Oración cuaresmal con el Salmo 31 (32)

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Parte comunicativa:
(Puede expresarse en voz alta alguna reflexión personal, o bien repetir
sencillamente alguna expresión del salmo. También puede hacerse en
forma de peticiones o acciones de gracias.
A cada intervención personal, todos responden cantando la antífona del
Salmo).
Parte final:
Los salmos son la gran escuela de oración que Dios nos regala.
Rezando los salmos, Dios va transformando nuestros corazones. Jesús
mismo ha aprendido a orar repitiéndolos en la plegaria cotidiana,
aprendidos de los labios de María y de José. El fruto de la oración con
los salmos es la conciencia de ser hijos. Jesús mismo nos ha enseñado
a orar así. Fieles a sus enseñanzas, atrevámonos a decir:
Padre nuestro, que estás en el cielo...
Oración:
Señor Dios, que en esta cuaresma nos llamas a acercarnos a Ti,
renuévanos con tu amor, y que tu misericordia transforme
a quienes vivimos bajo en peso de nuestras culpas,
en hijos llenos de alegría, que anuncian a todos tu nombre,
por medio de la confesión humilde de nuestros pecados.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Canto Final: Si, me levantaré,
¡Volveré junto a mi Padre!
A Ti, Señor, elevo mi alma;
Tú eres mi Dios y mi salvador.
Oración cuaresmal con el Salmo 31 (32)
Invocación inicial: Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre...
Parte recitativa:
Canto: ¡Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor!
(Lo repetiremos al final de cada estrofa y tras el ¡Gloria! final)
(Las estrofas se leen muy despacio y cuidando de ir todos a una,
con “una sola voz”)
1 ¡Feliz el hombre
que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
2 ¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!
3 Mientras que callaba,
mis huesos se consumían
entre continuos lamentos,
4 porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se secaba
por los ardores del verano.
5 Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa. Me dije:
«Confesaré mis pecados al Señor».
¡Y tú perdonaste mi culpa
y mi pecado!
6 Por eso, que todos tus fieles
te supliquen
en el momento de la angustia;
y las aguas caudalosas
no llegarán hasta ellos.
7 Tú eres mi refugio,
tú me libras de los peligros
y me colmas
con la alegría de la salvación
8 Yo te instruiré, te enseñaré
el camino que debes seguir;
con los ojos puestos en ti,
seré tu consejero.
9 No seáis irracionales
como el caballo y la mula,
cuyo brío hay que contener
con el bozal y el freno
para poder acercarse.
10 ¡Cuántos son los tormentos
del malvado!
Pero el Señor cubrirá con su amor
al que confía en él.
11 ¡Alégrense en el Señor,
regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos
los rectos de corazón!
Gloria al Padre, y al Hijo ...
Parte meditativa:
(Las siguientes observaciones van siendo propuestas por el que dirige la
oración en un tono meditativo y dejando los convenientes silencios).
1. Fijémonos en las tres partes del Salmo:
a) En los versículos 1 al 7 -la primera columna-, habla un creyente
que estuvo apesadumbrado por sus pecados hasta que decidió
confesarlos al Señor. Entonces experimentó la alegría del perdón. El
Señor no hizo pesar sobre él su mano, sino que se reveló como su
refugio, como el que le libra de los peligros y le llena de alegría con
su salvación. Por eso, el salmista no puede evitar expresar su
deseo: ¡que todos los fieles supliquen al Señor!
b) En el versículo 8, Dios mismo toma la palabra. Dios revela que su
mirada no es fiscalizadora, como a veces tememos, sino misericordiosa. Él no busca el castigo del culpable, sino ayudarle. Tras dar su
perdón a quién confesó sus pecados, Dios se ofrece a ser su
instructor, su guía, para ayudarle a recorrer el camino verdadero. El
Dios que antes parecía una amenaza, se revela ahora como un
aliado.
c) Por fin, en los versículos 9 al 11, el salmista se vuelve maestro.
Quiere ayudar a los demás a vivir la misma experiencia que ha
vivido él. Les exhorta a no ser tercos como animales, a confiarse al
amor del Señor y así poder cantar llenos de alegría.
2. Ahora leamos de nuevo cada parte del salmo en silencio,
de un modo personal.
a) Los versículos 1 al 7. Léelos varias veces, muy despacio, fijándote
en las palabras. Y compara lo que dice el salmista con tu propia
experiencia. Tú también has pecado. ¿Has vivido también tú la
experiencia de angustia, el deseo de esconderlo todo y la certeza de
que esto no es posible? ¿Alguna vez has experimentado a Dios
como un castigador que te persigue?
Tienes también la experiencia de haber tomado la decisión de
confesar tus pecados. Y sabes cuales han sido sus consecuencias.
La liberación. La alegría del perdón. La experiencia de ser amado
más allá de lo que te has merecido. Dios como refugio tuyo y como
fuente de alegría. Recuerda, revive esos momentos, sobre todo los
más importantes de tu vida. Y hoy, a estas alturas de tu vida, al
comienzo de esta cuaresma, atrévete, toma una decisión:
Acércate de nuevo a ser renovado por el amor de Dios por
medio de la confesión.
b) El versículo 8. Léelo repetidas veces. Está dirigido a ti. Es Dios
quien habla. Y te habla a ti. Escucha su promesa. Puedes confiar en
Él. Su palabra no falla. Él es fiel. ¿Qué quieres decirle en respuesta?
c) Los versículos 9 al 11. Vuelve a leerlos con amor. ¿Conoces
personas incapaces de reconocer sus errores? ¿Conoces a alguien
que no se decide a acudir al Señor? Hay muchos que piensan que
Dios no puede ayudarles, y deciden vivir sin Él o de espaldas a Él.
Dan muchas razones. Aparentes razones. El miedo, la pereza, la
desconfianza, les han hecho tercos. Encerrados en sí mismos. Se
vuelven defensivos, a veces agresivos, en lo íntimo atormentados
¿Qué puedes hacer por ellos? ¿De verdad deseas su alegría? ¿Qué
vas a hacer entonces para ayudarles a acoger el amor de Dios?
Si te viene alguien en particular
al recuerdo... reza por esa persona.
Y toma alguna decisión
respecto de él.
Como el salmista...
¡tú eres un enviado de Dios!
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