El panorama ideológico de México al terminar la fase armada de la

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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
Sin reflejar de manera fidedigna la realidad histórica del país, la representación de un México bolchevique contribuyó a articular la relación autoritaria y clientelar que el Estado posrevolucionario entabló
con las mayorías. Esta representación será analizada en este ensayo a
través de tres de sus versiones. La retórica radical del nuevo Estado.
Las imágenes de los pintores muralistas acerca de una sociedad conducida por las masas proletarias, de donde surgiría el “hombre nuevo”. El discurso populista de los gobernadores anticlericales de la
región del sureste. Estas figuras fueron recuperadas por miradas extranjeras, fundamentalmente norteamericanas, que funcionaron como
un juego de espejos que hacia el exterior confirmaron el equívoco de
que existía un paralelismo entre las revoluciones soviética y mexicana.
(Bolchevismo, Estado posrevolucionario, muralismo, populismo regional, movilización de masas)
R
ETÓRICA, FICCIÓN Y ESPEJISMO: TRES IMÁGENES
DE UN MÉXICO BOLCHEVIQUE (1920-1940)
Beatriz Urías Horcasitas*
UNAM
INTRODUCCIÓN
El panorama ideológico de México al terminar la fase armada de la revolución fue muy complejo. En ausencia de un pensamiento político
original y con el propósito de dar sentido a una revolución de “masas”
que había dado la espalda al liberalismo, el nuevo grupo en el poder legitimó el proceso revolucionario y su institucionalización por medio de
un conjunto de ideas extraídas del cooperativismo, la socialdemocracia,
el jacobinismo anticlerical, el fascismo mussoliniano y el bolchevismo
* [email protected] Otra versión de este ensayo será publicada en Francia
bajo el título de “Trois images d’un Mexique bochevique”, Communisme, París, 2005.
Agradezco las observaciones y sugerencias de lectura que en la elaboración de las diferentes versiones de este trabajo me fueron propuestas por Claudia Canales, Renato González Mello, Enrique Plascencia, Luis Enrique Moguel, Roger Bartra y Gilles Bataillon.
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soviético. Este ensayo se interroga acerca del sentido de este último elemento, partiendo de la consideración de que la circulación de un imaginario bolchevique no permite suponer que en el México posrevolucionario se tuviera un conocimiento claro de la significación del término
ni del contexto político en que éste había sido generado.1
La aparición de las masas en la vida política después de la revolución de 1910 estuvo en el origen de fenómenos sociales inéditos como el
ascenso del corporativismo, la formación de una clase media y la gestación de un nacionalismo que exaltó la fusión entre el Estado y el mito
revolucionario. La representación de un México bolchevique cobró sentido en este contexto y comenzó a popularizarse al inicio de la década
de los veinte. Propongo aquí la interpretación de que esta imagen fue
La palabra bolchevique proviene de bolchinstvo (mayoría); se trata de la mayoría obtenida por los partidarios de Lenin en contra de la facción menchevique en el II Congreso
del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (Bruselas-Londres, 1903). En el ensayo
¿Qué hacer? (1902), Lenin asoció el vocablo a la teoría de la organización de las masas y
a la estrategia de un movimiento revolucionario. Según lo establecido en este escrito, al
reivindicar fines estrictamente económicos el proletariado tendía “espontáneamente” a
subordinar sus intereses a los de la burguesía. De ahí la necesidad de que los movimientos de masas quedaran supeditados a las directrices de un pequeño grupo de revolucionarios profesionales que establecerían la táctica política a seguir en la lucha contra la burguesía y definirían las alianzas a entablar con otras clases. El término de bolchevismo fue
vinculado inicialmente a las posturas sustentadas por los partidarios de Lenin en la polémica con León Trotsky y Rosa Luxemburgo en torno a la capacidad de los movimientos
de masas para organizarse de manera autónoma. Después de 1917 remitió a la teoría de
la política proletaria articulada en torno al partido único; en 1919 el Partido Comunista
soviético comenzó a denominarse bolchevique. A partir de la muerte de Lenin (1924), la
“bolchevización” de los partidos comunistas significó la eliminación de las corrientes
que se oponían al principio leninista de la primacía de la revolución mundial, así como
a la subordinación de las luchas proletarias nacionales al movimiento revolucionario internacional encabezado por Moscú. Finalmente, la interpretación estalinista del leninismo enfatizó la necesidad de eliminar a los adversarios de la revolución, invocando al bolchevismo para justificar las purgas y la depuración de las facciones dentro del partido.
Georges Haupt, “Bolchevisme”, Encyclopaedia Universalis (4), París 1990, 312-316; JeanMarc Gayman, “Bolchevisme” en Georges Labica y Gérard Bensussan, coords., Diction naire critique du marxisme, París, Presses Universitaires de France, Segunda Edición, 1983.
pp. 106-113. Véase también Vladimir I. Lenin, ¿Qué hacer? en Obras escogidas, tomo I, Moscú, Editorial Progreso, 1961.
uno de los recursos ideológicos, aunque no el único, que permitió encuadrar a las masas en tanto que base de apoyo del nuevo Estado. Cuando el control no pudo establecerse de manera eficaz, por ejemplo en el
caso de los cristeros, los movimientos populares fueron denunciados
como instrumentos de una “reacción” siempre amenazante que buscaba socavar el proceso revolucionario. Desde esta perspectiva, planteo
que aunque la retórica bolchevique facilitó la instauración de una relación clientelar durable entre el Estado y las mayorías, dando estabilidad
al primero y posibilidades de ascenso económico y social a las segundas, provocó también el malentendido de que en México se había producido una transformación radical. Considero que este malentendido
ocultó los reclamos básicos de una gran parte de la población para la
cual el movimiento revolucionario no había ofrecido respuesta a sus demandas. Desde estas premisas, intento demostrar que si bien el imaginario de un México bolchevique no reflejó de manera fidedigna el proceso
histórico que estaba teniendo lugar después de la revolución de 1910, sí
contribuyó a articular diversos procesos de movilización popular. Esto
permite entender que el mito de la creación de una nueva sociedad inherente al bolchevismo suscitara interés en actores políticos y sociales
tan dispares como funcionarios, hombres de letras, artistas plásticos,
gobernadores populistas, líderes sindicales y militantes comunistas.
La imagen de un México bolchevique tuvo, en efecto, varias vertientes que no fueron unívocas ni homogéneas. En este ensayo delimito tres
de ellas, sin que por ello pretenda dar uniformidad a sus contenidos o
desmerecer la importancia de otras manifestaciones del bolchevismo
mexicano que durante el mismo periodo habría que rastrear en el ámbito de los sindicatos, los grupos literarios, las organizaciones de maestros y las primeras agrupaciones feministas. Las representaciones del
México bolchevique que serán aquí examinadas son primero, la del Estado radical y obrerista en busca de unidad social y en abierta lucha en
contra de la “reacción” durante los regímenes de Obregón y Calles. Segundo, la de los pintores muralistas que representaron la imagen de una
sociedad utópica conducida por las “masas” proletarias. Finalmente, la
de los aparatos políticos regionales encabezados por gobernadores populistas y anticlericales que fomentaron la organización de obreros y
campesinos, utilizándola como base de apoyo en los conflictos contra el
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soviético. Este ensayo se interroga acerca del sentido de este último elemento, partiendo de la consideración de que la circulación de un imaginario bolchevique no permite suponer que en el México posrevolucionario se tuviera un conocimiento claro de la significación del término
ni del contexto político en que éste había sido generado.1
La aparición de las masas en la vida política después de la revolución de 1910 estuvo en el origen de fenómenos sociales inéditos como el
ascenso del corporativismo, la formación de una clase media y la gestación de un nacionalismo que exaltó la fusión entre el Estado y el mito
revolucionario. La representación de un México bolchevique cobró sentido en este contexto y comenzó a popularizarse al inicio de la década
de los veinte. Propongo aquí la interpretación de que esta imagen fue
La palabra bolchevique proviene de bolchinstvo (mayoría); se trata de la mayoría obtenida por los partidarios de Lenin en contra de la facción menchevique en el II Congreso
del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (Bruselas-Londres, 1903). En el ensayo
¿Qué hacer? (1902), Lenin asoció el vocablo a la teoría de la organización de las masas y
a la estrategia de un movimiento revolucionario. Según lo establecido en este escrito, al
reivindicar fines estrictamente económicos el proletariado tendía “espontáneamente” a
subordinar sus intereses a los de la burguesía. De ahí la necesidad de que los movimientos de masas quedaran supeditados a las directrices de un pequeño grupo de revolucionarios profesionales que establecerían la táctica política a seguir en la lucha contra la burguesía y definirían las alianzas a entablar con otras clases. El término de bolchevismo fue
vinculado inicialmente a las posturas sustentadas por los partidarios de Lenin en la polémica con León Trotsky y Rosa Luxemburgo en torno a la capacidad de los movimientos
de masas para organizarse de manera autónoma. Después de 1917 remitió a la teoría de
la política proletaria articulada en torno al partido único; en 1919 el Partido Comunista
soviético comenzó a denominarse bolchevique. A partir de la muerte de Lenin (1924), la
“bolchevización” de los partidos comunistas significó la eliminación de las corrientes
que se oponían al principio leninista de la primacía de la revolución mundial, así como
a la subordinación de las luchas proletarias nacionales al movimiento revolucionario internacional encabezado por Moscú. Finalmente, la interpretación estalinista del leninismo enfatizó la necesidad de eliminar a los adversarios de la revolución, invocando al bolchevismo para justificar las purgas y la depuración de las facciones dentro del partido.
Georges Haupt, “Bolchevisme”, Encyclopaedia Universalis (4), París 1990, 312-316; JeanMarc Gayman, “Bolchevisme” en Georges Labica y Gérard Bensussan, coords., Diction naire critique du marxisme, París, Presses Universitaires de France, Segunda Edición, 1983.
pp. 106-113. Véase también Vladimir I. Lenin, ¿Qué hacer? en Obras escogidas, tomo I, Moscú, Editorial Progreso, 1961.
uno de los recursos ideológicos, aunque no el único, que permitió encuadrar a las masas en tanto que base de apoyo del nuevo Estado. Cuando el control no pudo establecerse de manera eficaz, por ejemplo en el
caso de los cristeros, los movimientos populares fueron denunciados
como instrumentos de una “reacción” siempre amenazante que buscaba socavar el proceso revolucionario. Desde esta perspectiva, planteo
que aunque la retórica bolchevique facilitó la instauración de una relación clientelar durable entre el Estado y las mayorías, dando estabilidad
al primero y posibilidades de ascenso económico y social a las segundas, provocó también el malentendido de que en México se había producido una transformación radical. Considero que este malentendido
ocultó los reclamos básicos de una gran parte de la población para la
cual el movimiento revolucionario no había ofrecido respuesta a sus demandas. Desde estas premisas, intento demostrar que si bien el imaginario de un México bolchevique no reflejó de manera fidedigna el proceso
histórico que estaba teniendo lugar después de la revolución de 1910, sí
contribuyó a articular diversos procesos de movilización popular. Esto
permite entender que el mito de la creación de una nueva sociedad inherente al bolchevismo suscitara interés en actores políticos y sociales
tan dispares como funcionarios, hombres de letras, artistas plásticos,
gobernadores populistas, líderes sindicales y militantes comunistas.
La imagen de un México bolchevique tuvo, en efecto, varias vertientes que no fueron unívocas ni homogéneas. En este ensayo delimito tres
de ellas, sin que por ello pretenda dar uniformidad a sus contenidos o
desmerecer la importancia de otras manifestaciones del bolchevismo
mexicano que durante el mismo periodo habría que rastrear en el ámbito de los sindicatos, los grupos literarios, las organizaciones de maestros y las primeras agrupaciones feministas. Las representaciones del
México bolchevique que serán aquí examinadas son primero, la del Estado radical y obrerista en busca de unidad social y en abierta lucha en
contra de la “reacción” durante los regímenes de Obregón y Calles. Segundo, la de los pintores muralistas que representaron la imagen de una
sociedad utópica conducida por las “masas” proletarias. Finalmente, la
de los aparatos políticos regionales encabezados por gobernadores populistas y anticlericales que fomentaron la organización de obreros y
campesinos, utilizándola como base de apoyo en los conflictos contra el
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centro.2 Estas tres imágenes estuvieron atravesadas y fueron reforzadas
por miradas externas, fundamentalmente norteamericanas, que funcionaron como un juego de espejos que ampliaron la ficción de un México
bolchevique. Estas miradas externas se intercalan a lo largo de las tres
secciones que estructuran el trabajo. En la parte final se plantean algunas conclusiones.
Dentro de las tres representaciones que examinaremos, la sección sobre los pintores muralistas aborda parcialmente los planteamientos de
los militantes comunistas. Esto se debe a que el bolchevismo mexicano
de este periodo no fue producto del trabajo de proselitismo del Partido
Comunista de México; según Barry Carr, este último acababa de ser fundado en 1919 y tenía una influencia limitada sobre una clase obrera
marcada sobretodo por el mutualismo y el anarquismo.3 Al inicio de su
libro sobre los orígenes del comunismo en México, Paco Ignacio Taibo II
escribió que se proponía narrar tanto “la historia de un grupo de militantes que pretendieron ser la vanguardia de la clase trabajadora, y no
lo lograron”, como “la historia de un espejismo, el de la revolución rusa
vista en el valle del Anáhuac cuando se encontraba realmente a millares
de kilómetros de distancia”.4 En las siguientes páginas se deja de lado la
historia “familiar” del pequeño grupo que dio vida al comunismo mexicano, pero se aborda el espejismo que la revolución rusa generó en
México dando lugar a un sinnúmero de contrasentidos y equívocos. El
ensayo trata de mostrar en qué medida estos últimos fueron útiles en la
consolidación de un orden político autoritario en el periodo que va de
1920 a 1940.
Es importante considerar que el hecho de que la retórica bolchevique atravesara los regímenes de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles,
Emilio Portes Gil, Pascual Ortíz Rubio, Abelardo Rodríguez y Lázaro
Cárdenas, no implica que el periodo 1920-1940 pueda ser visto como
una unidad. En efecto, mientras que Obregón y Calles desplegaron una
violencia extrema para controlar los movimientos regionales y sofocar
cualquier tipo de oposición, Cárdenas consolidó el proceso de centralización del país e introdujo políticas de modernización, profundizando
al mismo tiempo la organización corporativa de la sociedad auspiciada
por sus antecesores. La construcción de una nueva forma de nacionalismo recorrió ambos periodos, cambiando de contenidos y de significación a partir de la llegada de Miguel Alemán.
2
EL BOLCHEVISMO DE ESTADO
En 1940 un apologista del radicalismo revolucionario, José Mancisidor,
dio cuenta en los siguientes términos de la filiación bolchevique de los
funcionarios obregonistas:
El comunismo, a pesar de que todavía carecía de fuerza, era una corriente
política que empezaba a sumar adeptos. Durante el gobierno de Obregón,
que en agosto de 1924 reconoció a la Unión Soviética estableciendo con ella
relaciones diplomáticas, no era raro ver en las solapas de las americanas de
Secretarios de Estado y funcionarios oficiales, los emblemas del comunismo... No obstante, no era entre los elementos oficiales –que lo hacían solamente por demagogia– en donde el comunismo hacía prosélitos, sino en los
organismos de obreros y campesinos del país.5
El trabajo en torno a cada una de estas tres representaciones es desigual debido a
que este artículo representa un primer esfuerzo dentro de una nueva línea de trabajo. No
pretendo ofrecer una investigación original sobre los tres temas que aquí se abordan;
creo, sin embargo, que el interés de este ensayo radica en que el entrelazamiento de estos
tres temas permite delinear los contornos de una problemática que merece ser discutida
y que podrá ser profundizada a través de futuras investigaciones.
3
Barry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Ediciones Era, 1996,
29-91.
4
Paco Ignacio Taibo II, Los Bolshevikis. Historia narrativa de los orígenes del comunismo
en México (1919-1925), México, Editorial Joaquín Mortíz, 1986, 7. Véase también Aurelio
de los Reyes, “Bolcheviquismo”, en Cine y sociedad en México, 1896-1930, Bajo el cielo de
México, volumen II (1920-1924), México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, 343-373.
5
José Mancisidor, Síntesis histórica del movimiento social en México (1940), Cuadernos
Obreros 10, México, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano,
1976, 97.
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Fuera por demagogia o por convicción, las alusiones al bolchevismo
jugaron un papel importante en el proceso de legitimación de la facción
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centro.2 Estas tres imágenes estuvieron atravesadas y fueron reforzadas
por miradas externas, fundamentalmente norteamericanas, que funcionaron como un juego de espejos que ampliaron la ficción de un México
bolchevique. Estas miradas externas se intercalan a lo largo de las tres
secciones que estructuran el trabajo. En la parte final se plantean algunas conclusiones.
Dentro de las tres representaciones que examinaremos, la sección sobre los pintores muralistas aborda parcialmente los planteamientos de
los militantes comunistas. Esto se debe a que el bolchevismo mexicano
de este periodo no fue producto del trabajo de proselitismo del Partido
Comunista de México; según Barry Carr, este último acababa de ser fundado en 1919 y tenía una influencia limitada sobre una clase obrera
marcada sobretodo por el mutualismo y el anarquismo.3 Al inicio de su
libro sobre los orígenes del comunismo en México, Paco Ignacio Taibo II
escribió que se proponía narrar tanto “la historia de un grupo de militantes que pretendieron ser la vanguardia de la clase trabajadora, y no
lo lograron”, como “la historia de un espejismo, el de la revolución rusa
vista en el valle del Anáhuac cuando se encontraba realmente a millares
de kilómetros de distancia”.4 En las siguientes páginas se deja de lado la
historia “familiar” del pequeño grupo que dio vida al comunismo mexicano, pero se aborda el espejismo que la revolución rusa generó en
México dando lugar a un sinnúmero de contrasentidos y equívocos. El
ensayo trata de mostrar en qué medida estos últimos fueron útiles en la
consolidación de un orden político autoritario en el periodo que va de
1920 a 1940.
Es importante considerar que el hecho de que la retórica bolchevique atravesara los regímenes de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles,
Emilio Portes Gil, Pascual Ortíz Rubio, Abelardo Rodríguez y Lázaro
Cárdenas, no implica que el periodo 1920-1940 pueda ser visto como
una unidad. En efecto, mientras que Obregón y Calles desplegaron una
violencia extrema para controlar los movimientos regionales y sofocar
cualquier tipo de oposición, Cárdenas consolidó el proceso de centralización del país e introdujo políticas de modernización, profundizando
al mismo tiempo la organización corporativa de la sociedad auspiciada
por sus antecesores. La construcción de una nueva forma de nacionalismo recorrió ambos periodos, cambiando de contenidos y de significación a partir de la llegada de Miguel Alemán.
2
EL BOLCHEVISMO DE ESTADO
En 1940 un apologista del radicalismo revolucionario, José Mancisidor,
dio cuenta en los siguientes términos de la filiación bolchevique de los
funcionarios obregonistas:
El comunismo, a pesar de que todavía carecía de fuerza, era una corriente
política que empezaba a sumar adeptos. Durante el gobierno de Obregón,
que en agosto de 1924 reconoció a la Unión Soviética estableciendo con ella
relaciones diplomáticas, no era raro ver en las solapas de las americanas de
Secretarios de Estado y funcionarios oficiales, los emblemas del comunismo... No obstante, no era entre los elementos oficiales –que lo hacían solamente por demagogia– en donde el comunismo hacía prosélitos, sino en los
organismos de obreros y campesinos del país.5
El trabajo en torno a cada una de estas tres representaciones es desigual debido a
que este artículo representa un primer esfuerzo dentro de una nueva línea de trabajo. No
pretendo ofrecer una investigación original sobre los tres temas que aquí se abordan;
creo, sin embargo, que el interés de este ensayo radica en que el entrelazamiento de estos
tres temas permite delinear los contornos de una problemática que merece ser discutida
y que podrá ser profundizada a través de futuras investigaciones.
3
Barry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Ediciones Era, 1996,
29-91.
4
Paco Ignacio Taibo II, Los Bolshevikis. Historia narrativa de los orígenes del comunismo
en México (1919-1925), México, Editorial Joaquín Mortíz, 1986, 7. Véase también Aurelio
de los Reyes, “Bolcheviquismo”, en Cine y sociedad en México, 1896-1930, Bajo el cielo de
México, volumen II (1920-1924), México, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, 343-373.
5
José Mancisidor, Síntesis histórica del movimiento social en México (1940), Cuadernos
Obreros 10, México, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano,
1976, 97.
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Fuera por demagogia o por convicción, las alusiones al bolchevismo
jugaron un papel importante en el proceso de legitimación de la facción
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de revolucionarios que accedió al poder con el Plan de Agua Prieta.6 Según Alvaro Matute, después del asesinato de Carranza, las alusiones al
pueblo revolucionario dieron a su sucesor, Obregón, “una base fundamental que minó toda reclamación legitimista proveniente de los herederos de Carranza”, de los villistas o de los zapatistas.7 Fue un momento en que la defensa de la revolución justificó el inicio de una lucha
descarnada entre el nuevo grupo en el poder y cualquier entidad colectiva o individual que se opusiera a la potencia estatal.
Ajenos a la situación que reinaba en México los ideólogos soviéticos
trataron de buscar similitudes entre las dos primeras revoluciones del
siglo XX, y a partir de 1921 enviaron agentes para difundir la organización comunista en el medio sindical mexicano.8 De acuerdo con Daniela
Spenser, el fracaso de los emisarios del Cominterm se debió a que sobrestimaron la importancia del proletariado y desconocieron los cambios que la Revolución mexicana había generado. Por ejemplo, la transformación de la relación sociedad-Estado; el nuevo vínculo entre el
gobierno y el movimiento obrero, con la consiguiente marginación de
los comunistas; por último, la autonomía de los sindicatos anarcosindicalistas. Spenser añade que, ignorando estos elementos,
6
los dirigentes soviéticos y los activistas del Cominterm [...] tuvieron la increíble ilusión de que los generales mexicanos podían ser fácilmente atraídos a las filas comunistas y que el proletariado mexicano iba a responder a
sus exhortaciones. El proletariado resultó menos revolucionario y el Estado
más activo de lo que el Comintern había anticipado.9
La situación se complicaba aún más debido a que al inicio de los
años veinte las directrices enviadas por la Internacional Comunista
cambiaban continuamente o eran contradictorias.
A pesar de la fuerte oposición norteamericana, en 1924 Obregón estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.10 Esta decisión
fue apoyada por el grupo de “radicales” que rodeaba al presidente, y
que originalmente habían sido representantes del agrarismo zapatista
en el Congreso Constituyente de Querétaro en 1916 o maderistas que
habían pasado a las filas carrancistas. Entre ellos figuraban Marte R. Gómez, Ramón P. De Negri, Rafael Ramos Pedrueza, Antonio Díaz Soto y
Gama, Manuel Gómez Morín, José Vasconcelos, así como los generales
Francisco Serrano y Francisco Mújica.11 La convicción que estos individuos compartían al finalizar la lucha armada era que la Revolución mexicana había abierto las puertas a una transformación de fondo al anular
los conflictos sociales y poner por encima de ellos al Estado. Para 1930
Estudios recientes han establecido que la cultura política impuesta por los militares
que promulgaron el Plan de Agua Prieta fue individualista y laica, con tintes jacobinos y
anticlericales, a diferencia de aquella que dominaba en el centro y el sur del país. Véase
Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, México, Editorial Jus, 1991; Héctor Aguilar Camín, “La revolución que vino del norte”, Saldos de la Revolución, México, Editorial
Océano, 1985.
7
Alvaro Matute, Historia de la Revolución Mexicana, vol. 8 La carrera del caudillo, México, El Colegio de México, 1980, 190.
8
Las noticias acerca de la revolución rusa circularon en México a finales de 1917.
Paco Ignacio Taibo II señala que “los diarios nacionales informaron de manera harto confusa sobre los acontecimientos revolucionarios que se estaban produciendo en Rusia. Según aquellos sorprendentes textos, Lenine, un espía alemán, se había adueñado del poder
con la ayuda de un judío amigo suyo llamado Trotzky. Más tarde Trotzky y Lenine se darían golpes de estado, caerían en manos de los blancos, quienes varias veces reconquistaron Moscou y serían asesinados en incontables ocasiones. Junto con esta popularización
de los nombres de los dos dirigentes revolucionarios, se harían comunes los términos
bolsheviki y soviet, con múltiples significados, afines todos ellos al extremo radicalismo,
al izquierdismo desesperado, al aventurerismo sin límite, al nihilismo definitivo. Poco
atractiva podía resultarle a los desorganizados trabajadores mexicanos, aquella revolución que les quedaba tan lejos y cuyas noticias les llegaban a través del colador de los
mentirosos profesionales de la gran prensa”. Taibo II, Paco Ignacio, Op cit., p. 30.
Daniela Spenser, El triángulo imposible. México, Rusia soviética y Estados Unidos en los
años veinte, México, CIESAS-Miguel Ángel Porrúa, 1998, 67.
10
A partir del inicio de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética en 1924, los
Estados Unidos emprendieron una escalada en contra de México que culminó a fines de
1926 y principios de 1927. Durante estos años, advierte Daniela Spenser, “el gobierno
norteamericano acusó a México de ser el centro del bolchevismo en el hemisferio y, por
lo tanto, una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. El pretexto inmediato fue el
apoyo público de Calles al candidato presidencial liberal nicaragüense Juan Sacasa y el
envío secreto de armas a Nicaragua”. El nombramiento de Alexandra Kollontai como
embajadora en México en 1926 tensó todavía más la situación ya que los norteamericanos la consideraban la agente directa de la subversión. Ibid. 113-114.
11
Ibid. 74-77.
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de revolucionarios que accedió al poder con el Plan de Agua Prieta.6 Según Alvaro Matute, después del asesinato de Carranza, las alusiones al
pueblo revolucionario dieron a su sucesor, Obregón, “una base fundamental que minó toda reclamación legitimista proveniente de los herederos de Carranza”, de los villistas o de los zapatistas.7 Fue un momento en que la defensa de la revolución justificó el inicio de una lucha
descarnada entre el nuevo grupo en el poder y cualquier entidad colectiva o individual que se opusiera a la potencia estatal.
Ajenos a la situación que reinaba en México los ideólogos soviéticos
trataron de buscar similitudes entre las dos primeras revoluciones del
siglo XX, y a partir de 1921 enviaron agentes para difundir la organización comunista en el medio sindical mexicano.8 De acuerdo con Daniela
Spenser, el fracaso de los emisarios del Cominterm se debió a que sobrestimaron la importancia del proletariado y desconocieron los cambios que la Revolución mexicana había generado. Por ejemplo, la transformación de la relación sociedad-Estado; el nuevo vínculo entre el
gobierno y el movimiento obrero, con la consiguiente marginación de
los comunistas; por último, la autonomía de los sindicatos anarcosindicalistas. Spenser añade que, ignorando estos elementos,
6
los dirigentes soviéticos y los activistas del Cominterm [...] tuvieron la increíble ilusión de que los generales mexicanos podían ser fácilmente atraídos a las filas comunistas y que el proletariado mexicano iba a responder a
sus exhortaciones. El proletariado resultó menos revolucionario y el Estado
más activo de lo que el Comintern había anticipado.9
La situación se complicaba aún más debido a que al inicio de los
años veinte las directrices enviadas por la Internacional Comunista
cambiaban continuamente o eran contradictorias.
A pesar de la fuerte oposición norteamericana, en 1924 Obregón estableció relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.10 Esta decisión
fue apoyada por el grupo de “radicales” que rodeaba al presidente, y
que originalmente habían sido representantes del agrarismo zapatista
en el Congreso Constituyente de Querétaro en 1916 o maderistas que
habían pasado a las filas carrancistas. Entre ellos figuraban Marte R. Gómez, Ramón P. De Negri, Rafael Ramos Pedrueza, Antonio Díaz Soto y
Gama, Manuel Gómez Morín, José Vasconcelos, así como los generales
Francisco Serrano y Francisco Mújica.11 La convicción que estos individuos compartían al finalizar la lucha armada era que la Revolución mexicana había abierto las puertas a una transformación de fondo al anular
los conflictos sociales y poner por encima de ellos al Estado. Para 1930
Estudios recientes han establecido que la cultura política impuesta por los militares
que promulgaron el Plan de Agua Prieta fue individualista y laica, con tintes jacobinos y
anticlericales, a diferencia de aquella que dominaba en el centro y el sur del país. Véase
Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, México, Editorial Jus, 1991; Héctor Aguilar Camín, “La revolución que vino del norte”, Saldos de la Revolución, México, Editorial
Océano, 1985.
7
Alvaro Matute, Historia de la Revolución Mexicana, vol. 8 La carrera del caudillo, México, El Colegio de México, 1980, 190.
8
Las noticias acerca de la revolución rusa circularon en México a finales de 1917.
Paco Ignacio Taibo II señala que “los diarios nacionales informaron de manera harto confusa sobre los acontecimientos revolucionarios que se estaban produciendo en Rusia. Según aquellos sorprendentes textos, Lenine, un espía alemán, se había adueñado del poder
con la ayuda de un judío amigo suyo llamado Trotzky. Más tarde Trotzky y Lenine se darían golpes de estado, caerían en manos de los blancos, quienes varias veces reconquistaron Moscou y serían asesinados en incontables ocasiones. Junto con esta popularización
de los nombres de los dos dirigentes revolucionarios, se harían comunes los términos
bolsheviki y soviet, con múltiples significados, afines todos ellos al extremo radicalismo,
al izquierdismo desesperado, al aventurerismo sin límite, al nihilismo definitivo. Poco
atractiva podía resultarle a los desorganizados trabajadores mexicanos, aquella revolución que les quedaba tan lejos y cuyas noticias les llegaban a través del colador de los
mentirosos profesionales de la gran prensa”. Taibo II, Paco Ignacio, Op cit., p. 30.
Daniela Spenser, El triángulo imposible. México, Rusia soviética y Estados Unidos en los
años veinte, México, CIESAS-Miguel Ángel Porrúa, 1998, 67.
10
A partir del inicio de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética en 1924, los
Estados Unidos emprendieron una escalada en contra de México que culminó a fines de
1926 y principios de 1927. Durante estos años, advierte Daniela Spenser, “el gobierno
norteamericano acusó a México de ser el centro del bolchevismo en el hemisferio y, por
lo tanto, una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. El pretexto inmediato fue el
apoyo público de Calles al candidato presidencial liberal nicaragüense Juan Sacasa y el
envío secreto de armas a Nicaragua”. El nombramiento de Alexandra Kollontai como
embajadora en México en 1926 tensó todavía más la situación ya que los norteamericanos la consideraban la agente directa de la subversión. Ibid. 113-114.
11
Ibid. 74-77.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
algunos de estos “radicales” habían desaparecido del escenario político.
Los más amenazantes políticamente habían sido eliminados, como el
general Serrano en Huitzilac (1927) debido a su oposición a la reelección
de Obregón. Otros, como Gómez Morín, salieron al exilio y posteriormente definieron otras opciones políticas dentro del país (la creación del
Partido Acción Nacional). Finalmente, algunos de ellos viraron hacia
el conservadurismo católico como fue el caso de José Vasconcelos.
Durante la campaña electoral de Calles a la presidencia en 1923, se
enfatizó la filiación “socialista” del candidato y su afinidad con los intereses de las masas populares. En sus memorias, Luis L. León asentó
que Calles había sido aclamado por las multitudes como el “candidato que postulaba en masa el proletariado mexicano”.12 Víctor Manuel Villaseñor sustentó esta misma interpretación a pesar de denunciar que
pocos años después Calles daría un viraje hacia el nazismo.13 En palabras de Víctor Manuel Villaseñor:
Durante su campaña presidencial, el mismo Calles vio con beneplácito que se le considerara un radical. Se declaró públicamente a favor de
la repartición de tierras entre los campesinos a través del ejido y manifestó abierto apoyo a las luchas obreras en contra de la burguesía:
es indiscutible que la candidatura de Calles significaba el paso hacia delante, en cuanto al cumplimiento de los postulados de la Revolución Mexicana.
Calles representaba a la izquierda en la vida de nuestro país. Hablaba al
pueblo con ruda sinceridad enfrentándose a la reacción conservadora y fanática, aparecía en sus proclamas vinculado a las corrientes universales del
socialismo y ofrecía descender a la tumba envuelto en la bandera rojinegra.
Ante esa actitud, nada menos que Pancho Villa, ya aburguesado en su hacienda de Canutillo, en la entrevista con Regino Hernández Llergo censuró
a Calles por su radicalismo, tachándole de bolchevique.14
12
Luis L. León, Crónica del poder. En los recuerdos de un político en el México revolucio nario, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, 200.
13
Víctor Manuel Villaseñor fue un hombre cercano sucesivamente a Salvador Alvarado, Calles, Lombardo Toledano y Narciso Bassols. Participó en la revista Futuro al lado
de Lombardo Toledano. Después de la ruptura con este último en 1940 fundó con Narciso Bassols la Liga de Acción Política y el semanario Combate, que tuvo una vida efímera.
Acerca del viraje de Calles hacia el nazismo a principios de los años treinta véase, Víctor
Villaseñor Manuel, “El régimen callista”, Futuro 10 (tercera época), La Revolución mexicana
de ayer y de hoy, México, diciembre de 1936.
14
Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. I Del Porfiriato al Car denismo, México, Editorial Grijalbo, 1976, 216.
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Soy francamente obrerista y un ardiente defensor de los derechos obreros
[...] De esto nunca he hecho un misterio y mi intervención en algunos conflictos entre obreros y patrones, donde luché con todas mis fuerzas porque
se les hiciese justicia a los trabajadores, es lo que me ha valido mi bien conquistada fama de radical, que tanto asusta a la reacción.15
Ya como presidente, no hesitó en seguir utilizando esta misma retórica hasta el punto de habérsele conocido como el “presidente rojo”.
Sus colaboradores cercanos –Manuel Puig Casauranc, Luis L. León, Luis
Napoleón Morones, Marte R. Gómez, Víctor Manuel Villaseñor, Ramón
P. Denegri– mostraron también interés por el proceso soviético. En 1924
nombró a Basilio Vadillo Ortega embajador de México en la URSS, quien
subrayó siempre el paralelismo entre las revoluciones de ambos países.16
Por otra parte, Calles envió a personas de su confianza a observar los
cambios que estaban teniendo lugar en la Unión Soviética en materia de
educación, salud pública, política migratoria, organización cooperativista y formación de partidos.17 En una entrevista publicada en El De 15
Declaración del General Plutarco Elías Calles, México, 26 de octubre de 1923, Archi vo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gav. 21, inv.1353, exp. 28, leg.1/3. P4.
16
Pablo Serrano Álvarez, Basilio Vadillo Ortega. Itinerario y desencuentro con la Revolu ción Mexicana, 1885-1935, México, Instituto Nacional de Estudios sobre la Revolución Mexicana, 2000, 286-320.
17
Véase por ejemplo, Medicina roja, “Informe relativo a las condiciones médico-higiénicas de Rusia”, Archivo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gaveta 51, exp.1,
leg.1/5 al 5/5, inv.3575. pp.272 (Este expediente se encuentra incompleto, faltan el nombre del autor, el lugar de publicación y la fecha, no existe el primer capítulo).
Existen indicios de que Mathilde Rodríguez Cabo (médico psiquiatra, feminista y esposa del general Francisco Mújica) viajó a la Unión Soviética en 1929 para hacer un informe al Departamento de Salubridad Pública. Véase, Ofelia Domínguez Navarro, “El aborto
por causas económicas y sociales”, Ponencia presentada en la Convención de Unificación
Penal a través de la doctora Mathilde Rodríguez Cabo, Futuro 4 (tercera época), México,
junio 1936, 21.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
algunos de estos “radicales” habían desaparecido del escenario político.
Los más amenazantes políticamente habían sido eliminados, como el
general Serrano en Huitzilac (1927) debido a su oposición a la reelección
de Obregón. Otros, como Gómez Morín, salieron al exilio y posteriormente definieron otras opciones políticas dentro del país (la creación del
Partido Acción Nacional). Finalmente, algunos de ellos viraron hacia
el conservadurismo católico como fue el caso de José Vasconcelos.
Durante la campaña electoral de Calles a la presidencia en 1923, se
enfatizó la filiación “socialista” del candidato y su afinidad con los intereses de las masas populares. En sus memorias, Luis L. León asentó
que Calles había sido aclamado por las multitudes como el “candidato que postulaba en masa el proletariado mexicano”.12 Víctor Manuel Villaseñor sustentó esta misma interpretación a pesar de denunciar que
pocos años después Calles daría un viraje hacia el nazismo.13 En palabras de Víctor Manuel Villaseñor:
Durante su campaña presidencial, el mismo Calles vio con beneplácito que se le considerara un radical. Se declaró públicamente a favor de
la repartición de tierras entre los campesinos a través del ejido y manifestó abierto apoyo a las luchas obreras en contra de la burguesía:
es indiscutible que la candidatura de Calles significaba el paso hacia delante, en cuanto al cumplimiento de los postulados de la Revolución Mexicana.
Calles representaba a la izquierda en la vida de nuestro país. Hablaba al
pueblo con ruda sinceridad enfrentándose a la reacción conservadora y fanática, aparecía en sus proclamas vinculado a las corrientes universales del
socialismo y ofrecía descender a la tumba envuelto en la bandera rojinegra.
Ante esa actitud, nada menos que Pancho Villa, ya aburguesado en su hacienda de Canutillo, en la entrevista con Regino Hernández Llergo censuró
a Calles por su radicalismo, tachándole de bolchevique.14
12
Luis L. León, Crónica del poder. En los recuerdos de un político en el México revolucio nario, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, 200.
13
Víctor Manuel Villaseñor fue un hombre cercano sucesivamente a Salvador Alvarado, Calles, Lombardo Toledano y Narciso Bassols. Participó en la revista Futuro al lado
de Lombardo Toledano. Después de la ruptura con este último en 1940 fundó con Narciso Bassols la Liga de Acción Política y el semanario Combate, que tuvo una vida efímera.
Acerca del viraje de Calles hacia el nazismo a principios de los años treinta véase, Víctor
Villaseñor Manuel, “El régimen callista”, Futuro 10 (tercera época), La Revolución mexicana
de ayer y de hoy, México, diciembre de 1936.
14
Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. I Del Porfiriato al Car denismo, México, Editorial Grijalbo, 1976, 216.
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Soy francamente obrerista y un ardiente defensor de los derechos obreros
[...] De esto nunca he hecho un misterio y mi intervención en algunos conflictos entre obreros y patrones, donde luché con todas mis fuerzas porque
se les hiciese justicia a los trabajadores, es lo que me ha valido mi bien conquistada fama de radical, que tanto asusta a la reacción.15
Ya como presidente, no hesitó en seguir utilizando esta misma retórica hasta el punto de habérsele conocido como el “presidente rojo”.
Sus colaboradores cercanos –Manuel Puig Casauranc, Luis L. León, Luis
Napoleón Morones, Marte R. Gómez, Víctor Manuel Villaseñor, Ramón
P. Denegri– mostraron también interés por el proceso soviético. En 1924
nombró a Basilio Vadillo Ortega embajador de México en la URSS, quien
subrayó siempre el paralelismo entre las revoluciones de ambos países.16
Por otra parte, Calles envió a personas de su confianza a observar los
cambios que estaban teniendo lugar en la Unión Soviética en materia de
educación, salud pública, política migratoria, organización cooperativista y formación de partidos.17 En una entrevista publicada en El De 15
Declaración del General Plutarco Elías Calles, México, 26 de octubre de 1923, Archi vo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gav. 21, inv.1353, exp. 28, leg.1/3. P4.
16
Pablo Serrano Álvarez, Basilio Vadillo Ortega. Itinerario y desencuentro con la Revolu ción Mexicana, 1885-1935, México, Instituto Nacional de Estudios sobre la Revolución Mexicana, 2000, 286-320.
17
Véase por ejemplo, Medicina roja, “Informe relativo a las condiciones médico-higiénicas de Rusia”, Archivo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gaveta 51, exp.1,
leg.1/5 al 5/5, inv.3575. pp.272 (Este expediente se encuentra incompleto, faltan el nombre del autor, el lugar de publicación y la fecha, no existe el primer capítulo).
Existen indicios de que Mathilde Rodríguez Cabo (médico psiquiatra, feminista y esposa del general Francisco Mújica) viajó a la Unión Soviética en 1929 para hacer un informe al Departamento de Salubridad Pública. Véase, Ofelia Domínguez Navarro, “El aborto
por causas económicas y sociales”, Ponencia presentada en la Convención de Unificación
Penal a través de la doctora Mathilde Rodríguez Cabo, Futuro 4 (tercera época), México,
junio 1936, 21.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
mócrata el 18 de abril de 1924, Calles respondió en los siguientes términos a la pregunta de “¿cuál es su juicio sobre el bolchevismo?”:
el Estado buscaría ejercer sobre los intereses particulares a fin de fortalecer los acuerdos establecidos con las mayorías organizadas en sindicatos o partidos.
A finales de la década de los veinte, el entusiasmo por la Revolución
soviética era manifiesto entre los miembros de una parte importante de
la clase política que habían incluso viajado a Rusia.21 Desde otra perspectiva, este entusiasmo permeó también el ánimo de “amplios sectores
de la juventud estudiosa” de la cual formaba parte Octavio Paz. Según
Guillermo Sheridan estos jóvenes provenían de una “clase social desprendida, dueña de su tiempo, sin miedos ni pudores laborales, desinteresada, entusiasta y dotada de enorme movilidad”.22 El mismo autor
añade que ideológicamente se sentían vinculados tanto a la Revolución
mexicana como al indoamericanismo vasconceliano y estaban influidos
por la propaganda de los partidos comunistas latinoamericanos. Todo
ello los diferenciaba claramente de la clase política.
A partir de los años treinta, dice Roger Bartra, el bolchevismo mexicano se bifurcó en dos grandes tendencias.23 La primera se consolidó
dentro del aparato estatal y se aglutinó en torno a Vicente Lombardo Toledano.24 La segunda se desarrolló en el seno del Partido Comunista y
En México a todo hombre avanzado se le llama “bolchevique”. Y a mi naturalmente. Se me ha tildado por mis adversarios de “extremista”, sólo porque no he querido oponerme a las corrientes de renovación que en los momentos actuales arrollan a los viejos y carcomidos sistemas. No están en lo
justo los que aprecian así mi labor. Están poco enterados de lo que pasa en
el momento. La renovación social es una corriente que invade hoy todas las
sociedades de la Tierra, y a las corrientes impetuosas es necesario guiarlas;
hallar el cauce que las discipline y contenga, convirtiéndolas, de agentes
destructivos, en elementos útiles e inofensivos. He aquí lo que no han sabido ver. Que ha tenido que acudirse en Rusia en los tiempos no significa un
fracaso definitivo. Los ideales siguen siendo los mismos. De todos modos
en México estamos hablando de “gobernar con la Constitución de 1917”, y
por lo mismo sólo a título filosófico y humanitario nos interesa el sovietismo como sistema de gobierno.18
Sin atentar contra el régimen de propiedad privada, a “título filosófico y humanitario”, Calles y sus colaboradores declararon que su propósito era hacer surgir al “hombre nuevo”. Concepto compartido por
Stalin, Hitler y Mussolini, el “hombre nuevo” fue asociado en México
con la aparición de una nueva moral anti-individualista y la exaltación
de valores colectivistas y nacionalistas. Algunos de los ideólogos del callismo, por ejemplo Julio Cuadros Caldas, establecieron que el “hombre
nuevo” combinaría rasgos del proletariado obrero-campesino y la clase
media debido a que la Revolución mexicana era producto de ambos
grupos.19 Así, cuando en 1926 Calles declaró en la revista norteamericana Foreign Affairs, “Esto es precisamente lo que estamos haciendo o tratamos de hacer en México: cancelar las demandas de los individuos o
grupos para lograr el beneficio común”,20 se refería a la hegemonía que
21
Luis L. León, op. cit. 192-193.
Julio Cuadros Caldas, México soviet, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1926; El comu nismo criollo, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1930.
20
Plutarco E. Calles, “Las políticas del México de hoy”, Foreign Affairs 5 (1), Nueva
York, octubre de 1926, en Gabriela Ibarra y Hernán Gutiérrez, Plutarco Elías Calles y la
prensa norteamericana, México, Secretaría de Hacienda, 1982, 55.
Enrique Plascencia me ha hecho notar que durante este periodo los periódicos de
amplia circulación publicaron reseñas de estos viajes, y que desde ahí se promovió también el modelo soviético. Ejemplo de ello son los artículos escritos por Lara Pardo en
Excelsior entre septiembre y noviembre de 1927.
22
Este grupo de jóvenes se formó en San Ildefonso en donde integraron, bajo la iniciativa de Roberto Atwood, la “Unión Estudiantil Pro-Obrero y Campesino” (UEPOC). La
UEPOC congregó a José Bosh, Enrique Ramírez y Ramírez, Adolfo López Mateos, Salvador
Toscano, Eli de Gortari, Frida Kalho, José Revueltas, Andrés Iduarte, Juan de la Cabada,
Octavio Novaro, Julio Prieto, Rubén Salazar Mallén y Ernesto P. Uruchurtu. Guillermo
Sheridan, Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, México, Ediciones Era,
2004, 101-103.
23
Roger Bartra, “¿Lombardo o Revueltas?”, La democracia ausente, México, Editorial
Grijalbo, 1986.
24
En la década de los treinta, el pensamiento de Lombardo Toledano puede apreciarse en la célebre polémica con Antonio Caso sobre sentido ideológico de la enseñanza universitaria durante el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos (1933). En esta polémica, Caso defendió la libertad de cátedra y el compromiso de la universidad con los
problemas sociales del país, condenando que los maestros tuvieran que apegarse a un
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mócrata el 18 de abril de 1924, Calles respondió en los siguientes términos a la pregunta de “¿cuál es su juicio sobre el bolchevismo?”:
el Estado buscaría ejercer sobre los intereses particulares a fin de fortalecer los acuerdos establecidos con las mayorías organizadas en sindicatos o partidos.
A finales de la década de los veinte, el entusiasmo por la Revolución
soviética era manifiesto entre los miembros de una parte importante de
la clase política que habían incluso viajado a Rusia.21 Desde otra perspectiva, este entusiasmo permeó también el ánimo de “amplios sectores
de la juventud estudiosa” de la cual formaba parte Octavio Paz. Según
Guillermo Sheridan estos jóvenes provenían de una “clase social desprendida, dueña de su tiempo, sin miedos ni pudores laborales, desinteresada, entusiasta y dotada de enorme movilidad”.22 El mismo autor
añade que ideológicamente se sentían vinculados tanto a la Revolución
mexicana como al indoamericanismo vasconceliano y estaban influidos
por la propaganda de los partidos comunistas latinoamericanos. Todo
ello los diferenciaba claramente de la clase política.
A partir de los años treinta, dice Roger Bartra, el bolchevismo mexicano se bifurcó en dos grandes tendencias.23 La primera se consolidó
dentro del aparato estatal y se aglutinó en torno a Vicente Lombardo Toledano.24 La segunda se desarrolló en el seno del Partido Comunista y
En México a todo hombre avanzado se le llama “bolchevique”. Y a mi naturalmente. Se me ha tildado por mis adversarios de “extremista”, sólo porque no he querido oponerme a las corrientes de renovación que en los momentos actuales arrollan a los viejos y carcomidos sistemas. No están en lo
justo los que aprecian así mi labor. Están poco enterados de lo que pasa en
el momento. La renovación social es una corriente que invade hoy todas las
sociedades de la Tierra, y a las corrientes impetuosas es necesario guiarlas;
hallar el cauce que las discipline y contenga, convirtiéndolas, de agentes
destructivos, en elementos útiles e inofensivos. He aquí lo que no han sabido ver. Que ha tenido que acudirse en Rusia en los tiempos no significa un
fracaso definitivo. Los ideales siguen siendo los mismos. De todos modos
en México estamos hablando de “gobernar con la Constitución de 1917”, y
por lo mismo sólo a título filosófico y humanitario nos interesa el sovietismo como sistema de gobierno.18
Sin atentar contra el régimen de propiedad privada, a “título filosófico y humanitario”, Calles y sus colaboradores declararon que su propósito era hacer surgir al “hombre nuevo”. Concepto compartido por
Stalin, Hitler y Mussolini, el “hombre nuevo” fue asociado en México
con la aparición de una nueva moral anti-individualista y la exaltación
de valores colectivistas y nacionalistas. Algunos de los ideólogos del callismo, por ejemplo Julio Cuadros Caldas, establecieron que el “hombre
nuevo” combinaría rasgos del proletariado obrero-campesino y la clase
media debido a que la Revolución mexicana era producto de ambos
grupos.19 Así, cuando en 1926 Calles declaró en la revista norteamericana Foreign Affairs, “Esto es precisamente lo que estamos haciendo o tratamos de hacer en México: cancelar las demandas de los individuos o
grupos para lograr el beneficio común”,20 se refería a la hegemonía que
21
Luis L. León, op. cit. 192-193.
Julio Cuadros Caldas, México soviet, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1926; El comu nismo criollo, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1930.
20
Plutarco E. Calles, “Las políticas del México de hoy”, Foreign Affairs 5 (1), Nueva
York, octubre de 1926, en Gabriela Ibarra y Hernán Gutiérrez, Plutarco Elías Calles y la
prensa norteamericana, México, Secretaría de Hacienda, 1982, 55.
Enrique Plascencia me ha hecho notar que durante este periodo los periódicos de
amplia circulación publicaron reseñas de estos viajes, y que desde ahí se promovió también el modelo soviético. Ejemplo de ello son los artículos escritos por Lara Pardo en
Excelsior entre septiembre y noviembre de 1927.
22
Este grupo de jóvenes se formó en San Ildefonso en donde integraron, bajo la iniciativa de Roberto Atwood, la “Unión Estudiantil Pro-Obrero y Campesino” (UEPOC). La
UEPOC congregó a José Bosh, Enrique Ramírez y Ramírez, Adolfo López Mateos, Salvador
Toscano, Eli de Gortari, Frida Kalho, José Revueltas, Andrés Iduarte, Juan de la Cabada,
Octavio Novaro, Julio Prieto, Rubén Salazar Mallén y Ernesto P. Uruchurtu. Guillermo
Sheridan, Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, México, Ediciones Era,
2004, 101-103.
23
Roger Bartra, “¿Lombardo o Revueltas?”, La democracia ausente, México, Editorial
Grijalbo, 1986.
24
En la década de los treinta, el pensamiento de Lombardo Toledano puede apreciarse en la célebre polémica con Antonio Caso sobre sentido ideológico de la enseñanza universitaria durante el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos (1933). En esta polémica, Caso defendió la libertad de cátedra y el compromiso de la universidad con los
problemas sociales del país, condenando que los maestros tuvieran que apegarse a un
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
estuvo encabezada por José Revueltas.25 Unos y otros coincidieron en la
idea de crear un partido revolucionario que fuera el eje de la organización de las masas. Lo que los diferenció, dice Bartra, fue el modelo bajo
el cual debería articularse este partido:
menzó a existir alrededor de 1933 y de él formaron parte, además del
propio Villaseñor, Enrique González Aparicio, Eugenio Méndez, Miguel
Othón de Mendizabal, José Mancisidor, Rafael Ramos Pedrueza, Luis
Chávez Orozco y Manlio Fabio Altamirano.28 Su visión acerca de la situación del país en materia de política interna y frente a los grandes acontecimientos internacionales quedó plasmada en Futuro. Esta revista,
fundada en 1933 por Vicente Lombardo Toledano, era formalmente el
órgano de la Universidad Obrera y su comité editorial estuvo inicialmente integrado por Víctor Manuel Villaseñor, Francisco Zamora y
Jesús Silva Herzog.29 En materia de política internacional, la línea de Fu turo fue abiertamente estalinista, prosoviética, antifascista, antifranquista y pacifista. Los autores extranjeros más citados en los artículos de esta
revista fueron Henri Barbusse, André Gide y Romain Rolland, escritores
franceses que sin compartir las mismas posiciones políticas, tenían
como común denominador no formar parte del Partido Comunista y
oponerse terminantemente a la guerra.30 Futuro dio su apoyo a Cárdenas
y a la llegada de los republicanos españoles; sus articulistas denunciaron tanto la perversidad de la política de masas puesta en marcha durante el callismo, como las iniciativas del Partido Comunista.31 Entre
Lombardo inscribe a su partido en el interior de la lógica del Estado mexicano; Revueltas lo concibe como engarzado en el modelo de la futura dictadura proletaria. Para Lombardo, el partido marxista-leninista se desprende lógicamente de la historia de la Revolución mexicana; para Revueltas esa
historia es la de la organización burguesa de todas las conciencias: en consecuencia, el nuevo partido se crea precisamente para resistir y aniquilar a
la ideología de la Revolución mexicana.
La disyuntiva planteada por estos dos bolchevismos oscila pues
entre el “espectro estalinista de la dictadura del proletariado y el despotismo del gobierno de la Revolución mexicana”.26
El grupo encabezado por Lombardo Toledano se opuso a Calles, se
declaró partidario del marxismo-leninismo y estuvo conformado por
funcionarios e intelectuales vinculados al Estado que no formaban parte
del Partido Comunista.27 Según Víctor Manuel Villaseñor, este grupo cosolo credo (el colectivismo); Lombardo Toledano argumentó en contra de la libertad de
cátedra por considerar que hasta ese momento la universidad había sido instrumento
de la clase capitalista. Proponía que a partir de la revolución la enseñanza debería privilegiar una corriente opuesta al “individualismo burgués”, tratando así de rescatar a las
“masas” de la ignorancia. Véase, Materialismo vs. idealismo, Polémica Caso-Lombardo, México, Biblioteca del Trabajador Mexicano, Universidad Obrera de México, Tercera edición,
1975. Después de 1940, las posiciones del bolchevismo lombardista pueden examinarse
en la “Mesa redonda de los marxistas mexicanos” (Bellas Artes, 1947) en Vicente Lombardo Toledano, Obra histórico-cronológica, tomo V, vol.1, 1947, México, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, 2001.
25
Una exposición de las ideas de Revueltas está contenida en un libro publicado en
1962 por la “Liga Leninista Espartaco”. José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin ca beza, Obras completas 17, México, Ediciones Era, 1980.
26
Roger Bartra, “¿Lombardo o Revueltas?”, op. cit. 183-185.
27
Uno de los opositores más visibles al bolchevismo de Estado, Fernando de la Fuente, denominó a estos funcionarios “proletarios intelectuales”, acusándolos de oportunismo debido a que “algunos cobran sueldos de la administración, que por menchevique
detestan; lo que no impide que públicamente ataquen al régimen que los sustenta”.
Fernando de la Fuente, “El comunismo y el Estado patrón”, El comunismo. Defensa míni ma del ideal revolucionario mexicano sintetizado en la carta de 1917, prólogo de Luis Cabrera,
México, Editorial Cultura, 1933, 235-236.
28
Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. I Del Porfiriato al Car denismo, op. cit. 314.
29
En 1934 se produjo una polémica acerca de la teoría marxista en la que Vicente
Lombardo Toledano, Víctor Manuel Villaseñor y Francisco Zamora se confrontaron a
Eduardo Pallares, Fernando de la Fuente y Alfonso Junco; fungieron como moderadores
Xavier Icaza y Daniel Cosío Villegas. Ibid. 335.
30
Véase Jean Pierre Morel, Le roman insupportable. L’Internationale littéraire et la France
(1920-1932), París, Ediciones Gallimard, 1985.
31
Un artículo publicado en Futuro reprochaba a los dirigentes comunistas el haberse
convertido en “representativos típicos de la burocracia obrera reformista, (y el haber)
transformado a la organización que debería ser la vanguardia del proletariado, en un
apéndice político-burocrático del gobierno e indirectamente de la burguesía”. Rodrigo
García Treviño, “La reacción, el progreso y el socialismo en la educación”, Futuro, núm.
16, México, junio 1937, 27.
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estuvo encabezada por José Revueltas.25 Unos y otros coincidieron en la
idea de crear un partido revolucionario que fuera el eje de la organización de las masas. Lo que los diferenció, dice Bartra, fue el modelo bajo
el cual debería articularse este partido:
menzó a existir alrededor de 1933 y de él formaron parte, además del
propio Villaseñor, Enrique González Aparicio, Eugenio Méndez, Miguel
Othón de Mendizabal, José Mancisidor, Rafael Ramos Pedrueza, Luis
Chávez Orozco y Manlio Fabio Altamirano.28 Su visión acerca de la situación del país en materia de política interna y frente a los grandes acontecimientos internacionales quedó plasmada en Futuro. Esta revista,
fundada en 1933 por Vicente Lombardo Toledano, era formalmente el
órgano de la Universidad Obrera y su comité editorial estuvo inicialmente integrado por Víctor Manuel Villaseñor, Francisco Zamora y
Jesús Silva Herzog.29 En materia de política internacional, la línea de Fu turo fue abiertamente estalinista, prosoviética, antifascista, antifranquista y pacifista. Los autores extranjeros más citados en los artículos de esta
revista fueron Henri Barbusse, André Gide y Romain Rolland, escritores
franceses que sin compartir las mismas posiciones políticas, tenían
como común denominador no formar parte del Partido Comunista y
oponerse terminantemente a la guerra.30 Futuro dio su apoyo a Cárdenas
y a la llegada de los republicanos españoles; sus articulistas denunciaron tanto la perversidad de la política de masas puesta en marcha durante el callismo, como las iniciativas del Partido Comunista.31 Entre
Lombardo inscribe a su partido en el interior de la lógica del Estado mexicano; Revueltas lo concibe como engarzado en el modelo de la futura dictadura proletaria. Para Lombardo, el partido marxista-leninista se desprende lógicamente de la historia de la Revolución mexicana; para Revueltas esa
historia es la de la organización burguesa de todas las conciencias: en consecuencia, el nuevo partido se crea precisamente para resistir y aniquilar a
la ideología de la Revolución mexicana.
La disyuntiva planteada por estos dos bolchevismos oscila pues
entre el “espectro estalinista de la dictadura del proletariado y el despotismo del gobierno de la Revolución mexicana”.26
El grupo encabezado por Lombardo Toledano se opuso a Calles, se
declaró partidario del marxismo-leninismo y estuvo conformado por
funcionarios e intelectuales vinculados al Estado que no formaban parte
del Partido Comunista.27 Según Víctor Manuel Villaseñor, este grupo cosolo credo (el colectivismo); Lombardo Toledano argumentó en contra de la libertad de
cátedra por considerar que hasta ese momento la universidad había sido instrumento
de la clase capitalista. Proponía que a partir de la revolución la enseñanza debería privilegiar una corriente opuesta al “individualismo burgués”, tratando así de rescatar a las
“masas” de la ignorancia. Véase, Materialismo vs. idealismo, Polémica Caso-Lombardo, México, Biblioteca del Trabajador Mexicano, Universidad Obrera de México, Tercera edición,
1975. Después de 1940, las posiciones del bolchevismo lombardista pueden examinarse
en la “Mesa redonda de los marxistas mexicanos” (Bellas Artes, 1947) en Vicente Lombardo Toledano, Obra histórico-cronológica, tomo V, vol.1, 1947, México, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, 2001.
25
Una exposición de las ideas de Revueltas está contenida en un libro publicado en
1962 por la “Liga Leninista Espartaco”. José Revueltas, Ensayo sobre un proletariado sin ca beza, Obras completas 17, México, Ediciones Era, 1980.
26
Roger Bartra, “¿Lombardo o Revueltas?”, op. cit. 183-185.
27
Uno de los opositores más visibles al bolchevismo de Estado, Fernando de la Fuente, denominó a estos funcionarios “proletarios intelectuales”, acusándolos de oportunismo debido a que “algunos cobran sueldos de la administración, que por menchevique
detestan; lo que no impide que públicamente ataquen al régimen que los sustenta”.
Fernando de la Fuente, “El comunismo y el Estado patrón”, El comunismo. Defensa míni ma del ideal revolucionario mexicano sintetizado en la carta de 1917, prólogo de Luis Cabrera,
México, Editorial Cultura, 1933, 235-236.
28
Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. I Del Porfiriato al Car denismo, op. cit. 314.
29
En 1934 se produjo una polémica acerca de la teoría marxista en la que Vicente
Lombardo Toledano, Víctor Manuel Villaseñor y Francisco Zamora se confrontaron a
Eduardo Pallares, Fernando de la Fuente y Alfonso Junco; fungieron como moderadores
Xavier Icaza y Daniel Cosío Villegas. Ibid. 335.
30
Véase Jean Pierre Morel, Le roman insupportable. L’Internationale littéraire et la France
(1920-1932), París, Ediciones Gallimard, 1985.
31
Un artículo publicado en Futuro reprochaba a los dirigentes comunistas el haberse
convertido en “representativos típicos de la burocracia obrera reformista, (y el haber)
transformado a la organización que debería ser la vanguardia del proletariado, en un
apéndice político-burocrático del gobierno e indirectamente de la burguesía”. Rodrigo
García Treviño, “La reacción, el progreso y el socialismo en la educación”, Futuro, núm.
16, México, junio 1937, 27.
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1940 y 1941, Narciso Bassols y Víctor Manuel Villaseñor publicaron el
semanario Combate, dando continuidad a los lineamientos de Futuro que
ambos abandonaron debido a la ruptura con Lombardo Toledano.32
A partir de 1929 circuló Crisol, revista publicada por el Bloque de
Obreros Intelectuales de México (BOI), dirigida inicialmente por Miguel
D. Martínez Rendón.33 El propósito explícito de esta publicación fue “esclarecer y difundir la ideología de la revolución mexicana” después de
la “liquidación del liberalismo”. En Crisol colaboraron Gilberto Loyo,
Manuel Maples Arce, Miguel O. De Mendizabal, Francisco Mújica, Fermín Revueltas, Adolfo Ruíz Cortínes y Rosendo Salazar.34 La mayor parte de los artículos publicados en esta revista giraron en torno a tema de
las masas y su organización, pero también se discutieron las políticas
de población, la educación sexual, el indigenismo, la condición femenina y las nuevas políticas sanitarias. Un ejemplo clásico de la manera en
que Crisol presentaba a las masas y el problema de su organización es la
reseña que el sindicalista Rosendo Salazar publicó sobre la manifestación del 1 de mayo de 1932:
El dragón proletario, la infranqueable ola roja de los trabajadores del Distrito Federal, golpeó, con toda su furia, la calma de cristal del espíritu burgués de la ciudad de México [...] Rítmica, armoniosa, acorde en un todo fue
la marcha de esta colectividad, que ha dado al arte social y a la economía
RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
del mundo un esbozo del mayor espectáculo [...] Sólo Moscú puede ufanarse, quizás, de una cosa semejante[...]35
Durante el cardenismo se siguieron haciéndo declaraciones similares. Por ejemplo, la revista Revolución, órgano del Bloque Revolucionario de la H. Cámara de Diputados, reafirmaba la imagen de un proletariado que estaba a punto de tomar en sus manos el control de la
economía nacional y de destronar al capitalismo. El planteamiento central de un artículo publicado por esta revista en 1939 era que una revolución que había sido inicialmente democrático-burguesa, se convertiría
en socialista:
Si las administraciones sindicales de las industrias triunfan, nadie podrá
dudar ya de que el proletariado será capaz, llegado el momento, de tomar
en sus manos la dirección de la economía nacional, esto es erigirse en clase
que a través de la constitución de su propio Estado liquide el capitalismo y
construya el socialismo. Las administraciones obreras no despiertan en nadie la ilusión de que la sociedad burguesa puede transformarse, pacífica y
evolutivamente, en una sociedad socialista, o por lo menos en una utópica
república cooperativista; pero sí es indudable, en cambio, que si tienen éxito constituirán un serio jalón hacia la revolución socialista –que es la meta
final, lógica, de nuestra actual revolución democrático-burguesa–, toda vez
que este hecho elevará al cuadrado la energía del proletariado y su confianza en sí mismo.36
32
El semanario Combate representó la oposición al avilacamachismo y el disanciamiento de una parte de los “radicales” frente a Lombardo Toledano. Además de Bassols
y Villaseñor participaron en Combate, Manuel Mesa, Ricardo J. Zevada y Emigdio Martínez Adame. Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. II. De Avila Ca macho a Echeverría, México, Editorial Grijalbo 1976, 11-27.
33
Acerca de Crisol, dice Guillermo Sheridan, “no podía disimular que recibía patrocinio del Partido Nacional Revolucionario. Fuertemente procallista, anticlerical a rabiar,
adversa a Vasconcelos [...] Fue también una de las primeras publicaciones creadas para
vigilar la pureza del pensamiento revolucionario, tan confuso –aparte del consensado
“nacionalismo”– que permitía comulgar en el seno del BOI a protagonistas de todos los
colores políticos, incluyendo católicos vergonzantes”. Guillermo Sheridan, op. cit. 131.
34
Crisol. Revista de crítica publicada por el Bloque de Obreros Intelectuales de México, año
IV, tomo VIII , núm. 46, México 31 de octubre, 1932, 255.
Rosendo Salazar, “La manifestación única del 1º de mayo”, Crisol, Órgano del Bloque de Obreros Intelectuales de México, año IV, tomo VII, núm.41, México 31 de mayo de
1932, 262-263. Rosendo Salazar fue autor de libros como Las masas (1930) y La izquierda
(1932).
36
M. Gutiérrez B., “Administraciones obreras de las industrias”, Revolución, Órgano
del Bloque Revolucionario de la H. Cámara de Diputados”, año II, núm.5, México, mayo
1939, 2
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Para entender el abismo que mediaba entre la retórica bolchevique que circulaba en las esferas oficiales y la realidad política del país,
35
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1940 y 1941, Narciso Bassols y Víctor Manuel Villaseñor publicaron el
semanario Combate, dando continuidad a los lineamientos de Futuro que
ambos abandonaron debido a la ruptura con Lombardo Toledano.32
A partir de 1929 circuló Crisol, revista publicada por el Bloque de
Obreros Intelectuales de México (BOI), dirigida inicialmente por Miguel
D. Martínez Rendón.33 El propósito explícito de esta publicación fue “esclarecer y difundir la ideología de la revolución mexicana” después de
la “liquidación del liberalismo”. En Crisol colaboraron Gilberto Loyo,
Manuel Maples Arce, Miguel O. De Mendizabal, Francisco Mújica, Fermín Revueltas, Adolfo Ruíz Cortínes y Rosendo Salazar.34 La mayor parte de los artículos publicados en esta revista giraron en torno a tema de
las masas y su organización, pero también se discutieron las políticas
de población, la educación sexual, el indigenismo, la condición femenina y las nuevas políticas sanitarias. Un ejemplo clásico de la manera en
que Crisol presentaba a las masas y el problema de su organización es la
reseña que el sindicalista Rosendo Salazar publicó sobre la manifestación del 1 de mayo de 1932:
El dragón proletario, la infranqueable ola roja de los trabajadores del Distrito Federal, golpeó, con toda su furia, la calma de cristal del espíritu burgués de la ciudad de México [...] Rítmica, armoniosa, acorde en un todo fue
la marcha de esta colectividad, que ha dado al arte social y a la economía
RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
del mundo un esbozo del mayor espectáculo [...] Sólo Moscú puede ufanarse, quizás, de una cosa semejante[...]35
Durante el cardenismo se siguieron haciéndo declaraciones similares. Por ejemplo, la revista Revolución, órgano del Bloque Revolucionario de la H. Cámara de Diputados, reafirmaba la imagen de un proletariado que estaba a punto de tomar en sus manos el control de la
economía nacional y de destronar al capitalismo. El planteamiento central de un artículo publicado por esta revista en 1939 era que una revolución que había sido inicialmente democrático-burguesa, se convertiría
en socialista:
Si las administraciones sindicales de las industrias triunfan, nadie podrá
dudar ya de que el proletariado será capaz, llegado el momento, de tomar
en sus manos la dirección de la economía nacional, esto es erigirse en clase
que a través de la constitución de su propio Estado liquide el capitalismo y
construya el socialismo. Las administraciones obreras no despiertan en nadie la ilusión de que la sociedad burguesa puede transformarse, pacífica y
evolutivamente, en una sociedad socialista, o por lo menos en una utópica
república cooperativista; pero sí es indudable, en cambio, que si tienen éxito constituirán un serio jalón hacia la revolución socialista –que es la meta
final, lógica, de nuestra actual revolución democrático-burguesa–, toda vez
que este hecho elevará al cuadrado la energía del proletariado y su confianza en sí mismo.36
32
El semanario Combate representó la oposición al avilacamachismo y el disanciamiento de una parte de los “radicales” frente a Lombardo Toledano. Además de Bassols
y Villaseñor participaron en Combate, Manuel Mesa, Ricardo J. Zevada y Emigdio Martínez Adame. Víctor Manuel Villaseñor, Memorias de un hombre de izquierda. II. De Avila Ca macho a Echeverría, México, Editorial Grijalbo 1976, 11-27.
33
Acerca de Crisol, dice Guillermo Sheridan, “no podía disimular que recibía patrocinio del Partido Nacional Revolucionario. Fuertemente procallista, anticlerical a rabiar,
adversa a Vasconcelos [...] Fue también una de las primeras publicaciones creadas para
vigilar la pureza del pensamiento revolucionario, tan confuso –aparte del consensado
“nacionalismo”– que permitía comulgar en el seno del BOI a protagonistas de todos los
colores políticos, incluyendo católicos vergonzantes”. Guillermo Sheridan, op. cit. 131.
34
Crisol. Revista de crítica publicada por el Bloque de Obreros Intelectuales de México, año
IV, tomo VIII , núm. 46, México 31 de octubre, 1932, 255.
Rosendo Salazar, “La manifestación única del 1º de mayo”, Crisol, Órgano del Bloque de Obreros Intelectuales de México, año IV, tomo VII, núm.41, México 31 de mayo de
1932, 262-263. Rosendo Salazar fue autor de libros como Las masas (1930) y La izquierda
(1932).
36
M. Gutiérrez B., “Administraciones obreras de las industrias”, Revolución, Órgano
del Bloque Revolucionario de la H. Cámara de Diputados”, año II, núm.5, México, mayo
1939, 2
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Para entender el abismo que mediaba entre la retórica bolchevique que circulaba en las esferas oficiales y la realidad política del país,
35
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
hay que tomar en cuenta la confusión ideológica que reinaba en este
momento. Abelardo Villegas señaló que en la primera parte del siglo XX
México estaba lejos de ser un país socialista sin ser tampoco un Estado
liberal clásico, lo cual facilitó la popularización de un “marxismo poco
depurado [...] que se consideraba como la prolongación natural de la
Revolución Mexicana”.37 Luis González consideró que los políticos posrevolucionarios eran “hombres de acción”, más que de pensamiento,
que no se adhirieron completamente ni al capitalismo clásico ni al marxismo-leninismo sino que adoptaron “una actitud vagamente socializante, proletariazante, de preocupación por las masas”.38 El pragmatismo político y la preocupación por la organización de las masas
abrieron también la puerta a ideas extraídas del nacionalsocialismo y
del fascismo mussoliniano. Guillermo Sheridan señala en este sentido
que en el discurso político oficial de mediados de los años treinta, era
difícil trazar una línea clara entre fascismo y leninismo en la medida en
que a través de ambas corrientes podía ser invocada la necesidad de
organizar a las masas en la lucha contra el capitalismo.39 Hasta el final
del periodo cardenista circularon, sin embargo, sospechas y rumores de
que México se encaminaba hacia el sovietismo.40
Desde el inicio de los años veinte, las noticias acerca de las transformaciones que estaban teniendo lugar en México atravesaron la frontera
e inquietaron profundamente a los políticos y a los inversionistas norte-
americanos que expresaron temor por sus intereses.41 Al manifestar esta
inquietud y denunciar a la Constitución de 1917 como producto de la influencia comunista, los norteamericanos reforzaron el equívoco de que
en México existía un gobierno bolchevique.42 A ello contribuyó que las
primeras oleadas de porfiristas exiliados en los Estados Unidos hubieran tildado de bolchevique a la Constitución de 1917.43 No obstante, algunos observadores extranjeros pusieron en entredicho la transparencia
de la retórica utilizada por los dirigentes y los intelectuales posrevolucionarios. En 1927, un periodista norteamericano denunció el bolchevismo callista como “un medio disfrazado para la perpetuación –o mejor
dicho–, la rotación en el poder de un pequeño grupo que controla el
Abelardo Villegas, Autognosis. El pensamiento mexicano en el siglo XX, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1985, 86.
38
Luis González, Los artífices del cardenismo. Historia de la revolución mexicana (14),
Periodo 1934-1940, México, El Colegio de México, 1979, 181.
39
Guillermo Sheridan, op. cit. 121.
40
En su estudio sobre el cardenismo, Raquel Sosa sostiene que Cárdenas rechazó una
posible vinculación con el sovietismo y que no compartió la postura de intelectuales
como Narciso Bassols, Luis Chávez Orozco, Francisco Mújica o Jesús Silva Herzog. En
palabras de esta autora, “a diferencia de estos intelectuales, Cárdenas reconoció con madurez que imponer un régimen semejante a lo que se había experimentado entonces en
la patria de Lenin y de Stalin no hubiera resultado sino en una nueva guerra civil”.
Raquel Sosa Elízaga, Los Códigos Ocultos del Cardenismo: un estudio de la violencia política,
el cambio social y la continuidad institucional, México, Universidad Nacional Autónoma de
México y Plaza y Valdés Editores, 1996, 516-517.
41
Según Paco Ignacio Taibo II, los agentes del Departamento de Estado norteamericano fueron los primeros en propagar el rumor de que la revolución rusa se había extendido en México. Este rumor fue reproducido por los periódicos nacionales quienes atribuyeron las huelgas de Tampico en 1920 a la ingerencia comunista. Paco Ignacio Taibo II,
op. cit. 32.
42
Los norteamericanos que habían visto amenazados intereses económicos relacionados con el petróleo, denunciaron el bolchevismo del gobierno de Obregón y el de la
Constitución de 1917: “The United States will not recognize Obregón because his government is “Red Flag” and Bolshevik, because the Mexican radicals who unlawfully usurp
government in Mexico maintain in effect the illegal Constitution of 1917, under which
the institution of private property, the bulwark of modern civilization, is attacked and
destroyed in Mexico; because the radicals who make up the de facto government in Mexico will not comply with their international obligations and bind themselves in due legal form to protect the lives and property and rights of american citizens in Mexico in accordance with the principles of international law as recognized by every nation in the
world, except Mexico and Russia”. Anónimo, “An open letter”. “De la Huerta, the Bankers and Oil”. “The Devices of the Mexican Bolsheviks to Mislead Public Opinion in the
United States”, Petróleo, Archivo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gav.61,
inv.4490, exp.147, leg.4/7, p.7
43
Por ejemplo, Jorge Vera Estañol, antiguo dirigente del partido evolucionista y prominente intelectual vinculado a la Universidad Nacional durante el porfiriato escribió
desde el exilio en Estados Unidos: “La letra de no pocos preceptos de la Constitución de
Querétaro es bolchevique [...] El alma que anima y da vida a esa letra es todavía más bolchevique, si cabe; porque está identificada, no con el amor a la justicia sino con el despecho contra las clases no proletarias, particularmente las acomodadas”. Jorge Vera Estañol, Al margen de la Constitución de 1917, Los Ángeles, Wayside Press, 1920, 66. Véase
también, Carranza and His Bolshevik Regime, Los Ángeles, Wayside Press, 1920.
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hay que tomar en cuenta la confusión ideológica que reinaba en este
momento. Abelardo Villegas señaló que en la primera parte del siglo XX
México estaba lejos de ser un país socialista sin ser tampoco un Estado
liberal clásico, lo cual facilitó la popularización de un “marxismo poco
depurado [...] que se consideraba como la prolongación natural de la
Revolución Mexicana”.37 Luis González consideró que los políticos posrevolucionarios eran “hombres de acción”, más que de pensamiento,
que no se adhirieron completamente ni al capitalismo clásico ni al marxismo-leninismo sino que adoptaron “una actitud vagamente socializante, proletariazante, de preocupación por las masas”.38 El pragmatismo político y la preocupación por la organización de las masas
abrieron también la puerta a ideas extraídas del nacionalsocialismo y
del fascismo mussoliniano. Guillermo Sheridan señala en este sentido
que en el discurso político oficial de mediados de los años treinta, era
difícil trazar una línea clara entre fascismo y leninismo en la medida en
que a través de ambas corrientes podía ser invocada la necesidad de
organizar a las masas en la lucha contra el capitalismo.39 Hasta el final
del periodo cardenista circularon, sin embargo, sospechas y rumores de
que México se encaminaba hacia el sovietismo.40
Desde el inicio de los años veinte, las noticias acerca de las transformaciones que estaban teniendo lugar en México atravesaron la frontera
e inquietaron profundamente a los políticos y a los inversionistas norte-
americanos que expresaron temor por sus intereses.41 Al manifestar esta
inquietud y denunciar a la Constitución de 1917 como producto de la influencia comunista, los norteamericanos reforzaron el equívoco de que
en México existía un gobierno bolchevique.42 A ello contribuyó que las
primeras oleadas de porfiristas exiliados en los Estados Unidos hubieran tildado de bolchevique a la Constitución de 1917.43 No obstante, algunos observadores extranjeros pusieron en entredicho la transparencia
de la retórica utilizada por los dirigentes y los intelectuales posrevolucionarios. En 1927, un periodista norteamericano denunció el bolchevismo callista como “un medio disfrazado para la perpetuación –o mejor
dicho–, la rotación en el poder de un pequeño grupo que controla el
Abelardo Villegas, Autognosis. El pensamiento mexicano en el siglo XX, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1985, 86.
38
Luis González, Los artífices del cardenismo. Historia de la revolución mexicana (14),
Periodo 1934-1940, México, El Colegio de México, 1979, 181.
39
Guillermo Sheridan, op. cit. 121.
40
En su estudio sobre el cardenismo, Raquel Sosa sostiene que Cárdenas rechazó una
posible vinculación con el sovietismo y que no compartió la postura de intelectuales
como Narciso Bassols, Luis Chávez Orozco, Francisco Mújica o Jesús Silva Herzog. En
palabras de esta autora, “a diferencia de estos intelectuales, Cárdenas reconoció con madurez que imponer un régimen semejante a lo que se había experimentado entonces en
la patria de Lenin y de Stalin no hubiera resultado sino en una nueva guerra civil”.
Raquel Sosa Elízaga, Los Códigos Ocultos del Cardenismo: un estudio de la violencia política,
el cambio social y la continuidad institucional, México, Universidad Nacional Autónoma de
México y Plaza y Valdés Editores, 1996, 516-517.
41
Según Paco Ignacio Taibo II, los agentes del Departamento de Estado norteamericano fueron los primeros en propagar el rumor de que la revolución rusa se había extendido en México. Este rumor fue reproducido por los periódicos nacionales quienes atribuyeron las huelgas de Tampico en 1920 a la ingerencia comunista. Paco Ignacio Taibo II,
op. cit. 32.
42
Los norteamericanos que habían visto amenazados intereses económicos relacionados con el petróleo, denunciaron el bolchevismo del gobierno de Obregón y el de la
Constitución de 1917: “The United States will not recognize Obregón because his government is “Red Flag” and Bolshevik, because the Mexican radicals who unlawfully usurp
government in Mexico maintain in effect the illegal Constitution of 1917, under which
the institution of private property, the bulwark of modern civilization, is attacked and
destroyed in Mexico; because the radicals who make up the de facto government in Mexico will not comply with their international obligations and bind themselves in due legal form to protect the lives and property and rights of american citizens in Mexico in accordance with the principles of international law as recognized by every nation in the
world, except Mexico and Russia”. Anónimo, “An open letter”. “De la Huerta, the Bankers and Oil”. “The Devices of the Mexican Bolsheviks to Mislead Public Opinion in the
United States”, Petróleo, Archivo Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, APEC, gav.61,
inv.4490, exp.147, leg.4/7, p.7
43
Por ejemplo, Jorge Vera Estañol, antiguo dirigente del partido evolucionista y prominente intelectual vinculado a la Universidad Nacional durante el porfiriato escribió
desde el exilio en Estados Unidos: “La letra de no pocos preceptos de la Constitución de
Querétaro es bolchevique [...] El alma que anima y da vida a esa letra es todavía más bolchevique, si cabe; porque está identificada, no con el amor a la justicia sino con el despecho contra las clases no proletarias, particularmente las acomodadas”. Jorge Vera Estañol, Al margen de la Constitución de 1917, Los Ángeles, Wayside Press, 1920, 66. Véase
también, Carranza and His Bolshevik Regime, Los Ángeles, Wayside Press, 1920.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
país”.44 El radicalismo verbal de los políticos mexicanos fue interpretado por este observador como una manifestación más de “la ola de ultranacionalismo que ha cundido en todo el mundo”, misma que había permitido establecer vínculos entre países tan lejanos como México, Rusia
y China. El periodista identificó también diferencias sustanciales en las
formas de organización política de ambos países, pues si en la Unión Soviética el Partido Comunista era la pieza central del dominio estatal, en
México el “movimiento ultralaboral (era) el origen de la maquinaria política de Calles y la fuerza motriz de gran parte de la agitación en contra
de los extranjeros”.45 En la siguiente sección examinaremos la versión
del bolchevismo de los artistas afiliados al Partido Comunista de México quienes, más cercanos al modelo soviético pero coincidiendo en puntos sustanciales con el Estado posrevolucionario, creyeron en la posibilidad de crear una sociedad sin clases en donde la propiedad privada
habría desaparecido.
recuperados por el Estado posrevolucionario, el movimiento muralista
no estableció una ruptura tajante con una tradición anterior sino que
más bien dio continuidad a tendencias que se estaban gestando desde
la última parte del siglo XIX.47 En otras palabras, la revolución no fue la
única influencia que marcó la pintura mural. Renato González Mello ha
identificado además la influencia de la corriente espiritualista que
adaptó las propuestas de Schopenhauer y Bergson a la comprensión de
la realidad mexicana. Así, desde una perspectiva similar a la de José
Vasconcelos, los pintores concibieron la Revolución como una etapa más
de la lucha entre civilización y barbarie que conduciría a la regeneración
moral de la sociedad una vez que la violencia hubiera sido encausada a
través del arte y la educación.48 En segundo término, identifica la influencia de la mitología liberal y de los valores que le son inherentes: la
educación, el progreso, el anticlericalismo.49 Finalmente, dice González
Mello, los muralistas estuvieron también marcados por una simbología
extraída de la teosofía y de la masonería; de ahí que los murales admitan una lectura abierta al público en general y una lectura cifrada accesible sólo a un grupo de iniciados en el esoterismo.50
MURALISMO Y BOLCHEVISMO
Mientras en el ámbito político estaba consolidándose una nueva forma
de autoritarismo cuya base de apoyo era la organización corporativa de
obreros y campesinos, el Estado posrevolucionario auspició el desarrollo de un movimiento innovador en el terreno de las artes visuales: el
muralismo. El auge del movimiento muralista tuvo lugar entre 1921 y
1924, fecha en que Vasconcelos salió de la Secretaría de Educación Pública a causa de un enfrentamiento con Obregón y Calles.46 Estudios recientes en el campo de la historia del arte han establecido que a pesar de
que la revolución fue ideologizada por los muralistas y que éstos fueron
47
Isaac F. Marcosson, “El radicalismo en México”, The Saturday Evening Post, Philadelphia, P.A., 9 de abril de 1927, en Gabriela Ibarra y Hernán Gutiérrez, op. cit. 229.
45
Ibid. 236.
46
Según Jorge Alberto Manrique, la Escuela Mexicana de Pintura fue vanguardista y
revolucionaria durante este primer periodo pero después comenzó a decaer al encerrarse
en sí misma por el temor a “contaminarse” con el formalismo. Jorge Alberto Manrique,
“Otras caras del arte mexicano”, Modernidad y modernización en el arte mexicano (19201960), México, Museo Nacional de Arte, 1991, 134.
Fausto Ramírez ha demostrado que la modernidad urbana que comenzó a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XIX y que marcó la orientación de la Escuela Nacional
de Bellas Artes en donde se formaron inicialmente Rivera y Orozco, se prolongó a través
del modernismo nacionalista de las primeras décadas del siglo XX. Fausto Ramírez,
“Horizontes estéticos en México al filo del siglo XX: los años de aprendizaje de Diego Rivera (1898-1906)”, Diego Rivera. Arte y revolución, México, CONACULTA, INBA, The Cleveland Museum of Art, Ohio Arts Council, 2000, 50.
48
Renato González Mello, “Orozco in the United States: an essay on the history of
ideas”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, Nueva York-Londres, Hood Museum of Art, Darmouth College in association with W. W. Norton & Company, 2002, 25.
49
Ibid. 13.
50
González Mello ha documentado el hecho de que en los años veinte y treinta existieron lazos profundos de solidaridad entre políticos, intelectuales y artistas a través de
la filiación a la hermandad rosacruz “Quetzalcóatl”, a la cual pertenecían algunos de los
“radicales” que echaron mano de la retórica bolchevique: Ramón P. Denegri, Gilberto
Loyo, Luis L León, Jesús Silva Herzog, Eduardo Villaseñor, Manuel Gamio, Eulalia Guzmán y Diego Rivera. Véase Renato González Mello, “Diego Rivera entre la transparencia
y el secreto”, Ester Acevedo (coordinadora), Hacia otra historia del arte en México. La fabri cación del arte nacional a debate (1920-1950), tomo III, México, CONACULTA-CURARE, 2002; y
“Manuel Gamio, Diego Rivera and the politics of Mexican Anthropology”, Res 45, Har-
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país”.44 El radicalismo verbal de los políticos mexicanos fue interpretado por este observador como una manifestación más de “la ola de ultranacionalismo que ha cundido en todo el mundo”, misma que había permitido establecer vínculos entre países tan lejanos como México, Rusia
y China. El periodista identificó también diferencias sustanciales en las
formas de organización política de ambos países, pues si en la Unión Soviética el Partido Comunista era la pieza central del dominio estatal, en
México el “movimiento ultralaboral (era) el origen de la maquinaria política de Calles y la fuerza motriz de gran parte de la agitación en contra
de los extranjeros”.45 En la siguiente sección examinaremos la versión
del bolchevismo de los artistas afiliados al Partido Comunista de México quienes, más cercanos al modelo soviético pero coincidiendo en puntos sustanciales con el Estado posrevolucionario, creyeron en la posibilidad de crear una sociedad sin clases en donde la propiedad privada
habría desaparecido.
recuperados por el Estado posrevolucionario, el movimiento muralista
no estableció una ruptura tajante con una tradición anterior sino que
más bien dio continuidad a tendencias que se estaban gestando desde
la última parte del siglo XIX.47 En otras palabras, la revolución no fue la
única influencia que marcó la pintura mural. Renato González Mello ha
identificado además la influencia de la corriente espiritualista que
adaptó las propuestas de Schopenhauer y Bergson a la comprensión de
la realidad mexicana. Así, desde una perspectiva similar a la de José
Vasconcelos, los pintores concibieron la Revolución como una etapa más
de la lucha entre civilización y barbarie que conduciría a la regeneración
moral de la sociedad una vez que la violencia hubiera sido encausada a
través del arte y la educación.48 En segundo término, identifica la influencia de la mitología liberal y de los valores que le son inherentes: la
educación, el progreso, el anticlericalismo.49 Finalmente, dice González
Mello, los muralistas estuvieron también marcados por una simbología
extraída de la teosofía y de la masonería; de ahí que los murales admitan una lectura abierta al público en general y una lectura cifrada accesible sólo a un grupo de iniciados en el esoterismo.50
MURALISMO Y BOLCHEVISMO
Mientras en el ámbito político estaba consolidándose una nueva forma
de autoritarismo cuya base de apoyo era la organización corporativa de
obreros y campesinos, el Estado posrevolucionario auspició el desarrollo de un movimiento innovador en el terreno de las artes visuales: el
muralismo. El auge del movimiento muralista tuvo lugar entre 1921 y
1924, fecha en que Vasconcelos salió de la Secretaría de Educación Pública a causa de un enfrentamiento con Obregón y Calles.46 Estudios recientes en el campo de la historia del arte han establecido que a pesar de
que la revolución fue ideologizada por los muralistas y que éstos fueron
47
Isaac F. Marcosson, “El radicalismo en México”, The Saturday Evening Post, Philadelphia, P.A., 9 de abril de 1927, en Gabriela Ibarra y Hernán Gutiérrez, op. cit. 229.
45
Ibid. 236.
46
Según Jorge Alberto Manrique, la Escuela Mexicana de Pintura fue vanguardista y
revolucionaria durante este primer periodo pero después comenzó a decaer al encerrarse
en sí misma por el temor a “contaminarse” con el formalismo. Jorge Alberto Manrique,
“Otras caras del arte mexicano”, Modernidad y modernización en el arte mexicano (19201960), México, Museo Nacional de Arte, 1991, 134.
Fausto Ramírez ha demostrado que la modernidad urbana que comenzó a desarrollarse en la segunda mitad del siglo XIX y que marcó la orientación de la Escuela Nacional
de Bellas Artes en donde se formaron inicialmente Rivera y Orozco, se prolongó a través
del modernismo nacionalista de las primeras décadas del siglo XX. Fausto Ramírez,
“Horizontes estéticos en México al filo del siglo XX: los años de aprendizaje de Diego Rivera (1898-1906)”, Diego Rivera. Arte y revolución, México, CONACULTA, INBA, The Cleveland Museum of Art, Ohio Arts Council, 2000, 50.
48
Renato González Mello, “Orozco in the United States: an essay on the history of
ideas”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, Nueva York-Londres, Hood Museum of Art, Darmouth College in association with W. W. Norton & Company, 2002, 25.
49
Ibid. 13.
50
González Mello ha documentado el hecho de que en los años veinte y treinta existieron lazos profundos de solidaridad entre políticos, intelectuales y artistas a través de
la filiación a la hermandad rosacruz “Quetzalcóatl”, a la cual pertenecían algunos de los
“radicales” que echaron mano de la retórica bolchevique: Ramón P. Denegri, Gilberto
Loyo, Luis L León, Jesús Silva Herzog, Eduardo Villaseñor, Manuel Gamio, Eulalia Guzmán y Diego Rivera. Véase Renato González Mello, “Diego Rivera entre la transparencia
y el secreto”, Ester Acevedo (coordinadora), Hacia otra historia del arte en México. La fabri cación del arte nacional a debate (1920-1950), tomo III, México, CONACULTA-CURARE, 2002; y
“Manuel Gamio, Diego Rivera and the politics of Mexican Anthropology”, Res 45, Har-
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
La visión “bolchevizada” de la experiencia revolucionaria que estaba
siendo reproducida en el discurso político oficial no entró en contradicción con el contenido de los murales, en donde junto con las influencias
que acaban de ser enumeradas también fueron introducidas imágenes
de personajes emblemáticos de la Revolución rusa. Es importante señalar que hasta fines de 1924 no hubo oposición entre los muralistas y el
Estado posrevolucionario; los pintores, agrupados en el Sindicato de
Obre ros Técnicos, Pintores y Escultores,51 eran miembros del Partido Comunista y éste apoyó a Calles durante su campaña electoral confiando
en que como presidente realizaría cambios radicales.52 En forma simultánea, los muralistas declararon en el órgano del Partido Comunista, El
Machete, que la Revolución había puesto al proletariado obrero-campesino a la cabeza de una sociedad más justa, proclamando que el arte era
un producto del pueblo y para al pueblo, una manifestación antiburguesa y nacionalista que retomaba elementos de la cultura popular. A
diferencia del discurso bolchevique del Estado callista, los artistas plásticos plantearon que la Revolución había abierto la posibilidad de construir una sociedad sin clases en donde la propiedad privada y el capitalismo habrían desaparecido. Es en esta perspectiva que la imagen del
obrero aparece idealizada en las imágenes.
El Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores se disolvió
poco después de ser fundado debido a los enfrentamientos con grupos
de estudiantes anti-comunistas y por una campaña de prensa en su contra. Además, dentro del Partido Comunista habían comenzado a producirse escisiones que incidieron sobre la cohesión de los pintores, unos
más cercanos a la ortodoxia soviética y otros al anarquismo. Renato
González Mello señala que Rivera y Siqueiros viajaron juntos a la Unión
Soviética en 1927, momento en que el estaba definiéndose una estrategia hostil al agrarismo, y radical en materia de sindicatos, que Siqueiros
comprendió y Rivera ignoró completamente.53 Al regresar a México, Siqueiros buscó activamente que el Partido Comunista se apegara a la
nueva línea, lo cual provocó un endurecimiento de su estructura interna y la formación de una organización cada vez más centralizada, monolítica y “bolchevizada” en donde se multiplicaron las pugnas y las
oposiciones entre sus miembros. En este contexto, Diego Rivera fue acusado de colaborar con Calles, que hasta entonces había sido considerado un aliado.54 Durante la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana que tuvo lugar en Argentina en 1929, Rivera fue expulsado del
Partido Comunista no por simpatizar con el trotskismo, pues esto se
produjo hasta mediados de los años treinta, sino por colaborar con la
derecha. Para González Mello, la salida de Rivera del Partido Comunis-
vard University, primavera 2004, 161-185. Véanse también, Raquel Tibol, “¡Apareció la
serpiente! Diego Rivera y los rosacruces”, Proceso, México, 9 de abril, 1990; Beatriz Urías
Horcasitas, “De moral y regeneración: el programa de ‘ingeniería social’ posrevolucionario visto por las revistas masónicas, 1930-1950”, Cuicuilco, núm. 32, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005.
51
El Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores se fundó en 1923 y estuvo
integrado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero, Fermín Revueltas,
José Clemente Orozco y Carlos Mérida.
52
El rompimiento entre los comunistas y Calles se dio en los últimos meses de 1924
y los primeros de 1925. El escritor Paco Ignacio Taibo II atribuye el apoyo de los comunistas a Calles a la falta de visión y a las oscilaciones ideológicas del partido, ya que “Calles
nunca había sido más que un prolongador de la línea obregonista. Si algo había fallado,
no era el nuevo presidente, que tiraba al cesto de la basura su ropaje demagógico, sino el
mítico Calles que iba a favorecer al ‘frente único’ por arriba, cuyas últimas proposiciones
desaparecerían en diciembre de 1924. Y estas ilusiones habían sido rotas más que por los
actos de Calles o Morones, por las directrices de la Internacional Comunista”. Paco
Ignacio Taibo II, op. cit. 281.
Renato González Mello, “Diego Rivera y la izquierda”, Saber ver, núm. 4, México,
Fundación Cultural Televisa, noviembre-diciembre 1999.
54
González Mello explica en los siguientes términos la identificación que los comunistas realizaron entre Calles y Rivera: “En todo el mundo, los partidos comunistas habían recibido línea de separarse de sus antiguos aliados del ‘Frente Unido’, de los ‘oportunistas de derecha’, es decir, de los socialdemócratas. No había en México ‘reformistas’
ni ‘socialdemócratas’ pero los camaradas de Rivera encontraron a su equivalente en Plutarco Elías Calles. El Jefe Máximo de la revolución se pintaba de rojo, agitaba banderas
rojas y predecía horizontes proletarios ausentes de su práctica política. El callismo había
sido aliado del PCM en el ‘Frente Unido’ y Diego Rivera se jactaba de que cinco años antes, en 1923, él mismo había ofrecido a Calles el apoyo del PCM para su campaña presidencial. Para abundar más, la retórica de la revolución mexicana era agrarista. Esto la hacía sospechosa para los comunistas que obedecían la nueva línea de la Internacional.
Diego Rivera había participado en la dirección de la Liga Nacional Campesina y del
Bloque Obrero y Campesino; así que el Partido podía encontrar, si los buscaba, motivos
para sospechar de él”. Ibid. 32.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
La visión “bolchevizada” de la experiencia revolucionaria que estaba
siendo reproducida en el discurso político oficial no entró en contradicción con el contenido de los murales, en donde junto con las influencias
que acaban de ser enumeradas también fueron introducidas imágenes
de personajes emblemáticos de la Revolución rusa. Es importante señalar que hasta fines de 1924 no hubo oposición entre los muralistas y el
Estado posrevolucionario; los pintores, agrupados en el Sindicato de
Obre ros Técnicos, Pintores y Escultores,51 eran miembros del Partido Comunista y éste apoyó a Calles durante su campaña electoral confiando
en que como presidente realizaría cambios radicales.52 En forma simultánea, los muralistas declararon en el órgano del Partido Comunista, El
Machete, que la Revolución había puesto al proletariado obrero-campesino a la cabeza de una sociedad más justa, proclamando que el arte era
un producto del pueblo y para al pueblo, una manifestación antiburguesa y nacionalista que retomaba elementos de la cultura popular. A
diferencia del discurso bolchevique del Estado callista, los artistas plásticos plantearon que la Revolución había abierto la posibilidad de construir una sociedad sin clases en donde la propiedad privada y el capitalismo habrían desaparecido. Es en esta perspectiva que la imagen del
obrero aparece idealizada en las imágenes.
El Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores se disolvió
poco después de ser fundado debido a los enfrentamientos con grupos
de estudiantes anti-comunistas y por una campaña de prensa en su contra. Además, dentro del Partido Comunista habían comenzado a producirse escisiones que incidieron sobre la cohesión de los pintores, unos
más cercanos a la ortodoxia soviética y otros al anarquismo. Renato
González Mello señala que Rivera y Siqueiros viajaron juntos a la Unión
Soviética en 1927, momento en que el estaba definiéndose una estrategia hostil al agrarismo, y radical en materia de sindicatos, que Siqueiros
comprendió y Rivera ignoró completamente.53 Al regresar a México, Siqueiros buscó activamente que el Partido Comunista se apegara a la
nueva línea, lo cual provocó un endurecimiento de su estructura interna y la formación de una organización cada vez más centralizada, monolítica y “bolchevizada” en donde se multiplicaron las pugnas y las
oposiciones entre sus miembros. En este contexto, Diego Rivera fue acusado de colaborar con Calles, que hasta entonces había sido considerado un aliado.54 Durante la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana que tuvo lugar en Argentina en 1929, Rivera fue expulsado del
Partido Comunista no por simpatizar con el trotskismo, pues esto se
produjo hasta mediados de los años treinta, sino por colaborar con la
derecha. Para González Mello, la salida de Rivera del Partido Comunis-
vard University, primavera 2004, 161-185. Véanse también, Raquel Tibol, “¡Apareció la
serpiente! Diego Rivera y los rosacruces”, Proceso, México, 9 de abril, 1990; Beatriz Urías
Horcasitas, “De moral y regeneración: el programa de ‘ingeniería social’ posrevolucionario visto por las revistas masónicas, 1930-1950”, Cuicuilco, núm. 32, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005.
51
El Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores se fundó en 1923 y estuvo
integrado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero, Fermín Revueltas,
José Clemente Orozco y Carlos Mérida.
52
El rompimiento entre los comunistas y Calles se dio en los últimos meses de 1924
y los primeros de 1925. El escritor Paco Ignacio Taibo II atribuye el apoyo de los comunistas a Calles a la falta de visión y a las oscilaciones ideológicas del partido, ya que “Calles
nunca había sido más que un prolongador de la línea obregonista. Si algo había fallado,
no era el nuevo presidente, que tiraba al cesto de la basura su ropaje demagógico, sino el
mítico Calles que iba a favorecer al ‘frente único’ por arriba, cuyas últimas proposiciones
desaparecerían en diciembre de 1924. Y estas ilusiones habían sido rotas más que por los
actos de Calles o Morones, por las directrices de la Internacional Comunista”. Paco
Ignacio Taibo II, op. cit. 281.
Renato González Mello, “Diego Rivera y la izquierda”, Saber ver, núm. 4, México,
Fundación Cultural Televisa, noviembre-diciembre 1999.
54
González Mello explica en los siguientes términos la identificación que los comunistas realizaron entre Calles y Rivera: “En todo el mundo, los partidos comunistas habían recibido línea de separarse de sus antiguos aliados del ‘Frente Unido’, de los ‘oportunistas de derecha’, es decir, de los socialdemócratas. No había en México ‘reformistas’
ni ‘socialdemócratas’ pero los camaradas de Rivera encontraron a su equivalente en Plutarco Elías Calles. El Jefe Máximo de la revolución se pintaba de rojo, agitaba banderas
rojas y predecía horizontes proletarios ausentes de su práctica política. El callismo había
sido aliado del PCM en el ‘Frente Unido’ y Diego Rivera se jactaba de que cinco años antes, en 1923, él mismo había ofrecido a Calles el apoyo del PCM para su campaña presidencial. Para abundar más, la retórica de la revolución mexicana era agrarista. Esto la hacía sospechosa para los comunistas que obedecían la nueva línea de la Internacional.
Diego Rivera había participado en la dirección de la Liga Nacional Campesina y del
Bloque Obrero y Campesino; así que el Partido podía encontrar, si los buscaba, motivos
para sospechar de él”. Ibid. 32.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
ta puede ser interpretada como una purga debido a que para los comunistas de aquella época, “la vanguardia del proletariado no podía ser extensa, (y) deshacerse con frecuencia de un buen número de partidarios
se consideraba revolucionario y sano”.55 Después de 1929, Rivera denunció públicamente la censura que el partido había ejercido sobre sus
proyectos en la medida en que desde 1922 había tenido que someter los
bocetos de todos sus murales a la aprobación del Comité Central.56
una situación ilógica, irracional: la de un grupo de individuos que vocifera sin saber si será escuchado pero que posiblemente está manipulado
por intereses políticos que le eran totalmente ajenos.59 Finalmente, Siqueiros asoció a las masas con un comportamiento “emotivo e irracional”, representándolas como “un solo personaje gobernado por sus pasiones”, al igual que Gustave Le Bon en La psicología de las masas.
Además, dice González Mello, en la obra de Siqueiros la masa tuvo una
connotación familiar pues los trabajadores no aparecían solos sino
acompañados o seguidos por sus mujeres con los niños en brazos. En
palabras de este autor:
El tema de las masas estuvo presente en la pintura mural. Para Rivera, la representación de las masas constituyó la esencia misma del muralismo. En
una célebre declaración hecha poco antes de morir reiteró que lo que había
dado sentido y razón de ser a este movimiento, convirtiéndose además en su
más grande aportación, fue convertir a las masas en el objeto central del arte:
“[...] por primera vez en la historia del arte de la pintura monumental [...]
el muralismo mexicano, cesó de emplear como héroes centrales de ella a los
dioses, los reyes, jefes de Estado, generales heroicos, etcétera; por primera
vez en la historia del arte, repito, la pintura mural mexicana hizo héroe del
arte monumental a la masa, es decir, al hombre del campo, de las fábricas,
de las ciudades, al pueblo”.57
A diferencia de Rivera, Orozco fue un observador crítico de la experiencia revolucionaria y se pronunció en contra de la masificación del
pueblo. En 1935, después de una estancia de varios años en los Estados
Unidos, pintó dos litografías inspiradas en el tema de las masas: Mani festación y Las masas. En Las Masas, dice Raquel Tibol, “no hay cabezas
pensantes, solo bocas vociferantes. Bocas para el grito, para la aclamación”.58 La misma crítica a la masificación aparece en Manifestación, en
donde un grupo de hombres camina tras una bandera antropomorfizada. Para Tibol, la impresión que se desprende de esta imagen es la de
la composición de Siqueiros tiene, pues, dos inversiones. Por un lado, las
masas insurreccionadas son familias; no sólo trabajadores, también “mujeres del Mezquital” con sus hijos en brazos; el ámbito público se torna privado. Por el otro, la piedad, el llanto de la madre, es público, hasta el límite
de lo histórico: es la Patria llorando a sus héroes.60
La imagen visual y discursiva de un México bolchevique que entre
1920 y 1940 estaba siendo elaborada por los artistas mexicanos,61 se fortaleció a través de las miradas extranjeras. Leon Trotsky vio en la pintura de Rivera la expresión más lograda de la revolución de Octubre. En
59
Ibid. 33.
Raquel Tibol, “Prólogo”, Diego Rivera. Arte y política, Selección, prólogo, notas y datos biográficos por Raquel Tibol, Editorial Grijalbo, México 1979, 24.
57
Ibid. 27.
58
Raquel Tibol, Orozco, artista gráfico, Guanajuato, Gobierno del Estado de Guanajuato, 1984, 40.
“El primer golpe visual es el de un absurdo de letras y números. Una especie de
apoteosis de la irracionalidad. ¿Qué se pide al manifestar? Por el recodo de las burlas
Orozco hacía un llamado a la conciencia de un manifestar para qué, de un manifestar por
qué. Rechazo tajante a lo gregario, al acarreo. Actitud plausible en un país que tanto padece los acarreos en las manifestaciones públicas”. Ibid. 41.
60
Renato González Mello, “La provocación y la exhibición del cadáver” en Olivier
Debroise (coord.), Otras rutas hacia Siqueiros, México, INBA-CURARE, 1996, 80.
61
En los años treinta se formaron nuevas agrupaciones de artistas plásticos comunistas que continuaron plasmando la utopía bolchevique en el arte. En 1934, se formó la
Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), que además de internacionalista fue
antifascista y estalinista. En 1937, el grupo de artistas gráficos integrados en la LEAR se
asociaron en el Taller de la Gráfica Popular. Acerca de la LEAR dice Guillermo Sheridan
que, “sería la modalidad mexicana de historias parecidas en otros ámbitos: los frentes populares, la fraternidad con la República Española, la lenta intromisión de la metodología
marxista en los deberes y propósitos de la creación artística y literaria. Es también el capítulo cardenista de la discusión sobre las responsabilidades del escritor en la revolución
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ta puede ser interpretada como una purga debido a que para los comunistas de aquella época, “la vanguardia del proletariado no podía ser extensa, (y) deshacerse con frecuencia de un buen número de partidarios
se consideraba revolucionario y sano”.55 Después de 1929, Rivera denunció públicamente la censura que el partido había ejercido sobre sus
proyectos en la medida en que desde 1922 había tenido que someter los
bocetos de todos sus murales a la aprobación del Comité Central.56
una situación ilógica, irracional: la de un grupo de individuos que vocifera sin saber si será escuchado pero que posiblemente está manipulado
por intereses políticos que le eran totalmente ajenos.59 Finalmente, Siqueiros asoció a las masas con un comportamiento “emotivo e irracional”, representándolas como “un solo personaje gobernado por sus pasiones”, al igual que Gustave Le Bon en La psicología de las masas.
Además, dice González Mello, en la obra de Siqueiros la masa tuvo una
connotación familiar pues los trabajadores no aparecían solos sino
acompañados o seguidos por sus mujeres con los niños en brazos. En
palabras de este autor:
El tema de las masas estuvo presente en la pintura mural. Para Rivera, la representación de las masas constituyó la esencia misma del muralismo. En
una célebre declaración hecha poco antes de morir reiteró que lo que había
dado sentido y razón de ser a este movimiento, convirtiéndose además en su
más grande aportación, fue convertir a las masas en el objeto central del arte:
“[...] por primera vez en la historia del arte de la pintura monumental [...]
el muralismo mexicano, cesó de emplear como héroes centrales de ella a los
dioses, los reyes, jefes de Estado, generales heroicos, etcétera; por primera
vez en la historia del arte, repito, la pintura mural mexicana hizo héroe del
arte monumental a la masa, es decir, al hombre del campo, de las fábricas,
de las ciudades, al pueblo”.57
A diferencia de Rivera, Orozco fue un observador crítico de la experiencia revolucionaria y se pronunció en contra de la masificación del
pueblo. En 1935, después de una estancia de varios años en los Estados
Unidos, pintó dos litografías inspiradas en el tema de las masas: Mani festación y Las masas. En Las Masas, dice Raquel Tibol, “no hay cabezas
pensantes, solo bocas vociferantes. Bocas para el grito, para la aclamación”.58 La misma crítica a la masificación aparece en Manifestación, en
donde un grupo de hombres camina tras una bandera antropomorfizada. Para Tibol, la impresión que se desprende de esta imagen es la de
la composición de Siqueiros tiene, pues, dos inversiones. Por un lado, las
masas insurreccionadas son familias; no sólo trabajadores, también “mujeres del Mezquital” con sus hijos en brazos; el ámbito público se torna privado. Por el otro, la piedad, el llanto de la madre, es público, hasta el límite
de lo histórico: es la Patria llorando a sus héroes.60
La imagen visual y discursiva de un México bolchevique que entre
1920 y 1940 estaba siendo elaborada por los artistas mexicanos,61 se fortaleció a través de las miradas extranjeras. Leon Trotsky vio en la pintura de Rivera la expresión más lograda de la revolución de Octubre. En
59
Ibid. 33.
Raquel Tibol, “Prólogo”, Diego Rivera. Arte y política, Selección, prólogo, notas y datos biográficos por Raquel Tibol, Editorial Grijalbo, México 1979, 24.
57
Ibid. 27.
58
Raquel Tibol, Orozco, artista gráfico, Guanajuato, Gobierno del Estado de Guanajuato, 1984, 40.
“El primer golpe visual es el de un absurdo de letras y números. Una especie de
apoteosis de la irracionalidad. ¿Qué se pide al manifestar? Por el recodo de las burlas
Orozco hacía un llamado a la conciencia de un manifestar para qué, de un manifestar por
qué. Rechazo tajante a lo gregario, al acarreo. Actitud plausible en un país que tanto padece los acarreos en las manifestaciones públicas”. Ibid. 41.
60
Renato González Mello, “La provocación y la exhibición del cadáver” en Olivier
Debroise (coord.), Otras rutas hacia Siqueiros, México, INBA-CURARE, 1996, 80.
61
En los años treinta se formaron nuevas agrupaciones de artistas plásticos comunistas que continuaron plasmando la utopía bolchevique en el arte. En 1934, se formó la
Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), que además de internacionalista fue
antifascista y estalinista. En 1937, el grupo de artistas gráficos integrados en la LEAR se
asociaron en el Taller de la Gráfica Popular. Acerca de la LEAR dice Guillermo Sheridan
que, “sería la modalidad mexicana de historias parecidas en otros ámbitos: los frentes populares, la fraternidad con la República Española, la lenta intromisión de la metodología
marxista en los deberes y propósitos de la creación artística y literaria. Es también el capítulo cardenista de la discusión sobre las responsabilidades del escritor en la revolución
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B E AT R I Z U R Í A S H O R C A S I TA S
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un artículo publicado en inglés en la revista Partisan Review (1938) y
poco después en español en Clave, el planteamiento de Trotsky fue el siguiente:
tual y que Rivera era garante del “mito” o la “ilusión” que la Revolución
no había terminado de realizar:
en el campo de la pintura, la Revolución de Octubre ha encontrado su más
grande intérprete, no en la URSS, sino en el lejano México; no entre los “amigos” oficiales sino en la persona de un declarado “enemigo del pueblo” que
la Cuarta Internacional está orgullosa de contar entre sus miembros. Educado en las culturas artísticas de todos los pueblos, de todas las épocas, Diego Rivera ha permanecido mexicano en las más profundas fibras de su
genio. Pero lo que lo inspiró en sus magníficos frescos, lo que lo elevó por
encima de la tradición artística, en cierto sentido sobre el arte contemporáneo, sobre sí mismo, es el poderoso soplo de la Revolución proletaria. Sin
Octubre, su poder de penetración creadora en la épica del trabajo, opresión e
insurrección, nunca habría alcanzado tal extensión y profundidad. ¿Deseáis
contemplar con vuestros propios ojos los móviles ocultos de la revolución
social? Ved los frescos de Rivera. ¿Deseáis saber lo que es el arte revolucionario? Ved los frescos de Rivera [...] Tenéis ante vosotros no simplemente
una “pintura”, un objeto de contemplación estética pasiva, sino una parte
viviente de la lucha de clases. ¡Y al mismo tiempo, una obra maestra! Sólo
la juventud histórica de un país que no ha salido del estado de lucha por su
independencia nacional, ha permitido al pincel revolucionario de Rivera
emplearse en los muros de los edificios públicos de México.62
En un libro escrito en 1933, dedicado a Diego Rivera, Frank Tannenbaum advirtió que el máximo logro de la Revolución había sido espiri-
El producto principal (de la revolución) es espiritual; un descubrimiento
del pueblo mexicano de su propia dignidad, dignidad de que ellos no eran
conscientes de poseer antes y la que no se les acreditaba ni aún por los filósofos al delinear el medio. Desde este punto de vista, el más grande profeta de la Revolución Mexicana fue Diego Rivera, quien descubrió y reveló
ante el mundo la profunda dignidad y fortaleza de su pueblo. Los frescos
de Diego Rivera representan la mejor ilusión, la profunda aspiración del
pueblo común de México. Algún día, si los verdaderos ideales de la revolución pudiesen perderse en medio de los escombros por una tormenta política y por una ambición personal política, podrían ser vueltas a descubrir en
sus pinturas. Es quizás no decir mucho, pero cuanto mayor tiempo sus pinturas permanezcan sobre los muros públicos, el pueblo común tendrá más
ocasión para descubrirse en ellos, y de ese modo la revolución permanecerá
libre, por lo menos como un ideal, permanente, como una ilusión o un sueño que tiene que cumplirse.63
En términos generales, la izquierda norteamericana –integrada por
artistas, intelectuales y activistas políticos– confundió la transformación
que estaba teniendo lugar en México, y la pintura mural que la reflejaba, con el establecimiento de “lo que a distancia parecía una república
socialista, una nueva sociedad de campesinos y trabajadores”.64 La imagen proyectada hacia el exterior reforzó el mito, hacia el interior, de que
en México se estaba desarrollando una revolución proletaria que corría en paralelo a la soviética. La fascinación de los intelectuales norteamericanos con la Revolución mexicana se explica desde una doble perspectiva. Por una parte, señala González Mello, la invención de un México comunitario en donde se estaba haciendo realidad la esperada
mexicana. A partir de su alianza con el partido en el poder, ostentando su carácter cuasioficial, los intelectuales nacionalistas abrazan el discurso marxista y fantasean convertirse en administradores sancionados de la ‘ruta única’. El gobierno apoya a ese gremio
para cumplir algunos expedientes que le son útiles: acompañar el proyecto de la educación socialista, atemperar ánimos caldeados entre la pequeña burguesía ilustrada, certificar su vocación de izquierda plural y, ya en términos más prácticos aportarles operarios
a las necesidades de su doméstica agitprop”. Guillermo Sheridan, op. cit. 177-178.
62
León Trotsky, “El arte y la revolución”, Clave. Tribuna Marxista 5, México febrero
1939, 39. En el consejo editorial de Clave figuraban Adolfo Zamora, José Ferrel y Diego
Rivera.
Frank Tannenbaum, La paz por la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Colección Visiones Ajenas, 2003, 206-207.
64
John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, Anglia, Anuario
de Estudios Angloamericanos, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1968, 95-96.
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un artículo publicado en inglés en la revista Partisan Review (1938) y
poco después en español en Clave, el planteamiento de Trotsky fue el siguiente:
tual y que Rivera era garante del “mito” o la “ilusión” que la Revolución
no había terminado de realizar:
en el campo de la pintura, la Revolución de Octubre ha encontrado su más
grande intérprete, no en la URSS, sino en el lejano México; no entre los “amigos” oficiales sino en la persona de un declarado “enemigo del pueblo” que
la Cuarta Internacional está orgullosa de contar entre sus miembros. Educado en las culturas artísticas de todos los pueblos, de todas las épocas, Diego Rivera ha permanecido mexicano en las más profundas fibras de su
genio. Pero lo que lo inspiró en sus magníficos frescos, lo que lo elevó por
encima de la tradición artística, en cierto sentido sobre el arte contemporáneo, sobre sí mismo, es el poderoso soplo de la Revolución proletaria. Sin
Octubre, su poder de penetración creadora en la épica del trabajo, opresión e
insurrección, nunca habría alcanzado tal extensión y profundidad. ¿Deseáis
contemplar con vuestros propios ojos los móviles ocultos de la revolución
social? Ved los frescos de Rivera. ¿Deseáis saber lo que es el arte revolucionario? Ved los frescos de Rivera [...] Tenéis ante vosotros no simplemente
una “pintura”, un objeto de contemplación estética pasiva, sino una parte
viviente de la lucha de clases. ¡Y al mismo tiempo, una obra maestra! Sólo
la juventud histórica de un país que no ha salido del estado de lucha por su
independencia nacional, ha permitido al pincel revolucionario de Rivera
emplearse en los muros de los edificios públicos de México.62
En un libro escrito en 1933, dedicado a Diego Rivera, Frank Tannenbaum advirtió que el máximo logro de la Revolución había sido espiri-
El producto principal (de la revolución) es espiritual; un descubrimiento
del pueblo mexicano de su propia dignidad, dignidad de que ellos no eran
conscientes de poseer antes y la que no se les acreditaba ni aún por los filósofos al delinear el medio. Desde este punto de vista, el más grande profeta de la Revolución Mexicana fue Diego Rivera, quien descubrió y reveló
ante el mundo la profunda dignidad y fortaleza de su pueblo. Los frescos
de Diego Rivera representan la mejor ilusión, la profunda aspiración del
pueblo común de México. Algún día, si los verdaderos ideales de la revolución pudiesen perderse en medio de los escombros por una tormenta política y por una ambición personal política, podrían ser vueltas a descubrir en
sus pinturas. Es quizás no decir mucho, pero cuanto mayor tiempo sus pinturas permanezcan sobre los muros públicos, el pueblo común tendrá más
ocasión para descubrirse en ellos, y de ese modo la revolución permanecerá
libre, por lo menos como un ideal, permanente, como una ilusión o un sueño que tiene que cumplirse.63
En términos generales, la izquierda norteamericana –integrada por
artistas, intelectuales y activistas políticos– confundió la transformación
que estaba teniendo lugar en México, y la pintura mural que la reflejaba, con el establecimiento de “lo que a distancia parecía una república
socialista, una nueva sociedad de campesinos y trabajadores”.64 La imagen proyectada hacia el exterior reforzó el mito, hacia el interior, de que
en México se estaba desarrollando una revolución proletaria que corría en paralelo a la soviética. La fascinación de los intelectuales norteamericanos con la Revolución mexicana se explica desde una doble perspectiva. Por una parte, señala González Mello, la invención de un México comunitario en donde se estaba haciendo realidad la esperada
mexicana. A partir de su alianza con el partido en el poder, ostentando su carácter cuasioficial, los intelectuales nacionalistas abrazan el discurso marxista y fantasean convertirse en administradores sancionados de la ‘ruta única’. El gobierno apoya a ese gremio
para cumplir algunos expedientes que le son útiles: acompañar el proyecto de la educación socialista, atemperar ánimos caldeados entre la pequeña burguesía ilustrada, certificar su vocación de izquierda plural y, ya en términos más prácticos aportarles operarios
a las necesidades de su doméstica agitprop”. Guillermo Sheridan, op. cit. 177-178.
62
León Trotsky, “El arte y la revolución”, Clave. Tribuna Marxista 5, México febrero
1939, 39. En el consejo editorial de Clave figuraban Adolfo Zamora, José Ferrel y Diego
Rivera.
Frank Tannenbaum, La paz por la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Colección Visiones Ajenas, 2003, 206-207.
64
John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, Anglia, Anuario
de Estudios Angloamericanos, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1968, 95-96.
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B E AT R I Z U R Í A S H O R C A S I TA S
utopía social era compatible con la búsqueda norteamericana de valores
esenciales; vistos desde esta perspectiva, los muralistas representaban
virtudes cívicas y principios de una ética pública.65 Por otra parte, según
la interpretación de Mauricio Tenorio, el entusiasmo por la revolución
política y estética que se pensaba estaba teniendo lugar en México puede ser atribuido a que la izquierda norteamericana estaba en busca de
elementos para alimentar el desarrollo del populismo y del socialismo
marxista dentro de Estados Unidos.66 Entre los artistas y escritores extranjeros que llegaron a México en los años veinte y treinta estaban los
norteamericanos Edward Weston, Tina Modotti, Catherine Anne Porter,
Hart Crane, John Dos Passos, George Biddle, Waldo Frank, Stuart Chase, William Spratling y Alma Reed; los novelistas británicos Somerset
Maugham y D. H. Lawrence; así como los escritores franceses Rene
d’Harnoncourt, Antonin Artaud y André Breton.67
Es importante señalar que la imagen idealizada y “bolchevizada”
que los norteamericanos proyectaron acerca de los pintores muralistas68,
deja también entrever algunas de las contradicciones de estos últimos.
En sus Memorias, John Dos Passos da cuenta de algunos de los equívocos presentes en la labor de proselitismo político que los muralistas estaban llevando a cabo y que concebían como una forma de evangelización religiosa. En el relato de un viaje que hizo con el pintor Xavier
Guerrero al valle de Toluca, Dos Passos explica que los campesinos a los
que el pintor trataba de explicar el comunismo confundían a sus “enemigos de clase” –la burguesía– con los indios del pueblo vecino:
65
RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
Compartíamos la comida con los indios y dormíamos en petates sin suficientes sarapes para taparnos. El frío y las pulgas nos quitaban el sueño.
Todo en torno nuestro tenía una desnuda magnificencia escultural: las
montañas, los nopales, los magueyes, los anchos rostros de tez obscura. Yo
me sentaba a observar y a hacer bosquejos mientras Xavier, quien era el que
debería estar dibujando, difundía la doctrina de Lenin y Marx entre los
aldeanos. Hablaban mucho acerca de los enemigos. Xavier explicaba y seguía
explicando que los enemigos eran los opresores capitalistas, pero ocasionalmente salía a la luz que cuando esta gente hablaba de los enemigos, estaban pensando en los indios que vivían al otro lado de las montañas. Xavier
era tan devoto como uno de los primeros cristianos. Muchas veces he pensado qué habrá sido de él.69
Dentro de Estados Unidos, la promoción de la imagen de los muralistas por uno de los más influyentes grupos intelectuales de los años
treinta –del cual formaban parte John Dewey, Lewis Munford, Robert
Lyndt, Sydney Hook, Reinhold Niebuhr– dio lugar a que Rivera y Orozco fueran invitados a realizar obra en los Estados Unidos.70 El trabajo de
los artistas mexicanos en Estados Unidos fue a la vez objeto de atracción, escándalo y repudio, lo cual explica la destrucción del mural de
Diego Rivera en Rockefeller Center. Sin embargo, en un momento en
que numerosas galerías privadas habían tenido que cerrar sus puertas a
causa de la depresión económica de 1929, el “arte público” mexicano
subsidiado por el Estado encontró una buena acogida en los medios
artísticos.71
En la siguiente sección examinaremos la manera en que los gobernadores populistas de la región del sureste utilizaron el mito bolchevique
en el establecimiento de un nuevo equilibrio entre las regiones y el Estado central. Paradójicamente, la virulencia del bolchevismo regional
Renato González Mello, “Orozco in the United States: an essay on the history of
ideas”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, op cit. 44-45.
66
Mauricio Tenorio, “Viejos gringos: radicales norteamericanos en los años treinta y
su visión de México”, Secuencia 21, México, Instituto José María Luis Mora, septiembrediciembre 1991.
67
John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, op. cit. 98-99.
68
En 1923 el fotógrafo Edward Weston hacía esta descripción de Diego Rivera pintando y armado, como todos los sindicalistas de la época: “Su revolver, cargado con seis
balas, y la canana contrastaban con su franca sonrisa. Le llaman el Lenin de México. Los
artistas de aquí están muy próximos al movimiento comunista; no hacen política de salón”. Citado por Andrea Kettelmann, Diego Rivera, 1886-1957. Un espíritu revolucionario en
el arte moderno, Colonia, Taschen, 1997, 34.
John Dos Passos, The Best Times. An Informal Memoir, Nueva York, The New American Library, 1966, 171. La traducción está tomada de John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, op. cit. 112.
70
Alicia Azuela, “The Making and Reception of the Imaginary of Artistic and Revolutionary Mexico”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, op. cit. 213-214.
71
Ibid. 214
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utopía social era compatible con la búsqueda norteamericana de valores
esenciales; vistos desde esta perspectiva, los muralistas representaban
virtudes cívicas y principios de una ética pública.65 Por otra parte, según
la interpretación de Mauricio Tenorio, el entusiasmo por la revolución
política y estética que se pensaba estaba teniendo lugar en México puede ser atribuido a que la izquierda norteamericana estaba en busca de
elementos para alimentar el desarrollo del populismo y del socialismo
marxista dentro de Estados Unidos.66 Entre los artistas y escritores extranjeros que llegaron a México en los años veinte y treinta estaban los
norteamericanos Edward Weston, Tina Modotti, Catherine Anne Porter,
Hart Crane, John Dos Passos, George Biddle, Waldo Frank, Stuart Chase, William Spratling y Alma Reed; los novelistas británicos Somerset
Maugham y D. H. Lawrence; así como los escritores franceses Rene
d’Harnoncourt, Antonin Artaud y André Breton.67
Es importante señalar que la imagen idealizada y “bolchevizada”
que los norteamericanos proyectaron acerca de los pintores muralistas68,
deja también entrever algunas de las contradicciones de estos últimos.
En sus Memorias, John Dos Passos da cuenta de algunos de los equívocos presentes en la labor de proselitismo político que los muralistas estaban llevando a cabo y que concebían como una forma de evangelización religiosa. En el relato de un viaje que hizo con el pintor Xavier
Guerrero al valle de Toluca, Dos Passos explica que los campesinos a los
que el pintor trataba de explicar el comunismo confundían a sus “enemigos de clase” –la burguesía– con los indios del pueblo vecino:
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
Compartíamos la comida con los indios y dormíamos en petates sin suficientes sarapes para taparnos. El frío y las pulgas nos quitaban el sueño.
Todo en torno nuestro tenía una desnuda magnificencia escultural: las
montañas, los nopales, los magueyes, los anchos rostros de tez obscura. Yo
me sentaba a observar y a hacer bosquejos mientras Xavier, quien era el que
debería estar dibujando, difundía la doctrina de Lenin y Marx entre los
aldeanos. Hablaban mucho acerca de los enemigos. Xavier explicaba y seguía
explicando que los enemigos eran los opresores capitalistas, pero ocasionalmente salía a la luz que cuando esta gente hablaba de los enemigos, estaban pensando en los indios que vivían al otro lado de las montañas. Xavier
era tan devoto como uno de los primeros cristianos. Muchas veces he pensado qué habrá sido de él.69
Dentro de Estados Unidos, la promoción de la imagen de los muralistas por uno de los más influyentes grupos intelectuales de los años
treinta –del cual formaban parte John Dewey, Lewis Munford, Robert
Lyndt, Sydney Hook, Reinhold Niebuhr– dio lugar a que Rivera y Orozco fueran invitados a realizar obra en los Estados Unidos.70 El trabajo de
los artistas mexicanos en Estados Unidos fue a la vez objeto de atracción, escándalo y repudio, lo cual explica la destrucción del mural de
Diego Rivera en Rockefeller Center. Sin embargo, en un momento en
que numerosas galerías privadas habían tenido que cerrar sus puertas a
causa de la depresión económica de 1929, el “arte público” mexicano
subsidiado por el Estado encontró una buena acogida en los medios
artísticos.71
En la siguiente sección examinaremos la manera en que los gobernadores populistas de la región del sureste utilizaron el mito bolchevique
en el establecimiento de un nuevo equilibrio entre las regiones y el Estado central. Paradójicamente, la virulencia del bolchevismo regional
Renato González Mello, “Orozco in the United States: an essay on the history of
ideas”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, op cit. 44-45.
66
Mauricio Tenorio, “Viejos gringos: radicales norteamericanos en los años treinta y
su visión de México”, Secuencia 21, México, Instituto José María Luis Mora, septiembrediciembre 1991.
67
John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, op. cit. 98-99.
68
En 1923 el fotógrafo Edward Weston hacía esta descripción de Diego Rivera pintando y armado, como todos los sindicalistas de la época: “Su revolver, cargado con seis
balas, y la canana contrastaban con su franca sonrisa. Le llaman el Lenin de México. Los
artistas de aquí están muy próximos al movimiento comunista; no hacen política de salón”. Citado por Andrea Kettelmann, Diego Rivera, 1886-1957. Un espíritu revolucionario en
el arte moderno, Colonia, Taschen, 1997, 34.
John Dos Passos, The Best Times. An Informal Memoir, Nueva York, The New American Library, 1966, 171. La traducción está tomada de John Brown, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, op. cit. 112.
70
Alicia Azuela, “The Making and Reception of the Imaginary of Artistic and Revolutionary Mexico”, José Clemente Orozco in the United States, 1927-1934, op. cit. 213-214.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
atemperó los alcances del bolchevismo de centro, contrarrestando la
tendencia a establecer una forma de totalitarismo centralista con un Estado fusionado a una clase burocrática con posiciones de privilegio.
un momento en que el Estado central era todavía endeble y en que las
elites regionales trataban de reconvertir las bases de la lucha armada en
una nueva forma de populismo?
Los “césares rojos” del sureste –Adalberto Tejeda, Felipe Carrillo
Puerto, Tomás Garrido Canabal– accedieron al poder gracias a la rebelión de Agua Prieta y fueron respaldados por Álvaro Obregón. Se apoyaron en grupos organizados de obreros y campesinos para instaurar
regímenes que se caracterizaron por su populismo y su anticlericalismo.
Su objetivo fue desplazar a las oligarquías tradicionales que durante la
última parte del siglo XIX habían rechazado y cerrado opciones a las clases bajas y medias. Los nuevos regímenes populistas movilizaron a
grandes grupos de la población utilizando el resentimiento que las clases populares habían acumulado en contra de la dictadura oligárquica
derrocada por la Revolución de 1910. Las instituciones gubernamentales, partidos y sindicatos dentro de los cuales las clases bajas y medias
quedaron encuadradas fueron la fuente de poder de estos gobernadores, fungiendo también como mecanismos eficaces de control social.
Además de los partidos y los sindicatos, los movimientos populares que
se desarrollaron en Yucatán, Veracruz y Tabasco se articularon a través
de las llamadas ligas de resistencia, ligas de comunidades y cooperativas que fueron el canal a través del cual los partidos populistas arraigaron a nivel local. Todas estas agrupaciones manifestaron su adhesión a
los caudillos, apoyándolos en la lucha en contra la “reacción” y exaltando el nacionalismo revolucionario.74 Algunos observadores extranjeros
percibieron la retórica bolchevique puesta en marcha tanto en el centro
como en las regiones como un indicio de la configuración de un nuevo
autoritarismo. Tal es el caso de un periodista italiano invitado a México
en 1928: “En México no hay bolchevismo [...] México es en este momento un feudo de la segunda internacional social-masónica, gobernado por
LOS “CÉSARES ROJOS” EN LA REGIÓN DEL SURESTE
Además de generar a una nueva clase política que quedó al frente del
Estado central, la Revolución favoreció la consolidación de cacicazgos
locales y regionales.72 Interpretaciones históricas recientes han demostrado que el campesinado que había participado en la guerra civil sin resolver sus demandas de tierra, desempeñó un papel clave tanto en la
definición de la estructura del nuevo Estado como en la formación de
estos poderes regionales.73 Según estos estudios entre 1920 y 1940, tuvieron lugar permanentes tensiones y alianzas entre los presidentes (Obregón, Calles y Cárdenas) y los caudillos regionales que animaron el radicalismo anticlerical. ¿Qué papel jugó el “bolchevismo” en los estados en
72
Jean Meyer plantea que el orden político posrevolucionario estuvo basado en la
rearticulación de la red de “jefes políticos” que existió en el porfiriato: “el poder absoluto pudo renacer con una facilidad prodigiosa para adquirir una fuerza que nunca había
tenido bajo el viejo César (Porfirio Díaz). La columna vertebral del sistema fue la administración heredada de los “jefes políticos” del Porfiriato, multiplicada por 10 en efectivos y eficiencia. El cacique revolucionario nació de la influencia de las necesidades del
Estado y de las necesidades personales del grupo que se había apoderado de él. Encarna
la sed de poder y el hambre de riquezas que la revolución despertó o estimuló entre los
frustrados del Porfiriato. El cacique fue general revolucionario, líder sindical, hombre
político, comisario ejidal, etc. Este tipo sociopolítico se establece en todos los niveles”.
Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, op. cit. 278-279.
73
“Los campesinos no sólo fueron los soldados de la Revolución violenta sino los pilares del nuevo Estado. Mientras más de cerca se analiza la participación de las regiones
en la Revolución, más importantes resultan las clases populares. La de los veinte fue una
década de transición en la cual los campesinos se desempeñaron como guerreros en diversas rebeliones nacionales (aunque con base regional) y en innumerables conflictos locales, así como partidarios organizados de los primeros caudillos populistas –Adalberto
Tejeda, entre otros– y del entonces Estado nacional encabezado por Lázaro Cárdenas”.
Mark Wasserman, “Introducción” en Thomas Benjamin y Mark Wasserman, coords., His toria regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910 y 1929, México, CONACULTA,
1992, 22-23.
Según Carlos Martínez Assad, los tres grandes caudillos –Adalberto Tejeda, Felipe
Carrillo Puerto, Tomás Garrido Canabal– estuvieron rodeados por una “constelación de
caciques menores” cuya presencia fue muy importante en la articulación de los sistemas
de control político. Carlos Martínez Assad, Los sentimientos de la región. Del viejo centralis mo a la nueva pluralidad, México, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana y Editorial Océano, 2001, 91.
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atemperó los alcances del bolchevismo de centro, contrarrestando la
tendencia a establecer una forma de totalitarismo centralista con un Estado fusionado a una clase burocrática con posiciones de privilegio.
un momento en que el Estado central era todavía endeble y en que las
elites regionales trataban de reconvertir las bases de la lucha armada en
una nueva forma de populismo?
Los “césares rojos” del sureste –Adalberto Tejeda, Felipe Carrillo
Puerto, Tomás Garrido Canabal– accedieron al poder gracias a la rebelión de Agua Prieta y fueron respaldados por Álvaro Obregón. Se apoyaron en grupos organizados de obreros y campesinos para instaurar
regímenes que se caracterizaron por su populismo y su anticlericalismo.
Su objetivo fue desplazar a las oligarquías tradicionales que durante la
última parte del siglo XIX habían rechazado y cerrado opciones a las clases bajas y medias. Los nuevos regímenes populistas movilizaron a
grandes grupos de la población utilizando el resentimiento que las clases populares habían acumulado en contra de la dictadura oligárquica
derrocada por la Revolución de 1910. Las instituciones gubernamentales, partidos y sindicatos dentro de los cuales las clases bajas y medias
quedaron encuadradas fueron la fuente de poder de estos gobernadores, fungiendo también como mecanismos eficaces de control social.
Además de los partidos y los sindicatos, los movimientos populares que
se desarrollaron en Yucatán, Veracruz y Tabasco se articularon a través
de las llamadas ligas de resistencia, ligas de comunidades y cooperativas que fueron el canal a través del cual los partidos populistas arraigaron a nivel local. Todas estas agrupaciones manifestaron su adhesión a
los caudillos, apoyándolos en la lucha en contra la “reacción” y exaltando el nacionalismo revolucionario.74 Algunos observadores extranjeros
percibieron la retórica bolchevique puesta en marcha tanto en el centro
como en las regiones como un indicio de la configuración de un nuevo
autoritarismo. Tal es el caso de un periodista italiano invitado a México
en 1928: “En México no hay bolchevismo [...] México es en este momento un feudo de la segunda internacional social-masónica, gobernado por
LOS “CÉSARES ROJOS” EN LA REGIÓN DEL SURESTE
Además de generar a una nueva clase política que quedó al frente del
Estado central, la Revolución favoreció la consolidación de cacicazgos
locales y regionales.72 Interpretaciones históricas recientes han demostrado que el campesinado que había participado en la guerra civil sin resolver sus demandas de tierra, desempeñó un papel clave tanto en la
definición de la estructura del nuevo Estado como en la formación de
estos poderes regionales.73 Según estos estudios entre 1920 y 1940, tuvieron lugar permanentes tensiones y alianzas entre los presidentes (Obregón, Calles y Cárdenas) y los caudillos regionales que animaron el radicalismo anticlerical. ¿Qué papel jugó el “bolchevismo” en los estados en
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Jean Meyer plantea que el orden político posrevolucionario estuvo basado en la
rearticulación de la red de “jefes políticos” que existió en el porfiriato: “el poder absoluto pudo renacer con una facilidad prodigiosa para adquirir una fuerza que nunca había
tenido bajo el viejo César (Porfirio Díaz). La columna vertebral del sistema fue la administración heredada de los “jefes políticos” del Porfiriato, multiplicada por 10 en efectivos y eficiencia. El cacique revolucionario nació de la influencia de las necesidades del
Estado y de las necesidades personales del grupo que se había apoderado de él. Encarna
la sed de poder y el hambre de riquezas que la revolución despertó o estimuló entre los
frustrados del Porfiriato. El cacique fue general revolucionario, líder sindical, hombre
político, comisario ejidal, etc. Este tipo sociopolítico se establece en todos los niveles”.
Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, op. cit. 278-279.
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“Los campesinos no sólo fueron los soldados de la Revolución violenta sino los pilares del nuevo Estado. Mientras más de cerca se analiza la participación de las regiones
en la Revolución, más importantes resultan las clases populares. La de los veinte fue una
década de transición en la cual los campesinos se desempeñaron como guerreros en diversas rebeliones nacionales (aunque con base regional) y en innumerables conflictos locales, así como partidarios organizados de los primeros caudillos populistas –Adalberto
Tejeda, entre otros– y del entonces Estado nacional encabezado por Lázaro Cárdenas”.
Mark Wasserman, “Introducción” en Thomas Benjamin y Mark Wasserman, coords., His toria regional de la Revolución mexicana. La provincia entre 1910 y 1929, México, CONACULTA,
1992, 22-23.
Según Carlos Martínez Assad, los tres grandes caudillos –Adalberto Tejeda, Felipe
Carrillo Puerto, Tomás Garrido Canabal– estuvieron rodeados por una “constelación de
caciques menores” cuya presencia fue muy importante en la articulación de los sistemas
de control político. Carlos Martínez Assad, Los sentimientos de la región. Del viejo centralis mo a la nueva pluralidad, México, Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana y Editorial Océano, 2001, 91.
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RETÓRICA, F ICCIÓN Y E SPEJISMO
un Herriot en las botas de un general mexicano y grupo de caciques feudales en traje de ‘camarada’, que son ya gobernadores de los estados, ya
generales jefes de región militar, ya senadores y diputados”.75
El primero de los experimentos populistas en la región del sureste
fue el de Salvador Alvarado en Yucatán entre 1915 y 1918. Enviado por
Carranza, Alvarado fundó en 1916 el Partido Socialista Obrero, que un
año después se convertiría en el Partido Socialista de Yucatán.76 Además
de este trabajo de organización partidista, Alvarado puso en marcha
una campaña de moralización que condenaba el alcoholismo y la prostitución, e implantó un sistema educativo llamado “racionalista” que se
difundió ampliamente durante los años veinte.77 Como muchos políticos de la época, Alvarado se declaró “bolchevique” y fue acusado de
ello por sus opositores.78 Por ejemplo, Bernardino Mena Brito explicaba
en un libro titulado Bolchevismo y democracia en México que Alvarado había buscado implantar en Yucatán el “primer movimiento bolchevique
de América”. Su interpretación acerca de este fenómeno era que ante el
temor de verse sustituidos por gobiernos civiles, los militares como Alvarado habían buscado instaurar regímenes populares que fortalecieran
el militarismo. Su arraigo en la sociedad provenía tanto de la creación
de una compleja trama de organizaciones políticas y sociales como de la
represión. Acerca del papel de la represión, dice Mena Brito:
75
¿Quién ignora la fuerza funesta y absorbente de las organizaciones obreras
oficiales, la destructora misión de las calamitosas comisiones locales agrarias, formadas ellas y sostenidas por las autoridades siempre afiliadas al
partido gobiernista; y quien desconoce también la política de crimen usada
por estos dos siniestros factores que, aviesamente, se han desarrollado al calor de los hombres más corrompidos y perversos de la Revolución?.79
Citado por Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, op. cit. 138.
La interpretación de Francisco José Paoli y Enrique Montalvo es que a partir del
Primer Congreso Socialista en 1918 el Partido Socialista de Yucatán se transformó de populista a popular. Es, sin embargo, discutible que el movimiento hubiera logrado cobrar
verdadera autonomía frente a sus organizadores. Francisco José Paoli y Enrique Montalvo, El socialismo olvidado de Yucatán (elementos para una reinterpretación de la Revolución me xicana), México, Siglo XXI Editores, 1977, 61.
77
El énfasis en la moral y la educación de las clases proletarias fue objeto de “libros
de lectura” que se difundieron en Yucatán en los años veinte. En 1922, Serapio Baqueiro
escribió uno de estos manuales. En él recorre diversos aspectos de la vida social y familiar yucateca a través de la figura de un padre que va señalando a su hijo los valores que
deberían articular el nuevo orden social: el rechazo al alcoholismo, la asistencia a la universidad popular, la solidaridad en la fábrica y en el campo, el trabajo filantrópico, el
nuevo papel de la mujer, etc. En la visita a la biblioteca el padre muestra al niño las obras
de Rousseau y los enciclopedistas franceses, además de las de Tolstoi, Gorki y Lenin,
“que con el impulso de sus ideas redentoras sacaron a Rusia de las tinieblas bárbaras del
terrorismo, haciéndole avanzar siglos por la senda del progreso y de la civilización”. Serapio Baqueiro, Historia de una familia socialista, Libro de lectura, Mérida, Editorial de los
Talleres “Pluma y lápiz”, 1922, 49.
78
Para Gilbert M. Joseph lo que estaba detrás del “bolchevismo” de Alvarado era
una “mezcla clásica de la modernización y la moralización característica de los reformadores burgueses”. Sin embargo, “Alvarado se creía socialista (y) en cierta ocasión, en
1920, llegó a decir en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México que él había sido,
era y seguiría siendo bolchevique”. Gilbert M. Joseph, Revolución desde afuera. Yucatán,
México y los Estados Unidos, 1880-1924, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 127.
Bernardino Mena Brito, Bolchevismo y democracia en México. Pugna entre dos partidos
políticos en Yucatán, durante la revolución constitucionalista, Segunda edición, 1933 (sin editorial ni lugar de edición), p. 11.
80
Según Joseph el proyecto de Carrillo Puerto planteaba el siguiente “dilema”: “analizaba las dificultades de una revolución social desde arriba y advertía que sólo un movimiento masivo, que movilizara a los grupos y las clases sociales alrededor de una ideo-
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Temeroso de la fuerza de la red de organizaciones populares promovidas por Alvarado y receloso de la autonomía que había cobrado el
Partido Socialista en Yucatán, el mismo Carranza precipitó la caída de
Alvarado utilizando un Partido Liberal encabezado por el citado Bernardino Mena Brito. Durante un periodo breve, los liberales subieron al
poder y entretanto el Partido Socialista quedó bajo la dirección de un
nuevo líder popular, Felipe Carrillo Puerto, que fue elegido gobernador
en 1922. Como dirigente del estado, Carrillo Puerto profundizó y radicalizó las transformaciones iniciadas por Alvarado. La hipótesis de Gilbert M. Joseph es que mientras Alvarado impulsó un proyecto de revolución burguesa articulada “desde afuera”, Carrillo Puerto se puso a la
cabeza de un movimiento más ambicioso que pretendía realizar una revolución radical “desde dentro”.80 Para ello, entre 1922 y 1924 Carrillo
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un Herriot en las botas de un general mexicano y grupo de caciques feudales en traje de ‘camarada’, que son ya gobernadores de los estados, ya
generales jefes de región militar, ya senadores y diputados”.75
El primero de los experimentos populistas en la región del sureste
fue el de Salvador Alvarado en Yucatán entre 1915 y 1918. Enviado por
Carranza, Alvarado fundó en 1916 el Partido Socialista Obrero, que un
año después se convertiría en el Partido Socialista de Yucatán.76 Además
de este trabajo de organización partidista, Alvarado puso en marcha
una campaña de moralización que condenaba el alcoholismo y la prostitución, e implantó un sistema educativo llamado “racionalista” que se
difundió ampliamente durante los años veinte.77 Como muchos políticos de la época, Alvarado se declaró “bolchevique” y fue acusado de
ello por sus opositores.78 Por ejemplo, Bernardino Mena Brito explicaba
en un libro titulado Bolchevismo y democracia en México que Alvarado había buscado implantar en Yucatán el “primer movimiento bolchevique
de América”. Su interpretación acerca de este fenómeno era que ante el
temor de verse sustituidos por gobiernos civiles, los militares como Alvarado habían buscado instaurar regímenes populares que fortalecieran
el militarismo. Su arraigo en la sociedad provenía tanto de la creación
de una compleja trama de organizaciones políticas y sociales como de la
represión. Acerca del papel de la represión, dice Mena Brito:
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¿Quién ignora la fuerza funesta y absorbente de las organizaciones obreras
oficiales, la destructora misión de las calamitosas comisiones locales agrarias, formadas ellas y sostenidas por las autoridades siempre afiliadas al
partido gobiernista; y quien desconoce también la política de crimen usada
por estos dos siniestros factores que, aviesamente, se han desarrollado al calor de los hombres más corrompidos y perversos de la Revolución?.79
Citado por Jean Meyer, La Revolución Mexicana, 1910-1940, op. cit. 138.
La interpretación de Francisco José Paoli y Enrique Montalvo es que a partir del
Primer Congreso Socialista en 1918 el Partido Socialista de Yucatán se transformó de populista a popular. Es, sin embargo, discutible que el movimiento hubiera logrado cobrar
verdadera autonomía frente a sus organizadores. Francisco José Paoli y Enrique Montalvo, El socialismo olvidado de Yucatán (elementos para una reinterpretación de la Revolución me xicana), México, Siglo XXI Editores, 1977, 61.
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El énfasis en la moral y la educación de las clases proletarias fue objeto de “libros
de lectura” que se difundieron en Yucatán en los años veinte. En 1922, Serapio Baqueiro
escribió uno de estos manuales. En él recorre diversos aspectos de la vida social y familiar yucateca a través de la figura de un padre que va señalando a su hijo los valores que
deberían articular el nuevo orden social: el rechazo al alcoholismo, la asistencia a la universidad popular, la solidaridad en la fábrica y en el campo, el trabajo filantrópico, el
nuevo papel de la mujer, etc. En la visita a la biblioteca el padre muestra al niño las obras
de Rousseau y los enciclopedistas franceses, además de las de Tolstoi, Gorki y Lenin,
“que con el impulso de sus ideas redentoras sacaron a Rusia de las tinieblas bárbaras del
terrorismo, haciéndole avanzar siglos por la senda del progreso y de la civilización”. Serapio Baqueiro, Historia de una familia socialista, Libro de lectura, Mérida, Editorial de los
Talleres “Pluma y lápiz”, 1922, 49.
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Para Gilbert M. Joseph lo que estaba detrás del “bolchevismo” de Alvarado era
una “mezcla clásica de la modernización y la moralización característica de los reformadores burgueses”. Sin embargo, “Alvarado se creía socialista (y) en cierta ocasión, en
1920, llegó a decir en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México que él había sido,
era y seguiría siendo bolchevique”. Gilbert M. Joseph, Revolución desde afuera. Yucatán,
México y los Estados Unidos, 1880-1924, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 127.
Bernardino Mena Brito, Bolchevismo y democracia en México. Pugna entre dos partidos
políticos en Yucatán, durante la revolución constitucionalista, Segunda edición, 1933 (sin editorial ni lugar de edición), p. 11.
80
Según Joseph el proyecto de Carrillo Puerto planteaba el siguiente “dilema”: “analizaba las dificultades de una revolución social desde arriba y advertía que sólo un movimiento masivo, que movilizara a los grupos y las clases sociales alrededor de una ideo-
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Temeroso de la fuerza de la red de organizaciones populares promovidas por Alvarado y receloso de la autonomía que había cobrado el
Partido Socialista en Yucatán, el mismo Carranza precipitó la caída de
Alvarado utilizando un Partido Liberal encabezado por el citado Bernardino Mena Brito. Durante un periodo breve, los liberales subieron al
poder y entretanto el Partido Socialista quedó bajo la dirección de un
nuevo líder popular, Felipe Carrillo Puerto, que fue elegido gobernador
en 1922. Como dirigente del estado, Carrillo Puerto profundizó y radicalizó las transformaciones iniciadas por Alvarado. La hipótesis de Gilbert M. Joseph es que mientras Alvarado impulsó un proyecto de revolución burguesa articulada “desde afuera”, Carrillo Puerto se puso a la
cabeza de un movimiento más ambicioso que pretendía realizar una revolución radical “desde dentro”.80 Para ello, entre 1922 y 1924 Carrillo
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trató de articular un verdadero partido de masas y multiplicar las unidades o ligas de resistencia en todos los pueblos y comunidades del estado. Además, dice el mismo autor, Carrillo tendió a una mayor concentración del poder y no hesitó en usar la violencia para lograr sus fines:
además de quedar a la cabeza del gobierno estatal y de conservar el cargo de presidente del partido, Carrillo organizó una policía secreta dirigida por su hermano que eliminó a numerosos opositores.81 El discurso
de este líder regional fue, como lo muestra esta declaración hecha en
1920, abiertamente bolchevique:
fue etiquetado de “bolchevismo” cuando estalló la Revolución rusa.83
Dice este autor que Tomás Garrido Canabal asimiló el ejemplo de los socialistas yucatecos y del anticlericalismo tejedista en Veracruz. Al igual
que otros gobernadores radicales del sureste, Garrido emergió políticamente al adherirse al Plan de Agua Prieta, convirtiéndose después en
un apoyo incondicional del callismo.84 En Tabasco el movimiento anticlerical fue violento debido a las acciones de los Camisas Rojas, grupos
de choque que impusieron el garridismo a sangre y fuego extremando
sus acciones durante las campañas de desfanatización religiosa, así
como a la fuerza con que se impuso la educación racionalista inspirada
en las ideas del anarquista español Francisco Ferrer Guardia.85 Dice
Martínez Assad que los dos medios utilizados por Garrido Canabal
para erradicar la religión del Estado de Tabasco fueron la violencia y el
terror: “con la primera despojó de imágenes religiosas a los particulares,
con el terror atemorizó a la población al grado de tener que aceptar
prácticas irreverentes y sentirse obligada a participar en las quemas de
santos, y en la destrucción de iglesias. La obscenidad fue un recurso empleado en todos los actos públicos”.86
Elementos similares pueden ser identificados en Veracruz durante
los años veinte, en donde el gobernador Adalberto Tejeda impulsó la
formación de organizaciones radicales de tipo socialista y anarquista.
Además de un anticlericalismo exacerbado que se reflejó tanto en la
educación como en la difusión de los principios de la eugenesia para
el mejoramiento de las razas y a la promoción de la educación sexual, el
Si los comerciantes monopolizan provisiones y ustedes no tienen pan, vayan a las tiendas, echen abajo las puertas y saqueen todos los productos.
Vamos a dinamitar la Cámara de Diputados, clausurar el Senado y acabar
con la Suprema Corte. ¡Ya basta de manifestaciones pacíficas! ¡Ya basta de
chácharas huecas! Debemos implantar los principios de los bolcheviques.
Vamos a izar la bandera roja [...] En lugar de tocar las campanas el domingo, vamos a fundirlas para hacer monedas de bronce. Si hay necesidad, vamos a derribar y destruir para construir los altos ideales del comunismo. La
distribución de la tierra, un aumento de salarios, son cosas que sólo pueden
obtenerse por la fuerza, no con manifestaciones pacíficas.82
Entre 1922 y 1935, Tomás Garrido Canabal articuló en Tabasco un
proyecto de factura autoritaria y anticlerical, similar al yucateco,. Para
Carlos Martínez Assad, el jacobinismo garridista se alimentó de las corrientes secularizadoras que venían de la época de la Reforma liberal, y
83
logía revolucionaria coherente y una agenda cuidadosamente formulada, tenía algunas
posibilidades de éxito. Pero la creación de una base revolucionaria amplia se llevaría
tiempo, más tiempo quizá del que disponía, considerando los poderosos oponentes y
obstáculos que se le enfrentaban”. Gilbert M. Joseph, Revolución desde afuera. Yucatán,
México y los Estados Unidos, 1880-1924, op. cit. 228-229.
81
Franco Savarino confirma lo establecido por Joseph acerca de la violencia desplegada por Carrillo Puerto a través de la policía secreta controlada por su hermano. Gilbert, M. Joseph, op. cit. 235; Franco Savarino Roggero, Pueblos y nacionalismo, del régimen
oligárquico a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1997, 399.
82
Citado por Gilbert Joseph, op. cit. 233-234.
Para Martínez Assad, jacobinismo y bolchevismo encontraron “su más concreta
significación en el radicalismo anticlerical, del que se hacen sinónimos”. Propone que “el
“jacobinismo” había correspondido a una primera etapa de la Revolución mexicana,
(mientras) el concepto de “bolchevismo” sólo será conocido en los años posteriores a la
revolución soviética, estableciéndose un paralelo que las circunstancias históricas hacían
inevitable”. Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución. El Tabasco garridista,
México, Siglo XXI Editores, 1979, 26 y 22.
84
Ibid. 30-31.
85
Véase Carlos Martínez Assad, Antología En el país de la autonomía. La escuela moder na, México, Secretaría de Educación Pública, Ediciones El Caballito, 1985; Antología. Los
Lunes Rojos. La educación racionalista en México, México, Secretaría de Educación Pública,
Ediciones El Caballito, 1986.
86
Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución, op. cit. 198.
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trató de articular un verdadero partido de masas y multiplicar las unidades o ligas de resistencia en todos los pueblos y comunidades del estado. Además, dice el mismo autor, Carrillo tendió a una mayor concentración del poder y no hesitó en usar la violencia para lograr sus fines:
además de quedar a la cabeza del gobierno estatal y de conservar el cargo de presidente del partido, Carrillo organizó una policía secreta dirigida por su hermano que eliminó a numerosos opositores.81 El discurso
de este líder regional fue, como lo muestra esta declaración hecha en
1920, abiertamente bolchevique:
fue etiquetado de “bolchevismo” cuando estalló la Revolución rusa.83
Dice este autor que Tomás Garrido Canabal asimiló el ejemplo de los socialistas yucatecos y del anticlericalismo tejedista en Veracruz. Al igual
que otros gobernadores radicales del sureste, Garrido emergió políticamente al adherirse al Plan de Agua Prieta, convirtiéndose después en
un apoyo incondicional del callismo.84 En Tabasco el movimiento anticlerical fue violento debido a las acciones de los Camisas Rojas, grupos
de choque que impusieron el garridismo a sangre y fuego extremando
sus acciones durante las campañas de desfanatización religiosa, así
como a la fuerza con que se impuso la educación racionalista inspirada
en las ideas del anarquista español Francisco Ferrer Guardia.85 Dice
Martínez Assad que los dos medios utilizados por Garrido Canabal
para erradicar la religión del Estado de Tabasco fueron la violencia y el
terror: “con la primera despojó de imágenes religiosas a los particulares,
con el terror atemorizó a la población al grado de tener que aceptar
prácticas irreverentes y sentirse obligada a participar en las quemas de
santos, y en la destrucción de iglesias. La obscenidad fue un recurso empleado en todos los actos públicos”.86
Elementos similares pueden ser identificados en Veracruz durante
los años veinte, en donde el gobernador Adalberto Tejeda impulsó la
formación de organizaciones radicales de tipo socialista y anarquista.
Además de un anticlericalismo exacerbado que se reflejó tanto en la
educación como en la difusión de los principios de la eugenesia para
el mejoramiento de las razas y a la promoción de la educación sexual, el
Si los comerciantes monopolizan provisiones y ustedes no tienen pan, vayan a las tiendas, echen abajo las puertas y saqueen todos los productos.
Vamos a dinamitar la Cámara de Diputados, clausurar el Senado y acabar
con la Suprema Corte. ¡Ya basta de manifestaciones pacíficas! ¡Ya basta de
chácharas huecas! Debemos implantar los principios de los bolcheviques.
Vamos a izar la bandera roja [...] En lugar de tocar las campanas el domingo, vamos a fundirlas para hacer monedas de bronce. Si hay necesidad, vamos a derribar y destruir para construir los altos ideales del comunismo. La
distribución de la tierra, un aumento de salarios, son cosas que sólo pueden
obtenerse por la fuerza, no con manifestaciones pacíficas.82
Entre 1922 y 1935, Tomás Garrido Canabal articuló en Tabasco un
proyecto de factura autoritaria y anticlerical, similar al yucateco,. Para
Carlos Martínez Assad, el jacobinismo garridista se alimentó de las corrientes secularizadoras que venían de la época de la Reforma liberal, y
83
logía revolucionaria coherente y una agenda cuidadosamente formulada, tenía algunas
posibilidades de éxito. Pero la creación de una base revolucionaria amplia se llevaría
tiempo, más tiempo quizá del que disponía, considerando los poderosos oponentes y
obstáculos que se le enfrentaban”. Gilbert M. Joseph, Revolución desde afuera. Yucatán,
México y los Estados Unidos, 1880-1924, op. cit. 228-229.
81
Franco Savarino confirma lo establecido por Joseph acerca de la violencia desplegada por Carrillo Puerto a través de la policía secreta controlada por su hermano. Gilbert, M. Joseph, op. cit. 235; Franco Savarino Roggero, Pueblos y nacionalismo, del régimen
oligárquico a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1997, 399.
82
Citado por Gilbert Joseph, op. cit. 233-234.
Para Martínez Assad, jacobinismo y bolchevismo encontraron “su más concreta
significación en el radicalismo anticlerical, del que se hacen sinónimos”. Propone que “el
“jacobinismo” había correspondido a una primera etapa de la Revolución mexicana,
(mientras) el concepto de “bolchevismo” sólo será conocido en los años posteriores a la
revolución soviética, estableciéndose un paralelo que las circunstancias históricas hacían
inevitable”. Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución. El Tabasco garridista,
México, Siglo XXI Editores, 1979, 26 y 22.
84
Ibid. 30-31.
85
Véase Carlos Martínez Assad, Antología En el país de la autonomía. La escuela moder na, México, Secretaría de Educación Pública, Ediciones El Caballito, 1985; Antología. Los
Lunes Rojos. La educación racionalista en México, México, Secretaría de Educación Pública,
Ediciones El Caballito, 1986.
86
Carlos Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución, op. cit. 198.
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gobierno tejedista puso en marcha un proyecto de política popular que
implicó la movilización y la organización masiva de trabajadores que animaron movimientos obreros de gran envergadura en el puerto de Veracruz. Con ello, señalan Romana Falcón y Soledad García, el gobernador
Tejeda abrió la participación política a “actores antiguamente excluidos:
los trabajadores del campo y de la ciudad. Teñidos por marcados tintes
de extremismo ideológico, los escaños más bajos de la sociedad demandaron en todos los tonos una vida más decorosa”.87
Los movimientos populistas, que se reclamaron bolcheviques en
mayor o menor grado, aparecieron en diferentes regiones del país después de la revolución y, según Heather Fowler-Salamini, deben ser vistos en conjunto. Ninguno de ellos favoreció el establecimiento de la
democracia en el nivel local, pero todos ellos fueron “laboratorios experimentales” de modelos de organización política que desafiaron el autoritarismo del centro.88 En suma, estos experimentos políticos utilizaron
a la movilización popular como eje de la configuración de un nuevo orden en donde las elites locales y regionales buscaron fortalecerse frente
al centro. Paradójicamente, los cacicazgos regionales desplegaron formas
de autoritarismo equiparables a las de los gobiernos centrales, utilizando de manera más estratégica el elemento de la movilización popular.
mada.89 El nuevo Estado tomó bajo su mano el control de la situación sin
tener claridad acerca de cual era su orientación ideológica, lo cual explica que algunas propuestas de organización corporativa de tipo mussoliniano coexistieran con un imaginario político que tomaba como punto
de referencia a la Revolución soviética.
¿Cómo explicar que en medio de esta confusión no llegara a instaurarse en México un totalitarismo centralizado sino una forma durable
de autoritarismo? Más allá de que la alternancia presidencial después de
la derrota del callismo no favoreció la permanencia en el poder de un líder surgido de los movimientos populares, responder a esta pregunta
nos lleva a considerar en primer lugar que los conflictos entre el centro
y las regiones frenaron el desarrollo de una organización totalitaria articulada por un Estado central. Otro punto sobre el cual también hay
que reflexionar es que si bien después de la Revolución apareció una
nueva casta de administradores y de burócratas que detentó privilegios
y prebendas a través del partido, los sindicatos y las instituciones gubernamentales, no llegó a consumarse una verdadera fusión entre el Estado y dicha casta. Esto, a pesar de la amplitud y profundidad de las
redes de corrupción en las que ambos participaron. Según la interpretación de Claude Lefort, la fusión entre el poder político y la casta de administradores es un elemento necesario para la realización de un proyecto de dominación totalitaria, en la medida en que este tipo de
dominación no puede desarrollarse sin que exista una complicidad
entre Estado y sociedad. El último aspecto a considerar es que el imaginario de una revolución bolchevique fue objeto de una fuerte oposición
por parte de diversos sectores de la sociedad mexicana.90 Esto representó una limitación para que la sociedad llegara a pensarse unida al Esta-
CONCLUSIÓN
En 1933, el historiador norteamericano Frank Tannenbaum escribió que
el rasgo distintivo del movimiento revolucionario mexicano fue haber
traído incidentalmente al centro del escenario político a “masas” que
habían desechado el liberalismo sin contar con ideas, planes o programas para poner en práctica una vez terminado el periodo de la lucha ar-
89
Romana Falcón y Soledad García, La semilla en el surco. Adalberto Tejeda y el radicalis mo en Veracruz, 1883-1960, México, El Colegio de México y Gobierno del Estado de Veracruz, 1986, 120.
88
Heather Fowler-Salamini, “De-centering the 1920’s: Socialismo a la Tamaulipeca”,
Mexican Studies/ Estudios Mexicanos, vol. 14 (2), Los Ángeles, The University of California
Press, verano 1998, 326-327.
Frank Tannenbaum, La paz por la Revolución, op. cit., véase capítulo XI, “El levantamiento de las masas”, 135-151.
90
El imaginario bolchevique no tuvo aceptación unánime sino que suscitó resistencia y oposición en diversos estratos sociales y políticos. Desde una perspectiva cercana al
liberalismo, Manuel Gómez Morín denunció la corrupción de la camarilla política que se
había adueñado del poder con la Revolución y su manera de manipular a las masas en la
consolidación de un régimen autoritario. En el ámbito literario, Jorge Cuesta puso en evidencia la decadencia de la vida política en el periodo posrevolucionario y la corrupción
de una clase política que, escudándose en posiciones bolcheviques y fascistas, había dado
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gobierno tejedista puso en marcha un proyecto de política popular que
implicó la movilización y la organización masiva de trabajadores que animaron movimientos obreros de gran envergadura en el puerto de Veracruz. Con ello, señalan Romana Falcón y Soledad García, el gobernador
Tejeda abrió la participación política a “actores antiguamente excluidos:
los trabajadores del campo y de la ciudad. Teñidos por marcados tintes
de extremismo ideológico, los escaños más bajos de la sociedad demandaron en todos los tonos una vida más decorosa”.87
Los movimientos populistas, que se reclamaron bolcheviques en
mayor o menor grado, aparecieron en diferentes regiones del país después de la revolución y, según Heather Fowler-Salamini, deben ser vistos en conjunto. Ninguno de ellos favoreció el establecimiento de la
democracia en el nivel local, pero todos ellos fueron “laboratorios experimentales” de modelos de organización política que desafiaron el autoritarismo del centro.88 En suma, estos experimentos políticos utilizaron
a la movilización popular como eje de la configuración de un nuevo orden en donde las elites locales y regionales buscaron fortalecerse frente
al centro. Paradójicamente, los cacicazgos regionales desplegaron formas
de autoritarismo equiparables a las de los gobiernos centrales, utilizando de manera más estratégica el elemento de la movilización popular.
mada.89 El nuevo Estado tomó bajo su mano el control de la situación sin
tener claridad acerca de cual era su orientación ideológica, lo cual explica que algunas propuestas de organización corporativa de tipo mussoliniano coexistieran con un imaginario político que tomaba como punto
de referencia a la Revolución soviética.
¿Cómo explicar que en medio de esta confusión no llegara a instaurarse en México un totalitarismo centralizado sino una forma durable
de autoritarismo? Más allá de que la alternancia presidencial después de
la derrota del callismo no favoreció la permanencia en el poder de un líder surgido de los movimientos populares, responder a esta pregunta
nos lleva a considerar en primer lugar que los conflictos entre el centro
y las regiones frenaron el desarrollo de una organización totalitaria articulada por un Estado central. Otro punto sobre el cual también hay
que reflexionar es que si bien después de la Revolución apareció una
nueva casta de administradores y de burócratas que detentó privilegios
y prebendas a través del partido, los sindicatos y las instituciones gubernamentales, no llegó a consumarse una verdadera fusión entre el Estado y dicha casta. Esto, a pesar de la amplitud y profundidad de las
redes de corrupción en las que ambos participaron. Según la interpretación de Claude Lefort, la fusión entre el poder político y la casta de administradores es un elemento necesario para la realización de un proyecto de dominación totalitaria, en la medida en que este tipo de
dominación no puede desarrollarse sin que exista una complicidad
entre Estado y sociedad. El último aspecto a considerar es que el imaginario de una revolución bolchevique fue objeto de una fuerte oposición
por parte de diversos sectores de la sociedad mexicana.90 Esto representó una limitación para que la sociedad llegara a pensarse unida al Esta-
CONCLUSIÓN
En 1933, el historiador norteamericano Frank Tannenbaum escribió que
el rasgo distintivo del movimiento revolucionario mexicano fue haber
traído incidentalmente al centro del escenario político a “masas” que
habían desechado el liberalismo sin contar con ideas, planes o programas para poner en práctica una vez terminado el periodo de la lucha ar-
89
Romana Falcón y Soledad García, La semilla en el surco. Adalberto Tejeda y el radicalis mo en Veracruz, 1883-1960, México, El Colegio de México y Gobierno del Estado de Veracruz, 1986, 120.
88
Heather Fowler-Salamini, “De-centering the 1920’s: Socialismo a la Tamaulipeca”,
Mexican Studies/ Estudios Mexicanos, vol. 14 (2), Los Ángeles, The University of California
Press, verano 1998, 326-327.
Frank Tannenbaum, La paz por la Revolución, op. cit., véase capítulo XI, “El levantamiento de las masas”, 135-151.
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El imaginario bolchevique no tuvo aceptación unánime sino que suscitó resistencia y oposición en diversos estratos sociales y políticos. Desde una perspectiva cercana al
liberalismo, Manuel Gómez Morín denunció la corrupción de la camarilla política que se
había adueñado del poder con la Revolución y su manera de manipular a las masas en la
consolidación de un régimen autoritario. En el ámbito literario, Jorge Cuesta puso en evidencia la decadencia de la vida política en el periodo posrevolucionario y la corrupción
de una clase política que, escudándose en posiciones bolcheviques y fascistas, había dado
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do bajo la imagen de un gran cuerpo colectivo en donde la empresa totalitaria podría llegar a encarnarse .91
Sin embargo, el bolchevismo proclamado por la clase política, elaborado simbólicamente por los muralistas y reproducido por los gobernadores socialistas en diferentes contextos regionales fue funcional políticamente. Entre 1920 y 1940 proporcionó, en efecto, un juego de
referencias que además de promover la organización y la movilización
de las masas, favoreció la instauración de mecanismos de control sobre
los grupos populares. La reproducción y la aceptación de esta retórica
por parte de dichos grupos quizá pueda ser atribuida al hecho de que
mediante la participación en las organizaciones sociales y políticas controladas por el Estado, las mayorías llegaron a creer que al fin accedían
a la igualdad y a la unidad: “En busca de este instante feliz, en que ninguno es m á s, ninguno mejor que otro, los hombres se convierten en masa”,
escribió Elías Canetti en Masa y poder.92 Consideradas en esta perspectiva,
las tres formas de bolchevismo que han sido analizadas fueron algo más
que demagogia: fueron instrumentos de legitimación y de control de regímenes que ofrecieron soluciones ficticias y provisionales al problema
de instaurar condiciones de igualdad política, económica y social para
toda la población. Sin embargo, más allá de la retórica política, las condi-
ciones de vida de una parte mayoritaria de la población empeoraron a lo
largo del siglo XX, y en años recientes las “masas” dejaron además de estar cobijadas y controladas por los mecanismos del antiguo sistema corporativo. Sin posibilidades reales de acceder a un sistema basado en la
equidad, la respuesta a esta marginación creciente parece ser la violencia.
BIBLIOGRAFÍA
la espalda al liberalismo. Para este autor, el dogmatismo ideológico de los regímenes
emanados de la Revolución había provocado la desaparición del pensamiento político
crítico y la manifestación de toda forma de oposición. Esta misma convicción fue compartida por algunos individuos formados dentro del liberalismo, que nunca llegaron a
agruparse en una corriente política que pudiera hacer frente al grupo en el poder. Algunos de ellos habían participado en la Revolución sin lograr una inserción en el nuevo
contexto político, como Luis Cabrera. Otros eran intelectuales comprometidos con la libertad de expresión en la Universidad, como Antonio Caso, que no lograron articular
una alternativa política viable durante la primera mitad del siglo XX. Finalmente, en el
otro extremo del espectro político, grupos significativos de católicos inconformes con los
planteamientos y la retórica de los regímenes posrevolucionarios denunciaron las medidas impuestas por un Estado “ateo” que había traicionado los valores que habían definido a la nacionalidad mexicana desde la Independencia.
91
Estas percepciones acerca del totalitarismo han sido desarrolladas por Claude Lefort en su libro más reciente. Véase Claude Lefort, La complication. Retour sur le communisme, París, Fayard, 1999.
92
Elías Canetti, Masa y poder, Barcelona, Muchnik Editores, 1985, 13.
AGUILAR CAMÍN, Héctor, “La revolución que vino del norte”, Saldos de la revolu ción, México, Editorial Océano, 1985.
BAQUEIRO, Serapio Historia de una familia socialista, Libro de lectura, Mérida, Editorial de los Talleres “Pluma y lápiz”, 1922.
BARTRA, Roger, “¿Lombardo o Revueltas?”, La democracia ausente, México, Editorial Grijalbo, 1986.
BROWN, John, “Exuberancia mexicano-norteamericana 1920-1940”, A n g l i a,
Anuario de Estudios Angloamericanos, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1968.
CALLES, Plutarco E., “Las políticas del México de hoy”, Foreign Affairs 5 (1), Nueva York, octubre de 1926, en Gabriela Ibarra y Hernán Gutiérrez, Plutarco
Elías Calles y la prensa norteamericana, México, Secretaría de Hacienda, 1982.
CANETTI, Elías, Masa y poder, Barcelona, Muchnik Editores, 1985.
CARR, Barry, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Ediciones Era,
1996. pp. 29-91
Crisol. Revista de crítica publicada por el Bloque de Obreros Intelectuales de México,
año IV, tomo VIII, num.46, México 31 de octubre, 1932.
CUADROS CALDAS, Julio, México soviet, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1926; El co munismo criollo, Puebla, Santiago Loyo Editor, 1930.
DE LA FUENTE, Fernando, “El comunismo y el Estado patrón”, El comunismo. De fensa mínima del ideal revolucionario mexicano sintetizado en la carta de 1917,
Prólogo de Luis Cabrera, México, Editorial Cultura, 1933.
DOS PASSOS, John, The Best Times. An Informal Memoir, Nueva York, The New
American Library, 1966.
FALCÓN, Romana y GARCÍA, Soledad, La semilla en el surco. Adalberto Tejeda y el ra dicalismo en Veracruz, 1883-1960, México, El Colegio de México y Gobierno
del Estado de Veracruz, 1986.
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do bajo la imagen de un gran cuerpo colectivo en donde la empresa totalitaria podría llegar a encarnarse .91
Sin embargo, el bolchevismo proclamado por la clase política, elaborado simbólicamente por los muralistas y reproducido por los gobernadores socialistas en diferentes contextos regionales fue funcional políticamente. Entre 1920 y 1940 proporcionó, en efecto, un juego de
referencias que además de promover la organización y la movilización
de las masas, favoreció la instauración de mecanismos de control sobre
los grupos populares. La reproducción y la aceptación de esta retórica
por parte de dichos grupos quizá pueda ser atribuida al hecho de que
mediante la participación en las organizaciones sociales y políticas controladas por el Estado, las mayorías llegaron a creer que al fin accedían
a la igualdad y a la unidad: “En busca de este instante feliz, en que ninguno es m á s, ninguno mejor que otro, los hombres se convierten en masa”,
escribió Elías Canetti en Masa y poder.92 Consideradas en esta perspectiva,
las tres formas de bolchevismo que han sido analizadas fueron algo más
que demagogia: fueron instrumentos de legitimación y de control de regímenes que ofrecieron soluciones ficticias y provisionales al problema
de instaurar condiciones de igualdad política, económica y social para
toda la población. Sin embargo, más allá de la retórica política, las condi-
ciones de vida de una parte mayoritaria de la población empeoraron a lo
largo del siglo XX, y en años recientes las “masas” dejaron además de estar cobijadas y controladas por los mecanismos del antiguo sistema corporativo. Sin posibilidades reales de acceder a un sistema basado en la
equidad, la respuesta a esta marginación creciente parece ser la violencia.
BIBLIOGRAFÍA
la espalda al liberalismo. Para este autor, el dogmatismo ideológico de los regímenes
emanados de la Revolución había provocado la desaparición del pensamiento político
crítico y la manifestación de toda forma de oposición. Esta misma convicción fue compartida por algunos individuos formados dentro del liberalismo, que nunca llegaron a
agruparse en una corriente política que pudiera hacer frente al grupo en el poder. Algunos de ellos habían participado en la Revolución sin lograr una inserción en el nuevo
contexto político, como Luis Cabrera. Otros eran intelectuales comprometidos con la libertad de expresión en la Universidad, como Antonio Caso, que no lograron articular
una alternativa política viable durante la primera mitad del siglo XX. Finalmente, en el
otro extremo del espectro político, grupos significativos de católicos inconformes con los
planteamientos y la retórica de los regímenes posrevolucionarios denunciaron las medidas impuestas por un Estado “ateo” que había traicionado los valores que habían definido a la nacionalidad mexicana desde la Independencia.
91
Estas percepciones acerca del totalitarismo han sido desarrolladas por Claude Lefort en su libro más reciente. Véase Claude Lefort, La complication. Retour sur le communisme, París, Fayard, 1999.
92
Elías Canetti, Masa y poder, Barcelona, Muchnik Editores, 1985, 13.
AGUILAR CAMÍN, Héctor, “La revolución que vino del norte”, Saldos de la revolu ción, México, Editorial Océano, 1985.
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DE LA FUENTE, Fernando, “El comunismo y el Estado patrón”, El comunismo. De fensa mínima del ideal revolucionario mexicano sintetizado en la carta de 1917,
Prólogo de Luis Cabrera, México, Editorial Cultura, 1933.
DOS PASSOS, John, The Best Times. An Informal Memoir, Nueva York, The New
American Library, 1966.
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FECHA DE RECEPCIÓN DEL ARTÍCULO: 26 DE JUNIO DE 2004
FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 28 DE SEPTIEMBRE DE 2004
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