1 Amanecer: los nueve dioses de Heliópolis

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Amanecer: los nueve dioses de Heliópolis
En un principio nada existía, excepto las profundas y oscuras aguas
del Nun. No había ni tierra ni cielo. Tampoco, dioses, gente, luz o
tiempo. Sólo las interminables e inmóviles aguas del Nun; pero muy
dentro de ellas flotaba un huevo perfecto. Y atrapado dentro de ese
huevo perfecto había una solitaria chispa de vida. De repente, de
forma inexplicable, el huevo se abrió. La vida se liberó de la cáscara
que la contenía y, con una explosión de energía, una colina emergió
de las aguas. Sentado sobre esa colina se encontraba el dios Atum.
Atum se había creado a sí mismo. Ahora brillaba como el sol, llevando luz a su mundo recién nacido.
Solo en su colina, Atum se puso a crear la vida. Agarró su pene y
de los fluidos de su cuerpo surgieron dos niños: Shu, el dios del aire
seco, y Tefnut, la diosa de la humedad. Atum, Shu y Tefnut vivieron
juntos, felices y a salvo sobre su colina en medio de las aguas del Nun,
hasta que un terrible día Shu y Tefnut cayeron al agua. Chillando,
desaparecieron de la vista.
Cegado por las lágrimas, Atum convocó a su Ojo para que buscara a los perdidos gemelos. El Ojo de Atum encontró a Shu y Tefnut
en las profundidades de las aguas del Nun. Al devolverlos a su padre,
las lágrimas de tristeza de éste se transformaron en lágrimas de felicidad. Copiosas, cayeron al suelo. Y de esas lágrimas surgieron los
hombres y las mujeres. Así es como dio comienzo una era gloriosa,
durante la cual humanos y dioses vivieron en armonía sobre la colina
en medio de las aguas del Nun.
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Shu y Tefnut se amaron como esposo y esposa, y Tefnut dio a luz
a los hijos de su hermano: Geb, el apuesto dios de la tierra, y Nut, la
bella diosa del cielo. Geb se tumbó y se convirtió en la tierra fértil.
Soportaba los campos y las marismas y el gran río. El grano nacía de
sus costillas y las plantas germinaban sobre su espalda. Su risa provocaba terremotos y sus enfados traían el hambre. Nut amaba a su hermano y feliz dio a luz a sus hijos, las brillantes estrellas que decoran el
firmamento nocturno. Pero un terrible día, igual que una cerda enfadada puede comerse a sus crías, Nut se tragó a sus hijos-estrellas. Geb
se puso furioso y la tierra tembló y se movió con su ira. Para escapar de
la ira de Geb, Nut se tendió sobre su hermano, con los dedos de los
pies y de las manos apoyados sobre los horizontes del norte, sur, este
y oeste. Y Shu se arrodilló con los brazos extendidos entre sus amados
hijos, manteniéndolos separados para que no continuaran su pelea.
Ahora el cuerpo extendido de Nut separaba el mundo de las caóticas aguas del Nun. Su risa retumbaba en forma de truenos y sus lágrimas caían en forma de lluvia. Sobre su cuerpo las estrellas y la luna
centelleaban por la noche y el sol ardía durante el día. Y cada atardecer se tragaba al sol, que durante la noche atravesaba su cuerpo para
renacer de su útero al amanecer.
La colina de la creación
Los sacerdotes que servían al dios sol en el templo de Heliópolis sabían cómo había comenzado el mundo. Su mito de Atum y su colina
de la creación no se conserva en una narración única y completa,
ha de reconstruirse a partir de una miríada de referencias en el arte,
los himnos solares y los textos funerarios, donde el nacimiento del
mundo se equipara al renacimiento del difunto en la tumba. Las
principales fuentes escritas de este relato son, en orden cronológico,
los Textos de las pirámides del Reino Antiguo, los Textos de los ataúdes
del Reino Medio, varios textos funerarios del Reino Nuevo y el Papiro Bremner-Rhind ptolemaico,1 pero es probable que estos escritos
estén preservando una mitología mucho más antigua, prehistórica.
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El mito heliopolitano revela la organización esférica del cosmos
egipcio. Geb, la tierra masculina, estaba cubierta por Nut, el cielo
femenino, con Shu, la atmósfera, separándolos. Rodeando a esta
burbuja de vida estaban las infinitas e inmóviles aguas del Nun (o
Nu), un peligro oscuro y desconocido. En algún punto del interior de
la burbuja que no se menciona en el texto estaba la Duat, la tierra
de los muertos, de las estrellas diurnas y del sol de la noche. Egipto
era, como no podía ser de otro modo, el centro ordenado del mundo
que había dentro de la burbuja. El Nilo dador de vida surgía de las
aguas del Nun en algún lugar al sur de la ciudad fronteriza meridional
de Asuán y fluía hacia el norte para desembocar en el mar. Bordeando
ambas orillas del río se encontraba la fértil Tierra Negra. Más allá se
encontraba la desértica Tierra Roja, seguida de las montañas y las
descontroladas tierras extranjeras, donde reinaba el caos. El rey de
Egipto era, evidentemente, el monarca de todo este mundo, si bien a
sus «súbditos» extranjeros había que recordarles con frecuencia su
derecho divino a gobernarlos.
Este plano cósmico queda reflejado en la arquitectura formal
templaria, que convertía cada templo en la colina original de la creación. Un alto y ondulado muro en forma de ola rodeaba el perímetro
del complejo templario, conteniendo a las fuerzas (o aguas) del caos.
La gigantesca puerta de entrada, o pilono, sugiere las montañas del
horizonte oriental. Dentro del edificio principal del templo, las columnas, a menudo decoradas para asemejarse a tallos de papiro o
flores de loto, representan las plantas de las marismas que poblaban
la isla de la creación. Según los sacerdotes avanzaban desde la iluminada y pública entrada hasta el oscuro y privado santuario interior, el
suelo se alzaba gradualmente para recrear la colina primigenia. Muy
por encima de los sacerdotes el oscuro cielo estaba decorado con estrellas de cinco puntas o con escenas astronómicas que lo convertían
en el cielo nocturno; mientras tanto, las escenas de rituales y naturaleza que decoraban los muros interiores entre la colina (el suelo) y el
cielo (el techo) representaban la vida y la actividad en el seno del armonioso templo-mundo. Fuera del edificio principal, los lagos sagrados ofrecían una forma controlada de las aguas del Nun, destina45
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das a ser utilizadas en los rituales del templo, mientras que otros
templos o santuarios menores cobijaban a dioses relacionados con la
deidad principal del templo. Al mismo tiempo, a su nivel más prosaico y de forma bastante literal, el templo era la casa del dios, quien con
forma de estatua habitaba el sanctasanctórum, la zona más interna y
secreta del edificio. Esta división entre zonas exteriores (públicas o
semipúblicas) y zonas interiores (privadas y reservadas a los sacerdotes y la deidad) reflejaba la distribución espacial de todas las casas
y palacios egipcios.
La historia de Atum reconocía el hecho de que debía de haber
habido un tiempo antes del tiempo: un momento de preexistencia en
el que Nun, que no había sido creado ni se había creado a sí mismo,
existió en solitario. Entonces, de forma repentina e inexplicable, la
colina primigenia emergió de las caóticas aguas, del mismo modo
que los campos egipcios emergían cada año del interior de las generatrices aguas del Nilo. No obstante, mientras el comienzo del tiempo estuvo señalado por una abrupta aparición de la vida y el surgimiento de una colina (el significado sexual de todo ello sin duda no
pasó desapercibido para los egipcios), Egipto experimentaba una
reaparición más gradual; en su caso las profundas aguas rojas se retiraban con lentitud, dejando tras ellas una gruesa capa de barro y una
útil cosecha de peces varados. Como los egipcios sabían muy bien,
esta «nueva» tierra estaba húmeda y era fértil; con atentos cuidados
produciría una cosecha que sería la envidia del mundo antiguo. Esta
idea de la colina dadora de vida encuentra su eco en las tumbas del
desierto, donde las más sencillas estaban cubiertas por pequeños
montículos; gracias a ellos, las tumbas se convertían no sólo en un
símbolo de muerte, sino en una promesa de resurrección para el difunto. Con el tiempo, el montículo terminaría transformado en la
mastaba —una tumba subterránea cubierta por una estructura rectangular de piedra o ladrillo—, que a su vez evolucionaría hasta convertirse en la pirámide real.
Nun, las aguas sin sexo ni límites que llevaban en sí el potencial
de la vida, podían personificarse en el dios Nun: una deidad con forma humana, barba curva y pesada peluca, que a menudo era repre46
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sentada llevando el barco solar del dios sol Ra con los brazos extendidos. En el Reino Medio, Nun, aquel que «llegó a ser por sí mismo»,
había reclamado el título de «padre de los dioses», si bien técnicamente no estaba relacionado con Atum ni su progenie. En el Reino
Nuevo era reverenciado como el «señor de la eternidad» y durante la
Baja Época se transformó en una deidad más caótica y amenazadora;
mientras que en la época cristiana se convirtió en el vacío del infierno. El elemento femenino del Nun —el cual le permitía convertirse
en un dios creador— podía ser personificado de forma independiente por Mehet-Weret, la «Gran nadadora» o la «Gran inundación»,
una vaca que, nacida de las primeras aguas, dio a luz al dios sol Ra en
las marismas primigenias y lo alzó hasta el cielo sobre sus cuernos. Si
bien ambos eran respetados en todo Egipto, ni Nun ni Meret-Weret
poseyeron centros de culto o sacerdotes.
Atum: «el señor de la totalidad»
Atum, «señor de la totalidad», es un ser inmensamente poderoso con
una peligrosa naturaleza dual. Poseía la habilidad de crearlo todo,
pero al mismo tiempo que completa el trabajo, lo termina. Como
reconocimiento al hecho de que crea y gobierna tanto el Alto como
el Bajo Egipto, Atum suele ser representado con forma humana y
tocado con la doble corona; su curvada barba confirma que es un
dios, más que un rey humano. También puede ser representado
como una serpiente, un escarabajo pelotero, un hombre con cabeza
de carnero y, más raramente, como un icneumón, un león, un toro,
una lagartija, un mono o como la propia colina de la creación. Atum
es un dios de gran importancia ya a comienzos del Reino Antiguo, y
los Textos de las pirámides detallan la lucha del rey difunto por convertirse en uno con el dios sol. Si bien estos textos terminaron siendo
abandonados y su culto y mitología absorbidos por los de Ra, Atum
siguió siendo un ser poderoso hasta el final de la época dinástica.
Atum no tenía necesidad de crear un sol para su nuevo mundo:
como deidad solar que era, contaba con su propia luz. Versiones pos47
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teriores del mito nos lo aclaran; es entonces cuando Ra, «el sol», o la
deidad compuesta Ra-Atum, emerge de la colina de la creación.
Mientras Ra era celebrado como el poderoso sol del mediodía, Atum
fue asociado con el anciano y moribundo dios del atardecer, lo cual lo
relacionaba estrechamente con la muerte y el más allá. Mientras tanto, el escarabajo Khepri, «aquel que llega a ser», era reverenciado
como el recién nacido dios del amanecer. De este modo, los tres aspectos del dios, el vigoroso Khepri, el poderoso Ra y el cansado
Atum, llegaron a simbolizar la mañana, el mediodía y la tarde, las
tres divisiones del día egipcio.
Por lo general Khepri aparece representado como un escarabajo,
aunque también puede ser una persona o un halcón con cabeza de
escarabajo. Es una versión divina de un humilde escarabajo pelotero,
cuyo hábito de empujar una pesada bola de estiércol sugería la imagen de un gigantesco escarabajo celestial que hacía rodar el sol por el
firmamento. Escondidos dentro de la bola de estiércol había huevos
de escarabajo, que finalmente eclosionaban, se liberaban de la pelota
y se alejaban de ella, haciendo que los observadores concluyeran que,
al igual que Atum, los escarabajos eran seres masculinos capaces de
autocrearse. Al escribir sobre los dioses animales de Egipto, Plutarco
mencionaba esta asentada creencia:2
... y que la especie de los escarabajos no tiene hembras, sino que todos los machos depositan el semen en materia que modelan en forman de bola, a la cual
hacen rodar empujándola hacia atrás, del mismo modo que el sol parece recorrer el sol en dirección contraria cuando se dirige desde el poniente hacia el
naciente...
Todas las noches Khepri moría, era desmembrado y enterrado;
cada mañana renacía de nuevo como dios. Esta envidiable habilidad
para regenerarse hizo del escarabajo uno de los amuletos más populares de Egipto, utilizado a partir del Primer Período Intermedio
tanto por los difuntos como por los vivos. Escarabeos con la parte
inferior plana eran utilizados como sellos. Por su parte, Amenhotep III utilizó algunos de gran tamaño a modo de «periódico», con
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breves textos propagandísticos grabados en la base para difundir las
buenas nuevas por todo su imperio. Si bien Khepri no tuvo templos
de culto, en los de otros dioses se colocaron gigantescos escarabeos de
piedra. El ejemplo más conocido es el inmenso ejemplar situado junto al lago sagrado del templo de Karnak de Amón-Ra, que resulta
curiosamente atractivo para los visitantes modernos. Tanto es así que
ha desarrollado su propia mitología y se cree que concede deseos y
hace que las estériles conciban.
Los gemelos divinos
Tras haber traído el orden al caos, el solitario Atum decidió poblar su
mundo. Su soledad y necesidad de compañía serían algo comprensible para unas personas que para protegerse y gozar de comodidad
vivían en estrechos grupos familiares y carecían de ese moderno concepto que es el «espacio personal». Las deidades egipcias nunca fueron tan altaneras como para no abandonarse a las más básicas de las
prácticas humanas, por lo cual el ser único y autocreado ha de aparearse consigo mismo para reproducirse. La recitación 527 de los
Textos de las pirámides deja muy claro el mecanismo utilizado para
ello:3
Atum es aquel que [una vez] vino a ser, quien se masturbó en On ( Heliópolis). Cogió su falo agarrándolo para poder crear el orgasmo por medio
de ello, y así nacieron los gemelos Shu y Tefnut.
Por sí sólo, el hasta entonces andrógino Atum se había convertido en el padre de los dioses. Mientras tanto, la mano que había utilizado para masturbarse se terminó transformando en su propio elemento femenino (la mano, djeret, es femenino en egipcio), de tal
modo que Atum y su mano se convirtieron en una pareja divina al
igual que puedan serlo Nun y Mehet-Weret. No obstante, como era
Atum quien había creado la mano, ésta también podía considerarse
su hija. La personificación de esta mano es la diosa Iusaas, adorada
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en el templo de Ra en Heliópolis. En el Reino Medio se había dividido en dos componentes: Iusaas, «Se hace grande según viene», que
representa el crecimiento, y Nebethetepet, «Señora del campo de
ofrendas», que representa la abundancia. La estimulación sexual
de los dioses será considerada siempre una cuestión importante, y
algunos de los inequívocos títulos de las reinas humanas («esposa del
dios», «mano del dios») parecen sugerir que tenían la tarea de proporcionar el necesario elemento femenino en los rituales destinados
a estimular físicamente a los dioses varones.
Una narración más abstracta de este primer nacimiento, conservada en la recitación 600 de los Textos de las pirámides, nos dice que
los hijos de Atum surgieron de otros fluidos corporales: «escupiste a
Shu, expectoraste a Tefnut, y pusiste tus brazos en torno a ellos...».
Los Textos de los ataúdes, recitación 76, ofrecen más detalles:4
Soy sin duda Shu, al que Atum creó, por medio del cual Ra comenzó a
ser; no crecí en el útero, no fui unido en el huevo, no fui concebido, sino que
Atum me escupió de la baba de su boca junto a mi hermana Tefnut. Ella vino
detrás de mí y quedé cubierto por el aliento de la garganta ... Soy Shu, padre
de los dioses, y Atum envió una vez a su Único Ojo a buscarnos a mí y a mi
hermana Tefnut. Hice luz de la oscuridad para ello, y me encontró como un
inmortal.
Este nacimiento asexual encaja bien con los nombres de los gemelos. «Shu» deriva de la palabra egipcia que significa «desolación» o
«vacío» y suena como la palabra para «estornudo»; mientras que el
elemento «Tef» del por otra parte oscuro nombre de Tefnut, se traduce como «saliva».
La Teología menfita, de la Baja Época, y el Papiro Bremner-Rhind
ptolemaico añaden más datos, uniendo ambas tradiciones de forma
limpia. En ellos Atum estimula su pene antes de eyacularse en la
boca, que de este modo se convierte en un útero. Esta cansada técnica —Atum se apoya en el suelo sobre sus hombros mientras dobla el
cuerpo para chupar su propio pene— es representada de forma muy
gráfica por unos artistas que no veían nada de extraño en decorar es50
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pacios y artefactos sagrados (templos, tumbas y su contenido) con
imágenes descaradamente sexuales. Los egipcios eran, primero y
ante todo, unos campesinos; de modo que comprendían el papel del
coito y del semen en la reproducción. Reconocían la potencia de la
creación sexual e intentaban aprovecharla en ocasiones destacadas,
como por ejemplo la creación de los dioses o el renacimiento de la
momia tras la muerte. Pero, miles de años después, las escenas de
Atum preñándose a sí mismo causaron malestar en muchos egiptólogos victorianos; al tiempo que las abiertamente itifálicas imágenes
de los dioses Geb, Min y en ocasiones Amón llevaron al absurdo de
colocar las cartelas de los museos en sitios estratégicos, para así ocultar la verdadera naturaleza de los dioses a los delicados ojos de las
visitantes.
Estas imágenes abiertamente sexuales, de forma más seria, contribuyeron a crear la falsa imagen —alimentada por las aparentemente condenatorias pruebas de incesto, poligamia, vestidos transparentes, poesía sensual, papiros eróticos y ausencia de una ceremonia de
bodas— de los egipcios como gentes procaces e incluso lascivas. Lo
más curioso es que nada hay que demuestre que los egipcios llevaran
una vida promiscua; de hecho, los textos personales recuperados en
Deir el-Medina confirman que la sociedad esperaba que las personas
siguieran un firme código moral. En uno de estos textos podemos
leer la historia real de un hombre casado, Nesamenemope, que llevaba ocho meses manteniendo a una querida.5 Como resulta lógico, la
familia de la esposa engañada no aprobaba este estado de cosas y una
noche decidieron hacer algo al respecto. Reunieron a un grupo de
aldeanos y marcharon hacia la casa de la querida con intenciones
violentas: «Vamos a golpearla, y también a sus gentes». Por fortuna,
un mayordomo pudo hacer retroceder a la muchedumbre antes de
enviar recado a la asustada pareja. Si pretendían continuar con su
asunto, Nesamenemope debía regularizar la situación divorciándose
de su esposa, ocupándose de su bienestar y dejándola libre para casarse con otro.
En Heliópolis, hombres y mujeres son creados a la vez y con la
misma indiferencia, como accidentales subproductos de las lágrimas
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de alegría de Atum. Se trata de otro deliberado juego de palabras,
pues la palabra egipcia para «lágrima» (remut) suena igual que la palabra para «gente» (remetj). Como siempre, existen diferentes versiones de la historia. En algunos relatos las lágrimas caen del Ojo antes
de que se cree el mundo. En la cosmogonía de la diosa Neit, el recién
nacido Ra llora lágrimas de tristeza porque se ha separado de su madre y sus desesperadas lágrimas se convierten en la humanidad.
Cuando Neit regresa hasta su hijo, las lágrimas de alegría de éste se
convierten en los dioses.
Atum es tanto el padre como la madre de los dioses, no obstante,
a partir de este momento será considerado un dios masculino. Sus
hijos Shu y Tefnut son los primeros seres sexualmente diferenciados
de Egipto; se reproducirán de forma convencional, si bien incestuosa, como también harán sus hijos y sus nietos. En cuanto al incesto se
refiere, tenían pocas opciones de evitarlo, pues al comienzo de los
tiempos escasean los posibles candidatos; pero al hacerlo pusieron en
marcha una costumbre regia. Los matrimonios reales incestuosos
nunca fueron obligatorios, mas los emparejamientos hermano-hermana y hermano-medio hermana eran alentados, porque relacionaban a la familia real con los dioses, al tiempo que la alejaban de la
gente del común, la cual sólo practicará el matrimonio entre familiares al final de la época dinástica. Desde un punto de vista más práctico, los matrimonios incestuosos restringían el número de potenciales
candidatos al trono, al tiempo que aseguraban la formación de la
reina en sus deberes desde una edad temprana.
Juntos, los gemelos forman un vacío o burbuja dentro de las aguas
del Nun. Shu, hijo de Atum, es una fuerza vital asociada con el aire
seco, la bruma y la luz solar; es probable que los «huesos de Shu»,
mencionados en los Textos de las pirámides, sean las nubes. Como
creador, Shu está presente en todos los nacimientos, además de poseer una gran capacidad como sanador. Las recitaciones 75-80 de los
Textos de los ataúdes, llamadas en ocasiones la Letanía de Shu, identifican a este dios con el ankh, la vida, al tiempo que expresan la esperanza de que será capaz de insuflar esa vida al difunto. Como Shu
puede preservar al fallecido, es equiparado al incesante ciclo del
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tiempo que ve cómo se siguen el nacimiento, la muerte y el renacimiento de los sucesivos reyes. Al ser hijo de Atum, también es heredero del trono y parece que pasó algún tiempo gobernando Egipto
antes de cansarse y retirarse a vivir junto al dios sol. Shu suele ser representado como un hombre con una pluma sobre la cabeza.
Tefnut, la hermana-esposa de Shu, es su complemento: una oscura fuerza vital asociada a la humedad que, dado el amor egipcio por
la simetría, puede haber sujetado en alto a su hijo Geb haciendo las
veces de atmósfera del otro mundo, del mismo modo que Shu, sujetando a Nut en alto, hacía de atmósfera en la tierra de los vivos. Apenas tenemos conocimiento sobre su naturaleza ni sobre su escasa, si
es que la hay, mitología asociada, pero está claro que está relacionada
con la otra vida. La recitación 685 de los Textos de las pirámides nos
cuenta que, al igual que su hermano, era capaz de proporcionar agua
limpia para el rey renacido.
Juntos, Shu y Tefnut eran representados como Ruty, los gemelos
—o leones— enfrentados que protegían los horizontes oriental y occidental. Ruty fue evolucionando hasta convertirse, durante el Reino
Nuevo, en un par de leones sobre cuyo lomo se elevaba cada día el sol.
Tefnut puede aparecer como una mujer, una leona o una mujer con
cabeza de leona que, a menudo, lleva una larga peluca en forma de
melena y un disco solar. Como hija del dios sol puede equipararse a
Maat, la personificación del concepto de «lo correcto» o ausencia de
caos. Al mismo tiempo, era identificada con el ser divino independiente conocido como Ojo de Atum u Ojo de Ra. Como todos necesitan luz para ver, los ojos y el sol siempre estuvieron estrechamente
relacionados. Al igual que la palabra «mano», la palabra egipcia para
«ojo» (irt, una palabra que suena como el verbo «hacer») era de género
femenino, de tal modo que los ojos de los dioses varones eran considerados mujeres. El Ojo de Atum era un aspecto femenino del dios sol
varón y, dado que él la creó, también la hija que lo protegía. Este papel
puede ser asignado a otras diosas solares, entre ellas Bastet, Sekhmet,
Wadjet y Hathor. Nos volveremos a encontrar con estas damas.
De algún modo que nunca se llega a explicar del todo, Shu y Tefnut se alejaron físicamente de su padre. Desesperado, Atum se arran53
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có el Ojo y envió a su hija a recuperar a sus hijos caídos en las aguas del
Nun. El Papiro Bremner-Rhind amplía el relato, contándonos que,
cuando el Ojo regresó triunfante con los gemelos, se quedó desconcertada y enfadada al comprobar que su padre la había reemplazado
por otro Ojo. Para aplacar a su irascible hija, el creador la transformó
en una cobra y se la colocó en la frente como el rampante ureus.6
Las diosas solares eran tremendamente leales, aunque propensas
a incontrolables arranques de ira y capaces de actuar sin pensar ni
tener en cuenta las consecuencias de sus actos. Esto las convertía en
muy aptas guardaespaldas de su padre, Ra. La historia del Ojo enfadado que abandona Egipto fue popular durante el período grecorromano. El mito básico, situado en la pacífica etapa posterior a la creación, nos cuenta que tras haberse peleado con Ra el Ojo huyó a una
tierra lejana, que suele ser identificada con Nubia, pero que en ocasiones puede ser Libia. El Ojo adoptó la forma de un feroz león que
cazaba en el desierto, matando a sus enemigos y comiéndose su carne. Traída de regreso por su hermano Shu o el sabio dios Thot, o
ambos a la vez, para enfriar su pasión fue sumergida en el Nilo cerca
de File y luego obligada a casarse, bien con Shu, bien con Thot. En
algunas versiones de este cuento, la diosa leona es perseguida por el
dios cazador Onuris de This, que luego se desposa con ella. La versión mejor conservada del mito se encuentra en el demótico Papiro
Leiden I 384. Allí se nos cuenta que Tefnut, la cual había adoptado la
forma de un gato nubio, se enfrenta a Thot con forma de babuino.
Quizá porque se sabe que parlotean entre ellos, los babuinos eran
considerados buenos narradores: algunos autores grecolatinos creían
incluso que los sacerdotes egipcios conocían el habla de estos monos
y que el verdadero lenguaje religioso egipcio era la «lengua del babuino». Para convencerla, Thot, maestro de las palabras más que de las
habilidades cazadoras, describe a la diosa la cálida acogida que le espera en Egipto y luego la tienta a retornar a su hogar con varias historias. La más completa de ellas es El león en busca del hombre:
Érase una vez un poderoso león de montaña, tan fuerte y hábil en la
caza que el resto de los animales le tenía miedo y él no tenía miedo a
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nadie. Un día el poderoso león se tropezó con una pantera medio inconsciente, a la cual habían arrancado el pelaje y cuya piel había sido
cruelmente desgarrada.
—¿Quién te ha hecho esto? —ronroneó el león.
—Ha sido el Hombre —replicó la pantera.
—¿Qué es el Hombre?
—El Hombre es la más astuta bestia del mundo entero. Ruego para
que nunca caigas en sus manos.
El león quedó henchido de rabia. Dejando atrás a la moribunda
pantera, se embarcó en la misión de encontrar al Hombre y darle una
lección. No tardó en encontrarse con dos animales uncidos juntos en
una postura incómoda.
—¿Quién os ha hecho esto? —preguntó.
—El Hombre, nuestro amo, nos lo ha hecho —fue la respuesta.
—Por tanto, ¿el Hombre es más fuerte que vosotros dos juntos?
—No hay ninguna bestia más astuta que el Hombre. Rogamos
para que nunca caigas en sus manos.
Crecida su rabia, el león corrió en busca del Hombre. En el transcurso de su búsqueda se encontró con un buey y una vaca con el hocico horadado, un oso al que le habían quitado las garras y arrancado
los dientes y un león cuya zarpa había quedado atrapada en un árbol. En los tres casos los sufrientes animales culparon al Hombre de
su situación. El león estaba más enfadado de lo que lo había estado
nunca:
—Hombre, mejor que reces para que nunca te encuentre, porque te
causaré tanto daño como has infligido a mis compañeros animales.
Entonces, mientras caminaba, un día un diminuto ratón corrió entre sus patas. Instintivamente, el león se dispuso a aplastarlo y comérselo, pero el valiente roedor le chilló:
—Por favor, señor, no me aplaste. Soy demasiado pequeño como
para satisfacer su hambre, de modo que no merece la pena. Si me perdona la vida quedaré en libertad para ayudarle en el momento que más
lo necesite.
Al escucharlo, el león se rió con ganas:
—¿Cómo podrías tú, ratoncito, ayudar a un poderoso cazador
como yo? ¡Nadie se atreve a atacarme!
No obstante, el león permitió que el ratón escapara.
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No mucho después, un astuto cazador atrapó al león en un gran
pozo. El león se encontró enredado en una red y sujeto con tiras de
cuero. A pesar de sus esfuerzos no podía liberarse. De repente se dio
cuenta de que el ratón estaba delante de él.
—¿Me reconoces? Soy el ratón cuya vida perdonaste. He regresado
para cumplir la promesa que te hice y salvarte la vida.
Y el ratón se puso manos a la obra, royendo las ataduras que sujetaban al león. Éste no tardó en estar libre. Entonces el ratón se subió a la
melena del león y ambos escaparon a la seguridad de las montañas.
Finalmente, tras muchas discusiones y algunos ataques de ira
—en un momento dado Tefnut aterroriza a Thot transformándose
en un león que respira fuego—, Thot convence a la diosa para que
regrese a casa con él. Tras más aventuras, la pareja llega a Menfis y
para reunirse con su padre Tefnut adopta la amable forma de Hathor
del Sicómoro. A partir de este momento se dedicará a proteger a Ra
de sus enemigos.
Geb y Nut: tierra y cielo
El nacimiento y subsiguiente enfado entre los dioses visibles: Geb y
Nut, y los invisibles: Shu y Tefnut, hizo que el mundo sea tal cual lo
conocemos hoy, con el cielo y la tierra separados por la atmósfera. Una
versión alternativa del mito heliopolitano nos cuenta que Shu, que no
veía bien el amor que se profesaban sus hijos, los separó por la fuerza,
con lo cual consiguió que Geb derramara grandes lágrimas de tristeza,
que se convirtieron en los océanos. Una tercera versión nos habla de que
al principio Geb y Nut estaban tan juntos que sus hijos no podían nacer;
sólo cuando Shu los obligó a separarse pudo Nut dar a luz.
Geb es un antiguo e importante dios de la tierra que aparece repetidas veces en los Textos de las pirámides, donde representa tanto la
tierra fértil como las tumbas excavadas en esa tierra. Debido a esta
combinación de atributos y a sus logros como sanador, era temido y
respetado a la vez. Suele aparecer como un hombre tendido, apoyado
en un codo, bajo el cielo femenino. A menudo, su desnudo cuerpo
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verde muestra la erección que caracteriza su impresionante fertilidad,
y puede tener grano creciéndole en la espalda. En otras ocasiones,
como hijo y heredero de Shu y nieto de Atum, puede aparecer como
un rey tocado con la corona del Bajo Egipto. Cuando tiene forma de
animal puede aparecer como un ganso (o un hombre con un ganso
sobre la cabeza) o una liebre, o formar parte del barco solar que navega por el firmamento cada día. Al igual que su padre Shu antes que
él, Geb gobernó Egipto en la época en la que las personas y los dioses
vivían juntos. Una tradición griega mucho más tardía equipara a Geb
con el titán Cronos, que derrocó a su padre Urano incitado por su
madre, Gaia.
Nut es a la vez una mujer y la vaca o cerda celeste que se apoya en
la tierra con pies y manos para curvarse sobre Geb —su hermanoesposo— y formar el firmamento que separa el mundo de las aguas
del caos y de la oscuridad del lugar indefinido. Se trata más de una
frontera o límite que de una barrera sólida, pues así el sol puede navegar por su acuoso cuerpo durante las horas diurnas. Nut puede ser,
incluso, la Vía Láctea. Cada mañana la diosa se traga y así concibe a
las estrellas, que renacen cada noche. Cada atardecer en el horizonte
occidental Nut concibe al sol, que navega por su cuerpo para renacer
al amanecer, con los rojos tintes del cielo de la mañana como testigos
de su parto (o quizá como testimonio de la muerte de las estrellas).7
Nut amamanta al rey adoptando forma de vaca cuernilarga y, tras la
muerte de aquél, lo alza hasta el cielo, donde lo protege. Como diosa del renacimiento aparece en los techos de las tumbas y en la cara
interna de las tapas de innumerables ataúdes, para que así el difunto
repose directamente bajo su cuerpo; si además consideramos que el
propio ataúd representa a la diosa, entonces tenemos que aquél renace directamente de su oscuro útero. Como Osiris (el dios de los
muertos) es hijo de Nut, al renacer a partir del ataúd-útero, automáticamente el difunto se convierte en hijo de Osiris. Del mismo
modo, dado que Nut da a luz al dios sol, el difunto también se convierte en Ra.
Reconciliada con Geb, Nut le da a su hermano dos hijos: Osiris
y Seth, y dos hijas: Isis y Neftis. Junto con Atum, Shu, Tefnut, Geb
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y Nut, estos vástagos forman la Enéada o «nueve» de Heliópolis. Al
ser el nueve tres veces tres (la cifra que representaba la pluralidad para
los egipcios), era un número importante, que simbolizaba «el todo».
Nuestra primera referencia a la Enéada procede de los maltratados
restos de un santuario donado al templo de Heliópolis por el rey
Djoser (III dinastía); no obstante, parece probable que estos nueve
dioses se hubieran agrupado antes del Reino Antiguo. Mientras que
los cinco primeros dioses del grupo —la luz, el aire, la humedad, la
tierra y el cielo— tienen un papel importante en la creación del mundo, los cuatro últimos pertenecen al mundo posterior a la creación.
Atum
Shu
Tefnut
Geb
Nut
Osiris
Seth
Isis
Neftis
Árbol genealógico de los dioses.
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