LA TERCERA ORDEN DOMINICANA: “VIEJO Y NUEVO ESTILO” por Edward Schillebeeckx, O.P. Profesor de Teología Universidad Católica de los Países Bajos, Nimega Traductor: Anselm Thomasma, O.P. Este artículo detenidamente razonado ha sido compaginado por primera vez en 1960. La Orden ya ha superado algunas de las ideas expresadas aquí. Sin embargo, quienquiera desee comprender la naturaleza del grupo ahora denominado Laicado Dominicano no puede ignorar las investigaciones realizadas por el P. Schillebeeck acerca de su significado. El Laicado Dominicano 1909 Avda. S. Ashland, Chicago, IL 60608 1978 Nadie que posea cierta perspicacia podrá negar ya que la Orden Tercera se ha convertido en un problema. Que no se trata meramente de un problema local, sino más bien universal surge de las palabras del Capítulo General de Caleruega de 1958. “Es evidente la necesidad de muchos cambios en la Regla de los Terciarios, según se desprende de los informes de los Promotores. Por lo tanto, pedimos urgentemente a nuestro Muy Reverendo Maestro General que establezca una comisión especial para que realice un estudio exhaustivo de la naturaleza de la Tercera Orden (“circa naturam Tertii Ordinis”)… Creemos que sería mejor, antes de poner en práctica ningún cambio definitivo en la Regla que, en cada Provincia, el Capítulo Provincial, o el Provincial junto con su consejo, promulguen ciertas normas “ad experimentum” (es decir, sujetas a experimentación), después de escuchar las opiniones del Promotor Provincial y de los directores de la Tercera Orden, de modo que se determine qué normas serían más convenientes en las circunstancias (cambiantes) de nuestros tiempos. Como resultado de estas experimentaciones, tales temas se harán evidentes, y luego de la aprobación del Maestro General, podrán tenerse en cuenta para la renovación futura de la Regla de la Tercera Orden”. (Cap. Gen. 1958, nº 254). He citado el texto completo teniendo en vista un doble propósito: primeramente, aclararos que incluso las más altas autoridades de la Orden Dominicana reconocen que la Tercera Orden se halla en una posición precaria. Existe un problema real – no sólo un problema de magnitud secundaria, como si únicamente algunos elementos periféricos y superfluos de la Tercera Orden se hubieran vuelto obsoletos. El problema es mayor que esto, ya que el Capítulo General ha señalado que existe una incertidumbre básica respecto de “la verdadera naturaleza de la Tercera Orden”, ¡esto es lo fundamental! Más adelante, he citado el texto de tal manera que de él se desprenderá el hecho de que la autoridad suprema de la Orden también reconoce la conveniencia de proponer una situación nueva y experimental en la Tercera Orden. Por ese motivo, esto significa que no existe nada más fundamental. En consecuencia, quiere decir que una crítica hecha a la Tercera Orden “viejo estilo” no puede ser invalidada apelando a la Regla tradicional de la Tercera Orden tal como ha sido aprobada por la Iglesia. Por el contrario, con el debido respeto hacia la inspiración básica de la Vida Dominicana, y ante la invitación de la autoridad suprema de la Orden, podemos examinar de modo crítico la naturaleza misma de la Tercera Orden para determinar si la consideramos obsoleta, ya sea totalmente o quizás nada obsoleta. Podemos estudiar si es verdaderamente así y de qué manera podríamos ahora renovarla. Respecto de esta Tercera Orden “nuevo estilo”, quisiera 1 trazar a grandes líneas, y respondiendo a la invitación de vuestros respectivos Promotores Provinciales, ciertas perspectivas, de modo tal que nuestra crítica sea constructiva y no meramente negativa. Solamente teniendo en cuenta los antecedentes de la “Tercera Orden Viejo Estilo” puede enfocarse más claramente lo que caracteriza a la nueva Tercera Orden. Dentro del viejo estilo, pues, debemos hacer una distinción enfática entre la regla y las normas, tal como se encuentran en el libro, y la estructura de hecho de la Tercera Orden vigente. Si consideramos esta construcción basada en datos, nos resultará evidente que la Tercera Orden se ha convertido en una sociedad de oración y devoción, en realidad y en concreto sólo para personas mayores. Tienen una reunión mensual con Misa, sermón, y algo del oficio, el cual constituye, también, una obligación diaria. Cada vez que los Dominicos necesitan para su apostolado la ayuda de los laicos, no llaman a los Terciarios, sino más bien a los líderes de las organizaciones modernas de laicos católicos. Como mucho, se llama a los miembros de la Tercera Orden para cosas tales como mercadillos, mecanografiar o escribir direcciones en los sobres, ceremonias solemnes especiales en las iglesias, y finalmente para organizar la cena anual en honor de santo Domingo. Lo que señalo aquí es ciertamente una caricatura y un ejemplo exagerado, pero la realidad de todo esto se encuentra en el hecho insinuado en cada caso. Este es justamente el problema. En realidad la Tercera Orden es una extensión laica de la Primera Orden en lo monástico, aunque mucho menos en lo apostólico. Las estructuras conventuales han sido adaptadas, para bien o para mal, a la situación del laico en el mundo, e impuestas sobre su vida. La estructura de la vida en el claustro, adaptada “ad usum laicorum” (para el uso de los laicos), se sigue actualmente hasta en sus más mínimos detalles; se habla del hermano Prior o Priora, del maestro de Novicios, del noviciado, de la profesión, del vestido, -conceptos que esencialmente no son laicos (2). (Cuando en estos casos hablamos de “laicos”, aludimosmos, por el contrario, tanto al sacerdocio como a la hermandad laical), lo que indica una tendencia aparentemente “monástica” dentro de la existencia de la Tercera Orden. Desde hace mucho tiempo, los miembros de la Tercera Orden han sentido el tenor forzado y antinatural de estas expresiones. Por eso raras veces las emplean. Este sentimiento no ha sido más que una expresión primera y superficial de algo más general, es decir, que el laicado dentro de la Tercera Orden no se siente como verdadero laicado. Incluso se supone que existe un corto circuito en alguna parte, que tiene raíces más profundas que el envoltorio exterior de los nombres y títulos conventuales. La Tercera Orden se convierte para el laicado en el mundo en una suerte de imitación de la vida sacerdotal, no de la apostólica sino de la monástica. En la Edad Media se consideraba que únicamente en el claustro podía residir la plenitud de la vida cristiana; en consecuencia quienquiera deseara llevar una vida consciente y expresamente cristiana debía entrar en un monasterio o imitar en el mundo, lo más posible, el modo de vida monástico. Por eso se hablaba de “dejar el mundo mediante la profesión”, tal como se aplicaba a los miembros de la Tercera Orden, lo mismo que a los religiosos. Estos laicos buscaban una regla de vida que, en su sentido más amplio, les obligaba a las observancias monásticas de los frailes. Este “aire” monástico de la Tercera Orden aparece en la primera Regla formulada para los Terciarios, en 1285, por Munio de Zamora, sexto maestro General de la Orden. El énfasis primordial residía en la separación del mundo. Incluso se decía que los miembros de la Tercera Orden perdían su “naturaleza seglar” a partir de su “profesión” en la Tercera Orden (ad seculum revertere”. Ver: Portier, Histoire des Maîtres Généraux, (Historia de los Maestros Generales), II, p. 238, nota al pie nº3). Es obvio que el apéndice secular de la Primera Orden se viera, sobre todo, como una extensión en el mundo de la vida Dominicana, más monástico que apostólico. Y justo en este 2 aspecto (no en el segundo) es donde ofrece más temas para el debate y en sus mismas raíces, tal como aspiramos a señalar. (Debería recalcarse que, tanto para este artículo como para cualquier otro que pudiera tener relación con esta cuestión, se aplica el principio; “¡valet auctoritas quod valet argumentum”! Estoy abierto a un “argumentum”, pero no a voces de alarma). La inspiración fundamental Dominicana de la Tercera Orden se basaba en algo muy diferente de lo que aparecía en la primitiva Regla oficial de Munio de Zamora. Humberto de Romans habla de “hacer penitencia en medio del mundo”. (De eruditione Praedicatorum, libro II, tr.1, sermo 398: Bibl. Patrum, XXVII, pp. 474-S). El énfasis se ponía en el carácter de “exinanitio”, en la negación cristiana de sí mismo, dedicada al Dios vivo. Además de este movimiento laico penitencial, había otro que surgía de una orientación más apostólica: la “Militia Christi” que se lanzó en beneficio de los intereses de la Iglesia (según las ideas de la época y las necesidades de la Iglesia). Su “penitencia” consistía, tal como lo demuestran las pruebas documentales, en la devoción apostólica por el Reino de Dios (¡iban incluso armados!) La ayuda de algunos laicos que santo Domingo previó para su apostolado tenía algo de estos movimientos penitenciales y algo de los movimientos de “militia”, con la reserva esencial de que no debía ser un apostolado armado sino religioso mediante el ejercicio de obras de misericordia espirituales y corporales, así como un apostolado pleno de oración y meditación. Esto demostraba, tal como lo han probado M.H. Vicaire y E. Meersemann, su carácter típicamente laico. En justicia podía fray Yves Congar decir que el perfil de la Tercera Orden, tal como aparecía de antemano en la mente de santo Domingo, prevista con sus propios estatutos y erigida oficialmente, no era una “militia” apostólico-militar ni un movimiento “penitencial” en el sentido franciscano (santificación personal y apostolado por medio del buen ejemplo), sino una armonía de “penitencia” y “apostolado” con miras a una asistencia laica en el cuidado de las almas a la que se habían comprometido con sus frailes (Ver: “France dominicaine”, Dic. 1958). Podemos afirmar que la Tercera Orden tal como fue formulada por primera vez en la Regla de 1285, (ya comentada hasta cierto punto) adolecía de un desequilibrio contrario a la visión de santo Domingo (aunque ésta no era todavía la Tercera Orden que él se proponía). Crisis resultante del Movimiento Laico Católico moderno Desde la Edad Media, ha surgido algo totalmente nuevo en la Iglesia. La comprensión creciente del verdadero lugar del laicado en la Iglesia, la comprensión de la dedicación del laico cristiano al mundo, los institutos seculares, y, por último, toda clase de nuevas formas exteriores para el apostolado laico han dejado de lado la vieja idea de Tercera Orden, tanto que los padres Dominicos, en cuanto convocan a los laicos para ayuda de su apostolado, como he señalado, sin excepción, la buscan en otros grupos laicos. Los ejemplos están cerca, pero no deseo traerlos a colación. Como máximo, los laicos son llamados, dentro de este apostolado, a efectuar lo que se podría llamar más apropiadamente trabajos “domésticos”. Sin embargo, como deseamos golpear en una nueva dirección respecto de la Tercera Orden, quiero decir expresamente por adelantado, que al hacerlo, no queremos minimizar las muchas cosas buenas que ha hecho la Tercera Orden “viejo estilo: devoción hacia nuestras casas, profundización en la vida de oración, y, en muchos sitios, intento apostólico verdadero. Indicar la conveniencia de una nueva dirección no significa que queramos tirar piedras sobre lo que otros han construido con celo; significa más bien un aliciente para que continúen, pero al mismo tiempo, que lo hagan de una manera purificada. 3 Para poder comprender el “camino nuevo”, citaremos la “vieja definición canónica completa de Tercera Orden. El primer párrafo del Canon 702 habla del siguiente decreto concerniente a los Terciarios seglares: “Son cristianos que se esfuerzan por alcanzar la perfección cristiana en el mundo, guiados por una orden religiosa que corresponda a su espíritu, y esto de tal modo que resulte afín con su vida en el mundo, siguiendo la Regla aprobada para ellos por la Sede Apostólica.”. Deberíamos adherirnos a esta definición, pero de tal manera que las palabras clave, es decir, “en el mundo” reciban un significado teológico más profundo; es más, de un modo en el que se acepte el elemento apostólico del decreto, al menos para la Tercera Orden Dominicana. Igual que respecto de la Primera Orden, el apostolado, visto como una finalidad específica de la vida de la Tercera Orden, deberá designarse como la salvación de las almas. Para aclarar este concepto debemos exponer, en resumen, una teología del “cristiano en el mundo”, porque sin esta percepción teológica, estaríamos expuestos a considerar a los miembros de la Tercera Orden, contra todas las corrientes espirituales dentro de la Iglesia, como un apéndice de la vida monástica Dominicana, en lugar de verla como una extensión secular del apostolado sacerdotal Dominicano. El laicado en la Iglesia y en el Mundo La distinción eclesiástica entre “laicos” y “sacerdotes” puede no basarse en el hecho de que el sacerdote tiene a su cuidado el reino de Dios, mientras que el laico se caracteriza por su tarea en el mundo. Más bien, la distinción eclesiástica entre laico y sacerdote sólo descansa en la estructura de la sociedad sobrenatural que es la Iglesia. Como cristianos, los laicos así como la jerarquía, tienen una tarea eclesial y sagrada. (3). Esta última es la única que realiza su tarea de manera autoritaria y desde un principio jurisdiccional, mientras que el laicado debe tener la mismísima misión eclesial y la mismísima solicitud eclesial por el Reino de Dios, pero en su carácter de “pueblo de Dios” es decir, sin función de autoridad. Por lo tanto, ser laico, como categoría eclesiástica, no puede definirse por el hecho de que los laicos tomen seriamente la “consistencia interior” de las cosas ( como dice Congar ¡como si a los sacerdotes y religiosos no se les exigiera esto!) o por su tarea en el mundo, sino más bien por su tarea dentro de la Iglesia, en consecuencia, por una misión eclesial y sagrada. La definición teológica y eclesiástica de laicado se basa, por tanto, en que son miembros eclesiásticos (con llamado eclesial) del reino de Dios, que no es precisamente el mundo. Pero es verdad que esta misión eclesial que los laicos reciben en el bautismo, se concede a un único hombre, es decir, a cada persona, que como ser humano, tiene, por lo tanto, una tarea significativa que cumplir en este mundo; a una persona humana que también tiene que poner orden en los asuntos seculares de su vida humana. Este hecho hace que los laicos creyentes reciban simultáneamente con su bautismo, la misión de integrar su vocación en la vida secular con su comunión de gracia con Dios en Cristo. De esta manera, la misión secular se convierte para el laico en una porción de su vida orientada totalmente hacia lo religioso. (4). Los bautizados deben así, integrar su vida secular con su fe y ser eclesial, lo que naturalmente significa que el “apostolado en el mundo” va a ser típico del laico cristiano. ¿En qué consiste este apostolado seglar (“apostolado del mundo”)? Para definir lo que quiere decir ser laico, por lo menos como fenómeno eclesial, deberíamos continuamente recordar que el bautismo es el sacramento de nuestra incorporación a la Iglesia 4 y a Cristo. La Iglesia es el signo público histórico y tangible (verschijiningsvorm) de la gracia victoriosa de Cristo. En la Iglesia y a través de ella, la gracia de Dios se alza en medio de nosotros como una realidad históricamente evidente: “signum elevatum in naciones”. Gracias a la Encarnación y a su presencia continua en la Iglesia vista como el “Cuerpo del Señor” en la tierra, este signo de gracia externo y tangible pertenece a la esencia misma de la gracia cristiana. Dondequiera que la gracia toma forma visible y es históricamente evidente, se convierte en “Iglesia”. Porque la incorporación a esta comunidad de gracia tangible es el efecto primero e inmediato del bautismo; el creyente recibe con la gracia del bautismo la misión de tomar parte en la función esencial de la Iglesia; recibe la misión de hacer su comunión de gracia con Dios en forma visible –en su vida y a través de ella. De este modo, la vida, toda la vida del laico bautizado, debe convertirse enseguida, dentro de su vida secular, en una gracia visible: “signum gratiae christianae”. Cada bautizado, cada laico cristiano, asume una responsabilidad ante la Iglesia y sus funciones como un signo en medio del mundo. (5) Cada vez que se presente como ciudadano que integra una parte “de este lado” de la vida terrena, el laico conlleva con ella, como bautizado, es decir como laico cristiano dentro de la Iglesia, la misión de ser “Iglesia” en este lado; lo que quiere significar que, cualquiera que sea la posición de estos laicos en el mundo, la Iglesia tiene que recibir de ellos una forma o carácter visible, ya sea en su vocación normal, en su relación social con el resto de la humanidad y de las cosas, en sus familias o en los vínculos resultantes con la sociedad y con la comunidad de todos los hombres; en resumen, con la totalidad de su vida secular. Este arraigarse en el mundo, como signo visible y concreto de la seguridad que los laicos tienen de la gracia de Dios y su celo por el reino de Dios, es típico del laicado cristiano Ser laico, como vocación eclesial, significa el llamado y el envío: (1) a un trato personal con el Dios vivo en la vida eclesial completa de la Iglesia de Cristo, y (2) a hacer fructificar esta vida cristiana en su relación social con los hombres y en el contacto con las cosas de este mundo. Dios arrebata al laico cristiano en su totalidad de “hombre del futuro”. El hecho de ser laico, es el resultado de que la totalidad de su vida humana esté enraizada en este mundo, que sea verdaderamente una vida dedicada incondicionalmente al Dios vivo. Así se posee plenamente el carácter secular de la vida laical cristiana aunque esté íntimamente ligada con la actitud vital integralmente religiosa y, por ende, apostólica. No era nuestro propósito proponer todo esto antes de exponerlo a la consideración de la Tercera Orden misma, como lo haremos a continuación. LA TERCERA ORDEN “NUEVO ESTILO” 1. La extensión apostólica de la Primera Orden Que cada miembro seglar de la Tercera Orden, tal como lo determina la Ley Canónica, es un verdadero laico y no un sacerdote ni un religioso, (6) se desprende del significado eclesiástico de “laicidad” y no podemos, desde ningún punto de vista, ver a la Tercera Orden como la rama seglar de la Primera Orden, en cuanto “monástica” . Todo lo referente a la Regla de la Tercera Orden que “huela” a cocción laica de la espiritualidad monástica de la Orden Dominica me parece desacertado. Resulta evidente que no se puede reprochar a la Edad Media por esto. La espiritualidad cristiana Seglar ha sido un don del Espíritu Santo a su Iglesia en fecha muy posterior, o mejor dicho, un don que, según un estudio posterior 5 realizado sobre la inseguridad cristiana, dio como resultado que, solamente en nuestra época, se expresó explícitamente. Para muchos laicos y laicas, esta nueva comprensión resulta aun vaga y poco entendible; el laico, tanto voluntaria como involuntariamente, deberá ponerse al día con esta nueva corriente dentro de la Iglesia. Es más, como resultado de esta nueva comprensión, siente que la Tercera Orden es un apéndice de la Primera; e inevitablemente, algo “extraño” a ella. El laico cristiano moderno no se siente cómodo en la Tercera Orden y trata de realizar sus aspiraciones apostólicas en otra parte. Entre otras cosas, este hecho demuestra el fracaso de la Tercera Orden para atraer a los jóvenes. Espero que nadie me interprete mal por haber expuesto, con anterioridad, mis razones contra las implicaciones “monásticas” de la Tercera Orden. A menudo los llamados movimientos católicos laicos descansan, en algunos sitios, sobre fundamentos defectuosos. Los responsables, tanto laicos como sacerdotes, suelen olvidar que los laicos en cuanto cristianos también pertenecen a la “ecclesia”, es decir, que son aquellos que han sido llamados y que se han reunido, los “separata a mundo”, los separados de Dios. Los laicos pertenecen a aquellos que san Pablo llama “santos”: aquellos que han sido sacados del mundo para consagrarse a Dios. De acuerdo con otras palabras paulinas, cada cristiano es “no un extraño” para el mundo, sino alguien que siente que pertenece al reino del Cielo. Por esta razón, existe un tipo de entusiasmo por el mundo “que puede muy bien llamarse no cristiano. Por su misma naturaleza, la Salvación (a fortiori la gracia de la redención que nos arranca de las garras del pecado y nos pone en comunión con Dios) implica por su ascendencia divina sobre este mundo, una “exinanitio”, un desposeerse a sí mismo y una entrega abnegada como contraparte a la santificación de todo nuestro ser dedicado al Dios vivo, que se encuentra con nosotros, persona a persona, y que, en su bondad, nos invita a una relación personal con Él, la del hijo con su Padre. Visto desde este punto de vista, existe una concepción no cristiana respecto de lo que se llama contemplativos en acción, como si ser cristianos, ser los preferidos del Señor, lo mismo que nuestra oración, no debieran ser vivencias personales e íntimas con Dios en la fe, sino sólo una vivencia externa con Dios en obras y apostolado. Esto sería un malentendido básico de la vida teológica, de la vida de unión con Dios, a la cual cada cristiano ha sido convocado. Si un matrimonio viviera el uno para el otro de tal modo que dedicaran todo su empeño, sus pensamientos y sus sentimientos el uno hacia el otro – la mujer en la casa y el hombre en la oficina— pero de tal manera que nunca hicieran nada para entretenerse, para amarse, para estar juntos, sin tiempo para dedicárselo mutuamente, se diría sin vacilar: “¡No! Esto no es amor genuino!” En tales casos, dedicar todos los pensamientos de uno de ellos al otro es a menudo únicamente ¡un engaño, un pretexto! A nivel de la relación entre los hombres podemos hacernos fácilmente una idea de la situación. Sin embargo, porque somos débiles, parece que olvidáramos todo esto con mucha facilidad, lo mismo ocurre en nuestras relaciones con Dios, y pensamos demasiado pronto en “contemplativus in actione”, olvidando que esto es imposible a menos que sea una presencia perdurable y una consecuencia de ella, así como un deseo continuamente renovado, de comunión expresa y personal con Dios en la oración. Esto prueba ser cierto no sólo en el caso de los sacerdotes y religiosos, sino igualmente en el de todos los fieles, en cada persona verdaderamente religiosa. Por lo tanto, mi intento de dar vida a una Tercera Orden “nuevo estilo” en el cual este aspecto fundamental se dejara de lado sería una concesión al “activismo” moderno, a lo que suele llamarse “herejía de la acción”; sería la negación del valor más intrínseco de la Tercera Orden. El espíritu de oración, con el sentido de desposeerse a sí mismo, sería en realidad justamente lo que algunos llaman el “espíritu de los consejos 6 evangélicos”; (7) fluye del carácter escatológico más allá del mundo propio del cristianismo. Visto de esta manera, existe una relación intrínseca entre la vida cristiana misma y la vida religiosa, lo que no es sino una acentuación del cristianismo. Pero este espíritu de la Tercera Orden no debe expresarse en forma monástica, porque tiene una propia especialmente terrenal. Por eso, la Tercera orden “nuevo estilo”debe poner un énfasis estricto en la vida de oración y de la negación de sí mismo. De esta manera, la Tercera Orden “nuevo estilo” será una prolongación del “movimiento penitencial” Dominico medieval, aunque completamente adaptado a la forma de vida laica y, en consecuencia, libre de todas las observancias aplicadas a los laicos. En este sentido, la regla primera y básica de la nueva Tercera Orden es: el esfuerzo personal dirigido hacia una vida espiritual consciente y formal, dentro del espíritu del Sermón de la Montaña de Cristo. De allí se desprende que las formas de oración empleadas por los miembros de la Tercera Orden moderna serán distintas de aquellas usadas en el monasterio y en el claustro. Sobre todo, que estas nuevas formas de oración deberían ser concebidas por los mismos laicos y no extraídas de conferencias de “mesas redondas” teológicas, las que están ya envueltas en el “buen olor” de los conceptos surgidos de las mentes del claustro; estos conceptos van a estar organizados para peor porque las “mentes” tenderán a infundir su formación sacerdotal o religiosa en las vidas de los seglares. ¡La mística valedera demostrará ser la de “sin incienso” y la de “entre el hormigón y el asfalto!” Hasta aquí hemos ofrecido una crítica principal de la Tercera Orden “viejo estilo”, de modo tal que las verdades contenidas en su modo de vida propio, las que hasta ahora no se han vivido de manera verdadera y, en consecuencia, secular, se afirmarán en delante de manera depurada. II. La Tercera Orden Dominicana Con estos antecedentes y como resultado de esta inspiración, la Tercera orden “nuevo estilo” debería ser vista formalmente como un movimiento apostólico laico. Efectivamente, la Tercera orden es la extensión en el mundo de la Primera Orden, pero vista en sentido apostólico; luego, en este sentido, como un “movimiento laico dominicano” (8). ¿Qué se contiene en esta expresión? Lo aclararé en tres secciones: A. La naturaleza secular de los Terciarios La expresión define en primer término la vida secular completa tal como ha sido explicada esquemáticamente más arriba; por lo tanto, implica, en consecuencia, la vida del laicado en su misión dentro de la Iglesia y del mundo, con el énfasis puesto en el “apostolado en el mundo”. De todo esto surgirá un personal modo de vida religioso más consciente, del cual el núcleo esencial será la dedicación a Dios con sus implicaciones de negación de sí mismo y la consiguiente inspiración evangélica. Visto así, el apostolado de los miembros de la Tercera Orden no va a ser una “ayuda” para los frailes en sus labores apostólicas. Su finalidad será sobre todo: presentarse conscientemente en el mundo como un laico apostólico cristiano. Podríamos objetar que todo esto lo podemos encontrar en todos los movimientos laicos que han aparecido durante este siglo. Muy cierto, pero ellos lo han desarrollado mientras que la Tercera Orden ha dejado pasar esta oportunidad de oro. ¿Acaso no es lo que ahora llamamos “actio catolicorum” e incluso “actio catolica” (vistas desde el punto de vista Dominicano, y que no hemos renovado hasta ahora) algunas de las inclinaciones más profundas que Domingo tenía previstas para su movimiento laico? La acción católica, los centros de instrucción religiosa, el trabajo social, el trabajo de los conversos, La Legión de María, etc., 7 todas han aparecido cercanas a la Tercera Orden, de modo que su tendencia más profunda, ya no pueda reconocerse. Cuántas excelentes oportunidades hubieran podido constituir para la Tercera Orden. Pero los movimientos laicos más activos han crecido fuera del útero de la Tercera Orden, de modo que las Terceras Órdenes así como las Cofradías de Nuestra Señora existen y son conducidas como un residuo pálido que sólo puede dar testimonio de glorias pasadas y que no creció junto con las necesidades de los tiempos. Precisamente por esta razón ya no pedimos consejo a la Tercera Orden. Se ha convertido en una sociedad de oración y devoción para la gente que, por uno u otro motivo están en contacto con nuestros claustros, se reúnen en oración con los amigos del convento y ayudan a los frailes en sus obras. Una vez más, no voy a negar que algunos de sus miembros por medio de su “incorporación” y de su vida de oración no hayan hecho este apostolado, y que muchos, en el silencio de su vida personal dentro de la Tercera Orden no hayan alcanzado la santidad siguiendo su Regla. Quizás habrá muchas personas que opinarán que porque han surgido nuevas organizaciones de apóstoles laicos que, además, gozan del respaldo de toda la jerarquía eclesiástica, la Tercera Orden debería permanecer simplemente como un conjunto de amigos de los Dominicos, los cuales por sus relaciones con nuestra casa, se convierten frecuentemente en objeto de celo pastoral para nuestros Frailes. Todas las casas, incluso aquellas órdenes y congregaciones que carecen de Terceras Órdenes, tienen algo similar; por lo tanto, lo que ya existe en nuestro caso debería subsistir. Hay que hacer algo para conseguir este acercamiento. b. Cooperación laica con la Primera Orden La frase “miembros de la Tercera Orden” puede recibir un significado mayor que el antedicho, aunque nos va a ser difícil aquí hablar de un “correcto espíritu Dominicano”, y ciertamente no vamos a tejer una “mística” casi interminable alrededor del concepto de “homo Dominicanus” (como lo hace fray Yves Congar en el artículo ya citado: ver más abajo). La Tercera Orden presupone una vida laica completa con su tarea en el mundo y en la Iglesia. (9) Sin embargo, como Terciario, el laico vive su vida eclesial y terrena del apostolado seglar desde un pinto de vista propio; este punto de vista es la única causa real de la diferencia entre la Tercera Orden y las muchas otras formas de espiritualidad laica y apostolado laico. ¿Cuál es, pues, este punto de vista diferenciador? Tiene que ver con la Tercera Orden Dominicana. Esto quiere decir que estos laicos intentarán, desde su situación seglar, alcanzar los fines de la Orden Dominicana. El fin especial de la Primera Orden es el “zelus animarum”, el apostolado en sentido universal de la palabra con el énfasis puesto en la proclamación de la Palabra (es su sentido más amplio). Los miembros de la Tercera orden son, pues, laicos cristianos que están involucrados con el apostolado de la Primera Orden. (Se podría señalar que esto, con el añadido del “carácter Dominicano”, es aproximadamente la definición de la Acción Católica, es decir, la cooperación laica con un cuerpo sacerdotal, en realidad, ¡con el cuerpo sacerdotal Dominico! Esta propiedad del laicado, además, está maravillosamente a tono con las necesidades e inquietudes contemporáneas que prevalecen en la cura pastoral de las almas. Lo cierto es que, en muchos casos, están llevando a cabo un apostolado que, cuanto más tiempo se mantenga, hace que el trabajo propiamente sacerdotal quede relegado a último término. Sería mejor que estas formas de apostolado fueran encargadas a los laicos. Hablo de generalidades para que no se ofenda ninguna sensibilidad particular. El apóstol laico moderno es suficientemente capaz, de modo propio, personal y responsable, de tomar a su cargo muchos de los empeños apostólicos de nuestros frailes, de modo que los sacerdotes Dominicos puedan hacerse cargo de la tarea puramente sacerdotal, ¡ahora tan frecuentemente dejada por el camino! De este modo, la 8 Tercera Orden puede participar en el apostolado puro de la Primera Orden, y el radio de acción de esta última a través de los Terciarios podría extenderse aun más. Los frailes podrían tener un complemento de su propio apostolado en el mundo, que la Tercera Orden misma podría hacer que resultase más fructífero. La vida de la Tercera Orden es un caso especial de cooperación apostólica entre laicos y sacerdotes. Lo que es especial en este caso es que hay una cooperación operativa y apostólica entre los laicos y el apostolado sacerdotal de una Orden religiosa inconfundible. La autoridad del director de la Tercera Orden, que debe ser un fraile, deberá determinar la llamada específica de los miembros individuales de La Tercera Orden a la luz de este principio de cooperación apostólica. Por lo tanto, resulta que el prior, por definición, que coordina el apostolado de sus frailes, deberá también ser director de la Tercera Orden en su área –en todo caso, esta forma parecería ser la mejor de las requeridas por la misma esencia de la Tercera Orden, vista como armazón seglar del apostolado sacerdotal de la Orden. Considerando que la provincia Dominicana misma debe acompañar, dirigir y controlar el ministerio de los frailes según un plan definido, se desprende de la esencia de la Tercera Orden que el provincial, en este caso sin la ayuda de un promotor provincial, tenga la supervisión final sobre la coordinación de este apostolado laico con el ministerio de sus frailes. C. Espiritualidad Dominicana Llegados a este punto, aun no hemos terminado. La cooperación exige para todos una mentalidad unificada; a esto podemos llamarlo “espiritualidad” característica. En consecuencia, los Terciarios, en su cooperación apostólica con la Primera Orden, tendrán su propia espiritualidad. No nos encaprichemos con esta palabra. En realidad, depende de la cantidad de liderazgo espiritual otorgado por los Frailes Dominicos. Si queremos darle un contenido significativo a las palabras “espiritualidad Dominicana”, inmediatamente surge que esta espiritualidad no debe separarse de las formas conventuales esenciales de la naturaleza monástica de los Dominicos. Si separamos esta espiritualidad de sus formas conventuales, entonces el aspecto propiamente Dominicano se “destruye”; entonces sólo preservamos, permitidme que me exprese así, el “contemplari” y el “contemplata aliis tradere”, un lema mediante el cual santo Tomás en su Summa no expresaba el ideal dominicano propiamente dicho (ya había tratado concretamente este punto antes), sino la forma esencial de cada apostolado cristiano (y por lo tanto no solamente Dominicano). La espiritualidad Dominicana, separada de las formas monásticas Dominicanas concretas en las cuales la divisa cristiana general de “contemplata aliis tradere” recibe su carácter distintivamente Dominicano, es naturalmente, una expresión incorrecta. Es únicamente válida para los frailes, hermanos y hermanas Dominicanos. En este punto ya, podríamos lamentar que la magnífica oportunidad que el Padre Loew había ofrecido a la Orden, no haya sido aceptada, es decir un instituto secular Dominicano donde se ubicarían, como nuevo apéndice de la Orden Dominica, verdaderos “Dominicos seglares” de los consejos evangélicos, que se encontrarían, sin embargo, en la condición de laicos totales en el mundo. (10) Aquí tuvimos una buena oportunidad no sólo de encontrar una solución feliz al problema de los “sacerdotes obreros”, sino también de unir la tendencia ya fuertemente creciente en la Iglesia respecto del apostolado de los institutos seculares como órganos poderosos en el dinamismo apostólico de la Primera Orden para el servicio de la Iglesia. La Tercera Orden hubiera podido entonces 9 obtener su significado propio totalmente correcto como armazón seglar del instituto secular Dominicano, por supuesto sin los votos de este instituto. No obstante, no fue aceptado y ahora funciona fuera de la Orden. Visto desde el punto de vista de la Iglesia, sólo nos queda regocijarnos de que “Cristo sea predicado”. Desde el punto de vista de nuestro apostolado específicamente Dominicano, es más fácil lamentar que esto haya pasado de largo porque, progresivamente, es decir, a través de nuestro instituto secular y la Tercera Orden, el apostolado Dominicano podría haber penetrado en todas las dimensiones de la vida humana, privilegio del que ahora no disfrutamos. Que pronto otros lo hagan, no puede sino alegrarnos; pero la cuestión permanece. En las situaciones contemporáneas, que se modifican básicamente, ¿todavía mantenemos bastantes tendencias hacia el propósito apostólico Dominicano original como lo previó Domingo, siguiendo los requerimientos de las circunstancias de su época? Esto nos supera; lo único que nos preocupa ahora es la Tercera Orden. Si no tenemos el valor de atrevernos valientemente a adoptar este modo de vida apostólico en la Tercera Orden, antes o después, la Tercera Orden va a desaparecer, porque no se encontrarán más jóvenes que vean en ella alguna oportunidad cristiana. Su dinamismo cristiano será atraído por muchos otros nuevos organismos. En este sentido, ya es tarde para reflexionar. Por este motivo, no voy a proyectar ninguna falsa expectativa para el futuro, por mucho que lo queramos. Una Orden también debe atreverse a reconocer una causa perdida. Tampoco voy a ser tan pesimista, aunque debo reconocer que han fracasado los intentos realizados en este país y en otros sitios para erigir una Tercera Orden para jóvenes. (11) Esta situación aparece no sólo en el caso de los jóvenes sino también con la misma Tercera Orden “viejo estilo”. Una vez más repito que la Tercera Orden cumple una función que no podemos suprimir: es una oportunidad para personas mayores, quienes a partir de su anterior vida cristiana de trabajo diario sienten, en sus últimos años, la necesidad de llevar una vida de oración más intensa. Cuando nos preguntamos sobre el carácter Dominicano de la Tercera Orden debemos colocar el sello “Dominicano” a la cooperación laica con el apostolado que realiza la Primera Orden y así, simultáneamente, dentro de la espiritualidad de una familia, recibir a su vez, la inspiración gracias a esta cooperación. De esta cooperación y de la dirección espiritual (principalmente a través de nuestro actual modo de vida Dominicano que ha tenido poder de expansión) se manifiesta el tipo personal de vida de los miembros de la Tercera Orden, lo que, dentro de la Orden Dominica llamamos “espiritualidad Dominicana”. En este concepto se pueden ver, primeramente, estas señales distintivas (que, sin embargo, no pertenecen exclusivamente a nuestra Orden), en segundo lugar, el concepto de gracia Dominicano, mediante el cual nuestra actividad contemplativa y apostólica se ve como la acción de Dios dentro de nosotros y a través de nosotros -- con todas las consecuencias respecto del ambiente dentro del cual se ejecuta nuestro objetivo—y, al mismo tiempo, el sentido Dominicano de la vida en el mundo. Propongo para esto, de acuerdo con santo Tomás, opuesto a otras grandes escuelas de pensamiento medievales, la comprensión de las “estructuras mundanas” (que santo Tomás llamaba “causas secundarias”, y que no debemos perder de vista por nuestro geocentrismo). Más aun, esta doble sensibilidad Dominicana puede bien ser llamada especialmente contemporánea, ya que toda la problemática moderna actual va a peor en el contexto del problema de la relación entre el “servicio de Dios” y la “vida en el mundo”. La Tercera Orden puede dar razón del adjetivo “Dominicano”. Por este motivo la Tercera Orden Dominicana significa: 10 “Bajo la coordinada dirección de los frailes Dominicos, dentro de su espíritu de diálogo con Dios y con el mundo, muchos laicos conscientemente cristianos trabajan juntos (cooperan) dentro de un vínculo de vida con la Primera Orden, precisamente y sobre todo en aquellos sitios donde el sentido sacerdotal y religioso Dominicano no puede penetrar en los ámbitos del mundo”. Junto con estos dos fundamentales factores distintivos de los Dominicos, y bajo su dirección espiritual cooperativa, debería impartirse a los Terciarios otros tipos de puntos de vista espirituales Dominicanos –por ejemplo, el equilibrio para juzgar, la sensatez de la fe, el profundo espíritu de confianza en Dios, la alegría, etc. Sin embargo, hemos de tener cuidado en acentuar la característica Dominicana en otros factores distintivos similares, principalmente porque podemos asegurar, en la actualidad, que los no Dominicos encarnan estos así llamados “atributos Dominicanos” de manera más excelente QUE NOSOTROS MISMOS. Todos los movimientos cristianos espirituales modernos, influidos por la Biblia y que enfatizan el concepto de “hombre total”, se dirigen hacia un ensayo de síntesis entre el “servicio de Dios” y la “vida del mundo. De este modo, se hace revivir el concepto de gracia procedente de la Escritura. Ideas tales como la confianza en Dios, la alegría de vivir, lo razonable de la fe, y el equilibrio de toda la personalidad humana y cristiana, ocupan posiciones clave. Por todo esto, la “espiritualidad Dominicana” genuina, en el verdadero sentido de la expresión, no puede ser arrancada de sus formas monásticas de las cuales deriva su carácter distintivo propio. Realización de la Tercera Orden “Nuevo Estilo En esta sección comentaremos lo expresado en el título. La orientación práctica de la Tercera Orden “Nuevo Estilo”, junto con las formas del “Viejo Estilo”, constituyen un puzzle complejo que nos va a exigir mucho tacto así como delicadeza. De existir interés por cualquiera de las perspectivas que acabo de señalar, será necesario, en cada caso, organizar una Regla totalmente nueva para los Terciarios. ¡Declaro que no podemos mantenernos al margen de la historia! Aparte de las normas generales para la vida espiritual de los laicos, en esta regla debería incluirse un capítulo sobre el “apostolado en el mundo” y sobre una ética ocupacional para los miembros de la Tercera Orden que la van a necesitar en sus funciones como apóstoles laicos. Más aun, se podrían dar indicaciones para una adecuada cooperación apostólica de estos laicos con nuestro cuidado pastoral de las almas. En este caso además, la autonomía de este apostolado laico y su independencia de la autoridad de la Orden Dominicana deberían quedar claramente expresadas. La educación intelectualmente teológica (para usar una frase rebuscada) de nuestros frailes debe llegar al corazón de estos miembros de la Tercera Orden. De hecho, hemos notado que en algunas de nuestras ciudades, los “Centros para el Conocimiento Religioso” funcionan a espaldas de la Tercera Orden. ¡Otro caso que indica que la Tercera Orden no se pone al día! Aquí podría aparecer otro atributo Dominicano. En este último análisis hecho, el apostolado correcto de los miembros de nuestra Tercera Orden podría consistir en el “apostolado en el mundo” y en su testimonio cristiano de fe, dondequiera aparezca en las variadas situaciones de sus vidas, en sus familias, mundo profesional, relación cotidiana con la gente, función en la sociedad. Los miembros que cooperan directamente con el apostolado de la Primera Orden “a tiempo completo” o que la ayudan frecuentemente en sus horas libres, formarán un núcleo más pequeño. 11 No se es miembro de la Tercera Orden por el solo hecho de ser cristiano, ni por el deseo de vivir como un apóstol, ni tampoco por estar en contacto con un claustro Dominico; la vida de la Tercera Orden, debería consecuentemente, estar basada en la decisión de adoptar una vida especial –un compromiso; esto no necesita demostración. Pero palabras tales como “profesión”, “vestidos” y otras similares son inapropiadas para expresar la inspiración propiamente religiosa y seglar que hay detrás de este compromiso con un modo de vida. De todo esto se desprende que una institucionalización de la Tercera Orden debe originarse sólo en la experiencia y nuevos usos de la Tercera Orden “Nuevo Estilo”; entonces y sólo entonces, podrán las autoridades de la Orden Dominicana institucionalizarla y codificarla para que, a la luz de esta experiencia, puedan comunicarles a los miembros nuevos, no sólo su apoyo, sino su categoría canónica. Conclusiones En conclusión, podemos afirmar que el término “Dominicos Seglares”, en el sentido completo de la palabra, únicamente podría aplicarse a un “instituto secular” Dominicano eventual, que se añadiría a nuestra Orden como miembro nuevo. Tal instituto sería más propiamente una Tercera Orden. Hablar de “Dominicos Seglares” dentro del contexto de los miembros de nuestra Tercera Orden laica sigue siendo una expresión impropia. En verdad no sé cuál sería el mejor modo de llamarlos, ya que no queremos vaciar completamente de contenido nuestros conceptos y palabras. Varios de los títulos que pueden tomarse en consideración son “per denominationem extrinsecam” (a diferencia de hermanos laicos, congregaciones de hermanas, y un eventual “instituto secular”, únicos que son esencialmente Dominicanos), es decir, la cooperación con la dirección espiritual de los Dominicos. De esta manera, las características de la Tercera Orden estarían íntimamente relacionadas con el espíritu de la Primera Orden. Sería entonces más lógico llamar a nuestras hermanas y hermanos de clausura sin distinción, Segunda Orden, a los eventuales institutos seculares Dominicanos, Tercera Orden, y finalmente a nuestros actuales Terciarios, armadura seglar en el mundo, lo que los Dominicos mismos, siguiendo su vocación original, deben representar para la Iglesia y para el mundo. Los miembros de la Tercera Orden son, pues, el límite exterior del radio de acción apostólico de la Orden y se encuentran donde el “zelus animarum” de la Orden está profundamente enraizado en las dimensiones terrenas de familia y sociedad. De ningún modo constituye esto una deslealtad de la verdadera Tercera Orden –muy por el contrario. Es consecuencia lógica de la situación completamente terrena de los Terciarios. Cualquier otra concepción del tema iría contra la corriente eclesial actual, y decididamente fracasaría. No he hablado de cosas bonitas que tal vez os gusten más. Pero pienso que, siempre que no nos aferremos a características pasadas de moda y obsoletas, siempre puede existir todavía un futuro promisorio para la Tercera Orden “Nuevo Estilo”. Me opongo terminantemente a que nadie contemple estas proposiciones, sugeridas con vacilación, como una deslealtad a la tradición Dominicana. No sólo porque la más alta autoridad de la Orden ha planteado la cuestión de la Tercera Orden en una posición precaria, sino fundamentalmente en razón de una Regla de nuestras Constituciones que tal vez no haya sido apreciada satisfactoriamente. De acuerdo con esto, y con la confianza en la “gratia originalis” de nuestra Orden –para usar una expresión del Padre Cormier—la adaptación flexible a las nuevas características actuales se indica como ley fundamental. Esta frase osada, que podría ser objeto de envidia para todas las otras órdenes y congregaciones, aparece al comienzo de las Constituciones Dominicanas: “Los medios establecidos por nuestro Santo Padre para cumplir los fines de nuestra Orden son: 12 Además de los tres solemnes votos de obediencia, castidad y pobreza, la vida regular con observancias monásticas, el solemne recitado del Oficio Divino, y el estudio asiduo de de la sagrada Verdad. Estos medios no pueden ser eliminados ni cambiados sustancialmente en nuestra Orden”. (Const. N. 4, sec. 1) No creo que aparte de los “librepensadores” de la Iglesia –lo que algunos han tenido la bondad de llamarnos—ninguno de los Institutos religiosos haya previsto en sus propias Constituciones este inmenso principio de plasticidad y continuo poder de renovación. Por esta razón no necesitamos recurrir a la tradición para solucionar los problemas apostólicos modernos. Pero sin embargo, tampoco contradecimos simultáneamente la tradición constitucional original de la Orden. En el espíritu de nuestras Constituciones, la Tercera Orden cuenta todavía ¡con un futuro magnífico! Notas Complementarias Con la finalidad de explicar y anticiparnos a los malos entendidos, quisiera, como conclusión, señalar algunas definiciones y conceptos teológicos encontrados en los términos frecuentemente empleados en este artículo. A. Mundano o Secular (secularismo): Entendemos por esto la “presence au monde” (“presencia en el mundo”), pero como parte de la actitud totalmente religiosa ante la vida, es decir la de realizar en el mundo una tarea terrenal. (Esto abarca no sólo la vida vocacional terrenal, que no comprende a toda la vida humana, pero sí a la totalidad de la vida en el mundo). “Secular” o “terrenal” están en oposición a: (1) “del mundo”, es decir el “mundo” en el sentido “juanista” de mundo pecador; o la actitud de los hombres que se conducen de tal manera en el mundo que no alcanzan a apreciar el carácter supraterrenal de la redención –que el Reino de Dios no es de este mundo. También están en oposición a: (2) “lo profano”, es decir, lo mundano, puesto que esto ahora no se incluye en un modo de vida religioso (en lo material, pues, esto coincide con “terrenal o secular”. (3) la vida religiosa, que es el estado de vida que construye su estructura sobre la trascendencia del mundo de la gracia por encima de lo terreno. En consecuencia, por su misma naturaleza, un religioso es no secular. B. Laico (persona laica, laicidad): Estas palabras se usan a veces (no teológicamente) como sinónimos de terrenal, secular y laico (se aplican a lo no sacerdotal, a lo no religioso). Teológicamente, tienen también otra distinción. Un laico es un miembro ordinario de la comunidad de la Iglesia para distinguirlo de los miembros especializados (el clero). Sin embargo, la persona laica puede vivir su laicidad eclesial; lo puede hacer de dos formas: de forma secular o de forma religiosa no secular. En el segundo caso se encuentran los hermanos y hermanas. En el primer caso, los llamados laicos en el mundo y (aunque visto desde el núcleo de vida de perfección evangélica) también la laicidad de un instituto secular. C. El “estado de perfección”: Desde la fundación de los institutos seculares, no coincide con la vida religiosa. La vida religiosa es por naturaleza, “no secular”, mientras que en el cuarto grado canónico de los estados de perfección (institutos seculares) los consejos evangélicos (bajo la forma de votos, promesas o juramentos) se viven de modo secular, es decir, en el mundo o hacia el mundo, igual que otras actividades seculares. Por lo tanto, la laicidad puede no ser sólo una parte de una actitud de vida 13 totalmente religiosa, sino también la vida de perfección evangélica en el sentido canónico de la palabra. Precisamente por esta razón, debemos manejar la frase “huida del mundo” (fuga mundi) con mucho cuidado. D. La actividad secular de los religiosos (es decir, de los consagrados a Dios de manera no secular) constituye su propio problema. En este artículo no hemos tocado este problema. NOTAS AL PIE DE PÁGINA: 1. Originariamente, este artículo fue publicado por la Revista Terciaria Holandesa, Zwarp of Wit, en agosto-septiembre de 1960. Antes de ser publicado, se distribuyó como conferencia dirigida a los directores y administradores de la Tercera Orden, primeramente en Lovaina en junio de 1960 y luego en Utrecht el 29 de junio de 1960. (trans. Nota al pie) 2. “On-laiccal”. Este es justamente, un término difícil de traducir. Schillibeeckx emplea “laicaal”, “monachaal”, “teologal”, y “kerkelijk” para enfatizar los significados concretos de las raíces de esas palabras, en oposición a los aspectos abstractos y estructurales que, tan a menudo, se relacionan con palabras como “eclesiástico” y “teológico”, etc. Para excelentes explicaciones de estos términos y otros similares, ver: E. Schillebeeckx, O.P., El Sacramento del Encuentro con Cristo (Nueva York: Sheed & Ward, 1964), especialmente las notas al pie de las pp. 19 y ss. (trans. Nota al pie) 3. “Kerklijk-sacrale”: Esto se traduce según lo arriba expuesto para separarlo del significado algo oscuro de la palabra “eclesiástico”, que indica una ceremoniosa estructura de autoridad. El Padre Schillebeeckx considera aquí a la iglesia como una sociedad sobrenatural, Cuerpo de Cristo, vida nueva en la tierra. (trans. Nota al pie) 4. Desde este punto de vista escribí el artículo “Deleek in de Kerk” (“El Laico en la Iglesia”) en Tijdschrift voor geestelijk Leven 15 (1059) 669-694, pero este punto de vista no puede identificarse con la definición de laicado que yo ya había dado en la primera parte del artículo. 5. Ver; “De kerkelijkheid van de godsdienssstige mens” (“El Carácter Eclesial del Hombre Religioso”), TGL 15 (1959) 108-131; a partir de entonces ha aparecido un artículo similar de K. Rahner en el cual se desarrolla una percepción similar: “Die Sakrament be Grundlegung des Laienstandes” (“La Base Sacramental del Laicado”) en Geist und Leben 33 (1960) 119-132. 6. No se habla aquí de sacerdotes seculares y religiosas que son miembros de la Tercera Orden, porque constituyen un asunto aparte. 7. No voy a considerar aquí si esta expresión: “espíritu de los consejos evangélicos” puede justificarse bíblica y teológicamente, ni tampoco de qué manera podría hacerse. En otros tiempos se han realizado muchas declaraciones dentro del contexto de los consejos evangélicos, que entonces se identificaron con los votos religiosos, de modo que, cuando no se toman en cuenta dichos votos, lo que queda se llama solamente “¡el 14 espíritu de los consejos evangélicos!” Se podría dar vuelta a la cuestión. Quienquiera denominara a la vida cristiana como vida esencial de los votos “según el espíritu”, negaría implícitamente que los valores terrenales, en el último análisis, pudieran ser redimidos, y al hacer esto, afirmaría, al menos en un aspecto, que existe una tragedia en la redención de Cristo. Espero exponer este tema más extensamente junto con un análisis de la vida de perfección de acuerdo con las Escrituras, que aparecerá en TGL. 8. “¿Qué hay en un nombre?” El término “Tercera Orden” como tal, no indica ninguna idea de lo “claustral”. “Orden” es una palabra medieval para expresar una cofradía o “corporación”, ya fuera religiosa o profana –por lo tanto, en la Revolución Francesa, “tierce ordre” (o “etat”) venía a significar una posición social. A partir de estos conceptos profanos de las actitudes sociales llegamos a hablar de “ordines” también en el terreno religioso. En nuestros días, el significado original se ha perdido y por esta razón, el término “Terceras Órdenes” suena inmediatamente en nuestros oídos como noción de “orden religiosa”. “Orden Laica de San Pablo” es una exprsión que describe un “instituto secular” existente. Por este motivo, “Orden Laica de Santo Domingo” sería el nombre más acertado para un instituto secular Dominicano, pero no para la Tercera Orden, la que podría llamarse simplemente, por ejemplo, “Sociedad Laical de Santo Domingo”. 9. Lo que esto incluye se explica esquemáticamente en “Dek leek in de Kerk”, op. cit. 10. En este tema brota una dificultad que surge de los documentos papales sobre institutos seculares. Estos documentos indican expresamente que un instituto secular puede muy bien depender de una orden religiosa , pero, sin embargo, deberá mantener una independencia completa de ella. El objetivo de esta medida es salvaguardar el modo de vida expresamente no conventual que se encuentra en el instituto secular. Empero, la dificultad actual resulta insuperable. De hecho, la mayoría de las hermanas Dominicas no están sujetas a la supervisión de la orden y, no obstante, pertenecen a la gran familia Dominicana. Así, un instituto secular podría ser Dominicano y a pesar de eso, seguir teniendo independencia interna. Pero, en caso de necesidad, los documentos papales también les permiten una dependencia genuina. 11. Lo que aquí se ha expuesto, se aplica, en todo caso, a nuestros círculos europeos occidentales. Tal vez la situación pudiera ser diferente en los círculos eclesiales meridionales, los ibéricos y anglo sajones. De estas variaciones se podrá apreciar, por ejemplo, que la autoridad central de la Orden podría estar menos inclinada a implementar alegremente nuestras sugerencias europeas occidentales. No debemos olvidarnos ni por un momento de que existe una diferencia entre “poder doctrinal” (quiero decir, la verdad intrínseca de los argumentos que proponemos) y “poder de gobierno”. Este último podría, quizá, apuntar en una dirección diferente de la que hemos ideado sin negar, al hacerlo, la fuerza interior y la justificación de nuestras consideraciones. Traducido del inglés por Dª Estela Sánchez-Viamonte, OP 15