Las enfermedades orgánicas y los psicoanalistas

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Las enfermedades orgánicas y los psicoanalistas
Mireya Zapata Tarragona
En este trabajo se aborda la relación de los psicoanalistas con la enfermedad orgánica.
Se plantean las siguientes hipótesis: la negación que los psicoanalistas han hecho de
la enfermedad y la muerte propias; se toma como ejemplo paradigmático a Freud y sus
enfermedades. Se postula una especie de represión biográfica que la mayoría de los
estudiosos del fundador del psicoanálisis han hecho de este aspecto de su vida. Se
hace una relación de sus trastornos en los diferentes momentos de su vida y de su
producción teórica. Este trabajo se inscribe dentro de la investigación “Entre lo
propio y lo ajeno. Una aproximación a las enfermedades autoinmunes”, aprobada por
el Consejo Divisional de Ciencias Sociales de la UAM-Xochimilco.
EN ESTE TRABAJO SE PLANTEA una problemática relacionada fundamentalmente con las enfermedades orgánicas, específicamente las psicosomáticas y la muerte de los psicoanalistas. Se parte de la hipótesis de la
negación psíquica que los psicoanalistas han hecho de la enfermedad y
la muerte propias.1
Paradójicamente, la enfermedad orgánica y la muerte han acompañado al psicoanálisis desde su origen. Por esta razón, en este trabajo el
enfermo es Freud, fundador del psicoanálisis.
Los estudios sobre las enfermedades de Freud son muy pocos, sobre
todo si se toma en cuenta la enorme producción que existe con relación
a su vida y su obra. La motivación que subyace a estudiar al paciente
Freud es la investigación “Entre lo propio y lo ajeno. Aproximación a
las enfermedades autoinmunes”, aprobada por el Consejo Divisional
de la División de Ciencias Sociales de la UAM-Xochimilco, este trabajo
forma parte de la misma.
Por lo tanto, en este trabajo se presenta una parte de la vida del
fundador del psicoanálisis en un aspecto poco abordado: el enfermo
1
Esta hipótesis también fue planteada en un artículo propio titulado “Cuando el
analista se enferma”, publicado en Cuadernos de Psicoanálisis, sólo que se centraba en
aspectos técnicos de la práctica analítica cuando el analista se enferma.
ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2003 • UAM-X • MÉXICO • 2004 • PP. 454-463
Las enfermedades orgánicas y los psicoanalistas
Freud y algunas de sus enfermedades, y pretende colaborar en la
discusión sobre una serie de indicios para pensar el trabajo fundacional
de Freud y las enfermedades que lo acompañaron en su larga vida. Por
supuesto que no se trata de hacer una relación directa con la obra, sino
sólo de acotar la producción conceptual con los momentos vitales de
Freud, específicamente con los que tienen que ver con sus enfermedades.
La enfermedad del analista y su muerte es un hecho que ha sido
poco estudiado y fundamentalmente negado. Al hacer este recorrido
resulta asombrosa la enorme cantidad de síntomas, específicamente
psicosomáticos que padeció Freud a lo largo de su vida incluido el cáncer
que puso fin a la misma.
Todos los psicoanalistas estamos interesados en la vida de Freud y por
lo tanto es inevitable tomar contacto con las diferentes molestias y
enfermedades desde los primeros años de su vida adulta y enfrentarnos
con la enfermedad cancerosa que lo aquejó durante 16 años. El fundador
del psicoanálisis, Sigmund Freud, fue un enfermo crónico, y debido a
cierta identificación con él, los analistas tenemos que pensar el hecho de
la enfermedad y la muerte de nosotros mismos. Se podría pensar que los
psicoanalistas creemos que por estar analizados no tendremos una
enfermedad orgánica relacionada íntimamente con nuestro psiquismo,
lo cual abre la puerta para pensar el narcisismo del psicoanalista.
Freud es, en cierta medida, también uno de los fundadores de la
psicosomática, disciplina que al entender la enfermedad orgánica pone
en primer plano el devenir psíquico del paciente. Resulta interesante
que su médico privado, que lo trató del cáncer, Max Schur, se convirtiera
en un psicoanalista especializado en los trastornos psicosomáticos, y que
el mismo camino recorriera su primer médico de cabecera, Félix Deutch,
quien se convirtiera en un impulsor de la medicina psicosomática en
Estados Unidos (Kollbrünner, 2002).
El paciente Freud
Como todos sabemos, Freud nació en 1856, un año después nace su
hermano Julius, quien muere el mismo año de 1858, cuando nace su
hermana Anna; resulta interesante que Julius lleva el mismo nombre
de su tío materno muerto, como un homenaje, ya que tanto el nacimiento como la muerte se suceden con una diferencia de pocos meses.
En ese momento Sigmund tiene sentimientos de culpa y poco tiempo
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después de morir su hermano menor sufre un accidente al caer de un
taburete mientras buscaba dulces, la herida ameritó sutura y la cicatriz
cubierta por la barba será una marca permanente de esa etapa temprana.
La herida es en la mandíbula derecha que muchos años después le será
extirpada casi totalmente (Theodor Reik, citado por Kollbrünner, 2002).
Entre 1867 y 1880, es decir entre los 12 y los 25 años, sufre de agorafobia
y acompaña a su madre tuberculosa a estadías de cura en Roznau, se
enamora de Gisela, estudia medicina y trabaja como asistente de
investigación con Carl Claus y Ernest Brüke; traba amistad con Fleischl
y Breuer. Parece que en esta época se inicia su adicción a la nicotina,
pues en octubre de 1880 le escribe a su amigo Silvestein: “mañana
empiezan mis cursos y estaré en mi casa fumando de mi pipa que me he
comprado” (Freud, 1997).
A partir de 1881 los trastornos de Freud se instalan para no abandonarlo
jamás. Freud obtiene su doctorado en medicina y este es el año en que
Anna O es tratada por Breuer. Se presenta neurastenia y altibajos
emocionales con fuertes trastornos intestinales (Kollbrünner, 2002).
Su compromiso con Martha, en 1882, inicia un gran intercambio
epistolar donde da cuenta, entre otras cosas, de sus enfermedades. En
agosto de ese año tiene una fuerte angina que durante varios días le
impidió hablar y comer, así le reporta su novia su recuperación: “un
hambre gigantesca como la de un animal que despierta de un sueño
invernal” (ibid.), ese mismo año tiene fiebre tifoidea leve.
El primero de mayo de 1883 es nombrado Sekundarantz en la clínica
psiquiátrica de Meynert, abandona la casa paterna y se inician las fuertes
migrañas. Le escribe a su prometida el 4 de octubre:
28 de agosto de 1883
Mi querida niña, puedo imaginarme por qué no he tenido ninguna carta
tuya hoy, hace dos días recibiste la noticia de que estaba nuevamente enfermo
[...] Me encuentro bien de nuevo, me alegra de que no pensaba en ti con
menos cariño ni aun en los peores días [ibid.].
Cuando está realizando los estudios sobre la cocaína escribe:
19 de marzo de 1884
Por la mañana estuve acostado, presa de los más terribles dolores; entonces
me mire en el espejo hasta que llegó a darme horror mi barba, la rabia fue
aumentando y al fin solté espumarajos de ira. Decidí que ya no tenía ciática
y que volvería a ser persona y me abstendría del lujo de estar enfermo [ibid.].
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En otra carta donde describe sus estudios sobre la cocaína, dice:
“estoy tomando regularmente dosis muy pequeñas (de cocaína) contra
la depresión y la indigestión con el más brillante de los resultados (25/
V/1884, ibid.).
Y antes de salir a estudiar con Charcot le escribe a Martha: “Cuando
me llegó la carta tenía migraña, que por cierto ya es la tercera vez en
esta semana”.
Durante sus estudios en París tiene una leve viruela y en su correspondencia se queja de la ciudad y de sus habitantes, sólo Sara Bernhardt
recibe elogios pero con un agregado:
Cada porción de su menuda figura está llena de vida y hasta de hechizo.
Sus caricias, sus ruegos y sus abrazos; las posturas que adopta, el modo en
que se enrosca a los hombres, la manera que tiene de actuar con todos y cada
uno de sus miembros, con todas y cada una de sus articulaciones [...] Por
fidelidad a la verdad histórica, permíteme añadir que de nuevo tuve que
pagar caro este entretenimiento, con un fuerte ataque de jaqueca [Jones,
citado por Kollbrünner, 2002].
En el año en que nace su hijo Martín se presentan los primeros
trastornos del ritmo cardiaco y mientras escribe “La Afasia” tiene nudos
reumáticos; cuando nace Oliver tiene arritmia con presión y ardor en
la zona cardiaca, dolores en el brazo izquierdo y miedo a la muerte.
En una carta a Fliess le dice:
19 de abril de 1894
Los trastorno orgánicos se han atenuado desde hace dos días; el talante
lipemaniaco (depresivo) persiste [...] Es que para el médico que se afana el
día entero en comprender la neurosis, resulta penoso no saber si la depresión que padece es lógica o hipocondríaca. Me resulta doloroso percibir
que en caso de una enfermedad crónica no podría contar con la ciencia, al
estar tan incapacitado para trabajar y [...] Martha no es confidente de mis
delirios de muerte [ibid.].
Es el año de “Las neuropsicosis de defensa” y después de escribir el
“manuscrito E” sobre la angustia, le vuelve a escribir: ”me perturbaría
que se tratara de una reacción hipocondríaca, pero carezco de criterios
para decidir si es así o no” (22/6/1894, ibid.).
Año con año podemos encontrar depresión, trastornos cardíacos,
miedo a la muerte. La redacción de “La interpretación de los sueños”,
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está atravesada por parálisis para escribir y depresión, y mientras trata
a Dora tiene miedo a la muerte. En los años siguientes tiene problemas
intestinales importantes, se desmaya ante Fleiss y Jung, desmayos que
son definidos por Freud como “un poco de neurosis” (Rodrígue, 1996)
y en 1898 se opera de un forúnculo en el escroto.
Mientras escribe “Moisés de Miguel Ángel”, en 1914, presenta una
inquietante molestia intestinal por lo que se le practica una rectoscopia
con el objetivo de descartar un carcinoma y aquí se instala el miedo al
cáncer, nueve años antes del diagnóstico de cáncer de paladar. Durante
este periodo Freud escribe “La represión”, “Duelo y melancolía”, “Más
allá del principio del placer”, “Psicología de las masas y análisis del yo”,
entre otras obras.
Cuando conoce a Groddeck, en 1917 y durante un periodo de abstinencia de tabaco, presenta una hinchazón dolorosa en el paladar que
desaparece cuando vuelve a fumar.
Groddeck, padre de la psicosomática, escribirá a propósito del cáncer:
Cuanto mayor es el conflicto interno del ser humano, tanto más severas son
las enfermedades [...] si la forma leve del malestar no es suficiente para
resolver o para reprimir el conflicto, el ello recurre a una forma más severa
[...] a la enfermedad crónica, a la parálisis, al cáncer y a la tuberculosis, que
socavan lentamente las fuerzas y por último la muerte [Groddeck, 1923].
En los tres años anteriores al diagnóstico fatal hay fundamentales
acontecimientos en la vida de Freud. En 1919 se suicida Tausk, al año
siguiente muere de cáncer su amigo y mecenas del psicoanálisis Antón
Von Freund y su más querida hija Sophie, en 1922 su nieto Heinele hermano
menor del protagonista del juego del carrete.
En el año de la redacción y publicación de El yo y el ello (Freud 1923),
se le diagnostica cáncer.
La negación de los psicoanalistas
Estudiar lo que se puede nombrar como el episodio del cáncer da cuenta
de los efectos de la negación de la enfermedad del analista, de Freud y
de los analistas mismos. Rodrigué (1996) lo llama “una renegación
colectiva”. Este pasaje de la vida de Freud está documentado en muchas
partes, pero en pocos textos se cuestiona el efecto de esta renegación
en los analistas cercanos a él, después del diagnóstico fatal.
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El primero de estos efectos es haberle omitido a Freud que tenía
cáncer y no una tumoración benigna, enseguida la elección del cirujano,
de triste memoria, Markus Hajek, quien parece haber sido paciente de
Freud y por el que corría una ambivalencia transferencial no resuelta.
Hajek se convertirá en el chivo emisario, sin que esto elimine al personaje
tan menor y pésimo cirujano que era y del que tanto Freud como sus
discípulos tenían noticias. La operación tan mal realizada, así como su
comportamiento hacia Kafka, quien también fuera su paciente, lo han
hecho pasar a la historia. Sin embargo, “la actitud de los protagonistas
de este drama, el comportamiento de Deutch, la familia, los discípulos
y el propio Freud” (Rodrigué, 1996) resulta asombrosa. Tampoco es
comprensible la autorización para el viaje a Roma en compañía de Anna,
sabiendo de la existencia de una recidiva y ocultándosela a Freud. La
posterior elección de Pichler y Schur, cambia un poco el panorama.
El 7 de noviembre se sometió a la ligadura de ambos vasos seminales
y tuvo sesiones de radioterapia.
El 2 de enero reanuda su trabajo en el consultorio con 6 pacientes
diarios. Las prótesis, bautizadas como “el monstruo”, no se adaptaban;
con una de ellas no podía comer, con la otra hablar y con la otra fumar.
Comer le producía dolores, su habla tenía un sonido nasal, padecía un
permanente ruido en los oídos y había sufrido la pérdida casi total de
la audición del oído derecho a raíz del daño de la trompa de Eustaquio
y de una infección crónica en la zona. El diván y su sillón debieron ser
cambiados de lugar.
Entre los años de 1923 y 1928 Freud visita más de 350 veces a su
médico el doctor Pichler (Kollbrünner, 2002).
En su correspondencia Freud da cuenta de su padecer:
1924. Comer, beber y hablar siguen siendo tareas que exigen un esfuerzo
constante de mi parte. Hay tantas sensaciones engañosas, cambian su
localización e intensidad en tal medida que sigue habiendo suficiente
terreno para vagas aprensiones [Freud, op. cit.].
Lo adecuado sería abandonar toda tarea y toda obligación, y esperar en un
rincón tranquilo el fin natural [Schur, 1980].
1925. Noto cómo se forma gradualmente sobre mí una corteza de indiferencia, y recojo este hecho sin que me surja queja alguna. Es una cosa natural el
comenzar a ser inorgánico [Schur, 1980].
1926. Usted podrá comprender que entre esta conjunción de cosas —el
peligro de la incapacidad de trabajar por la dificultad para hablar y para oir,
por una parte y por otra el agotamiento intelectual— no puedo sentirme
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descontento con mi corazón, ya que su afección abre sobre mi la perspectiva
de un final no dilatado ni demasiado desdichado [Freud, op. cit.].
Los acontecimientos de los siguientes 16 años están en las biografías,
pero en muy pocas se abordan estos acontecimientos desde una
perspectiva dinámica.
Se podría pensar en el efecto de una especie de represión biográfica,
pues la mayoría de los biógrafos no se preguntan sobre la etiología del
cáncer desde la perspectiva de la psico-oncología, es decir desde la
psicosomática psicoanalítica. Son muy pocos los trabajos que se
preguntan sobre la aparición de la enfermedad cancerosa con relación
a las épocas tempranas de la vida de Freud y sobre todo alrededor del
vínculo con su madre. En casi todas las biografías el carcinoma es un
enemigo, un ajeno, que viene de fuera y el único factor causal que se
menciona es el tabaquismo, como si Freud no nos hubiera enseñado
que el ajeno es uno mismo. A pesar de que Freud se refería al cáncer
como “mi querida formación nueva”, y que después de 16 años de
estar enfermo le escribiera a Arnold Zweig: “Ya no hay duda de que se
trata de mi querido viejo cáncer, con el que he estado compartiendo mi
existencia durante dieciséis años”.
Según Kolbrünner (2002), esta omisión de las enfermedades de Freud
por parte de los biógrafos se puede deber a varios factores: la dependencia de los primeros analistas respecto de Freud, la idealización
construida sobre Freud, la ambivalencia de las generaciones posteriores
de analistas y, lo que me parece más determinante, el extraordinariamente amenazante tema del analista enfermo y la muerte del mismo.
El cáncer
Si nos colocamos dentro de un marco epistemológico diferente del
enfoque médico tradicional, en donde la enfermedad comienza cuando
el paciente refiere síntomas, y apoyándonos en el psicoanálisis pensamos
la enfermedad de una manera más integral, entonces sabemos que esa
sintomatología no es el comienzo de un proceso, sino parte del mismo.
Así lo hacemos cuando pensamos en la enuresis, el asma, la úlcera
de duodeno. Reconocemos en ellas una historia más larga en la que
están presentes los antecedentes personales del paciente, su vida
emocional.
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Es un conocimiento aceptado la intima relación que existe entre los
procesos neoplásicos y el funcionamiento del sistema inmunológico.
La producción de células cancerosas es permanente dentro del
organismo y su destrucción es función del sistema inmunológico. A su
vez, se sabe de la relación del sistema inmunológico y los estados
afectivos, es decir los procesos psíquicos.
Se ha encontrado una relación entre la depresión, la angustia y la
alteración de los linfocitos encargados de eliminar las células cancerosas.
Con estos estudios se ha dado pie a una subrama de la psicoinmunología:
la psico-oncología (Schedlowski, 1999).
Si bien la psicoinmunología no necesariamente se sirve de los
planteamientos psicoanalíticos, pienso que una psico-oncología
dinámica tiene que formar parte de la psicosomática psicoanalítica, lo
que implica incorporar los conocimientos de la psicoinmunología.
La aproximación a lo psicosomático desde el psicoanálisis implica
una integración que permite una comprensión más real de la
enfermedad y del enfermo. Más aún si la psicosomática se llama cáncer.
En ella se esperan una serie de reacciones emocionales ante el
diagnóstico y un origen profundamente relacionado con lo psíquico.
La psico-oncología moderna de orientación psicoanalítica sostiene
dos teorías sobre la aparición del carcinoma:
a) La “teoría de la pérdida-depresión”, en la que se postula una vivencia
traumática durante la infancia, fundamentalmente la pérdida de
alguno de los padres, hermanos, separaciones o divorcios, seguidos
de pérdidas en la edad adulta con la vivencia de abandono, desesperación y desesperanza. La diferencia con el estado depresivo común
es que el sujeto desesperanzado continúa con su vida normal sin
manifestaciones importantes de duelo o depresión, pero ha perdido
la esperanza en la vida.
b) La teoría psicoanalítica llamada “teoría de los mecanismos de defensa”,
en la que se postula que los sentimientos de pérdida no se refieren a
una pérdida objetiva, sino a una vivencia de pérdida promovida por
padres de sentimientos fríos y poco protectores o bien que exigen
narcisisticamente a sus hijos. Por lo que los hijos se ven obligados a
reprimir sus sentimientos, en particular, los de temor, hostilidad y culpa.
La búsqueda de los significados biográficos de la enfermedad implica
remontarse a la infancia y la historia de los antepasados.
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La enfermedad de Freud fue un carcinoma de la mucosa de la
cavidad bucal en el maxilar superior derecho, es decir, de un tipo especial
de piel, que además de tener las funciones del órgano más importante de
protección, delimitación y contacto, las mucosidades lubrican las
superficies que cubren y protegen de estímulos mecánicos, térmicos y
químicos, tienen efecto antimicrobiano, y sirven para la absorción
y eliminación de sustancias. Todas las vías de comunicación exterior-interior
del cuerpo están revestidas de mucosa, en ellas se pueden reconocer
nuestra relación con los orígenes.
La enfermedad cancerosa es una regresión, una indiferenciación en
el plano psíquico y somático. Es en la temprana infancia donde se
adquiere la posibilidad de pasar de las descargas vegetativas y acciones
arbitrarias a las representaciones. Proceso en el que el semejante cumple
un papel fundamental.
Pensar las enfermedades de Freud desde una perspectiva psicosomática implica pensar analíticamente sus relaciones tempranas, sin que
esto conlleve a desvalorizar su papel fundacional, ni su manera de
enfrentar el cáncer. Es acercarnos a él sin necesidad de una idealización
poco humana.
Intentar estudiar al enfermo Freud desde la perspectiva psicoanalítica
de los trastornos psicosomáticos es el mejor homenaje y la manera más
respetuosa de acercarnos al personaje histórico más trascendente del
siglo XX.
Bibliografía
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orden cronológico (Introducción, traducción y notas: Nicolás Caparrós)
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(trad.) Vicente Rodríquez Carro, Taurus, Madrid.
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Rodrigué, Emilio (1996), Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis, Editorial
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Schavelzon, José (1983), Freud, un paciente con cáncer, Paidós, Buenos Aires.
Schedlowski, M. y Uwe Tewes (1999), Psychoneuroimmunology, An Interdisciplinar
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Shur, Max (1972), Sigmund Freud, enfermedad y muerte en su vida y su obra, Paidós
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Schwartz, J. Harvey y Ann-Louise S. Silver (eds.) (1990), Illness in the analyst.
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Zapata, Mireya (2000), “Cuando el analista se enferma”, Cuadernos de Psicoanálisis,
Enero- junio, vol. 33, núms. 1/2, Asociación Psicoanalítica Mexicana, México.
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