configurar un mito que incorpora figuras en común de distintas

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PROLOGO
En un comienzo estaba ARU el padre azul, vasto e inimaginable; surcando el
multiverso como vagabundo, buscando el sentido del transcurrir del tiempo, susurrando
una canción creadora desde el fondo de su voluntad. Estaba solo rodeado de la oscuridad
absoluta, que disfrutaba del silencio y que no permitía que nada fuese creado.
Eones transcurrieron, y ARU en su soledad, dio origen a la primera palabra, nacida
de los susurros que provenían de su interior, y como en la oscuridad no podía existir tal
creación, ARU la creó en su interior, protegiéndola de la inmensidad oscura. Así se dio
origen al mundo, un lugar íntimo donde ARU podría verter su imaginación y voluntad.
Primero creo a los antiguos, vástagos de su pensamiento y emoción, seres
espirituales e independientes, que llenaron el mundo de sus propias creaciones, sus
propios hijos, que a la vez eran hijos del padre azul.
Era un mundo oscuro e indescifrable, un mundo de pensamiento y voluntad,
donde nada era físico, todo estaba compuesto de ideas y de conciencias. Durante edades
completas, hubo paz, y ARU estuvo feliz de su obra y no se sintió más solo.
ARU les dio el don de la conciencia y así los antiguos pudieron saber quiénes eran,
pudieron reconocerse y formar grupos, familias y sociedades completas. Sin embargo,
debido a la singularidad del pensamiento, comenzaron a haber voluntades encontradas, y
con esto nacieron los primeros conflictos en el mundo.
Hubo largos años de discordancia, de ira, de impaciencia, y ARU no estuvo feliz con
su obra, y supo que se había equivocado. Tan triste se sintió, que de sus ojos cayeron
muchas lágrimas de lluvia, que inundaron el mundo poco a poco. Luego de varios años, el
mundo se había vuelto un mar de tormentas, y casi todos los antiguos perecieron y
dejaron de existir.
Ya no había conflicto, ni ira, ni impaciencia, pues los antiguos se habían ido. Pero
entre las tormentas, 4 antiguos habían sobrevivido, trabajando entre ellos, y apoyándose
unos a los otros. ARU vio que había bondad en ellos, y usando su poder hizo surgir la tierra
entre las aguas.
ARU vio que los 4 antiguos eran felices sobre la tierra, pero tenían que protegerse
del agua que no dejaba de caer. Entonces dio un soplido, y las nubes se despejaron y así
creo el viento, que recorre el mundo por sobre la tierra desde ese entonces.
ARU vio que los 4 antiguos eran felices sobre la tierra, sintiendo el viento y el agua
que había formado grandes mares en las costas. Estuvo feliz de su obra, y supo que
aquellos 4 antiguos; 2 viejos y 2 niños, eran dignos de habitar su mundo. Entonces dio un
chasquido y encendió con fuego la luz del sol, y el mundo dejó de ser oscuro, y ARU pudo,
por primera vez, contemplar su creación.
De la tierra, el aire, el agua y el fuego, creó otros hijos, que serían guiados por los 4
antiguos, y que les darían a conocer los dones que ellos mismos habían descubierto. Así
nació el hombre, y sus pequeños pensamientos se unieron al océano donde caían las
voluntades de ARU y los antiguos. ARU estuvo feliz, y durante mucho tiempo, se dedicó
solo a observar su creación.
EL DON DE LA TIERRA
Barren, como fue nombrado por ARU, fue el primero de los antiguos. Tenía la piel
oscura y dura, como de terracota, el cabello oscuro como el ébano y pequeños ojos
amarillos. Su expresión era recia y su pensamiento siempre sonaba como pequeños
sismos en las mentes de los hombres.
Guió a los nuevos hijos por el mundo, y los hizo caminar durante muchos años, y
cuando ya estuvieron muy cansados para seguir, les hizo continuar, hasta que los hombres
no pudieron más y exclamaron pues sus pies dolían de tanto tocar el suelo. Barren los
derribó con su pensamiento, y una palabra nueva apareció en sus mentes. Los hombres
sintieron por primera vez, supieron de la tierra y su dureza, el alivio del descanso y calor
de las caricias. Así Barren dio a conocer la palabra de la tierra, y con esto, se dio el don del
tacto a los hijos de ARU.
EL DON DEL AGUA
Idaía, como fue nombrada por ARU, fue la primera de los antiguos. Tenía la piel
blanca como las espumas del mar, el cabello dorado como el sol, y los ojos azules como las
profundidades oceánicas. Su expresión era tranquila, pero ocultando una fiereza inmensa
tras esa paz aparente. Su pensamiento era a veces como las olas, y a veces temible como
una marejada.
Acompañó a los hijos por el mundo, y les hizo sentarse en sus costas, para que
disfrutasen de la sensación de agua. Y los hizo quedarse ahí un largo rato, pero los
hombres no pensaron nada, lo que dejó furiosa a Idaía, que tenía un temperamento muy
fuerte.
Les hizo ir a una gran cañada, que había sido erosionada por el caer del agua,
formando decenas de pasajes y túneles. Y silenciosamente, los dejó ahí solos. Para que
volviesen a la costa por su propia cuenta.
Los hombres desconcertados no supieron que hacer, pues había roca en todas
direcciones, y durante mucho tiempo, los hombres tuvieron que quedarse ahí, perdidos.
El silencio se apoderó de sus pensamientos, y su intuición se hizo una con el
entorno en el que estaban. Sintieron unos pequeños ruidos, que les sirvieron de guía, y
salieron de la cañada siguiendo el curso del agua hasta la costa, donde Idaía les esperaba.
Sintieron un ruido mucho mayor, y una palabra nueva apareció en sus mentes. Los
hombres oyeron por primera vez, supieron de la voz, la música y la melodía de las olas.
Idaía dio a conocer la palabra del agua, y con esto se dio el don del oído a los hijos de ARU.
EL DON DEL AIRE
Airú, era hijo de Idaía. Tenía la piel blanca y tersa, el cabello y los ojos grises como
un atardecer brumoso. Su expresión estaba llena de tranquilidad, y se decía que sus pies
eran los más rápidos entre los hijos de ARU. Su pensamiento sonaba como un silbido
suave y arrullador, siempre con una leve melodía impresa.
Les mostró a los hijos del mundo la música, y les dio a conocer los muchos
animales que habitaban la tierra y el mar, así como también esos que surcaban el cielo
donde ARU residía. Durante muchos años se quedaron maravillados por la música y por la
melodía en el canto de las aves y rugir de las bestias. Los hombres sintieron pena sin
embargo, pues no podían expresar sus pensamientos en música, ni pronunciar las
palabras que habían aprendido de los viejos antiguos. Tanto fue su deseo, que de las
profundidades de sus almas, unos leves susurros surgieron, y estos resultaron ser música
para Airú, quien agradecido les dedicó una melodiosa palabra, que no solo pudieron
sentir, sino que también oír, e incluso decir. Los hombres hablaron por primera vez, y
luego hicieron canciones propias, y con esto se dio el don del habla a los hijos de ARU.
EL DON DEL FUEGO
Ibriza era hermana de Airú, y la menor de todos los antiguos, la más inocente y
alocada de todas las creaciones de ARU. Tenía la piel bronceada y brillante, el cabello
anaranjado como ascuas, y los ojos rojos como rubíes. Su expresión estaba llena de alegría
y jolgorio, y su voz era estridente y feliz, capaz de llenar de calor las mentes más frías.
Cuando los hombres sintieron, oyeron y hablaron, fueron guiados por Ibriza hacia
Arunadan, el lugar donde ARU había elegido a los antiguos para que guiaran a los hombres
por su mundo. Los hombres, muy agradecidos, llevaron regalos y delicadezas a los
antiguos y los veneraron como dioses. Luego de escuchar la música de Airú, Ibriza reunió a
todos los hombres y les hizo esperar durante largo rato en el ágora. Los hombres sintieron
un inmenso calor, y escucharon ramas desquebrajándose, y exclamaron vítores de
agradecimiento a los antiguos. Escucharon una nueva palabra de los labios de Ibriza, y
todos al unísono exclamaron. Los ojos de los hombres pudieron ver, y contemplar la
belleza de lo que había creado ARU. Con esto se dio el don de la vista a los hombres.
Se hizo una gran celebración que duro muchos días, ARU bajó del cielo, y celebró
con sus hijos. Como regalo trajo una nueva palabra, y todos pudieron degustar el aroma
del banquete que había sido preparado. Luego de esto, ARU subió a los cielos, y los
antiguos se hicieron uno con la tierra, el viento, el agua y el fuego, protegiendo a los
hombres en las edades por venir.
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