busca en la cruz la debilidad del
cuerpo y fortalécelo con tu perfume de alma. Busca sus errores y abrígalo con
tu aroma de rosa. Intercambia impresiones. Colócate en la cruz y comprende lo
que es la cruz como templo de la rosa. Permite que la cruz se convierta en rosa
para que ambas sean verdaderos mensajeros de sus mundos respectivos...
Una quietud de sueño alado pareció abarcar todo el ambiente, donde
Albanoa y Eyadel permanecieron adormecidos, sintiéndose cada uno
convertido en rosa del templo de la vida.
Cuando ambos salieron del estado en que estuvieron por espacio de varios
minutos, Eyadel sólo dijo que había comprendido la debilidad y la limitación de
su cuerpo y que en lo sucesivo no le iba a exigir lo que él no podía hacer por
sus propios medios limitados, y que intentaría hacer de su rosa del alma el
consejero del cuerpo para que su cruz sea lo menos dolorosa posible... ¡Eyadel
tenía la mirada velada por las lágrimas!...
Durante unos días vivieron sin hacer nada, sin ningún intento de continuar
con lo que venían haciendo. En realidad, se dejaron mecer por la influencia de
las experiencias pasadas. El beneficio parecía evidente.
Eyadel fue la encargada de sugerirle a su amigo que siguieran ensayando
con otros medios de sentirse uno en el otro, o sea, Eyadel quería sentirse vivir y
palpitar en la vida de su amante y le pedía que él hiciera lo mismo.
—¡De acuerdo —le dijo Albanoa—. Hoy usaremos los ojos. Voy a pedirte
que te veas mirando por medio de mis ojos, para que te des cuenta de cómo veo
el mundo con todas sus criaturas. Yo haré lo mismo, tratando de ver a través de
tus ojos para sentir cómo ves el mundo que te rodea. Te lo diré con otros
detalles. Siéntate en la posición que mejor te haga reposar, cierra los ojos y
durante algunos segundos despeja la mente de lo que pueda distraerte,
dejándola en blanco si fuera posible. Recuerda que tanto tu consciencia como la
46
mía se hallan siempre extendidas, manteniendo un contacto del que pocas veces
nos damos cuenta.
—Ahora bien —siguió diciendo Albanoa—. Usando tu consciencia
extendida, imagina que quieres mirar por medio de mis ojos, imagina que te
ubicas en mi propia consciencia con el fin de usar mis ojos y ver con ellos el
mundo que nos rodea. De esta manera sabrás cómo veo este ámbito y sus
habitantes. Además, a tu actitud de ver el mundo y sus habitantes habrás
agregado mi forma de verlo y de sentirlo. Cuando yo haga lo mismo,
imaginándome mirar lo que te rodea y te afecta por medio de tus ojos, a mi
manera de ver el mundo y sentirlo habré sumado la tuya. Algo mío en el modo
de apreciar quedará agregado a tu modo de apreciar. A la vez, algo tuyo
quedará incorporado a mi forma de considerar lo que veo y siento.
—Eyadel —le dijo después de unos segundos de interrupción—, tal vez
haga fácil por este método disminuir las diferencias en comprender, en tolerar y
en sentir porque tendremos fusionados en la consciencia lo que ambos hemos
visto y sentido.
Al comienzo les costaba creer lo que estaba sucediendo... Primero fue
imperceptible, apenas se notaba, luego se hizo evidente cuando a ninguno le
molestaba lo que el otro estuviera haciendo, estableciéndose una especie de
tolerancia mutua por lo que cada uno hacía. La actitud de vivir pendiente uno
del otro empezó a desaparecer paulatinamente. La exigencia de sentirse la
atracción permanente del otro también fue disminuyendo hasta desaparecer. La
reacción celosa ante ciertas desatenciones involuntarias, poco importaban ya.
Cada uno se desatendía del otro cuando algún interés auténtico lo
entretenía. Más tarde, si valía la pena, se compartía lo que fuera entretenimiento
del momento. Ninguno de los dos exageraba la importancia de ser el único en la
vida del otro. Lo natural parecía indicarles una conducta que los hacía vivir uno
junto al otro por sendas paralelas de amistad. Los tramos paralelos de la
amistad terminaban en los momentos de amor. ¡Separados, vivían la amistad!
¡Unidos, vivían el amor!
Una vez comprobado el beneficio que obtenían, sintiéndose uno en el otro,
siempre empeñados en descubrir lo durable en el “arriba” del alma para que
perdure la unión en el “abajo” de sus cuerpos, continuaron haciendo algo
parecido con los oídos, con el olfato, hasta incluyeron los sentidos del gusto y
del tacto. Cuando más tarde comenzó a colaborar la razón, se encontraron con
la sorpresa de haber estado trasladando las funciones de los sentidos físicos a
los sentidos psíquicos. También les pareció lógico que cualquiera de los
sentidos objetivos, la vista, los oídos, etc, se convirtiera en la entrada para llegar
al sentido psíquico. Lo que, al parecer, no se lograba con la convivencia
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exterior, lo estaban consiguiendo por medio de la convivencia interior de los
sentidos psíquicos.
Después de gozar con el asombro de sentir dentro de ellos el despertar de
nuevos horizontes y de gozar con la unión que cada día más parecía más
profunda, sin temor a los contratiempos; después de ver en cada uno la
facilidad de llevarse bien, tolerando la natural imperfección de algunos rasgos,
se preguntaron si además de las necesidades impuestas por la vida habría otro
motivo en la razón de vivir. Se preguntaron si todo ese mundo corporal y
material escondía algún propósito, si algo más allá de lo físico había algo
invisible e incorpóreo que justificara el destino humano. Querían saber si,
dejando de lado todo aquello que obligaba a vivir, creando necesidades de amor
y de amistad, aún quedaba algo que fuera como el ideal de la vida en sí misma.
Eyadel era a quien le inquietaba el tema. Lo encaró de la siguiente manera:
—Si bien nosotros —dijo— vivimos porque la vida nos hace vivir y nos
empuja a vivir porque tenemos necesidad de amarnos y porque queremos
agregarle la necesidad de la amistad y porque la urgencia de comer, de beber,
de respirar, de dormir, de descansar, se vuelven necesidades diarias, además de
todo esto ¿queda algo superior a las necesidades mismas que justifiquen la
vida?
Así planteó las cosas Eyadel. Albanoa la miraba, gozando con la atención
que ponía en escucharla.
No era fácil atreverse a satisfacer tamaño problema, sin embargo Albanoa
quería saber, desafiándose a sí mismo, si a partir de lo conocido, si a partir de
lo hecho por el hombre se podía llegar a una respuesta.
—Me animo a decirte, Eyadel, que en todo lo que el ser humano ha hecho
se esconde la respuesta, o una respuesta que espera ser descubierta, pero vamos
por parte... ¿Cuándo surgió en la mente del hombre la noción de justicia? ¿Qué
despertó en su interior como para que se diera cuenta de algún determinado
acto de injusticia, a partir del cual iba a deducir la acción reparadora de la
justicia? ¿Qué despertó en su interior como para que se diera cuenta de algún
determinado acto de injusticia, a partir del cual iba a deducir la acción
reparadora de la justicia? ¿Qué siguió despertándose en su interior como para
que a él se le ocurriera hablar de bondad, de caridad, de equidad? ¿De dónde le
vinieron estas nociones ya que en la naturaleza no existían ni existen actos de
bondad, de caridad, de equidad? ¿Que madurez en la comprensión interior le
dio la capacidad de obtener la noción de justicia a partir de la injusticia, qué fue
lo que le permitió deducir de la impiedad el acto de piedad? ¿Quién o qué le
dijo que de falta de misericordia le nacería en la mente la idea de lástima, de
clemencia, de compasión...?
48
—Si al hombre —continuó diciendo— lo hiciéramos desaparecer del
ámbito terrenal nos daríamos cuenta de que nada de esto existiría.
Con el hombre ausente nos daríamos cuenta de que él es todo lo que ha
hecho y que en lo que ha hecho debería mirarse para conocerse. A partir de ahí
descubriríamos el propósito de la vida, que tal vez se esconde más allá o detrás
de las necesidades que la mantienen. Lo que descubrimos detrás de las
necesidades es el hombre como único creador conocido, como la única
inteligencia terrenal, capaz de alcanzar el acto de la creación... Pero, además,
descubrimos la otra necesidad, la necesidad de conocernos en lo que hacemos,
en lo que creamos y así educarnos en la obra que hemos hecho, necesitamos,
por último, amarnos en la obra que sale de nuestras manos o de nuestro
pensamiento... ¡Tal vez fuera preciso decir que el propósito de nuestra vida
estaría en encontrarnos a nosotros mismos en lo que hacemos y a partir de ahí,
amarnos en lo que hacemos!...
A Eyadel le pareció que no estaba todo dicho porque se preguntó algo
primero y luego se lo interrogó a su amigo:
—¿Puede alguien que con su obra ha cometido un daño, conocerse y
educarse en el daño y amarse en el mismo?...
—Por supuesto que no —le respondió Albanoa— primero porque no tiene
la capacidad de conocerse y segundo porque la madurez interior no le alcanza
para comprender y sentir lo que se deduce del daño, o sea, no ha llegado aún a
la noción contraria del daño, es decir, a la reparación, el beneficio... Cuando
esto vaya a suceder, o cuando nos encontremos ante un caso como éste, nos
haremos la siguiente pregunta, de acuerdo con las anteriores: ¿Qué madurez
interior le va a dar la capacidad de obtener la noción de lo que es beneficio a
partir del daño que ha cometido?...
—Quizás, Eyadel —dijo por último— cuando estemos en condiciones de
amarnos en la obra que hemos hecho, sea porque la obra haya llegado a la
perfección en conocernos y en comprendernos...
Cuando el día de la novedad llegó, Eyadel le dijo:
—¡Vamos a tener un hijo!
Albanoa pareció no escuchar, pero sí había escuchado, sólo que él se
quedó en silencio para que la noticia lo inundara, lo llenara por dentro, como si
quisiera que toda su naturaleza corporal y espiritual se enterara. La miró con el
latido de la esperanza en su sangre. No dijo nada más que ¡gracias!.., se acercó,
le dio un beso y se alejó. Fue a sentarse bajo el árbol del patio. Allí permaneció
mirando la luz y los insectos bañándose en la luz. Detrás de la pared divisoria
había otro árbol y vio en él la construcción del hogar de una pareja de
horneros... ¿Fue la casualidad o era el símbolo de la obra que él tenía que amar
49
para conocerse, aún más, para educarse y comprenderse un poco más?...
Recordó aquel otro hornero que estaba edificando su casa cuando sonó a sus
espaldas la voz femenina de Eyadel. Como no creía en las casualidades, le fue
fácil, hasta placentero, aceptar que en su vida terminaba un ciclo y comenzaba
otro.
También ahora, como en aquella ocasión del primer hornero, estaba
Eyadel detrás de él esperando que se diera vuelta. Como no lo hacía, le dijo:
¡Eyadel, Eyadel,
a mi nombre hermoso
se ha sumado
una nueva presencia!...
Cuando no hay palabras, los gestos parecen hablar. Albanoa, incorporado,
tenía en la frente el gesto de la emoción, en los ojos el brillo de la ternura, en
los labios la sonrisa de la honda aceptación y en los brazos la invitación del
abrazo. La abrazó en silencio y se quedó abrazado, dejándose inundar por el
calor de lo que sentía y por el calor del cuerpo de Eyadel. Siempre en silencio,
la retiró un poco para mirarla como quien contempla una obra de arte, le tomó
la barbilla y le dio el beso de la suavidad paterna. A Eyadel se le corrió una
lágrima que fue a unirse a la que se deslizaba por la mejilla de Albanoa.
Con el tiempo por delante y con las horas a su alcance, se sentaron al pie
del árbol. Se dijeron las voces de la intimidad, mirando por mirar lo que allá
afuera era la nube, el sol y el cielo, pero oyendo, en realidad, dentro de ellos el
murmullo de los sueños, el pulso de la vida navegando en la ilusión del
corazón...
Si al poema de la vida le estaba faltando el fruto, ya lo tenían en el vientre
de Eyadel.
—Hay ocurrencias que a primera vista no tienen sentido, algunas vienen y
pasan sin dejar huellas, otras insisten en quedarse como si algo quisieran decir.
Tal vez éstas que anhelan quedarse, esperan madurar hasta provocar aunque sea
la mínima atención. Cuando le prestamos la mínima atención, aparece una serie
de ideas que terminan en un pensamiento y hecho ya el pensamiento, no queda
otra salida que buscarle los argumentos de apoyo o de rechazo.
Estas eran las palabras que Albanoa estaba diciendo y Eyadel escuchando,
y esperando saber a dónde quería llegar. La ocurrencia que buscaban
argumentos de apoyo o de rechazo fue la siguiente en la voz de Albanoa:
—¿Puedes imaginar que el imaginar que el hijo que vamos a tener haya
sido en alguna vida anterior tu esposo o tu amante? ¿O que la hija que nos
pueda nacer haya sido en una existencia pasada mi esposa o mi amante?... En
50
realidad no me refiero al organismo físico, que es el que adquiere el lazo de
parentesco, sino a la silueta llena de alma que en un cuerpo del pasado vivió
una vida que bien pudo ser la de tu amante o la de mi amante. Hoy no tendría
ningún vínculo familiar ya que vendría a vivir en un cuerpo distinto que le daría
un parentesco distinto. El daño comenzaría a actuar desde afuera hacia adentro
y desde adentro tratando de contrarrestar, lo que termina en una especie de
resistencia, que traducida o convertida en emociones dan por resultado la
timidez, la agresividad, el desprecio, etc.
Eyadel no supo qué contestar, sorprendida por lo imprevisto de la
cuestión. Jamás hubiera imaginado que tal cosa pudiera suceder, pero visto el
caso así, con el único antecedente de la ley natural de las encarnaciones
sucesivas, la posibilidad se presentaba posible.
—¿Te ha molestado lo que acabo de decirte? —le preguntó Albanoa.
—No, molestado no, pero sí me deja sin apoyo, sin nada en qué sustentar
una afirmación o una negación.
—Si negamos, no tenemos argumentos para sustentar la negación, en
cambio si afirmamos, tenemos el argumento de lo que ha quedado archivado en
la memoria completa de las encarnaciones. De allí puede surgir la influencia del
niño que manifiesta la inocente atracción sexual por la madre, o de la niña que
siente atracción sexual, también inocente, por el padre, pero en ambos casos, es
algo de influencia subjetiva que aún permanece en la zona interior de la mente,
sin que todavía haya sido reprimido por el código de una moral que la
condenará con el estigma del pecado. Allí podría quedar diluyéndose en la
comprensión natural cuando la razón se haga cargo de recibir la explicación
correcta, pero la ignorancia de la superstición buscará el argumento de la
perversión, de la influencia diabólica, y el niño, cuando despierte su conciencia
mundana, se sentirá invadido por la fuerza de un conflicto en lucha por
liberarse de un fantasma creado por la mentira.
—La pureza de la mente de un niño —siguió diciendo Albanoa— no se
contamina jamás desde su interior, lo que la ensucia viene de afuera,
justamente de la impureza de las costumbres y de la impureza de los
pensamientos. Los mayores vuelcan sus desperdicios morales, haciendo de la
inocencia el complejo de las conductas equivocadas y pervertidas. Algún día
aprenderemos a respetar la esencia incontaminada de toda silueta llena de alma;
aprenderemos a no trasmitir a las mentes inocentes nuestros propios defectos,
nuestras propias perversiones, que pertenecen al reino exterior de la naturaleza
humana, nunca al reino interior ni siquiera del más degenerado de los hombres.
51
Eyadel permaneció callada, pensando en que algo parecido le pudiera
ocurrir a su hijo. Albanoa sonreía, sabiendo a dónde quería llegar con lo que
estaba diciendo.
—Si esto fuera así según lo estamos deduciendo, un elemento fundamental
fue dejado de lado. Aquellos pueblos de épocas lejanas, que remontan sus
creencias y costumbres a miles de años antes de la era actual, creían en la
reencarnación, considerándola la expresión de una ley de la naturaleza, de una
ley reguladora entre causa y efecto. En las tragedias escritas durante aquel
período y que fueron representadas en los teatros de la época, hicieron resaltar
el origen de la influencia del sexo como una de las tantas herencias que se
trasmiten de una encarnación a otra... ¿Qué otro mensaje querían expresar,
además de señalar el peligro de transferir a la consciencia externa un parentesco
que sólo era un recuerdo en el archivo de la memoria? ¿O era al revés, en el
sentido de evitar que el mundo interno del alma sea contaminado por el de
afuera?... Nuestra civilización —continuó diciendo— por el mandato moral del
pecado sexual hizo lo suficiente, y lo que se expresaba con el gesto
inconsciente de la inocencia pasó a ser el núcleo de las ideas reprimidas, y las
ideas reprimidas alteraron la conducta exterior del ser humano, convirtiéndolo
en juguete del miedo, de la timidez, de la agresión, alejándolo aún más de la
comprensión de sí mismo.
Luego de una pausa, Albanoa quiso hacer más comprensible el tema.
—Eyadel —le dijo— me parece oportuno hacer una versión libre de lo
conocido según el argumento de la tragedia mencionada. Por eso quiero
narrarte la historia de Edi.
—Así se llamaba. Viajaba caminando de pueblo en pueblo en busca de
aventuras. La vida en aquella época casi nada valía. Los hombres se eliminaban
con mucha facilidad, sin nada de respeto por ella. El arma con que se defendía
y atacaba Edi era un bastón de madera maciza. A su cintura llevaba un puñal
que más lo usaba para despostar animales para su alimentación. Era un
caminante, un forastero en todos los lugares, sin embargo anhelaba encontrar
un sitio donde quedarse y vivir arraigado al suelo y a lo que le diera el suelo. Su
imaginación vivía exaltada porque quienes lo educaron durante los años de la
niñez y de la primera juventud le pronosticaron un porvenir fabuloso que lo
hacía sentir el aspirante a un reino. Cierto día, al llegar al cruce de tres caminos,
se detuvo sin saber cuál tomar. A pocos metros había una piedra, puesta allí
para servir de asiento y en ella se sentó. La calma, el silencio y la paz del
ambiente lo adormecieron de tal manera que se tendió bajo un árbol y se
durmió profundamente. No había transcurrido mucho tiempo cuando lo
despertó el ruido de algo que se movía cerca de él. Al abrir los ojos se vio
52
rodeado por tres hombres que según el aspecto parecían amenazarlo. Edi se
puso de pie y se apoyó en el tronco del árbol, quedando su espalda resguardada.
Con el bastón en una mano y el puñal en la otra los esperó sin atacarlos. Uno de
los tres pretendió amagarlo y recibió tal bastonazo en la cabeza que rodó
muerto por el suelo. Otro, inclinándose para recoger una piedra, con la
intención de arrojársela mientras al mismo tiempo usaba el arma, recibió
también un fuerte bastonazo, dejándolo tendido y sin vida. El tercer hombre
huyó pero fue reemplazado por alguien que descendió del carruaje en que
viajaban para atacarlo. Edi, sin poder contener la furia que lo enceguecía, no
vaciló y mató a quien parecía ser el dueño y patrón de la comitiva... Se alejó de
allí, despreciando a los que sin razón alguna quisieron matarlo. Había
defendido su vida y se sentía orgulloso. El camino que tomó fue el del carruaje
pero en sentido contrario, es decir, se dirigió hacia el lugar de donde vino el
carruaje. No muy lejos de allí, encontró una ciudad habitada por un pueblo y un
palacio que lo gobernaba. La noticia de lo que había ocurrido en el cruce de los
caminos no tardó en divulgarse, conociéndose la muerte del amo que resultó ser
el personaje real más importante de la ciudad, de nombre Lay, casado con una
mujer de nombre Yoca. La ciudad a la que llegó Edi era visitada por mucha
gente, lo que no lo hacía sospechoso por ser uno de tantos que llegaban y
partían. Su carácter, además, tenía siempre actitudes de colaboración. Al poco
tiempo de estar allí, se unió a la lucha contra una enfermedad que el pueblo
estaba soportando. La intuición de su inteligencia le inspiró la ocurrencia de
combatir la enfermedad por medio de la higiene, cuidando la pureza del agua,
aconsejando la limpieza corporal, eliminando los focos de contaminación
provocados por residuos o desperdicios en descomposición.
Cuando los primeros resultados estuvieron a la vista, Edi fue considerado
el salvador, el benefactor de la ciudad y el suceso ocurrido en el cruce de los
tres caminos quedó olvidado. Su fama creció, se hizo una persona agradable a
todo el mundo. Pasado el tiempo, fue invitado a visitar el palacio, donde vivía
la viuda Yoca. Edi ni bien la vio, sintió una extraña atracción y a Yoca le
sucedió lo mismo. Una corriente invisible de oculta simpatía se estableció entre
ellos. A los pocos meses fue inevitable la unión y la viuda se convirtió en la
mujer de Edi. El benefactor Edi alcanzó así la posición de amo de un pueblo
agradecido y feliz de ser gobernado por alguien que salvó de la peste a la
ciudad. Su fama siguió extendiéndose, llegando a los lugares más apartados, y
de los lugares más apartados llegaron delegaciones en procura de obtener el
método inventado por Edi en la lucha contra la peste.
La vida transcurrió apacible y generosa durante muchos años. Ningún
obstáculo serio asomaba o interrumpía la placidez de una vida natural y buena.
53
Entre Edi y Yoca, la relación los llevaba a una íntima fusión de sus almas. Algo
secreto en ellos los acercaba cada vez más a lo que parecía esconder la razón
del destino humano, una razón que maduraba sin la interferencia exterior de
pensamientos y supersticiones equivocadas. Mientras nada de afuera viniera a
reprimir o diluir la madurez natural de lo que crecía poco a poco en el seno de
sus almas, mientras ninguna idea externa contaminara la idea interna de la
simpatía natural, era seguro que nada perjudicial ocurriría...
Por aquella época andaba en peregrinación un personaje famoso, muy
conocido por el don de la adivinación. Se decía ser el mensajero de respuestas
venidas de los dioses. De nombre Tires y precedido de fama, trajo la noticia de
saber predecir el futuro, leyendo en el rostro de la gente lo que se esconde en el
alma. La costumbre de la época era visitar la casa real donde residía la
autoridad máxima de la ciudad. Allí fue el adivino Tires. Al entrar y después de
las reverencias del caso, se encontró con dos rostros que lo impresionaron
fuertemente. Eran los de Yoca y Edi. Sintió que el enigma de aquellos rostros lo
desafiaba y hasta lo provocaba. Sin decir nada ni manifestar alarma se dedicó
con disimulo a descorrer el velo...
A los pocos días entró al palacio y pidió hablar a solas con Edi. El
semblante de Tires estaba descompuesto, su aspecto expresaba el
descubrimiento de una tragedia. Sin rodeos le dijo a Edi el error que había
cometido al casarse con Yoca, después de haber matado a Lay. Edi, fuera de sí
por tan gratuita acusación, le dijo que ninguna razón lo autorizaba como para
turbar la paz y la felicidad en la que vivían desde mucho tiempo atrás. Tires
insistió en lo terrible de su adivinación, amenazándolo con el castigo de los
dioses a punto de caer sobre ellos. Edi se alteró aún más, obligándolo a decirle
lo que tenía que decirle, tras lo cual le ordenaba se fuera lo más pronto posible
porque su presencia le resultaba indeseable y venenosa... Tires le reveló lo que
había creído leer en la memoria del alma de Yoca y Edi, creyendo que estaba
ante los sucesos de la vida actual de ambos. Le dijo que estaba casado con su
madre después de haber matado a su padre. La revelación fue fulminante,
quemando todas las defensas de la mente, quedando desarmada su naturaleza
interior. Tires se alejó sin decir nada más, creyendo que había cumplido con el
mensaje de los dioses... pero lo que él hizo fue transmitir un mensaje
equivocado, horriblemente equivocado, puesto que él había relatado un suceso
del pasado, mezclándolo con hechos del presente. La interpretación correcta
debió ser que Edi había matado en el presente a quien fue su padre en una vida
anterior y que estaba casado en el presente con quien fuera su madre en una
existencia pasada.
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Dicho en otros términos, significaba que Edi encontró a un hombre en
quien vivía el alma que en el pasado perteneció a su padre y que se hallaba
unido a una mujer cuya alma había sido de su madre en una encarnación
anterior... y que en el presente no los ligaba ningún parentesco orgánico.
La consecuencia del error le hizo creer que físicamente él era el hijo que
se había casado con su madre, luego de haber matado a su padre.
Así termina la historia de Edi que con el correr de los años se convirtió en
el complejo de Po.
¿Que cómo alcanzó el rango de complejo?... Ocurrió cuando muchos
siglos después, otro adivino de su época descubrió otro error de interpretación,
creando el famoso complejo, sin tener en cuenta la influencia oculta en la
memoria del alma del niño que asoma en la inocente atracción sexual por su
madre.
—Eyadel —dijo por último Albanoa, presintiendo lo que pasaba por la
mente de su amiga— no temas en lo que estás pensando. Cuando la criatura
humana no comprende lo que sucede dentro de sí, menos ha de comprender lo
que ocurre afuera, pues toda conducta que dependa de la incomprensión
interior tendrá los resultados de la incomprensión exterior... A nosotros nos ha
de ocurrir lo contrario porque estamos conociendo nuestro imperio invisible del
alma, allí donde toda expresión tiene el valor de la herencia, de la herencia que
actualizada y puesta al día se convierte en lección, con lo que quiero decirte que
tu hijo o tu hija sabrá que lo heredado de vidas pasadas se podrá manifestar sin
que perjudique su vida presente.
La vida tiene eslabones que van uniéndose sin que uno se dé cuenta.
Cuando pasa el tiempo, recién se advierte cómo aquellos se han ido uniendo.
Algo parecido estaba ocurriendo en la vida de estas dos criaturas. Albanoa lo
comentaba así:
—Si tuviéramos la precaución de estar atentos al movimiento que las ideas
van realizando en nuestro interior; si mayor atención le dedicáramos a lo que un
anhelo sincero va construyendo y destruyendo en nuestro interior, construyendo
en beneficio de lo que anhelamos, tendríamos mejores defensas en superar
inconvenientes pasajeros, en dominar dificultades que aparecen en nuestro
camino sin la intención de obstruir.
Uno de los eslabones que vino a sumarse a los anteriores, fue la noticia
que les llegó en una carta que hacía tiempo esperaban. En la misma decía que
el experimento que deseaban llevar a cabo tenía un buen margen de posibilidad
a favor de ellos.
¿En que consistía?... Por un tiempo fue la ocurrencia imposible de aceptar,
pues Albanoa y Eyadel querían encontrarse en la próxima encarnación, dejando
55
en la presente las señales de identificación, por medio de las cuales podrían
reconocerse en la existencia venidera.
La aspiración podía llegar a buen término porque ellos pertenecían a un
organismo mundial, en donde dejarían las señales de identificación. Allí
quedarían hasta que en el futuro, cuando ellos estén viviendo una nueva
encarnación y pertenezcan otra vez a la misma organización, suceda lo
esperado.
El relato de estás páginas está basado en lo que ellos aprendieron,
practicando el método de llegar a la sabiduría de la luz o del pensamiento de la
creación, sabiduría que en la intimidad del ser interno está al alcance de quienes
lo quieran conocer. Dicho método, cedido por el mencionado organismo de
extensión mundial, se desarrolla acompañado por rituales de iniciación. Con
ellos avanza poco a poco hacia el interior de cada uno porque despiertan y
acrecientan la comprensión de avanzar. En tales rituales se utilizan símbolos
que representan a las ideas del pensamiento original de la creación, ideas
guardadas en lo íntimo del alma, donde también ocupa su lugar la memoria de
experiencias relacionadas con vidas pasadas.
—¿Será posible?... —preguntó Eyadel.
—¡Si nunca se hizo algo, poco puedo decirte! ¡Si ahora lo intentamos, nos
queda el futuro donde el resultado nos dirá sí o no!
—¿Qué haremos para llegar a lo posible?
—Lo que hemos venido haciendo, utilizando el “arriba” del tiempo de la
tierra, donde quizás podamos reservarnos el espacio que llegaremos a ocupar
con nuestros cuerpos y, por supuesto, con nuestros contornos llenos de alma...
—Tú sabes, Eyadel —continuó diciendo— que tenemos la memoria
completa del alma, pues en esa memoria debemos dejar archivados el nombre
con que queremos ser reconocidos en aquel espacio del futuro. El nombre que
tu elijas lo debes mantener en secreto, sin que yo lo sepa, lo mismo he de hacer
con el mío que tú no deberás conocer. Ese nombre y alguna otra característica
personal, cuando llegue el momento, saldrán a la superficie de nuestra futura
consciencia... Y cuando esto suceda, cada uno de nosotros los enviará a la
institución, en la que esperamos estar afiliados. Allí buscarán en los archivos y
verán en ellos los nombres y las características personales. Una vez
comprobadas las señales de identificación, seremos informados y según donde
estemos viviendo, de allí viajaremos para encontrarnos...
—¡Si así fuera de simple! —murmuró Eyadel.
—¡Te lo repito, Eyadel!... Nunca se hizo algo parecido. Si nosotros
fuéramos los primeros en hacerlo, tal vez ocurra que por primera vez se logre
reunir a dos criaturas que viviendo hoy, puedan reunirse en el futuro. Además,
56
quizás sirva de ejemplo para que nos familiaricemos con la muerte como si
fuera una verdadera transición, para que aceptemos que hay una sola vida
mayor compuesta de muchas vidas menores...
—¡Ya es tiempo, Eyadel! —le dijo Albanoa.
—¿Tiempo de qué? —preguntó.
—¡De prepararnos para reservar el espacio que nuestros cuerpos han de
ocupar en el futuro!.. ¡Durante unos días nos hemos de acostumbrar al nombre
que adoptemos, lo murmuraremos, repitiéndolo con la intención de dejarlo
grabado en nuestra memoria del alma y sintiéndolo como algo que nos
sobrevivirá!
Cuando pasaron los días necesarios, Albanoa le pidió dar el próximo paso,
que consistía en imaginar primero y después dejar que la consciencia extendida
de ambos se hiciera cargo de lo que la imaginación haya visualizado... La obra
de arte de la imaginación comenzó por usar la idea de verse viajando hacia el
este de la tierra, hacia el horizonte de donde aparece el sol cada mañana, de
donde viene el porvenir.
—¡Eyadel —le dijo Albanoa— empecemos por imaginar que viajamos
hacia el este y que lo hacemos alrededor de la tierra, ganándole a la tierra en su
rotación!.. A la velocidad del pensamiento, nos adelantamos a la rotación del
planeta tantas veces como sea necesario. Moviéndonos sin el tiempo de la
tierra, nos sentimos estar en mañana, luego en pasado mañana, después más
allá y más allá hacia otros días, semanas y meses y hacia otros años del futuro...
El último instante del pensamiento será el último giro alrededor de la tierra,
cuyo momento final pertenecerá al período de la próxima encarnación. Lo
imaginado y la emoción de lo imaginado quedarán establecidos en la
consciencia extendida de tu alma y la mía, donde habrá un punto de partida
equivalente al presente y un punto de llegada equivalente a los días del futuro,
allí donde estaremos mejorando la belleza de nuestra aventura de amor y
amistad...
Cuando uno pone en el futuro un punto de llegada, todo se hace de
acuerdo con ese punto de llegada. Eyadel y su amigo fueron
imperceptiblemente haciendo de la vida una verdadera etapa, porque sabían que
en algún momento podía interrumpirse para continuarla más tarde hacia otra
meta, hacia otra razón de vivir, siempre que hubiera otra razón de vivir, aparte
de la que ellos venían descubriendo.
Durante muchos años se preguntaron, con la intención de fortalecerse
mutuamente, si en realidad era una respuesta importante y de mucho valor el
haber creído encontrar el propósito de vivir en lo que ellos hacían, que lo
57
hacían para verse perfeccionados en la obra que salía de sus manos y de sus
pensamientos.
Tenían presente, además, lo que en un pasaje anterior había dicho
Albanoa, lo que al parecer se hacía cada vez más evidente, y era que el ser
humano vive en el error hasta que interiormente lo comprende, para luego
empezar a vivir en la cualidad opuesta del error.
Albanoa lo exponía con los siguientes términos:
—¡Tendríamos razón si persistimos en pensar y en creer que los pasos que
se deben dar tienen que estar sustentados en la esperanza de comprender,
comprender primero la condición negativa de nuestra naturaleza para después
obtener la comprensión de lo opuesto, con lo que llegaríamos a la etapa
positiva, en cuya etapa nos haríamos positivos, positivos en manifestaciones de
beneficios y en reparaciones de daños ocasionados durante la etapa negativa!...
Cuando se convencieron, adoptaron definitivamente este punto de vista.
Era lo más aproximado a una permanente manera de ser, y lo que era además
para no desviar el rumbo del desarrollo de la comprensión interna.
¡Así lo hicieron por el resto de sus vidas!
JORGE AHON ANDARI
VALLE DE TULUM, 21 DE OCTUBRE DE 1992.
58
INDICE
EL AUTOR ......................................................................................................................... 4
DURANTE EL REGRESO .................................................................................................... 5
INTRODUCCIÓN............................................................................................................... 5
EYADEL ................................................................................................................................ 6
CAPÍTULO I ....................................................................................................................... 6
CAPÍTULO II .................................................................................................................... 13
CAPÍTULO III................................................................................................................... 21
CAPÍTULO IV .................................................................................................................. 37
59
Documento convertido al formato PDF para su mayor difusión
internacional por “Alejandría Digital”
www.alejandriadigital.com
LA HERMANDAD DE LOS
PROFETAS
En busca del Imperio Invisible III
Jorge Ahon
2
INTRODUCCIÓN
Desde la primera página aparecen los nombres de Eben Alb, Jotanoa y
Albanoa. Para quienes no leyeron los dos libros anteriores les será útil la
siguiente guía:
En el primer libro, los personajes son Jotanoa y Albanoa.
Después del encuentro, Albanoa lo conduce a Jotanoa por el sendero de la
vida interior hasta que al final tiene la experiencia de oír la voz de su Alguien
del Alma que se hace llamar Eben Alb.
Eben Alb, por lo tanto, es el ser interno de Jotanoa, con quien vive lo
relatado en este tercer libro. En algunos pasajes se hace referencia a un Alguien
del Alma, a una silueta llena de Alma, a una personalidad del Alma. Todas son
expresiones con que se nombra a un mismo personaje, es decir, a Eben Alb.
El Autor
3
CAPITULO I
EL REGRESO Y ALGO MÁS
Allí estaba el valle de Tulum, esperándolo con su enorme panorama de
cielo abierto, de cielo abierto al infinito del universo. Cualquier lugar de la
tierra le sirve a quien quiera ascender por el cielo de ese lugar hacia el infinito
del universo. Jotanoa volvía a su valle de Tulum, trayendo la ausencia de
Albanoa y la presencia de Eben Alb en su interior... ¡La tristeza de una
ausencia ocupada por la presencia de Eben Alb!... Y era Eben Alb quien
parecía cabalgar en la alegría del regreso, murmurando la canción de su
amanecer espiritual:
Ya estoy de vuelta
sin haber partido.
De los días
que a millares he vivido
se destaca la silueta
de un hombre peregrino
que ha podido con los años
acercarme
a los sueños de su vida
donde reina la belleza,
donde gime la tristeza
donde ríe la esperanza,
donde todo está de vuelta sin haber partido.
Jotanoa,
en su débil estructura
me ha soñado y he nacido...
Mientras el Valle de Tulum iba al encuentro del sol, Jotanoa venía al
encuentro de su valle, del que se había alejado por sentirse invadido por la
soledad interior. Hoy volvía acompañado de quien estaba cantando la canción
del regreso, presintiendo que la soledad interior se iría poblando con el universo
de Eben Alb...
4
Jotanoa me ha soñado
y he nacido...
He nacido
porque el sueño
me dio vida...
Ya no era como en aquellos días. Acostumbrarse a que en lo invisible de
su naturaleza espiritual alguien de nombre Eben Alb lo estuviera esperando, no
era como en los días de Albanoa porque lo que Albanoa hizo fue conducirlo
hasta donde hoy se encuentra, es decir, al comienzo de su viaje hacia el interior
de su alma.
Además, iba a ser distinto, pues los acontecimientos futuros, las aventuras
que lo aguardaban iban a tener la importancia de la enseñanza íntima en tibieza
confidencial de su interior, donde Eben Alb se las arreglaría para vencer los
hábitos de la superstición materialista.
El mundo de afuera sería el gran interrogante que Jotanoa tendría que
ofrecérselo a Eben Alb, para que Eben Alb se lo devolviera comprensible y
maduro en ideas y pensamientos, y terminara siendo el escenario de los ideales
de su vida y donde, si fuera posible, vivir la misión de su existencia terrena,
siempre que tuviera alguna misión que llevar a cabo. A medida que pasara el
tiempo se le haría a Jotanoa necesario, casi imprescindible, lograr la unidad con
su Eben Alb, para que todo lo vivido fuera compartido. Quería sentirse
inseparable a pesar de los momentos en que Eben Alb se comportaba de una
manera extraña y desconcertante.
Poco a poco, Jotanoa debió admitir que la inteligencia de Eben Alb estaba
hecha para desconcertar, para desorientar, para hacer lo que hiciera falta en la
tarea de alterar el orden material y físico de un cerebro atiborrado de datos, de
datos venidos del exterior. No era porque los datos fueran falsos o de poco
valor, sino porque tales datos los haría pasar por el filtro de la interpretación
íntima, o sea que nada de lo amontonado en los recovecos de la mente objetiva
sería admitido si antes no era revisado por Eben Alb.
Esto tenía que convertirse en hábito, en costumbre, para que nazca la
cultura de la comprensión interna o mística...
Jotanoa se dio cuenta de la idea relacionada con el hábito de la
comprensión interna después que la misma fuera dicha y repetida muchas veces
por Eben Alb. Al comienzo la dijo como algo sin importancia, sin la intención
de que sea escuchada. La repetición permitió que la idea quedara establecida en
la mente y cuando quedó establecida en la mente y cuando quedó establecida,
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recién Jotanoa le prestó la atención debida. Al hacerlo, no hizo otra cosa que
usar la contemplación como paso previo para que se produjera la meditación.
—¡Aleluya! —se dijo Jotanoa al descubrir la importancia de la
contemplación como medio de fijar la atención sobre algo que más tarde, luego
de la meditación, le daría el conocimiento necesario o la respuesta esperada. Lo
importante de este hallazgo se convirtió en la clave para comprender el método
usado por quienes en el pasado descubrieron algunas leyes fundamentales de la
naturaleza, y esto lo consiguieron sin recurrir a ningún tipo de laboratorio
físico. El asombro fue creciendo en Jotanoa cuando se dio cuenta de que el
método utilizado por aquellos genios del pasado lo usaban en su propio
laboratorio Psíquico, en su cámara interior, donde la energía universal expresa
la esencia de los fenómenos que luego serían descubiertos en el laboratorio
exterior del mundo físico y terrenal.
Siguiendo este proceso se demostraba aquello que dice “así como es arriba
es abajo”. Además, era algo que venía a sustentar lo que Jotanoa deseaba...
—¡El hábito de la comprensión interna! —Esa fue la idea expresada por
Eben Alb. La repitió como si le agradara hacerlo. Luego le agregaba algo más y
la decía usando otras palabras, esperando o provocando la reacción de Jotanoa.
—¡Costumbre o cultura de la comprensión mística! —La misma idea
dicha con otras voces.
A Jotanoa le llamó la atención la palabra “mistica”
—¿Por qué “mistica”? —preguntó.
La respuesta no le iba a llegar como en la época de Albanoa. La
encontraría establecida en su mente cuando menos la esperara, la descubriría
palpitando, sintiéndola vivir después de haber madurado, como suele madurar
en el silencio la presencia de la vida.
Si he nacido de tu sueño,
de tu sueño voy creciendo.
Voy creciendo
como crece en la semilla
el momento de ser árbol.
LA FIGURA ENCLENQUE
Algunos pensamientos aparecen en la mente sin que nada ni nadie los
haya invitado. Son visitantes que se presentan porque encuentran el ambiente
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adecuado a su existencia, o mejor dicho, se pasean por un ambiente de
tolerancia, donde no son rechazados ni perseguidos. Como ellos viven de su
propia energía, aparecen y desaparecen sin avisar cuando llegan ni se despiden
cuando se van... Hay ocasiones en que insisten en permanecer o se toman
mayor tiempo que el acostumbrado en quedarse. Entonces, lo mejor es
invitarlos a que se relacionen con los acontecimientos de nuestra vida, invitarlos
a que nos acompañen y nos ayuden con sus experiencias. Poco a poco
comienzan a ingresar al mundo de nuestros anhelos y a la intimidad de nuestras
aspiraciones. A veces los anima la falta de algo y tratan de crecer, de aumentar
el caudal de sus ideas, buscan agrandarse porque han nacido con la levadura del
crecimiento. Quieren llegar a ser los fundamentos de normas de vida y leyes de
conducta, desean existir en las teorías de importantes descubrimientos. Una de
las mayores aspiraciones sería la de darles vida a los movimientos
revolucionarios basados en la justicia de los cambios, sin la acostumbrada
violencia de las rebeliones, pero aún sueñan con la suprema conquista de ser el
pensamiento de esa comprensión que se deslice en el alma de cada ser humano
como un bálsamo de paz y de sabiduría, de paz en la convivencia y de sabiduría
en la equidad de cualquier exigencia.
En la mayoría de los casos no sabemos de dónde vienen, si del mundo
terrenal de la humanidad o del mundo espiritual de la misma humanidad, sin
embargo, pueden venir del archivo de la memoria del alma individual, allí
donde han quedado algunas lecciones bien aprendidas y los testimonios de
aventuras extraordinarias que no tuvieron tiempo de madurar en ideas
magistrales. De tales aventuras nos llega la urgencia de sus ruegos, en los que
piden no dejarlos incompletos, inmaduros, por eso la insistencia en permanecer
en la mente hasta que nos demos cuenta de lo que ellos necesitan. No piden
nada específico, sólo desean ser admitidos a la espera de algún suceso que les
dé la oportunidad de asimilarlo y crecer... Algunos pensamientos sufren la
soledad de su vida detenida, postergada porque les incomoda a la gente de
conducta deshonesta, sin embargo, a la misma, a la misma gente le sirven de
consuelo en los momentos de angustia y de sufrimientos indeseables.
A Jotanoa lo impresionó la vida solitaria que llevaba uno de estos
pensamientos. Era más bien una idea raquítica, debilitada por la falta de
identidad, por ser una cosa desconocida hasta para ella misma.
Lo exacto sería decir que era la esencia que podría llegar a ser una idea si
la llevamos por el camino de su propia creación. Lo que es esencia puede ser lo
que uno quiere que sea. No es nada específico, solamente será si la impulsamos
hacia la creación en que queremos que se convierta... De nuevo aparece la
importancia de la responsabilidad, pues de nosotros depende si la esencia la
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hemos de utilizar en una idea, en un pensamiento, en una conducta o en algo
superior que beneficie a su país. Comenzará a vivir cuando la experiencia la
anime con el aliento de nuestro propósito o intención...
Volvía Jotanoa a su hogar una noche de verano. Venía de la calle y como
suele suceder, amargado, pues nunca falta el motivo que nos amarga el regreso
al hogar. Sabemos que de la calle vuelve uno saturado de impresiones
desagradables porque nuestro semejante humano se encarga de envenenar las
horas que deberían ser como la paz de la luz en medio de la oscuridad... Pero
no es así, debido a que algunos pensamientos solitarios insisten en que se los
tenga en cuenta y porque quienes los llevan encima los rechazan por intrusos,
por indeseables. De semejante conflicto nacen las horas envenenadas que
esparcen su influencia en muchas direcciones.
Pues bien, a Jotanoa lo alcanzó el aire envenenado de los pensamientos
ajenos y llegó a su hogar creyendo encontrar alivio, pero el alivio no vino y los
nervios seguían tensos, emitiendo agudas notas discordantes. Habíamos dicho
que era una noche de verano y en el Valle de Tulum son a menudo calurosas, lo
que hace que la gente duerma o descanse fuera de las habitaciones.
Aconsejado por el calor, Jotanoa tendió su catre en el patio, bajo un cielo
que parecía descender de la mano de su belleza. Tendido cuan largo era se dejó
adormecer por la posición adoptada. Se hizo el propósito de alejar de su ánimo
la influencia que lo tenía inquieto. Miraba en un sentido, luego en otro,
esperando que la distracción lo ayudara pero nada sucedió. Por ahí cantaba un
grillo, por allá lejos un coro de ranas y sapos hacían lo mismo, por el aire que lo
rodeaba pasaba el sonido de la calma nocturna. Las sombras se movían, se
movían y parecían trapos de niebla oscura. Se movían y danzaban y Jotanoa se
unió al movimiento de las sombras. Cuando lo hizo, no supo si se quedó
dormido o pasó al estado subjetivo de los sentidos espirituales. Jotanoa ya no
estaba en ningún sitio aunque le quedaba la sensación o impresión de estar en
el espacio de su propia vida interior.
En ese espacio interior vio una silla o algo parecido. Como la silla estaba
vacía, le llamó la atención y fijó la mirada en ella. No bien lo hizo apareció él
sentado en esa silla, o sea, que él mismo se estaba viendo sentado allí, a la vez
que ambos se veían enfrentados, pero el que se hallaba sentado tenía el aspecto
de un magistrado o la apariencia de un maestro o de un juez. Se notaba la
actitud de impartir una enseñanza o le preocupaba el deseo de comunicar algo
importante como si el tiempo de Jotanoa se estuviera agotando. El silencio era
un silencio alejado de toda manifestación terrena. La atención de Jotanoa hizo
que el otro Jotanoa levantara un brazo y señalara hacia un rincón de ese recinto,
donde apareció una figura delgada, apenas visible. Parecía que debido a su
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propia debilidad se ondulaba como una niebla. La mirada de sus ojos estaba en
una lejanía imposible de percibir, de cuya lejanía parecía alimentarse para
sobrevivir. Al parecer, era en lo único que se apoyaba para seguir siendo una
presencia casi esfumada.
—¡Ven, ven! —le dijo el Jotanoa de la silla—. ¡No temas!.. ven, acércate
que aún te queda un resto de vida... Aunque hayas olvidado tu nombre, yo te lo
recordaré... ¡Es que tan olvidada te han tenido que no quieres moverte por
miedo a desaparecer!... Si deseo preguntar tu nombre es para que puedas
ubicarte en la posibilidad de recordarlo... Además, quiero hablar contigo para
que mientras escuchas lo que te diga, abandones la debilidad que te amenaza
con la muerte... No temas y dime tu nombre. ¿Te acuerdas de él?
La figura enclenque le respondió con un movimiento de su rostro. Le dio a
entender que no sabía qué era ni quién era.
—Tú eres el amor —le dijo.
—¡No, no, no! —exclamó la figura, asustada por el nombre que se le
venía encima—. ¡No, no soy eso que dices!... ¡Te has equivocado!...
—No niegues tu propia esencia, puesto que eres el amor, o si prefieres,
eres la idea del amor aunque hayas vivido en el rincón de la indiferencia...
¡Deja que la experiencia te haga vivir lo que eres!...
—¡No... no... no! —gritó de nuevo, mientras una lágrima tras otra caían
salpicando el piso.
—¡Estoy viendo lo que eres! —le dijo el Jotanoa de la silla—. Detrás de
esa niebla, que puedes llamar la niebla del olvido, estoy viendo lo que eres...
¡Ven, acércate y te diré lo que puedes hacer para disipar el olvido que te
envuelve!... Si ahora eres algo indefinido que en cualquier momento puede
desvanecerse, aprovecha esta oportunidad para recuperar el propósito de tu
esencia, diciéndome dónde has vivido y cómo es que has llegado a tal grado
de raquitismo. Hablar te servirá de tónico.
Después de vacilar unos segundos, la figura enclenque le confesó:
—Allí, en aquel rincón. Allí he vivido siempre. Nunca pude abandonar
ese lugar para saber quién era. Además, no supe encontrar el camino, y como
nadie me tuvo en cuenta, creía que era una cosa inútil. Desde ese rincón donde
me consumía sin hacer nada, veía pasar siluetas, sombras y figuras que luego
aprendí a distinguir y a conocer. Todas ellas me consideraban un deshecho
caduco y envejecido por el deslumbramiento que ellas manifestaban. Se
acercaban a mi rincón para averiguar si yo había muerto, pero al comprobar lo
contrario se preguntaban de dónde sacaba tanta energía para sobrevivir. Ni yo
misma sabía.
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Jotanoa, él de la silla tenía razón. La figura enclenque se animaba poco a
poco a medida que hablaba y se confesaba inocente del encierro que padecía.
La voz aumentaba de tono y los ojos comenzaban a mirar sin tenerlos fijos en
la lejanía. La figura enclenque se vigorizaba con el despertar de su propia
esencia, con el movimiento de su propia esencia. Cuando Jotanoa la invitó a
reanudar el relato ya tenía mejor aspecto y mayor vivacidad.
—Una de las figuras —continuó diciendo— era la más importante.
Parecía la reina de una sociedad de esclavos. Cuando averigüé su nombre me di
cuenta por la reacción de mi propia naturaleza que era una cosa opuesta a lo
que soy. El esplendor de su ropa encandilaba, y el aspecto general impresionaba
por el lujo que ostentaba, nada más que por eso, pues detrás de tanto esplendor
estaba el vacío, el abismo de la nada, en donde ella misma caería deshecha si
una grieta en su ropa apareciera...
—¿Quién es la reina de esa sociedad de esclavos? —fue la pregunta que
interrumpió el relato.
—¿Quieres que te diga su nombre, o más bien su cualidad o el papel que
desempeñaba?... Decir su nombre y lo que hacía sería darle la importancia que
no tiene, además, mi propia esencia me aconseja no decirlo... ¡Dejémosla
donde ella me dejó olvidada, pues ella pertenece a la hermandad del Reino
Externo!...
—¡Entonces, tú —le dijo el Jotanoa de la silla— perteneces a la
hermandad del Reino Interno, pues en ese reino tu esencia te hará vivir el
significado de la bondad, pues allí también aprenderás a sentir el valor de la
amistad! Cuando tu esencia esté por alcanzar la razón final de la existencia,
habrás aprendido a vivir con la emoción de la piedad, de la tolerancia. Será
como ir ascendiendo por etapas, siendo cada etapa la oportunidad de aprender
con cualidades como la tolerancia, la caridad, etc. La suma de cualidades te
acercará al misterio de tu propia esencia, pues a mayores cualidades mayor
profundidad habrá en la emoción del amor.
Jotanoa, el que estaba sentado en la silla, por un instante dejó de hablar,
sonriéndole con alivio a la figura que había dejado de ser enclenque para
convertirse en compañera de él. Luego, retomó el hilo de lo que le venía
diciendo:
—Lo más importante para ti será, además, que recibirás la ayuda de quien
nos ha permitido esta entrevista, de quien se ha desafiado a sí mismo en el
sentido de provocar las aventuras que le han de servir para comunicarse con su
Alguien del Alma, es decir, para comunicarse conmigo... ¡Apóyalo con tu
esencia, que él hará crecer tu personalidad y la mía, en especial, apóyalo en los
momentos en que deba sufrir los daños de la incomprensión! ¡Alíviale la
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soledad en la que se refugiará por defender los ideales de nuestra existencia
interior!... Su vida, desde su niñez, tiene espacios de los que no recuerda nada
como si no los hubiera vivido. Esos espacios muestran el abandono de un
camino para seguir por el otro, en la dirección que lo está trayendo a nuestro
reino interior. El peligro ha quedado atrás porque el camino que él abandonara
era la opción que le quedaba al hombre externo, era el camino que de haberlo
seguido se hubiese acogido a los sufrimientos de la superstición materialista... y
el encuentro conmigo se hubiera retardado, hubiera quedado suspendido hasta
una fecha imprecisa del futuro... ¡Ayúdalo con tu esencia de amor para que el
amor lo espere al final de su vida!...
La figura que ahora lucía resplandeciente, miró en la dirección del Jotanoa
tendido en el catre y le sonrió, mientras el otro, él de la silla, continuó diciendo:
—No pasarán muchos días en que ha de comenzar su aventura de obtener
ideas, pero también con sus propias ideas hará los relatos de algunas aventuras
o narraciones de acontecimientos basados todos en sucesos protagonizados por
el ser humano... Después nos veremos involucrados en un proyecto que él
justificará como el único, como la última oportunidad de salvar lo que parece
hundirse poco a poco. Será un compromiso de los tres, de tu esencia que habrá
alcanzado la madurez del amor, de Jotanoa que hará la presentación y de mi
presencia invisible que lo inspirará y lo guiará por el terreno de la
imaginación...
Cuando el personaje de la silla dejó de hablar, la que había sido una figura
enclenque era ahora una silueta definida y luminosa que latía con luz propia,
semejando una galaxia de estrellas. Cada latido pulsaba una estrella color azul,
otro latido encendía una estrella color violeta, otro lo hacía con el color naranja.
Cuando la energía de tantos latidos se hubo normalizado, la silueta adquirió los
colores permanentes de su vida, el violeta y el naranja. El color de vida
viniendo del sol... ¡Era una silueta llena del color con un contorno color
naranja!
Jotanoa, el del catre, al abrir los ojos creyó que estaba amaneciendo, pero
donde estaba amaneciendo era en su interior. Allí persistían las imágenes de un
Jotanoa, el de la silla, que no era otro que Eben Alb y la de la figura enclenque,
fortalecida por la oportunidad de expresar lo que su esencia le aconsejaba...
Las noches en el Valle de Tulum tienen la magia de las estrellas en un
cielo casi cerca de las manos. El silencio de las estrellas se une al rumor que
sube de este valle y en algún punto de su atmósfera parece estallar en
luciérnagas de vida. Eben Alb y Jotanoa también eran cielo y tierra y en el
espacio que los separaba estallaban luciérnagas de vida, que iluminaban el viaje
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presentido hacia el futuro. Allí en el futuro parecían también estallar las
luciérnagas de vida de un ideal supremo.
¡Valle de Tulum, Valle de vida con altibajos de penas y alegrías, de sueños
y amargos despertares, de sueños y amables despertares, de sueños que llegan al
ámbito de las posibilidades y de sueños que quedan desvanecidos en lo
imposible!...
¡Valle de Tulum, ¿será verdad lo que Eben Alb le había dicho a Jotanoa?
¿Será verdad que en su silueta llena de alma queda sobreviviendo un Valle
idéntico al que vemos allá afuera de nosotros?...
Eso dijo. Pero también dijo que no todos son capaces de recrear en nuestro
interior ese mundo de afuera de masa y gravedad. Que para hacerlo hacía falta
haber despertado el genio de la consciencia superior del alma, al que se le haría
fácil la tarea de reproducir con partículas universales de energía aquello que
con amor hayamos visualizado en los momentos de contemplación.
Jotanoa se afanaba en relacionar los puntos importantes de su no muy
lejana experiencia junto al mar. De tales afanes nacían preguntas que al fin eran
afirmaciones, entre las que se destacaba la interpretación dada por Albanoa, en
el primer libro, cuando decía que la contemplación ponía orden en lo que era
equivalente al caos de la creación, haciendo que lo disperso se uniera en figuras
al caos de la creación, haciendo que lo disperso se uniera en figuras y formas,
en estructuras de energía, que luego por algún poder de cohesión llegaban a la
densidad de lo visible y de lo material... ¡Y que la meditación tenía el propósito
de dejar en manos del genio interior del alma lo que se había visualizado
durante la contemplación!...
Mucho de lo vivido con Albanoa desfilaba por su mente, aumentando el
deseo de ahondar en el contenido dejado por aquella relación. Eben Alb,
mientras tanto, parecía asistir en silencio y sin intervenir a lo que Jotanoa se
esforzaba por descubrir. Sólo la sonrisa de siempre la presentía esbozada en los
labios de Eben Alb. Era la sonrisa de aprobación, animándolo a seguir. Para
ayudarlo, le dijo:
—Así como tenemos una superficie ocupada por el cuerpo físico, también
nuestro cuerpo psíquico, nuestra silueta llena de alma, tiene una superficie
equivalente a una circunferencia.
Dicha superficie puede ampliarse o achicarse, dependiendo de la energía
usada por la mente y su consciencia. Así como la energía de la luz aumenta su
potencial si aumentamos la tensión, de la misma manera podemos aumentar la
superficie de nuestra silueta llena de alma si aumentamos su aura circular por
medio de la energía generada por las emociones de calidad superior.
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Esa superficie se ha de volver un centro de poderosa radiación si me
ayudas a llenarla con tu buena manera de vivir, pues...
...En tu camino hacia el dolor ajeno
encontrarás
la hermandad del tuyo,
pero también,
en tu camino hacia el amor ajeno
encontrarás
la hermandad del tuyo...
Eben Alb, después de la pausa acostumbrada, hizo una especie de
introducción para justificar lo que había encontrado en la zona profunda del
alma y que lo había sorprendido por el enorme significado.
—Allí, delante de nosotros, están los días que han de ser como páginas de
la tierra.
En ellas han de quedar párrafos de algún drama, de alguna tragedia o
simplemente la huella de una comedia. La existencia de los días se viste de
cosas maravillosas. Cuando sale el sol es un día de sol y es suficiente que sea
luminoso para que los seres humanos y todo lo demás se muestren como
objetos que tienen un día de sol. Los ojos miran con el color del día y el día nos
acepta con el color de la luz. Si la jornada amanece nublada, todo tiene un
manto de colores apagados. Sentimos que el día está nublado, sentimos que le
falta un poco o mucho de luz, notamos que las nubes le hacen sombra a nuestro
mundo de sensaciones. En fin, el día está nublado y es distinto al otro. Lo
maravilloso de todo esto es que los días de la semana se han convertido en
cosas vivas, capaces de hacernos hablar o enmudecer, tienen el poder de hacer
que perdonemos, tienen la fuerza de provocar esperanzas, de hacer que un
anhelo se mejore a medida que pasan las horas, son capaces de hacer que
nuestro corazón sienta angustia, alegría o pena.
—Ellos, con su luz, con su sombra o penumbra, se adueñan de nuestro
corazón y el corazón vive con luz, con sombra y penumbra... Cuando algo nos
sucede, algo le sucede al día que está transcurriendo. Nos hemos unido a ellos
como ellos se han unido a nosotros. Somos inseparables.
—A veces, somos el eco de un día, otras veces, el día es un eco de
nosotros. Hay momentos en que tenemos deseos profundos de que el día no
pase o de que el día pase y se vaya pronto. Ellos nos quieren o nos desprecian
por lo que hacemos. Nosotros los queremos o los despreciamos por las cosas
que nos suceden y que relacionamos con ellos... Ahí están los sucesos
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conocidos, las aventuras que jamás se narraron, los hechos anónimos,
impulsados por el heroísmo superior del alma y todo lo que el silencio del
tiempo esconde. Ahí están, registrados en una semana que ni siquiera sabemos
a qué año pertenece. En un día lejanísimo han quedado tristezas y alegrías que
se parecen a las actuales. En la memoria invisible de los días está el hueco
dejado por la epidemia de la injusticia, está el vacío que el bien aún no ha
llenado. Quien lo reemplaza tiene el poder del hábito de hacer lo opuesto.
Recuerda lo que nos dijo Albanoa en relación con el vacío que se produce
cuando no lo llenamos con algún acto de bondad. Si ahora lo tenemos en
cuenta, se hará fácil ahondar en la comprensión de lo que sucede cuando
dejamos pasar la oportunidad de evitar dicho vacío... En alguna zona de la
memoria del Alma quedan los espacios que no fueron llenados con el bien,
quedan como testigos de las ocasiones que no aprovechamos.
Tales espacios se convierten en deudas a pagar en el futuro cuando una
mejor comprensión nos ayude a realizar el acto de reparación. Si al hombre
como individuo le sucede esto, a la humanidad le ocurre lo mismo. En la
memoria del alma de la humanidad también se hallan los espacios vacíos, los
que permanecen desde épocas remotas en actitud de espera. Donde la espera se
hace impostergable es en el hombre, porque en el hombre está la causa de lo
que ha sucedido y le sucede a la humanidad, siendo él quien puede llenar el
vacío que oportunamente debió ser ocupado por el bien.
—¿En qué tramo —continuó diciendo Eben Alb—, o mejor dicho, en qué
momentos ha fallado la intención de utilizar la comprensión y realizar el acto de
reparación? No creo que haga falta enumerar lo que hasta ahora no ha tenido
solución. Sabemos que la prédica del amor ha quedado inutilizada en la
ambición del egoísmo. Es evidente que todo lo relacionado con la hermandad,
la justicia, la tolerancia ha tenido el mismo fin. El tiempo de la esperanza se ha
agotado en la incredulidad, en la duda, en el desprecio. Hasta las promesas han
envejecido, agotando el tiempo del hombre externo...
—El uso exagerado —siguió diciendo Eben Alb— de los sentidos físicos
ha disminuido la influencia interior, debido a que en algún instante de la
historia se ha roto la continuidad de la evolución interna que parecía venir
unida al progreso exterior del hombre... o quizás haya sido cuando el poder del
mundo físico fue dominando poco a poco al hombre interno, alejándolo del
hombre externo.
—Jotanoa, ¿qué nos puede suceder si intentáramos la unión de ambos
hombres, si creáramos el ámbito propicio para que el hombre externo se
acerque al hombre interno?... ¿Que daño nos puede causar si convenciéramos a
la razón para que se haga inseparable de la emoción?... También haríamos lo
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mismo con la emoción, haciendo que la emoción se olvide de sí misma y se
acuerde de sus semejantes humanos, ayudándola a sentir que el amor está la
aventura de aumentar la influencia de habernos descubierto.
—Si bien la emoción —dijo Eben Alb— no sabe razonar, algo similar le
sucede a la razón puesto que no sabe sentir. De ahí que cuando la razón
distribuye lo que tiene que distribuir lo hace mal porque la emoción está
ausente. Cuando la emoción quiere distribuir lo que tiene que distribuir lo hace
mal porque está ausente la razón y porque se deja llevar por la simpatía hacia
unos y por la antipatía hacia otros. La emoción acentúa las diferencias cuando
aparecen los grupos enfrentados por doctrinas y costumbres. La razón y la
emoción, separadas, no sirven, son inútiles, son dañinas, porque han creado y
siguen creando antagonismos que ambicionan el dominio de una sobre la otra...
Eso no ha servido nunca y menos ahora que el tiempo las ha debilitado.
Aún le quedaba a Jotanoa la sorpresa de oír en la voz de Eben Alb lo que
era la ley del regreso o la ley del retorno. Eben Alb había asistido a su propio
pasado para darse cuenta de esta norma que rige la continuidad de la vida y que
retiene en la memoria del Alma los espacios vacíos que hay que llenar cuando
en el futuro aparezca la oportunidad de hacerlo... Con esta ley de Regreso
estaba Eben Alb ensayando la elaboración de un plan que estuviera de acuerdo
con los anhelos de Jotanoa y con los espacios vacíos que él pudiera llenar con
los actos de su vida terrenal. Según lo diera a entender en forma velada, Eben
Alb estaba viendo o presintiendo, por medio de su consciencia extendida, los
acontecimientos que desde el futuro venían al encuentro de Jotanoa,
acontecimientos que tendrían la virtud de hacer en él las ideas que necesitaba y
que le serían imprescindibles para justificar el uso de la ley del regreso. Para
que él pudiera usar esta ley le quedaba la obligación de pagar con su conducta
la deuda de los espacios vacíos, contraía en el pasado. De ahí que los sucesos
futuros le darían a Jotanoa la oportunidad de cumplir con los reclamos que la
memoria del alma le hacía llegar. Para ello nada mejor que el escenario de los
hechos diarios, donde los seres de su especie lo obligarían a manifestar la
bondad de su compresión, de su tolerancia, de su humildad, etc.
Eben Alb tenía en su memoria el material suficiente como para provocar
la reacción emotiva de Jotanoa. En muchas ocasiones aprovechó el ruido del
follaje, amortiguándose en el silencio, o, alejándose en la brisa, para hacerlo
sentir la expansión de la consciencia y experimentar una manera de sentirse
expandido. El canto de un pájaro, oculto en la sombra profunda de los árboles,
le daba la ocasión para que Jotanoa se diera cuenta de que en lo íntimo de su
naturaleza humana podía encontrar la armonía con que la vida esconde o
guarda el amor. Si el murmullo del agua llegaba a los oídos de Jotanoa, Eben
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Alb lo hacía soñar con el viaje de una gota de agua que viniendo del mar hasta
llegar a la montaña, regresa con el río a su fuente de origen, dándole el
argumento para que comprenda el viaje del alma que luego de su paso por la
tierra, regresa al alma universal con la ofrenda de las experiencias vividas.
Ahora, mientras se dejaba inundar por el significado de la ley del regreso,
sintió Jotanoa que la mansedumbre y el silencio del valle se acercaban a la
soledad de su corazón y lo acariciaban con el bienestar de la esperanza. Era la
suave presión de una ternura de amor que lo abrigaba desde el porvenir de sus
días. El esfuerzo que hacía para definir lo que aún era indefinible, sólo le
alcanzaba para presentir en lo invisible lo que él tenía que hacer. En su pecho
se agolpaba lo indefinible de aquello, llevándolo a decir lo que se le ocurriera a
modo de desahogo.
Su confidente obligado era Eben Alb, quien cada día se hacía el mejor
amigo de Jotanoa. Mientras el valle se disponía a pasar la noche, Jotanoa le
confesaba a Eben Alb:
—Se ha hecho de noche, Eben Alb. La tarde se ha dormido en el Valle de
Tulum. El cielo color violeta viene ascendiendo del lado de donde asoma el sol
cada mañana. La quietud se adueña del aire que respiramos y lo que fuera
viento durante el día se está convirtiendo en brisa que más se parece al roce de
una tibia caricia.
—Una estrella nos vigila en el horizonte. La atmósfera del valle la mueve
en un vaivén de cuna celestial. Allá lejos, en los espacios oscuros del cielo se
presiente lo que hemos de encontrar en el futuro. No hay luna, por eso la noche
es más oscura, pero igual nos llega la luz que las tinieblas no pueden
ensombrecer.
—Eben Alb, la tristeza me habla en su lenguaje de impotencia por la
dificultad física que no me deja ir más allá del cielo de nuestro Valle de Tulum.
Lo que me ayuda es el sonido de la palabra Tulum. Cuando con íntimo placer
me digo Tulum...Tulum...Tulum, se aliviana mi cuerpo y me aliviano,
quedándose sin peso para ser el valle y su cielo de estrellas. Liviano como una
estrofa musical, me siento el cielo y las estrellas que lo miran y lo miro, que lo
aman y lo amo, que lo viven y lo vivo, sin que nada me separe de su esencia...
—¡Tulum! —le ruego en voz baja—. ¡Tulum, abrígame en tu contenido de
tanta vida y alivia mis alas de sueño para volar en la ternura de tu amor por
nosotros!
—Eben Alb, cierro los ojos y me acerco a la región de tu imperio invisible
para darme cuenta de la extensión sin límite de tu conciencia... ¡Y eso me
consuela!... Tú conoces mejor que nadie los secretos de vida y amor que viven
en la eternidad de nuestro valle. A veces, sin esfuerzo, me siento esfumado en
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tu conciencia, me siento en cada punto del valle al mismo tiempo. Tu
conciencia extendida se convierte, entonces, en promesa madura, donde
esperan las ideas, las ideas, las ideas que han emplumado las alas del sueño...
¡Oh, las ideas, qué débiles eran cuando nacieron! ¡Eran tan débiles!... parecía
imposible que llegaran a vivir la edad del vuelo propio. A pesar de los peligros,
han sobrevivido y hoy tienen alas para surcar el cielo de tu conciencia sin
fronteras...
Cuando Jotanoa terminó de decir lo que era una confesión dirigida a Eben
Alb, creyó que algo sucedería para que las dudas y la incertidumbre dejaran de
interferir en lo que deseaba hacer y empezar en forma definitiva, sin las
vacilaciones que aparecían imprevistamente. Lo que hizo Eben Alb fue
mostrarle un camino y la dirección en que debía transitarlo.
Era un camino amplio y desierto, con un horizonte lejano de un azul
desvanecido por la distancia. Lo único era la dirección, señalando el rumbo que
debía tomar.
La dirección había sido prevista de manera provisoria a partir de su
aventura de niño cuando debajo de la morera derribó aquel pájaro. Su reacción
ante el pájaro herido, el arrepentimiento que sufriera como la decisión
posterior de eliminar de su vida la cacería de animales, habían determinado el
posible rumbo que ahora se lo estaba señalando Eben Alb. Cuando se preguntó
porqué era una ruta desierta, Eben Alb le dijo:
—La tendrás que llenar con lo que vayas viviendo. Nada de extraordinario
hallarás, lo extraordinario ha de ocurrir cuando tus emociones ante los sucesos
sean la causa de una comprensión interna, de la que nacerán las ideas y los
pensamientos de una misión que se irá haciendo comprensible a medida que
avances por ese camino de experiencia exterior y de comprensión interna. Nada
de afuera dejará de ingresar al sendero de la comprensión mística.
LA HERMANDAD DE LOS PROFETAS
¿Cómo era el cielo de aquella época? ¿Se veían las mismas estrellas que
ahora vemos en la esfera celeste? ¿Cómo era la tierra con sus árboles, animales,
ríos y montañas? ¿Qué flores había que hoy ya no existen? ¿Era el rocío de
aquella época el verdadero maná que embellecía y alimentaba a la vida? ¿Se
soñaba lo mismo que hoy o los obstáculos para soñar eran menores? ¿Tenía la
fe el prodigio natural de materializar los anhelos del sueño?
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Lo que Eben Alb puede percibir por medio del radar de su conciencia es lo
que le falta a nuestra civilización, siente que la ausencia actual es añoranza por
aquello que ha dejado de acompañarnos. Es el recuerdo de algo que no tiene el
ambiente apropiado para renacer, para vivir de nuevo con la enorme
experiencia de un pensamiento que había logrado ubicarse como puente entre lo
invisible y lo visible.
Si la época lejanísima la midiéramos según el concepto de cantidad, nos
costaría ubicarla en el tiempo, pero si la midiéramos según el concepto de
cualidad, podría estar al alcance inmediato de nuestra conciencia.
Con esta cualidad se unificarían todos los acontecimientos y los
tendríamos donde nuestra conciencia estuviera, dándose cuenta del suceso que
eligiéramos contemplar.
¿Cuántos eran los que luego llegarían a integrar la Hermandad de los
Profetas?... Los que aparecían desdibujados en la leyenda y en los símbolos
fueron pocos, pocos en número pero suficientes, aunque más que el número
suficiente fue la idea fundamental que reunió a quienes dijeron llamarse los
Hijos de Dios y que por tal privilegio se diferenciaron de los Hijos de los
Hombres. La noble ascendencia que hizo Hijos de Dios no era ninguna nobleza
de cualidad terrenal o corporal sino que era el título obtenido por haber
descubierto a Dios como habitante de su Alma. Era el Dios interno que no lo
encontraron afuera sino en la divinidad del Alma, donde cada uno se sintió
Hijo del hallazgo individual. Aquellos que no tuvieron la experiencia de sentir y
conocer a Dios en su interior fueron los que recibieron el nombre de Hijos de
los Hombres.
Se vuelve claro y evidente que los Hijos de Dios formaran un grupo para
reunirse como una verdadera Hermandad del Alma. De ahí en adelante quedaba
abierto el camino para saber qué hacían con el Dios que habían descubierto en
su interior, y qué hacían para que semejante aventura no se desvaneciera en la
muerte de cada uno.
Parecía natural que esta aventura quedara archivada en la memoria del
Alma para que fuera utilizada en el futuro, ya que el Alma por ser inmortal, no
perdería lo que se hubiera incorporado a su memoria. Así nació la Hermandad
de los Profetas, que utilizó una ley, la Ley del Retorno. Eben Alb se la resumió
a Jotanoa en pocas palabras con la intención, tal vez de que naciera en él la
inquietud por utilizar la Ley del Retorno:
—Del tiempo aquel —le dijo— a la época actual, la humanidad se ha
regido por quienes han usado la Ley del Retorno en los momentos de mayor
peligro para los ideales de la evolución del Alma humana... ¿Qué requisitos
fueron los necesarios para que ellos pudieran hacer uso de la mencionada ley?...
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¡En el alma, como esencia de la armonía universal, descubrieron la idea
maravillosa que usándola la convertirían en la contraparte terrenal, con la que
vivirían madurándola!... Esta esencia no podía quedar en el Alma como la
teoría de una idea, puesto que así de nada serviría. Debían buscar los medios de
darle vida y los mejores medios estaban en los distintos modos o maneras de
convivir con el ser humano y demás criaturas del mundo terrenal.
Les dio resultado porque la intención de experimentarla nacía en su ser
interno, quien los impulsaba a usarla cuando la ocasión se presentaba.
Si se vivía en la intolerancia, la experiencia le permitía ubicarse en la
contraparte, o sea, en lo opuesto a la intolerancia, naciendo así lo que luego se
le daría el nombre de tolerancia. Por este medio, la idea obtenía un rasgo, una
característica, habiéndose logrado que aquella esencia del alma se materializara
en la tolerancia.
—Después que la esencia de la armonía hubo experimentado en el mundo
lo que era la tolerancia, llegaría a corto plazo la nueva ocasión de aplicarla, por
ejemplo, ante un acto de injusticia. Por el mismo proceso anterior se lograría la
noción de justicia. Así sucedió con las demás oportunidades de aplicación de
aquella esencia del Alma, la que con el tiempo fue sumando cualidades
positivas, que enriquecieron una conducta en la que sobresalían acciones en
beneficio de otras personas ajenas al grupo.
—La Hermandad de los Profetas se reunía a cielo abierto y lo hacía
cuando la necesidad interior lo aconsejaba. Todo era incontaminado. La pureza
de lo pequeño era como la pureza de lo enorme. Por el aire viajaban los sonidos
puros de los primeros pensamientos. Las ideas tenían tanta libertad de vuelo
que el mínimo impulso en la mente las hacía volar sin ningún obstáculo... Si
tuviéramos que hacer una comparación con la época actual, diríamos que en el
tiempo de La Hermandad de los Profetas no habían interferencias de ruidos, de
ruidos ajenos a la naturaleza. Los sonidos de la naturaleza cuidaban la fidelidad
de las ideas.
—La Hermandad de los Profetas era a la vez la Hermandad del Alma, o
sea, que además de conocerse en el plano terrenal también se conocieron en el
ámbito espiritual y por conocerse en ese ámbito tuvieron la sabia ocurrencia de
bautizar al ser interno con un nombre, con un nombre elegido por cada uno
para poder identificarse en el futuro cuando la vida los reuniera en una nueva
hermandad.
—Esta Hermandad del Alma vivió muchos años en la tierra pero lo hizo a
través de muchas vidas individuales, teniendo siempre cada uno el mismo
nombre. Algunas llegaron a vivir tiempos terrenales de novecientos años, de mil
y de miles de años, pero siempre esta Hermandad del Alma, durante cada
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período terrestre, era como ya dijimos la Hermandad de los Profetas. Si terminó
siendo la de los Profetas fue porque ellos sabían lo que a cada uno le tocaba
hacer cuando en el futuro se encontraran de nuevo.
—De esa manera ellos pretendieron asegurar la línea ascendente de una
civilización que no fue comprendida ni asimilada cuando dejaron de volver.
La cualidad maravillosa de la conciencia extendida de Eben Alb le
permitió a Jotanoa conocer algunos momentos importantes de la vida de aquella
Hermandad... No sólo conocer sino actualizar un procedimiento parecido,
creando ahora mismo una Hermandad del Alma que esté integrada por quienes
quieran adherirse a este proyecto, cuyos detalles irán apareciendo a lo largo de
lo escrito en estas páginas, y cuya razón estaría en el agotamiento de los medios
objetivos, en la incapacidad del hombre externo de solucionar los problemas
muy agravados que padece la humanidad. Si hasta ahora se ha ensayado todo lo
aportado por los Hijos de los Hombres, quedaría la única reserva en manos de
quienes se animen a descubrir a Dios en su interior y se ganen el privilegio de
ser los Hijos de Dios. Ellos serían los nuevos integrantes de una renovada
Hermandad del Alma.
Para Eben Alb comenzó hace varios años la aventura de las ideas, con las
que según él despejaría el camino que lo ha de llevar a formar parte de la
Hermandad del Alma, siendo éste el medio de asegurar la misión que el futuro
se ha de llevar a cabo. El mejor terreno para sembrar y cosechar ideas ha sido
Jotanoa, por eso lo anima a vivir incidentes, de los que obtiene la comprensión
y las ideas necesarias.
De acuerdo con las condiciones establecidas por el proyecto, la humanidad
dejaría de depender de individuos que sólo les interesa el poder por el poder
mismo, sin tener en cuenta la degradación paulatina de la vida terrestre.
Si bien parece que existe una hermandad tenebrosa que se organiza según
sus propios intereses, también la Hermandad del Alma puede organizarse en
bien de sus propios intereses, que son los intereses del Alma de la humanidad.
¡Lo que es de todos en el imperio del Alma debe ser de todos en el imperio
terrestre!
Si cada uno de nosotros se acostumbrara a sentir que su Alguien del Alma
tiene una conciencia interior capaz de abarcar los tiempos y los espacios
infinitos, abarcarlos en cualidad, no en cantidad, se daría cuenta de que puede
hacer de su vida un proyecto actual para desarrollarlo en el futuro, siempre que
se dedique a eliminar los obstáculos que le prohiban integrar la Hermandad del
Alma. Así habría vivido la Hermandad de los profetas, Haciéndose cada uno
profeta de sí mismo, sabiendo lo que tenía que hacer en el porvenir.
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La norma de vida con que se regían aquellos seres nos explica el misterio
de las profecías, pues si alguien se compromete a realizar en el futuro lo que
ahora decide hacer, cuando lo haga habrá cumplido con la profecía. Esto nos
ayuda a considerar imprescindible la ley del Retorno, que no es otra cosa que el
regreso a la vida para cumplir con lo que quedó pendiente en el pasado.
La pregunta se hace necesaria: ¿Cómo hicieron ellos para reconocerse en
el porvenir?...
La costumbre de vivir en relación íntima con el ser interno fue el medio
eficaz con que la intuición los guiara y los inspirara. Además, les debe haber
sido fácil ganarse la autorización de lo que deseaban hacer si previamente había
que merecerlo, y merecerlo suponía el premio a cómo se conducían entre sus
semejantes, aplicando, por supuesto, lo que la esencia del Alma les aconsejaba
aplicar... Y no era otra cosa que tener el ánimo dispuesto en actitud de ayuda,
sugiriendo y mejorando el nivel de vida de los desprotegidos y haciendo que la
bondad presidiera todos los actos de su condición humana.
A partir del momento en que sintieron la libertad de actuar, el primer paso
consistió en bautizar a su Alguien del Alma con un nombre, con el nombre que
les serviría para identificar al mismo Alguien del Alma a lo largo de los cientos
y cientos de años que viviría en diferentes cuerpos en el plano terrenal.
La comparación aumenta la claridad de la noción que estamos
exponiendo. Así como hay una ceremonia para imponer el nombre a una
criatura, también ellos llevaron a cabo una ceremonia para bautizar con el
nombre elegido a su Alguien del Alma, quedando de esta manera constituida la
Hermandad del Alma, la que durante cada vida terrestre iba a desarrollar sus
actividades como la Hermandad de los Profetas.
Jotanoa quería abandonar poco a poco la costumbre de sentirse encerrado
entre los extremos de nacimiento y muerte. Si bien la mayoría de los seres
humanos vive arreglando sus cosas de acuerdo con semejantes límites, él no
deseaba una existencia condenada por lo efímero, una existencia disminuida y
abrumada por la angustia de lo fugaz. Por eso buscaba la manera de llegar a
saber y a sentir que la vida tiene a su favor el esfuerzo permanente de vivir, sin
que la muerte sea el impedimento a su continuidad.
Sería más o menos fácil aceptarlo si aprendiéramos a sentir lo que uno es,
si viviéramos sintiéndonos alma viviente en vez de cuerpo perecedero. De
sentirnos Alma viviente a la aceptación del Dios Activo que habita dentro de
cada ser humano se puede llegar con cierta naturalidad. Sentirse habitado por
un Dios que nos ofrece el privilegio de activar y manifestar su poder es algo
que va más allá de toda limitación humana. Si la limitación humana, pensaba
Jotanoa, actuaba de obstáculo, entonces le quedaba la eliminación de semejante
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obstáculo, y si él pretendía eliminarlo era porque necesitaba demostrarse a sí
mismo el crecimiento de una sabiduría comunicada por su Dios interno.
Era una mañana como cualquiera otra mañana.
Para hacerla distinta había que vivirla de manera distinta, por eso salieron
al encuentro de algo que la hiciera diferente. Sólo hacía falta darle vida a la
confianza para que esa mañana transcurriera enriquecida y pasara a ser uno de
los días que pudiera recordarse con agrado, que pudiera quedar en la memoria
como el testimonio de lo que anhelaba Jotanoa, o sea, pasar por alguna
experiencia que le diera el argumento de afianzar la creencia en su alma
viviente.
Cuando Eben Alb le hablaba no lo hacía con la voz sonora de la
vocalización sino cuando uno se habla a sí mismo y se escucha a sí mismo,
preguntándose y respondiéndose. Para que esta forma de dialogo no cayera en
los errores comunes de obligar a que la respuesta sea según lo que uno quiere
escuchar, Jotanoa debió aprender, después de muchos fracasos, que lo sugerido
o lo aconsejado por Eben Alb era distinto a lo esperado. Aunque el método de
entender fue puliéndose poco a poco sin haber obtenido la perfección, sin
embargo, el resultado dejaba con cada intento el beneficio de un mejor
entendimiento. En bien de tal entendimiento a Jotanoa no le quedó otra
alternativa que aceptar la facilidad con que cometía los errores por el afán del
beneficio propio y porque, casi siempre, la vanidad eliminaba la influencia de
la humildad. Aprendió que la vanidad, es decir, esa actitud de creerse y no sólo
creerse sino sentirse superior a todo, era el obstáculo mayor que le impedía la
comunicación fluida, franca y amigable con Eben Alb.
Por supuesto que Eben Alb iba a facilitarle los medios para vencer a la
vanidad y a su corte de servidores, haciéndola inofensiva, reduciéndola a una
existencia intranscendente.
La mañana que Jotanoa la quería distinta fue convirtiéndose luego en un
día diferente, durante el cual vivió la sensación interior de un renacimiento.
Fue el comienzo de un ascenso hacia la obtención de aquellas ideas que lo
acercarían al misterio del alma viviente de la humanidad. Si él ya se había
considerado Alma viviente, empeñado en la búsqueda de un justificativo para
su vida, de una misión que le diera valor a su existencia; si él casi se había
convencido de que era un alma viviente tras semejante búsqueda, este
convencimiento lo estaba conduciendo a participar del Alma viviente de la
humanidad. Si él ya se había considerado alma viviente, empeñado en la
búsqueda de un justificativo para su vida, de una misión que le diera valor a su
existencia; si él casi se había convencido de que era un alma viviente tras
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semejante búsqueda, este convencimiento lo estaba conduciendo a participar
del alma viviente de la humanidad.
El convencimiento, con el que se entretenía por la novedad de haberlo
descubierto y que al principio era inofensivo, fue transfomándose hasta
alcanzar cierto grado de obsesión le dio a Eben Alb la oportunidad de expandir
su conciencia y de hacer que Jotanoa experimentara dicha expansión.
¿Cómo es que Jotanoa le permitió a Eben Alb extender su conciencia? En
realidad, la conciencia de Eben Alb permanece siempre extendida por medio de
la función subjetiva como algo inseparable de su naturaleza espiritual, o sea,
que Eben Alb vive en contacto permanente con el universo, sin que Jotanoa
deba saberlo... Pero cuando Jotanoa comenzó la búsqueda de su ser interno y
cuando pudo vislumbrar o presentir la existencia de quien se dio a sí mismo el
nombre de Eben Alb para facilitar la comunicación entre ambos, fue entonces
cuando Jotanoa se dio cuenta de la conciencia extendida de su ser interno, de
cuya consciencia empieza a sentirse parte y a sentir cómo se extiende cada vez
que una pregunta o alguna inquietud llega al imperio invisible de esa conciencia
extendida.
Jotanoa y Eben Alb ya estaban donde querían estar esa mañana. Durante
el día anterior habían sentido la necesidad de alejarse de donde el ruido es el
compañero inseparable de los habitantes de una ciudad.
El silencio parecía recobrar la mansedumbre de los sonidos naturales a
medida que avanzaban hacia el sitio elegido.
El sol y la brisa eran las alas con que el día recién nacido volaba desde el
amanecer hasta el ocaso.
El sol estaba enrojeciendo la línea del horizonte cuando Jotanoa, después
de haberse sentado en una pequeña meseta de la montaña, sintió en su interior
la voz de Eben Alb que le decía, al parecer, inspirado por el despertar de la
naturaleza:
—Jugar con la alegría de la vida y jugar con la inocencia de un niño para
que el niño te haga sentir su inocencia es casi lo mismo. Es casi lo mismo,
nunca igual. En el niño, la emoción es soberana sin la ayuda de la razón. En el
hombre, la razón es soberana sin la ayuda de la emoción. Lo que al hombre le
falta le sobra al niño, por eso es casi lo mismo pero nunca igual. Jamás una
emoción sostenida por la razón se ha de equivocar, como tampoco se ha de
equivocar la razón si la emoción la alimenta con su calor. Cuando ambas
siguen caminos separados, las dos se equivocan. Los caminos separados vienen
desde el fondo de la historia. Desde el comienzo de los acontecimientos
humanos, la razón y la emoción han cometido los mismos errores, porque
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separados, no pudieron solucionar ni siquiera los más simples problemas que
aún sufre y soporta la humanidad.
—¡Decídete —continuó diciéndole— a vivir en la gracia con que vive la
inocencia de un niño y tendrás a tu alcance la sabiduría, siempre que la razón
vaya de la mano de la emoción!... Con esa misma gracia, con esa misma
inocencia debes jugar con las ideas para descubrir cuáles pueden llegar a ser las
más poderosas en la tarea de convencer, de convencer como te convence la
inocencia de un niño cuando juegas con él... ¡Los problemas más dolorosos que
aguanta la humanidad, son los que deben encararse con la emoción pura de la
devoción, con la emoción pura de la inocencia! ¡Jugar con ellos hasta que ellos
te digan la solución, te digan las ideas que ayuden a convencer!... Jugaremos,
Jotanoa, jugaremos a unir los caminos separados, jugaremos con cada emoción
para que cada emoción nos entregue las ideas de mayor influencia y nos
conduzca por el camino que nos lleve al alma de la humanidad... ¡No en vano
hemos elegido el árbol de la vida que tiene sus raíces en el corazón y en el
corazón sabemos que habita la magia del amor!
Eso fue lo que Jotanoa oyó como el comienzo de un día diferente. Era el
comienzo de una aventura puesto que de una aventura tenía mucho. Es posible
que se convierta en la aventura de un desafío, de un desafío expresado ya en los
párrafos de la Hermandad del Alma y de los Profetas.
Delante de sí había un terreno desconocido, donde el misterio del hombre
mantenía el secreto de la creación, donde el imperio invisible de Eben Alb tenía
regiones vírgenes, jamás exploradas, nunca colonizadas... ¡Eran las regiones de
un presente ilimitado donde Eben Alb podía abarcarlo con su conciencia
cósmica!... Si Jotanoa le hacía una pregunta, la conciencia de Eben Alb se
ubicaba en la respuesta de su conciencia cósmica, la que podría estar en el
futuro según el presente de Jotanoa.
Jotanoa podría decir que la respuesta le vino del futuro, aunque, en
realidad, le vino del presente extendido de Eben Alb.
Habiendo creado el clima interior apropiado, sin que faltara el ingrediente
de la inocencia, comenzaron a jugar con la verdad de la alegría y con la
seriedad de la pena y los dolores. Jugaron con la emoción de la ternura para que
de la emoción de la ternura surgieran las ideas más poderosas. Hicieron lo
mismo con la emoción de un acto de justicia para que de él naciera la idea de
equidad que mayor fuerza persuasiva tuviera. Jugaron con la emoción de la
tolerancia para obtener la influencia necesaria en la acción de unir los extremos
de la intolerancia. Jugaron con la emoción de la bondad para que la bondad les
diera la idea de afianzar la hermandad definitiva. Jugaron con la tristeza hasta
verla convertida en alegría. Jugaron con el dolor hasta verlo desaparecer en el
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regazo de la salud. Jugaron con el Alma aprisionada en la celda de la negación
hasta verla liberada en la íntima extensión del universo. Jugaron con la emoción
de encontrar lo mejor de sí mismo hasta sentir la idea de dar lo mejor de sí
mismo...
¡Cuando terminaron de jugar con las emociones se encontraron con que
habían escrito las páginas de este libro!
La mañana de ese día seguía siendo diferente a las anteriores vividas por
Jotanoa, quien ahora estaba oyendo y sintiendo el mejor instante de inspiración,
el mejor momento de iluminación de Eben Alb. En la presencia invisible de
Eben Alb se notaba algo incontenible como si la oportunidad de hacerse oír
estuviera respaldada por el genio de la luz.
Jotanoa miraba el Valle de Tulum allá abajo y luego cerraba los ojos para
contemplarlo con la sensación interna del Alma, de su alma viviente. Cuando
Jotanoa cerró los ojos, se vio de inmediato extendido en la conciencia de Eben
Alb. Luego sobrevino la dilatación de los sentidos espirituales para percibir con
ellos lo que no se puede percibir con los otros. Tanto Eben Alb como Jotanoa
ya no eran ellos. Ninguno de los dos se podía identificar como una
individualidad porque la habían perdido en la extensión de la conciencia
cósmica. Sólo quedaban los sentidos del Alma para darse cuenta de lo que
sucedía en el universo, en especial, en el universo del Valle de Tulum... Y el
Valle de Tulum era ahora una misma realidad uniéndose al alma viviente de
Jotanoa. Cuando Jotanoa se preguntó cómo habría sido el comienzo de todo lo
que estaba viendo, esa misma realidad pareció retroceder al pasado de su
creación.
El Valle se hizo anterior al Valle, iniciándose una danza de puntos
luminosos o más bien, partículas luminosas, tal vez idénticas a las bautizadas
con el nombre de electrones, pero electrones libres, obedeciendo solamente a
leyes de atracción y repulsión según sus cualidades positivas o negativas.
Cada punto luminoso se movía en busca de su pareja, formándose un
nuevo punto luminoso. Seguir la trayectoria de un electrón era imposible, pero
lo que dejó de ser imposible fue que las sucesivas uniones llegaron al límite o
más bien, a la línea divisoria de los dos universos, o sea, que las partículas se
estaban acercando a la densidad necesaria para convertirse en materia, y según
la experiencia de Jotanoa, en la creación del Valle de Tulum... Ahí, delante de
sus ojos, de percepción psíquica, de mirada espiritual, estaba lo que había sido
un número infinito de partículas, moviéndose en pos de su pareja para llegar al
nivel de su sustancia con que el mundo aparece ante sus ojos, el tacto, el gusto,
el olfato y los oídos del ser humano... ¿Habré asistido, se preguntó Jotanoa, al
nacimiento de la materia cuando cada partícula de energía, al encontrarse con
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su pareja, se aproxima a la densidad de la materia y, por supuesto, a la creación
de todas las manifestaciones del mundo terrenal?...
Lo que Eben Alb le dijo fue algo que lo dejó satisfecho porque mejoró la
comprensión de lo que acababa de experimentar.
—Haber nacido —comenzó a decirle Eben Alb— en este rincón de
América, llamado Valle de Tulum, puede no tener importancia en comparación
con la inmensidad infinita del universo, pero para tu Alguien del Alma, es
decir, para quien te está hablando desde tu interior, es de fundamental
importancia, es casi primordial por la oportunidad de haber alcanzado este
grado de comunicación contigo. Tiene tanto valor que podemos alcanzar la
espiritualidad del mismo Valle, llegando a vivir en cada color de su ambiente,
en cada sonido de su atmósfera, en cada gota de rocío, en cada canto de ave, en
cada sueño de vida... Me estás conociendo en el momento propicio de extender
o proyectar nuestra conciencia hasta abarcar la conciencia cósmica, lo que
significa que el paisaje nos puede asimilar, nos puede incorporar con todos los
pensamientos del ideal que nos ilumine para dejarlos aquí, palpitando en el
pulso o ritmo de su naturaleza.
—¡Jotanoa, escúchame y oirás la voz del Valle, siénteme y sentirás la vida
del valle, víveme y vivirás la vida del Valle! ¡Allá afuera, más allá de tu tacto,
hasta donde llega la mirada de tus ojos físicos, existe un Valle de Tulum! De
tus sentidos terrenales hacia afuera se hace visible a tus ojos el valle de
Tulum... ¡De tus sentidos físicos hacia dentro existe otro Valle de Tulum,
quizás el verdadero, tal vez el verdadero, el de la verdad mayor, el que nos
permitirá comprender al de afuera, ese de afuera que terminas de verlo en su
danza de electrones libres...
Eben Alb parecía mecerse en el blando silencio de la invisibilidad. Se hizo
profunda la paz interior. La calma adquirió vitalidad en la voz que le seguía
llegando con la misma claridad anterior.
—El Tulum de afuera, ese que está junto a tu piel y que se agranda en su
círculo montañoso, ese se desvanece en la ilusión de tus ojos cuando tus ojos
dejan de verlo, cuando dejan de mirarlo, pero aquí dentro, en la zona de mi
esencia universal queda grabada una suma de frecuencias o partículas
organizadas de energía equivalentes a la imagen venida del Tulum de afuera.
Jotanoa no supo cómo sucedió. Fue algo parecido a lo ocurrido con
Albanoa cuando lo dejaba al borde mismo de la eternidad de su Alma viviente.
Además, si estaba sucediendo algo parecido, no era porque se repitiera sin
algún propósito. Algo pretendía aparecer o madurar en la repetición. Por
último, la repetición acentuaba el clima de la comprensión interna y ayudaba a
establecer el hábito de la misma.
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En esta ocasión, sin saberlo, se vio rodeado y sumergido en la esencia de
las cosas. Lo acompañaba una sonrisa impersonal. Era la sonrisa de Eben Alb.
También su voz lo acompañaba, la que le decía, sugiriéndole que se dejara
llevar por lo que estaba experimentando, que no se preguntara ni quisiera
averiguar lo que le estaba sucediendo, que eso lo dejara para cuando su modo
de pensar estuviera en condiciones maduras de comprender. Otra sensación lo
acompañaba, la de estar en todos los lugares, sin saber si estaba dentro de sí
mismo o se hallaba diluido más allá de su cuerpo en la extensión del universo...
Y algo más sucedió. Una voluntad de suaves decisiones pero de poderosa
influencia le hizo saber que tenía a su favor la magia de lograr lo que anhelara,
siempre que lo hiciera por amor a lo que quería y con amor. A merced de esa
íntima voluntad se sintió amar y amó la presencia de algo inefable que lo
percibió como un perfume. Tampoco supo de dónde le llegó el perfume ni por
qué lo estaba envolviendo, pero al sentir su presencia, al sentir su densidad casi
visible, el perfume giró sobre sí mismo en un torbellino de chispas y se hizo
una flor y luego vio cómo la flor volvía a convertirse en perfume y cómo el
perfume, nuevamente, se transformaba en la flor.
Cuando pasó el momento de la impresión dejada por lo que terminaba de
ocurrirle, escuchó una pregunta cargada de significación, formulada por Eben
Alb:
—¿En qué te agradaría convertir el perfume de esa flor?...
—¡En un pensamiento —le contestó, sin vacilar.
—¿En qué pensamiento?
—¡En el pensamiento de la justicia!
—¿Sabrías convertir ese pensamiento en la emoción de la justicia?
—¡Sí, creo que sí, lo creo porque he sentido lo que le sucede a mi ánimo
cuando no he podido comprender el uso de la justicia para justificar un acto de
injusticia!
—¿Podrías hacer una imagen que sea equivalente a la emoción de la
justicia?
Jotanoa no le contestó, guardó silencio porque no estaba seguro de poder
hacerlo. Quiso manifestar la impotencia ante la dificultad de hacer algo tan
importante, pero Eben Alb lo ayudó a aceptar la momentánea dificultad que por
ahora se debía a la falta de práctica. Para que no perdiera la esperanza le dijo:
—La dificultad de convertir una emoción en imagen es común a mucha
gente porque nunca ningún sistema de enseñanza le dio la importancia que
merece como punto de partida de lo que nosotros hemos llamado el Hábito de
la comprensión interna o cultura de la comprensión mística. Este mismo hábito
te ayudará a lograr lo que aún no has logrado.
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Hubo una pausa, un instante durante el cual Jotanoa se entretuvo mirando
una caravana de hormigas con su carga a cuestas.
Mientras se distraía, observándolas, oyó el grito de aves de rapiña. Cuando
localizó la zona del cielo de donde provenían los chillidos, vio el vuelo de un
pájaro, llamado cernícalo, que era perseguido por otro de mayor tamaño. Sobre
el cielo azul, el que perseguía se acercaba velozmente al que lanzaba gritos de
víctima a punto de caer vencida, pero la habilidad o la reacción de la defensa
propia hizo que el cernícalo se diera vuelta con las garras hacia arriba y hacia
quien lo perseguía. En esta posición de vuelo invertido se produjo el choque.
Hubo un remolino de bultos en el aire, del que volaron algunas plumas y del
que ambos salieron en direcciones distintas, al parecer ilesos, pues cada uno se
alejó gritando en su lenguaje de aves de rapiña. En la zona del choque aéreo
quedaron las plumas descendiendo lentamente en la calma del aire.
La distracción le permitió a Jotanoa ubicarse en el punto apropiado de
observación para ver desde la distancia lo que no podía ver por estar demasiado
cerca. La distracción, en este caso, significaba dejar en manos de Eben Alb el
material descubierto y obtenido durante los sucesos recientes. Eben Alb, sin la
presión exterior de Jotanoa, pudo acercarse a la región más profunda de su
imperio, donde tiene su asiento el Dios de cada ser viviente, para que la
sabiduría de ese Dios le ordenara los datos que hacían falta, los que llegarían a
beneficiar las inquietudes y aspiraciones de Jotanoa.
Era el verdadero momento de la meditación, el momento de la espera,
sabiendo que lo que se ha pedido habrá de tener la respuesta adecuada. Jotanoa
no sabía lo que le esperaba por haber provocado la reacción del misterio de su
divinidad; por haber asumido la actitud de no poder soportar los sufrimientos
de sus semejantes y por haber querido una solución que no ofendiera al poder
de quienes manejan el destino de la humanidad... Tampoco quería acusar a
ninguna institución humana por no haber cumplido con lo prometido desde
hace milenios. Si bien todo lo utilizado en procura de lograr lo prometido había
fracasado, Jotanoa anhelaba que las cosas sucedieran a partir de ahora como si
algo paralelo a lo establecido iniciara la tarea de realizar lo que fuera tantas
veces prometido. Quería que la naturaleza desinteresada de la tierra lo ayudara
a encontrar las ideas que tuvieran el poder de convencer.
Era el mes de setiembre. El mes de setiembre en el hemisferio sur
equivale al mes de marzo del hemisferio norte. Desde muchos siglos, tal vez
desde siempre, el año de la naturaleza comienza el 21 de marzo en el medio
mundo norte de la tierra, fecha del año solar del planeta. Parece que siempre la
importancia de las cosas está en relación con la cantidad de poder que el
hombre ejerce sobre los hombres y su medio ambiente.
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Si el año solar empieza cuando la naturaleza deja el invierno para renacer
con la primavera, entonces debería haber otro año solar a partir del mes de
setiembre en el hemisferio sur. Al parecer, todavía el hemisferio sur no tiene el
suficiente poder como para que aparezcan hombres que le den importancia a lo
relacionado con su medio ambiente. Aunque no tengamos ese poder, nos
haremos la ilusión de que el 21 de septiembre comienza en el hemisferio sur el
año nuevo de la naturaleza con su despertar primaveral.
Por último, tampoco se dieron cuenta de que la tierra estaba dividida en
dos hemisferios para que al hombre nunca le faltara nada, es decir, que lo que
durante una época no se produce en un hemisferio, se produce en el otro.
Tanto Jotanoa como Eben Alb ya tenían el material suficiente como para
ir descubriendo la serie de ideas de aplicación futura. Para que las ideas
fluyeran libremente, Jotanoa había eliminado de su egoísmo la noción de
propiedad, o sea, el derecho a ser dueño de algo, sintiéndose más bien el
instrumento de comunicación de las mismas. Quien mayor derecho tendría
sería Eben Alb, pero hasta el mismo Eben Alb se había excluido, dando a
entender que él también era un medio, el medio espiritual de darle a Jotanoa lo
que había visto en su contacto con lo que era superior a él. Si de alguna obra
exclusiva se lo puede hacer dueño a Eben Alb, era la de haber sido el autor de
la interpretación de las imágenes que encontrara en su imperio invisible.
Siendo las imágenes el único lenguaje de manifestación, era necesario que
Eben Alb efectuara la traducción. Las palabras oídas por Jotanoa habían
pasado por el proceso de la interpretación señalada, luego quedaba la etapa más
difícil, la de la comprensión, pero como Jotanoa estaba creando el hábito de la
comprensión interna, esto último le serviría para eliminar poco a poco las
distorsiones y las interferencias.
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CAPITULO II
EL CAMINO ABIERTO
Jotanoa no iba a lograr dominar la impaciencia. Lo impacientaba la
demora en llegar a lo que quería obtener, a lo que deseaba conocer. Cuando
exageraba el deseo, éste se convertía en ansiedad, debido a que su imaginación
era muy rica en crear ilusiones y sueños a partir de la mínima promesa hecha
por Eben Alb. La interpretación de lo que le prometía Eben Alb. La
interpretación de lo que le prometía Eben Alb era la fuente en la que se
alimentaba la imaginación, y su imaginación adquiría el rango de mago, capaz
de trasmutar en oro cualquier desperdicio de la mente, y esto no hacía otra cosa
que obstaculizar la función de la intuición, impidiéndole llegar al tramo final de
la interpretación correcta.
Si bien esto le sucedía a Eben Alb, apenándose cada vez que su mensaje
no era atendido correctamente, a la mayoría le ocurre lo mismo en situaciones
parecidas. Lo más grave tiene lugar cuando queremos obligar a la intuición a
que nos diga y nos guíe según nuestra conveniencia exterior, cuya conveniencia
padece la influencia del egoísmo de nuestra ambición. Cuando la obligamos a
que nos diga sí, porque eso es lo que queremos o cuando queremos que nos
diga no, porque nos conviene que sea así, cometemos el error en la
interpretación influye de tal manera en la imaginación que está nos entrega un
cuadro tan fuera de lugar que sólo nos espera el fracaso y la desilusión.
Sin embargo, con el tiempo podríamos adaptarnos y poco a poco mejorar
la interpretación como para comprender que la intuición no se equivoca nunca,
que ella se abre camino a través de lo que le ofrecemos. Si la esperamos con la
mala interpretación, ella sigue usando un método similar al de la óptica para
enviar las imágenes o los mensajes desde su plano psíquico a nuestro plano
físico, es decir, el mensaje que pasa del plano espiritual al plano material lo
hace a través de un punto, y al hacerlo así aparecería invertido, quedando a
cargo de la interpretación el destino final de lo que nos quiso decir la intuición.
Cuando nos encaprichamos en recibir la guía de la intuición según la
conveniencia de nuestra vanidad o de nuestro orgullo o de nuestra ambición, la
intuición hace lo que debe hacer y no deja de aconsejar, sólo que lo hace según
la manifestación invertida de una ley similar a la de la óptica. Cuando la
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interpretación interesada dice sí, es porque la intuición ha emitido el no... Si la
humildad fuera la que nos pusiera en contacto con la intuición, no habría nada
invertido, pues el proceso llegaría a buen fin, de la misma manera en que la
imagen invertida en los ojos aparece en la posición correcta en la interpretación
del cerebro.
Si esto no fuera así, aún nos queda la interpretación según el fenómeno de
la dualidad, en que intervienen los aspectos opuestos de toda manifestación. El
blanco y el negro, el frío y el calor, lo masculino y lo femenino, lo duro y lo
blando, lo seco y lo húmedo...
Cuando la intuición nos envía el blanco, interpretamos el negro, cuando
nos dice frío, interpretamos calor, etc..., pero en este caso como en el anterior el
problema aparece en el tramo final y no en el origen de la intuición, o sea que
hay algo en nuestra mente que no deja pasar el mensaje intuitivo con nitidez.
Ahora nos queda averiguar en que zona del tramo final se produce la
errónea interpretación.
Por el organismo humano se extiende una red de conductores de energía
electronerviosa, la que conduce señales de información hacia el lugar donde
hace falta que llegue. Siguiendo el principio de la dualidad, utilizando en todo
circuito eléctrico, en el ser humano encontramos los dos conductores
principales de energía electronerviosa. Ellos son el sistema del gran simpático y
el espinal. Entre ambos sistemas vienen y van los impulsos... En este caso, nos
interesa lo que la intuición nos envía desde su lugar de emisión, y lo que se
recibe en el lugar de la recepción.
La intuición es una de las funciones de nuestra silueta llena de alma, es
decir, de nuestro cuerpo psíquico que cuando es requerida su ayuda, ella
colabora. Su naturaleza espiritual la obliga a utilizar una energía de alta
frecuencia, la que tiene que ser transformada en una energía de baja frecuencia
o la equivalente a la que puede recibir nuestro sistema físico.
Cuando los extremos de emisión y de recepción se hallan muy separados,
porque uno emite muy alto y el otro recibe muy bajo, la adaptación de
frecuencias se hace imposible, lo que significa que la comunicación se vuelve
imposible entre la silueta llena de alma y el cuerpo físico. De ahí surge la
necesidad de unir los extremos y esto se logra limpiando la mente de
suciedades, de residuos supersticiosos, que han venido acumulándose a lo largo
de las edades. Los residuos actúan como distracciones, alterando el mensaje,
cambiándolo en el tramo final.
A Jotanoa le pasaba algo similar y su preocupación lo llevaba a ensayar
métodos que pudieran mejorar la calidad de la comunicación con Eben Alb.
Nunca dejó Eben Alb de estimularlo con expresiones como las siguientes:
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—Aquello que perturba las comunicaciones entre los hombres se parece
mucho a lo que perturba nuestra comunicación. Si la intolerancia y la vanidad
conducen a separar, haciendo imposible el entendimiento, entre tu y mi silueta
llena de Alma sucede lo mismo. No puedes comunicarte conmigo si tu ánimo
se halla alterado y perturbado por las pasiones vulgares y por los caprichos
inútiles y groseros. Cuando consigues limpiar la visión de la mente, limpiándola
de lo que la hace agresiva, debido a las pasiones señaladas, entonces se vuelve
posible el acercamiento a mi región espiritual. A esto súmale la purga de
supersticiones sin valor alguno y lograrás elevar la frecuencia electronerviosa
de tu sistema de comprensión.
Eben Alb se interrumpió como si de pronto se diera cuenta de que la
oportunidad había llegado para sorprender a Jotanoa con lo que le dijo:
—Tu pequeñez humana alberga la chispa con que puedes encender una
antorcha que ilumine el horizonte de una solución mundial, siempre que nos
pongamos de acuerdo en lo que cada uno tiene que hacer según la naturaleza
nos ha dotado de funciones psíquicas por mi lado y de funciones físicas por tu
lado. Por el lado de mis atributos psíquicos existe la función de mi consciencia
que puede abarcar hasta límites insospechados. Dentro de tales límites están las
respuestas a tus preguntas y las soluciones a tus anhelos, pero primero que nada
debes usar el lenguaje de la visualización para expresar las preguntas y anhelos,
pues esta manera de expresión me permite encontrar dentro de mi conciencia
extendida lo que quieras como respuesta y lo que deseas como guía para tus
anhelos más elevados. Un ejemplo te ayudará a comprender lo que te digo.
Imagina que mi conciencia es un terreno en el que viven animales y crecen
muchas plantas.
Ampliando el ejemplo puedo agregar que en ese terreno caben todas las
manifestaciones del universo... Si quieres averiguar algo que te interese, será
necesario que lo pidas como primera medida y cuando lo hayas hecho, entonces
yo sabré dónde hallarlo. Si deseas que una de tus aspiraciones sea el ideal que
anime tu vida, también podré sugerirte el modo de alcanzarlo, es decir, la
pregunta me ubica en la respuesta, y lo que anhelas me ubica en la manera de
lograrlo...
—Jotanoa —le dijo, luego de una pausa—, cada ser humano lleva dentro
de sí el mundo maravilloso de la creación y el de las leyes que lo crearon, sólo
que esas leyes tienen su propio ámbito de armonía superior. Para llegar a él
tienes ahora el camino abierto...
Semejante anuncio, exaltado en términos demasiado bellos, hizo su efecto
en la humildad de Jotanoa, sintiéndose reducido a una diminuta expresión de
vida... Se sacudía la cabeza como quien le parece escuchar algo imposible de
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realizar, algo imposible de aceptar. No obstante, Eben Alb siguió construyendo
lo imposible según la humildad de Jotanoa:
—A partir de los próximos días —le dijo— aparecerán los sucesos,
aunque vulgares y comunes, que pondrán a prueba la reacción de tus
emociones, ya que es casi imprescindible que tu sensibilidad tenga la
oportunidad de inclinarse hacia el lado conveniente, hacia donde quede liberada
la voluntad de una consciencia de amor, cuya divinidad estará reservándote el
poder de actuar y vivir según la bondad de tu ideal desinteresado... No creas
que estoy exagerando, tampoco temas que haya desconfianza en lo que espero
de ti. El comienzo del rumbo definido que ha tomado tu existencia tiene su
origen en tu reacción de niño cuando aquel pájaro te inició en la emoción del
arrepentimiento, del niño aquel que sufría mientras palpitaba en su mano el
corazón asustado del ave que terminaba de herir...
—Ahora —continuó diciéndole— cierra los ojos y deja de mirar hacia
afuera. Mírate a ti mismo moviéndote hacia aquí, hacia donde yo te espero con
el cariño que ha de convertirte en Alma viviente, en silueta llena de Alma, cuya
liviandad agradable te hará usar la mirada de los ojos psíquicos... ¡Con los ojos
cerrados de tu mirada física, abre ahora los ojos de tu mirada psíquica y mira
hacia donde quieras mirar!... ¿Qué ves?... ¡Lo que veas, míralo sin que haya
distancia, o sea, míralo como si te miraras a ti mismo!... ¿Qué ves?... ¿Te
sientes hecho de lo que ves?...
—¡Sí... —repitió—. ¡Veo y me veo!... ¡Siento y me siento!... ¡Allá y aquí,
todos los lugares se hacen uno en mí y yo parezco la tierra! ¡Gira y giro sin
movernos!... ¡La tierra y yo somos el altar donde se ha de sacrificar lo que
queda de vida!... ¡Del sol y de los mundos estelares llueven lágrimas de lástima
por el destino que nos espera!... ¡Yo y la tierra, vemos que millones de ojos
enceguecidos no pueden ver porque les preocupa el saco sin fondo de sus
ambiciones! ¡En los bolsillos enormes se halla encerrada la bondad de la tierra!
¡La vida se hiere a sí misma en aquellos que se desangran sin la hermandad de
la humanidad!... Pero... ¿por qué estoy viendo lo que no quiero ver? ¿Por qué
estoy sintiendo lo que no quiero sentir? ¡Yo no soy esa historia definitiva de los
residuos, yo no soy la basura que se hunde en ese pozo de la historia caduca!...
¡Yo soy... vida en la vida de la tierra! ¡Yo soy... amor en el futuro de la tierra!...
¡Yo soy...!
El lugar donde estaba Jotanoa se llenó de luz cuando dijo ¡Yo soy!... y
cuando abrió los ojos estaba solo con la brisa meciendo el sueño de la noche.
Todo el valle se meció y dijo también: ¡Yo soy! y en las sombras recién nacidas
titilaron las chispas azules de una luz extraña. El silencio las acompañaba...
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Eben Alb se había refugiado en lo más hondo de su imperio invisible.
Jotanoa y el sueño del Valle se dejaron iluminar por las chispas azules de
aquella luz extraña, mientras Eben Alb regresaba de su imperio para decirle:
Jotanoa, Jotanoa,
si he nacido
de tu sueño de encontrarme,
yo vendré, te lo aseguro,
convertido en otro sueño
a ofrecerte
el adiós a tus pesares.
Ya muy cerca
del adiós a tus pesares,
te unirás al cariño
de quien ama y espera
el momento
decisivo del encuentro.
Te abriré el camino
del encuentro
cuando el Valle de Tulum
nos reciba en su refugio
de belleza milenaria.
EL VIEJO Y LAS ESTRELLAS
Era la misma calle de la niñez de Jotanoa. Allí, a pocos metros estaban las
mismas moreras, más crecidas pero las mismas. El sendero ahuecado por el
paso de la gente. Las rejas oscuras, como siempre apuntando al cielo... Los que
no estaban eran ellos, los jóvenes cazadores, que hoy la vida los había
dispersado. No estaban allí aunque seguían habitando en la memoria de
Jotanoa. Jotanoa no encontró a sus compañeros de aventura, allí, bajo las
moreras, pero los halló tan vivos o más vivos en el imperio invisible de Eben
Alb, donde tendrán su residencia eterna como criaturas de un mundo
equivalente al mundo de afuera, según el concepto de su silueta llena de Alma.
A sólo unos pasos de la hilera de moreras ocurrió el primer encuentro en
relación con el camino abierto que le señalara Eben Alb.
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Tal vez haya sido el cielo del Valle de Tulum el que le inspirara la
ocurrencia después de haber conocido a un hombre que vivía ya los últimos
años de su vejez. El viejo y las Estrellas, fueron las palabras con que bautizara
al personaje. Era un hombre extraño, extraño en mantener su soledad de animal
castigado. Además, vivía en su tiempo, sin importarle si había mañana o futuro.
Su pensamiento se había quedado en el pasado, quizás en el verdadero
pasado de una riqueza emocional alegre, un tanto feliz, sin el sobresalto de las
necesidades extremas.
Se hicieron casi amigos. Algunas veces hablaron de cosas cotidianas, sin
que estas permitieran llegar a la intimidad. El viejo parecía estar detrás de un
fogón antiguo, desde donde lo miraba con ojos alejados del presente. Jotanoa,
de este lado, se esforzaba por acercarse a lo que aquel hombre pensaba, a lo que
sentía, pero nunca fue posible.
Nosotros, los seres humanos, tenemos aventuras extrañas, tan extrañas que
parecen increíbles, como si el genio de la fantasía fuera el autor de lo que tanto
nos asombra. Jotanoa tuvo una de ella y la tuvo en la misma zona donde en otra
época desempeñaba el papel de cazador.
Eben Alb le había dicho que lo sucedido con el viejo y las Estrellas estaba
ocupando un lugar en la memoria del Alma, debido al mérito de estar
produciendo una serie de ideas de calidad indeleble por su capacidad de
perdurar, y no solo de perdurar, sino de ingresar al horizonte mental del futuro
para que el hombre las incorpore a sus leyes de novivencia humana. Además,
según las palabras de Eben Alb, eran ideas que por su carácter universal
pasarían a ser propiedad de todos, quedando las mismas a disposición de
quienes quieran utilizarlas. Sólo que para adueñarse de ellas tendrían que llegar
a la conciencia de la mente cósmica, donde les será fácil armonizarse o
sintonizarse con la idea o las ideas que les sean de mayor interés. Es similar a
como se sintoniza la onda o la frecuencia de una emisora que trasmite su
programa.
Hacía mucho tiempo que no lo veía. Tal vez las estrellas que en la tierra
buscaba las haya encontrado en el cielo del Alma, o quizás el Alma le haya
abierto el cielo al final de su larga vida. Cuando Jotanoa lo conoció era viejo ya
y ambulaba como un solitario, sin importarle la existencia que estaba viviendo.
En invierno o en verano, con lluvia o con viento, con sol o nublado, jamás dejó
de pasar por aquí, con los ojos puestos en la fatiga de sus pies y nunca alzados
al cielo donde brillan y están las estrellas como faros de la duda o la esperanza.
Este viejo nada sabía de astros lejanos. Aquí en la tierra parecía vislumbrar el
refugio del ansiado final. Con la frente inclinada, se dejaba llevar por el hábito
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de sus pies que , sin darse cuenta, los arrastraba o los dejaba que anduvieran
solos.
Jotanoa se preguntaba si habría una causa para su andar encorvado, ya que
nunca lo vio con la frente en alto... Tal vez los días de su lejana juventud,
insoportables hoy, eran los que le impedían alzar los ojos, o quizás los sueños
de su niñez, o la adolescencia de su esperanza, eran los que regresaban y
jugaban en su corazón como duendes de la inocencia... Por eso, quizás, sus
ojos no miraban más allá de sí... ¡Pobre viejo, no creía en los hombres! ¡Se
había condenado a no creer en ellos por no sufrir nuevos desengaños!
¡Cuanto daño le hizo a Jotanoa encontrarlo, cierto día, tirado en el suelo,
con la ropa llena de polvo y el sombrero caído a su lado!... La cabeza
descubierta y su larga cabellera gris unida a su barba desgreñada, los párpados
cerrados fuertemente como si expresaran el deseo de no ver más la vida, la boca
endurecida en un gesto de asco y desprecio. Así, sin que nada ni nadie lo
acompañara, Jotanoa se vio ante la presencia de un Cristo caído en brazos del
único amor que lo recibía, el amor de la tierra, a la vez que sintió la
efervescencia de una tremenda y sorda rebelión, quemándole sus entrañas,
mientras algo inaudito pretendía borrarle la razón, diciéndole que hiciera volar
en mil pedazos a la tierra, que la triturara con su deseo irracional de justicia.
Por un instante, él fue la tierra que volaba en pedazos por voluntad de una
incontenible fuerza de reparación, pero le sucedió lo imprevisto durante el rapto
alocado de su rabia. No sabe cómo ocurrió, solo recuerda que la superficie del
suelo que él y el viejo ocupaban se volvió mansa y blanda, acogedora y tierna,
queriendo acuna la ternura de un gran sueño de esperanza a pesar de la enorme
estupidez del suicidio colectivo. La blandura del suelo, la mansedumbre de la
superficie que ambos estaban ocupando era la propiedad terrenal, adquirida por
el derecho de estar viviendo... ¡Cada uno era el dueño de un espacio de vida y
de tierra!... ¡La idea estalló en la mente de Jotanoa, apagando el fuego de su
rebelión destructora!...
Jotanoa se acercó como quien se acerca a un despojo inocente, indefenso y
profanado. Lo sacudió con delicadeza, por temor a molestarlo. Despertó y lo
miró extraviado. En su mirada había una súplica imposible de comprender. Un
desconocido que pasó cerca de ellos, enarbolando la indiferencia de la
estupidez, dijo:
—No tiene nada. Está borracho. Ya se le pasará.
A pesar de semejante diagnóstico, Jotanoa le preguntó, pero antes de
terminar la pregunta el viejo se defendió, diciéndole:
—No, no estoy borracho...
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No quería decir la verdad, pero tampoco quería mentir. No le quedó más
remedio que decir lo que dijo... Que sintió mareo... Que había trabajado sin...
que no había comido desde... que pasaba las horas limpiando y dándole de
comer a unos caballos de raza... que allí en el hipódromo...
—Son de carrera, ¿sabe?, pura sangre... No, no le crea... Casi nunca tomo
vino. Cómo lo voy a tomar si no tengo para...
Inclinó la cabeza para ocultar la vergüenza. Cuando Jotanoa lo ayudó a
ponerse de pie, sosteniéndolo, le preguntó:
—¿Pa donde queda el norte...? Estoy desorientado, ¿sabe?
Le indicó la dirección diaria de sus pasos y se alejó, agradeciéndole y
rogándole le creyera que no estaba borracho, que no había bebido...
—¡Pobre viejo! —murmuró Jotanoa y hundió las manos en los huecos de
su ropa, en esos huecos de trapo que llaman bolsillos. No tenía ni siquiera una
mísera moneda que tanto le hubiera servido para aliviar la situación del viejo.
Olas de sangre sintió agitarse en su pecho. Se estremeció de impotencia,
apretando los labios, mientras cerraba los puños de sus manos vacías...
¡Hambre!, rugió una voz sorda y sin eco donde nadie la oía... Quería ayudar y
no podía... ¿De qué sirve la intención —se preguntaba— cuando nada la
acompaña?
¿De qué sirve... iba a continuar, haciéndose otras preguntas inútiles y no
pudo. La voz ronca y áspera le nubló la vista, le cerró la garganta y le hizo doler
la suerte de no tener nada para el viejo aquel... ¡Tffuuu!..., chasqueó su lengua,
desahogando la rabia en un escupitajo.
Jotanoa se alejó vencido por la duda. La desconfianza en lo que haría sin
tener los medios le entristeció la esperanza de la bondad.
Hacía tiempo que no lo veía. Lo recordaba encorvado. La espalda en arco
le hacía descender, casi hasta las rodillas, las puntas del grotesco saco ajeno que
vestía. La última vez que lo encontró, le dejó una imagen imborrable en su
mente y un mensaje indeleble que fue madurando en ideas a lo largo de muchos
años. Los años, lo mismo que un árbol, le dieron siempre la madurez de nuevos
frutos, de nuevas ideas.
Fue a medianoche cuando apareció. Sí, cuando apareció, porque emergió
del fondo oscuro de la calle por la que venía. El silencio estaba en las sombras,
la quietud reposaba entre los árboles, la calle desierta, la misma calle, todo,
todo alejado de los ruidos y las estridencias, todo lleno de paz, paz de
medianoche en el alivio de los sufrimientos.
El primer ruido que llegó a los oídos de Jotanoa fue el monótono arrastrar
de los pies del viejo y luego su aparición. El mismo de siempre, con su silueta
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de arco viviente, de joroba andariega y como siempre con la mirada puesta en
el suelo.
Lentamente, mirando por donde caminaba en busca de puchos de
cigarrillos, llevado por la anciana paciencia de sus trancos, se fue alejando en el
tronco de una acacia... Pero esta vez la suerte había cambiado. Su bolsillo no
estaba vacío. Los huecos de su ropa guardaban un poco de esa siniestra sonrisa
del dinero, tan útil para cuántas cosas, tan dañino para cuantas otras. Un grito
de júbilo retozó en su pecho. Hundió las manos en los bolsillos y comprobó lo
que tenía. Su aleluya del Alma le dijo que había suficiente para desquitarse...
Mientras se entretenía con la emoción del desquite, el viejo se había alejado
casi una cuadra.
Jotanoa quería darle todo lo que su bolsillo tenía en un acto de reparación
y se lanzó tras de él... ¡pero he aquí lo que jamás pudo él haber imaginado! ¡El
viejo apuró los pasos creyendo que Jotanoa lo perseguía!... Miraba hacia atrás
porque ya lo había visto y aceleraba la marcha, poniendo en ella la poca fuerza
que su edad le daba. A la vez, Jotanoa redobló la suya y de nuevo la ironía se
burló de su corazón.
Durante esta persecución insólita, increíble, creada por el genio de la
fantasía, desfilaron por su mente los mismos insultos. De nuevo las inútiles
protestas le dejaron la boca y los labios resecos. Como en la ocasión anterior,
los testimonios de la incomprensión y el dolor humano, abandonados a la
orfandad de su suerte.
Durante el sufrimiento insoportable de esta aventura, Jotanoa sintió que
ambos, tanto el viejo como él, eran los perseguidos. Otra ironía de los sucesos.
Cada uno era él perseguido por lo que los demás le hizo a cada uno. Al viejo lo
perseguía la desconfianza que ya era un hábito de su incredulidad. A Jotanoa lo
perseguía lo que los seres humanos le habían hecho al viejo, porque el viejo
veía en Jotanoa lo que le habían hecho a él.
Mientras en el cielo rutilaban las estrellas, mostrándoles a los hombres la
armonía de sus leyes, aquí en la tierra, en una calle anónima del universo, la
hermandad de las estrellas sufría el desamparo de la incomprensión. Mientras
en un escenario de armonía, la belleza nos daba un ejemplo de bondad, aquí, en
una calle desconocida del universo, un hombre perseguía a otro hombre para
darle algo de la hermandad perdida, porque la creía definitivamente perdida por
la incredulidad de la desconfianza...
¡Aquí, un hombre, viejo ya, encallecido por la vida y acostumbrado a las
negaciones no podía creer en la intención de Jotanoa!
Decidido a terminar de una vez con el sufrimiento de esta infame ironía,
Jotanoa apresuró la marcha.
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Cuando estuvo cerca, Jotanoa lo llamó. No respondió. Corrió hasta darle
alcance. Entonces, le gritó:
—¡Abuelo, por favor, espere un momento!
Tampoco respondió. Jotanoa repitió con lástima en la voz:
—¡Viejito! ¿Por qué huye?...
Fue tal la intensidad del ruego que hasta el aire pareció detenerse bajo el
peso de la amenaza, aparece la influencia de la calma, llegando con ella la paz
de un ambiente reparador!... ¡Algo cambió en el alma de la calle,
transformando la agresividad en mansedumbre! De nuevo, como al principio, la
idea estalló en la mente de Jotanoa, apagando el fuego de la rebelión
destructora.
Ahí estaba el viejo, detenido ahora en el Alma de la calle por la idea de
Jotanoa. Ahí estaba, quieto, temblando. Volvió el rostro y lo miró con fijeza,
queriendo averiguar en el semblante de Jotanoa la intención de su conducta.
Respiraba agitado. Sus sienes tenían brillos de humedad.
Sus mejillas embarbadas sostenían gotas de sudor, Jotanoa alargó la mano
para entregarle lo que traía para él, pero el viejo retrocedió, cubriéndose la cara
para defenderse. Creyó que el brazo de Jotanoa se alargaba para golpearlo. Con
la mirada fija en el puño tendido le llegó la voz sofocada por la pena.
—¡Viejito, no se asuste!... ¡Tome esto! ¡Era lo que quería darle!... ¡No
tenga miedo, por favor, que ya es demasiado!...
El viejo parpadeó y vio el relumbrón metálico. Lo miró con cierta
estupidez, pero detrás de la estupidez se ocultaba la actitud de quien padece la
esclavitud y ve la libertad y el alivio del lado opuesto de la escasez.
El aire se condensó en la voz del viejo:
—¡Perdone m’hijo! —respondió avergonzado—. ¡Disculpe, yo creí...!
—¡No importa, abuelo! —interrumpió Jotanoa—. ¡No importa! ¡Ninguno
de los dos tiene la culpa!... ¡Tome, recíbame esto!... ¡Le hará falta, lamento no
tener más!...
El viejo tendió la mano y recibió el premio a lo que había sido una insólita
persecución. Hasta para recibir ayuda debe sufrir el delito de ser pobre.
Mutuamente se agradecieron, se dieron las gracias porque los dos se
habían ayudado esa noche.
Luego, se separaron, pero ambos, como si la ternura de un impulso
intuitivo los guiara, se dieron vuelta al mismo tiempo y salió de cada uno el
saludo apenado por un lado y el avergonzado por el otro.
—¡Buena suerte, abuelo!
—¡Adiós, m’hijo!
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El adiós del viejo sonó como un verdadero adiós, ya que esta sería la
última vez que lo viera. Desde entonces, algo sucedió porque dejó de verlo.
Jotanoa regresó cabizbajo, dándole puntapiés a las piedras sueltas de la
calle. A medida que fue acompasándose al andar de los pasos, sintió en su
interior la presencia de Eben Alb y estalló de nuevo la idea que le hizo pensar
en la superficie que cada ser humano ocupa por el derecho de propiedad que la
vida le concede. Recordó la sensación de calma y mansedumbre que el suelo les
comunicó en ese momento, y el recuerdo dio lugar a un nuevo pensamiento.
Jotanoa se estremeció cuando se dijo que el derecho de propiedad que la vida
nos concede por ocupar un espacio se extiende al derecho de ser dueños
temporarios de lo que la tierra produce. Pero aún no se detuvo la influencia de
Eben Alb, pues en la mente de Jotanoa se abrió paso la justificación de esa idea
general, oyéndose decir que la naturaleza manifiesta su abundancia en todos los
niveles sin exigir cobro alguno, sin reclamar salario por su mano de obra,
¡mano de obra gratis! En las horas en que el hombre no interviene.
El equivalente de esa mano de obra gratis le corresponde a quienes tienen
el derecho de propiedad concedido por el espacio que ocupan durante la vida
terrenal.
Eben Alb puede detener la euforia de los pensamientos de Jotanoa cuando
el entusiasmo los puede exagerar. Antes de que esto sucediera, Eben Alb
intervino desde su sitio de observador imparcial:
—¡Cuidado, Jotanoa! —le dijo—. ¡Nada de solemnidad ni mucha
seriedad!... Las ideas deben jugar a decir la verdad. Jugando con la verdad se
desmoronan los muros de la incredulidad, se ablanda la coraza de la
desconfianza. Jugando, jugando, las palabras llevan las ideas y dejan su
contenido entre las preocupaciones y ansiedades de la mente. Allí hacen su nido
de paciencia y esperan, esperan ser útiles cuando se agoten los hábitos y se
debiliten las tradiciones...
Jotanoa escuchó la prevención, aceptó el consejo y cambió para que en el
ambiente interior jugaran las ideas a decir la verdad... No quiso insistir en el
tema hasta que mejorara la comprensión del mismo.
Llegó a su hogar pasada la medianoche. Acostado ya, con la imagen del
abuelo esfumándose en las sombras de la noche, se preguntó:
—Esto de la superficie ocupada por cada ser humano, adjudicándose el
derecho a participar de la mano de obra de la naturaleza, ¿se debe a que he
comenzado a transitar por el camino abierto hacia las aventuras y
acontecimientos que vienen llegando del futuro?
Cuando cerró los ojos para dormirse, la sonrisa de Eben Alb se
bosquejaba en la sensación de estar viéndola.
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En muchas ocasiones el ambiente nos ayuda a refugiarnos en nuestra
intimidad. Son momentos adecuados para llegar hasta nuestra silueta llena de
Alma y confesarle las preocupaciones que nos afligen, donde también
confiamos en el consejo o la sugerencia que nos ha de guiar por el camino de
una vida más o menos feliz y próspera.
El momento del día tenía lo que le hacía falta a Eben Alb para que Jotanoa
se uniera a él. La luz esfumándose en la penumbra azul de la tarde, el aire
moviéndose según el ir y venir de la brisa, el lejano rumor de ruidos que poco
a poco iban entrando en el silencio y en la quietud bendecida por cielo casi
violeta del atardecer, era lo que Eben Alb necesitaba. Jotanoa se introdujo en
este momento adecuado, sintiéndose al alcance de Eben Alb. La misma sonrisa
de siempre lo esperaba para que supiera que el contacto quedaba establecido.
—Elige —le dijo— la emoción y la idea principal que hayan nacido del
encuentro con el viejo.
Jotanoa titubeó un instante. Quería elegir la emoción de mayor fuerza
emotiva y la idea de mayor sabiduría. Hecha la elección, se la dijo, usando las
siguientes palabras:
—¡La alegría de la justicia jugando a la equidad!... ¡Y la bondad de la
naturaleza repartiendo lo hecho por su mano de obra a cada ser humano, según
el espacio ocupado por la vida su cuerpo!
Algunos minutos pasaron sin que nada ocurriera, aunque algo se estaba
gestando allí dentro, donde Eben Alb parecía estar preparando el escenario y
donde estaba ensayando el alcance del campo de acción de su conciencia
psíquica por medio de la meditación. Luego, como si emergiera de todos los
puntos cardinales de la vida terrena, le llegó su voz:
—La humanidad, a pesar de las diferencias entre los individuos, tiene una
sola silueta llena de Alma, una sola entidad psíquica. La suelen llamar el
inconsciente colectivo, donde conviven dolores y alegrías, donde sueñan
promesas y esperanzas, donde gime el desengaño y donde se harta la paciencia
de los mansos, de donde surge la potencia incontenible de las rebeliones cuando
la injusticia y el sufrimiento colman la medida humana de la mansedumbre. Es
aquí donde espera el infinito de la esperanza con la mirada puesta en el
amanecer prometido por un amor cada día postergado, postergado por la
estrategia del egoísmo que deja para mañana lo que viene prometiendo desde
siempre.
—La humanidad y el hombre —siguió diciendo— son idénticos en sus
virtudes y defectos. La raza humana, en su totalidad, está hecha de los mismos
tres mundos de cada ser humano, es decir, el objetivo y material relacionado
con el ámbito externo, el subjetivo o silueta llena de Alma relacionado con el
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archivo de una memoria que se encarga del equilibrio entre el pasado y el
presente, y el cósmico donde manifiesta su divinidad el Dios de todas las
religiones... En la divinidad del Alma, que nos da vida, puede Dios volverse
activo cuando la devoción de tu deseo le haya trasmitido al Dios pasivo de la
humanidad la idea y la emoción que hayas elegido ahora... Por lo tanto, con la
alegría de la justicia jugando a la equidad y con la bondad de la naturaleza
entregando lo que ha hecho y hace, haremos lo mismo que tú cuando quieres
venir hasta donde yo tengo la costumbre de esperarte y donde nos espera el
Dios de nuestra comprensión individual... Pero quien ahora nos espera es el
Dios Pasivo en el Alma de la humanidad... ¡ven, que en la extensión de mi
conciencia tiene cabida la emoción y la idea que has elegido!...
Jotanoa ya sabía que no tenía que hacer preguntas durante la intervención
de Eben Alb, ni averiguar nada si alguna duda surgía. Lo apropiado era dejarse
ir tras la presencia invisible de Eben Alb, pero Eben Alb se dio cuenta que
Jotanoa le iba a pedir mayor explicación en relación con el Dios pasivo, tema
que ya fuera tratado por Albanoa en el libro primero.
Anticipándose, le dijo:
—Lo que Albanoa nos explicó estaba contenido en pocas palabras. Era
algo muy sintetizado, muy resumido. Todo lo que se diga será poco ya que la
magnitud del tema es casi infinito, y quien lo habrá de ampliar cada vez que se
deje impresionar por el mismo será el hombre. Siempre será el hombre la
referencia inamovible, el punto absoluto a partir del cual nos descubriremos
cada día más. El único individuo de la creación que ha llegado a la capacidad
de contener en su naturaleza a Dios es el hombre, dándole el nombre que tiene
por inspiración de su propia divinidad que venía madurando y evolucionando
desde el momento en que se dio cuenta de sí mismo en relación con lo que lo
rodeaba. Cuando se dijo a sí mismo que él era él, sintiendo que no era lo que
tenía a su alrededor, lo impulsó la decisión de llegar a saber lo que era esa
presencia superior, que lo hacía diferente en inteligencia y en sabiduría... O sea
que en su naturaleza humana despertó una divinidad individual a la que le
puso el nombre de Dios, pero a esto se sumó el libre albedrío, la voluntad, la
voluntad de decidir y la responsabilidad por cada cosa que decidiera hacer...
Cuando el hombre en su búsqueda interior comprende que la emoción de sentir
a Dios en la divinidad de su semejante, entonces, se da cuenta de la posibilidad
de trasmitir de un Dios individual a otro Dios individual.
En esta forma de transmitir intervienen los dos extremos, el de emisión y
el de recepción. El Dios Activo emite el mensaje y el Dios Pasivo lo recibe, y
cuando el Dios Pasivo lo recibe se convierte de inmediato en el Dios Activo
que interpreta el mensaje y lo lleva a cabo. Si el ejemplo lo llevamos al plano
42
universal, nos encontramos con el Dios Activo en el hombre cuando desea
transmitir y con el Dios Pasivo del Cósmico o de la humanidad cuando recibe...
Por eso decimos que en el hombre hay un Dios Activo que nos ayuda en el bien
y nos abandona cuando perjudicamos a nuestro semejante, despojándolo de la
mínima justicia. Cada vez que el hombre se comprometa con la emoción que lo
lleve a actuar en beneficio de los demás seres, su Dios Activo le ha de transferir
al Dios Pasivo de la humanidad la emoción de dicho bien, y el Dios Pasivo hará
que la misión encomendada se cumpla allí donde haga falta. Si este privilegio
—siguió diciendo Eben Alb— no ha sido utilizado en los momentos cruciales
de la humanidad, o a propósito ha sido ignorado, la responsabilidad de lo
sucedido recae exclusivamente en el hombre, y en lo sucesivo no recurre a su
divinidad interior para consultar la forma de solucionar los problemas que se
han de agravar por la acumulación de los errores, entonces quedaría la última
oportunidad, en la que podrán participar quienes estén de acuerdo y sientan en
su interior el impulso intuitivo de aceptar la Ley del Retorno.
—Te digo algo más: Ni los árboles ni los animales han despertado en su
naturaleza a ningún ser divino, porque tanto los árboles como los animales no
necesitan, por ahora, de una consciencia que les permita darse cuenta de la
divinidad que en ellos vive adormecida. Si los árboles, a modo de ejemplo,
lograran una conciencia que los haga conscientes de sí mismo, entonces, los
árboles despertarían en ellos al Dios Activo del Reino Vegetal, se harían como
los hombres, responsables de sus acciones porque habrían adquirido el libre
Albedrío y quedarían sometidos a la ley de causa y efecto por cada decisión
consciente que tomaran.
Pasaron algunos minutos en silencio. Cuando Eben Alb le dijo:
—¡Vamos, que lo que has elegido ya está en nosotros! —tanto Jotanoa
como Eben Alb se unieron en una sola entidad espiritual, sintiéndose en una
extensión sin límites, sin límites hasta para moverse. La luz en la que se veían
inmersos parecía estar en un estado previo al nacimiento de algo, como si
esperara que el pensamiento de la creación la hiciera luminosa. Jotanoa
comprendió que ambos se convertían en ideas de vida en un cielo de puntos
azules. Alguien diría: en un cielo de electrones libres, moviéndose en la
dirección del esquema visualizado por el pensamiento.
La idea y la emoción que los impulsaba adquirían vida en cada punto de
luz, y cada punto de luz se movía con la intención de actuar según la alegría de
la justicia jugando a la equidad y según la bondad de la naturaleza que le deja a
cada ser humano lo hecho por su mano de obra... El Alma de la humanidad
había adquirido el aspecto de un altar donde comenzaba a oficiarse el ritual del
amor por la justicia.
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—Jotanoa —le dijo por último Eben Alb—, lo que has pensado sin mucho
convencimiento es verdad. Me refiero a elegir el futuro, y se lo puede elegir
cuando la persona ya no le debe nada a la vida pasada ni a la presente. No es
ninguna novedad que se pueda elegir dónde vivir y qué hacer en este plano
terrenal. También se llega al privilegio de hacerlo desde el plano cósmico
cuando ninguna deuda obstaculiza la elección de nacer donde uno quiera y
hacer lo que anhela como misión en beneficio de la humanidad, y en especial
de la humanidad postergada por la tradición de la injusticia. Ahora mismo
estamos a punto de lograr la adhesión de otras siluetas llenas de Alma, que
estarían dispuestas a realizar lo que hasta hoy no se ha realizado... ¡La
maternidad de la luz, o mejor dicho, el lado materno de la luz recibirá o está
recibiendo ya el germen de la emoción de muchas ideas, para que esa emoción
le dé nacimiento al mandato cósmico de gobernar por medio de quienes quieran
adherirse al llamado que en las páginas finales se dejará oír!
Lo que Eben Alb le había dicho en relación con el camino abierto que
tenía por delante, no significaba una ruta por la que transitan vehículos y otros
medios de transporte. Se refería al sendero que conduce al reino interior del
Alma, allí donde el crecimiento de la comprensión permite la aproximación a
una verdad, con la que podemos apreciar y beneficiar al mundo exterior.
¡Crecer desde adentro!
Entonces, lo que Jotanoa tenía que hacer era introducir por ese camino el
material que obtuviera de las experiencias vividas junto a su semejante, y con
ese material recogido, construir las nuevas ideas, ideas que tengan la capacidad
y la sabiduría de alimentar las soluciones demoradas. ¡El camino de la
comprensión interna!... O sea, por cada paso que diera en el mundo de la
experiencia exterior, podía dar otro paso hacia el mundo interior, siempre que
se dejara educar por la bondad del Alma.
Nadie sabe lo que ha de ocurrir mañana. Ignora si lo acecha el sufrimiento
o lo espera el bienestar. Lo que sí puede es vivir protegido por la coraza de la
comprensión mística, porque ella sabe lo que nos espera por estar viviendo en
la consciencia extendida de su ser interno... Jotanoa ignoraba la aventura que lo
esperaba allí en el futuro, pero Eben Alb lo sabía.
Si bien él lo sabía, le era imposible decirle la clase de aventura, el medio
ambiente en el que iba a desarrollarse y las personas que iban a intervenir.
Además, si tuviera la oportunidad de decírselo, Jotanoa le hubiera expresado su
incredulidad y la imposibilidad de que sucediera.
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JOTANOA Y LA MADRE ILEGAL
En un lugar del país estaban sucediendo cosas que con el paso del tiempo
iban a relacionarse con Jotanoa. Si en los días de aquellos sucesos hubiéramos
podido ubicarnos en un punto de la consciencia extendida de Eben Alb, es
decir, en una posición que nos permitiera ver el futuro, habríamos visto a un
hombre llamado Jotanoa interviniendo en la vida de una mujer que venía de
aquel lugar del país.
En ese lugar del país, como en muchos lugares, los paisajes tienen los
mismos componentes. Es el escenario donde el ser humano se abre camino
hacia el porvenir con lo vivido diariamente, es decir, lo que hoy le sucede le
está indicando lo que debe hacer mañana o más allá de mañana, sin tener en
cuenta lo imprevisto.
Era un sitio por donde las aguas las aguas de un río pasaban lentas. Las
riberas estaban pobladas de sombras agradables, y las sombras agradables como
el abrigo de los árboles escondían la tibieza del romance. Dos criaturas estaban
junto al río. Desde la penumbra del follaje miraban en silencio el viaje de las
aguas...
Tomados de la mano, cerraban los ojos para presentir el porvenir que la
ilusión les mostraba. El río, según estos dos seres, discurría de la misma
manera, pero las aguas conocían el destino de su cuesta abajo. Por la pendiente
del terreno se deslizaba el río al encuentro de su hermano mayor, el mar. A
ellos, con la ilusión no les alcanzaba para asegurar el rumbo de sus vidas. Se
miraban con los párpados entornados, dejando que en los ojos brillara la ternura
que el idilio les prometía. Los dos cuerpos estaban viviendo el idilio de la
inocencia ancestral, porque no bien se rozaban las mejillas, en el lugar del roce
asomaba la tibieza del deseo. Cada caricia parecía tomar del aire el aroma de la
naturaleza para apurar el trámite del amor. El idilio estaba a punto de estallar...
El sol miró por última vez y se ocultó. Del suelo comenzó a levantarse la
ansiada sombra de la noche. Sin el sol, la humedad se detuvo a ras de la tierra y
las brisas soltaron las voces del arrullo para que nada le faltara al idilio de la
carne. Las palabras sonaban temblorosas, agobiadas...
—¡Tengo miedo...! —murmuraba ella.
—¡En mis brazos se alejará!... —aseguraba él.
—¡Me asusta lo desconocido...! —gemía ella.
—¡Seré tu ayuda cuando me conozcas!...
—¡El miedo no me deja!...
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—¡Déjame acariciarte para que se aleje!... —concluyó, dominando los
temores de ella.
Se durmieron las palabras en la inocente ternura de la entrega. El silencio
prolongó el sueño de la quietud. Dos pájaros, acurrucados al abrigo del árbol,
dejaron oír un tierno cosquilleo de trinos. La sombra del árbol se meció en la
brisa y la vida recogió la flor que el idilio le entregara.
El tren rodaba indiferente a su carga de pasajeros. Las ventanillas eran
trozos de cielo para el descanso de los pensamientos, de las penas y de los
sueños. Siempre se mira por las ventanillas, haciendo descansar lo de adentro.
El campo rumiaba sereno el verdor de los pastos. El sol seguía obsequiando la
misma bondad de siempre. Se ondulaba la pampa y detrás de la ondulación
aparecía la línea monótona del horizonte.
El tren mermó la marcha. Quería descansar a rueda lenta. El paisaje
cambió y se hizo cercano con el follaje de los árboles. Un río estaba cerca. Los
árboles nunca lo dejan que ande solo, porque donde hay un río o un arroyo
siempre hay dos riberas de sombra que lo acompañan. El tren cruzó sobre el río
y desde una ventanilla salió el grito ahogado de una pasajera. El río y sus
árboles despertaron en su memoria el recuerdo de algo que volvía con el
paisaje.
La cabeza, junto a la ventanilla, después de haber dejado escapar el grito,
se inclinó avergonzada. Aquel río y sus árboles fueron para ella algo parecido a
otro río y sus árboles.
Un pasajero, de tantos que la miraron, con discreta sorpresa pareció
preguntarle con un gesto sin palabras, asomado a los ojos:
—¿De dónde vienes, muchacha?
Y la joven damita, también con un gesto en la mirada, pudo responderle:
—¡De donde la vergüenza me condena!
Aquel hombre, ocasional intruso, insistió con otro gesto:
—¿Hacia dónde vas, muchacha?
La única contestación en el idioma de los ojos fue decirle:
—¡Hacia donde la vergüenza me perdone!...
El tren apuró la marcha. Los pasajeros volvieron a su estado de
somnolencia. El ritmo del viaje se introdujo en el corazón de la joven mujer. La
cadencia monótona fue adueñándose de la joven, mientras la resignación la
hizo entrar a la zona de los recuerdos. Los recuerdos volvían con la madurez a
cuesta, hablándole de lo que estaba ocurriendo.
Con una voz, que era su íntima voz, se decía y se oía decir:
—Cuando amanece, la playa queda desolada y el mar, retirado, se aleja
bufando su algarabía y su aleluya de conquista. El mar turbulento abandona lo
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que no merece llevarse y lo que no merece llevarse es la luz de una semilla que
avanza como un reproche hacia el verdor de la tierra... ¡Adiós, hombre, no eres
dueño de nada! ¡Mañana volverás a buscar en la playa la embriaguez de la
nueva víctima y lo harás cuando las sombras te ayuden a tender las redes de la
promesa... ¡La madre ilegal es una playa sin su noche y el mar!...
El tren parecía convertir su monótono ajetreo en estas últimas palabras, las
que adquirían el ritmo de un mutuo acompañamiento:
—¡La madre ilegal es una playa sin su noche y el mar!
El tren entero, con sus saltos y crujidos, con sus pasajeros y vaivenes,
entonaba lo que la joven se decía en su interior:
—¡La madre ilegal es una playa sin su noche y el mar!
Luego, algo cambió en el ánimo de la joven, cambiando también las
palabras del párrafo anterior, las que llegaron a decirle:
—¡Canta, oh tristeza, por fin tu alegría de morir!
La joven no se dio cuenta del cambio, pero al sentirse cómoda con el
significado que le traía se dejó arrullar por la nueva versión:
—¡Canta, oh tristeza, por fin tu alegría de morir!
Y reinó el sueño durante toda la noche.
La ciudad desconocida, a la que llegó en busca de refugio y de trabajo, la
absorbió por completo, alejándose del alcance de esta narración.
Pasaron los meses, trayendo madurez a quienes la esperaban y caducidad a
quienes no la esperaban.
Cierta noche, una de tantas, tres jóvenes, con ansias de hurgar en los
secretos de la vida nocturna, llegaron a un lugar donde los hombres adquieren
el privilegio de cambiar casi por completo.
Era un salón de tamaño suficiente para el desahogo de las pasiones, donde
el placer y el deleite se sacan el disfraz de la decencia. El hombre deja de ser
hombre para dar paso al felino sexual que no logra saciarse en la víctima de
turno.
Los tres jóvenes tomaron asiento. Uno de ellos era Jotanoa. El humo
denso de mil bocanadas por minuto reproducía el infierno de niebla caliente y
venenosa. Del seno mismo del humo de tantos cigarrillos apareció el mozo.
Saludó, limpió maquinalmente la mesa y ofreció los brebajes conocidos.
Cada uno pidió su bebida mientras los ojos recorrían el panorama en busca de
la mejor presa disponible.
Cada uno eligió y después de que la danza los juntara, la mesa lo reunió
para toda la noche. Jotanoa no deseaba compañera y se mantuvo solo en un
extremo de la mesa. Ese mundo, al que estaba asistiendo, lo observaba desde
dos posiciones. Allí, a su alrededor, se movían criaturas semejantes a él. Por
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repugnante que fuera la manera de actuar y de vivir, él quería comprender en su
interior ese lado oscuro de la existencia sin despreciar nada, pues esos hombres
y mujeres eran los hermanos de una hermandad del Alma incontaminada.
Jotanoa no estaba de acuerdo con el método de negociar una noche de placer.
Su naturaleza sexual buscaba otros medios, en los que no figuraba la mujer
como material de compra.
Los amigos de Jotanoa le insinuaron que no se quedara solo, que invitara a
una compañera. Con la actitud de quien quiere complacer una parte del pedido
admitió a una joven, que resultó ser la tercera amiga de las dos que se
encontraban con los amigos de él.
La mesa se agrandó. La recién llegada se sentó junto a él. Jotanoa la invitó
con el ofrecimiento de una bebida y se entabló una conversación forzada.
No tardó en darse cuenta de algunos gestos de timidez, cosa extraña en
donde la habilidad en el arte de atraer es el anzuelo natural del negocio.
Lo que conversaron fue entre los dos solamente, puesto que la mesa los
había unido en un extremo, mientras en el otro quedaron sus amigos realizando
las proezas de las conquista innecesaria.
—Soy —le dijo Jotanoa— un poco torpe para estas cosas y algo estúpido
con las mujeres que trabajan aquí.
—He venido porque me has invitado —dijo ella.
—Sí, lo sé. Sólo para pasar el momento charlando. No me agrada la
frialdad de las intenciones de los que vienen a estos lugares. Prefiero que la
atracción tenga algo de cariño, que la conquista vaya acompañada de cierta
ternura, por eso me desagrada lo directo del deseo como si el deseo no
mereciera el estímulo de la emoción.
La joven lo miró sin saber cómo juzgarlo, sorprendida de encontrarse con
este raro ejemplar humano, fuera de serie. Jotanoa, sin poder ocultar la
incomodidad provocada por sus palabras y queriendo atenuar su efecto, le dijo:
—Si no te agrado me voy...
—No, no es eso lo que quiero. No deseo ahuyentarte. Lo que si quiero que
entiendas es que podemos pasar la noche sin la supuesta conquista. Si estás
dispuesta a pasar conmigo algunas horas según la estupidez de mi carácter, te
pido me acompañes. Sin no te gusta lo que te ofrezco, entonces, elige lo que te
convenga.
No quedaron dudas de que Jotanoa resultaba una perla, aunque no muy
sana, entre tanto barro de sucias pasiones. La joven no quería conmoverse. Sólo
atinó a decirle para salir del paso:
—En realidad, no hay muchos como tú.
—Y tú, según parece, estás aprendiendo a vivir de esto.
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Una leve coloración de vergüenza apareció en las mejillas de ella.
—Sí —dijo, esforzándose en responder—, no hace mucho tiempo que
estoy... haciendo esta vida.
—Eres muy joven y no demuestras mucha experiencia.
Algo se crispó en ella. Tal vez los músculos del corazón quisieron alejar
cualquier entrada emotiva. Siguió esforzándose en responder:
—Hace poco que me dedico a esto...
Tragó saliva y cambió el tono de la voz:
—¿Por qué preguntas por algo que no quiero responder? ¡Ya es tarde para
volver atrás! ¡Si estoy aquí ha de ser por algún motivo!...
Hubo un momento de silencio incómodo. Para salir de él, ella lo invitó:
—¿Quieres bailar?
—¡Bailemos! —aceptó él.
Y entre los que bailaban se confundieron. Ella quiso mostrarse audaz y le
rodeó el cuello con un brazo. Jotanoa se dejó hacer y se dejaron mecer por la
música, pero ella no pudo disimular un temblor en todo el cuerpo, un temblor
desconocido, de incertidumbre y de rabia. No quería caer en los recuerdos que
Jotanoa intentaba reavivar.
—Estás nerviosa —dijo él—. ¿Qué te ocurre?
—Nada... un poco de frío tal vez.
—No, parece que tienes miedo, aunque no sé a qué.
Ella no contestó. No podía. Además, no quería porque él tenía razón.
Volvieron a la mesa. Ella se revistió de un silencio defensivo. La situación se
volvía tensa. Así lo entendió él y giró la conversación hacia otro tema, con la
intención de mejorar los ánimos.
—Hoy he conocido un lugar hermoso —comenzó a decir Jotanoa—. Cada
vez que uno se aleja de la ciudad se encuentra con algo distinto y se arrepiente
de no haber frecuentado sitios como el que hoy pude apreciar, en donde el
tiempo se desliza sin apuro. Aunque nada indique la presencia de las flores, el
aire siempre se halla perfumado. Hoy parecía un día de primavera anticipada.
Me encontré con un río cuyas aguas me hicieron pensar en lo que a nosotros
nos sucede cuando nos apura el deseo de viajar, viajar y viajar... y unos árboles,
en fin, he vuelto tonificado a la vez que...
La herida fue abierta. Un llanto involuntario se oyó muy bajo. Jotanoa vio
lo que estaba sucediendo y con rapidez, sin perder la calma, la tomó de un
brazo y la llevó a confundirse entre los que bailaban. Ella se dejó llevar y se
dejó abrazar, sosteniéndose en el abrazo de él. Jotanoa, apenado, le preguntó:
—¿Dije algo que te causara daño?
—¡Conseguiste lo que querías!
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—Pero, ¿qué hice?
—¡Era lo que querías y lo lograste! ¿Esa es la clase de conquista que te
gusta lograr?... ¡Vaya, que manera tan simple de hacerlo!... ¡Eres... oh, ese
maldito paisaje!...
—¡No entiendo nada! —dijo él, desorientado—. ¡Perdóname si he
cometido alguna estupidez!... No quise ofender, ni tuve la intención de
hacerlo... Soy un pobre recipiente humano que carga recuerdos como tú.... Otra
cosa no soy... Me afligen los sufrimientos como los tuyos, tal vez menos... ¡Es
posible que la torpeza de tener dolores escondidos sólo sirve para despertar los
dolores que duermen en los demás!...
Ella apoyó la frente en el hombro de Jotanoa, un poco aliviada por lo que
terminaba de oír. Parecían ahora dos criaturas unidas por algo invisible. Entre
ambos estaba por nacer un idilio, no el idilio de la carne, sino el idilio de la
amistad, el que podría llegar al otro.
Cuando estuvieron de vuelta, sentados ya, él se bebió de un trago el
líquido de su copa.
—Me apena lo que hice —confesó.
—Tal vez sea verdad lo que dijiste... ¡Que la torpeza de tener dolores
escondidos sólo sirve para despertar los que duermen en los demás!...
—¿Puedo conocer los tuyos?
La muchacha lo miró detenidamente y lo vio ahora, después de lo
sucedido, en todo su aspecto de hombre. Inclinó por un instante la cabeza,
juntó las manos sobre la mesa y le dijo con cierto alivio en la voz:
—Sí, te diré por qué estoy aquí... Me siento avergonzada por lo que hice o
dejé que me hicieran. Llevo una mancha como vulgarmente se dice, una
mancha que mi conciencia se encarga de mantenerla. No sé si esa mancha me
acusa porque abandoné a mis padres o porque soy una mujer que ha huido por
tener un hijo de meses... —Involuntariamente recordó algo—: La madre ilegal
es una playa sin su noche y el mar. Recuerdo que estas palabras se convirtieron
en otras sin saber cómo: Canta, oh tristeza, por fin, tu alegría de morir...
Después de haber huido me encuentro en este momento frente a un hombre
que, sin saberlo, describió un paisaje de y árboles, que ese paisaje se parece a
otro que fue escenario de lo que me ocurrió. Allí fue donde el engaño me dejó
atontada y luego señalada con el mote de liviana. Si fui liviana, fue porque la
promesa me llenó de ilusiones, sin darme cuenta de la habilidad con que la
mentira me doblegó. Más tarde, la vergüenza me alejó del hogar de mis padres.
Una historia común y una aventura vulgar, ¿no es cierto?
Jotanoa sintió en ese momento que dentro de él despertaba otro hombre.
Era el despertar del héroe que todos llevamos dentro y que luego de realizar el
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acto de heroísmo vuelve a dormirse en algún rincón de la naturaleza
desconocida del ser humano. Arrastrado por la ceguera del heroísmo no vaciló
en decirle:
—Si hay algo que debe ser castigado es la estupidez de llevar una vida así.
Te acuso sin lástima por vivir en este ambiente, teniendo un hijo tan pequeño...
Contaminar aquel idilio, por infame que haya sido, con este sucio contacto,
donde estos caballeros que ves aquí devoran sus propias miserias, no merece
perdón.
La cara de Jotanoa se había transformado. Quien lo haya visto hubiera
creído ver una antorcha de profeta bíblico a punto de quemar las inmundicias
de la vida. La muchacha, ante los gestos de su compañero, se sintió en el colmo
de la sumisión y de la vergüenza, pero también bajo un extraño amparo.
—Estos son los hombres —dijo— que pagan para masturbarse en la mujer
con la que se acuestan. Se masturban porque gozan consigo mismo, sin
importarles el goce de la pareja...
Jotanoa se interrumpió agitado por el esfuerzo de la indignación. La joven
lo miraba cada vez más asombrada pero también más protegida.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó en tono de ruego.
—¡Huir, huir de aquí lo más pronto posible!
—¿Cómo, cómo hacerlo si me siento atada a mi propia desgracia y esta
desgracia me tiene atada a los que me amenazan?
—¡Tomando un tren y volviendo a la casa de tus padres! —dijo él,
desoyendo la causa invocada por ella.
—Lo dices con tanta sencillez como si fuera fácil hacerlo. Estoy segura
que nos están observando. Tú serás el más perjudicado.
—No seas cobarde. Vale más enfrentar cualquier aventura que
permanecer aquí. Permanecer aquí es ensuciar la inocencia de tu hijo y eso
significa ensuciar el nacimiento de una vida. La vida no te da derecho ni
permiso para que la inocencia de esa vida mame en las huellas que dejan en tus
senos las caricias de esos caballeros... ¡Te ayudo a salir de aquí si me ayudas
con tu decisión!
La joven vibraba bajo el impacto de esta exaltación, a la vez que su
corazón se afiebraba ante la presión de quien se ofrecía para hacerlo.
—No podría soportar el dolor de enfrentar a mis padres.
—Ellos son tus padres. En ellos hay más seguridad de perdón que en otra
parte.
La joven vacilaba en su decisión y temía por Jotanoa, si los que
manejaban el negocio se enteraban de lo que estaba haciendo.
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—No te preocupes —le dijo él—. Por ahora debemos fingir que estamos
en el juego que ellos propician. Les haremos creer que hemos concertado una
cita como lo hacen las demás parejas. ¿Me harás caso en todo lo que haga
falta?
—¡Sí! —contestó ella en voz baja, sorprendida de haberlo hecho, ya que
vacilaba entre el miedo y la desesperación.
—Así está bien. No temas que casi nunca sucede lo que mayor miedo nos
causa.
La joven sonrió aliviada. Su corazón, aturdido hasta ese momento, retomó
un ritmo de seguridad, contagiado por el de él. En la emoción que comenzaba a
sentir nació, de repente, el cariño por agradecer, sin saber cómo expresarlo.
Sólo atinó a decirle:
—Hay un hijo que no sabe ni sabrá quien es el hombre que se preocupa
por él. ¿Lo quieres conocer?
—Quizás, no te aseguro.
—¿Siempre eres así? —preguntó ella, sintiéndolo escurridizo.
—Siempre —contestó él, inmovilizando la mirada en la distancia interior
de su Alma—. Sí, siempre vivo así, con el ánimo atento en lo que sucede a mi
alrededor. De lo que sucede a mi lado o más allá de mi lado, trato de rescatar lo
que puedo introducir dentro de mí para sentirlo y comprenderlo internamente.
Ser así es llevar encima una especie de mansedumbre que me da la ventaja de
la comprensión. Aunque se sufra por el sufrimiento ajeno, la comprensión del
sufrimiento me trae el alivio de algo mejor. Es la manera que tengo de lograr
una comodidad interior, donde puedo descansar de lo que me sucede con mis
semejantes. He aceptado lo mejor de mi mismo y actúo con lo mejor de mi
mismo. Mañana sabré que habré superado y qué cosas habré mejorado.
—¿Por qué vienes a estos lugares?
—A conocer lo que quiero comprender...
—¿Y las mujeres que conoces aquí?
—No las rechazo ni las conquisto.
—¿Qué pensarán de ti?
—No me interesa. Sólo sé una cosa: Ellas jamás me trataron como a los
demás. Hasta se ofrecieron para quererme. No pude aceptar porque no tengo
pasta de cafiso.
—A muchas habrás ofendido con tu comportamiento.
—Tal vez, pero muchas se conmovieron cuando les dije lo que pienso de
ellas, comparado con el de los que vienen aquí.
—¿Me lo dirás?
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—Sí, ¿por qué no?... Nunca supe si tuve o tengo razón. Cada vez que les
dije lo que pensaba de ellas, nada me contestaron, sólo me miraron como si en
ese momento se descubrieran a través de lo que les decía.
Y lo que Jotanoa le confesó tenía mucho de reacción ante lo que no
terminaba de comprender. Aquel ambiente nocturno escondía, según él, una
faceta del ser humano alimentada por la ambición de algunos y por la
perversión de otros y entre estos dos extremos se hallaban las víctimas de
siempre, estas mujeres que habrían logrado separar el sexo en dos funciones,
usándolo por un lado como medio equivocado de vida y por el otro,
reservándolo para la intimidad de su pareja. Jotanoa se preguntaba si ellas lo
dominaban al venderlo, si lo despreciaban al negociarlo, si lo inutilizaban al
dejarlo impuro en el deseo comercial de quienes lo compran. Si los que lo
compran adquieren algo sin valor, algo despreciado, entonces no obtienen nada
de ellas, ni siquiera el mínimo deseo femenino, sólo se quedan con la
perversión que ellos mismos quieren saciar, que ellos mismos quieren
satisfacer. De ahí que Jotanoa creía que estos hombres usaban a la mujer para
masturbarse.
—¿Te sorprende? —dijo él—. Mayor sorpresa habrá en el futuro. Siempre
el porvenir nos ofrece buenas cosas o nos tienta con ilusiones dudosas. Te
aseguro que amanecerá de nuevo el día que sepas afrontar la naturalidad de tu
aventura. Tu error no ha sido un error, ha sido un cambio de rumbo. Tal vez el
error se haya originado en la falta de comprensión de aquello que mostraba
señales de cambio.
—Si alguien me hubiera hablado de un hombre que piensa como tú, es
casi seguro que no le hubiera creído.
—Alégrate, entonces, de saber que hayan seres humanos con el quijote del
amor volteando molinos de incredulidad. Te ofrezco, por lo tanto, el quijote de
mi ayuda.
—Me ofreces algo que no sabré merecerlo...
—Olvídate del ofrecimiento —le aconsejó Jotanoa—. Por ahora nos
interesa que no digas nada a nadie, ni a tus compañeras... En primer lugar,
averiguas lo del pasaje, luego me lo dices. Después esperamos el día propicio y
en un santiamén te alejas de este infierno de locos.
—Mañana lo averiguaré —dijo ella.
—Pues mañana nos veremos en la estación.
—Me has convencido y haré lo que quieras. Lo haré aunque no pueda ser
útil con el agradecimiento que mereces... ¿Con qué puedo agradecerte sin que
te manche lo poco que pueda darte?
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—¿Mancharme? —dijo él—. ¿Qué sabes de mi vida? Te equivocas
porque la emoción del agradecimiento no contiene impureza ni puede manchar.
—¡Qué bien te las arregla para cambiarle el rostro a lo desagradable!...
—Lo desagradable no pertenece a la esencia de las cosas. Disfrazamos lo
esencial con lo desagradable que nos toca soportar... ¿Por qué no juzgamos
según la esencia y no según lo externo para así equivocarnos en menor grado?
—Es muy sencilla tu explicación. Lo difícil es la experiencia. Para llegar a
lo que dices te debe haber costado mucho sufrimiento callado y en secreto.
—Lo importante —le dijo Jotanoa— es presentir si el sufrimiento nos
puede conducir a la paz y si esta paz nos ha de ser útil.
—Hasta tienes la habilidad de desorientar cuando alguien te descubre algo
que quieres ocultar. No puedes evitar la sinceridad. Por ser sincero no puedes
disimular que la vida te ha herido varias veces. Después de todo, me agrada que
en tan poco tiempo me hayas contagiado la franqueza. Te lo agradezco.
Imitando se aprende con rapidez.
Jotanoa no contestó. Era evidente su deseo de sellar con el silencio el
rumbo de conversación. Fue, entonces, cuando los dos se quedaron como
espectadores de un mundo que ya no era de ellos. Se miraron y comprendieron
que debían seguir juntos hasta la hora del amanecer, cuando comienza el desfile
de las parejas.
Recién ahora se dieron cuenta de que estaban solos, ya que sus
compañeros habían buscado la intimidad de otros rincones.
Ella lo miró con ternura en los ojos, con cierta expresión de tibieza en las
mejillas, con la ingenua picardía de amarlo sin el trámite brutal de la
compraventa. Estaba sintiendo el cariño entibiado por el desinterés, porque
quería de aquella vida tolerante y bella el calor necesario para hacer perdurable
lo que estaba sucediendo. Los dos se conmovieron al mismo tiempo. Los
pensamientos se extendieron, se dilataron para comunicarse, pero no podía ser.
Era imposible. Y ahora más imposible que nunca porque ella caería en la duda
al recordar, cuando pase el tiempo, que él al fin de cuentas, hizo lo que hacen
los demás aunque haya habido honestidad. Era necesario, entonces, salvar la
vocación del acto desinteresado. Era preferible no tocar lo que ya estaba
concluido, ¡no suceda que en el contacto despierte intenciones de mala
influencia!... En una época de la humanidad en que las amistades tienen el
precio de los favores obligados, era necesario que quedara en pie la misión del
desinterés.
Un resplandor de tristeza pasó por los ojos de ella cuando Jotanoa le dijo:
—Mañana, cuando estés en tu provincia, es posible que me recuerdes
como algo de dudosa existencia. Tal vez mi rostro y esta amistad queden
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alejados de tu vida diaria. Puede ocurrir que cuando te preguntes cómo es que
estás en tu ambiente natal, te acuerdes de mi, pero luego la imagen se irá como
algo irreal, irreal como la aventura de esta noche, tan imprevista. Esto que
estamos viviendo ahora lo encontraremos hecho un recuerdo mañana, tal vez
con vida propia para dejarnos vivir sin él. Los recuerdos se alimentan de sí
mismo sin la vida terrenal de los autores. Ellos no necesitan de nosotros, viven
porque han logrado perdurar, alejados de lo efímero. Nosotros nos quedamos
con lo efímero mientras ellos han alcanzado la región de la eternidad. Me
refiero a los recuerdos que han logrado capacidad para perdurar. Nosotros, a
pesar de insistir en lo efímero, también nos haremos un recuerdo de la tierra.
Seremos el recuerdo que vive de sí mismo porque habremos sumado la esencia
de lo terrenal a la esencia de lo universal.
La joven no entendió todo lo que él le dijo pero el Alma femenina de la
intuición le hizo sentir que algo hermoso, tal vez inefable, había penetrado en
su naturaleza.
—Aunque no he comprendido todo lo que me has dicho —confesó ella—,
me ha llegado una tristeza que no es tuya ni mía, una tristeza ajena que ruega,
que pide algo parecido a lo que me has dado esta noche.
—La hora del amanecer tiene la culpa. Seguramente está amaneciendo allá
afuera. Lo mismo me sucede cuando atardece. Debe ser porque somos
incapaces de vivir en un mundo que lo quisiéramos hacer de nuevo. ¿Será por
eso que es inevitable la tristeza porque las horas que se van como las horas que
vienen no anuncian lo que anhelamos? Cuando atardece, una parte de mi ser
huye con mis sueños al país de otros sueños, dejándome la otra parte, la que
hace de mi boca un hueco de amargura. Cuando amanece siento lo mismo. La
vida diaria se divide en dos para poder subsistir.
A Jotanoa lo invadió el significado de lo que estaba diciendo, pero el
artificio de aquello que lo rodeaba le hizo bajar la cabeza, refugiando su ánimo
en la terquedad de su esperanza. Para salir de sí mismo le dijo:
—¿Vives lejos de aquí?
—No, a pocas cuadras.
—¿Te molesta que vayamos caminando?
—No, siempre lo hago cuando... —no quiso terminar la frase.
—Creo que ya es hora —agregó él— porque las parejas se van...
—Busco el abrigo y nos vamos.
Del camarín regresó con un tapado sencillo, tipo gabán. Salieron. La mesa
quedó desierta...
Caminaron en silencio. Con delicado disimulo ella se tomó del brazo de él.
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Una leve sonrisa, mientras la miraba, asomó en los labios de Jotanoa. Ella
dulcificó el rostro con una mímica de ternura, que expresaba timidez y anhelos
de refugio. Con gestos, con el lenguaje de los gestos conversaron de todos los
impulsos y emociones. A través del contacto de los brazos sintieron el rumor de
la sangre golpeando las paredes de la piel... ¡Y nada más!
Llegaron.
—Aquí vivo —señaló ella.
Un momento de turbación. Un momento triste y grato, lucha indecisa del
querer, inquietud y ansiedad a punto de caer en la intimidad. El pudor renacido
en el rostro de ella como algo olvidado que regresa en pos de cariño, pero sólo
un beso en la mejilla de él fue el único encanto en estos dos seres que después
de algunas horas no volverían a verse jamás.
Una lágrima, cayendo de la ventanilla del tren encontró la mano abierta de
Jotanoa. El joven la miró y la dejó encerrada en su puño hasta diluirla en la
humedad de la piel. Otra cosa que recibía de ella. Una lágrima que al caer no
llegó al suelo...
Después, una mano como la de él pero más pequeña, quedó enarbolada
fuera de la ventanilla como símbolo de la separación.
Después, los señaleros de las vías que se quedaban y el tren, dejando su
espalda de rieles hasta desaparecer en el horizonte... ¡Hasta siempre, muchacha!
El lejano rumor del tren, traído en ráfagas de viento, parecía el eco de una
sugestión que decía: ¡Canta, oh tristeza, por fin tu alegría de morir!
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CAPITULO III
LAS IDEAS
Quien se ha dedicado a comprender el mundo externo desde el punto de
vista del ser interno, le sucede lo que a Jotanoa le estaba sucediendo sin que él
se diera cuenta.
Debido a que no se puede aceptar en su totalidad la información que nos
viene de afuera, donde se originan, precisamente, las ilusiones y las distorsiones
que sufren los sentidos que sufren los sentidos físicos, por tal razón se vuelve
imprescindible la intervención de nuestro Alguien del Alma, al que también
hemos llamado nuestra silueta llena de Alma y que, además, estamos
conociendo con el nombre de Eben Alb.
Jotanoa, por haberse dado cuenta a tiempo, había caído en la trampa
tendida por una ley que acecha en la naturaleza humana. Era una trampa en
beneficio propio que le hizo sufrir la prueba de ser la víctima por haberla
descubierto, por haberla descubierto actuando en todos los ambientes donde las
ambiciones, la vanidad, los celos y el afán de figurar le preparan el ambiente a
semejante ley.
Se la podría considerar como una cualidad negativa que interviene en
reemplazo de la cualidad positiva.
¡El que descubre algo lo tiene que experimentar! ¡La experiencia le ofrece
el argumento con que ha de explicar y comprender lo que ha descubierto!... Y
donde mayor fuerza adquiere es donde mayor efecto provoca, y donde mayor
efecto provoca es allí donde la pureza de un ideal ha creado el polo de atracción
alrededor del cual se reúnen aquellos seres humanos que han visto en el ideal
una norma de vida.
A medida que va afianzándose la manera de convivir en el ambiente
generado por el ideal, en lo oscuro de la naturaleza de las mismas personas
comienza a gestarse la acción de aquella ley, hasta que alguien del grupo se
convierte en el individuo que ha de actuar en representación de la referida ley.
La historia de la humanidad lo tiene incorporado a los grandes
movimientos de la evolución de la inteligencia. Es el personaje que se desliza
como una sombra detrás de la luz, es el personaje que después de las rebeliones
o de las revoluciones incontenibles, cuando todo parece encauzarse hacia la
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obtención de los beneficios, cuando nada parece amenazar los frutos ganados,
surge este personaje cuya existencia repetida lo ha bautizado con el nombre de
Judas.
¡La amenaza siempre estuvo en la debilidad de los medios para lograr el
triunfo aparente de lo ideal, lo que significa que los medios sólo justifican la
existencia de la ley de Judas pero no la intención del ideal concebido en su
pureza original!
Ya es un símbolo infaltable, más bien permanente. Es de carne y hueso
como cada uno de nosotros. Su misión es hacer que se fortalezca lo que no está
asegurado. Es el remezón que pone a prueba la debilidad de quienes sostienen
la integridad del ideal. En cada uno de nosotros vive adormecido a la espera del
momento de su intervención. Se presenta para desempeñar un papel difícil de
comprender, difícil porque aprovecha la deficiencia de nuestra comprensión
exterior, difícil porque creemos más en el hombre externo que en el hombre
interno, porque le entregamos mayor poder a lo negativo que a lo positivo,
permitiendo que lo efímero avance sobre lo perdurable...
Ya pasó por este mundo un Maestro que pretendió enseñar con el Amor al
semejante su doctrina de la mansedumbre. Él sufrió la consecuencia de esta
cualidad humana, de esta condición de la naturaleza.
La padeció por haberla descubierto, sabiendo que en cualquier momento
uno de sus discípulos se haría cargo del papel que pondría en evidencia la
debilidad de la defensa interior, de cuya debilidad saldría la misión de Judas.
En un club, en una empresa cualquiera, en un gobierno de aquí o de otro
lugar, en cada grupo de hombres reunidos con fines políticos, económicos,
religiosos, etc, hace su aparición para cumplir con el trabajo que nos hace decir:
¡siempre tiene que haber un Judas! Con esta expresión se confirma lo que
siempre ha sucedido y que siempre ha de ocurrir. Aceptamos el hecho sin
alcanzar a penetrar en su causa, la que se halla en la facilidad de encontrar
errores donde no los hay, de emitir el juicio apresurado sin tener en cuenta la
consecuencia, de perjudicar con el chisme o la calumnia sin motivo cierto... En
el afán de encontrar errores, en la tendencia de emitir el juicio apresurado, en el
hábito de decir el chisme cuando nada lo justifica, en lo superfluo de nuestras
opiniones, que son los síntomas de la debilidad interior, ahí comienza la acción
de nuestro personaje infaltable.
Siempre nos veremos ante dos elementos como mínimo que tienden a
producir un resultado por la atracción de sus condiciones opuestas.
Cuando nos damos cuenta de que la unidad se divide en sus dos causas,
una activa y la otra pasiva, la razón nos ayuda en comprender que aquello que
es activo es porque tiene ante si una condición pasiva y que de ambas nacerá la
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manifestación respectiva, pero también la razón nos ayuda a comprender que lo
pasivo no ocupar el lugar de lo activo. Cuando esto último sucede quedará listo
el escenario, donde el personaje tendrá la oportunidad de desempeñar el papel
de Judas.
Jotanoa, después de encarar la aventura de alejarse del mundo de afuera
para conocer el de adentro y después de valorar la importancia de uno y del
otro, decidió quedarse con el de adentro, donde descubrió la personalidad de
Eben Alb. Se quedó con su Alguien del Alma porque era el que le hacía durar
más tiempo la esperanza de encontrar la razón de vivir. Además, era allí donde
se podían descubrir los elementos de la eternidad, donde se podían cultivar los
sueños y los ideales y la confianza de verlos allá afuera, de verlos realizados en
el mundo de la fe materialista... ¡Y fue en el ámbito de la fe materialista donde
pudo comprobar el comportamiento erróneo del ser externo, del hombre sin
estatura espiritual, el que incurría en la tentación de usar los métodos del
personaje descubierto, quien lo hizo pasar por la prueba y el sufrimiento de
soportarla!... Cuando la comprensión interna hizo que Jotanoa se diera cuenta
de que estaba al final de una etapa y al comienzo de otra, le nació el impulso de
lo que quedó expresado en los dos libros anteriores.
Decir durante una reunión que cada uno de los que estaban allí,
cómodamente sentados, tenía dentro de sí a un Judas adormecido, era algo que
iba a provocar una situación que ninguno pudo imaginar en ese momento...
Ocurrió durante una de las charlas que Jotanoa solía dar ante un número
de personas que periódicamente se reunían con la intención de estudiar y
comprender el comportamiento del ser interno en relación con el ser externo.
Las charlas no eran preparadas con anticipación sino que surgían en el
momento y según la necesidad de comprensión de cada uno o de todo el grupo,
y que cada uno, por integrar la unidad del conjunto, tenía la misión de formular
una pregunta en la que aparecía implícito el tema a tratar. A partir de la
pregunta o de cualquier otra inquietud, Jotanoa comenzaba la charla del día de
reunión. La otra manera quedaba a cargo de la intuición de Jotanoa, dejando a
su ser interno en libertad de elegir lo que en ese momento fuera conveniente. Si
de él surgía el tema era porque todos necesitaban mejorar la comprensión
interna, de cuya comprensión dependía el éxito en la vida de cada uno.
Fue debido a la sugerencia del ser interno al iniciar la charla que Jotanoa
afrontó el tema. La idea de utilizar a Judas, aceptándolo como una ley que se
manifiesta en la naturaleza humana y que actúa con la misión de probar y
comprobar la fortaleza interior en relación con el ideal que congrega y aglutina,
la idea, repito, de usar a Judas ante sus compañeros lo hizo vacilar. Fue por el
temor a ofender que vaciló, pero cuando a cada uno del grupo lo consideró
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hecho de dos partes, una externa y la otra interna, su decisión se afirmó, pues la
ofensa podía herir al hombre externo y fortalecer al hombre interno, quedando
así compensado el impacto. Además, se dio cuenta de que por este medio le
daba mayor importancia al ser interno, que era al que en realidad anhelaban
desarrollar.
Cuando les dijo que cada uno de los reunidos allí podía asumir el papel de
Judas con el fin de poner a prueba la unidad y la confianza, y que era una ley
en estado pasivo que haría su aparición activa cuando la cualidad negativa
creciera y madurara hasta alcanzar la talla de Judas, no bien lo dijo se produjo
una actitud de sorpresa y asombro por lo imprevisto de la cuestión. Para
suavizar el impacto agregó que sería un privilegio para quien fuera tentado
siempre que se diera cuenta de lo que estaba naciendo en su naturaleza.
Si se daba cuenta, le quedaba entonces la mejor tarea, la de limpiar su
mente para restablecer la confianza interior en el ideal que los congregaba.
La primer sorpresa fue cuando una de las personas que escuchaba la
charla pidió permiso para retirarse por sentirse indispuesta. Esa persona, a las
pocas semanas, perjudicó los medios de subsistencia con que se atendían las
necesidades del edificio y demás obligaciones.
La segunda sorpresa la padeció el propio Jotanoa por haber manifestado lo
que dijo, y que debió servir de alerta para alejar las consecuencias de la
amenaza que comienza cuando la falta de confianza debilita la defensa del
ideal. Otra persona, por error de una interpretación, hizo las veces de Judas
para presentar una acusación por algo inexistente, por una situación mal
interpretada. Se dio la ironía de denunciar a quien les descubriera la ley en
prevención del daño que podía sobrevenir.
El período de crisis puede durar el tiempo que haga falta para que
desaparezca aquel que representara el papel de Judas. Al parecer, siempre
sucede lo mismo. Quien ha sido designado por esa ley, realiza su misión y
cuando ha cumplido la tarea de sacudir los cimientos de unidad, desaparece, se
esfuma y no vuelve jamás.
Ha hecho lo que debía hacer por encargo ajeno y se retira después de
haber demostrado la debilidad, la indiferencia, la falta de fe, de los que creían
en el ideal que los reunía, de cuyo ideal recibían el beneficio de la paz interior.
Así ha sido siempre y así lo será en el futuro. Los que quedan después del
remezón se dedican a recomponer el ambiente y a recrear la fe y la confianza en
lo que no debieron descuidar. Para que no ocurra otra vez se hacen la promesa
de vigilar con mayor cuidado. De nada servirá si la vigilancia no está en el
interior.
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Jotanoa aceptó la situación porque vislumbraba el comienzo de la nueva
etapa y porque advirtió el error de la acusación sin fundamento válido... Y
buscó consuelo en el apoyo de su comprensión interna, la que le dio una
respuesta convincente según la cual él, Jotanoa, debía desconfiar del ser externo
y confiar en el ser interno de cualquier persona, sea ésta del nivel social más
bajo o de cualquier otro nivel, incluidos los condenados por la justicia.
Aunque no era fácil aceptarlo así, tan de repente, se dio el tiempo suficiente
para asimilar y llegar a creer en aquello que, como esencia incontaminada del
Alma, mantiene su pureza en relación con el cuerpo que cae en la degradación
más despreciable. Esto significa que el daño sufrido había sido provocado por
el ser externo de quien asumiera el rol de Judas y que, a pesar de todo, le
quedaba confiar en el ser interno.
Durante muchas jornadas se repitió estas palabras de consuelo, se las
repitió tantas veces hasta que fueron aceptadas por el hábito de su comprensión
interna, con lo que pudo hacer desaparecer cualquier vestigio de resentimiento.
Lo que vislumbrara como comienzo de una nueva etapa, ya estaba con él,
pues lo que terminaba de vivir no era otra cosa que la aventura de una idea, la
que al igual que un imán, fue atrayendo pequeñas partículas de vida callejera,
párrafos de sucesos internacionales y todo aquello que pudiera adherirse a la
idea fundamental de Judas. Así nació el testimonio que Jotanoa relató y que lo
transcribimos en las próximas páginas.
LAS AVENTURAS
Las ideas vienen viviendo sus aventuras en el silencio de la meditación.
Jotanoa las presentía allí donde Eben Alb las podía liberar, por eso anhelaba
que dejaran el silencio de la meditación para que ingresaran a la mente de
aquellos que quieran aceptar como guía en todas sus decisiones. Casi al mismo
tiempo que Jotanoa rogaba por alcanzar este objetivo, Eben Alb lo impulsaba a
relatar algunas experiencias y provocar así el afloramiento de las ideas, para
permitir que las ideas escondidas en el silencio de la meditación fueran
ubicándose en los lugares adecuados de la narración.
Para que se diera cuenta de lo que podía hacer Eben Alb, le dijo que
durante lo que estuviera relatando, él aprovecharía los intervalos propicios para
insertar las ideas que por su contenido serían la mejor garantía para el uso de la
Ley del Retorno, que más adelante la daría a conocer. Animándolo, le dijo:
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—Deja que fluyan los juegos infantiles de las emociones para que las
tragedias y los dramas tengan la sonrisa de la bondad y el gesto de la
comprensión... ¡Déjame ensuciarme en las pasiones de la vida diaria para sacar
de ellas la esencia incontaminada de los sufrimientos y el sueño permanente de
los bienes del Alma!
La presencia invisible de Eben Alb se notaba cómodamente instalada en la
ternura de la esperanza que emanaba de su invisibilidad.
—No bien comiences el relato —le dijo por último— sentirás el camino
abierto de la inspiración.
A los pocos días, Jotanoa dejó que el relato se deslizara por la pendiente
de la imaginación. Lo acompañaría la acción de un poder que se oculta para
sorprender.
PRIMERA AVENTURA
Si me preguntaran cómo lo definiría, diría que era un hombre que vivió
obsesionado por una pregunta.
Se la decía en voz baja, casi en un murmullo, cuando la descubría en la
conducta de la gente. Era su manera de reaccionar, que le servía de desahogo
ante la impotencia de intervenir con una solución. Vivió padeciendo una
especie de locura pasiva, de obsesión inofensiva por influencia de la pregunta.
Si bien fue la persona que a nadie le hizo daño porque su pasividad le dio el
ambiente donde retozaba la justicia de lo que soñaba, él nunca se enteró que a
su lado se educaba un discípulo que haría de la doctrina pacífica de su pregunta
una revolución activa, es decir, que su locura pasiva se transformaría en locura
activa. Tampoco llegaría a saber que se ganaría el pedestal de maestro en la
mente de su discípulo.
Esta criatura humana que hemos descripto sin datos personales, cuando
veía a un semejante suyo que azotaba sin piedad a un caballo servicial, la
pregunta estallaba como un relámpago en su conciencia.
Si más tarde sorprendía a otro de su especie que arrastraba, tirado de un
alambre, a un perro, cerrando los ojos se hacía la misma pregunta:
—¿Es esto la vida?
Si en otra ocasión se topaba con un harapiento que respiraba y emanaba
olores de mugre vieja, que pasaba a su lado con ademanes de pordiosero, la
misma pregunta gemía en su interior como si fuera el amén de un rezo:
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—¿Es esto la vida?
Como son numerosas las veces que se la dijo ante tantas maneras de
castigar a víctimas inocentes, incapaces de defensa, no haremos el detalle de
otras, sólo diremos que nada escapaba a su vigilante atención, haciéndose cada
vez más sensible al sufrimiento ajeno.
No tenía de su Alma nada más que el resplandor confuso de una idea de
hermandad, sin embargo, ayudado por esta idea confusa perdonaba la torpeza
de los hombres, creyendo que los seres humanos eran la consecuencia de
torpezas mayores. Al final de sus días, lo único que atinó a decir fue la misma
pregunta, pregunta que en ese instante se hizo enorme por la cantidad de años
que lo acompañó como una sombra fiel e inseparable. Lo inolvidable fue que
sonrió cuando en su interior le pareció escuchar a modo de despedida su
conocida pregunta: ¿Es esto la vida?
Después de cerrar los ojos para dormir en posición de tumba, le hallaron
entre sus manos una sarta de papeles garabateados. Era algo parecido a una
memoria, la que tenía por título la misma pregunta. Nadie la leyó y fue
abandonada como un objeto sin valor entre los viejos trastos que en un altillo se
amontonaban, donde fue de mucha utilidad para las ratas, pues en ella
realizaron una larga ejercitación dentaria.
Cuando el cortejo de su fúnebre paseo lo depositó en el hueco que él no
eligió, sucedió algo extraño. Fue entonces que se supo de la influencia de sus
ideas, de sus ideas que tomaban cuerpo y se materializaban en la voluntad de
un hombre, que tal vez fuera un amigo intranscendente, alguien que sólo estuvo
a su lado alimentándose de lo que él decía a modo de reflexiones cuando
estallaba en su mente la pregunta.
Nadie imaginó que su doctrina, hecha poco a poco con retazos de ideas
que le daban marco a la pregunta, pudiera haber formado la poderosa mente de
un discípulo que ahora se decía ser y estar orgulloso de serlo. Así fue que un
desconocido personaje, de aspecto sereno por fuera y volcánico por dentro, de
cuerpo robusto, vestimenta elegante, de ojos de acero y mirada de fuego,
acompañado de un raro ejemplar pordiosero, esperaron junto a la tumba del
recién sepultado. Esperaron hasta que la comitiva de conocidos y deudos se
alejara.
Cuando está se hubo apartado con intención de abandonar el cementerio,
ocurrió lo siguiente: Los dos hombres, el hombre elegante y el hombre
pordiosero, se arrodillaron con severa naturalidad, sin importarles las sorpresa
del grupo que se alejaba. Se pusieron de rodillas como si lo hicieran en pleno
desierto, donde nadie vive para ser testigo de algo o alguien. El hombre de
corpulenta estructura humana lustró con la manga de su saco un trozo de
63
mármol blanco y lo colocó frente al cajón mortuorio. Las negras palabras
escritas decían: “A LA MEMORIA DE TU PREGUNTA”. Debajo de éstas, se
leía lo que fuera angustioso interrogante del que ahora yacía muerto: ¿ES ESTO
LA VIDA?.
Luego de acomodar el mármol, le dijo al muerto que ahora lo elevaba al
rango de maestro:
—No sé rezar —comenzó a decirle—, no sé qué cosas deben decirse ante
los restos de una persona que ha alimentado el crecimiento de un ideal en el
discípulo que ahora soy. Si no sé rezar, poco me importa padecer de semejante
ignorancia. Lo que salga de mí tendrá el mismo valor o mayor valor que
cualquier oración memorizada. Te he traído la pregunta que tantas veces te
hiciste. La interrogación aquella, la tengo en carne y hueso aquí, a mi lado. Es
un trofeo que he rescatado para ti.
—Dicen —continuó diciendo— que el Alma llora la pérdida del cuerpo,
pero eso es mentira. Quien está obligado a llorar es el cuerpo que pierde a su
Alma, sin embargo, ninguno de los dos llora. Sólo lloramos nosotros, los vivos,
que no podemos ver la separación como algo parecido a dos hojas en el aire de
vientos distintos. No hay duda que somos el desperdicio de viejas
supersticiones... ¡Qué poco hemos conquistado para dejar una herencia de
alivio a los que siempre han padecido!... Los anhelos que alguna vez tuvieron la
fuerza para mantener los fundamentos eternos de la vida se han dormido en su
lecho de cenizas, sumados a otros despojos milenarios, sin que de ellos haya
quedado ni el recoldo para reavivarlos.
—Hay muchas cosas —siguió diciendo— que han perdido importancia
para mí. Me queda por amar el resto. Deseo que haya muerto la parte sin
importancia que pretenda sobrevivir y que mañana o ahora mismo renazca la
parte que la quiero convertida en heredera de la cuantiosa fortuna que la
humanidad me reserva. Mi vida ha perdido el equilibrio de la indiferencia,
sintiéndome transformado en la acción que tu pregunta ha iniciado. Habiendo
dejado la inmovilidad de la decisión, me queda por delante la acción de una
aventura que, por fin, hará pedazos los ídolos de la veneración inútil. La
veneración tendrá su hogar en mi naturaleza renovada, sin importarme el final
de mi vida. Cuando llegue el momento en que no pueda dar más y me sienta un
miserable desgastado, entonces, me abriré la frente de un balazo.
Este hombre que está a mi lado será el secretario de una organización que
cumplirá la misión de dar, dar y dar hasta el exterminio de los que nunca dieron
nada.
—Mi locura parecerá un crimen —continuó—, pero el crimen dejará de
serlo cuando los años digan la justificación. Este ser humano, que está a mi
64
lado, lo encontré hace unos días escarbando entre los desperdicios de un tacho
de basura. Semejante verdad no será disimulada ni borrada por el olvido
convencional. Quien ahora está junto a mí, cuyo único nombre social es el de
pordiosero, se alimenta como los perros, yendo y viniendo en busca de comida
que descubre entre los residuos. Yo lo sorprendí, seleccionándola. Fue el regalo
de cumpleaños que esa noche me lo diera la vida por cumplir un año más... Tú
estabas enfermo. Mucho frío iba y venía, llevado y traído por una brisa de
hielo. Caminaba yo distraído, mirando vidrieras, cuando me pareció oír el ruido
característico que hacen los perros cuando escarban en cajones y tachos de
basura. Me di vuelta y vi el moderno espectáculo. Quien ahora se halla a mi
lado era el que, inclinado y hundido hasta la cintura, hacía el ruido tan parecido
al que hacen los perros cuando revuelven los desperdicios.
—La justicia en la mente de algunos hombres —siguió diciendo— suele
convertirse en fragua de odio que arroja fuego con la intención de quemar y
calcinar. Pues mi conciencia de la justicia era una cosa parecida, repartiendo
fuego para quemar lo deshonesto que nos cubre. Al mismo tiempo que esto
ocurría ante mis ojos, a lo lejos se oía los gritos de los verdugos de siempre, los
que utilizan escenarios callejeros con el fin de prometer la abundancia del
bienestar. Desde el entarimado de una tribuna llegaban las palabras del orador
de turno que decía: ¡Ciudadanos! ¡Hijos de esta tierra generosa, la verdad que
estamos difundiendo nos enorgullece por ser el más claro estandarte de la
justicia!... ¡Esta noche, el bien que nos convoca nos abre el camino por el que
ha de transitar nuestra conducta pública!
—El pordiosero, de cabeza en el tacho de basura, encontraba un envoltorio
y lo rompía para encontrar “nuestra conducta pública”... El orador continuaba
diciendo: “¡Aquí estamos para cumplir con el mandato de la historia, la que nos
ha elegido para cobijar a quienes quieran acompañarnos a materializar los
dones de la riqueza!”. Mientras allá vociferaba el orador, del tacho de basura
salía una mano enarbolando un trozo de pan y un montón de cáscaras de
fiambre, “materializando los dones de la riqueza”... El exaltado hombre público
parecía golpearse el pecho. Había dejado de hablar para comenzar a gritar.
Menos mal que el viento se llevaba sus alaridos, pero una ráfaga trajo con
mucha claridad su exaltación final que decía: “¡Tengan presente que somos la
consigna de la patria y el Amor!”... El tacho de basura se inclinó tanto que
rodaron por el suelo algunos desperdicios, mientras el orador terminaba
gritando la consigna que el viento la enmudeció en la distancia.
Los dos hombres no se fueron de inmediato. Aún de rodillas y apoyados
en los talones permanecieron largo rato, abarcando con la mente el escenario en
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el que luego actuarían... Mientras tanto, las sombras del ocaso venían apagando
los destellos de la tarde que se demoraban en la copa de los árboles.
Aquel que quedó sepultado y que creara una filosofía a partir de la
pregunta que hemos repetido tantas veces, solamente había llegado a hilvanar
una idea tras otra hasta formar una teoría que sería experimentada por un
individuo que la asimilara a su manera, habiéndola sumado a los resentimientos
y fracasos de su vida. Lo que tenía de mansedumbre para comprender al ser
humano, sin que en ningún párrafo apareciera la incitación a la violencia, se
había unido a los deseos de justicia de un hombre que había pasado por la
escasez de medios, por la ausencia de cariño y por la miseria de un ambiente
que lo tuvo sumido en el desprecio. Si el primero vivió en un estado inocente de
locura pasiva, el segundo, transformado en discípulo por decisión propia, iba a
vivir en un estado de locura activa.
Según los testimonios repetidos de la historia del hombre, se destaca la
capacidad que tenemos de generar los medios equivocados que dejan una suma
tal de víctimas que no justifican lo que se ha obtenido o ganado... ¿Cuántas
veces se ha repetido lo que a continuación dejaremos narrado como una
variante de los mismos propósitos que en el pasado han cometido los errores de
justificar los medios para tantos fines dudosos?
Ya estaba instalado con su estrategia el discípulo del muerto aquel para
iniciar la aventura de una idea...
Y la comenzó desde un lugar del mundo y bajo la vigilancia de una
organización perfecta. Desde allí cubrió la faz de la tierra con los estragos de la
delincuencia. Lo hizo como si jugara a ganar en el deporte de matar con la
mayor rapidez posible. Aquel robusto y elegante hombre del cementerio,
convertido en rebelde del planeta, acrecentó su aventura con sutiles presiones
que hacían estallar los mil demonios de la violencia. Su locura se movía con
una locura planificada, ordenada, frente a la poderosa comunidad de la infamia
legalizada. Él conocía que la infamia tenía un generoso punto débil, el que
habría de darle frutos insospechados. Este talón de Aquiles era la debilidad por
el dinero y él lo utilizaría, usándolo de soborno.
La humanidad empezó a vivir espantada. Los medios de defensa y de
ataque que se oponían eran reducidos a la desorientación, pues el genio
calculador y previsor de aquel jefe cambiaba la táctica a cada momento.
—Ningún obstáculo debe quedar en pie —solía decirle a su gente—. Los
títeres de las organizaciones e instituciones que especulan con la sumisión de
los indefensos tienen que desaparecer. Si fuera posible prenderle fuego a la
tierra para redimir los ideales del bien, lo haremos sin vacilar. Aunque
tengamos que destruir todo lo que existe, lo haremos a cuenta de un futuro
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limpio y honrado. No dejaremos que subsista la paternidad milenaria del
egoísmo, el que reduciremos al mínimo valor, casi nulo. Los que pidan el
perdón que lo consigan a cambio de ríos de sangre, pues es lo único que puede
compensar por el sufrimiento soportado... La justicia tendrá que cumplir su
tarea purgatoria aunque deba avanzar con pasos de tragedia.
Así aleccionaba a quienes hizo legionarios de su misión y discípulos de
sus lecciones. El robo y el producto robado llegaba a sumas exorbitantes. Los
legionarios de semejante rebelde, desempeñando el papel de malhechores,
habían perfeccionado la estrategia del delito, a tal punto que una mente superior
parecía dirigir y proyectar la serie de robos. Se pensaba que el genio que
organizaba debía pertenecer a una inteligencia diabólica por un lado y divina
por el otro, ya que el origen de su aventura nació de un ideal de justicia sin
violencia para terminar en una de extrema violencia.
En cada ocasión que caía uno de sus discípulos, el mismo caído recurría a
una bomba para destruirse con el fin de no dejar huellas a la pesquisa. Eran
suicidas al servicio de un fanatismo inculcado por el maestro, que les había
enseñado el valor de la vida, de una vida que era necesario perderla o
recuperarla en bien de la organización.
Si alguien moría en plena lucha callejera, uno de sus compañeros lo
convertía en mil pedazos, lo pulverizaba con explosivos de mano. Era la
consigna ante el camarada muerto en la refriega: No dejar rastros al adversario.
La organización se hacía cada vez más poderosa porque manejaba el
dinero robado con mucha habilidad. En todos los países del mundo, los
discípulos de aquel maestro se habían infiltrado para sobornar y comprar
voluntades que se dejaban vender. Los que se dejaron vender porque nada
valían y porque eran basuras hambrientas de dinero y de posiciones, fueron
fichados y colocados en una lista que sería utilizada en una próxima redada, en
cuya ocasión tendrían que ofrecer sus vidas como meros acusados sin remedio.
Los países tambaleaban en sus poderes. La descomposición cundía con
ilimitada velocidad. La moral era devorada por la inmoralidad. Aquellos que se
echaban en brazos de la traición, denunciando y mintiendo, también eran
individuos señalados, considerados inútiles y como tales, condenados a la
futura eliminación. De esta manera, se estaban acumulando los nombres de los
seres humanos que más tarde habrían de ser destruídos. En la tierra quedaban
muy pocos honrados y la cifra era pavorosamente pequeña. Se esperaba que en
los niveles populares no ocurriera lo mismo...
El jefe de esta pandilla de endemoniados se preguntaba algo intranquilo:
¿Quienes y cuántos serán los pocos honrados, los pocos que habrán de
salvarse?, pero de inmediato se convencía que no era necesario interesarse en
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esta cuestión porque la máquina de sus afanes estaba en marcha y no era
prudente semejante distracción. Cuando llegue la hora de la selección habrá de
tener firme la razón y más firme aún la voluntad. Tal vez muchos puedan
salvarse, admitiendo que la causa que los llevara a la venta de sus voluntades
haya sido por influencia de la necesidad, quedándoles la esencia que les permita
recuperar lo que hubieren perdido con la conducta deshonesta.
La hora se avecinaba. Faltaban pocas naciones para que llegara el
momento de dar a conocer el plan elaborado. La infiltración de sus delincuentes
salvadores se producía de manera superior a la prevista. Cedían con más
facilidad que la calculada. Casi todos los poderes de la humanidad estaban
comprados. No quedaba resorte social, económico o político que no fuera
dominado por estos aventureros de la delincuencia mundial.
La fortaleza de semejante organización aumentaba día a día, también la
del dinero, pues la suma calculada estaba llegando al valor de la tierra en su
totalidad.
Significaba, entonces, que solamente un hombre, a corto plazo, iba a
realizar la compra del planeta. Ese día se haría propietario de la tierra, usando
los medios legales, porque los genios de la filosofía económica habían abarcado
con el concepto de compra-venta a todos los bienes terrenales, incluidos los
seres humanos, por lo tanto, lo que él iba a concretar era lo que el dinero le
permitía adquirir. Además, su gran misión se había reservado el cumplimiento
de un ideal con que soñaba sorprender a la humanidad. Su ideal era tan
obsesivo como secreto, y tan ciego que no vacilaba en demoler y en destruir los
obstáculos. Para él eran nada más que obstáculos, aunque fueran vidas y más
vidas.
Si bien el triunfo de la labor preliminar era evidente, algo parecido al
miedo, a ese miedo que nace de estar frente a la obra enorme a punto de
convertirse en realidad. Tamaña aventura adquiría contornos superiores a la
voluntad de un hombre solo. Una chispa de ansiedad intentó decirle que
vigilara con cautela, que extremara los medios de control para evitar errores. El
poderoso ser humano estaba presintiendo la existencia de lo que latía oculto en
la naturaleza de su semejante. Presentía que la razón de los acontecimientos
escondía la reacción de una razón opuesta, le parecía que una grieta se abría
hacia el punto débil de su conquista material, de su ambición física, puramente
terrenal.
El presentimiento, que por momentos lo distraía, se afanaba en mostrarle
la imagen de un símbolo milenario, el mito sin rostro, el misterio de una
superstición, el pensamiento que juega con el imprevisto deseo del interés
propio, manejado por una bien disimulada traición. Sorprendido de pensar en
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esto, agitó la cabeza para desprenderse de tales fantasmas... Recuperó la calma
y alejó la desconfianza. Ahora que estaba todo en sus manos, la culminación de
su lucha no tardaría en llegar...
Y llegó el día esperado. El rincón desconocido del mundo se llenó de
tantos delegados como naciones tiene la tierra. La primera etapa llegaba a su
fin. Era necesario comenzar la segunda que consistía en tomar posesión de la
tierra.
Un salón enorme congregó a los delegados. La gravedad del instante se
respiraba como si fuera el aliento de algo supremo. El acto que en sí mismo
tenía una tibieza soberana, escondía una intención solapada, en donde parecía
flotar el destino de la humanidad. Detrás de la mirada de cada delegado, la
travesura de algún pensamiento jugaba a soñar con los deseos personales.
Nadie podía adivinar lo que su vecino pensaba porque cada uno se entretenía
con el suyo, pero la obra realizada alejaba al duende travieso del egoísmo. Los
beneficios que a corto plazo recibirían los habitantes del planeta imponían el
respeto de la fidelidad.
Los millones de seres que componen el género humano dependían ahora
de esa reunión. El porvenir de algo nunca visto estaba a punto de comenzar. El
dueño del mundo, situado en el sitio de su mando, borró de su mente el pasado
reciente para abrir el acto que los reunía:
—Una hora —emocionado, empezó a decir— como la que estamos
viendo no ha transcurrido en ningún momento de la historia. Adueñarse de la
tierra por los medios legales, creados por el hombre, es una hazaña sin
antecedentes. Nuestros corazones, aturdidos por la sangre ajena derramada,
desean latir con el fervor de la justicia. Ignoro si podremos limpiar nuestro
pasado con las acciones que en este presente impulsaremos hacia el futuro, pero
de una cosa debemos estar seguros: ¡La justicia reinará aunque la hayamos
conseguido al precio inaudito de lo que rogamos sea sepultado en el olvido!...
Es difícil mantener la serenidad porque la visión que no llega del porvenir es
superior a los que nos pueda decir nuestras facultades sensitivas. Nos damos
cuenta de que ahora somos los dueños del planeta, que lo podemos dirigir hacia
la destrucción, pero nuestra misión nos aconseja que es el momento de hacer
realidad los viejos sueños de la humanidad. Hacia tales sueños enfilaremos
nuestra revolución, con la que pretendemos inaugurar la era de paz que tanto
necesita esta castigada tierra. Nos queda por delante lo que la justicia y la
equidad nos puedan traer. Es hora, entonces, de empezar la tarea.
La tarea la iniciaron los delegados cuando rindieron cuenta de la situación
del mundo. Las declaraciones de cada uno fueron las previstas hasta que llegó
el momento de la más importante, es decir, la compra de la tierra y la
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eliminación de aquellos que vendieron su voluntad a un precio que demostraba
la necesidad de terminar con sus vidas y evitar así la contaminación futura.
Un delegado, cuando el turno le permitió hablar, dijo:
—Nuestra organización ha copado los poderes del mundo. Estamos en
condiciones de adueñarnos de lo que es vida y trabajo. La explotación de los
recursos del planeta depende de nuestra dirección. Hace falta una simple
condición de contrato para formalizar la propiedad que de hecho tenemos.
Otro delegado expuso lo siguiente:
—Si nada queda más allá de nuestro alcance, lo correcto sería prepararnos
para el próximo paso y determinarlo ahora. Para no despertar sospechas fijemos
el día en que todos al mismo tiempo firmaremos los documentos de posesión, lo
que significa que debemos estar de acuerdo con la fecha próxima, señalada en
esta reunión, en que cumpliremos la tarea de adueñarnos del planeta en
representación de nuestro jefe. Al día siguiente nos hallaremos en condiciones
de resolver el problema de la eliminación de quienes, según se ha dicho, no
sirven para integrar la nueva sociedad...
Otro delegado argumentó así:
—¿No sería posible postergar la eliminación aconsejada y tratar de dar un
plazo adecuado con la esperanza de comprobar enmiendas?... Tal vez, con el
adoctrinamiento se logre que la regeneración se produzca.
En vista de lo planteado, otro delegado se animó a proponer:
—Que pase a la próxima reunión este problema. Nos conviene, en primer
lugar, llevar a cabo la tarea de asegurarnos todos los bienes, luego, pasado el
tiempo, el que podemos fijar aquí, nos veremos en este lugar donde trataremos
la eliminación de los fichados como sobrantes.
Un delegado más se pronunció así:
—¿Qué opina nuestro jefe?
A lo que el jefe respondió:
—Estoy de acuerdo con lo último que se dijo, pero si existe discrepancia
lo resolveremos por mayoría de opiniones.
Luego de dar su acuerdo y durante unos segundos más, el amo de aquellos
delegados vio en su mente un cuadro que se iluminaba con la aparición de un
personaje de sonrisa burlona que recibía un bocado de comida de manos de
alguien, del que solamente se veía el brazo.
El fondo del cuadro lo llenaba el sufrimiento y la burla, el dolor y el
desprecio, la ilusión y el desengaño. Después vio algo más, pero esta vez en su
propia condición humana como si se mirara a sí mismo y se viera dividido en
dos, en una parte el bocado de comida y en la otra la sonrisa burlona, de un
lado la luz y del otro la oscuridad. Luego se sintió saliendo de la oscuridad,
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vestido con harapos de luz, con hilachas luminosas que despedían chispas
azules como las estrellas. El cuadro se desvaneció cuando uno de los delegados
dio por terminada la reunión al decir:
—Según parece, todos estamos de acuerdo con postergar la eliminación...
En efecto, todos lo estaban. Se llegó luego a estar de acuerdo con que el
primer día lunes del mes siguiente, los delegados, en representación de su jefe y
maestro, tomarán posesión legal del planeta, pagando por él lo que el hábito de
comprar y vender había establecido. Una vez concluída esta obligación, cada
uno viajará para celebrar la próxima reunión, la que se llevará a cabo el último
domingo del mismo mes.
Y así sucedió. El dinero se burlaba del derecho de patria, se burlaba de la
tradición de soberanía. Lo que el hombre había creado para comodidad de sus
ambiciones servía ahora para enajenar lo que siempre se creyó que era el
derecho inviolable de los pueblos, es decir, el derecho de vivir en lo suyo y de
lo suyo.
Los que se adueñaron de todo, doblegando voluntades, abrieron el camino
con tanta facilidad que nadie dejó de ceder al maleficio abrumador del dinero...
y el planeta quedó en manos de un solo hombre como jefe de una organización
mundial.
Este único hombre quedó en situación de disponer de la tierra a su
albedrío. Los hilos que manejaron las decisiones del amo rebelde dependieron
siempre del secretario que había aceptado el cargo ante los despojos del muerto,
después de haber pasado por
el calvario de pordiosero. La férrea
administración del expordiosero había dado sus frutos con exactitud prodigiosa.
El amo rebelde, el revolucionario implacable, habló por primera vez al
mundo, dando a conocer la decisión de realizar la obra magna de distribuir la
abundancia de la tierra según el antojo sagrado de las palabras justicia y
hermandad... Y el mundo supo que la tierra iba a ser de sus habitantes. Lo que
hasta ahora había sido la posesión teórica y emocional de los habitantes pasaba
a ser la posesión práctica y racional.
Cuando el ser humano se ha comprometido con las acciones violentas de
su revolución, le queda en su mente la necesidad de realizar la compensación lo
más pronto posible como acto de pago por lo que hizo.
En la mente parece quedar la actitud acusadora de una moral desconocida
que condena la forma de destruir, aunque después se pretenda reconstruir a
pedido del arrepentimiento... Sin embargo, cuando se está a punto de llevar a
cabo el acto reivindicatorio para calmar la actitud acusadora de aquella moral
desconocida, cuando se quiere justificar el error de los medios utilizados,
apresurando la entrega de los beneficios, cuando ha llegado el momento de la
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ansiada compensación, también llega el otro momento, el momento esperado
por alguien que ha nacido de la travesura de un deseo. Viene él a encender la
chispa de la tentación y a inaugurar su reinado de personaje milenario,
insuperable hasta hoy, siempre victorioso ante una defensa interior carcomida
por el miedo. En realidad, el ideal que pusiera en marcha a la revolución trae el
virus de su agotamiento porque poco y nada de lo perdurable en el hombre ha
intervenido en la efímera conquista.
La nueva reunión tuvo lugar en la fecha anunciada y en la fecha
anunciada, el último domingo de aquel mes, se produjo la acción más secreta
que pueda conocerse como tal. El misterio tendió su manto de conjeturas.
Sólo se supo que allí no había sucedido nada, absolutamente nada... Pero
aquel secretario, cierto día, lo encontraron enloquecido y moribundo en un sitio
del planeta, en un punto que era la parte opuesta al lugar donde se realizó la
última reunión... ¿Qué sucedió allí?... Dicen que el secretario, entre el delirio y
la lucidez, murmuró una serie de palabras que los testigos oyeron sin
comprender lo que le dijo:
—¿Es esto la vida?... ¿Dónde estás, maestro, por qué vino el engaño, por
qué la traición?... ¿Qué ocurrió, por qué estoy aquí, lejos del sitio de tu caída?...
¿Por qué estoy donde no quiero estar, quién me trajo?... Mi pobre consciencia,
mi loca y fiel consciencia que no quiso venderse... El muerto aquel, allá en el
cementerio... arrodillados los dos y los árboles como dedos gigantes acusando
al cielo y tú, desafiando al mundo, matando a miles para asegurar el tiempo de
la justicia... ¿De qué sirvió eliminar a tantos cuando todo ha resultado inútil?...
¡Los sueños, oh los sueños, que se atreven a vivir en la realidad prefieren volver
a su antigua condición de sueños porque allí está su existencia!... ¿O será que
los sueños se mueren en cada etapa de lo efímero?... Maestro, ¿por qué lo diste
todo con tu muerte?... ¡Me duele la visión de tu muerte que fue la cena final
con que ahora se alimentan los... los infames... los de siempre...
Los testigos no comprendieron nada, sólo dijeron que era un loco y que su
confesión era el delirio de un hombre a un paso de la muerte.
De los delegados, tampoco se supo nada, pero la tierra sigue en manos de
quienes continúan desafiando a la historia de la inteligencia, provocando al
genio de la paciencia, dando la espalda a los que por ser habitantes de un solo
planeta les pertenece su parcela de vida.
La comprensión crea el compromiso de realizar lo que se ha comprendido.
Si la comprensión ha nacido de la sabiduría del Alma, mayor compromiso se
adquiere. La inteligencia, en algún instante de la evolución llegó al ámbito de la
sabiduría del Alma, donde la responsabilidad es el condimento obligado de las
decisiones... Y si no ha sucedido, tendrá que suceder ya que la sabiduría del
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Alma compromete al hombre en todo lo que comprende... Y si le da la espalda
a lo que ha comprendido, esa actitud habrá de repetir los dolores de la historia,
repitiéndose la historia de los dolores.
Eben Alb es hijo del oriente. Viene de un escenario primitivo en el que se
han vivido aventuras del pensamiento que han dejado huellas profundas en la
mente de la humanidad. Poco a poco, Eben Alb ha ido introduciendo su pasado
en el presente de Jotanoa.
Entre las muchas cosas guardadas en la memoria de Eben Alb nunca
quedó registrado lo que el hombre llama muerte. Para él es algo ajeno a su
existencia porque la muerte pertenece a las etapas de lo fugaz, de lo transitorio.
Quienes viven haciendo de la muerte el final de sus vidas los asiste la razón de
creer en lo fugaz, ya que lo fugaz pertenece al destino de la materia. Nada ni
nadie puede rebatir o rechazar la creencia en lo fugaz, ya que lo fugaz pertenece
al destino de la materia. Nada ni nadie puede rebatir o rechazar la creencia en lo
fugaz porque está basada en la experiencia de una de las dos consciencias, en la
de la consciencia objetiva, la que ayuda a encontrar los argumentos de la
creencia en lo efímero. ¡Es la verdad de un aspecto de la vida terrenal!
Eben Alb resumió en pocas palabras lo que la incomprensión divide a los
hombres:
—Entre los extremos que se rechazan sin nada que los acerque, alguna
razón conciliatoria debe haber, al menos, para que cada uno siga el camino
elegido sin atacarse mutuamente. Para evitar nuevas desuniones, ¿no es más
fácil suponer que quienes tienen en cuenta en mayor grado a la consciencia
física, sean los creadores, o mejor dicho, los fundadores de la filosofía
materialista, puesto que esa consciencia les da y les sigue dando el argumento
relacionado con el destino material del cuerpo, destino que lo lleva a
desaparecer junto con su consciencia objetiva?... Por otra parte, ¿no es fácil,
también, suponer que quienes se dan cuenta de que poseen una consciencia
cósmica en su aspecto psíquico, pueden haber elaborado una doctrina que no es
materialista, que ha sido inspirada por una consciencia psíquica y que por su
relación con lo perdurable, con lo eterno de la vida, desconoce la existencia de
la muerte? ¿No es mejor aceptar que ambos tienen razón porque cada uno ha
basado su doctrina en la consciencia respectiva?
Luego de una pausa continuó:
—Quienes han adoptado la creencia en la silueta llena de Alma, no
deberían planificar sus vidas de acuerdo con el fantasma de la muerte. Si bien
la tradición ha calado hondo en la manera de pensar, poco a poco deberíamos
comprender que no tiene sentido admitir la eternidad de la vida en relación con
el límite impuesto por la muerte, ya que todo límite se convierte en obstáculo
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para el ser interno, y lo que es obstáculo para el ser interno se vuelve dañino
para el individuo y lo que es dañino en el individuo se manifiesta en timidez, en
agresividad, en angustia, en ansiedad, en hastío, en fin, en lo que contribuye a
quitarle sabor a la vida... Si la vida es el sendero interminable de la eternidad, lo
que le da validez a la eternidad es, precisamente, la continuidad de la vida, sin
que tenga que intervenir ningún obstáculo en su libre manifestación.
En forma paulatina, Jotanoa comprendió la eternidad de la vida, expresada
en Eben Alb. Se hizo el hábito de pensar que Eben Alb era, en realidad, la
personalidad del Alma que viene andando desde la eternidad del pasado hacia
la eternidad del futuro y que él, Jotanoa, era la oportunidad presente en la que
Eben Alb estaba viviendo su ahora. En algún instante del pasado, Eben Alb se
ha incorporado al sendero de la vida, creando con su ingreso la causa principal
de las vidas que tendría que vivir en el plano terrenal. Los incidentes ocurridos,
durante cualquier período, pueden estar indicando la causa que los originara en
el pasado.
Eben Alb le fue mostrando muchos pasajes de su vida pasada, en
pantallazos de difícil interpretación.
Jotanoa los retenía con la esperanza de poder comprenderlos cuando
alguna situación de la vida presente le diera la clave. Aún no sabía si estos
pasajes aislados eran hechos importantes que el debía relacionarlos entre sí,
aunque quedaran entre ellos algunos espacios vacíos.
Tampoco sabía si estos pantallazos tendrían algún valor físico o psíquico,
o si ellos contenían experiencias de aplicación terrenal, o si los debía tener
como referencia psíquica para comprender el grado de evolución alcanzado...
Entre los que se destacaban, por no haberlos olvidado o porque siempre
parecían estar presentes, estaban los muy primitivos, aquellos cercanos a los
primeros momentos de la consciencia objetiva, esa consciencia que empezó a
poner al ser humano en contacto con el mundo que lo rodeaba, un mundo que
por primera vez aparecía separado de él, es decir, que él se estaba dando cuenta
de sí mismo y de lo que estaba mas allá de sí mismo. En realidad, algo estaba
ocurriendo en su mente como para sentirse alejado de la naturaleza, como para
dejar de pertenecer a la unidad del paisaje y comenzar la temible experiencia,
la peligrosa aventura de abandonar la unidad del mundo tanto animal como
vegetal y dejar que el egoísmo por las necesidades de la vida se convierta en el
egoísmo de las ambiciones personales... y permitir que la propiedad común a
todos los seres de la creación se convierta en propiedad personal, en propiedad
privada... y dejar que lo obtenido en luchas ocasionales por el instinto de vida
se convierta en la obsesión de ganar y someter.
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Cuando Eben Alb, en un tono humilde que le aquietaba el ánimo, le pedía
a Jotanoa que le diera la espalda al mundo terrenal para ingresar al imperio
invisible del Alma, era con el fin de hacerle ver los pasajes mencionados.
Sin previa advertencia, le mostraba una criatura humana de aspecto
primitivo, escondida detrás de una enorme roca junto al mar, esperando que
algo le trajera la marea. Las olas barrían la playa y cuando se retiraban, dejaban
en la arena algo que le servía de alimento, pues no bien quedaba la playa sin
olas, esta criatura primitiva corría y lo recogía y se alejaba hacia la espesura del
bosque. Luego volvía y repetía la operación y de nuevo se alejaba, pero esta vez
no regresaba. A Jotanoa le quedaba la impresión de que el alimento se lo
llevaba a alguien, como si fuera algo recién descubierto que lo incorporaba a
los que consumían diariamente. En otro pantallazo aparecía también un
hombre, de aspecto atlético, que avanzaba con una lanza en la mano por un
sendero angosto, de no más de metro y medio. A ambos lados de este sendero
se elevaban enormes árboles según el tamaño de los troncos. No venía ni
distraído ni atento, sólo caminaba por el hábito de hacerlo, cuando de pronto
algo se movió en un árbol delante de él con la intención de atacarlo. Era una
especie de pantera, encaramada en una rama al acecho de quien pasara por el
lugar. Cuando el animal se arrojó, él no hizo otra cosa que afirmar la lanza en
el suelo y dirigió la punta hacia la bestia que se le venía encima. La serenidad
con que lo hizo daba la impresión de haberlo hecho con frecuencia.
Otro cuadro, siempre de un ambiente primitivo, mostraba a un ser humano
de aspecto parecido al anterior en medio de una pradera.
El espacio verde se veía rodeado de árboles. Estaba de pie, mirando en
distintas direcciones, con un niño montado en una de sus caderas. Lo tenía
sujeto con un brazo. Parecía buscar o esperar a alguien...
Otro pasaje de un mismo escenario primitivo le había mostrado algo más,
en el que aparecía un jovencito maltratado por los mayores. Se lo castigaba
porque no quería ser como ellos. Era desobediente a las normas de la tribu
porque tenía en su carácter tal individualidad que se sentía capaz de crear y
mostrar cosas en beneficio de su gente, pero como tales cosas alteraban las
costumbres, y como el joven insistía en la capacidad de su inteligencia, no le
quedó otra salida que alejarse d donde no lo aceptaban como era. Se fue sin
avisar a nadie, más bien huyendo, lo que era un acto de osadía. Debido a que
abandonar el lugar donde se residía era considerado un delito a las normas de
esa primitiva sociedad, el joven lo hizo con la intención de no volver. Al
parecer, era el impulso de su naturaleza lo que estaba modelando un carácter
solitario, a la vez que una capacidad original. En lo sucesivo, esta tendencia lo
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alejaría de quienes no lo comprendieran ni lo admitieran por la habilidad de
innovar y de mejorar los medios de vida de sus semejantes.
Como si fuera algo ligado con ese incidente, otro pasaje lo muestra
viviendo en la ladera de una montaña, en la que aprovecha un hueco en la
misma para convertirlo en caverna y en hogar, donde ha de vivir acompañado
de una pareja. De nuevo aflora el ingenio de su inteligencia en la forma como
lo hizo la defensa de su cueva, resguardándola del ataque de los animales. Otro
rasgo de su vida de solitario. Enterró varios troncos de diferentes alturas a la
entrada de la caverna. El espacio entre uno y otro estaba calculado según el
tamaño del animal más pequeño que pudiera entrar a la zona y atacarlo. La
parte de arriba de un tronco alineado con otro, lo ahuecó para asegurar una
lanza de madera bien afilada. Con otros troncos hizo lo mismo, quedando toda
la entrada erizada de estacas paralelas al suelo y apuntando hacia afuera. A casi
todas las fijó definitivamente, dejando unas pocas, que las colocaba
diariamente cuando anochecía y las sacaba en la mañana cuando abandonaba el
hogar por razones de trabajo y de comida...
Se advierte en este pasaje la presencia de seres de su especie que,
enterados de la habilidad de su inteligencia, lo invitan a integrar un grupo,
ofreciéndole la jefatura del mismo, pero no la acepta. Sin embargo, les promete
la ayuda necesaria siempre que le respeten la vida solitaria que lleva. Otro rasgo
de su carácter original.
La idea que se fortalece en la energía de la sinceridad, busca la
experiencia para demostrar y demostrarse que puede ser útil y que puede
materializarse en la aventura o en la narración de la aventura, haciéndole el
personaje y acompañando a los personajes.
Durante mucho tiempo quedaron en su mente los pasajes que le mostrara
Eben Alb, inquietándolo con el ansia de comprenderlos. Parecían sumarse a la
inteligencia mística que realizaba en relación con el despertar de una
inteligencia que superaba a la de los animales, en especial, con el instante de la
Gran Decisión que generó los efectos que no terminan de manifestarse.
En algún rincón desconocido de la imaginación se estaban ordenando las
ideas que Jotanoa deseaba expresar... A ellas se unían otras por afinidad, por
simpatía, las que parecían enriquecer y madurar el momento de nacer.
Los últimos pasajes y el hallazgo intuitivo de la Hermandad del Alma, de
la Hermandad de los profetas, de la ley del Retorno, de los Hijos de Dios y de
los Hijos del Hombre, tuvieron la influencia decisiva para formularse la
siguiente pregunta, que más que pregunta era la afirmación de lo que pudo
suceder:
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—¿Fue allí donde comienza la criatura humana a ser el Hijo del Hombre
para luego prolongarse en una descendencia de la que habrían de surgir los
Hijos de Dios, estos últimos por haber descubierto en su interior el misterio de
una divinidad?
Otra pregunta se desprende de esta:
—¿Serán aquellos Hijos de los Hombres los que fundaron una civilización
sanguinaria que parecía y parece empeñada en lograr la destrucción de sí
misma y en lograr la extinción que a corto plazo ha de suceder si no intervienen
los Hijos de Dios a través de la Hermandad del Alma?
Dos preguntas que quedaron adheridas al silencio de la meditación, de
cuyo silencio irán saliendo los relatos, en los que intervendrá Eben Alb para
que la luz de la sabiduría ilumine las ideas que Jotanoa quiera usar en la
Segunda Aventura.
SEGUNDA AVENTURA
Nadie supo jamás de donde vino. Su aspecto de hombre pequeño, de
hombrecillo de barba blanca, caminando por una ciudad moderna, dio la
impresión de estar frente a un personaje simpático y misterioso. No usaba
lentes, pero llevaba un bastón, con el que agregaba un golpe más a los que
hacían los tacos de sus zapatos.
Se detuvo frente a un edificio que para él se perdía de vista en el cielo.
Leyó las palabras en la fachada del enorme recinto y se dijo:
—¡Sí, aquí es!...
Subió los escalones de acceso. Con la mano puesta en una rodilla cada vez
que alcanzaba un peldaño y con la otra afirmada en el bastón, el hombrecito
subió los escalones de esa tremenda montaña de cemento.
—¡Uuufff!... —exclamó cuando llegó al final—. ¡Qué hombres tan raros
son éstos! Construyen peldaños cuando la enfermedad del siglo lo prohibe.
Se dirigió a la entrada. Allí vio a un hombre, rígido como un tronco de
pino. Lo miró, esperando que lo viera, pero el hombre rígido permaneció sin
bajar la vista hacia el pequeño viejito.
Como aquel no quiso bajar la mirada, no le quedó otra alternativa que
decirle:
—¡Oiga, señor quiero hablar con el Secretario General de las Naciones
Unidas!
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El hombre rígido ni siquiera movió las pestañas. Siguió petrificado como
un tronco de pino. Entonces, el hombrecito traspuso la puerta de entrada y se
encontró en un enorme salón con pasillos que se dirigían en mil direcciones.
—¿Cual debo tomar? —se preguntó. Como nadie le contestó, ya que nadie
había allí, decidió tomar el que más cerca de él estaba. Se internó por el pasillo
a pasos lentos, lentos como el corazón de su paciencia. Los tres golpes se oían
bajo sus pies y allá lejos, en el eco. El bastón hacía tack y cada zapato hacía lo
mismo. Tack, el bastón, tack, tack, los tacos de los zapatos... Por fin encontró
una puerta. Ningún letrero indicaba algo. Tomó la manija y la hizo girar. La
puerta no se movió. Tenía la llave puesta. Siguió caminando. Tack... tack,
tack... Oyó unos pasos. Montado en estos vio a un hombre muy serio. Le dijo:
—¡Oiga, señor, quiero hablar con el Secretario General de las Naciones
Unidas!
El hombre arrugó la frente sin decirle nada.
—¡Que genio! —exclamó el viejito—. ¡Aquí nadie responde pero todos
hablan!... ¡Si todos hablan y nadie da una respuesta, no sé como se entienden!
Siguió andando, pero esta vez entre la multitud. Llegó a un sitio donde
estaba sentado un señor que tenia un cartelito. Se acercó, le tocó el brazo y le
dijo:
—¡Oiga, señor, quiero hablar con el Secretario General de las Naciones
Unidas!
—¿Qué desea?
—Quiero hablar con el Secretario General.
—¡Hable, que lo escucho! —respondió el hombre del cartelito.
—¿Usted es?
—¡Sí, yo soy!...
—Es largo lo que tengo que contarle. Vengo de un lugar del mundo que
ustedes no conocen, ni siquiera en el mapa.
El Secretario fijó los ojos en el hombrecito y le dijo:
—Todos los lugares del mundo figuran en el mapa.
—Eso es lo que ustedes creen. Si no desea escucharme me vuelvo a mi
hogar. Hace meses que estoy viajando. En muchas ocasiones me dije que no
valía la pena hacer lo que estoy haciendo porque los hombres no me
escucharían. No obstante, he sido terco y he querido llegar hasta usted para
decirle algo de mucha importancia... No, no me haga ese gesto de fastidio. No
se moleste, pues yo me vuelvo y usted se queda cómodo, pero antes quiero
dejarle este mapa... ¿Conoce ese lugar? ¿Figura en el mapa de ustedes?...
Verifíquelo o hágalo verificar. Tome, se lo regalo. ¡Adiós, señor!
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Se oyó el tack, tack, tack, del hombrecito que se alejaba. El Secretario
llamó a un ayudante, y le encomendó la verificación del mapa. A los pocos
minutos volvió con el mapa y un papelito abrochado en la izquierda del mismo.
Leyó lo que decía: la zona corresponde a un bosque extenso. Se sabe que sólo
hay árboles y más árboles... Miró el mapa y vio un círculo, dentro del cual
estaba escrita la palabra CIUDADELA.
—Busquen de inmediato al viejito que recién salió de aquí y llévenlo a mi
oficina. En seguida estaré con él —fue la orden del Secretario General.
El hombrecito no apareció. El Secretario se trasladó a su oficina para
desde allí dar las órdenes de la búsqueda por la ciudad, pero al abrir la puerta
de su despacho halló al viejito, hundido en un sofá, donde roncaba
plácidamente.
—¡Ah, es usted! —exclamó el hombrecito, desperezándose—. Menos mal
que encontré su cuarto de trabajo —agregó.
—¿Cual es su relato? ¿Que significa la palabra CIUDADELA, escrita en
el mapa que me entregó?
Luego de sonreírle, le dijo:
—Bien, Señor Secretario General, siéntese, póngase cómodo, que ahora
mismo comienzo. ¡Ah, y no me interrumpa, ni tampoco me pregunte nada
cuando termine! Además, cuando lo haya oído todo ha de permitir que me vaya
sin que nadie lo impida... ¿Acepta la condición?
—Sea como usted dice. Lo escucho...
Y el señor Secretario General de las Naciones Unidas dejó que le relatara,
sin interrumpirlo, lo siguiente:
—No tengo noción de lo que ha de suceder cuando usted se entere de lo
que voy a decirle, ni tampoco sé lo que ha de ocurrir cuando yo me vaya, pues
en sus manos dejo la decisión que deba tomar, difícil por cierto, ya que no
habrá tiempo para tomar otra. He aquí lo que conozco:
—He visto la obra monumental que están realizando unos hombres para
barrer de la tierra la vida de la humanidad. Aquellos genios trabajaban como
una colonia de gusanos al servicio de lo que es un verdadero bastión de la
muerte. Allí he conocido a un hombre, a quien llaman el Jefe del Exterminio.
Jamás hubiera imaginado que un solo hombre, un solitario, haya concebido con
argumentos poderosos la misión de destruir a la humanidad. Sus esclavos
trabajan con febril fanatismo porque creen que la verdad ha iluminado al jefe
que los manda. La región es secreta. No figura en ningún mapa de la tierra.
Cuando llegué a esa comarca, invitado por un hijo mío que trabaja allí,
transcurría una tibia mañana de rosados girones en el cielo. La brisa de un
ancho río soplaba sobre la ciudadela misteriosa, la que se haya rodeada por
79
gigantescos árboles, árboles enormes, puestos allí para ocultar los preparativos
que se están haciendo.
A primera vista todo es desolado, pero debajo de la aparente desolación se
construyen centenares de andamios metálicos, de plataformas siniestras, con
armas que apuntan hacia objetivos señalados por el cálculo matemático. A cada
instante, un monstruo de acero se suma a los anteriores y a cada monstruo le
corresponde un punto de la tierra sobre el que habrá de caer. El mapa del
mundo está casi lleno de círculos pequeños, que indican que ya están
construidos los artefactos respectivos. Al pie de cada uno hay reproducido un
mapa, que encierra la región en la que hará su impacto de muerte. La
organización y los inventos que han logrado son espeluznantes. No temen a las
radiaciones, tampoco a ningún sistema de radar que pueda denunciar la
presencia viajera del ataque. Para llegar al objetivo han descubierto una ley, una
ley física, la que les ha permitido la construcción de un instrumento electrónico
que viaja con la bomba. Esta ley la enuncian así: Si las vibraciones pueden
indicar la presencia de algo en el espacio, también pueden esconder objetos en
el espacio. Lo que significa que el aparato electrónico, acoplado a la bomba,
funciona creando alrededor del proyectil un espacio semejante a cualquier
ambiente sin cuerpo alguno. Estas vibraciones le permiten a la bomba viajar
escondida y rodeada de un campo de energía que la hace invisible a la
vigilancia del radar. Aunque parezca extraño, aunque resulte imposible de
aceptarlo, ellos dicen que han logrado su eficacia después de muchos ensayos.
—El Jefe de esta ciudadela —continuó diciendo el hombrecito—, al que
llaman el Jefe del Exterminio, es una criatura que, según él, viene desde el
pasado más remoto viajando en la corriente de la historia con el propósito de
cumplir con la herencia que le dejara el nacimiento de su misión. Si hoy ha
tenido que asumir la responsabilidad de establecer el equilibrio perdido en
perjuicio de los más débiles, de los más indefensos, si no le queda otra salida es
porque el desnivel provocado por la corriente de la historia no le deja margen
para ninguna postergación. Tiene en su mente, como una obsesión, la hora de
su nacimiento, habiéndola convertido en la causa fundamental del sendero
recorrido, y hoy, él es el efecto impostergable de aquella causa. Se siente
designado por un poder universal que le confiere el mandato de realizar el
trabajo encomendado, sin importar si el mismo se logra con la desaparición del
género humano. Para él no existe ninguna virtud o cualidad que lo pueda
conmover. Es la ley, de la que depende la manifestación de los fenómenos y
como una ley de la naturaleza no le importa ni el bien ni el mal...
—Esa misma hermosa mañana, después de haber conocido casi todos los
vericuetos de la fortaleza, me introduje en la vida privada de este hombre. Fui a
80
su casa cuando él se encontraba trabajando y revisando los detalles de su
enorme máquina de muerte.
En su alcoba sólo había una cama, un escritorio y una silla. Me acerqué a
la mesa y entre un montón de papeles y mapas garabateados encontré un
cuaderno con el título bien dibujado de “Memoria del Origen de la
Destrucción”. Quedé un momento impresionado por semejante título. Luego
decidí leer aquello que parecía la historia del Jefe. Moví la tapa del cuaderno y
en la primer página leí lo siguiente:
“Esta es la historia de la humanidad, encaminada hacia el tiempo de mi
existencia. Si la humanidad ha vivido mereciendo mi presencia, yo también he
vivido mereciendo la presencia de la humanidad. Ambos nos hemos hecho
imprescindibles, nos necesitamos para cambiar el rumbo con que viene
avanzando o sucumbir en la dirección del abismo hacia el cual se dirige.
Un poco más abajo continuaba:
“Soy el archivo de esta historia y por serlo llevo grabada una ley del
universo que el hombre eligió en los comienzos de su vida. Ella existía en
estado latente como muchas leyes que no han sido llamadas a vivir. Cualquier
ley, en el ámbito de su prenacimiento, es como una piedra inmóvil que al
sacarla de su sitio, su movimiento no termina hasta que haya cumplido con la
acción de moverse. La que yo encarno es una ley como tantas en el universo
existen. Uno de mis antepasados de la primera hora la eligió, sin darse cuenta
de que la misma lo llevaría por el único camino posible el camino que lo traería
a mi encuentro.
Fue en el momento de elegir cuando el futuro quedó ligado a la
mencionada ley. De la causa primera fue tomada, mal tomada por el
apresuramiento de una ilusión que a corto plazo mostraría los primeros efectos.
Desde aquel instante viene desarrollándose a lo largo de la descendencia
humana.
“No es difícil —continuaba la Memoria— entender esto si nos damos
cuenta de aquellas cosas que no existieron pero que estaban o permanecían en
estado de predescubrimiento, de prehallazgo. Hoy conocemos muchas
novedades que en el pasado se ignoraban, pero esto no significa que no
existieron los elementos que luego se reunieron para crear lo que hoy llamamos
descubrimiento. En la invención del teléfono, por ejemplo, se utilizaron
principios que siempre existieron pero nacieron a la vida terrenal cuando el
hombre los organizó para construir dicho aparato. Estos principios o leyes han
adquirido vida mundana y han comenzado su ciclo de manifestaciones hasta
que se cumpla el destino de su evolución... ¿Cuántos inventos realizados por el
hombre en algún remoto pasado han terminado su ciclo cuando sus leyes fueran
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archivadas, inmovilizadas por el reemplazo de nuevos principios? ¿No fueron,
acaso, fosilizadas, como si dijéramos que la creación física surgida de aquellas
leyes fue eliminada por la llegada de otras? Aún hay millares que el hombre no
ha descubierto, pero que no significa que no existan.
Están ahí, en la región del pre-hallazgo, a la espera de que alguien les dé
nacimiento terrenal, alumbramiento físico.
La ley que se ha apoderado de mi destino adquirió vida terrena, existencia
física, cuando el hombre, un semejante mío, la invocó para que se moviera
como causa original de todos los sucesos futuros, ¡y se movió!... ¡Vaya si se
movió que aún no deja de hacerlo!... Y no puede detenerse mientras no cumpla
su período de vida. Una vez terminada su misión, una vez agotada la energía
que la mantiene en movimiento, podrá el hombre elegir otra que le sirva para
iniciar un nuevo ciclo de vida humana en este planeta”.
—El escalofrío de algo tétrico —comentó el hombrecito, interrumpiendo
el relato— corrió por todo mi cuerpo. La lectura de éstos y otros párrafos
estaban llenos de una temible sinceridad, lo que demuestra el peligro que
significa la intención de este endemoniado Jefe. Di vuelta otra hoja de aquel
cuaderno y me encontré con otro título que decía: “ LA LEY QUE EL
HOMBRE ELIGIO”... Comencé a leer lo inaudito de aquella verdad,
descubierta por un hombre de genio infernal y esperado por la humanidad. La
justificación de su existencia la expresaba así:
“Aquello —decía el cuaderno— que ha de regir una vida es como una
nota musical en el mundo de la espera, en el mundo de la opción.
Una vez descubierta una nota o elegida una ley, es imposible retroceder
porque tanto una como la otra descienden al plano de la manifestación terrena,
en donde se adueñan de un comienzo para llegar a un fin. Sería imposible
admitir que una nota musical dejara de existir después que el hombre la haya
descubierto. Esta nota seguirá usándose siempre porque integra la escala de la
vida musical terrena. De igual manera, la ley que yo encarno sería imposible
inutilizarla sin la eliminación de la humanidad. Con la destrucción del género
humano, recién podrá desaparecer la ley que el hombre adquirió en el principio.
¿Cuál es esta ley?... Ella fue sacada de su estado invisible, de su estado
inofensivo, cuando mi semejante asumió la responsabilidad de una decisión por
influencia de su voluntad arbitraria. Lo hizo en una época en que tomó uno de
los dos caminos que tenía por delante. La ley adquirió vida corporal porque su
decisión prefirió imponer la fuerza sobre su hermano, en vez de compartir los
beneficios de una naturaleza inagotable y feliz de estar al servicio de la
equidad.
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“Hace muchos años, perdidos entre los millones que han pasado, la
criatura animal que evolucionaba hacia la criatura humana, estaba a punto de
recibir el despertar de la consciencia para convertirse en una individualidad y
pasar a ser el individuo que luego veríamos actuar en el largo camino de la
historia.
Antes de poseer la consciencia o sea, la facultad de darse cuenta, el
prehombre vivía como los demás animales, sin la obligación o la tentación de
tomar decisiones de manera independiente. Toda decisión estaba regida por el
instinto intuitivo o la intuición instintiva. Para simplificar el relato, usaremos la
palabra intuición, pues la intuición estaba regida por las leyes de la naturaleza,
cuyas leyes obraban o funcionaban como una central eléctrica.
“Un ejemplo: Si el deseo de comer era una urgencia de la vida animal del
prehombre, la intuición se ponía en contacto con la central de las leyes de la
naturaleza. Esta central, enterada de la urgencia, guiaba al prehombre por
medio de la intuición hacia el lugar donde podía saciar su apetito. Repito, no
había decisiones individuales... Pero llegó el día en que esta criatura debía
convertirse en el hombre, con una energía que lo haría un ser humano con el
privilegio de elegir... ¡Y eligió!
“El prehombre iba a darse cuenta de las cosas que veía y tocaba, de su
existencia y de la de los demás. El peligro era inminente aunque existía la gran
esperanza, archivada en los recuerdos del pasado bajo el reinado de la intuición.
La armonía de la naturaleza influiría en la opción que le diera la intuición.
“Cierto día, el prehombre traspuso el umbral al caer el velo de una
condición animal y despertar con la sensación de cierto hallazgo precioso, que
le dio la virtud de apreciar las cosas del exterior.
Además, vino a sumarse el reflejo de una vida interior que le ofrecía la
oportunidad de verse en las experiencias que deseaba realizar. Era como un
espejo que recibía las imágenes y que también las reflejaba. Su asombro fue
enorme porque se daba cuenta de estos fenómenos. Creyó en su existencia,
siendo para él un milagro sentir que existía. Creció su asombro cuando vio sus
pies y decidió moverlos a su antojo. Si quería detenerse, lo hacía y se daba
cuenta, y al detenerse recordaba que un momento antes lo había deseado. Si
quería caminar, se daba cuenta y caminaba, recordando también que antes lo
había querido en su mente... ¡Qué extraño y maravilloso era todo esto!... El
asombro siguió en aumento cuando al querer hacer lo habitual, lo cotidiano,
experimentó el deseo de no hacerlo. Notó que un mecanismo misterioso
enviaba impulsos y emociones y él respondía con el privilegio de elegir. La
intuición, un poco retirada a veces y en alguna ocasión casi en el plano de la
conciencia recién adquirida, aconsejaba en el sentido de que el hombre hiciera
83
lo correcto, lo justo, pero el hombre comenzó a tomar decisiones por el gusto de
experimentar lo distinto. La intuición parecía decirle: ¡No te olvides que
estamos naciendo y todo lo que está naciendo tiene la virtud de iluminar
lentamente el panorama en donde se ha de vivir!... ¡Hagamos como el sol —
insistía la intuición— que cada mañana explora en nuestra tierra con una
cautela que le permite observar todo lo que va iluminando!...
Pero la joven razón, la incipiente razón como un brazo de la consciencia
parecía responderle: ¡Yo me doy cuenta de lo que hago y de lo que haré! ¡De
una cosa parece salir otra y esto lo entiendo porque lo experimento, por eso
estoy segura de conocer lo que saldrá de mí cuando realice cualquier acto!.. La
intuición insistía con nuevas advertencias, diciéndole: ¡Ten cuidado, que toda
elección tiene dos caminos y cada uno conduce a consecuencias distintas!
¡Elige, teniendo en cuenta la visión de ayuda, el afán del compañerismo, elige
para más de uno, elige para crear los lazos de hermandad! ¡No lo hagas para ti
solamente ni lo hagas para destruir, que destruyendo te perderás en los efectos
de tu conducta en el futuro!...
“Al hombre le agradaban estas secretas conversaciones que sucedían
dentro de él. Le parecía que era doble, que era un individuo dividido en dos
porque escuchaba dos voces distintas, o le parecía que él se ubicaba
alternativamente en cada uno de los seres de que estaba compuesto. La razón se
ejercitaba. La mente le descubría habilidades insospechadas. Presentía que en
su cabeza se reunían ciertos impulsos, los que daban nacimiento a las ideas,
ideas que surgían incoherentes y que luego tomaban coherencia en cualquier
momento del futuro. No comprendía muy bien que estaba formando juicios,
pero sí entendía que su mente se asemejaba a una sucesión de olas. Una vez
formada una idea, ésta la comparaba con una ola que arrastraba tras de sí a otra
ola, a otra idea.
Luego otra ola y otra idea hasta formar un cúmulo tal de ideas
relacionadas que terminan en un pensamiento, un juicio, un racionamiento.
Nunca la superficie parecía calmarse, nunca la mente parecía detener la
elaboración de ideas. De esta manera, el hombre se estaba acercando al instante
decisivo de hacer uso de los poderes despiertos de una consciencia inexperta...
Todo cuanto ocurrió en aquella época quedó grabado en mi memoria, tan vieja
como el mundo.
“Ahora —seguía diciendo el cuaderno del Jefe— imaginad la pureza de la
mente de los primeros hombres, pensad, también que la consciencia recién
obtenida no tenía nociones acerca del castigo, no había sentido el escozor
punzante del cuerpo lastimado, y lastimado nada menos que por un hermano de
raza. Imaginad que la mente no había registrado aún ninguna causa que fuera
84
capaz de generar los efectos de la reacción, en la que hubiera sentimientos de
venganza. Por supuesto que antes hubieron cuerpos lastimados, peleas, golpes y
brutalidades, pero eran acciones de ataque y defensa de una vida que no poseía
la intención mental de los actos. Eran acciones y reacciones sin consciencia de
los mismos. Había, por lo tanto, diferencia entre el prehombre y el hombre. La
mente de este último no había archivado el dolor de la injusticia, el sufrimiento
del primer golpe.
La consciencia era una superficie limpia, virgen, que desde su despertar
no había experimentado lo que ella podría calificar de injusto. La ley no había
descendido a la materia del cuerpo humano para iniciar su larga aventura de
manifestaciones, su larga trayectoria de efectos y mas efectos.
“Dos hombres iban a enfrentarse para decidir el futuro de la vida terrestre.
Uno de ellos se acercó a la oportunidad de elegir y eligió. Su mente, su
corazón, su cerebro y la intuición libraron una batalla sin precedentes.
Torbellinos de ideas se buscaban bajo una tempestad silenciosa, azotando la
intimidad del hombre que se adueño de la ley. El poder del universo, depositado
en las manos de la vieja y sabia intuición, le murmuró la belleza de la vida sin
primacías de mando ni voluntad de caprichos tiránicos. La razón inexperta pero
convincente anteponía la creencia en la sumisión, la que debía lograrse bajo la
fuerza del mando personal y único. La mente como un campo de batalla se
agitaba, produciendo ideas para los dos bandos... La intuición, la buena y
experimentada intuición, que venía desde la célula acumulando conocimiento a
base de infinitas adaptaciones, no podía hacerse oír, pues su voz de tono
humilde sufría los gritos alocados de la terquedad. Sólo en breves momentos de
quietud, reposo, pudo susurrar algunas verdades que no fueron oídas.
“La idea del mando, la idea del predominio, sencilla primero, siniestra
después, comenzó a triunfar y la ley de esa idea se acercó con sutiles
vibraciones al hombre que la atraía, que la llamaba. La ley vibraba,
arrimándose al pensamiento de quien la elaboraba. Ella parecía punzarle las
sienes porque dentro de él se levantaban ya las formas de una creación mental
que la voluntad acariciaba con el impaciente afán de corporizarla. Las manos se
crisparon ante la embriaguez de la visión estúpida, cuya visión le mostraba a su
descendencia coronada por la hegemonía del poder, avanzando sobre una
legión de espaldas serviles, condenadas a la impotencia. Todo esto vio el
hombre en el futuro. Vio a su raza dividida en esclavos y reyes, en tiranos y
siervos, en privilegiados y desheredados. Y creyó, pleno de orgullo, que la
evolución de la raza humana dependía de los reyes, de los tiranos, de los
dotados por la fuerza, y que los otros, los humildes, los débiles, los inocentes
por la imposición del trabajo rudo, estaban para servir con el sudor y
85
agotamiento a los señalados por la evolución del músculo... Así lo vio y lo
creyó. Puestos que lo vio y lo creyó, llegó el día de la inaudita decisión. El
primer hombre, frente a su semejante, debió imponerse por la fuerza. Cuando
lo hizo, lo hizo convencido.
“Había llegado el instante de la tierra, el día en que el universo se encontró
encerrado en el diminuto espacio que ocuparon los dos hombres, de los cuales
uno eligió la ley de sus vidas futuras. Los animales presintieron que algo
supremo estaba por suceder. Las aves y demás criaturas del reino salvaje
emigraban, huían y se desorientaban como si una tormenta las amenazara desde
todos los puntos del horizonte.
“Uno de los hombres se adelantó del sitio en que se encontraba y llegó
junto a su hermano con la intención de comunicarle la necesidad de ser él el
Jefe de una descendencia que gobernaría sobre la de su semejante. Comunicó la
decisión con el semblante transfigurado por el convencimiento de la razón, de
su mente defendieron posiciones opuestas. Mientras tanto, en el aire se agitaba
la ley de la hegemonía elegida. Viraba como vibra el alma que se acerca y
envuelve a la madre encinta cuando está por nacer el cuerpo de su hijo, en cuyo
cuerpo se ha de introducir con el primer aliento de la respiración. Zumbaba la
ley mientras el hombre estaba a punto de provocar el nacimiento del acto, en
cuyo acto habría de introducirse para iniciar su ciclo de vida.
“Como la conciencia de su hermano de raza no admitió el poder absoluto
de la fuerza porque la fuerza había sido reemplazada por la inteligencia, y
siendo la inteligencia la única autoridad que debía gobernar en cada individuo
para que la evolución del hombre creciera como aspiración natural de los
ideales, y siendo la inteligencia la única corona que tendría el derecho de
gobernar en cada individuo para que la evolución del hombre creciera como
aspiración natural de los ideales, y siendo la inteligencia la única corona que
tendría el derecho de gobernar sobre los demás, de más estaba, entonces, la
fuerza que anhelaba ser soberana a través de una sola voluntad despótica. Pero
el otro hombre desoyó la verdad de esta reflexión porque ya lo había
embriagado la ley del mando prepotente, del mando que esperaba el acto para
corporizarse en la vida humana. ¡Así nació la ley elegida!
“Nació cuando la ambición del ungido por sí mismo decretó la
superioridad del músculo, avasallando la mansedumbre del hermano. Cuando la
mano de la violencia se adueño de la paz de su oponente para imponer el
dominio arbitrario, la ley del castigo nació y vió la luz, y produjo de inmediato
la reacción de otra ley, la ley opuesta que respondía con la compensación en la
mente del hermano que sufrió la sorpresa de sentir en su interior el nacimiento
de la revancha. La mansedumbre del hermano, transformada en rebelión, alteró
86
el clima de la relación en los seres de la misma especie. La ley del castigo creó
la ley del desquite.
“A partir de entonces, los ungidos, los favorecidos por la tradición de
aquel primer golpe, escalaron sitios de mando apoyados en la servidumbre
indefensa de los humildes, de los acobardados por el sufrimiento...
Pero los de abajo, los de la plebe desheredada me han tenido hasta hoy en
el vientre de la paciencia. El tiempo ha madurado la gestación y he nacido.
Aquel que eligió la ley en su favor, también me eligió a mi como brazo armado
del desquite, cuya ley me ha hecho jefe del Exterminio.
“La piedra que rueda por la ladera de una montaña no puede quedarse en
mitad de la caída, ni puede volver al sitio de origen. Debe cumplir con el
impulso en el lugar donde quedará incrustada o hecha pedazos. De igual
manera me obliga el compromiso que hoy vence. Nada injusto usaré, solo la
natural cosecha de mi voluntad que ya conoce la misión encomendada. Como
fiel heredero seré equitativo con la muerte y la destrucción para que mañana
surja la nueva oportunidad de elegir, de elegir con la experiencia de esta gran
enseñanza.
“Estas páginas quedarán selladas hasta que los hombres estén en
condiciones de tomar el verdadero camino de la inteligencia humana. Los dos
reeducados o los pocos hombres que han de quedar han sido seleccionados y
están viviendo en un ambiente de idéntica virginidad de consciencia como en
los primeros tiempos. Ellos recibirán estas páginas con las debidas
instrucciones. Vivirán bajo un inmenso lago de aguas cristalinas, en donde se
han construidos las comodidades de un hogar, que los cobijará mientras dure la
amenaza del aire envenenado.
Bajo el agua recibirán la luz del sol a través de grandes bóvedas de vidrio.
No digo más. En la página siguiente esta la fecha...”
Al llegar aquí el hombrecito detuvo el relato. No obstante la serenidad de
su ánimo, pareció inevitable la alteración de su semblante. El grave anuncio de
la fecha hizo temblar la firmeza de su voz.
—Aquel cuaderno infernal —continuó— me hizo sentir la angustia del
ahogo. Me hizo experimentar la anulación de la vida. En realidad, estamos bajo
el capricho de un hombre que posee la serena convicción de ser un
predestinado. La sinceridad de sus páginas me asegura que ocurrirá lo
anunciado por él... ¡Sólo un milagro lo impedirá!... ¡Un milagro, digo yo,
cuando los milagros han sido desterrados porque donde habían virtudes que
fueran capaces de milagros hoy quedan desengaños!... A usted, señor
Secretario, le toca la misión de enfrentar la incredulidad de todos los delegados
87
del mundo. Se reirán de usted, se burlarán y usted quedará disminuido en su
cargo... En fin, tal vez haya una solución...
—La página siguiente —siguió diciendo el viejito— contenía lo que me
asustaba leer. Con ánimo desfalleciente leí la profética fecha.
Las palabras, escritas con mano firme, expresaban la siguiente voluntad:
“Yo, El jefe del Exterminio, en quien se ha encarnado la LEY DEL
DESQUITE, cumpliré con los designios de la VENGANZA, destruyendo a
toda la humanidad el primer día de descanso del mes de...
La puerta del despacho se abrió bruscamente, dando paso a un hombre de
rostro preocupado. Sin mediar ningún tipo de cortesía, le dijo al Secretario:
—Señor, ha sido violada la paz entre los países...
El Secretario no dijo nada. Escuchó la novedad con la mirada puesta en el
hombrecito, el que comprendiendo la situación, se puso de pie, se movió en
dirección del Secretario, se inclinó y le dijo al oído la fecha esperada. Luego, en
voz alta agregó:
—¡Adiós, señor Secretario General de las Naciones Unidas!
Lentamente se dirigió hacia la puerta abierta, trasponiéndola. De nuevo se
oyeron los pasos del viejito y su bastón. Tack...tack, tack... Alejándose con la
misma lentitud con que llegara, se fue apagando el tack... tack, tack en el
pasillo.
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CAPITULO IV
LA LEY DEL RETORNO
El hombre ha de ser siempre la referencia o el testimonio para comprender
lo que ha sucedido, le sucede y le sucederá a la humanidad. Él es la idea
inagotable que explica lo que necesitamos saber. Sólo hace falta que la
ubiquemos donde corresponda para que nos diga lo correspondiente.
Cuando el ser humano protagoniza un suceso, se convierte en la idea del
suceso. Si ha sufrido un accidente, el hombre es la idea del accidente. Si ha
castigado a alguien, es la idea del castigo o si ha sido el autor de una muerte, él
manifiesta la idea del asesinato. Si destruye, haciendo que la destrucción tenga
por escenario a pueblos o naciones, el ser humano se convierte en la idea del
saqueo o de la guerra. Si ha hecho que la humanidad se haya dividido en dos
grandes regiones de riqueza y escasez, de abundancia y miseria, es porque
domina en su naturaleza la idea de la división... Pero al mismo tiempo, como si
se volviera otro personaje, como si cambiara de ropaje, realiza acciones de
caridad, de justicia, llegando al heroísmo de dar su vida en aras del bien por el
bien mismo, convirtiéndose entonces en la idea de bondad.
A esta altura de los sucesos humanos, después de haberlo visto actuar en
tantos escenarios posibles, nos sentimos casi seguros de aceptar las dos
manifestaciones de su naturaleza, la que por un lado expresa al hombre externo
y por el otro al hombre interno.
Uno de los dos se halla agotado y enfermo, debilitado por los mismos
errores, que a lo largo de su historia los ha provocado sin haberlos eliminado.
El otro, el que en raras ocasiones pudo hacer algo, espera en vigilia permanente,
sabiendo que el tiempo se agota y la oportunidad se acerca.
Con un ejemplo, nada más, le fue posible a Jotanoa poder apreciar la
capacidad del hombre interno cuando tiene la ocasión de actuar, de pensar o de
influir en nuestra conducta.
—Dime, Eben Alb —fue la pregunta que Jotanoa le hiciera en relación
con lo expuesto en el párrafo anterior—, ¿que diferencia existe entre el hombre
interno y el hombre externo?
A Eben Alb no le sorprendió la pregunta, mas bien parecía estar
esperándola con el ejemplo que le dio.
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—Busca —comenzó a decirle— entre los recuerdos de tu vida presente la
imagen de la persona que por alguna razón desconocida te pareció
desagradable... No sólo desagradable sino antipática y hasta repulsiva...
Siempre encontramos esa clase de persona que nos afecta, a tal extremo que
exageramos la opinión que injustamente nos formamos de ella. Ahora vas a
experimentar dentro de ti la impresión que te causara esa persona,
¡Reprodúcela, visualízala, colocando su imagen dentro de ti, aquí, donde quede
expuesta a lo que ambos sintamos por ella! Yo solo voy a ayudarte a sostener la
imagen.
Jotanoa hizo lo que Eben Alb le había pedido. Recordó a alguien y lo
visualizó, ubicando dicha imagen en la zona psíquica de Eben Alb y ocurrió lo
esperado por Eben Alb y lo inesperado por Jotanoa, pues Jotanoa no sintió lo
que había sentido cuando lo juzgó sin la ayuda interior.
Ahora, bajo la influencia de la comprensión interna, desaparecieron las
impresiones negativas, se esfumaron los sentimientos de repulsión y la persona,
de la que se había formado una opinión tan adversa, apareció como un simple
ser humano inocente, como una criatura buena, sintiendo, además, algo cercano
a la simpatía.
—Ya tienes —le dijo Eben Alb— el método para eliminar o amortiguar la
influencia negativa de la naturaleza exterior del hombre, me refiero a la
naturaleza que se deja dominar por las apariencias... ¡Cuando pienses mal de
una persona, invita a su imagen a que visite tu interior y verás como desaparece
la opinión adversa con que la calificas!
Jotanoa ya estaba esbozando una nueva pregunta cuando su Alguien del
Alma se le anticipaba para decirle:
—Tu pregunta parece dirigida a saber por qué la imagen visualizada en
nuestro interior nos ayuda a ver el lado bueno de la gente. La respuesta puede
ser tan larga que con ella podríamos escribir la historia de la humanidad. Sin
embargo, la respuesta la encontramos donde pocas veces buscamos, donde nos
cuesta admitir que puede haber lo que necesitamos. Por último, te digo que aquí
donde me has encontrado dispuesto a mejorar las intenciones de tus ideales,
nunca hallarás la opinión del desprecio, la condena del odio ni el juicio
malintencionado. El sentido común nos advierte que donde solo se admite el
bien es donde se puede encontrar la esencia incontaminada de cualquier
persona. Mayor fuerza tiene el sentido común cuando nos consideramos la
contraparte de aquello que, allá afuera, adquiere la dimensión del daño inútil,
allí donde se ha creado el hábito de usar la herramienta de la justicia para
cultivar el terreno de la injusticia.
90
Luego de la pausa acostumbrada que Eben Alb se tomaba, se acercó al
tema de mayor importancia:
—La respuesta nos dice, además, que la comprensión interna reemplaza al
juicio de la comprensión externa... ¡Ahí están los dos escenarios de la vida
terrenal! ¡En uno de ellos, el hombre se hace el Hijo de Dios cuando descubre a
Dios dentro de sí mismo! ¡En el otro escenario, el hombre sigue siendo el Hijo
del Hombre por no haber logrado aún lo que el otro pudo lograr!... La
humanidad ha sido gobernada por el Hijo del Hombre durante los períodos de
violencia y demás desastres de intolerancias raciales, religiosas y políticas...
demás desastres de intolerancias raciales, religiosas y políticas... ¡Fueron
épocas bajo el dominio de la comprensión externa, durante las cuales nunca
intervino la influencia de la comprensión interna! Al Hijo del Hombre,
lugarteniente de la comprensión externa, lo detiene el miedo a su propia
destrucción, pero si logra superarlo con la seguridad de sobrevivir ha de seguir
provocando, no ya a su semejante, sino a las leyes de la naturaleza. Las leyes de
la naturaleza no amenazan, ellas reaccionan con la consciencia de mantener el
equilibrio de sus leyes.
A todo esto, Jotanoa se dejaba llevar por la duda y por lo que a diario le
sucedía a la humanidad. En su imaginación se reproducía el poder eficiente y
peligroso de los Hijos del Hombre. Sentía que la amenaza era algo sigiloso que
empujaba hacia el suceso sin retorno de la destrucción total.
El Jefe del Exterminio era el símbolo permanente de quienes parecían
dispuestos a interpretar al personaje apocalíptico. Además —pensaba
Jotanoa— todo se halla a favor de los Hijos del Hombre debido a que la
comprensión externa se aprovecha de la mansedumbre de la paciencia,
exprimiéndola sin la piedad de una mínima reparación. Mientras Jotanoa se
atemorizaba por el testimonio de los acontecimientos diarios, Eben Alb se
sonreía porque él se dejaba llevar por la visión de su consciencia extendida.
—Si bien —le dijo, alejándolo de la duda— las amenazas pueden estallar
en cualquier momento, eso sigue siendo el argumento de la comprensión
externa, pero allí donde la armonía universal mantiene el equilibrio de las
fuerzas antagónicas, se está gestando algo, algo de calidad maravillosa que
puede alcanzar la categoría de milagro... Si la comprensión te permitió juzgar
con benevolencia, la misma comprensión nos llevará por el sendero que en otra
época fue transitado por la Hermandad de los Profetas. Hoy podríamos repetir
una experiencia parecida si nos animáramos a integrar una Hermandad del
Alma para que actúe en el futuro como la Hermandad de los Profetas según la
Ley del Retorno. Aquellos que sientan la devoción en su ánimo y lo anhelen
con el fervor de la confianza, tendrán la oportunidad de encontrar en su silueta
91
llena de Alma el apoyo de la comprensión interna para unirse al grupo de la
Hermandad del Alma.
INTRODUCCIÓN AL RITUAL DE ADMISIÓN
El hombre, en el pasado, se acercaba a los dioses por intermedio del
sacrificio de víctimas humanas y de animales. Con el dolor y el sufrimiento
solicitaba la ayuda de la divinidad. La sangre de la víctima era la ofrenda que
enrojecía el altar de los dioses. Durante muchos siglos fue la practica admitida
por el orgullo de quienes la mantenían como único medio de satisfacer las
exigencias del Dios de turno... ¡Pero las ofrendas no mejoraron nada y la
injusticia de las ambiciones siguieron gobernando en perjuicio de los de
siempre!
Durante los nuevos siglos de una era llamada “del amor” se llenaron los
altares del único Dios con los sacrificios de condenados por el delito de herejía,
es decir, por el delito de no pensar ni creer en lo que mandaba la autoridad del
culto oficial. Con toneladas de sangre pretendieron oscurecer la bondad de un
Dios que permanecía desconocido y alejado de las decisiones de quienes
reemplazaron a los primitivos sacrificadores. Tampoco dio resultado el método
sanguinario, el que solo cambió las víctimas voluntarias de los antiguos por las
víctimas involuntarias de los nuevos siglos... Al parecer, el Dios verdadero
seguía alejado de las decisiones de quienes no querían aceptar la única cualidad
universal de Dios, la del Amor.
Mientras tanto, la paciencia de los indefensos, de los humildes de la
humanidad, continuaba soportando la carga de las injusticias milenarias. De
vez en cuando, la paciencia agotada se ofuscaba incendiando el mundo por los
cuatro costados, sacrificando a millones y millones de seres humanos en
respuesta a la paciencia ofuscada. Después de este tipo de desahogo, la
paciencia volvía a su valle de mansedumbre a esperar como siempre
abandonada a su propia suerte...
Quiso el rezo de oraciones reemplazar a los sacrificios de antaño.
Tampoco dio resultado. El rezo alivia el sufrimiento, solo lo alivia sin eliminar
la causa. De acuerdo con los testimonios, el Dios verdadero seguía oculto y
alejado del ruego de las oraciones. Los humildes de la humanidad continuaban
con la paciencia a cuestas soportando la carga que agobia y cansa. Detrás del
rostro de piel curtida y endurecida por la fatiga se habría descubierto el
92
horizonte del Dios oculto si la persecución hubiera estado ausente y no allá
afuera, que allá afuera el ruego de las oraciones se encuentra con la expansión
del universo, alejándose con él. Lo apropiado y beneficioso hubiera sido que la
santidad del rezo fuera el compañero fiel en la expansión de la consciencia
interior del hombre.
Para Eben Alb toda repetición agrega nuevas ideas que enriquecen a las
anteriores.
Por tal razón él le repetía a Jotanoa que en la intimidad de cada ser
humano habita la divinidad del hombre, el Dios tantas veces buscado y nunca
hallado allá afuera. Ya no quedan argumentos para negarlo. Solamente es
necesario comprender que donde mayor consuelo y apoyo recibimos fue y será
dentro de nosotros, pues de allí nos viene el buen ánimo y la esperanza de
vencer las dificultades y los sufrimientos. Jamás nos llegó de afuera algo
similar. Si algo ha venido de afuera ha sido el desafío que ha provocado la
reacción de nuestra fuerza interior, cuya fuerza nos viene de más adentro aún.
Si voluntariamente hiciéramos el esfuerzo, muchas veces placentero, de viajar
hacia el altar de nuestro Dios individual, si lo hiciéramos con la misma
reverencia con que nos arrodillamos ante nuestra adoración exterior,
sentiríamos que la energía de una fuerza divina nos comunica la presencia de su
poder y la bondad de su ayuda... De rodillas en nuestro templo interior del
Alma, nos alcanzaría el don o la gracia de sentirnos los Hijos de Dios para
obtener, de este modo, el privilegio de elegir la misión que nos gustaría realizar
allá en el futuro cuando la Ley del Retorno nos permita regresar y cumplir con
lo que prometimos hacer... Por supuesto que hace falta pasar por el período de
merecimiento, el que solamente nos pide vivir las lecciones de la tolerancia, de
la justicia, de la bondad, etc...
Bien vale la pena utilizar la hermandad y la amistad como medios de
ayuda y de relación entre nosotros, los seres humanos. Esa sería la conducta
adecuada que nos llevaría hacia el imperio invisible de nuestro interior. Los
pasos previos están llenos de sorpresas agradables pero también de pruebas que
nos hagan dignos de seguir nuestro viaje. Las pruebas nunca tienen otra misión
que la de ayudarnos en la comprensión interna de aquello que nos sucede, pero
jamás la intención de castigo. El aparente castigo nos alcanzaría si no
quisiéramos aceptar la comprensión que nos toque asimilar o si nos alejáramos
de la responsabilidad asumida.
También le había dicho que el panorama mundial se estaba adecuando al
proyecto después de quedar comprobado el fracaso de todos los métodos
aplicados. Además, le había dejado en claro a Jotanoa el anhelo de invitar a
tantos seres humanos que se mantienen independientes en el bando de los
93
incrédulos, de los desconfiados, de aquellos que nunca encontraron respuestas
a sus inquietudes espirituales. Ellos serían los posibles candidatos a integrar el
proyecto de la Hermandad del Alma, sin dejar de lado a los que viven en
buenas relaciones con la intuición del Alma.
Una sola dificultad habría para quienes se hagan eco del proyecto y
quieran unirse a la Hermandad. Sería la de no tener una institución mundial que
los agrupe y los guíe en los pasos previos y les ofrezca el archivo exclusivo
destinado a los informes.
Sin embargo, Eben Alb intentaría por intermedio de Jotanoa hacer algo en
relación con la dificultad mencionada.
Por ser Jotanoa miembro activo de una institución mundial, dedicada al
desarrollo de las cualidades internas y al conocimiento de las facultades
psíquicas, haría lo necesario para que en dicha institución se creara un
departamento exclusivo que tuviera a su cargo el proyecto de ambas
Hermandades.
¿Cuál sería la misión del mencionado departamento?... La formación, en
primer lugar, de una Hermandad del Alma, la que llegaría a constituirse
después de que cada miembro aspirante haya realizado el ritual que le ha de
permitir conocer el nombre con que bautizaría a su Alguien del Alma, también
llamado Ser Interno o Personalidad del Alma. En el mismo ritual o en otro se le
pediría al miembro el deseo de nacer en el hogar de una de las familias
relacionadas con los poderes políticos, económicos, religiosos del mundo, en
cuya familia tendría la ocasión de llegar al sitial que le ha de permitir usar o
manejar uno de los poderes mencionados más arriba. Los demás aspirantes,
siguiendo este mecanismo, harían lo mismo, con lo que se llegaría al número
suficiente de miembros como para integrar la hermandad de los profetas.
También en el ritual estarían aquellas ideas que serían aplicadas allá en el
futuro cuando los profetas se reconozcan. ¡No hay mejor profeta que aquel que
sabe lo que hay que hacer mañana!
¿Que cómo podrían ellos reconocerse?... Debido a que la institución sería
una organización existente en la época del reconocimiento, ella comenzaría la
tarea de hacer llegar a quienes estén ocupando los sitiales de poder la invitación
que contendría la sugerencia de descubrir a los posibles integrantes de la
Hermandad del Alma. Hemos de suponer que la respuesta a la invitación haya
sido todo un éxito y que una vez logrado el propósito de interesar a los posibles
candidatos, se comenzaría con ellos un período de estudio, o más bien un curso
de desarrollo psíquico para que cada uno descubra el nombre con que su ser
interno fuera bautizado en el pasado. El nombre descubierto tendría que ser el
mismo o uno parecido al que figura en el informe archivado. Cumplido este
94
requisito se estaría ante los integrantes de la Hermandad del Alma, que a la vez
serían los que constituyan la Hermandad de los Profetas porque ellos, en el
pasado, se dieron la misión de encontrarse en el futuro con la intención de
aplicar algunas ideas. Se les dirá, entonces, que tales ideas fueron visualizadas
en el pasado, las que estarían en la memoria del ser interno y que ellos las
reconocerían como algo familiar cuando llegue la ocasión de sentirlas en su
interior.
LA HERMANDAD DE LOS PROFETAS ANÓNIMOS
Si ocurriera que la institución sugerida no quisiera aceptar o no pudiera
realizar la tarea propuesta en los párrafos anteriores, quedaría entonces la
integración anónima de la Hermandad de los profetas sin la previa Hermandad
del Alma. La seguridad de un encuentro en el futuro no sería la prevista debido
a que cada uno se las tendría que arreglar sin que nada ni nadie, en el plano
terrenal, los reúna y los eduque en el desarrollo de las facultades psíquicas, algo
tan necesario como medio eficaz para descubrir en la memoria del ser interno lo
que en el pasado quedara grabado o archivado. Si este fuera el caso, entonces
cada uno haría los arreglos convenientes para descubrir dentro de sí a su Dios
Personal y que una vez descubierto obtendría el privilegio de sentirse uno de los
Hijos de Dios, con lo que se habría ganado el derecho a utilizar la Ley del
Retorno y la posibilidad de llevar a cabo la misión que se proponga cumplir.
Ante esta eventualidad era inevitable que Jotanoa se hiciera las siguientes
preguntas y reflexiones:
—Si los obstáculos y las dificultades persisten, ¿qué debo hacer con las
ideas que aparecen en la mente y se quedan a la espera de ser difundidas? Si el
intento de lograr que una institución se haga cargo de la tarea de agrupar a los
que quieran participar del proyecto fracasa, ¿qué debo hacer con la idea de
crear una Hermandad del Alma para que luego llegue a constituirse en la
Hermandad de los profetas, después que los integrantes de la misma se hayan
comprometido en beneficiar con ciertos principios a la humanidad cuando en el
futuro estén de nuevo viviendo en el plano terrenal gracias a la ley del Retorno?
El que vino en auxilio de la incertidumbre por la que estaba pasando
Jotanoa fue Eben Alb, quien le renovó la confianza en lo que venía haciendo al
decirle:
95
—Nadie te dirá lo que debes hacer, nadie del mundo de afuera lo hará con
la seguridad de saberlo. Estos son los momentos en que nos quedamos solos y
es cuando dejamos de lado la vanidad de la comprensión mundana para
sentirnos acompañados de una profunda humildad y para que nada de interés
personal obstaculice la respuesta que necesitamos... ¡Y esto sucede cuando te
siento venir desnudo con el amor encendido en la idea y cuando la idea habla
por sí sola de la intención que le dio nacimiento!.. De ahí en adelante ya no es
tuya la idea, ya no te pertenece, pues ella quedará incorporada a la propiedad
común de la humanidad, al bien común de la inteligencia humana, de donde la
tomará quien la quiera convertir en argumento de lo que desee hacer.
El destino final tampoco depende de ti, como tampoco depende de ti si el
uso que le den sea de beneficio o de perjuicio, o si ha de servir para aumentar la
injusticia o para fortalecer la justicia. Quien la haga suya se hará responsable de
las consecuencias y nadie más que él y sus adherentes merecerán el premio o el
castigo. Allí, en el horizonte de la tierra, en ese horizonte que nos trae cada día
la opción de elegir de una manera o de otra, estará lo que ahora te preocupa.
En el ánimo de Jotanoa quedaron resonando las palabras de estas
reflexiones. Las recordaba cada tanto para renovar la esperanza de no estar
insistiendo en vano. Si bien era la mínima unidad de vida entre millones y
millones de seres de su especie, él se amparaba en el convencimiento de ser una
chispa de energía que podía activar la energía del Alma de la humanidad. Sin
embargo, lo esperaba la inseguridad para luego encontrar refugio en la
seguridad interior. Si se dejaba llevar por la desconfianza era para luego
fortalecerse en la confianza. Eran los vaivenes diarios por los que pasaba
Jotanoa ante la enorme importancia del proyecto o ante la pequeñez sin
importancia del mismo. No en vano, Eben Alb terminaba de animarlo a
enfrentar el momento de estar solo y decidir sin el apoyo o la ayuda exterior.
Por qué había llegado el momento de estar solo, se preguntaba Jotanoa.
Eso lo entendió al interpretar el significado después de una experiencia
psíquica...
Y aprendió que las ideas se asocian en la mente cuando la situación
exterior se vuelve grave y cuando quien la sufre ruega por obtener el alivio de la
comprensión de aquello que está ocurriendo. Se dio cuenta de que las ideas se
asocian en la mente cuando la situación exterior se vuelve grave y cuando quien
la sufre ruega por obtener el alivio de la comprensión de aquello que está
ocurriendo. Se dio cuenta de que las ideas asociadas se convierten en imágenes,
cuando han sido interpretadas, se convierten en las nuevas ideas que la
situación requiere.
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Para estar solo hace falta alejarse de todo, ya que así comienza el
momento de quedarse consigo mismo.
A partir de ahí le pareció a Jotanoa envolverse en la sensación de sí mismo
para sentirse sumergido en su propia vida, en la unidad de su vida, sin que nada
viniera a perturbar la soledad de estar solo. Ya había cerrado los ojos cuando
apareció en su mente el paisaje de un terreno recién labrado y al parecer, recién
sembrado. Casi a los pies de él, el suelo empezó a abultarse empujado por el
brote de una semilla. El brote asomó y creció el tallo hasta convertirse en árbol.
La imagen del árbol se convirtió en la idea del crecimiento. La imagen del
crecimiento se transformó en la idea de su vida interior, madurando de adentro
hacia afuera. De ahí en adelante, se exaltó la imaginación y Jotanoa se vió
crecer desde el sueño de la semilla hasta la robustez del árbol... ¡Sintió la
soledad de la semilla refugiándose en la ternura de la tierra y amándose en la
visión del árbol...
¡Sintió la soledad de la semilla refugiándose en la ternura de la tierra y
amándose en la visión del árbol que a corto plazo llegaría a ser! ¡De inmediato
se identifico con la analogía, al sentir que la idea de la Hermandad de los
profetas se refugiaba en el vientre del porvenir y se amaba en la visión de su
existencia terrenal cuando el futuro le mostrara el escenario de su misión!...
SUGERENCIAS PREVIAS
Aunque en el libro primero ha quedado escrito lo que se puede hacer para
acercarse al ser interno, y como es posible que no lo hayan leído, le sugiero
tener en cuenta lo que a usted lo que a usted le haría falta antes de realizar el
ritual de admisión.
Comience por mirar dentro de usted con la intención de descubrir que allá
en el fondo de su ser hay un horizonte, en cuyo horizonte espera ver asomar un
sol, el sol que alumbrará las oscuridades que en su mente han venido
acumulándose por la influencia de supersticiones y de tradiciones que han
quedado superadas por la evolución de su vida presente.
Con los ojos cerrados visualice o mejor dicho, dibuje en su interior un
sendero que viene de ese horizonte y termina donde usted está ahora. Dándole
la espalda a ese mundo de afuera, ese mundo que tantas veces lo ha engañado y
que tantas veces lo hizo sufrir con las ilusiones que le ofrecía, dándole la
97
espalda, empiece, con la mirada puesta en ese sendero a caminar con los pasos
de la comprensión interna.
La comprensión interna nos sugiere que todo lo que viene de afuera a
través de los cinco sentidos físicos debe ser revisado por nuestro Alguien del
Alma, quien por su capacidad universal de ver las cosas, seleccionará lo que
considere verdadero y útil, siempre en sentido general y casi nunca en sentido
individual.
Ponga en ese horizonte interior su aspiración o, más bien, su deseo de
conocer los errores que influyen en su conducta humana. En primer lugar, debe
aceptar la imperfección en nuestro modo de vivir. Si se da cuenta de su
imperfección, comprenderá que debido a ella usted ha tenido decisiones
equivocadas que lo han alejado de una convivencia feliz y de una relación de
bienestar entre sus semejantes. A partir de ahí, ingrese al sendero interior y
ruégele a su ser interno que lo ayude a descubrir los defectos que perjudican su
vida y pídale, con la misma devoción con que le ruega a su Dios, que le diga de
qué manera puede eliminar los defectos que vaya descubriendo.
Si usted está de acuerdo con lo que le estoy diciendo, entonces, le sugiero
cómo dar los primeros pasos que lo vayan acercando a su interior, donde una
presencia de cualidades divinas le ayudará, siempre que se preocupe en
escuchar su voz, su voz humilde, que le llegará por intermedio de intuiciones o
de corazonadas o por medio de imágenes interiores.
Quiero suponer que usted sabe relajarse, pero si no lo sabe hay una guía
general que nos dice que debemos aprender a disminuir el funcionamiento de
los cinco sentidos físicos, llamados también sentidos objetivos... ¿Qué significa
esto?... Pues significa que la capacidad de ver con los ojos físicos debe
adormecerse o anularse a tal punto que nos parezca ver con los ojos de la
mente. Si los oídos que nos sirven para oír lo que sucede a nuestro alrededor,
también tienen que adormecerse hasta no escuchar nada.
Después, hacer lo mismo con el sentido del gusto, del olfato y con el tacto.
Una vez conseguido esto, nos sentiremos aislados del mundo y a solas con
nuestro ser interno.
Sigo suponiendo que usted, pasado el tiempo, ha logrado dominar esta
forma de adormecer los sentidos físicos. Cuando haya logrado esto, se dará
cuenta de que puede disponer de una voluntad interior para utilizarla en lo que
anhela hacer, y lo que usted ha de hacer en su interior es lo que se llama
contemplar. Por medio de la contemplación usted puede presentar ante su ser
interno lo que quiere, lo que anhela. Si está dispuesto a aplicar este proceso al
caso específico de querer eliminar los defectos que aún desconoce, le aconsejo
murmurarle a su ser interno lo siguiente:
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—Ser interno, ayúdame a descubrir los defectos que obstaculizan y
detienen mi viaje hacia el interior de mi Alma.
Una vez que usted le haya hecho este ruego las veces que sean necesarias,
debe borrar de su mente lo que ha rogado, debe dejar en blanco su mente para
que comience el proceso de la meditación, lo que significa que su Alguien del
Alma necesita que usted se desprenda del ruego para que él lo reciba. A partir
de ahí es cuando se produce la corazonada o cuando se oye la voz de la
intuición o cuando aparece la imagen que debe convertirse en idea o en
pensamiento.
Si usted ha logrado ver o sentir en su interior algo relacionado con algún
defecto o con algún error en su conducta, lleve a cabo el relajamiento según se
explicó en párrafos anteriores y luego contemple o vea con los ojos cerrados el
siguiente pedido, dirigido a su Alguien del Alma:
—¡Ayúdame a eliminarlo, fortaleciendo mi voluntad de lograrlo!
Luego de haber dicho en su interior este ruego, dos o tres o más veces,
olvídelo, bórrelo de su mente para que su ser interno lo reciba y para que la
meditación le traiga la respuesta.
Para continuar con las sugerencias, hemos de suponer que la
contemplación y la meditación han dado el resultado esperado y ahora se
encuentra con que en su interior ha surgido la impresión de que usted es
intolerante, un defecto casi común en la mayoría. Comprende, entonces, que
para eliminar la intolerancia debe hacer uso de la tolerancia. Tal vez se haya
dado cuenta de que por intermedio de la intolerancia usted ha descubierto el
valor positivo de la tolerancia, teniendo la otra una cualidad negativa. También
llegará a admitir que una de ellas se relaciona con la emoción negativa y la otra
con la positiva. Lo que le queda ahora es experimentar lo que ha descubierto...
¡Viva, entonces, la aventura de sentir la emoción de la tolerancia en cada
ocasión que se presente!... Por supuesto que la debe vivir, haciéndolo entre sus
semejantes y si fuera posible con quienes fue usted intolerante.
Cuando haya pasado por la experiencia de tolerar a su enemigo,
eliminando de su ánimo el odio, el rencor, el desprecio, es casi seguro que
sentirá el alivio de haberse sacado una carga de encima. Si tiene la precaución
de estar atento a las veces que durante el día se deja llevar por la intolerancia,
hasta en aquellas cosas de mínima importancia, usted comprenderá que la
tolerancia abarca una serie interminable de sucesos que ponen a prueba la
comprensión alcanzada. Si en lo pequeño somos intolerantes, imagínese en lo
que divide y enfrenta a pueblos enteros por culpa del racismo.
Para ir acomodando nuestro ánimo al rechazo paulatino del racismo, lo
eficaz sería que aceptáramos que algo idéntico a todos nosotros, nos iguala en
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esencia aunque nos diferencia en lo físico. Si pertenece a una raza que
desprecia a otra raza, o si usted ha separado su nivel social de otro más bajo,
dándole el calificativo de inferior y miserable, dese el gusto de experimentar la
transformación de la intolerancia...
¡Lleve a cabo el relajamiento y luego reproduzca en su interior el rostro de
quienes son para usted despreciables por pertenecer a otra raza o a grupos de
baja condición social, y no sólo eso, sienta además que la esencia humana del
Alma los iguala!
Si bien hay diferencias sociales de las que usted no es culpable,
predisponga, no obstante, su ánimo a vivir la experiencia de la comprensión
interna, la que le ayudará a soportar lo que antes le fue insoportable.
Esto no significa que usted deba convivir con lo que le ha causado el
sentimiento de intolerancia. Lo que sí debería hacer es desligarse, desprenderse
de este sentimiento como algo ajeno a su naturaleza y vivir con su propio
universo de emociones, de ideales y deseos cotidianos, cuidando que tanto las
emociones como los ideales y deseos no tengan intenciones de perjudicar a
nadie, más bien de beneficiar de manera general a la especie humana. Significa,
además, que usted empezará a vivir una vida diferente a partir de la eliminación
de lo que estuvo alterando su forma de vivir y afectando a sus semejantes.
Si al comienzo le puede resultar difícil la tarea de descubrir los defectos y
eliminarlos, sin embargo, tenga en cuenta que con el beneficio de la
comprensión interna usted obtendrá los beneficios de la adaptación exterior, lo
que le permitirá una mejor ubicación en el plano de la solución a los problemas
que a diario se presentan. La sensación de la adaptación exterior por influencia
de la comprensión interna, será la de sentirse más cerca de su Alguien del
Alma. Sentirá que se está arrimando a una fuente de sabiduría que le ha de
facilitar el logro de lo que necesita para crear su propia felicidad en base a la
paz interior lograda.
No sólo la tolerancia nos desvía de lo que queremos obtener. Otros
obstáculos encontraremos si estamos decididos a continuar la aventura de
explorar en nuestro interior hasta sentir lo que podríamos llamar la presencia
divina, y que una vez hallada diríamos que estamos ante el Dios que habita
adormecido en nuestra Alma.
Esta sería la experiencia superior de considerarnos los Hijos del Dios
desconocido que los hombres han buscado en el exterior sin haberlo encontrado
jamás. Luego, nos ganaríamos la oportunidad de usar la Ley del Retorno, y en
forma individual, utilizar el recuerdo de volver para realizar una obra de
beneficio duradero en una humanidad postergada por la injusticia.
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Después de esta experiencia, tal vez le llegue el turno a nuevos obstáculos
que deberá usted descubrir y eliminarlos o reducirlos a la mínima expresión,
entre los cuales puede aparecer la excesiva ambición, la vanidad que nos hace
creer que somos superiores a todo y más importante que todo, la soberbia y el
orgullo que sólo sirven para alimentar la terquedad en lo que hacemos y
pensamos, el egoísmo, con el que especulamos para hacernos dueños hasta de
lo inalcanzable... Por último, quizás se le ocurra revisar si en la mente se oculta
la tendencia a legalizar el despojo por medio de la justicia.
Si el esfuerzo resultara demasiado según la capacidad de llevarlo a cabo
así tan drásticamente, sin embargo, por el sólo hecho de disminuir su influencia
le habrá de permitir mejorar la comprensión interna, la que le dará la fuerza
necesaria para continuar la limpieza hasta finalizarla. Se trata, siempre que lo
acepte, de facilitarle la tarea de despojarse de aquello que le obstaculice el
ingreso al futuro, después que usted realice el ritual de admisión a la
Hermandad de los Profetas Anónimos.
EL RECUERDO DE VOLVER
Cada estación del año lleva en su memoria el tiempo de volver. También
el ser humano que se aleja de la vida terrena lleva en su memoria el recuerdo de
volver y vuelve porque la Ley del Retorno tiene en su memoria el tiempo de
volver para cada ser humano.
Quienes vuelven tienen el privilegio de elegir la comprensión interna para
no equivocarse o para equivocarse menos. Quienes regresan para no
equivocarse traen en su memoria el hábito de la comprensión interna. A nadie
se le niega el retorno al hogar del futuro donde lo espera lo que ha elegido ser y
hacer.
Jotanoa venía acumulando los testimonios de la conducta del ser humano
desde la época más remota. Dicha conducta no había variado porque seguían
los mismos errores cometiendo las mismas injusticias. La monótona reiteración
de la injusticia beneficiaba a los de siempre en perjuicio de las víctimas de
todos los tiempos. Jotanoa buscaba entre los escombros de tantas tragedias la
solución al problema de la indiferencia del hombre y no la encontraba...
¡Cuántas veces había soñado con algunos métodos posibles pero ninguno
alteraba la impenetrable costumbre de la indiferencia!
101
Jotanoa había elegido. Eben Alb era el elegido. Ambos llegaron a estar de
acuerdo después de muchos años de duda, pero poco a poco, la evidencia de lo
que le sucedía a la humanidad los unió en la utopía de creer que una parte del
hombre era la causante de lo que le ocurría y que la otra parte era la que podría
realizar la tarea que al principio la consideraron una utopía sin porvenir.
Llegaron a la conclusión de aceptar que el hombre externo era el autor de los
sufrimientos inútiles soportados por la humanidad y que el hombre interno sería
quien en el futuro podría reparar el daño ocasionado por el otro.
El convencimiento era que si una oportunidad se agotaba, la reemplazaba
otra. Si el hombre externo ha tenido durante siglos la oportunidad de gobernar
al mundo de acuerdo con su naturaleza, le tocaba ahora al hombre interno
hacerlo de acuerdo con su naturaleza.
El convencimiento hizo que Eben Alb fuera el personaje equivalente al
hombre interno que en el futuro habría de intervenir en lo que aún no sabían
bien si sería en organizar la influencia psíquica que permita la aceptación del
proyecto o en descubrir a quienes serían los integrantes de la Hermandad de los
Profetas.
Previo a todo lo que imaginaban, quedaba por ahora dar el primer paso,
que consistía en realizar el ritual de admisión, el que podría servir de modelo a
quienes quieran llevarlo a cabo en la intimidad de sus hogares.
En el mismo intervendrán Jotanoa con su consciencia objetiva y terrenal y
Eben Alb con su consciencia subjetiva y psíquica. La consciencia terrenal de
Jotanoa, durante el ritual, se haría cargo de la responsabilidad de establecer la
causa que asegure la misión futura, mientras que la consciencia de Eben Alb
recibiría semejante acto de responsabilidad y lo archivaría en la memoria del
Alma, creando a la vez el recuerdo de volver para dejar en manos de la Ley del
Retorno el mandato de hacer cumplir la misión asumida.
EL RITUAL
Lo más importante del ritual no supo Jotanoa a qué hora ocurrió, si de
noche o durante el día, si fue al amanecer o cuando el sol se oculta. Cada vez
que lo quiso precisar le pareció que había sucedido de acuerdo con la primer
impresión que surgía en su mente. Si la impresión lo ubicaba en la mañana, en
la mañana había sucedido. Si la impresión se relacionaba con la noche,
entonces, él creía que en la noche había ocurrido. Con el tiempo dejó de lado la
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intrascendencia de esta preocupación para no olvidar jamás la experiencia en sí,
el momento impresionante durante el cual se desarrolló el ritual de admisión o
de ingreso a la Hermandad.
Todo comenzó por una extraña sensación, la de sentir cómo la consciencia
que nos sirve de contacto con el mundo físico, es decir, la consciencia objetiva,
se fue deslizando hacia una consciencia de contacto inmaterial. Lo hacía de
manera imperceptible, como si ella apagara o borrara una parte diminuta de sí
misma para encender o crear en la contraparte espiritual una cualidad psíquica.
Sin embargo, ambas consciencias se daban cuenta de lo que cada una era y
hacía. Lo difícil de explicar de este proceso estaba en la habilidad de la mente
para adaptarse a lo objetivo cuando la consciencia de ésta se daba cuenta de
algo o cuando se convertía en espejo de la consciencia espiritual. Era el
verdadero puente de unión entre el hombre interno y el hombre externo, cuya
unión habría de ser de fundamental importancia para dar paso a lo que debe
quedar grabado durante el ritual.
La mente misma le hizo comprender a Jotanoa que era un espejo donde se
reflejaba lo que una consciencia le trasmitía a la otra.
Jotanoa intuía que lo que estaba haciendo y lo que hiciera durante el ritual
podría servir de guía a los que quieran acompañarlo en asumir la
responsabilidad del proyecto.
El casi imperceptible acercamiento del hombre externo de Jotanoa al
hombre interno de Eben Alb alcanzó el estado emocional de la verdadera
iniciación cuando Jotanoa se vió y se sintió de pie ante la extensión total de la
tierra. Desde la posición en que se hallaba contemplaba una tierra sin fronteras,
ya que ninguna línea divisoria separaba un país de otro. Era un mundo de
fronteras esfumadas, en el que había algo que lo impresionó hondamente. Una
línea que más parecía una grieta dividía en dos la superficie del planeta, o sea,
que desde los pies mismos de Jotanoa partía la grieta divisoria, quedando a la
derecha un medio planeta y a la izquierda la otra mitad.
El panorama que abarcaba su vista se perdía en la distancia, llamándole la
atención la claridad del ambiente, una claridad iluminada por la atmósfera del
lugar.
Era una luz que estaba en el aire, sin que tuviera que venir de un foco o de
un punto de difusión luminosa, pero esta claridad se desvanecía hacia el lado
derecho hasta desaparecer en la penumbra de un fondo oscuro. Allí se
desvanecían también formas neblinosas, de contornos indefinidos, que
manifiestan movimientos de vida. Eran vidas casi sin vida, apagándose poco a
poco en la lentitud de un agotamiento paulatino. El silencio era el silencio de
una calma resignada, donde se presentía que nada se afanaba por vivir y donde
103
cada latido de vida rogaba por detenerse. Si algo venido de allí lo respiraba
Jotanoa, era el aire de la vida olvidada.
La región de la izquierda la iluminaba una claridad distinta, tan distinta
era que aumentaba hasta llegar a un horizonte semejante al del momento previo
a la salida del sol. La luz iba de menor a mayor, mientras que del otro lado
disminuía de mayor a menor. El símbolo de la abundancia y el símbolo de la
escasez, separados por una línea cuyo símbolo era el de la indiferencia, pero
algo incomprensible para la época en que vivía Jotanoa flotaba por sobre las
dos regiones. La presencia oculta en la invisibilidad del aire era el
presentimiento de una alegría futura, como si a la naturaleza le agradara que su
hijo mayor, el hombre, se hubiera decidido por cuidar el hogar terrenal de la
vida.
¿Era música lo que Jotanoa escuchaba? ¿De dónde venía aquella música
que sonaba sobre el lugar en que permanecía de pie, sin atinar a moverse?...
No, no era música según el término conocido, era su propia naturaleza
entonada o sintonizada con la armonía de las leyes del universo que al llegar a
los oídos, los oídos la oían como música, pero además, era todo su ser
entregado a la razón de estar allí, el que se liberaba de las ataduras terrenales y
se convertía en algo que la humanidad esperaba... Recién ahora vió lo que antes
no había visto. Del lado izquierdo de la grieta, en el medio mundo iluminado de
menor a mayor, habían círculos de un diámetro aproximado a un metro. Como
Jotanoa ignoraba para qué podrían servir, oyó la voz de Eben Alb que le decía:
—¡Debes ir a ocupar uno de los círculos!
Jotanoa obedeció y se ubicó en uno de ellos. De nuevo oyó la voz de Eben
Alb:
—En cada ser humano hay algo de aquello que nace de la esencia de la
humanidad. En cada ser viviente, sea planta o animal, hay algo de la esencia de
la tierra. Si una idea ha nacido de una esencia que tiene algo similar en cada ser
humano, esa idea puede cambiar el rumbo de la civilización... Hace falta nada
más que una idea tenga algo de ella en cada ser humano para que la suma de los
seres vivientes la acepten como parte inseparable de su naturaleza.
Jotanoa escuchaba. Eben Alb siguió diciéndole:
—Aquella calma y mansedumbre que sentiste bajo tus pies mientras
ayudabas al viejo aquel, era la esencia de una verdad nacida del espacio que
ambos ocupaban. Aquello que nace de la esencia del Alma pertenece a la
esencia del lugar que ocupa cada ser humano y a la de cualquier ser viviente.
Lo que nace de la esencia del Alma está contenido en la naturaleza física del
cuerpo y del espacio que cada uno ocupa.
Jotanoa seguía escuchando. Eben Alb seguía diciéndole:
104
—La superficie sobre la que estás parado te pertenece mientras dura tu
vida terrenal, pero también, tú le perteneces al lugar que estás ocupando. La
unión, entonces, se vuelve inseparable. Si una idea nace de la unión
inseparable, la idea será inseparable de los espacios y de los seres que los
ocupan.
En Jotanoa, la atención era una esponja. En Eben Alb, la idea se
perfeccionaba en la madurez de la comprensión interna.
—Toda vida —siguió diciendo— es inseparable de sus necesidades, y las
necesidades son inseparables de los espacios que ocupan los seres humanos y
demás criaturas vivientes. Si aquellas y éstos son inseparables, lo que le
pertenece al cuerpo es inseparable del espacio que ocupa.
Jotanoa comenzó a vivir en el contenido de la idea que Eben Alb le estaba
diciendo:
—Jotanoa —le dijo—, estamos pasando por una iniciación. Ambos
estamos siendo iniciados en la responsabilidad de hacer algo por la humanidad
cuando el recuerdo de volver me traiga de vuelta a la tierra. Para que esto
suceda, yo necesito de tu decisión que es la que ha de servir de causa, de
motivo, porque la causa y el motivo deben expresarse en este plano terrenal,
que es donde se lleva a cabo la evolución de la personalidad del Alma y la
evolución de la individualidad física. Aquí es donde se nos permite dejar el
polo de atracción hacia el que seremos atraídos por aquello que elegimos hacer
como misión de nuestra vida futura... ¡Volver con un propósito, asegura el
cumplimiento del mismo!
Luego de una pausa que transcurriera en silencio, Jotanoa vió que Eben
Alb asumía el papel de un personaje desconocido, como si este personaje fuera
el maestro o el sacerdote encargado del ritual, en este caso y en esta ocasión,
encargado del ritual de la idea principal a realizarse en el ámbito de la
comprensión interna. Era la idea que avanzaba hacia lo perdurable,
acompañada de la emoción con que la viviera junto al viejo aquel.
Jotanoa, sin que nada le avisara lo que iba a suceder, sintió en su interior
la divinidad de Eben Alb y en un estallido de luz reapareció la idea que le hizo
pensar en la superficie que cada ser humano ocupa por el derecho de propiedad
que la vida le concede.
Pasó de nuevo por la sensación de calma y mansedumbre que el suelo les
comunicó, a él y al viejo, y revivió lo que luego vino... Jotanoa se estremeció,
sacudido por la energía de la emoción y se dijo que el derecho de propiedad que
la vida nos concede por ocupar un espacio, se extiende al privilegio de ser
dueños de lo que la tierra produce mientras dure nuestra existencia terrenal.
Pero aún le quedaba la impresión que le causara la justificación de esta idea
105
general cuando se dijo que la esencia de la naturaleza manifiesta la abundancia
en todos los niveles sin exigir cobro alguno, sin reclamar salario por su mano de
obra, ¡mano de obra gratis durante las horas en que el hombre no interviene
como agente creador de lo que la naturaleza hace por sí sola y por él!
¡El equivalente a esa mano de obra gratis le corresponde a cada ser
humano por el derecho de propiedad que la vida le concede al ocupar un lugar
en el espacio!
Todo lo que era Jotanoa, la totalidad de su ser, el ser físico, el ser psíquico
y el ser cósmico con su luminoso centro divino, se había unificado en un solo
ruego, en una sola oración, pidiendo con el fervor del rezo que se cumpla este
anhelo de utilizar la idea que fuera aceptada y desarrollada por Eben Alb y por
él. De ese estado de ánimo emergió Jotanoa, transformado por la esperanza y el
optimismo.
Tardó un poco en darse cuenta dónde estaba. Luego miró en torno suyo y
le pareció que veía por primera vez aquellos círculos que abarcaban una gran
extensión. Cuando preguntó la razón de su existencia, Eben Alb le dijo:
—Son los espacios que deben ser ocupados por quienes sientan en su
interior la voluntad de adherirse al proyecto de la Hermandad de los Profetas
Anónimos. Así como estamos de pie en uno de ellos, lo mismo deberán hacer
los que nos acompañen... Pero aún nos queda la necesidad de asegurar el futuro
de esta aventura del hombre interno. Cada uno de los candidatos que asimile
este ritual de admisión, viviéndolo mientras lo lee varias veces y desarrollando
en su interior todo lo que hicimos Jotanoa y yo, cada uno, repito, debe rogar,
debe pedir como ahora voy a pedir yo que la Ley del Retorno me permita nacer
en el hogar de una familia que esté vinculada con los poderes del mundo. El
ruego lo debe hacer desde la intimidad de Su Alguien del Alma, que es donde
se convertirá en el recuerdo de volver.
—Así como en esta época —siguió diciendo— existen familias de enorme
poder, también en el futuro estarán las que por su condición social, por su
riqueza, por sus conocimientos y hasta por su inteligencia, han de ser los que
representen a los poderes políticos, económicos, religiosos, etc., del mundo
terrenal. Esas serán las familias en cuyos hogares tendremos que nacer para
realizar, sin mayores obstáculos, lo que esté relacionado con la idea general que
en este momento nos está iniciando en la comprensión interna.
Cuando miró hacia la región que ahora tenía enfrente con el ánimo de
averiguar por qué estaba separada por esa grieta, Eben Alb le dijo:
—Es el medio mundo de la interminable agonía de la pobreza y de la
creciente desnutrición, es el mundo olvidado por el otro medio mundo de la
abundancia. Esa región, en especial, será la beneficiada por la Hermandad de
106
los Profetas por una exigencia de equilibrio perdido. Pero esto no ocurrirá ahora
ni en los próximos años. No hay fecha exacta para tal acontecimiento, sólo
depende del proceso de madurez de la idea, de la responsabilidad de asimilarla
y de que el futuro de los integrantes quede asegurado por la Ley del Retorno y
por la decisión de Dios, me refiero al Dios del que cada uno se habrá hecho
Hijo por haberlo descubierto en su interior... ¿Tal vez cien años, quizás ciento
cincuenta o doscientos? ¡Sólo el crecimiento de lo que nace nos puede llevar al
tiempo de la expresión completa!
PALABRAS FINALES
Quien lo hubiera visto a Jotanoa dirigirse hacia el lugar de siempre, su
lugar preferido en la montaña del Oeste, se habría imaginado que iba a
despedirse del Valle de Tulum después de haber concluido una tarea que tenía
pendiente. Tal vez nada en el aspecto exterior indicara esta suposición pero en
su interior, no tan adentro como para estar en los dominios de Eben Alb, sino
en la zona intermedia donde se acumulaban más cosas del exterior que del
interior, Jotanoa retenía algunas cuestiones que no lo terminaban de convencer
y que podrían determinar el fracaso del proyecto.
Sí, era verdad que llevaba en esa zona intermedia la sensación de una
despedida porque había terminado un trabajo y cuando se ha terminado un
trabajo no se sabe qué hay más allá de lo que ha quedado concluido. Eso ya lo
conversaría con Eben Alb cuando estuvieran sentados allá arriba.
Ahí estaba el sendero de ascensión a su montaña preferida y allá en la
cumbre su lugar de observación, su atalaya desde el cual podía ver todo el Valle
de Tulum.
A medida que ascendía se daba cuenta de que el silencio de arriba era
distinto al silencio de abajo porque se siente la extraña sensación de estar en el
refugio de una calma que acaricia los oídos con suaves zumbidos, con
travesuras de brisa que revuelven los cabellos y agitan la ropa. Si una piedra
rueda, por pequeña que sea, produce el sonido característico de la montaña,
muy diferente del producido en el llano. Si no hay viento, son las ráfagas de
aire que vienen de cualquier parte, remolinean enroscándose en espirales que
ascienden y se desvanecen como si fuera el aliento acompasado de la montaña.
Ya estaba Jotanoa sentado en la pequeña meseta que en otras ocasiones
ocupara. A sus espaldas se abría la quebrada que dejaba ver en la lejanía un
107
retazo de cordillera. De la quebrada subían ruidos artificiales pero de arriba
descendían latidos de armonía.
Algo lo desubicó, desapareciendo el sitio donde estaba sentado para verse
de pronto junto al mar como en aquel instante de la aparición de Albanoa, pero
todo fue porque a su lado estaba Eben Alb, quien le creó la ilusión del cambio
de lugar... Sí, a su lado estaba Eben Alb. No lo veía pero lo sentía. Quiso verlo
con los ojos físicos girando la cabeza pero nada vio, sin embargo, una cierta
densidad espiritual corporizaba una silueta llena de Alma. No podía dudarlo.
Además, no quería dudar aunque fuera ilusoria la sensación, porque toda
sensación de sentir algo fuera de uno mismo, sin que haya nada físico, siempre
ha de ser beneficioso porque nos demuestra que es nuestra propia consciencia
la que se extiende y manifiesta algo que no vemos fuera de nuestro límite
corporal pero que sentimos. Si esa sensación la cultiváramos aumentando su
radio de extensión, nos veríamos a nosotros mismos recogiendo agradables
pensamientos y profundas emociones que servirían de tónico para nuestro
cuerpo y para nuestra mente... ¡Por algunos momentos dejaríamos de estar
atrapados en la vida empobrecida del hombre externo!...
Tan empobrecida está la vida del hombre externo que ha perdido hasta la
mínima defensa de su interior, permitiendo que se acumulen en la zona
intermedia recién mencionada, los pensamientos agresivos, los deseos
ilimitados de tener, tener y tener, las ambiciones embellecidas por la ilusión del
mensaje subliminal, ese mensaje de influencia disimulada que penetra hasta
donde se convierte en voluntad incontenible de deseo mental. Jotanoa temía la
amenaza de la peor influencia, no ya en los mayores sino en los menores. No
hace mucho los peligros que acechaban fuera del hogar o más allá de la
protección de los padres, comenzaban a una edad casi varonil, pero ahora
empiezan desde la cuna misma, invadiendo la mente indefensa del niño,
indefensa porque carece de moral, porque desconoce las nociones de lo bueno y
de lo malo.
¡La única habilidad del niño es imitar! ¡Imita el delito de los mayores o
comete actos de travesura, pero siempre lo hace sin la noción moral del daño o
del bien!
Cuando la estupidez se cree soberana sucede lo peor y lo peor ha
comenzado a suceder condenando a seres humanos inocentes cuando por su
naturaleza infantil no tienen moral.
Jotanoa había llegado al límite. La ansiedad causada por estos
pensamientos lo hizo acudir a su Alguien del Alma que a su lado permanecía
en su invisible envoltura.
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¿Qué va a suceder contigo cuanto tú, siendo un niño en el futuro, te
encuentres invadido por las cosas del exterior que habrán llenado tu mente con
el mensaje de tener, tener y tener, cuando tu inocencia sin moral vaya
acumulando la tentación de conseguir tantas cosas, tal vez con el peligro de
sepultar la misión de Hermandad.
¿Aumentará el poder psíquico de la mente a tal punto que nada para ella
será imposible, superando todas las limitaciones físicas y dominando lo que se
le ocurra dominar, sin importarle el código moral ya que la gracia inocente de
su naturaleza nada sabe de moral?...
Eben Alb tardó algunos segundos en responder debido a que él, en
ciertas ocasiones, no en todas, cuando buscaba una respuesta, esta aparecía en
su consciencia en forma de imágenes, las que por supuesto tenía que traducir en
palabras comprensibles para Jotanoa:
—He de volver a casa —le dijo— trayendo en el recuerdo el bienestar
interior de la vida. Tu temor sigue siendo el temor de los Hijos del Hombre y es
posible que a su descendencia le suceda lo que acabas de decir... y aún es
posible que la falta de moral de la niñez se prolongue y vuelen en mil pedazos
los códigos de conducta y los principios morales. La vieja muletilla que dice
que por el fruto se conoce el árbol es aplicable al milenario árbol de la moral si
lo relacionamos con los frutos que ha venido dando, pero, repito, esos frutos
siguen siendo los de los Hijos del Hombre, o mejor dicho, son los frutos del
Hombre Externo... Ya es tiempo, al menos para nosotros, de ubicar las cosas en
el lugar apropiado para poder comprender, en definitiva, lo que hicimos y lo
que debemos hacer, siempre que la verdad impersonal nos inspire y nos tenga
de discípulos
—Las leyes de la naturaleza —continuó diciendo— se manifiestan sin
obedecer a ninguna norma moral. Quien hizo tales leyes, no las hizo
obedeciendo a principios morales.
Durante un tiempo, la naturaleza del ser humano, me refiero ahora al
período de la niñez, se caracteriza por la falta total de moral, ignorando el niño
lo que es dañino y lo que es beneficioso. Si las religiones dicen que las leyes de
la naturaleza fueron creadas por el Dios de su creencia, también ese Dios
carece de principios morales relacionados con el bien y el mal. Al parecer,
entonces, el niño es el fiel representante humano de las leyes sin moral de la
naturaleza.
—El fruto sin moral de las leyes de la naturaleza —dijo luego— se parece
a la niñez sin moral y también al Dios de las religiones, pero todo esto sigue
siendo responsabilidad de los Hijos del Hombre. Nos queda, ahora, por lo
tanto, conocer el papel que han jugado los Hijos de Dios desde la época en que
109
aparecieron los primeros códigos de conducta, los que contenían principios
morales que llegaron a solucionar lo que fue crisis de pueblo, de naciones o de
la humanidad entera. Para comprender a los Hijos de Dios hay que vivir sus
experiencias de acercamiento a su Alguien del Alma, en especial cuando ellos
descubren, durante los pasos previos al encuentro, una sensibilidad desconocida
que la relacionan con una armonía venida de la profundidad espiritual. Esa
armonía, cuando la quieren convertir en experiencia, se transforma en lo que la
palabra amor pretende expresar.
Lo más aproximado sería que esa emoción se adueñara de los actos, de los
anhelos y de los pensamientos y ante cualquier problema que requiera una
solución, responde con lo necesario... Y si una crisis es la que aqueja a la
humanidad o a una parte de ella, esta emoción se une a la razón para que la
razón obtenga la sabiduría de sugerir el código de conducta que la crisis
reclama. La armonía que nos llega de la profundidad espiritual de nuestro ser,
es una manifestación más de las leyes de la naturaleza. Quien haya alcanzado el
privilegio de sentir esa armonía sin moral, tendrá en su ánimo la sabiduría de
conducirse como una persona que ha descubierto el código moral de su vida...
¡De la armonía sin moral a la emoción con moral se tiende el puente para llegar
a descubrir a Dios en el Alma de la vida individual y por ese medio convertirse
en el Hijo de ese Dios!
Habíamos dicho que parecía que Jotanoa iba a despedirse del Valle de
Tulum, pues él creía que a Eben Alb se le presentaba la ocasión de abandonar
este plano terrenal o de continuar por un tiempo más, después de haber
colaborado en la escritura de los tres libros. A Jotanoa lo alegraba la sensación
de haber colaborado en la escritura de los tres libros.
A Jotanoa lo alegraba la sensación de haber cumplido la misión que
podría justificar la liberación de Eben Alb. Como el tiempo de la vida de cada
ser humano no es estricto en duración, dependiendo, quizás, de la comprensión
alcanzada, a Jotanoa lo ilusionaba la esperanza de haber hecho lo necesario o lo
imprescindible para dejar en libertad a Eben Alb. Si Eben Alb quería quedarse
un tiempo más, eso era privilegio de su decisión. Lo que Jotanoa pretendía era
que nada del pasado lo obligara a Eben Alb a permanecer aquí.
Pero había algo más en la actitud de Eben Alb. No le importaba tanto lo
que parecía preocuparle a Jotanoa. Lo que él quería, después de todo lo que
habían vivido, mejorando entre ambos la relación y la unión espiritual, era
sentir el Valle de Tulum a través de la consciencia objetiva de Jotanoa pero con
la novedad de hacerlo sin que nada del pasado se interponga con alguna
analogía, es decir, él quería saber si la mente podría utilizar el presente sin estar
ligada al pasado.
110
¿Por qué quería Eben Alb llevar a cabo la experiencia de ubicar a la mente
en el presente, desligándola totalmente del pasado? Tal vez quería que se diera
una situación parecida a cuando la consciencia, en la época de su despertar,
sentía el mundo sin ningún registro anterior en la mente... Quería descubrir de
nuevo aquello que en el lejano pasado le hizo creer al hombre en una existencia
exterior de Dios... Quería saber si los sentidos físicos eran capaces de proyectar
y establecer en el exterior lo que ellos percibían en el interior... Quería Eben
Alb demostrarse que la ilusión de los sentidos crearon la fantasía de transferir al
exterior lo que el hombre lleva dentro de sí, ubicando a Dios allá afuera, con lo
que lograba alejarlo cada vez más de su intimidad.
Por eso le había pedido a Jotanoa que lo ayudara a visualizar una mente
sin pasado. Le dijo que se viera a sí mismo en un presente extendido en todas
las direcciones, tratando de borrar lo que él sienta venido del fondo de la
historia.
—Piensa —le dijo Eben Alb— que tu mente no tiene historia, que en ella
no hay nada grabado, que está sola por empezar aquí y ahora a registrar las
nuevas experiencias que los sentidos físicos le transmitan... Y que al abrir los
ojos, tu vas a ver por primera vez ese mundo de afuera, que por primera vez vas
a oír los sonidos y los ruidos de ese mundo externo a tu vida, que tu olfato
podrá oler por primera vez el aire cargado de aromas y otros olores, que el tacto
va a tocar y acariciar por primera vez la piel del mundo, sintiendo que será
nuevo para ti tocar la corteza de los árboles o de la roca, que por primera vez
vas a sumergir tus manos en el agua, que para ti será nuevo rozar, apretar y
presionar durezas y blanduras, que por primera vez vas a saborear los frutos de
la tierra, lo cocido, lo asado, lo crudo y lo quemado... Y luego será nuevo para
tus ojos y demás sentidos que el misterio de lo desconocido ya no atemoriza ni
amenaza con supersticiones y que nada de lo escondido en la sabiduría de la
vida será objeto de una veneración inútil...
¿Cuánto tiempo pasó para que llegara al momento de lo que deseaba Eben
Alb?... No lo sabemos. Como en su imperio invisible no existe la dimensión del
tiempo según el concepto físico, sólo podemos decir o, más bien, repetir lo que
Eben Alb le transmitió después de haber logrado Jotanoa, a medias, a medias,
dejar sin pasado a la mente.
Lo que Eben Alb le dijo era, en realidad, un mensaje del que se puede
sacar más de una interpretación. De su contenido se podrá elegir lo que cada ser
humano necesite.
—¡La vida —comenzó a decir— vive del idilio eterno con su propia
naturaleza! ¡La naturaleza universal nos contiene a todos sin que nada ni nadie
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quede fuera de su refugio de amor! ¡Cada uno de nosotros lleva dentro de sí la
misma vida que vive del idilio eterno con su propia naturaleza!
Luego de una pausa continuó:
—Del mencionado idilio, cuando el mismo tiene la autenticidad de la
unión del ser interno con el ser externo, o sea, cuando el hombre interno y el
hombre externo deciden unirse, nace el amor como expresión universal del
idilio. De nosotros depende, entonces, de que el amor sea el que nos conduzca y
nos lleve de la mano, como si fuéramos los discípulos que aspiran a ser los
futuros Hijos de Dios, del Dios que habita en la luz inmaculada de nuestra
Alma. No es afuera donde la vida religiosa tiene a ese Dios de tantas creencias,
sino dentro de cada ser humano. De lo íntimo de la espiritualidad nos llega la
actitud religiosa de nuestra sensibilidad para que busquemos dentro lo que no
hemos de hallar afuera. Tampoco la religión se encuentra afuera, donde
ninguna consciencia del mundo externo adora, reza, ruega ni expresa
misericordia, caridad, bondad, etc...
Nada del mundo de afuera se pertenece a sí mismo cuando el universo lo
abarca todo. Sólo el hombre se pertenece a sí mismo por ser propiedad del Dios
que lleva adentro. Por ser propiedad del Dios que lleva dentro, el hombre se
hace responsable ante el idilio eterno de utilizar en común las riquezas de la
tierra y se hace custodio de la distribución equitativa. Todo lo que el hombre
externo le ha negado a su semejante, se lo ha negado a su propia felicidad, se lo
ha negado al Dios que lleva dentro de sí mismo.
Por último, en un desahogo de emoción, le dijo:
—¡Aún hay tiempo de ser los Hijos de Dios para que los Hijos del
Hombre conozcan la felicidad de una vida que los haga vivir el idilio eterno con
su propia naturaleza!
Valle de Tulum
5 de marzo de 1995
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INDICE
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................ 3
CAPITULO I ..................................................................................................................................... 4
EL REGRESO Y ALGO MÁS ................................................................................................................... 4
LA FIGURA ENCLENQUE ....................................................................................................................... 6
LA HERMANDAD DE LOS PROFETAS ................................................................................................ 17
CAPITULO II ................................................................................................................................. 30
EL CAMINO ABIERTO .......................................................................................................................... 30
EL VIEJO Y LAS ESTRELLAS .............................................................................................................. 34
JOTANOA Y LA MADRE ILEGAL ........................................................................................................ 45
CAPITULO III ............................................................................................................................... 57
LAS IDEAS.............................................................................................................................................. 57
LAS AVENTURAS ................................................................................................................................. 61
PRIMERA AVENTURA .......................................................................................................................... 62
SEGUNDA AVENTURA......................................................................................................................... 77
CAPITULO IV .............................................................................................................................. 89
LA LEY DEL RETORNO ........................................................................................................................ 89
INTRODUCCIÓN AL RITUAL DE ADMISIÓN .................................................................................... 92
LA HERMANDAD DE LOS PROFETAS ANÓNIMOS .......................................................................... 95
SUGERENCIAS PREVIAS...................................................................................................................... 97
EL RECUERDO DE VOLVER .............................................................................................................. 101
EL RITUAL ........................................................................................................................................... 102
PALABRAS FINALES........................................................................................................................... 107
113
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