Matrimonios interculturales: aventuras y desventuras

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Matrimonios interculturales: aventuras y desventuras
Matrimonios interculturales:
aventuras y desventuras
La crisis económica de los años 2000 y 2001 en la Argentina, impulsó a
muchos jóvenes a buscar otros horizontes y nuevos espacios en el mundo.
Su objetivo era poder tener la posibilidad de concretar los sueños que la
realidad del país les negaba. Muchos emigraron hacia Europa, a Estados
Unidos o a otros puntos del planeta. Con el paso del tiempo hicieron
amigos, se enamoraron, se quedaron y decidieron probar suerte ya
sea con la convivencia o el matrimonio. En esta simpática crónica, les
invitamos a conocer la historia de dos de ellos…
A
lgunos
argentinos
volvieron con la mejora
de las condiciones en
el país, otros se quedaron en el
país de adopción, pero siempre
con la nostalgia de “Volver”,
como dice el título del tango. Y
así nació este fenómeno de las
parejas interculturales. Aunque
no es nuevo, es cada vez más
común que en cada familia
argentina haya por lo menos
una pareja y dos culturas. Por
tal motivo, quisimos hablar
con dos jóvenes para saber
cómo es vivir con su cónyuge
de otra nacionalidad y conocer
sus diferencias en cuanto a
costumbres, ideas y creencias.
La tierra siempre tira. Están la
familia, los amigos, la historia
común, la educación, los
horarios para comer y salir; las
formas de visitar; la crianza de
los hijos, los sabores. En fin,
valores, costumbres, y vivencias
personales que en una pareja
intercultural, pueden llegar
a dificultar el entendimiento
mutuo en ciertos momentos.
Y con gracia natural, lo dice
Laura Alonso, argentina, casada
con
Michael
Dzuzelewsk.
Vive en Nueva Jersey y tiene
dos hijos: Noah (8) y Nathan
(3). “Vine desde Argentina
para estudiar en la Pensacola
Christian College (Florida),
donde me gradué con una
licenciatura en ciencias. Mike
y yo nos conocimos en Nueva
York a principios de 2002.
Acababa de empezar un trabajo
como maestra en una escuela
y la mamá de Mike que era
profesora allí, me lo presentó”,
recuerda.
Mike y Laura tenían cosas
en común: los dos hablaban
inglés y español. Mike aprendió
español antes de conocerla
y había salido con una chica
de la República Dominicana
que cocinaba comidas típicas.
“Mike pensaba que yo también
iba a cocinar bien y yo pensaba
que él iba a saber arreglar todo
en casa, como mis hermanos.
Pero ambos nos llevamos una
sorpresa. ¡Hasta el día de hoy
nos reímos de eso!”.
En
general,
reflexiona
Laura, la diferencia entre los
norteamericanos y los argentinos
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es el sentido del humor. “Al
principio me costó entender o
hallar la gracia en los chistes
y los encontraba aburridos y
tontos. Ahora me agradan y
pienso que los argentinos nos
burlamos demasiado”, piensa.
Salud, comida, consumismo
La vida en NY es muy distinta,
asegura. Los inviernos son
eternos y los veranos de dos
meses; no hay vida de vecinos;
nadie habla con nadie y los
niños solo juegan en el parque.
Respecto a la comida, Laura
le fue presentando a Mike de a
poco el mate, las empanadas,
el asado, los alfajores y le fue
enseñando palabras típicas.
“Como soy muy consciente de
la salud de mis niños no compro
alimentos
procesados;
me
inclino por lo orgánico. Hay una
obesidad increíble acá y muchos
problemas de salud. No es fácil
comer saludable”, señala.
En Navidad, agrega, la gente
acostumbra a regalar mucho. ¡Y
es exagerado!”.
Esta joven argentina extraña
las “juntadas” cara a cara. “La
tecnología es abundante y la
gente se comunica más por
Internet y mensajes de texto que
personalmente.
Se extraña el contacto humano,
más conversaciones en persona,
abrazos y juntadas con amigas”,
reflexiona.
Sin
embargo
en
esta
interculturalidad en la que le
toca vivir, Laura aprecia la gran
variedad de comidas, costumbres
y razas que hay. “¡Me encanta
conocer cosas diferentes y
Nueva York es interminable!”,
concluye.
Un argentino en Guatemala
La tentación por comprar cosas
como rosquillas, comida rápida
y cafés llenos de crema, grasa,
azúcar, colorante y saborizante
es mucha, menciona. “Me tomó
un largo tiempo acostumbrar a
Noah a la idea de que no le iba
a comprar ni hamburguesas ni
papas fritas como a la mayoría
de sus amigos”.
Octavio
Motta,
argentino,
conoció a Ana Lucía Argueta
en Guatemala. Después de
vivir tres años en este país
centroamericano
decidieron
radicarse hace cuatro en
Mendoza, Argentina. Tienen dos
hijas: Sol de 4 años y Celeste de
uno. “Yo estudiaba Relaciones
Internacionales y era propietario
de un negocio turístico de
alquiler de motos en Mendoza”,
cuenta.
El exceso de consumo en USA
también impactó a Laura. “Las
ofertas y las posibilidades
de comprar a precios con
descuentos de hasta 80% o más,
es algo a lo que yo no estaba
acostumbrada. Así, uno termina
acumulando más de lo que usa”.
La crisis económica lo animó a
tomar una oferta de trabajo en
Guatemala que le llegó un día
de forma casi casual. Recién
instalado en este país, conoció
durante una fiesta de disfraces
a Ana Lucía. “Estaba vestida de
enfermera y me llamó la atención
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este extranjero. Antes de irme,
me había puesto una capita
roja porque había refrescado
y él me dijo: ‘Sos caperucita
roja disfrazada de enfermera’.
¡Guauuuu, eso me gustó! Era
guapo y extranjero, ja, ja, ja”,
recuerda ella.
Comenzaron a salir y aquí
empezaron
las
diferencias
culturales:
Octavio
quería
encontrar sitios de reunión
nocturna para charlar, caminar
y reunirse con amigos. En
Guatemala, debido a la
inseguridad, esto no se estila: a
las 22.00 PM ya se está en cama.
La excepción era la ciudad de
Antigua, donde podían caminar
sin sobresaltos y ver atardeceres
maravillosos. “Encontré a gente
muy atenta. La forma de vender,
el regateo y el ‘llévelo pues’ de
los indígenas me encantaba”,
cuenta Octavio.
La sociedad guatemalteca vive
muy pendiente del “qué dirán”.
Esto provocaba diferencias con
Ana Lucía en el modo de actuar
públicamente. “Me gusta cómo
se mueven los argentinos en
su país; lo hacen con libertad”,
señala “En Guatemala somos
conservadores. Por ejemplo,
las visitas a una casa hay que
planificarlas con antelación.
Si se hace de forma imprevista
puede ocasionar malestar, a
diferencia de la forma argentina,
donde todavía se puede llegar
por sorpresa”.
su familia, los frijolitos y las
frutas exóticas. “Me impresiona
como en Argentina pueden
compartir personas de mucho
dinero y gente de escasos
recursos en una misma mesa.
Aquí me volví más sensible y
comprendí lo importante que es
que un niño vaya a la escuela y
no desempeñe tarea paga alguna,
ya que está prohibido el trabajo
infantil”.
Ana Lucía extraña, además,
la música marimba, que le
recuerda a su padre. “Me gusta
el amor por la patria que tiene
el argentino. Sobre todo durante
los mundiales de fútbol, donde
todos se ponen la camiseta y
están más unidos que nunca.
En Guatemala, que está tan
cerquita de EE.UU., nos influye
el idioma, la costumbre del
excesivo consumo, incluso sus
festividades como Halloween”.
También le divierte la libertad
con que se mueven los
argentinos: los picnics de verano
al lado del río y la accesibilidad
a los clubes sociales donde
se puede practicar todo tipo
de deportes. También las
actividades culturales gratuitas
al aire libre. “Lo que más valoro
es poder salir sin miedo, aunque
muchos digan que ha aumentado
aquí la inseguridad. A lo que
todavía no me acostumbro es
a la siesta, tengo que encontrar
algo para hacer mientras los
mendocinos duermen, ja, ja, ja”.
Otra cosa en Sudamérica
Ana Lucía vive ahora en la
Argentina y extraña además de
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Diferencias por conocer…
Mike Dzuzelewsk no conocía la
cultura argentina. Él creía que
se bailaba salsa y merengue
y se comía porotos y arroz. Su
vocabulario en español era
parecido al del centroamericano
y el sentido de las frases
cambiaba respecto al modo de
hablar en Argentina. “Muchas
veces terminábamos discutiendo
para poder entendernos. El
usaba la palabra ‘ahorita’ para
expresar ‘lo hago más tarde’
como los centroamericanos lo
hacen”, cuenta Laura Alonso.
Sobre la manera de concretar
citas con clientes, Octavio
Motta notó mucha informalidad.
Estas se cancelaban a último
momento sin ninguna culpa.
“La costumbre de reunirse en
familia también es diferente. En
Argentina, lo hacemos sábado o
domingo para el asado o la pasta
porque durante la semana las
actividades laborales lo impiden.
Acá muchas madres, incluso las
jóvenes, no trabajan y las visitas
se hacen entre semana. Para el
finde, se organizan salidas al
mar, a la ciudad de Antigua o
a algún lugar seguro, como un
centro comercial”.
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