Manuel Ignacio López Santamera (Madrid) John era un alto ejecutivo de una empresa automovilística. Su vida transcurría como la de cualquier otra persona que tuviese dicho cargo. 2500 dólares al mes, un piso en la zona rica de la ciudad, un Mercedes-Benz de última gama… Su vida iba siempre de manera ordenada y, generalmente, las cosas siempre le salían bien. Era una de esas personas a la que, si tuviéramos que definir, la relacionaríamos siempre con una línea recta, sin altibajos. John se tenía por una persona feliz y creativa- ya que su trabajo consistía en eso- y era muy exitoso. Siempre había demostrado unas habilidades natas para negociar, y era por eso por lo que había llegado tan alto en su empresa. Su jefe, el Sr. Donovan, siempre le había tenido como su mano derecha, y siempre conseguía su ayuda en intercambios comerciales y en asociaciones con otras empresas, pues John siempre sabía lo que decir, y lo más importante, cuándo decirlo. En definitiva la vida de John era monótona pero muy satisfactoria. Pero aquel miércoles todo cambió. A John no le gustaban los miércoles, pues era el día intermedio de los 5 días laborables. Él detestaba todo lo que estuviera en el medio. Para él, el medio significaba la duda, el no saber por qué cosa decidirse; ni blanco ni negro, sino gris; y aquel fue un día gris. Y no solo por los negros nubarrones que ocultaban los rayos de sol, sino también por lo que iba a pasar. La empresa de John estaba muy cerca del centro de la ciudad, en una estrecha calle. Eso era lo único que no le gustaba de su empresa. “Ser la empresa de coches más importantes del país y tener la sede central en una calle asquerosa y estrecha” -pensaba John. Ese día había más atasco de lo normal en la estrecha calle. Un camión estaba descargando delante de la entrada e imposibilitaba el paso al parking. John era un hombre muy metido en su trabajo, y cualquier cosa que alteraba su rutina habitual lo relacionaba con cómo le iba a ir el día. Finalmente, dio un rodeo y encontró sitio para aparcar, lo cual intuyó que era un presagio de que iba a tener algún que otro problemilla pero al final iba a salir airoso. “Coger café, saludar al secretario…” -pensaba John, metódico como siempre. -Hola Carl. -Hola John -respondió el secretario-. Te he dejado los informes sobre la mesa. -Muy bien; gracias Carl. “Ehm… ¡Ah sí! Saludar al secretario, dejar maletín, mirar orden del día” -Ah, y John -dijo el secretario abriendo la puerta del despacho. -¿Sí? -El “dire” quiere que vayas a verle en 10 minutos, no me ha dicho por qué. -Vale; gracias, Carl. John estuvo nueve minutos exactos -cronometrados con su “Rolex”- mirando los informes y subió a la cuarta planta para ver al director general de la empresa. -¿Me ha hecho llamar Sr. Donovan? -preguntó John en tono cortés. El Sr. Donovan tenía una cara grave; más de lo normal, de lo que John se percató, aunque sin asustarse demasiado. -Siéntate. Bien, verás, hemos recibido una carta de General Industries en la que nos piden una reducción de plantilla. John subió en un segundo la guardia. -Ehm; ¿no…no estará pensando en…en despedirme? -Hijo, a veces hay que tomar decisiones difíciles, tú lo sabes mejor que nadie y…bueno tú y yo llevamos ya mucho tiempo juntos, y…y nunca es malo abrir la puerta a otras ideas. -¿Y no podría abrir esa puerta para que sólo se entrara por ella y no se saliera? El Sr. Donovan permaneció en silencio. -¿Y…y que hay de Carl? El chico acaba de tener un hijo. -Es joven, seguro que le aceptan en cualquier otro sitio. John habría seguido hablando, pero conocía al Sr. Donovan y sabía que era inútil. Por una vez, John se quitó el reloj y caminó sin prisas por los pasillos y el vestíbulo, y se sentó en uno de los cómodos sillones de dicha sala en los que nunca antes se había sentado por la prisa con la que había llevado su vida. De repente, se sintió solo y sin fuerzas. A decir verdad, su mundo, basado en su rutina se desplomó. Pasó así varios minutos, y, en un momento dado un chico se le acercó. -¿Ha visto el espejo nuevo? Lo acabamos de poner. “Así que eso era lo que bloqueaba el paso del parking”-Sí, lo he visto, venía en un camión blanco. -Muy observador, señor. El chico se acercó y se sentó a su lado. -¿Ha oído usted alguna vez la frase de “vive el hoy para disfrutar el mañana”? John negó con la cabeza. El chico sonrió. John no pensaba en nada, y fue ese el motivo de que no viera lo que pasaba hasta un rato después. Cuando levantó la vista del suelo, pensó que el chico ya se había ido, pero, para su sorpresa, era el único que seguía allí. Todos los demás (conserjes, señoras de la limpieza) habían desaparecido. En su lugar solo quedaba el chico, que estaba ahora delante del espejo. -¿Dónde están todos? –preguntó nervioso John. El chico le hizo un signo para que se acercara al espejo. John, sin saber por qué, le hizo caso. -¿Qué ves? -Mi reflejo –respondió John sin fijarse. -¿Seguro? -Bueno sí, también está el libro ese viejo de Carl que... Espera, no es mi reflejo, es mi espalda. ¿Cómo lo hace? El chico sonrió mientras John contemplaba estupefacto el extraño efecto visual. -Este espejo refleja a las personas. Si aparece su parte delantera, quiere decir que esa persona planta cara a la vida y disfruta de ella. Si es su espalda lo que se ve, esa persona vive triste. -¡Pero yo no soy triste! Bueno, hoy sí, pero mi vida era feliz hasta esta mañana. -Eso es lo que tú pensabas. Observa. Por delante del espejo comenzaron a pasar imágenes. Al principio John no sabía lo que eran sencillamente porque no les prestaba atención. Observa el edificio en sí. Nada de él había cambiado, pero la gente no estaba. John se empezó a preocupar y quiso salir de allí, pero, inevitablemente la curiosidad le pudo y miró al espejo. Eran imágenes de su vida, de su vida rutinaria; ahora que le habían despedido, veía con otros ojos todo lo que hasta entonces había hecho. -¿Cómo calificarías tu vida, John? ¿Has vivido realmente feliz? ¿Pretendías vivir eternamente en esa monotonía? John no sabía lo que estaba pasando, lo que sí estaba claro es que ahora, después de tantos años llevando tanta rutina, una vez que la auténtica base, los pilares de su forma de ver las cosas se habían desmoronado con su despido, cambió de parecer. -Abre los ojos, John, lo necesitas. Y John abrió los ojos. Estaba en el mismo sitio donde se había sentado y todo parecía de nuevo normal. Se quedó un tiempo reflexionando y tomó una decisión, la primera que realmente le influiría a él personalmente. Aquel día John decidió dejar el trabajo y buscar otro, más sosegado y tranquilo, en el que todos los días fueran distintos. No sabía cuál sería, pero sabía que lo cogería. Justo antes de salir por la puerta de acercó de nuevo al espejo, y esta vez se vio a sí mismo, de frente. Sonrió entonces abiertamente, como no lo había hecho en mucho tiempo. En ese momento pasó su secretario. -Que tengas un bien día, John –le dijo. -¡Eh, Carl! Te dejas aquí tu libro. -Quédatelo. El principio es aburrido, pero luego se pone más interesante. John abrió el libro; las primeras hojas contaban la historia que yo aquí cuento, el resto, estaba en blanco. -Vive el hoy para disfrutar el mañana –pensó John entonces. FIN.