Incursiones queer en la esfera pública. Movimientos

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Da click aquí para leer el libro Incursiones
queer en la esfera pública. Movimientos por
los derechos sexuales en México y Brasil.
Jotificar la esfera pública.
Incursiones queer de Rafael de la Dehesa
Estefanía Vela*
Este libro cuenta la historia de cómo los movimientos LGBT de México y Brasil incursionaron
en la esfera pública de sus respectivos países. Se enfoca en la manera en la que la estructura de
los partidos políticos, las reglas electorales, las dinámicas legislativas y los entramados de las
instituciones de salud de cada país afectaron las estrategias que estos movimientos
desarrollaron para articular sus demandas, entre los años setenta y la primera década de los
2000. Ahonda, además, en el papel que desempeñaron distintos marcos analíticos y jurídicos
internacionales —como el de los “derechos sexuales”— en las luchas locales. Es una
indagación, pues, en las formas en las que se (re)configura la sexualidad, en lo transnacional y
lo institucional, en un contexto de “democracias emergentes” latinoamericanas.
El libro, por lo tanto, puede ser de interés para distintos públicos. El primero, y quizá
el más obvio, es el que quiere conocer la historia de estos movimientos. Saber quiénes eran los
y las activistas más importantes en cada país. ¿Qué grupos formaron? ¿Cuál era su ideología?
¿A quiénes leían? ¿Cómo entendían al Estado? ¿Qué problemas y retos enfrentaron? ¿Cuáles
fueron sus éxitos? ¿Qué legislación lograron que se aprobara? ¿Detrás de qué programas
gubernamentales estaban? Este libro es de los pocos existentes que incluyen un panorama tan
completo, tan detallado, de la historia de estos movimientos. Se nota que es el resultado de
nueve años de investigación, diecisiete meses de trabajo de campo y más de 250 entrevistas con
239 personas provenientes tanto de la sociedad civil, como del gobierno mismo. En sus
páginas se encuentran cómics de la época, extractos de debates legislativos, notas periodísticas,
y fragmentos de memorias por igual. Su riqueza narrativa es indudable.
Pero las aportaciones del libro, por supuesto, van más allá de lo LGBT. Es un estudio
de cómo las “democracias emergentes” son capaces de procesar —o no— las demandas
sociales. ¿A quiénes se escucha? ¿A quiénes no? ¿Quiénes pueden acceder al poder y de qué
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maneras? ¿Qué instituciones, en concreto, responden a qué necesidades, discursos, grupos?
Leyéndolo, no pude más que recordar la insistencia de feministas como Joan W. Scott en que
los estudios de género y de sexualidad son estudios sobre el poder. Dicen tanto sobre el
género, como de la política. Este libro puede compararse a La historia de la sexualidad de Michel
Foucault: puede ser leído por lo que afirma sobre la sexualidad o puede ser leído por cómo
demuestra, a través de la sexualidad, los andamiajes del poder. La diferencia con Foucault, por
supuesto, está en la atención que de la Dehesa le pone al entramado institucional concreto. Su
aproximación desde la sociología política permea cada una de las páginas.
Es, sin embargo, en la intersección entre la sexualidad y el poder donde creo que radica
su mayor aportación. El libro está en constante diálogo con quienes teorizan sobre la
sexualidad; en concreto, con los debates que se han gestado a partir de la “teoría queer”. Su
investigación es de suma utilidad para ejemplificar qué implican algunas de las ideas básicas que
tienden a asociarse con esta “teoría”. Me explico.
Al ser una investigación que se pregunta por las maneras en las que el movimiento
LGBT incursiona en la esfera pública, este libro es un ejemplo del modo en que la sexualidad
se va repensando y reconfigurando a partir de un contexto específico. Permite ver cómo lo
internacional, lo nacional y lo institucional inciden en cómo se piensan, entienden, comunican
y viven las personas su sexualidad. En otras palabras: cómo se construye y se encarna la
sexualidad. En este sentido, el libro me recuerda a la obra monumental de George Chauncey,
Gay New York. Un libro que, a partir de un análisis histórico de la “homosexualidad” en el
Nueva York de inicios del siglo XX, pretendía cuestionar dos de las nociones más ampliamente
establecidas en los discursos “a favor” de los derechos de las personas LGBT: que una cosa es
el género y otra cosa es la orientación sexual; y que la orientación sexual viene “dada”. Que una
persona “nace” “así”. De la Dehesa, al mostrar cómo fluctúa la manera en la que se entiende y
vive la sexualidad con el paso del tiempo y a partir de distintos contextos, nos enseña, como
Chauncey, que lo que tenemos son marcos analíticos encarnados. Marcos que bien podrían
cambiar. El componente anti-identitario de la teoría queer no tiene que ver con un rechazo a
las identidades; tiene que ver con generar conciencia sobre la manera en que se gestan y
funcionan esas identidades. Tiene que ver con entender que no vienen predeterminadas, ni son
apolíticas, sino que las hacemos y tienen efectos en las vidas de las personas. ¿Por qué ciertas
identidades tienen sentido en un momento dado? ¿Cuándo dejan de tenerlo? ¿Qué contribuye
a que esto sea así?
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Desde aquí viene otra de las contribuciones del libro, que es quizá más relevante hoy
que ciertas críticas queer circulan con más frecuencia: recuerda cómo no es tan sencillo juzgar
estas “identidades” —o, para tal efecto: cualquier posicionamiento o lucha. Como se ha
denunciado desde una óptica queer innumerables veces: una identidad puede excluir, sí. Pero
también puede otorgar un sentido de pertenencia, permitir una cohesión social, facilitar la
movilización y, con ello, el cambio. El matrimonio es una institución con una lógica patriarcal,
sí. Luchar por acceder a él implicar dejar intocado el sistema que asigna derechos con base en
el estado civil, sí. Pero es una lucha que puede tener efectos simbólicos y, por lo tanto, sociales
importantes. La “medicalización” de las identidades trans puede ser patologizante, sí. Pero
también puede garantizar el acceso a ciertos servicios de salud. Rara vez, nos dice de la Dehesa,
la lógica del “uno o lo otro” sirve para entender y juzgar la realidad. La gran mayoría de las
veces es “esto y lo otro”: las identidades pueden ser efectivas y peligrosas, dependiendo del
momento, del contexto. El matrimonio igualitario puede ser conservador y revolucionario,
dependiendo del lugar y el tiempo. El punto, de nuevo, está en ver cómo, de hecho, funcionan
estas dinámicas: de qué modo una persona dada, un grupo específico, usa qué idea, qué
aparato, qué institución. Y desde ahí ver qué significado adquiere esa práctica en concreto.
No dejo de pensar en el título original del libro en inglés: Queering the Public Sphere. La
traducción más próxima que se me ocurre es la de jotificar la esfera pública. ¿En qué sentido se
jotifica la esfera pública? Al menos en tres. Primero: la esfera pública viene a estar ocupada por
“los innombrables”. Los jotos, las lesbianas, las marimachas, los gays, los putos, como sea que
se quieran nombrar. Existen nuevos sujetos, necesidades, experiencias que antes no eran parte
de este espacio. Ahora ya lo son y esa es la primera historia que nos cuenta de la Dehesa.
Segundo: las instituciones y las reglas mismas cambian. Los ministerios de salud, por ejemplo,
se reconfiguran con la lucha en contra del VIH, como ocurre en Brasil. De ser espacios de la
tecnocracia pasan a ser ámbitos también de democracia, en donde miembros de la sociedad
civil colaboran con la autoridad para repensar, diseñar e implementar las políticas públicas
relacionadas con el VIH. Si bien no formaba parte de su libro original, en el prefacio a la
edición en español de la Dehesa hace mención de cómo la lucha por el matrimonio igualitario
en México transformó el funcionamiento del aparato judicial. Vías de litigio antaño
impensables se comenzaron a utilizar para avanzar la lucha, una vez que la Suprema Corte de
Justicia validó, en el 2010, el matrimonio aprobado por la Asamblea Legislativa del Distrito
Federal un año atrás. El litigio estratégico, en México, ya nunca será igual. Jotificar la esfera
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pública implica transformar la manera en que funciona y no solo quiénes están ahí. Lo que me
lleva al tercer sentido: jotificar la esfera pública refiere a cómo la pensamos. ¿Cuáles son las
teorías que utilizamos para hacer sentido de este espacio y de las relaciones que ocurren en él?
¿Cómo pensamos a la democracia? ¿Cómo nos imaginamos a los y las ciudadanas? ¿Cómo
entendemos al Estado? Jotificar nuestra concepción de la esfera pública —que es, me parece, el
propósito primordial de la Dehesa— implica darnos cuenta a qué grado es, en sí misma,
también una construcción social.
La pregunta, después de este libro, es: ¿cómo seguiremos entendiendo los derechos, la
democracia, las instituciones, el Estado? ¿Desde lo abstracto? ¿Como entes ahistóricos?
¿Inamovibles salvo por fuerzas “equivalentes”? ¿O entenderemos de una vez que la esfera
pública se hace y se deshace constantemente —como el género, como la sexualidad, como la
(des)igualdad misma— con nuestros andares, con nuestros ritos, con nuestras luchas?
* Estefania Vela es maestra en derecho, profesora asociada de la División de Estudios Jurídicos y
Responsable del Área de Derechos Sexuales y Reproductivos del Centro de Investigación y
Docencia Económicas (CIDE)
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¿Qué quieren los transviados1? Notas sobre Incursiones queer en la esfera
pública: Movimientos por los derechos sexuales en México y Brasil
Berenice Bento*
¿Qué negociaciones permitieron a los activismos LGBT mexicanos y brasileños entrar a la
esfera política, inaugurando un discurso en torno a los derechos y la sexualidad? ¿Cuáles son
las relaciones entre el activismo LGBT y otros movimientos sociales? ¿Cómo entró el tema de
las homosexualidades a los congresos de los partidos de izquierda, en plataformas de
candidatos y en las políticas públicas? ¿Qué repertorios discursivos transnacionales fueron
accionados por el activismo LGBT en México y en Brasil en sus luchas por los derechos
humanos? Rafael de la Dehesa se dedica a investigar estas y otras cuestiones en Incursiones queer
en la esfera pública. Movimientos por los derechos sexuales en México y Brasil. Publicado inicialmente en
inglés por Duke University Press en 2010, el libro está compuesto por tres partes (Marcos,
Umbrales, Senderos) y seis capítulos, además de un prólogo a la edición en español.
El autor realizó extensas investigaciones de archivos, 268 entrevistas en profundidad
con activistas del movimiento LGBT en ambos países, activistas de partidos políticos,
funcionarios públicos, aliados y opositores; consultó en profundidad las fuentes primarias de
archivos personales y de organizaciones. Una extensa bibliografía interna a los debates en cada
país y una potente discusión teórica en torno a las categorías analíticas de biopolítica,
sexualidad, hibridismo y liberalismo, entre otras, atraviesa las casi 500 páginas escritas a lo largo
de nueve años.
¿Cómo interpretar y organizar un considerable volumen de textos? Tal vez el camino
más seductor sería aquel tradicionalmente tomado por la sociología, con base en la legitimidad
científica positivista, encantado por la demostración de regularidades y semejanzas internas de
determinado recorte de las relaciones sociales. Después vendría la construcción de un sistema
clasificatorio con sus taxonomías, y por fin, alimentado por las mismas
semejanzas/regularidades, la construcción de tipos sociales (inspiración durkheimiana).
Felizmente, de la Dehesa se niega a encuadrarse dentro de estos esquemas metodológicos.
Como afirma, el objetivo del libro “no es derivar ‘leyes sociales’ a partir de la correlación de
ciertos ‘hechos sociales’, sino deconstruir las circunstancias que permitieron a los hechos ser
apreciados como tales mientras se descartaban otras posibilidades” (p. 42).
Cada capítulo desarrolla un análisis refinado y crítico de los procesos que llevaron a
l@s activistas LGBT mexican@s y brasileñ@s a ocupar el espacio público y al hacerlo, negar
el protagonismo explicativo de su existencia a la medicina y los juristas, campos de
conocimiento históricamente autorizados a hablar sobre las homosexualidades. Esto explica la
centralidad que el concepto de campo asume en la investigación. El campo aquí es accionado
como metáfora espacial, en el que l@s agentes sociales actúan, disputando posiciones a su
Transviados es un insulto en el idioma portugués para aquell@s que no presentan un performance
“adecuado” a las expectativas en torno al género impuesto al nacer. Por una decisión idiosincrática, no
uso teoría “queer” en mis textos sino teoría/activismos transviad@s.
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interior. En cada nuevo campo en que los activistas ingresaban, se ponían en escena un nuevo
repertorio discursivo y estrategias singulares. Así, la entrada y el acercamiento a los partidos
políticos de izquierda, las disputas en el legislativo, y la participación en el Estado
(principalmente después del surgimiento del VIH/sida) a partir de una perspectiva más
tecnocrática, fueron acciones que exigían la producción de contradiscursos para romper con la
centralidad explicativa (y patologizante) del saber-poder de las ciencias psi (psicología,
psicoanálisis y psiquiatría) y de la medicina en relación con las identidades LGBT.
Si en el ámbito legislativo, el léxico estaba más orientado a una configuración discursiva
en torno a la ciudadanía (en el caso brasileño), cuando l@s activistas pasaron a formar parte de
la formulación y gestión de políticas sobre problemas relacionados con el VIH/sida, el
discurso pasó a tener un marco más identificado con la tecnocracia. Sin embargo, a través de la
noción de campo vemos cómo se ponen en práctica diferentes repertorios discursivos y
estrategias de acción.
El esfuerzo analítico del autor se enfoca más en las estrategias que en los resultados. Su
preocupación central fue resaltar las relaciones de poder y los procesos de selección, de
tensiones y fisuras estructurantes de las tendencias predominantes a nivel nacional y
transnacional, sin ignorar que estas mismas tendencias pueden producir potencialmente
invisibilidades (u opacidades) y silenciamientos de otras voces disidentes que habitan en los
márgenes.
Sugiero que el libro obedece a tres movimientos que a veces se entrecruzan y a veces se
distinguen. Con esto, somos llevados a desplazamientos de apertura y clausura de los focos
analíticos: 1) un análisis diacrónico y sincrónico de los activismos en cada país; 2) análisis en
red, sin un centro. Los temas dispuestos se conectan con una diversidad de otras cuestiones
locales y transnacionales; 3) la vida de estos debates en las subjetividades de l@s activistas. De
esta forma, por ejemplo, ante la producción discursiva considerable en torno al matrimonio
entre personas del mismo sexo, de la Dehesa pone el foco en escuchar a un activista de la
periferia de Río de Janeiro, que señala el carácter corporativista, institucionalizado y poco
transgresor del movimiento LGBT. En esta sensible estrategia de organización del texto el
autor humaniza los repertorios discursivos, llenándolos de carne, hueso y voz. El libro respira
en nuestras manos.
El autor no estructura el análisis a partir de una mirada binaria/dicotómica, en el cual
tendríamos de un lado a l@s activistas y del otro al Estado (sea en el ámbito legislativo,
jurídico o ejecutivo). O activistas versus partidos políticos. Este binarismo queda negado
cuando Rafael nos señala que hablar del “activismo LGBT” es un sinsentido. Lo que vamos a
encontrar son múltiples voces internas a estos activismos que disputan estrategias y tácticas.
Lo mismo pasa cuando analiza las correlaciones de fuerza en el parlamento en la votación de
determinada materia relacionada con los derechos LGBT.
Entramos en la historia tentacular de los activismos, dejando de lado la idea de que
existe “el movimiento”. Un efecto de este lente interpretativo es que “el gay”, “la lesbiana”,
como sujetos políticos univocales ceden su lugar a una polifonía de sujetos colectivos en torno
a las sexualidades y los sexos. Este mismo movimiento de complejización está presente cuando
discute los sentidos para la “esfera pública”, este compuesto heterogéneo, con organizaciones
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singulares, parámetros institucionales y culturales que definen los propios términos en que las
disputas suceden.
Pasamos a conocer la diversidad de concepciones internas a los activismos a partir de
agendas de lucha. ¿Cuál es el lugar que debe ocupar la lucha en el ámbito parlamentario? ¿Con
qué identidad debe uno presentarse al mundo público (liberado, bicha, homosexual, sapa,
lésbica, gay)? ¿Cuál es el mejor tropo para expresar la lucha (diversidad, ciudadanía, diferencia,
disidencia)?
¿Por qué Brasil y México?
¿Qué lleva a un investigador estadounidense a hacer una investigación larga, en perspectiva
comparativa, entre dos países tan diferentes al suyo? ¿Cuáles son los puntos de unidad y
tensión que le permitieron construir sus análisis? Estas cuestiones pueden responderse objetiva
y subjetivamente. Aquí, me concentraré en las dimensiones objetivas y dejaré las que identifico
como subjetivas para un momento posterior.
El libro es construido a partir de algunos desplazamientos de junción y disyunción
entre las dos realidades. Y atravesándolas, los discursos trasnacionales que son encarnados
singularmente en estos dos contextos nacionales.
De los puntos de unidad entre estas dos experiencias nacionales, el autor destaca: 1) el
surgimiento históricamente próximo de dos de los movimientos LGBT más antiguos y fuertes
de América Latina; 2) élites políticas que adoptaron el liberalismo como ideología; 3) el papel
importante de las religiones/iglesias como una institución que está en disputa en la esfera
pública; 4) los activismos LGBT surgieron durante transiciones democráticas; 5) el impacto del
VIH/sida en la relación con el Estado y su importancia para abrir un nuevo lugar de actuación,
señalando con esto el agotamiento de la fase en que los partidos políticos eran el lugar
privilegiado para estructurar políticas de alianza. Las ONG (organizaciones no
gubernamentales) se volverán las nuevas estructuras organizacionales que responderían más
rápidamente a las exigencias de esta nueva fase de activismo, caracterizada por el uso de un
repertorio discursivo de contenido tecnocrático, en consonancia con las biopolíticas de Estado
para poblaciones LGBT. Los activistas entraron en el Estado y pasaron a ocupar lugares de
poder, a discutir metas y resultados de programas gubernamentales, y para esto se tuvieron que
apropiar de un nuevo repertorio discursivo que se caracteriza por la lógica de acción racional
con relación a un fin (en los términos de Max Weber). Son los tiempos del activista
especialista.
Entre otras diferencias, el autor señala: 1) en Brasil, el activismo encontró herramientas
útiles en las democracias formales que pudo usar para apelar a las aspiraciones de una élite
política que cruzaba líneas partidarias. En México, por lo tanto, l@s activistas participaron en
una comunidad más identificada con la izquierda internacional; esto contribuyó a definir otros
instrumentos que utilizó para entrar y disputar en los espacios públicos; 2) mientras l@s
activistas brasileñ@s, en la era pos-dictadura militar, iniciaron una larga trayectoria de
esfuerzos legislativos, l@s mexican@s enfrentaron barreras más difíciles y se mantuvieron en
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buena medida marginados de la arena política formal por más de una década; 3) en México, los
primeros lazos con la izquierda partidaria sucedieron a través de la alianza electoral con el
Partido Revolucionario de los Trabajadores. En Brasil, al contrario, la gran mayoría del
activismo se negó a diluir sus luchas en marcos partidarios. El camino escogido fue el de la
política de alianzas. Por lo tanto, se consolida muy temprano en Brasil una tendencia a
organizarse como un grupo de interés, con una agenda más estrecha.
La relación que el movimiento debería tener con los partidos políticos fue un debate
largo. Grupos (conocidos como autónomos), en ambos países, se negaban vehementemente a
ingresar en las filas partidarias, al contrario de otros que combinaban una militancia partidaria
y, simultáneamente, en el movimiento social. Entre los autónomos, se destacan lesbianas que
consideraban la política partidaria como una correa de transmisión del Estado patriarcal,
además de identificar a la izquierda partidaria como un nicho formado por miembros de la
clase media.
Cuando Rafael nos presenta esta disputa y las posiciones de las activistas lesbianas,
inmediatamente construye un nuevo nudo en su red discursiva y nos arroja en otra esfera de
negociaciones: el feminismo, que tiene en la categoría de género la dimensión determinante de
sus luchas. ¿Cómo articular la lucha de un feminismo heterocentrado con un feminismo
lésbico, donde la sexualidad y el género son entendidos como dos dimensiones inseparables de
su condición de sujetos oprimidos? A través de la historia del movimiento LGBT otras puertas
y brechas se abren para revelarnos las tensiones en los feminismos.
En un juego de espejos entre las diferencias y proximidades, el autor provoca
extrañamientos sobre el alcance y potencialidades de la utilización de la categoría ciudadanía,
que, en el contexto brasileño, tuvo y tiene una considerable centralidad en los procesos de
tensionamiento de los limites del Estado. Un activista mexicano, un país donde esta noción no
tiene la misma aceptación, dirá que al accionarse la estrategia discursiva de “derechos a la
ciudadanía”, los posibles efectos asimilacionistas del discurso en los marcos de un Estado
heterocentrado son considerables. Sucede que el término “ciudadanía” no es auto-evidente,
como muestra Rafael, a partir de las palabras de una activista travesti brasileña, que señala sus
sentidos flotantes. Para ella, el derecho de andar por la calle y que su identidad de género sea
respetada serían algunos de los contenidos que definen “ciudadanía.”
¿Dónde está el origen? Flujos discursivos transnacionales
Como un hilo conductor, el autor problematizará innumerables dicotomías, entre ellas, la
oposición “global versus local”, aún tan común en las discusiones acerca de política. Este es un
debate en que, actualmente, estamos completamente inmersos a partir de los sentidos que
atribuimos a la teoría queer. Los binarismos “esquematizan un mundo, me parece, mucho más
complejo y enredado en torno a rúbricas sobrepuestas de lo nacional y lo extranjero; la
subalternidad y la élite; los queers autóctonos (presumiblemente intocados por la modernidad)
y los gays cosmopolitas (presumiblemente alienados o colonizados), reduciendo a menudo el
activismo a una mera mimesis de la política identitaria estadounidense”(p. 365).
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Desde el primer momento, los activismos LGBT ya estaban articulados con discusiones
que ocurrían más allá de las fronteras nacionales. El carácter transnacional puede ser captado
por el vínculo con los partidos de izquierda (la primera puerta de entrada de los activistas
LGBT en la política formal), con organismos internacionales (por ejemplo, de los partidos
trotskistas en Brasil y México); en los sondeos de opinión sobre temas vinculados a la
población LGBT, aplicadas inicialmente en otros países y replicadas en contextos locales; en el
debate sobre eurocomunismo en las décadas de 1980 y 1990 y los desdoblamientos en la
reformulación de líneas políticas de algunos partidos de izquierda que pasaron a concederle
otro lugar a la superestructura (o la esfera de la cultura) en sus análisis. Es en este contexto
que estos partidos repensaron la relación entre la lucha de clases y otras de carácter identitario
(feminismo, homosexualidad, y la dimensión étnica). Así, las reflexiones internas en las
izquierdas y el flujo de teorías fueron influenciados e influenciaron los rumbos de los
activismos nacionales. El debate en torno a los derechos LGBT ya nace inserto en un contexto
globalizado, siendo, por lo tanto, difícil (o incluso empobrecedor) demandar una originalidad
fuera de estos flujos globalizados de teorías, activismos y encuentros.
En Brasil, la primera movilización de activistas en la política formal se dio en torno a la
lucha por la suspensión de la utilización del párrafo 302.0 del Código Internacional de
Enfermedades, que patologizaba la homosexualidad. La estrategia fue, en 1982, acercarse a
legisladores en todo el país con dos demandas: la presentación de mociones exigiéndole al
gobierno federal la suspensión de la utilización de este párrafo y la presentación de una
enmienda constitucional contra la discriminación por orientación sexual.
Esta agenda de lucha produjo profundas divergencias. Para algunos activistas,
representaba un considerable desperdicio de energía; para otros, estaba en juego una disputa
simbólica que, aunque sus beneficios no fueran inmediatos, podría contribuir al fin del estigma
que marcaba las identidades LGBT.
A lo largo del libro, el autor discute otras agendas. Retomé el caso de la movilización en
torno al párrafo 302.0 apenas para destacar las varias capas que Rafael sobrepone en su atento
análisis. Vemos una agenda política que moviliza repertorios discursivos transnacionales, la
disputa en torno de esta agenda entre activistas (sea para avanzarla o rechazarla), y las
estrategias adoptadas para transformarla en un discurso público (a través de mociones,
manifiestos, textos).
Somos instados a pensar sobre cómo los marcos culturales “originales” de estas teorías
y agendas se pierden cuando entran en el juego de disputas interno a los campos. El desafío,
por lo tanto, es entender la vida de las teorías y las políticas, vinculándolas a agentes y campos
sociales concretos. Así, el recurso retórico de que una ley ya fue aprobada en tal país (como
hacemos hoy en relación con la ley de identidad de género argentina), es más un mecanismo
propio del escenario público para agregar valor simbólico a la lucha que una expresión de una
relación de subalternidad con los discursos “extranjeros.”
La lucha política y las disputas en la esfera simbólica
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Uno de los argumentos centrales para invertir energía política en la esfera legislativa resaltaba el
poder simbólico de las leyes para transformar mentalidades. Al mismo tiempo, lo que se ve a lo
largo de los años es un movimiento de “ajustes”, o de cooptación de sectores del activismo, a
una lógica de asimilación de determinados términos identitarios más aceptables en la escena
política pública. ¿Ahora, qué efecto tiene la transformación de estereotipos y estigmas si
quienes propugnan la posibilidad de transformar mentalidades a través de la aprobación de
leyes son los que terminan cediendo a la lógica del “gay respetable”? ¿El cambio de la identidad
política de “liberados” a “homosexuales”, por ejemplo, no sería un indicador inverso? ¿Es
decir, un reflejo de la fuerza simbólica que poseen las normas sociales para capturar
subjetividades y redefinir rumbos de la vida cotidiana? ¿No vendría al caso pensarlo en el
sentido contrario de eficacia simbólica? ¿Quién está cambiando a quién? ¿Y cómo se mide la
eficacia simbólica (o la eficacia de la ley)?
En 2007, según de la Dehesa, Brasil tenía un considerable cuerpo de leyes en materia
de orientación sexual. Decenas de municipios y varios estados aprobaron algún tipo de ley que
protegía a las personas LGBT de discriminación basada en orientación sexual. Algunas páginas
después, Rafael nos dice que “es revelador que, aparte del proyecto de ley sobre uniones
civiles, que recibió una amplia cobertura de la prensa, 72% de los asistentes a la marcha [de
orgullo LGBT], un evento organizado por el movimiento, desconociera cualquier tipo de
legislación sobre derechos LGBT” (p. 259). Por lo tanto, retomo la pregunta: ¿qué eficacia tiene
una ley que ni siquiera llega a ser conocida? Ninguna. Es letra muerta.
No estoy completamente segura, pero creo que el poder de resistencia al canto mágico
de las normas está vinculado a los proyectos más amplios que tenemos para la sociedad. Me
explico mejor. Si la lucha es por la inclusión de una determinada población, sin cualquier crítica
a la propia sociedad capitalista y heterocentrista de la cual se desea formar parte, hay más
posibilidad de captura. Sin embargo, cuando se estructura el pensamiento y la acción fuera de
los determinismos (sea de clase social, género, sexualidad, raza/etnia), hay mayor potencia
transformativa. Quizás esta sea la diferencia entre l@s activistas considerados
“asimilacionistas” y otr@s, que piensan el mundo por el lente de la interseccionalidad.
Incursiones queer en la esfera pública es un libro fundamental, no solo por la genealogía y
arqueología que hace de los activismos LGBT en Brasil y en México. Nos ayuda a ver, desde
una perspectiva histórica procesual, la actual coyuntura de lucha por los derechos humanos.
Todas las cuestiones que atraviesan los debates, disidencias, alianzas, y relaciones con poderes
estatales a las que el autor da vida son actuales.
Ante el debate fervoroso que provocó la invitación a una congresista lesbiana europea
que pertenecía a un partido conservador para visitar grupos lésbicos en Brasil e intercambiar
experiencias, mi pensamiento se trasladó a las discusiones en torno al pinkwashing israelí.
Aunque Israel sea reconocido por su política racista y neocolonial en relación a l@s
palestin@s, algún@s activist@s gays y lesbianas se tapan los ojos ante estas cuestiones en
función de una defensa identitaria (“los LGBT no son perseguidos en Israel”), sin vincularla a
otras estructuras de poder. Una vez más, la diferencia entre las visiones en juego está vinculada
al proyecto más amplio para la sociedad.
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Moralidades: líneas de continuidades
La entrada del activismo LGBT en los partidos de izquierda resucitó los fantasmas que
aparecen en el inicio del libro, cuando el autor narra cómo el proyecto de nación, tanto en
México como en Brasil, se basó en la exclusión de las homosexualidades. Después de décadas,
los discursos de abyección en relación a estas identidades no estaban exclusivamente en las
bocas de los dueños del poder, de médicos, psiquiatras o juristas. Se expandió rizomáticamente
por las relaciones e instituciones sociales. En los ochenta y noventa, eran los defensores del
“poder del proletariado” quienes reafirmarían la condición de anormal de las personas LGBT.
Tanto en el mundo burgués del Estado liberal como en el paraíso comunista no había lugar
para los seres “degenerados”, “pervertidos”, términos usados ampliamente por militantes de
izquierda para referirse a las homosexualidades. Como señala el autor: “El mismo estigma
homosexual era a menudo discutido en términos marxistas como un producto de la decadencia
capitalista y una forma burguesa de la sexualidad” (p. 138).
El autor hace un importante recorrido histórico por las posiciones de los partidos
comunistas mexicanos y brasileños, a partir de sus resoluciones, publicaciones, y decisiones de
congresos. Tanto en Brasil como en México fueron los pequeños partidos trotskistas los que
primero pautaron este debate internamente en los partidos (Convergencia Socialista en Brasil y
el Partido Revolucionario de los Trabajadores en México) y propusieron comisiones de gays y
lesbianas.
Cuando leí que “la homosexualidad es un problema social producto de la
descomposición de la sociedad capitalista. En el socialismo no existiría la homosexualidad a no
ser como una cuestión biológica”(p. 139), posición de un militante maoísta, mi memoria fue
como un rayo a los años ochenta cuando comencé a militar en una organización de izquierda.
Y no fue sin susto que pensé: “Yo podría haber dicho esta frase”. El debate sobre el
reclutamiento de personas homosexuales para ser miembros de la organización a la que
pertenecía surgía de vez en cuando en nuestras reuniones de base. Camaradas recién llegados
de la antigua URSS nos advertían: “la clase obrera no está preparada. Vamos aplazar este debate
para un momento posterior a la toma del poder político”. La mítica “clase obrera” era una
muleta retórica perfecta para esconder los valores morales que organizaban nuestras
subjetividades. Yo, en el auge de mi fervor revolucionario, con mis verdes 16 años, sacudía la
cabeza y reproducía el mismo discurso. Las mismas muletas retóricas eran accionadas cuando
se discutían otras dimensiones identitarias, por ejemplo el feminismo y la cuestión racial.
La relación de los partidos de izquierda con el activismo LGBT, analizada de forma
refinada por de la Dehesa, nos revela lo trágico de nosotros mismos, nuestras limitaciones, las
imposibilidades de ser totalmente seres transgresores. Allí en algún lugar, residen en nosotros
las normas hegemónicas, y nos convertimos en sus resultados y creadores. En juegos
subjetivos lacerantes nos movemos entre agencias y condicionamientos, libertades y
restricciones, capturas y rebeldías.
La moralidad que organizó el proyecto de nación estaba interiorizada en nuestras
subjetividades. Sin embargo, la entrada de los activistas LGBT en la escena pública fue sísmica
y cumplió su promesa de eficacia simbólica. Transformó mentalidades, alteró programas de
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partidos, se impuso como un debate importante para la vida pública. Nos obligó a reflexionar,
a producir discursos y, en este proceso pedagógico, los cambios fueron sucediendo. Décadas
después, escribiendo este texto, debo reconocer que parte considerable de cómo veo el mundo
se debe a aquellos activistas atrevidos, principalmente los de la Convergencia Socialista, que
entraron en los congresos estudiantiles gritando a pulmones llenos, sin miedo, con orgullo:
“¡Sexo anal derrumbe general!”
Lo híbrido y lo nómada
Ya en las primeras páginas Rafael nos dice que su relación con los Otros que pueblan sus
investigaciones está orientada por la “traducción cultural”. Esta declaración ya demarca un
campo teórico-político-ético fundamental que nos lleva a crear una expectativa en relación al
“tratamiento” que un investigador extranjero irá a dar a nuestras historias. Ciertamente los
estudios descoloniales nos han ayudado a repensar nuestro lugar, como investigador@s
cucarach@s en la división internacional del conocimiento. Por décadas vimos antropólogos
cruzar fronteras, etnografiar culturas sin ninguna preocupación ética por aquell@s que les
donaron sus historias (y muchas no fueron donaciones, fueron robos). Hasta el momento, le
falta a la antropología una evaluación más profunda de esta relación con los Otros y de esta
colusión con el poder colonial.
Yo me pregunto cómo es posible que alguien sea reconocido como “el investigador”
de tal cultura sin siquiera dominar el idioma. La figura del “informante”, un nombre cargado
de connotaciones policiales para nosotr@s brasileñ@s, aún necesita ser mejor develada en esta
historia. No deja de parecerme extraño el prestigio de Lévi-Strauss, un francés que murió sin
aprender el portugués, pero que debió parte considerable de su prestigio al tiempo que estuvo
entre nosotr@s. ¿Qué escuchaba él de sus informantes? Sabemos que traducir e interpretar es,
de cierta forma, traicionar. ¿Cuáles fueron las interpretaciones y traiciones que los informantes
comentaron? Nunca sabremos.
Posiblemente ser extranjero aumente este desafío de desplazamiento y traducción ya
que hay mapas construidos por estereotipos sobre este Otro que quiero estudiar. Entonces,
para que esta propuesta científico-ética (traducción cultural) se materialice me parece que hay
una precondición: saber hablar la lengua de l@s colaboradore@s de la investigación, elemento
estructurante de la cultura.
¿Quién es Rafael de la Dehesa? Quien ya lo escuchó en los eventos científicos y leyó
otros artículos suyos, comprende que su condición de “extranjero” lo acompaña. Nació en
Estados Unidos, pero tiene vínculos familiares en México y en Brasil fue, a lo largo de los años,
construyendo familias electivas. Desde muy temprano pasó a estudiar el portugués, y el español
era una de las lenguas habladas en su casa materna.
Por más que construyamos disfraces o maquillajes académicos para alcanzar la tan
deseada lengua insípida e inodora de la ciencia, cuando escribimos nos revelamos. Lo escrito
sobre los otros, antes que nada, es un texto sobre nosotros mismos. Creo que la centralidad
que Rafael confiere al hibridismo para interpretar las plasticidades y fluideces de los discursos y
las prácticas es un mecanismo para hablar sobre su lugar en el mundo. Su condición de híbrido
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vuelve empobrecedor cerrarlo o delimitarlo a una identidad nacional. Él no es extranjero solo
cuando está en suelo brasileño. La extranjeridad es su condición de ser en el mundo. Ser
extranjero, vivir en la frontera, produce efectos de desconfianza con todo lo que huele a fijo y
a identidad inmutable. Es esta desconfianza, elaborada con los sofisticados aparatos
conceptuales, la que estructura la narrativa de su libro.
En el viaje que hacemos al leer su obra, somos sacudidos, como tripulantes en un barco
que enfrenta una tempestad, en cada nuevo capítulo. No nos ofrece un puerto seguro en sus
análisis. El lugar de origen, de discursos con certificado de nacimiento no encuentra residencia
aquí. Por lo tanto, al abordar por casi una década una investigación de un aliento y rigor como
pocas veces he tenido en mis manos, el autor estaba en proceso de encuentros (y
desencuentros) con los múltiples “yos” que lo habitan. Y en esta búsqueda, somos nosotr@s,
l@s lector@s, quienes ganamos.
* Doctora en Sociología, Profesora de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte,
Brasil
El Programa Universitario de Estudios de Género publicó el libro
Incursiones queer en la esfera pública. Movimientos por los
derechos sexuales en México y Brasil en asociación con el
Observatorio de Sexualidad Política.
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