Dickensiana - Intersexiones

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JOSÉ CALVO GONZÁLEZ
Dickensiana
En torno a una crónica de tribunales, con digresiones
RESUMEN: Five New Points of Criminal Law (1859) es un ejemplo del periodismo jurídico
dikensiano en materia de controversial poisoning trials. Su asunto aborda el problema del
valor probatorio de las periciales médicas y la razonabilidad atribuible a las conclusiones de
los informes. Se trae asimismo a colación otro texto, A Coroner’s Inquest (1850), relativo a
las precondiciones de las indagatorias forenses, que más tarde pasa a la trama de Bleak House
(1853). Ambos plantean la dificultad de fundamentar la duda razonable cuando operan ciertos
medios de prueba. En concreto, qué controles puedan establecerse ante los acervos probatorios resultantes de informes periciales, los que todavía hoy continúan careciendo de sujeción a
estándares de prueba. Por último, se contextualizan e interpretan dos ejemplos sobre incredulidad jurídica de Dickens respecto del Derecho dogmáticamente alejado de la vida y acerca de
la Justicia y la venganza, tomados de Oliver Twist (1837-1839) y A Tale of Two Cites (1859).
PALABRAS CLAVE: Dickens. Periodismo jurídico. Controversial poisoning trials. Pruebas científicas. Prueba de peritos. Venenos. Derecho y Medicina. Dogmática. Justicia y venganza.
Five new points of criminal law
The existing Criminal Law has been found in trials for Murder, to be
so exceedingly hasty, unfair, and oppressive—in a word, to be so very objectionable to the amiable persons accused of that thoughtless act—that it is, we
understand, the intention of the Government to bring in a Bill for its amendment.
We have been favoured with an outline of its probable provisions.
It will be grounded on the profound principle that the real offender is the Murdered Person; but for whose obstinate persistency in being murdered, the interesting
fellow-creature to be tried could not have got into trouble.
Its leading enactments may be expected to resolve themselves under the following heads:
1. There shall be no judge. Strong representations have been made by
highly popular culprits that the presence of this obtrusive character is prejudicial
to their best interests. The Court will be composed of a political gentleman, sitInterseXiones 4: 01-20, 2013.
ISSN-2171-1879
RECIBIDO: 08-11-2012 ACEPTADO: 22- 12-2012
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Dickensiana. En torno a una crónica de tribunales, con digresiones
ting in a secluded room commanding a view of St. James’s Park, who has already
more to do than any human creature can, by any stretch of the human imagination, be supposed capable of doing.
2. The jury to consist of Five Thousand Five Hundred and Fifty-five
Volunteers.
3. The jury to be strictly prohibited from seeing either the accused or the
witnesses. They are not to be sworn. They are on no account to hear the evidence.
They are to receive it, or such representations of it, as may happen to fall in their
way; and they will constantly write letters about it to all the Papers.
4. Supposing the trial to be a trial for Murder by poisoning, and supposing the hypothetical case, or the evidence, for the prosecution to charge the
administration of two poisons, say Arsenic and Antimony; and supposing the
taint of Arsenic in the body to be possible but not probable, and the presence of
Antimony in the body, to be an absolute certainty; it will then become the duty of
the jury to confine their attention solely to the Arsenic, and entirely to dismiss the
Antimony from their minds.
5. The symptoms preceding the death of the real offender (or Murdered
Person) being described in evidence by medical practitioners who saw them, other
medical practitioners who never saw them shall be required to state whether they
are inconsistent with certain known diseases—but, THEY SHALL NEVER BE
ASKED WHETHER THEY ARE NOT EXACTLY CONSISTENT WITH THE
ADMINISTRATION OF POISON. To illustrate this enactment in the proposed
Bill by a case:—A raging mad dog is seen to run into the house where Z lives
alone, foaming at the mouth. Z and the mad dog are for some time left together in
that house under proved circumstances, irresistibly leading to the conclusion that
Z has been bitten by the dog. Z is afterwards found lying on his bed in a state of
hydrophobia, and with the marks of the dog’s teeth. Now, the symptoms of that
disease being identical with those of another disease called Tetanus, which might
supervene on Z’s running a rusty nail into a certain part of his foot, medical practitioners who never saw Z, shall bear testimony to that abstract fact, and it shall
then be incumbent on the Registrar-General to certify that Z died of a rusty nail.
It is hoped that these alterations in the present mode of procedure will not only
be quite satisfactory to the accused person (which is the first great consideration),
but will also tend, in a tolerable degree, to the welfare and safety of society. For
José Calvo González
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it is not sought in this moderate and prudent measure to be wholly denied that it
is an inconvenience to Society to be poisoned overmuch.
(All the Year to Round, 24. September 1859) 1
Cinco nuevas adiciones al derecho penal
Tenemos entendido que el Gobierno tiene el propósito de presentar un
proyecto de ley con enmiendas al Código penal vigente, dado que la experiencia
ha demostrado que en los casos de asesinato resulta demasiado precipitado, injusto y riguroso; en suma, muy desagradable para las amables personas acusadas
de ese acto imprudente. Hemos sido favorecidos con un extracto de las disposiciones que previsiblemente contendrá.
Éstas se basan en el profundo principio de que el auténtico delincuente
es el asesinado, porque, sin su obstinado empeño en que lo asesinasen, el estimable semejante que ha de comparecer en juicio como acusado no se habría visto
envuelto en problemas.
Cabe esperar que sus disposiciones fundamentales se concreten en los
siguientes artículos:
1) Se suprime el Juez. Algunos acusados que gozan de la mayor popularidad han realizado fuertes objeciones a la presencia de este inoportuno personaje, al que ven como perjudicial para sus altos intereses. El Tribunal estará integrado por uno de los tantos caballeros dedicados a la política, que viven recluidos
en una habitación con vistas a St. James Park, y que tienen ya más ocupaciones
de las que cualquier criatura humana sería capaz de asumir, aun haciendo un gran
esfuerzo de imaginación.
2) El jurado estará integrado por cinco mil quinientos cincuenta y cinco
voluntarios.
3) Quedará estrictamente prohibido a dichos miembros ver ya sea al
acusado o a los testigos. Tampoco se les tomará juramento. En ningún caso conocerán de las pruebas que resulten de lo actuado: tendrán que averiguarlas o
imaginárselas como mejor puedan, y dedicarán buena parte de su tiempo a dirigir
1. Dickens (1859: 517); Dickens (c. 1900. II: 12-13); Dickens (1911: 205); Dickens (2000: 12-14). Sobre All the
Year to Round, seminario propiedad de Dickens, editado entre 1859 y 1870, vid. Drew (2004).
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Dickensiana. En torno a una crónica de tribunales, con digresiones
cartas sobre el caso a los periódicos.
4) Suponiendo que se trate de una causa de asesinato mediante veneno,
y en el supuesto hipotético de que la parte acusadora presente pruebas de envenenamiento con dos venenos distintos – por ejemplo arsénico y antimonio-, y
admitiendo que la presencia de arsénico en el cuerpo sea posible, pero no esté
demostrada, en tanto que la presencia del antimonio constituya una certeza absoluta, el Jurado deberá limitarse a considerar si ha habido envenenamiento con
arsénico, apartando por completo de sus mentes el antimonio.
5) Luego que los síntomas que precedieron a la muerte del verdadero
delincuente (o sea, del asesinado) hayan sido descritos por los facultativos que
conocieron de ellos, se llamará a otros profesionales de la medicina que nunca
tuvieron contacto con el caso y que tendrán que testificar si asimismo son compatibles con ciertas enfermedades conocidas… PERO JAMÁS SE LES PREGUNTARÁ SI CONCUERDAN PUNTO POR PUNTO CON LOS SÍNTOMAS
DE ENVENENAMIENTO. Ejemplifiquemos prácticamente esta disposición del
proyecto: Se ha visto entrar en la casa en que vive el señor Z a un perro rabioso
que echaba espuma por la boca. Demuéstrase de forma irrefutable que el señor Z
y el perro rabioso han estado suficiente tiempo juntos en la casa, lo que irremisiblemente lleva a la conclusión de que Z ha sido mordido por el perro. Más tarde
se descubre a Z en su cama con síntomas de hidrofobia, y señales en su cuerpo
de un mordisco del perro. Ahora bien: como estos síntomas coinciden con los
del tétanos, que Z pudo contraer con solo clavarse un clavo oxidado en cualquier
parte del pie, se hará que algún forense que jamás haya visto a Z, autentique este
hecho abstracto y extienda un certificado oficial haciendo constar que Z falleció a
consecuencia de la herida que le produjo el supuesto clavo oxidado.
Se abriga fundada esperanza en que la introducción de estas innovaciones en el actual procedimiento criminal no sólo habrá de resultar satisfactoria
para el acusado (cuyo interés está en primer lugar), sino que asimismo contribuirá, dentro de lo posible, al bienestar y la seguridad de la sociedad. Pues con estas
sensatas y prudentes disposiciones no se descarta del todo la idea de que podrá
desalentarse socialmente la excesiva práctica del envenenamiento.
(Alrededor del año. 24 de Septiembre de 1859) 2
(trad. de José Calvo González)
2. La versión española apareció con el título de Cinco nuevas adiciones al Código criminal, en Dickens (1973: I
[Alrededor del año]: 1741-1742). La que aquí se presenta difiere considerablemente de ella.
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Preliminar
El texto de Dickens está muy lejos de ser una pieza de non sense o de
humor británico simplemente; alude a un caso real. Se trata de la causa seguida
contra el Dr. Smethurst (n. 1803), cirujano, por bigamia y asesinato mediante
envenenamiento de Isabella Bankes3.
De las dos periciales médicas presentadas por la defensa se concluía
un inicial “falso positivo por arsénico” y que una disentería agravada por el embarazo (descubierto en autopsia) podría explicar por completo la muerte Isabella
Bankes. Por el contrario, la autopsia que Sir Samuel Wilks practicó al cadáver
dictaminó colitis ulcerosa –una enfermedad inflamatoria intestinal generada por
alguna sustancia irritante– como la causa de la muerte. El juez desdeñó las pericias de la defensa y de la acusación, considerándolas informes de hombres de
ciencia, resultado de la lectura y el estudio, y entregó la decisión al jurado. En
una deliberación de 40 minutos el jurado, quizá más inclinado hacia el report
tendencialmente inculpatorio de Sir Samuel Wilks, se decidió por la condena
de asesinato y bigamia (15 de agosto de 1859). Sin embargo, la prueba médica
sustanciada en juicio quedaría desacreditada por la intervención de un médico
especialista ajeno al proceso, Sir Benjamin Brodie. Éste envió una carta a The
Times y The British Medical Journal4 sugiriendo que, pese a la grave sospecha
que pesaba sobre Smethurst, no existía prueba absoluta de culpabilidad. Mantuvo
que el arsénico encontrado en el cuerpo pudo en realidad haber procedido no de
causa infecciosa, sino por administración de dicha sustancia destinada a inducir
un aborto. Se sugería de esta forma que el Dr. Smethurst siempre habría podido
cometer homicidio involuntario al inducir el aborto en Isabella Bankes, de 40
años de edad y su amante, y con la que había contraído matrimonio en diciembre
de 1858, hallándose todavía casado con Mary Durham, a quien se unió en 1828,
cuando ésta contaba 52 años de edad y él sólo 27. Todo ello hizo que el Secretario del Interior, Sir George Lewis, recomendara a Su Majestad la concesión de
un indulto para el condenado. La condena por bigamia fue confirmada el 16 de
noviembre 1859, aunque reducida a un año de trabajos forzados luego de que
finalmente se probara en sede de apelación que Mary Durham ya era bígama al
contraer matrimonio con Thomas Smethurst. El 11 de noviembre 1862 Smethurst
obtuvo la totalidad de los bienes que en testamento la señorita Bankes había otorgado a su favor y en su presencia cinco días antes de su fallecimiento. A partir de
3. Newton (1859); Parry (1931); Hodge (1963); Altick (1970) y Fielding (1985).
4. Brodie (1859).
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Dickensiana. En torno a una crónica de tribunales, con digresiones
entonces ya no volvió a ejercer la medicina. Thomas Smethurst era autor de un
trabajo sobre remedios contra la disentería5.
Five New Points of Criminal Law es, en lo demás, un texto escasamente frecuentado, incluso entre los especialistas del “crimen dickensiano6” .
Secuencia
Sobre tóxicos y literatura el libro de Alfonso Velasco Martín, Los
venenos en la literatura policíaca, aporta un amplio repertorio de sustancias,
compuestos, posología y aplicaciones más comunes7. En general, los efectos secundarios aquí son siempre queridos. Otros aspectos, aunque si tal vez menos
pedagógicos ciertamente más cercanos a nuestro interés, se hallarán en la obra de
Ian Burney, Poison, Detection, and the Victorian Imagination8. Su cap. I aborda
asuntos relacionados con los controversial poisoning trials; los casos de asesinato o tentativa de asesinato por envenenamiento, generalmente utilizando el arsénico, fueron frecuentes, siendo mujeres relacionadas con sus víctimas quienes
más a menudo los cometían. Hasta la publicación de The Arsenic Act (1851), el
arsénico era una sustancia no difícil de adquirir y de bajo coste. Con todo, y aún
pareciendo la agravante de envenenamiento una “cuestión de género” mantenida
en España hasta la reforma penal de 1995, no desearía derivar hacia ese lugar.
Quien pueda sentirse atraído por temas y derivadas del desengaño matrimonial
en la narrativa de Dickens puede acudir a Kelly Hager, Dickens and the rise of
divorce: the failed-marriage plot and the novel tradition9.
Pero creo que lo importante sería meditar sobre el valor probatorio de
las pericias médicas. Ahorcaron a mi pobre Billy, de Robert Graves10, en relación
con el caso William Palmer por asesinato de John Parson (1855), es una lectura
que a ese respecto aprovechará no poco.
En cuanto a ciertos antecedentes de las “clínicas” forenses y la práctica
judicial de determinadas diligencias indagatorias con ella relacionadas también
fue Dickens muy crítico. Bastará recordar otra de sus colaboraciones de periodis5. Smethurst (1843).
6. Apenas, que conozca, la muy limitada y circunstancial referencia –principalmente a su registro sarcástico– en el
chap. VIII (‘The Bench’) del estudio de Collins (1962: 192-194).
7. Velasco Martín (1998).
8. Burney (2006).
9. Hager (2010).
10. Graves (1997).
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mo jurídico, “A Coroner’s Inquest” (1850)11, y su ulterior transferencia literaria
en los pasajes de la descripción de ambiente en la tavern Sol’s Arms12, como parte
del cap. XI (‘Our Dear Brother. Continued’) de Bleak House (1853). Dickens, en
todo caso, ciertamente se apoyaba en la insatisfacción una experiencia personal,
ya que había integrado el jury de una inquest en 1840 relacionada con el cadáver
de un bebé supuestamente asesinado por su madre13. No obstante y al margen de
esta circunstancia biográfica, la relevancia jurídica del coroner’s jury en orden a
la prueba tal como va narrada en Bleak House y en absoluto resultó indiferente a
John Henry Wigmore (1863-1943), quien explícitamente menciona la respuesta
del joven crossing-sweeper en aquella sesión14. Así pues, las precondiciones de
la indagatoria no han de tenerse por insignificantes para dotar más adelante de
eficacia a la máxima Beyond reasonable doubt (más allá de toda duda fundada) y
lógicamente a su logro o fracaso.
En ese sentido otro perfil, y no secundario, podrá recorrerse lo suscitado en España con oportunidad de la discusión que acerca de las pericias de
frenólogos y proto-psiquiatras tuvo lugar en nuestros tribunales penales entre
finales del s. XIX y comienzos de XX. La ocasión es, además, muy literaria, pues
se produjo a partir del enjuiciamiento del novelista radical-zolesco Remigio Vega
Armentero (1852-1893), acusado de parricidio en la persona de su mujer, y que él
mismo narra en su “novela” ¿Loco o delincuente? Novela social contemporánea
(1890)15. Poco después se desató una muy notable polémica jurídica y jurisprudencial sobre la admisión y valoración de esta clase de pruebas periciales16. A día
de hoy aquella discusión ha desaparecido, aunque no con establecimiento pleno
–y pacífico– de las relaciones entre los mundos de la Medicina y el Derecho, en
especial para lo relativo a las diversas problemáticas (estructura, tipos y objetivos) del informe pericial psiquiátrico, y más en general acerca de la psicopatía forense17. Así, en causas para cuyo enjuiciamiento sea precisa la determinación de
la credibilidad del testimonio de menores presuntamente víctimas de abusos sexuales, es frecuente que las periciales dejen abiertas demasiado a menudo poten11. Vid. Dickens [– Wills] (1850), contrario a la práctica de estas diligencias precisamente en establecimientos
públicos.
12. Una tavern está más cerca del negocio de un tendero romano (tabernae) que de un pub inglés de nuestros días.
Además, en mi entender, Dickens podría estar empleando un doble sentido –mordaz, si no cáustico– al blasonar
aquel local con el Sol (Sol’s Arms), lo que equivaldría a una callada alusión al grabado Sol Iustitiae (Sun of Justice) de Albrecht Dürer, fechado en 1498, y también conocido como El Juez o La Justicia.
13. Vid. ‘Juryman at an inquest’, en Forster (2011: 198-199). Vid. también Ledger – Furneaux (2011: 310).
14. Vid. Wigmore (1913: 714). Otras referencias de comentario jurídico en Schramm (2000: 135 y ss).
15. Vega Armentero (2001).
16. Calvo González (2003).
17. Vid. al respecto en específico los caps. 15 y 16 de Fuertes Iglesias (2012).
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cialidades (lo posible como posible, lo posible dentro de lo posible), consintiendo
un limitadísimo margen constructivo de argumentos jurídicos sobre la valoración
de las mismas. Y sucede también en punto a las llamadas pruebas científicas,
por ejemplo la del ADN como arquetipo de la individualización, donde frecuentemente las conclusiones de los informes periciales se hallan dominadas por un
paradigma hegemónico de infalibilidad del todo abandonado a la cientificidad de
las técnicas de laboratorio o instrumental clínico. Escasa inquietud ha suscitado
en la doctrina su crítica18, y ni siquiera perceptible una incluso débil sensibilidad
entre los operadores de la decisión frente al sesgo cognitivo que ello comporta,
asimismo con rasgos paradójicos, pues el valor de razonabilidad atribuible a las
conclusiones de los informes y su incidencia en el proceso se ha complicado a
medida que el progreso científico ha ido en avance.
Éste es, a mi modo de ver, el problema más profundo que tanto A
Coroner’s Inquest como Five New Points of Criminal Law suscitan con anticipación, cuya respuesta se encuentra todavía hoy pendiente y aún de modo más acuciante que entonces. Ambos textos plantean la dificultad de fundamentar la duda
razonable cuando operan ciertos medios de prueba. En concreto, qué controles
puedan establecerse ante los acervos probatorios resultantes de informes periciales que, en efecto, continúan careciendo de sujeción a estándares de prueba, sin
más parámetros que algunas –y no muchas– indicaciones acerca de su validez
fraguadas por la jurisprudencia. Así pues, aquella paradoja de temprana hora es
ahora más llamativa y el valor de razonabilidad atribuible a las conclusiones de
los informes periciales, ya en un estadio superior del progreso científico, más
arduo también.
Más juristas que médicos
Pero en los escritos y novelas de Dickens la población juristas supera
ampliamente la de otros profesionales, y en particular de quienes ejercen la Medicina. En la obra dickensiana hallaremos siempre más profesionales del Derecho
que médicos.
La sekundärliteratur ofrece un marcador objetivo de esta evidencia.
Frente al sucinto y hasta lacónico trabajo de Herman Pomeranz19, el piélago bi-
18. Gascón Abellán et al (2010).
19. Pomeranz (1936). Se trata de un pequeño artículo de apenas tres páginas.
José Calvo González
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bliográfico rebosa en océano tratándose de gentes y temas del Derecho20.
Ahora bien, si en su literatura Dickens aprovechó de jueces y abogados, a la recíproca la jurídica también haría lo propio, y no con poco beneficio.
Una tan divulgada teoría de la coherencia interna del sistema jurídico como la
expuesta por Dworkin a través de la metáfora de la chain novel21 se causa en la
idea de que Dickens no hubiera escrito su conocido A Christmas Carol. Posner
se valdrá de Bleak House, sin mucho enardecimiento, y con más entusiasmo de
The Pickwick Papers (Posthumous Papers of Pickwick Club) (1837), aunque lo
que sobre todo le interese sea comisionar su remesa de Law & Economics22, pero
ocultando o cuanto menos disimulando lo que ambas novelas preludian sobre
la burocracia en el Londres decimonónico. Y antes que ellos el crítico literario
Stanley Fish, que no veló su favor hacia los Pickwick Papers, ya había acudido
a David Copperfield (1850) para incidir en asuntos como la importancia de la
serialización del sentido23, que a mi parecer rentan buen servicio a la teoría dworkiniana.
Por lo demás, tampoco han omitido la lectura de obras dickensianas filósofos y éticos cuya repercusión ha resultado indiscutible en los debates
contemporáneos de Teoría y Ética jurídica, incluso sin que entre ellos abunden
demasiadas otras afinidades electivas. La hizo Rorty en Bleak House24, y también Nussbaum eligiendo de nuevo David Copperfield25, y más tarde Hard Times
(1854)26. Finalmente, un economista como Amartya Sen, sensible al maltrato jurídico-institucional de la infancia, inicia el prefacio de su última obra citando al
joven Pip, protagonista de Great Expectations (1860-1861)27.
A estas anotaciones no empachará añadir que Nicholas Nickleby
(1839) y Old Curiosity Shop (1840-1841) igualmente han merecido atención,
20. Lockwood (c.1894); Gest (1905); Fyfe (1910); Beckett (1911); Crotch (1913); Jaques (1914); Holdsworth
(1928); Wilcox (1930); Neely (1936); Squires (1938) (1938a); Easson (1968); Jaques (1972); Stewart (1974);
Baughman (1982); Stone (1985); Asche (1994) (1994a) [vid. también la recensión de West (1995)]; Wertheim
(2001); Greenfield – Nillson (1997); Grossman (1997); McChrystal (1999); MacNeil (1999); Petch (2002); Markey (2002); Ballinger (2003); Schotland (2007); Alber – Lauterbach (2009).
21. Dworkin (1986. chap. 7 (‘Integrity of Law’): 232 y ss.. Pero la primera referencia de Dworkin a Dickens tiene
data anterior: Dworkin (1982).
22. Posner (1988); Posner (1998: 140-144).
23. Fish (1980).
24. Rorty (1989: 145-150). Antes asimismo Rorty (1961:14 y ss.).
25. Nussbaum (1990).
26. Nussbaum (1996).
27. Sen (2009: VII).
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Dickensiana. En torno a una crónica de tribunales, con digresiones
cierto que en menor grado y por juristas y pensadores tal vez menos conocidos
o sobresalientes.
No he buscado ser exhaustivo. Pretendí sólo, al cabo, ofrecer testimonio –pienso que suficiente– del aporte que la literatura de Dickens ha hecho a la
educación y cultura filosófica del derecho y la moral contemporáneas. Apostillas
más meticulosas nunca faltarán28.
Tóxicos jurídicos de Dickens
Al margen de la virulenta relación que Dickens mantuvo con la justicia
ya sea personalmente en las batallas judiciales sobre derechos de autor o en el
angustioso recuerdo de su padre, condenado a prisión por deudas en Marshalsea,
está su condición de cronista de tribunales. Respirando a diario aquella rarefacta
atmósfera judicial, Dickens se contaminó. Sin embargo, todo lo intoxicante es
realismo en la ficción dickensiana, y es su autenticidad. No hay razón, por tanto,
para evitar ingerir con la debida prudencia –atienda el lector a la medida de la
dosis y el número de tomas– la destilación de algunas gotas entre las más tóxicas.
Porque, es claro, en la farmacopea del Derecho existen compuestos
nocivos. Como se sabe, los venenos resultan generalmente letales. Hay estadísticas imbatibles. No obstante, algunas formulas magistrales de la Dogmática jurídica producen con más frecuencia parálisis, o narcolepsia. Y la habitualidad
lleva a la adicción. Pero incluso los tóxicos jurídicos, siempre suministrados bajo
prescripción médica, pueden a veces operar con efecto vigorizante.
En mi caso, no supe rechazar la sugestión, que me venció, y probé, en
dos ocasiones.
La primera vino de Oliver Twist (1837-1839). Allí leí una línea que removió certidumbres. A un jurista le acecha siempre la tentación de inquietud ante
las certezas, declárelo o no; la mía es confesión no inducida. Dickens escribió:
“If the law supposes that,” said Mr. Bumble,… “the law is a
ass—a idiot. If that’s the eye of the law, the law is a bachelor;
and the worst I wish the law is that his eye may be opened by
experience—by experience.” (Dickens 1837-1839. Chap. 51)
28. Acúdase, por ejemplo, al trabajo de Dunlop (1991), y de Kieran (2012).
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Mi digresión irá por partes.
Detállese, pues raramente se hace, que el fragmento deriva de una presunción iuris tantum; Mr. Bumble resultaba acusado del robo cometido por su
esposa, porque “the law supposes that your wife acts under your direction” (la ley
supone que la esposa actúa bajo dirección del marido).
Reconozco que nunca he sabido si la respuesta de Mr. Blume fue en
conjunto más la de un marido experimentado que no precisa de prueba en contrario acerca de la idiotez de la presunción, o la del desesperado inculpado a quien
subleva la idiotez de una presunción torpe que urge a la probatio diabólica del
hecho negativo. Puede que ambas, porque sucede que no son incompatibles. Y
es más, pues si la contemplamos como presunción legal del tipo iuris et de iure,
es decir de categoría normativa intransigente, creo que fácilmente nos explicaremos la falta de crédito con que Mr. Bumble responde, aparte su natural congoja
procesal como parte acusada, aquella nada conjetural idiotez legal, igual y precisamente por su condición jurídica de consorte.
Pero, aunque no falta quien interpreta su airada reacción –“the law is
a ass—a idiot”– únicamente como típica de disgruntled litigants (litigantes descontentos)29, me permito dudarlo, y propongo una distinta consideración.
Porque las palabras que la expresan –para muchos escandalosas; “¡Inaudito!, ¡cuánta osadía! ¿Cabrá mayor irreverencia?”, dirán– son a mi parecer de
consternación, antes que de insolencia. Y tampoco tan insólitas. Muy similares
se las consintió el dramaturgo George Chapman (1559-1634): “I am ashamed the
law is such an ass” (Chapman 1654. Act 3, sc. 2). Y a Shakespeare aún le hemos
consentido palabras mayores, me parece: “The first thing we do, let’s kill all the
lawyers” (Shakespeare 1591. Part 2, act 4, sc. 2)30.
Creo que la indignación de Mr. Blume denuncia un Derecho que vive
al margen de la experiencia, y que es por ello idiota en su más prístina etimología.
Porque idiota, del griego ἰδιώτης, nombra a quien ajeno a cuanto le rodea sólo se
interesa por sí mismo. Dickens reclama un Derecho ligado a la experiencia de la
vida, enraizado a ella de manera semejante a como brotó en el hondón mismo del
Derecho grecolatino, esto es, aflorando desde la experiencia de la vida pública.
Demasiadas veces, infelizmente, el Derecho pervertido en dogmática se aleja de
29. Asche (1994: 2).
30. Vid. también Kornstein (1994).
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la vida, de lo que sucede, de la realidad, y en el diletante cultivo de una hiperrealidad epicurea se queda por detrás de lo vivo, y da en una función póstuma y
meramente expulsiva, y acaba en idiota; a ass—a idiot.
escrito:
La segunda lo fue con A Tale of Two Cites (1859), donde Dickens dejó
“Vengeance and retribution require a long time; it is
the rule.”(Dickens 1859. Book the Second-The Golden Thread,
Chap. XVI. ‘Still Knitting’).
Y viene aquí mi última digresión.
Siempre he pensado en el tiempo de los hombres como una moneda
de hierro31 que acaba pulida en la dación continua que la va pasando de mano en
mano.
Cuando al tiempo humano se le hace moneda de la Justicia comprendemos el valor y el sentido de la justicia distributiva; suum cuique tribuere es
una suerte de moneda de tiempo. El tiempo es la (perfecta) forma distributiva de
justicia; el que da a cada cual lo suyo, el que adjudica el lugar correspondiente
que las cosas han ocupar en el mundo, y las pone en su sitio, y guarda memoria
de la justa sede que les pertenece.
Hay, no obstante, quienes insisten en una especie de trastiempo de la
Justicia, y abogan por extenderla a venganza y en hacer permanente la expiación
del castigo. Pero la venganza y ese castigo son monedas falsas.
Si bien en la Justicia es posible hallar –no seamos incautos– falsos
monederos, tal que en la novela homónima de Gide, y hasta es seguro que hoy
más que ayer, la falsedad de sus monedas pronto no obstante se descubre; apenas
se las cambian por moneda legítima.
Venganza y castigo están, sí, igualmente acuñadas en hierro, para que
la similitud de peso produzca mejor el engaño. Sopesadas en el puño de la mano
no es tan difícil confundirlas. A pesar de ello es fácil distinguírselas. Basta con
abrir la encogida mano, y sobre la extendida palma compararlas.
31. Me inspira, como tantas veces, Borges. Vid. Borges (1989: 513).
José Calvo González
13
La moneda de la Justicia que el tiempo acaba bruñendo mostrará una
superficie brillante y suave. No como la falsa moneda, también de hierro, que el
tiempo cubre de herrumbre e irreparablemente corroe.
Post Scriptum
Estas digresiones no corrigen a Dickens; lo enfatizan.
Universidad de Málaga
[email protected]
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