Acerca de la Contratransferencia (1949[1950])1 Paula Heimann Este escrito fue leído en el 16vo Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Zurich, 1949, y publicado en la Revista Internacional de Psicoanálisis 31 (1/2) (1950). Esta corta nota acerca de la contratransferenciai ha sido estimulada por ciertas observaciones que he hecho en seminarios y análisis de control. Me ha impactada la creencia ampliamente difundida entre los candidatos de que la contratransferencia no es otra cosa que una fuente de problemas. Muchos candidatos se asustan y se sienten culpables cuando toman consciencia de sus sentimientos hacia sus pacientes y consecuentemente intentan evitar cualquier respuesta emocional, e intentan volverse completamente insensibles y “desapegados”. Al tratar de rastrear el origen de este ideal del analista “desapegado”, encontré que nuestra literatura de hecho contiene descripciones del trabajo analítico que pueden dar pie al surgimiento de la noción de que un buen analista no siente nada más allá de una suave y uniforme benevolencia hacia sus pacientes, y que cualquier ráfaga de movimientos emocionales en esta superficie lisa representa una perturbación a ser superada. Posiblemente esto puede derivar de una incorrecta lectura de alguna de las afirmaciones de Freud (1912e), tales como su comparación con el estado mental del cirujano durante una operación, o su símil del espejo. Por lo menos esto me ha sido citado como referencia en discusiones acerca de la naturaleza de la contratransferencia. Por otro lado, existe una escuela de pensamiento opuesta, como la de Ferenczi, que no solo reconoce que el analista experimenta una amplia variedad de sentimientos hacia su paciente, sino que recomienda que debiera en ciertos momentos expresarlos abiertamente. En su afectuoso y cálido escrito “Handhabung der Übertragung auf Grund der Ferenczischen Versuche” (1936) Alice Balint sugiere que tal honestidad de parte del analista es útil y concordante con el respeto hacia la verdad inherente al psicoanálisis. Aunque admiro su actitud, no puedo estar de acuerdo con sus conclusiones. Otros analistas, también, han proclamado que expresar sentimientos hacia su paciente hace al analista más “humano” y que esto ayuda a construir una relación “humana” con éste. Para los propósitos de este escrito, estoy usando el término “contratransferencia” para abarcar todos los sentimientos que el analista experimenta hacia su paciente. 1 Traducción de Jaime Yasky Pérez (2005) del escrito “On countertransferance”, en “About Children and ChildrenNo-Longer” (Collected Papers 1942 – 80), Ed. Routledge, London. Se puede argumentar que este uso del término es incorrecto, y que contratransferencia simplemente significa transferencia de parte del analista. Sin embargo, quisiera sugerir que el prefijo “contra” implica factores adicionales. De paso, vale la pena recordar que los sentimientos transferenciales no pueden ser tajantemente separados de aquellos que se refieren a otra persona en su propio mérito y no como un substituto parental. Frecuentemente se destaca que no todo lo que un paciente siente hacia su analista se debe a la transferencia, y que, en la medida que el análisis progresa, éste se torna cada vez más capaz de sentimientos “realistas”. Esta advertencia en sí misma muestra que la diferenciación entre los dos tipos de sentimientos no es siempre fácil. Mi tesis es que la respuesta emocional del analista hacia su paciente dentro de la situación analítica representa una de las más importantes herramientas para su trabajo. La contratransferencia del analista es un instrumento de investigación en el inconsciente del paciente. La situación analítica ha sido investigada y descrita desde varios ángulos, y existe un acuerdo general respecto a su carácter único. Pero mi impresión es que no ha sido suficientemente enfatizado que se trata de una relación entre dos personas. Lo que distingue a esta relación de otras no es la presencia de sentimientos en una de las partes, el paciente, y la ausencia en el otro, el analista, sino que sobretodo el grado de los sentimientos experimentados y el uso que se hace de ellos, siendo estos factores interdependientes. La meta del análisis del propio analista, desde este punto de vista, no es convertirlo en un cerebro mecánico que puede producir interpretaciones sobre la base del procesamiento puramente intelectual sino que habilitarlo para sostener los sentimientos que son remecidos en él, en oposición a descargarlos (como lo hace el paciente), de tal manera de subordinarlos a la tarea analítica en la cual él funciona como el reflejo especular del paciente. Si un analista trata de trabajar sin consultar sus sentimientos, sus interpretaciones son pobres. Frecuentemente he visto esto en el trabajo de novatos, quienes, por temor, ignoran o sofocan sus sentimientos. Sabemos que el analista necesita una atención parejamente flotante para seguir las asociaciones libres del paciente, y que esto le permite escuchar simultáneamente en varios niveles. Tiene que percibir el significado manifiesto y latente de las palabras del paciente, las alusiones e implicancias, las pistas provenientes de anteriores sesiones, las referencias a situaciones infantiles detrás de la descripción de relaciones actuales, etc. A través de escuchar de esta manera el analista evita el peligro de preocuparse de cualquier tema en particular y permanece receptivo a la significación de los cambios de tema y de las secuencias y vacíos en las asociaciones del paciente. Sugeriría que el analista, junto a su atención libremente operante, necesita una sensibilidad emocional que responda libremente de tal manera de seguir los movimientos emocionales y las fantasías inconscientes del paciente. Nuestra suposición básica es que el inconsciente del analista entiende el inconsciente del paciente. Este rapport a nivel profundo surge a la superficie en la forma de sentimientos que el analista nota en respuesta a su paciente, en su “contra-transferencia”. Esta es la forma más dinámica en que la voz de su paciente lo alcanza. En la comparación de los sentimientos despertados en él mismo con las asociaciones y el comportamiento de su paciente, el analista posee un medio muy valioso para verificar si es que ha comprendido o no a su paciente. Sin embargo, ya que emociones violentas de cualquier tipo, de amor u odio, desesperanza o rabia, impelen a la acción más que hacia la contemplación, y empañan la capacidad de una persona para observar y sopesar la evidencia correctamente, se desprende que si la respuesta emocional del analista es muy intensa, ésta doblegará sus propósitos. Por tanto, la sensibilidad emocional del analista necesita ser extensiva más que intensiva, tendiente a la diferenciación y móvil. Hay periodos en el trabajo analítico en que el analista que combina atención libre con libre responsibidad emocional no registra sus sentimientos como un problema, por que ellos están en acuerdo con el significado que entiende. Pero frecuentemente las emociones despertadas en él están más cerca del corazón del asunto que su razonamiento, o, puesto en otras palabras, su percepción inconsciente del inconsciente del paciente es más aguda y se adelanta a su concepción consciente de la situación. Una experiencia reciente se me viene a la mente. Se trata de un paciente que había recibido de un colega. El paciente era un hombre de cuarenta y algo años que originalmente había buscado tratamiento cuando su matrimonio se rompió. Entre sus síntomas la promiscuidad figuraba prominentemente. En la tercera semana de su análisis conmigo me dijo, al comienzo de la sesión, que se iba a casar con una mujer que había conocido hace un corto tiempo atrás. Era obvio que su deseo de casarse en esta coyuntura estaba determinado por su resistencia contra el análisis y por su necesidad de actuar fuera sus conflictos transferenciales. Dentro de una actitud fuertemente ambivalente, el deseo de una relación íntima conmigo había aparecido claramente. Por tanto, tenía muchas razones para dudar de la sabiduría de sus intenciones y para sospechar de su decisión. Pero tal intento de boicotear el análisis no es infrecuente en el comienzo de, o en un punto crítico de un tratamiento, y usualmente no representa un obstáculo demasiado grade para el trabajo, por lo que no necesariamente se desarrollan condiciones catastróficas. Por tanto estaba de alguna manera intrigada al constatar que reaccioné con un sentido de aprehensión y preocupación a los planteamientos del paciente. Sentía que algo más estaba involucrado en su situación, algo más allá de la típica actuación externa, lo que, sin embargo, me era esquivo. En sus ulteriores asociaciones, que se centraron en su amiga, el paciente, describiéndola, dijo que ella había tenido un “mal pasar”. Esta frase se me quedó registrada particularmente e incrementó mis malos presentimientos. Caí en cuenta que precisamente por que había tenido un “mal pasar” es que él se sentía atraído por ella. Pero todavía sentía que no había visto las cosas suficientemente claro. Llegó a contarme un sueño: había adquirido desde el extranjero un muy buen auto de segunda mano que estaba dañado. Él quería repararlo, pero otra persona en el sueño lo objetaba por razones de precaución. El paciente había tenido que, tal como lo planteó, “confundirlo” de tal manera de poder seguir adelante con la reparación del auto. Con la ayuda de este sueño logré comprender lo que anteriormente había sentido como una mera sensación de aprehensión y preocupación. Efectivamente había más en juego que la mera actuación externa de conflictos transferenciales. Cuando me dio los detalles del auto –muy bueno, de segunda mano, extranjero- el paciente espontáneamente reconoció que me representaba a mí. La otra persona en el sueño que trataba de detenerlo y al cual confundió, representaba aquella parte del yo del paciente que apuntaba a la seguridad y a la felicidad, y al análisis como objeto protector. El sueño mostraba que el paciente deseaba que yo fuese dañada (insistía en que yo era la refugiada a la cual se aplica la expresión “un mal pasar” que había usado respecto a su nueva amiga). A raíz de la culpa por sus impulsos sádicos, estaba compelido a hacer reparaciones, pero estas reparaciones eran de naturaleza masoquista, puesto que necesitaban desautorizar la voz de la razón y la precaución. Este elemento de confundir la figura de protección estaba en sí mismo doblemente sustentado, expresando tanto sus impulsos sádicos como los masoquistas: en tanto apuntaba a aniquilar al análisis, representaba tendencias sádicas del paciente siguiendo el patrón de sus ataques anales infantiles hacia su madre; en cuanto representaban su desautorización de su deseo por seguridad y felicidad, expresaba sus tendencias autodestructivas. La reparación convertida en un acto masoquista engendra nuevamente odio, y, lejos de resolver el conflicto entre destructividad y culpa, lleva a un círculo vicioso. La intención del paciente de casarse con su nueva amiga, la mujer dañada, estaba alimentado por ambas fuentes, y la actuación externa de sus conflictos transferenciales probó estar determinado por este específico y poderoso sistema sado-masoquista. De manera inconsciente había captado inmediatamente la seriedad de la situación, lo que explica la sensación de preocupación que experimenté. Pero mi comprensión consciente se había quedado atrás, por lo que pude descifrar el mensaje del paciente y su llamado de ayuda sólo después en el transcurso de la hora, cuando surgió más material. Al ofrecer lo central de una sesión analítica espero ilustrar mi afirmación de que la respuesta emocional inmediata del analista hacia su paciente es un indicador significativo de los procesos inconscientes del paciente y lo guía hacia una mayor comprensión. Ayuda al analista a enfocar su atención en los elementos más urgentes de las asociaciones del paciente y sirve como un criterio útil para la selección de interpretaciones de material que, como sabemos, siempre está sobredeterminado. Desde el punto de vista que estoy enfatizando, la contratransferencia del analista no es solo parte y parcela de la relación analítica, sino que es la creación del paciente, es una parte de la personalidad del paciente. (Posiblemente estoy tocando aquí un punto que el Dr. Chifford Scott expresaría en términos de su concepto de esquema corporal, pero la continuación de esta línea me alejaría de mi tema.) La aproximación a la contratransferencia que he presentado no está exenta de peligros. No representa una pantalla para ocultar las fallas del analista. Cuando el analista en su propio análisis ha elaborado sus conflictos y ansiedades infantiles (paranoides y depresivas), de tal manera de poder entrar en contacto fácilmente con su inconsciente, no imputará a su paciente lo que le pertenece. Habrá alcanzado un equilibrio confiable que lo habilita para sobrellevar el rol del ello del paciente, su yo, su superyó, y objetos externos que el paciente le atribuye, en otras palabras, proyecta sobre él cuando éste dramatiza sus conflictos en la relación analítica. En la situación que he ofrecido, el analista estaba predominantemente ubicado en los roles de la buena madre del paciente a ser destruida y rescatada, y en el rol del yo-realidad del paciente, que trataba de oponerse a sus impulsos sado-masoquistas. Desde mi punto de vista, la demanda de Freud en orden a que el analista “reconozca y domine” su contratransferencia no conlleva la conclusión de que la contratransferencia es un factor perturbador y que el analista debe tornarse desafectado y desapegado, sino que debe usar su respuesta emocional como una llave para acceder al inconsciente del paciente. Esto lo protegerá de entrar como co-actor en la escena que el paciente re-escenifica en la relación analítica y de explotar tal situación para sus propias necesidades. Al mismo tiempo en esto encontrará el estímulo para tomarse a sí mismo como objeto de trabajo una y otra vez, y para continuar el análisis de sus propios problemas. Esto, sin embargo, es asunto privado, y no considero correcto que el analista comunique sus sentimientos a su paciente. Desde mi punto de vista tal honestidad tiene más la naturaleza de una confesión y de una carga para el paciente. En cualquier caso nos aleja del análisis. Las emociones surgidas en el analista serán de valor para su paciente si son usadas como un recurso más de introvisión en los conflictos y defensas inconscientes; y cuando estos son interpretados y elaborados, los consiguientes cambios en el yo del paciente incluyen el fortalecimiento de su sentido de realidad de tal manera de poder ver a su analista como un ser humano, no un dios ni un demonio, y el surgimiento de una relación “humana” en la situación analítica ocurre sin que el analista haya tenido que recurrir a medios extraanalíticos. La técnica analítica nació cuando Freud, abandonando la hipnosis, descubrió la resistencia y la represión. Desde mi punto de vista, el uso de la contratransferencia como un instrumento de investigación puede ser reconocido en su descripción de la manera a través de la cual arribó a sus descubrimientos fundamentales. Cuando trató de elucidar los recuerdos olvidados de sus pacientes histéricos, sintió que una fuerza desde el paciente se oponía a sus esfuerzos y que tuvo que sobreponerse a tal resistencia a través de su propio trabajo psíquico. Concluyó que era la misma fuerza responsable de la represión de los recuerdos cruciales y de la formación de los síntomas histéricos. El proceso inconsciente en la amnesia histérica puede por tanto ser definido por sus facetas gemelas, una de las cuales se vuelve hacia afuera y es experimentada por el analista como resistencia, mientras que la otra opera intrapsíquicamente como represión. Mientras que en el caso de la represión la contratransferencia se caracteriza por la sensación de una cantidad de energía, una fuerza que se opone, otros mecanismos de defensa provocan otras cualidades en la respuesta del analista. Creo que con una investigación más concienzuda de la contratransferencia desde el ángulo que he intentado perfilar aquí, podríamos llegar a figurar más claramente la manera en la que el carácter de la contratransferencia se corresponde con la naturaleza de los impulsos y defensas inconscientes del paciente que están operan en el momento actual. Notas i Después de presentar este escrito en el Congreso, mi atención se dirigió a un escrito de Leo Berman: “Contratransferencias y actitudes del analista en el proceso terapéutico”, Psyquiatry 12 (2) Mayo 1949. El hecho de que el problema de la contratransferencia ha sido planteado para ser discutido prácticamente de manera simultánea por distintos trabajadores indica que ha alcanzado un momento de madurez para realizar una mas profunda investigación de la naturaleza y función de la contratransferencia. Concuerdo con el rechazo básico propuesto por Berman hacia la frialdad emocional de parte del analista, pero mis conclusiones son discrepantes respecto al uso que debe dársele a los sentimientos del analista para con su paciente.