El hombre que sabía demasiado

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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”
El hombre que sabía demasiado
Fabián era una auténtica wikipedia humana. Era un hombre sabio, con unos conocimientos
inmensos sobre historia, filosofía, política, sociología, física, psicología, matemáticas,
ingeniería e incluso de literatura. También sabía sobre arte, y conocía igual la pintura de
Picasso que la de Gauguin, Velázquez o Miguel Angel. Su memoria era prodigiosa e
inexplicable. Su mente privilegiada era capaz de retener miles de millones de datos, con
una precisión matemática, como si una enciclopedia andante se tratara.
De niño siempre le fascinó estudiar. Al contrario que la mayoría de sus compañeros en el
colegio, le gustaba memorizar, aprender y retener información. Evidentemente, sus notas
eran extraordinarias, y siempre era calificado como un superdotado, aunque también como un
niño raro.
En su familia, era su padre quien le había inculcado el interés por el conocimiento.
Profesor de física en la Universidad, defendía la importancia del conocimiento por encima de
cualquier aspecto de la vida. Leía varios periódicos al día, y devoraba libros de todo tipo,
libros que acumulaba en su gigantesca y abarrotada biblioteca del salón. En realidad había
libros por todas partes, en todas las habitaciones de la casa, convirtiéndose en omnipresentes.
Fabián, desde niño, tomó como referencia vital a su padre y trató siempre de que aquel
huraño intelectual le hiciera algo de caso. Sin éxito, intentó llamar su atención imitándole
hasta los más mínimos detalles, deseando fervientemente agradar a su padre, pretendiendo
ser aceptado y querido por él. Pero su padre estaba demasiado ocupado llenando su cerebro
de más conocimiento, información y sabiduría. Y jamás le prestó la más mínima atención.
Cuanto más lejos sentía a su padre, más empeño ponía Fabián en llamar su atención
estudiando más y más horas, superando sus imposibles calificaciones y llegando a tener
matrícula de honor en todas las asignaturas. Pero no funcionaba. Fabián se sentía muy
desdichado por la absoluta ignorancia e
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indiferencia de su padre, y no sabía hacer otra cosa que seguir estudiando y estudiando,
memorizando y llenando su mente de datos y más datos.
Esa tortuosa relación con su padre hizo que Fabián adquiriera una gran facilidad para
recopilar información rápidamente, y terminara por sentir adicción a incorporar más y
más datos a su enciclopedia mental.
Después de terminar sus estudios brillantemente, estudió varias carreras universitarias a
la vez: Filosofía, Ingeniería informática, Derecho y Sociología. Posteriormente, se aficionó
a ver programas de concursos de tipo cultural en televisión, y después de un tiempo se
atrevió a ir a concursar él mismo, ya que invariablemente se sabía todas las respuestas.
Ganó varios de esos concursos, donde se realizaban preguntas cada vez más avanzadas
sobre cualquier ámbito del conocimiento humano. Dichos concursos comenzaron a llamar
la atención de la gente hacia Fabián, quien se fue haciendo muy popular en su país.
Fue entrevistado en varios periódicos, emisoras de radio y programas de televisión.
Fabián se sentía algo abrumado por esta sorprendente deriva de su vida. De pronto era
famoso, e incluso la gente le pedía autógrafos por la calle. Su madre orgullosa presumía
ante sus amigas y vecinas del portento de hijo que tenía, pero su padre tenía una actitud
muy diferente. De hecho, despreciaba lo que estaba haciendo su hijo con su sabiduría.
Opinaba que no se debía comerciar con algo tan sagrado, y le resultaba muy frívolo que
su hijo aprovechara su capacidad para ganar más dinero y fama.
Fabián ya había dado por imposible la relación con su padre. Se había distanciado
definitivamente porque le hacía demasiado daño su indiferencia y ahora su desprecio.
Por eso, decidió marcharse muy lejos de su casa, de su ciudad, de su país.
Su facilidad para memorizar le hizo aprender en muy pocos años varios idiomas, entre
ellos el inglés, el español, el chino, el ruso, el italiano, el francés y el alemán. Por tanto, no
tenía ningún problema en irse a vivir a cualquier país del mundo, y además había
ahorrado dinero más que suficiente para un año gracias a los premios que había ganado
en los concursos de la televisión. Se instaló en Londres dispuesto a olvidar a su padre y su
pasado.
Por casualidad, conoció a Frank Burton, un productor de espectáculos astuto y ambicioso.
Producía y financiaba obras de teatro, pero también shows de magia, monólogos de
humoristas y cualquier tipo de espectáculo que pudiera atraer al
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público. En seguida, Frank se dio cuenta de que tenía una oportunidad de oro ante sus
narices: Fabián era un superdotado que podía convertirse en la sensación del momento con
su inigualable memoria y su registro impresionante de información de toda clase. Fabián
firmó un contrato con Frank de 5 años, y gracias a los contactos y el dinero del promotor, fue
creciendo su fama en toda Inglaterra.
El espectáculo consistía en lo siguiente: Fabián salía al escenario del teatro vestido muy
elegante, con un impecable traje negro, camisa blanca y pajarita negra. El teatro estaba
siempre lleno hasta la bandera, y en cuanto Fabián aparecía, el recinto era inundado con
los aplausos y la expectación del público. Entonces, saludaba y desafiaba al público a que le
preguntase cualquier cosa, sobre cualquier temática, ya fuera de historia como de psicología,
ingeniería o leyes. Podían preguntarle sobre el pasado reciente o sobre acontecimientos,
escritores, artistas o gobernantes de hace cinco o diez siglos, o de las civilizaciones antes
de Cristo. También podían plantearle un problema matemático de la máxima complejidad, o
una fórmula química, o los componentes de un fármaco. Todo, absolutamente todo era
respondido por Fabián con la máxima precisión y exactitud, ante el asombro del público.
En el escenario, un hombrecillo de unos 40 años, vestido con traje oscuro y corbata,
permanecía sentado en una silla junto a una pequeña mesa, en la que sostenía un ordenador
portátil conectado a Internet. Cada vez que alguien realizaba una pregunta, se apresuraba a
escribirla en el buscador de wikipedia. Lo que aparecía en la pantalla del ordenador se
proyectaba en tiempo real en una gran pantalla detrás de Fabián, que el público podía
visualizar. Inmediatamente después de que Fabián respondiera, el hombre del ordenador
accionaba el buscador de wikipedia para comprobar si era cierta la respuesta o no. Siempre
acertaba. Y cada vez que en la pantalla se podía ver que la respuesta era correcta, el público
atronaba el teatro con efusivos aplausos y vitoreos. Algunos incluso se levantaban para
demostrarle su devoción.
A su espectáculo iban desde personas que iban simplemente a divertirse, hasta intelectuales,
filósofos, ingenieros, abogados, universitarios y políticos que iban a poner a prueba su
memoria y su sabiduría. Nadie podía con él. Jamás había cometido un solo error durante
años de espectáculos. Contestaba a todo y a toda clase de preguntas. En una de aquellas
sesiones, por ejemplo, una mujer de
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unos sesenta años se levantó y tras coger el micrófono que le proporcionó una azafata del
teatro, preguntó:
-
¿Qué día y año nació Calderón de la Barca?
-
Calderón de la Barca nació el 17 de enero de 1600 -contestó Fabián con un aplomo
sorprendente. Aplausos.
-
¿Qué es un sintagma nominal? –preguntó a continuación un profesor de lengua
mientras se ponía de pie.
-
En sintaxis, el sintagma nominal es el grupo de palabras que forma un constituyente
sintáctico maximal, cuyo núcleo está constituido por un nombre (sustantivo o
adjetivo sustantivado) o pronombre.- Gritos de Bravo y Viva.
-
¿Qué es el coste por oportunidad? –preguntó un recién licenciado en Economía. Fabián
miró hacia arriba, buscando la inspiración, y a los veinte segundos respondió:
-
El coste de oportunidad o coste alternativo designa el coste de la inversión de los
recursos disponibles en una oportunidad económica, a costa de la mejor inversión
alternativa disponible, o también el valor de la mejor opción no realizada. El término
fue acuñado por Friedrich von Wieser.
Aplausos y vítores de nuevo.
-
¿De qué país es originario el cubo Rubik? –Preguntó un joven con gafitas redondas y
aspecto desaliñado.
-
De Hungría –contestó Fabián con firmeza. Como siempre, el hombrecillo del ordenador
comprobaba en wikipedia la respuesta y ésta se proyectaba en la gran pantalla donde todo el
mundo podía validarla, con enorme entusiasmo y admiración.
-
¿A qué heroe se le atribuye la creación del estrecho de Gibraltar? –se escuchó una voz
femenina formulando la nueva pregunta en la oscuridad de un palco.
-
A Hércules, sin duda, señorita.
Una tras otra, Fabián iba respondiendo como una máquina perfecta a cuantas preguntas se
le hacían, mientras el público estaba atónito y no podía creer que existiera un hombre tan
extraordinariamente sabio.
-
¿Qué es lo que viaja a 186.200 millas por segundo?
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-
La luz, por supuesto.
-
¿A qué le tienen miedo las personas que sufren eritrofobia?
-
A sonrojarse, que es lo que le está sucediendo a usted ahora –la mujer que había
preguntado, de unos treinta años, efectivamente, se había sonrojado con la alusión de
Fabián, mientras el auditorio reía a carcajadas con la ocurrencia de Fabián. Y seguía el
interrogatorio colectivo:
-
¿Qué muro era más largo, el muro de Berlín o el muro de Adriano?
-
El muro de Berlín. -Estruendo de aplausos.
-
¿Cómo ha evolucionado el nivel del mar en los últimos cien años?
-
Ha aumentado 15 cm. –Varias personas se levantaron de la butaca mientras aplaudían
para demostrar su total rendición ante la sabiduría de aquel portento. Mientras tanto, un
hombre calvo y vestido con cazadora de cuero negra, cogió uno de los micrófonos que le
facilitó una azafata y le hizo una pregunta de lo más extravagante y superficial, algo que
también era común en el espectáculo:
-
¿Cuántos piercings llevó John Lynch en su cuerpo para lograr un nuevo record
Guinness en 2008?
-
Doscientos cuarenta y uno.
El hombre calvo alzó los brazos mirando hacia arriba con un gesto triunfal dentro del
éxtasis colectivo. Otras personas formulaban preguntas rebuscadas para poner a prueba la
memoria de Fabián. Un ejecutivo de unos treinta y cinco años, vestido con traje gris y corbata
granate le preguntó con mucha intención:
-
¿Quién fue el presidente de EEUU que estuvo menos tiempo en el cargo, y el presidente
que estuvo más tiempo?
-
William Henry Harrison fue el que menos tiempo permaneció en el cargo, con tan
sólo 32 días, y Franklin D. Roosevelt, con sus 12 años en el puesto, fue el que
permaneció por más tiempo -Fabián respondió sin
titubear, con absoluta calma y frialdad, y el ejecutivo se quedó con cara de tonto, mirando con
admiración y refugiándose en su butaca con cierta vergüenza. Una joven universitaria tomó el
relevo y se levantó reclamando un micrófono, mientras el resto de la audiencia aplaudía a
rabiar después de comprobarse que la respuesta era correcta. La joven hizo otra de esas
preguntas especialmente difíciles:
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-
Quién fue denominado por la neurociencia como el hombre más feliz del mundo, hace
cinco años?
Fabián frunció el ceño, miró hacia abajo. La tensión se podía cortar en el teatro, el público
estaba inmóvil, paralizado, mirando fijamente a Fabián, pensando que tal vez le había
llegado la hora de fallar, de olvidar la respuesta, de hundirse en el fracaso. A veces Fabián
jugaba con los silencios, con sus gestos de preocupación o concentración, con el fin de
alimentar el suspense y hacerlo más emocionante. Pero siempre tenía todo bajo control.
Aunque supiera la respuesta a los cinco segundos, él esperaba con paciencia fingiendo que
dudaba o que no conocía la respuesta. Como en esta ocasión. Recordaba perfectamente
cómo hace varios años le sorprendió el enorme rostro de un tal Mathieu Ricard en la portada
del Magazine del periódico español El Mundo. El titular era “El hombre más feliz del mundo”,
y lo increíble es que quien hacía tal afirmación era un grupo de científicos que había
examinado su cerebro durante años a través de diversas resonancias magnéticas. Su cerebro
había mostrado altos índices de actividad en las zonas asociadas a las emociones positivas,
en concreto en el cortex prefrontal izquierdo, en comparación con la media de numerosos
sujetos que también habían sido examinados mediante resonancias magnéticas. Mathieu
Ricard era el asesor personal del Dalai Lama, y llevaba décadas practicando la meditación.
Fabián leyó con avidez el reportaje y lo memorizó. Ahora había llegado la hora de aprovechar
esta información:
- Mathieu Ricard fue calificado el hombre más feliz del mundo, según la neurociencia.
Ricard es un monje budista, asesor del Dalai Lama.
La tensión dio paso a un alivio colectivo seguido de un aplauso general y entusiasta por parte
de la audiencia del teatro.
El espectáculo duraba una hora y media. Y cuando terminaba, el público se levantaba
para aplaudir a Fabián con un entusiasmo desbordante, mientras Fabián saludaba
ceremoniosamente, a veces durante casi diez largos minutos. Sin embargo, Fabián vivía su
éxito con distancia, sin ninguna euforia, con frialdad. Cuando llegaba cada noche a su casa
después de la función, se quitaba la ropa, se ponía el pijama, se lavaba los dientes y se
pasaba la seda dental de forma meticulosa. Una vez en la cama, le era imposible dormirse.
Todas las preguntas de esa noche revoloteaban como pajarillos por su cabeza, como un
ruido constante que le impedía relajarse. Este proceso iba calmándose,
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reduciéndose, como si de un estanque revuelto se tratase. Hasta que tres horas después de
acostarse, caía rendido y se dormía.
Al día siguiente de cada función, después de desayunar siempre hacía lo mismo. Encendía su
ordenador y se conectaba a Internet para devorar toda la información que podía: leía
varios periódicos tanto nacionales como internacionales, en varios idiomas, y después
entraba en wikipedia y repasaba durante horas millones de datos. Su vida era el
conocimiento. Y había llegado a convertirse en una obsesión.
Después de varios años de creciente popularidad en Inglaterra, Fabián comenzó a ser
reclamado en todo el mundo, y tuvo que empezar a viajar para interpretar su espectáculo en
China, Rusia, toda Latinoamérica y Estados Unidos. El éxito fue arrollador, y tanto Frank
Burton como Fabián se hicieron ricos gracias a la gira internacional que les tuvo viajando
durante tres años más.
Fabián, en apariencia, era un hombre de éxito. Sin embargo, él no se sentía satisfecho ni
realizado con su vida. Más bien todo lo contrario. Después de tantos años triunfando por
todo el mundo, sentía un vacío inmenso dentro de sí mismo. No entendía por qué le sucedía.
Todo le sonreía a su alrededor, tenía éxito, fama y dinero, y había tenido relaciones
sentimentales con varias mujeres. Pero cada día se sentía más triste y desanimado. Fue
entonces cuando comenzó a indagar en temas relacionados con la psicología humana.
Investigó en profundidad a Freud, el conductismo, la Gestalt y otras muchas teorías y
tendencias de la psicología, con el fin de entenderse a sí mismo. Sus conclusiones,
después de varios meses leyendo y memorizando más información relacionada con la
conducta humana, fueron claras: por un lado Fabián sentía un gran vacío por su nula
relación con su padre desde hacía años. Con su madre continuaba comunicándose por
teléfono y por carta, pero su padre se negaba a hablar con él desde que interpretó sus
actividades como una traición al pasado intelectual de su familia.
Por otro lado, Fabián estaba harto de su trabajo como showman. Sus enormes y
sobrenaturales capacidades le habían facilitado fama, dinero y estimulantes experiencias por
todo el mundo. Pero a él le gustaba estudiar, leer, seguir aprendiendo, como si su cabeza aún
tuviera sitio para más información. Curiosamente, su motivación coincidía con las
preferencias de su padre. Este
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fue uno de los descubrimientos que realizó gracias a su investigación psicológica.
Pero la toma de conciencia de su insatisfacción y sus causas no le ayudaba a actuar. Se veía
a sí mismo incapaz de romper con todo lo que había creado en su vida, y que le había
proporcionado riqueza y fama por todo el mundo. Por otro lado, el hecho de resolver sus
diferencias con su admirado padre le resultaba una utopía, no sólo por la personalidad de su
padre sino por su propia cobardía para afrontar la situación. Estuvo años torturándose con
estos pensamientos, y lo que más le indignaba era que todo el conocimiento y la sabiduría de
la historia del hombre no le valían para ser feliz. Él era el ejemplo vivo de la inutilidad
del conocimiento y la información. Nadie en el mundo sabía tanto como él sobre el hombre
y el universo, desde el punto de vista médico -porque también había memorizado millones
de artículos y libros sobre el cuerpo humano, las enfermedades y los tratamientos y
operaciones de cirugía-, desde el punto de vista sociológico, histórico, legal…y recientemente
también desde el ámbito psicológico.
Y conociendo exhaustivamente el comportamiento del ser humano, y sabiendo cuales eran
los orígenes de su amargura, no podía hacer nada para cambiarlo.
¡Qué extraña era la vida! Se dijo el pobre Fabián. Todo lo que había aprendido con voracidad
durante su vida no le servía para el propósito más importante de su vida: ser feliz.
Sí, lo sabía todo, todo lo que el ser humano pudiera conocer, pero ¿De qué le servía tanta
información, tanto conocimiento? Por saber, incluso sabía cual era la solución a su problema
vital. Sabía que la clave era hacer algo, tomar alguna decisión, actuar. Lo había leído
también en decenas de libros de superación personal y motivación. La acción era la llave que
abría la puerta de una vida más plena, más feliz. Pero ¿Por qué entonces no actuaba? No lo
entendía. Estaba bloqueado y desorientado.
Al menos imaginaba durante días enteros cuales eran las acciones que podrían dar un giro
radical a su vida. La primera era cambiar de trabajo, dejar el mundo del espectáculo y
dedicarse a la investigación o a la enseñanza. La segunda era igualmente peliaguda:
acercarse a su padre, retomar la comunicación con él y conseguir tener una relación normal
de hijo y padre. Pasaron años mientras estuvo pensando e imaginándose cómo ejecutaría
ambos cambios. Pero todo
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quedaba en el plano teórico. Y Fabián se iba hundiendo cada vez más en su agujero
particular de conocimiento inmenso sin ninguna utilidad para resolver su vida y sus desafíos.
Su huida hacia delante consistía en profundizar más y más en los conocimientos que existían
sobre el cerebro humano, sobre el comportamiento, sobre las limitaciones psicológicas de
nuestro inconsciente, y también leía biografías de personajes famosos que habían superado
dificultades en su vida. Pero todo el tiempo del mundo dedicado a la lectura y el estudio no le
resolvían su problema. El hombre que sabía demasiado no sabía lo más importante: cómo vivir
su vida. Así estuvo muchos años, paralizado, encarcelado por su propia sabiduría. Hasta que un
día tomó la primera decisión. Una pequeñísima decisión. Pero al menos, era un primer paso
para desbloquear su inacción durante tantos años. La temporada de funciones se
interrumpía siempre durante el mes en agosto, y aquel año Fabián decidió volver a España,
donde vivían sus padres. Esa fue la decisión, no se planteó acercarse ni siquiera a varios
metros de la casa de sus padres.
Se alojó en un hotel del centro de la ciudad y allí permaneció durante días y noches,
encerrado en su habitación, una vez más deseando tomar una decisión sin tomarla. Se había
llevado su portátil y a través de él continuaba con el aprendizaje y revisión de su
inconmensurable sabiduría.
Había leído, entre millones de libros, uno relacionado con la efectividad de las pequeñas
decisiones y las pequeñas acciones. El libro defendía que nuestro cerebro activa el miedo
cuando nos planteamos grandes cambios o grandes decisiones, y eso hace que nuestra
corteza cerebral se bloquee y no actúe a pleno rendimiento, paralizando nuestro progreso.
Fabián había decidido por fin probar en la experiencia real alguno de los miles de millones de
datos que tenía acumulados en su mente. De momento se encontraba en la ciudad donde
había nacido y crecido, donde vivían sus padres. Ahora que ya lo había logrado, se
planteaba la segunda pequeña decisión: aproximarse y mirar desde lejos la fachada de la casa
de sus padres.
Al cabo de una semana de llegar, ya estaba plantado espiando el edificio donde vivían sus
padres. Su corazón latía a gran velocidad e intensidad, porque hacía muchos años que no
veía a sus padres. Después de varias horas soportando el bochornoso calor, Fabián tuvo su
recompensa. Su padre y su madre salieron por
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el portal de la casa, con un paso lento y pausado. La imagen resultó de gran impacto
porque Fabián no era consciente de cuanto habían envejecido. El paso de los años había caído
implacable sobre ellos, en especial sobre su padre. Fabián vio cómo tomaban un taxi que
estaba aparcado junto al portal desde hacía cinco minutos. El taxi arrancó y Fabián sintió en
el estómago una dolorosa contracción. No sabía si era tristeza o culpabilidad. Estaba
confuso. Pero al mismo tiempo se sentía orgulloso de estar dando pasitos pequeños hacia
su objetivo: recuperar a su padre.
Volvió al hotel, y en los sucesivos días regresó a su esquina, para observar la vida y
movimientos de sus padres. Hasta que un día se decidió por caminar hacia la puerta y
llamar al timbre. Cuando estaba en la puerta, apenas comprendía cómo había llegado hasta
allí. Probablemente porque no lo pensó. Cuando su madre abrió la puerta, Fabián esbozó una
amplia sonrisa y abrió los brazos en señal de apertura. Su madre, después de unos segundos
bloqueada y confusa, se abalanzó sobre él y le cubrió de besos mientras lloraba de emoción.
Fabián y su madre habían mantenido su comunicación en la distancia, y por tanto el
reencuentro no fue difícil. Sin embargo, cuando Fabián entró en el salón donde estaba sentado
su padre, sintió que se le tragaba la tierra. Su padre no se levantó, giró pesadamente su cabeza
y lo miró como si no lo conociera.
-
Hola, papá…Soy Fabián -dijo con temblorosa voz.- ¿Cómo estás?
Su padre se quedó unos segundos mirándole, y después, bajando la cabeza con desolación,
contestó con una voz débil:
-
Hola.
Era la primera palabra que le dirigía su padre hacía ocho años. Fabián se sentía cada vez más
seguro, con más confianza, y con más ganas de seguir actuando, tomando decisiones,
avanzando.
A partir de ese día, Fabián se instaló en su casa. Faltaban aún diez días para que tuviera que
regresar a Londres, y decidió recuperar el tiempo perdido. Durante la primera semana de
estancia en su antiguo hogar, Fabián cruzó tan sólo frases sueltas o monosílabos con su
padre, aunque poco a poco iban comunicándose con más riqueza, a pesar de hablar de
aspectos triviales.
Sin embargo, para Fabián aquello era el paraíso, porque su padre le dirigía la palabra. Se
sentía cada vez más tranquilo y feliz. Pero necesitaba afrontar de verdad su relación con su
padre, necesitaba decirle determinadas cosas. Pero
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sobre todo, necesitaba decirle que le admiraba y le quería. Así de simple y de complicado.
Su padre había envejecido rápidamente, se movía con torpeza, y además había sufrido serios
problemas cardiovasculares, por lo que era posible que un día de aquellos se marchara
definitivamente. Eso pensaba Fabián, y por eso no quería dejar de intentarlo antes de volver
a Londres. Su madre también lo animaba a que expresara sus sentimientos a su padre,
porque con los achaques y la enfermedad se había ablandado su carácter.
Por fin, el último día de su estancia en España decidió sentarse junto a su padre en la terraza
que daba al salón. Estaba anocheciendo, y el calor era aún sofocante. Su padre estaba sentado
cómodamente leyendo una revista científica. Fabián se sentó y se mantuvo en silencio unos
diez minutos. Su padre se quitó las gafas que utilizaba para leer, y dejó la revista en la mesa.
Sin mirar a Fabián, le preguntó si se marchaba al día siguiente.
-
Sí…Me vuelvo mañana.
Pasaron tres minutos más en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido. Entonces
Fabián prosiguió hablando:
-
Voy a dejar mi trabajo en el teatro. Y quiero decirte que no es porque tú lo quieras. Es
porque es lo que quiero yo. He ganado mucho dinero durante estos años gracias a
mis conocimientos, y tengo bastante dinero ahorrado. Con ese dinero puedo
permitirme estar un par de años buscando un trabajo que realmente me guste. ¿Y
sabes? Quiero dedicarme a la investigación científica. Me siento como un payaso
saliendo día tras día a un escenario lleno de histéricos que sólo buscan, digamos, mi
parte extravagante.
Supongo que este cambio te parecerá bien…o puede que ya no te importe. No lo
sé…pero para mí lo importante era decírtelo.
Fabián estaba sudando, entre el calor y los nervios. Además, su padre no reaccionaba, era
como si no le escuchara ya que ni le miraba. Pero Fabián se armó de valor para continuar
con lo que había decidido hacer desde que salió de Londres.
-
Verás…quería decirte también algo. Quería decirte que para mí siempre has sido una
referencia…te he admirado mucho desde que era pequeño. Y…y…te quiero.
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¡Ya lo había dicho! Fabián suspiró aliviado, y se acomodó en la silla. Miró los edificios
lejanos de la ciudad en el ocaso. Su padre continuaba quieto, sin moverse apenas. Fabián,
crecido, continuó:
-
Quería decirte esto antes de irme…y también quería darte las gracias por haberme
inculcado la pasión por el conocimiento y el aprendizaje…aunque ¿Sabes una cosa?
Si ese conocimiento no lo transformas en una acción o una decisión, no vale de mucho
en el mundo real.
Pasaron veinte minutos más. El padre de Fabián se mantuvo mirando hacia el horizonte,
respirando pausadamente, en silencio. Por su parte, Fabián sentía un enorme alivio, y al
mismo tiempo se sentía vacío. Pero era un vacío muy distinto al que sentía cuando llegaba de
representar su función del hombre más sabio del mundo. Este vacío era de paz interior, de
plena conciencia. Finalmente, se levantó y se fue a dormir.
Al día siguiente, Fabián cogía un avión para Londres a las 12 h. Sus padres fueron a
acompañarle al aeropuerto, para despedirse de él. Aquella visita significaba, sin duda, un
antes y un después para los tres. La relación se había restablecido, incluso con su padre,
aunque éste apenas hubiera dicho diez o doces frases en los diez días que había estado
Fabián en su casa.
Cuando llegó el momento de la despedida, su madre se despidió con alegría de Fabián, con
mucho cariño. Entonces, Fabián se volvió a su padre. Éste, con ojos llorosos, le miró a sus ojos
directamente y abrió sus brazos. Fabián se dejó llevar y se fundió con su padre en un abrazo
profundo, sentido y doloroso por el tiempo perdido. Cuando se desprendió de sus brazos,
Fabián vio que su padre estaba llorando. Fabián entendió emocionado. Su padre también
había entendido, por fin, a su hijo.
Cuando llegó a Londres, Fabián se dirigió directamente a la oficina de su promotor, Frank
Burton. Éste le estaba esperando cómodamente sentado en su despacho, y le recibió con gran
alegría. Entonces, Fabián le comunicó su decisión de abandonar su carrera como showman, y
Burton trató de convencerle de lo contrario con mil artimañas. Le ofreció más dinero, un
porcentaje en la empresa productora, más tiempo para descansar. Pero fue inútil. Fabián
había aprendido, por fin, a tomar decisiones, a actuar. Había aprendido a afrontar su vida. Y
ya no había marcha atrás.
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Salió de la oficina de Burton con una sensación de plenitud. Era el mismo vacío que había
sentido cuando expresó a su padre todos los sentimientos retenidos durante toda su vida. En
ese momento, sonó su teléfono móvil. Era su madre. Su voz era apenas audible, temblorosa y
desgarrada.
-
Fabián…tu padre…
Fabián comprendió al instante. Su padre había sufrido un ataque al corazón hacía apenas
unas horas y no lo pudo resistir. Fabián sintió una profunda tristeza por la pérdida de su
querido y admirado padre. Probablemente la persona más importante de su vida, para
bien y para mal. La persona que inculcó en él la pasión por la sabiduría, pero también la
persona que limitó gravemente su vida y le infligió tanto dolor y resentimiento por su
desprecio e indiferencia. Al final, Fabián comprendió que su padre, simplemente, tenía una
grave incapacidad para expresar lo que sentía. Tanta sabiduría y conocimientos tampoco le
habían servido para ser feliz.
Por otro lado, Fabián se dio cuenta de la trascendencia de sus decisiones del último mes.
Decidió romper con su parálisis y decirle a su padre lo que durante toda su vida quiso
transmitirle. Justo a tiempo, un día antes de su muerte. La vida era extraña, pensó.
También se enfrentó a la otra persona decisiva en su vida: Frank Burton, para comunicarle
su firme decisión de abandonar su carrera profesional para dedicarse a lo que
verdaderamente le había motivado en su vida: el aprendizaje y el estudio. Pero a partir de
ese día, nunca más su inmenso conocimiento ni la infinita información que inundaba su
cerebro le impedirían vivir de
verdad. Nunca más
su
vasta
y
gigantesca sabiduría
bloquearían su capacidad para actuar y cambiar el rumbo de su vida.
El hombre que sabía demasiado miró al cielo azul, tan sólo surcado por algunas nubes blancas
como la nieve. Y comenzó a caminar hacia una nueva vida llena de incertidumbre, pero
también
de
esperanza.
Una
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que
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sería
vivida
con
toda
plenitud.
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