ROMANCES 111 del libro Los Romances de

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R O M A N C E S
Vamos a comenzar el estudio de los romances que tienen por tema
los amores de Hero Leandro, dejando aparte los de Góngora y los de
Quevedo, quc por s i calidad burlesca hemos introducido en el capítulo
destinado a tratamientos burlescos.
Pero antes de pasar al análisis de los rom,ances, nos ha parecido interesante aclarar una serie de términos usados corrientemente al hablar
de romances, como popular, tradicional, viejo, etc., ya que son empleados bastante equívocamente. Nos ha movido a ello la lectura del capítulo
111 del libro Los Romances de América y Otros Estudios, de Ramón
Menéndez Pidal. Este capítulo trata de poesía popular y poesía tradicional en la literatura española. Seguimos a Menéndez Pidal en nuestro
capítulo,
Romance se identifica a primera vista con lo popular. Pero para Ker
la epopeya no es un producto espontáneo e inculto, sino un punto d e ambkiones iitrrarias. Esta opinión es seguida por Menéndez Pidal, que cree
que muchas producciones de la poesía popular florecen por efecto de
una moda cortesana o culta l .
Sin embargo no comulgan con estas ideas la generalidad de autores.
Para Blackwell, según recoge Menéndez Pidal, los romances españoles
son una muestra de la verdadera poesía popular.
E1 Ronlancero para los románticos supone una genial aparición para
conocer la naturaleza de la más excelsa poesía.. . la epopeya.
Cf. ob. cit.. p8g. 53.
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El t e m a de Hero y Lenndro e n la literatura española
54
Para Herder el Romancero es la voz viviente de los pueblos o de la
humanidad misma.
Para Grimm la epopeya es la ~roducciónde todo un pueblo, que junto
a la religih y al lenguaje tiene un origen sobrenatural, divino, misterioso; la pnesía es un don otorgado por Dios como ~rivilegio... Y Grimm
veía como restos de esta poesía primitiva, extinguida, los romances viejos
españoles recogidos por la imprenta del siglo XVI.
Así se hizo corriente la alusión a la literatura española al hablar de
poesía ~ o p u l a r ,dice Menéndez Pidal.
No obstante, la misma literatura española aludida va a echar por
tierra esta teoría.
Y así ocurrió. Andrés Bello pensaba en 1843 que los romances españoles re-cogidos en el ((Cancionero de Amberes)) no son sino fragmentos
de algún poema viejo que solían cantar los juglares.
Mili y Fontanals en 1874 combatió esta teoría de un modo grandemente documentado. Y afirmó2: 1.') Que la epopeya no era la poesía
creada en un pueblo, sino 13 poesía compuesta para la clase aristocrática.. .
era la poesía ilustre. 2.") Los romances (breves G extensos) son obra de
una persona. 3.") Los romances breves no son germen de los extensos,
.
sino que derivan de ellos.
Pero más importantes, dice Menéndez Pidal, son otras afirmaciones.
La poesía popular es obra de un poeta como cualquier otra poesía es.
crita por un poeta culto.
Las canciones populares, explica Jules Combarieu, ((son simplemente
obras que han venido a ser anónimas; el pueblo como colectividad, es,
sobre todo desde el punto de vista musical, un mero agente de deformación D .
Luego no existe distinción entre poesía popular y artística, como
dirían los románticos. La poesía popular no es hecha por el pueblo, sino
para el pueblo, como piensa Jeanroy, en 1889 '.
O. Bockel, en 1913. piensa que la poesía popular es el canto de los
pueblos en estado natural 4.
Nos encontramos, pues, ante dos posturas. Y, según Menéndez Pidal,
acep:ando cualquiera de ellas, nos quedamos ante la más completa inexplicación de un hecho por todos sentido: (cuna porción de las obras
llamadas populares muestran en su estilo algo primario, elemental, tan
inconfundible con el artificio de cualquier estilo personal, como un producto natural con los fabricados por el hombre. El estilo de esas obras
U e n P n d e z Pidal. Los romances de America, pig. 5 5 ,
Meni-ndez Pidal, pAg. 38.
"
Ibiileiri.
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Homances
.i.i
es difícil de imitar por los poetas cultos, aunque sean populares, como
Lopen .
Pero la misma literatura española nos podrá ilustrar acerca de la naturaleza de estos romances.
Estudia Menéndez Pídal el del d o n d e Arnaldos)) d: una manera
detallada y minuciosa; analiza las distintas ediciones y versiones; de
nuevo el Romancero judío presta una gran ayuda para desentrañar ((su
misterio)). Las conclusiones son felices y abundantes.
Es un poeta, es un solo individuo el que compone un romance; por
tanto, obra pcrsonal y no de una colectividad, aunque la mayoría de
veces el romance primitivo es inferior en calidad al romance que llega a
nosotros truncado, modificado.
Las diferencias observables entre el primero y el que conocemos, generalment- editado en e! Cancionero de Amberes, se deben a varias causas 5 .
La principal fuerza innovadora es una propensión general de nuestro
Romancero a cantar solamente el comienzo de los romances, con los
rasgos más bellos, desentendiéndose del final. La supresión obedece a
falta de memoria, cansancio de un canto demasiado largo y prolongado,
tendencia romántica de nuestra poesía popular a! gusto por lo indeterminado, como estimulante de la fantasía. En nuestra por.& tradicional
abundan los romances fragmentarios más que en cualquier otro país.
Puede existir, pues, un corte del Romance primitivo; pero también
el refundidor puedc añadir versos que no tienen que ser inventados, sino
que pueden estar tomados de otros romances. Este hecho lleva a iMenéndez Pidal a exclamar: N i Cuánto acierto en estas sencillas operacionrs y
cuánto de creación poética en la reunión y enlace de ellas))".
De aquí se desprrnde una consecuencia importante: ((Estamos muy lejos de poder creer que la obra tradicional salga siempre perfecta de las
manos del primer autcr y que después el purblo, en la transmisión de esa
obra no sea capaz de hacer otra cosa sino estropear lo que el primer
poeta concibió más felizmente)) '.
Toda producción poética tiene que tener un autor individual, pero
la obra puede ser refundida por otro cualquiera, y llegar a superarla con
inspiración v aciertos.
Además, estas variantes no suelen producirse aisladas, sino que cad.a
una, como los fenómenos colectivos del lenguaje, se propaga sobre grupos
humanos convecinos Así ((frente al principio antirromántico de que
cada poesía tiene un autor, una patria y una fecha, crco que es preciso
i
"
Mcnéndez Pidal, pág. 6 5
Oh. cit.. piig. ti7.
Como dirin Cnn1l)nrieii.
Ob. cit., pag. 88.
01). cit., pBg. 70.
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El tema de Hero y Leandro e n la literatura española
56
afirmar categóricamente este otro: cada verso o cada detalle de una canción popul-ar puede ser refundido en un tiempo, en un país y por un
autor diverso de los que refundieron cada uno de los otros versos o variantes de la misma canción)) l o . Frente a la afirmación moderna de que
una poesía tradicional es anónima, simplemente porque se h a olvidado
el nombre de su autor, hay que reconocer que es anónima porque es el
resultado de múltiples creaciones de diversos individuos que se suman
y entrecruzan.
H e aquí, en conclusión, cómo es necesario llegar a una distinción de
términos, pues el de ((poesía popular)), generalmente usado, es de una vaguedad en extremo confusa.
Menéndez Pidal distingue ((popular))y ((tradicional)).Toda obra que
tiene méritos especiales para agradar a todos en general, para ser repetida mucho y perdurar en el gusto del público bastante tiempo es obra
popular (p. e. Zcrrilla: ((Tenorio)), Bécquer : ((Las Golondrinas)), etc.).
El pueblo escucha o repite estas poesías sin alterarlas o rehacerlas; pero
tiene conciencia de que es una obra ajena ".
Pero existe otra clase de poesía más arraigada en la tradición y en la
memoria de todos, de recuerdo más extendido y más reiterado: el pueblo
!a ha r ~ c i b i d ocomo suya, la toma como propia de su tesoro intelectual,
y al repetirla no lo hace de un modo fiel ni pasivo, como en los casos precitados, sino que, sintiéndola suya, hallándo!a incorporada en su propia
imaginación, la reproduce emotiva e imaginativamente, y por lo tanto, la
rehace más o menos, considerándose él como una parte del autor '*. Es
ésta la poesía propiamente trndicbunia,T, bien distinta de la popular.
La poesía popular no se explica sGlo por unas condiciones de cultura
determinada, sino por un simple fenómeno de moda literaria, que se
puede producir en cualquier época.
Para Menéndez Pidal " la palabra tradicional no excluye la cultura
literaria, sino que, al contrario, su florecimiento presupone la colaboración
de artífices cultos.
U n mismo romance, pues, puede pasar de una época a otra y por
diversas manos, habrá autores que le den su nombre y entonces dejan
de ser anónimos. Son ya los romances artísticos.
Pero hablando de romances, hay qu- entender éste desde el punto
d e vist.a métrico, como una composición, sin tener que versar sobre temas
de romances viejos, sino sobre cualquier asunto, pero puesto precisamente m verso octosílabo (también el heptasílabo) con rima en asonante.
'O
"
12
l3
Oh. i i l . , pag. 7 2 .
Oh cit., pag. 73.
Ob- c i t . , pags. 5 3 - 7 4 ,
Ob. cit., pdg. 5 7 .
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El romance es siempre una composición poética de carácter popular;
su asonancia en los pares, métrica no rigurosa y capaz de las mayores
libertades dentro del metro octosilábico, le hace asequible a todos, tanto
a autores como a público. Es un ritmo fácil, ((pegadizo)), que facilita el
recuerdo, que no exige grandes conocimientos métricos, por lo que pueden ser compuestos por cualquier persona con algún oído y disponibilidad
n,atural; el octosílabo además es el metro español por excelencia; parece
ser que el metro octosilábico se adhiere bien al hablante español. Es muy
significativo que una gran parte de los títulos de las obras teatrales de los
siglos de Oro sean versos octosilábicos. Tenemos multitud de ejemplos:
Lope de Vega (El Villano en su Rincón, El Mejor Alcalde, El Rey, L a
Famosas Asturianas, El Castigo sin Venganiza); Tirso de Molina (Don
Gd de las Calzns Verdes, L a Prudenck en la Mujer, E l Burlador de Sevilla y Convidado de Pkdra, Desde Toledo a Madrid); Guillén de Castro
(Las Mocedades d d Czd, E l Narciso en su Opznión); Rojas Zorrilla (Del
Rey abajo, Ninguno, El Labrador más Honrado: GmcZa del CastañlE-r)).
También en novelas aparecen los títulos en octosilabos.
El romance, pues, de larga tradición hispánica, no sólo es un género
popular, sino que cuenta con nombres como Lope, Góngora, Quevedo,
en 10s Siglos de Oro; en el Romanticismo, con lo que de vuelta a lo popular significa, es usado por el Duque d ? Rivas. E n nuestros días García
Larca lo revitalizó con su ((Romancero Gitano)).
Pero el siglo XV es el siglo que marca la línea divisoria entre romances viejos, eminentemente populares, y los nuevos o artísticos.
Los romances viejos son de tradición oral. Los romances de tema clásico y más específicamente de tema mitológico llegaron a divulgarse
hasta hacerse populares, y .algunos se transmiten entonces por tradición
oral. Por tanto no se derivan las versiones directamente de los textos grecolatinos, sino que hay otras versiones intcrmedias medievales.
Parece ser que el romancero de tradición oral más viejo es el que
conservan los judíos de habla española o sefarditas. Algunos de estos
romances son anteriores a su expulsión de España por los Reyes Católicos; otros proceden de contactos posteriores habidos con la Península ".
Estos romances judíos presentan unas versiones más arcaicas que las
castellanas recogidas en la imprenta d d siglo XVI. Algunos de ellos son
propios y no los encontramos en el Romancero Peninsular, al igual que
Romances nuestros no aparecen en el judío, al menos en los conocidos
hasta ahora. Otros muchos son comunes, con ligeras variantes 15.
l4
1"
Menéndez P i d a l . Los Romonrrs de A r n i r i i n ..., p6g. 145.
Meneiidez P i d a l , L.us Ron~rrnces d e Arnericn ..., p8gs. 1 1 4 y
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SS.
EL l e m a de Hero 1~ Leandro e n la literatura española
58
Las versiones judías mejoran o completan las recogidas en el siglo
XVI. Además presentan más vigor poético que las versiones viejas (que
recoge la imprenta del siglo XVI). Y además tienen una mayor fidelidad
a la forma antigua.
Es Marruecos quien disfruta de la tradición más vigorosa, mayor
que la de Oriente, pues la cercanía de la Península la hizo apta para seguir la tradición de los siglos XVI y XVII. Sin embargo la influencia
sobre Oriente se £ue debilitando hasta hacerse prácticamente nula.
Esta afirmación indica bien a las claras que el Romancero judío no
comprende sólo los romances conocidos antes de 1492, £echa de expuIsión
por los Reyes Católicos. Así se venía creyendo y así lo afirma Abraham
Danon: ((Al ser expulsados de España los judíos, nuestros abuelos llevaron en su memoria numerosos romances, que fueron luego transmitidos
como reliquia de generación en generación)) 16.
Menéndez Pelayo, sin embargo, piensa ya en un influjo posterior, en
los siglos XVI y XVII, aunque es Menéndez Pidal quien claramente lo
demuestra. El contacto de los judíos con España no desaparece, afirma
Menéndez Pidal. Los judíos expulsados regresan a España. Muchos se
quedaron en Portugal, bautizados de buena o mala gana, y Portugal estaba unida entonces a Castilla.
Además, y por si esto no fuera suficiente, el ((Cancionero de Romances)), editado en 1550, en Amberes, y con varias ediciones posteriores
(anteriormente hubo otra, que no está fechada) se difundió y llegó a
Turquía y Asia Menor; entre los Romances que se tiene la certeza de
que llegaron se encuentran Tarquino y Lz~creciu, el del Juicio de Par&,
etcétera.
((La tradición judía, pues, aunque coincida la de Oriente con la de
Africa. no es una prueba de que el Romance en ella conservado sea anterior al siglo XVI, sino sólo una ~resunción.La mayoría de los romances judíos son medievales, pero no todos)) ".
Y por último, cabe destacar que mientras en España hoy día los romances están casi relegados a aldeas, a clases populares, y de ellas, a las
personas más ancianas, entre los judíos conservan su vitalidad, S: identifican con las personas cultas y son grandemente estimados, y el folklore
todavía vigente o se basa en los romances o consiste en los romances
mismos.
Entre los romances del Romancero Judío encontramos el de Hero y
Leandro; el tema ha evolucionado y aparece dotado de unas características novelescas, que se alejan un poco del empaque clásico; no obstante,
ls
l7
Lo recoge M e n h i e z Pidal, o p . cit., pág. 121.
M. Pidal, oh. cit., pág. 127.
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Romances
59
el romance conserva los elementos suficientes para que identifiquemos
el tema 18.
Tres herrnanicas eran
Las dos están ,casadas
Su padre con vergüenza
En medio del camino
Ventanas altas le hizo
Varón que lo supo
Sus bracos hizo remos
-
-
-
Tres hermanicas son
La chica en pedrición
A Rodas la mandó,
Castillo le fragiió ...
Porque no suba varón.
Al nadar se echó:
Al castillo arrivó.. ....
En estos pocos versos, que introducen en el misterio de lo desconocido, se ignora qué pasaría. Se advierte una belleza peculiar, una smcillez
e ingenu;dad. Es bonito, con una delicadeza extrema.
El diminutivo del primer heptasílabo nos pone en el clímax de la
composición, se repite en el segundo y la redundancia posee unos efectos
poéticos y una sencillez extraordinaria.
Manda a Rodas a la pequeña, y en medio del camino ccastillo le
fraguó)); no es una torre como la de Hero, es un castillo como tantos
otros medievales. El varón se enteró, y sus c(bracos hizo remos)). Es la
misma imagen clásica de Museo. Barco y nauta son la misma persona:
el varón de la chica, que estaba en ((pedrición)).
Vamos a ver ahora el romance castellano, dz la Silva de Zaragoza (1551).
Pero antes tratemos de aclarar el ((camino))recorrido por estos temas
grecolatinos. Muchos de ellos proceden directamente dz Ovidio o de paráfrasis hechas con intención artística 'Y Los romances de tema clásico
llegaron a divulgarse hasta hacerse populares, y algunos se transmiten
oralmznte. Las versiones no se derivan inmediata y directamente de los
textos grecolatinos, sino que intermedias existen otras versiones medievales. No obstante, en el caso concreto de ((Hero y Leandron no se puede
afirmar completamente que sea éste el origen, pues es un tema que pertenece al folklore universal y se encuentra en los más diversos países y
épocas.
El romance recogido en la Silva de Zaragoza disfruta del carácter
fragmentario común a los demás de nuestra literatura; sólo se cuenta la
espera de Hero en la tempestad, el reconocimiento del cadáver de Leandro y el suicidio de la joven.
Según Cossío, no es de los más eminentes de esta especie de romanPidnl. 01). cit , p i g . 1 1 5 .
l ! J C o s s i o , Lns Fli!)rilns milolrigicns cn E s p a ñ o . p6y. 1 2 5 .
1".
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El tema d e Hero M Leandro e n la literatura española
ces s:miartísticos. Algún fragmento, dice, tiene energía y fuerza. Además afirma que el romance condena el suicidio de Hero, pues deja el
caso en una ambigüedad,
sólo puede comprenderlo el que conoce la
historia. A nosotros nos parece que, dado el fragmentarismo, dados los
equívocos y ambigüedades de la mayor parte de nuestros romances y
cuyas causas veíamos supra, no es necesario pensar en la ((condena))del
suicidio de Hero.
Empieza el Romance con la descripción de la tormenta que había
de dar fin a la vida de Leandro.
«El cielo estaba ñublado
los vientos eran tan recios
-
la luna su luz perdía
que el mar espanto ponían.
Hero espera a Leandro, se asusta de aquella noche, ((su corazón se
desmaya)) y la lumbre es incapaz de aguantar el viento. Cae dos o tres
veces, y de nuevo la pone bien Hero; no se apaga, como pasaba en la
((torre de Sesto)), una innovación no demasiado atrevida y muy de acuerdo con los romances y sus posibilidades de ser transformados. Tiene esto
((por agurion, muy posible que proceda de Ovidio, muy conocido en España. S; lamenta, usa para ello pocas palabras, las suficientes para no
cansar y mantener el dramatismo de la escena:
«;Ohdioses! ¿Y por qué es aquesto'?
¿Por qué robáis mi alegría?»
Espera la luz y con ella reconoce el cuerpo de Leandro, muerto; vacila no queriendo creer lo que sus ojos ven y le muestran palpablemente.
Por fin le reconoce, y su sufrimiento es terrible. Su monólogo es bello y
emotivo, y de él se desprende c1,aramente el suicidio; no tenia razón
Cossío al afirmar lo equívoco del hecho. Se ve claramente en estos versos (33 - 34) :
«No quiero vivir sin tí
recíbeme allá contigo,
-
que el vivir muerte seria.
ansina descansaría)).
y
Y termina con el laconismo de:
uEsta palabra diciendo,
de la torre se caíar.
El romance, recogido por Menéndez Pelayo ( A n t o l o g h Poet. tomo IX
pág. 4.9, es, pese a lo dicho por Cossío, uno de los más bonitos de tema
clásico, bastante extenso y con cualidades suficientes para figurar en
una Antología.
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Entre los romances artísticos escritos por poetas cultos y de los que
se conserva el nombre del autor, vamos a tener en cuenta el de Trillo
Figueroa, y el de Valmaseda y Zarzosa. Quevedo y Góngora aunque son
autores de romances, los que escribieron sobre Hero y Leandro presentan un carácter burlesco.
Estos romances historiales con características propias, y cuyo nombre depende, más que de otra cosa, del metro empleado, son «semipopulares)). Los autores se proponen comunicar los temas poéticos al pueblo,
v buscan una expresión popular semejante a la poesía tradicional. La finalidad que tienen es abreviar las historias dilatadas para transmitirlas
y hacerlas famosas.
Cossío recoge unos versos de Juan de la Cueva, muy sugerentes respecto a esto:
«Los romances son compendio
y abreviación de lo escrito
de las antiguas historias
y por ellos han vivido
muchas. que tienen hoy vida,
que se hubieran ya perdido.
Los romances comprehenden
en su humilde y llano estilo
todas cuantas cosas quieren
cantar, de virtud o vicios,
empresa del fiero Marte,
de amor ardientes suspiros,
quejas, celos, burlas, veras,
lealtades, tratos fingidos,
aficiones y ficiones,
y otros casos sucedidos,
cual se verá largamente
tratados en ese libro)).
Don Francisco de Trillo y Figueroa tiene una «Fábula de Leandro
Heroica)).
A pesar del título de la fábula, puede considerarse como un romance,
pues responde al carácter fr.agmentario o episód.ico que siempre tiene
esta composición. Además, el metro octosilábico.
Trillo llama c(Heroica» a su fábula, según Mrnéndez Pelayo, para
distinguirla de los poemas burlescos de Góngora (también de Quevedo).
Está compuesta de noventa y tres cuartetas, y el autor amplifica la
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E2 tema d e Hero y Leandro en la literatura española
62
materia lírica del tema; abandona el carácter narrativo y hasta el esquem a argumenta1 de las obras que siguen a Museo " O .
Sólo !os elementos capitales se respetan, como en todo buen romance.
Pero después introduce una serie de elementos nuevos, reflexiones, divagaciones líricas, y una serie de inferencias subjetivas interrumpen frecuentemenre el curso de la narración.
El tono, dice Cossío "', más que de un relato es el de una breve divagación lírica sobre el tema de Hero y Leandro.
Empieza la composición cuando 'leandro emprende el viaje :
«Al mar se arroja Leandro));
nada, midiendo su esperanza con la d d mar, y alumbrado por aquella
estrella que era y había sido su norte.
Sigue con la descripción de Hero, un tanto abstracta; la llama wenenoso halago)) (verso 13), <(lascivodesconsuelo» (verso 14):
uEro, aquella en cuyas aras
ardía lascivo encienso
el corazón de Leandro
con religioso silencio)).
dice en los versos 21 - 24.
Hay lirismo y poesía en estos versos, hay belleza en este romance;
la descripción desla belleza de Hero que se extiende hasta el verso 56 es
una divagación lírica no carente de interés, llena de metáforas y figuras
poéticas, juegos de palabras (verso 27, ccmás flores quz al mayo Flora))).
Imita a Góngora, aunque carece del tono burlesco de aquéi, y, pese a
no ser lo mejor de la poesía de Trillo, tiene muy marcadas cualidades.
El lanzarse a1 mar Leandro es descrito en los VV.86 - 89 de la siguiente manera :
aEl pecho entrega a las ondas,
que, inquietas con el incendio
de tanta amorosa llama,
temen resolverse en fuego)).
Hay una atmósfera de amor en el mar, todo parece sonreír ante la
felicidad de T,eandro, ante la esperanza del nadador de Abidos. Los senos de 1,eandro arden en amor inmznso (verso 92), y las conchas, ma-
20
'
2
-
Cossin, ag. 6 5 7 .
Ob. cit., pag. 657.
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ftomances
63
rismos, piedras, producen amores nuevos (VV. 93 - 96), saltan las perlas,
el pez depone sus escamas ... Leandro imagina que el mar es pequeño,
si se compara con su amor (VV.105 - 108), pero Leandro tiene que luchar
con el mar, con el viento; quiere (1 3 1 - 132)
((Beber el mar con la vista,
agotarle con el pecho»...
Pero lucha sin conseguir nada. Ahora, de una manera rebuscada, que
recuerda mucho a Góngora, nos va a describir Trillo cómo el viento
apaga la antorcha (VV. 135 - 136):
«Su norte al soplo injurioso
tres vidas apagó a un tiempo)).
El lirismo aumenta con el sími! de la avecilla. Es éste un recurso poético
emplcado en la épica abundantemente, que da rienda suelta a la imaginación y que sirve para hacer plástico lo que se está describiendo. Dice
(VV. 145 v SS.):
«No así la incauta avecilla
enlaza el cobarde vuelo
entre la llama improvisa
del cazador lisonjero,
cual pendiente de las ondas
Leandro se halló siguiendo
a vista de su desdicha
la ceguedad de su sueño)),
Leandro invoca a la Luna para que le alumbre; le recuerda sus amores con Endimión, suplica y gime ..., pero la noche venía, negra y oscura, ccnfundiendo el mar y el cielo (VV.193 - 197).
Hero presiente el suceso y su ccmonólogo discurso)) es demasiado amplio, y bastante retórico; tal vez no demasiado acorde con las circunstancias
Invoca a los dioses, a las Parcas, pide que le dejen llegar a ella. Pero
si no se lo conceden. también quiere morir (VV. 301 - 304):
«Acabe adonde fallezca
yo también, y pues nacieron
nuestras luces en un día
hallen el ocaso a un tiempo)).
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El tema de Hero y Leandro en la literatura española
64
Por fin las olas le traen a su Leandro muerto; el dolor la embarga,
(VV. 369 - 372):
y después de mirarse en el espejo
((hace la imagen pedazos
porque en las aras de Venus,
sacrificadas dos vidas,
mitiguen dos sentimientos,.
De estos versos hay que destacar la manera eufemista de referir el
suicidio :
«hace la imagen pedazos)).
E n los 372 octosílabos que tiene la composición de Francisco Trillo
y Figueroa pueden advertirse algunos aciertos, como muchos de los que
hemos señalado y destacado, y tal vez quepa impugnarle una verbosidad
excesiva en algunos momentos. Quizá demasiados versos para sólo relatar el último viaje de Leandro y la muerte de Hero.
La primera edición de la obra se hizo en 1652.
Gallardo en el tomo IV, pág. 479, recoge un romance de Hero y
Leandro de Valmaseda y Zarzosa. Se tienen pocas noticias de este autor,
parece que era de Cádiz o de Huelva, y este romance está fechado en 1660.
Es un poeta llano, sencillo; no presenta rasgos de mal gusto.
Consta el romance de veinte versos, octosíiabos, y, desde luego, se
puede hablar mejor de romance que de fábula; estos octosílabos pueden
agruparse en cinco cuartetas.
El carácter fragmentario, propio de los romances, aparece claramente
en esta composición; la descripción es concisa en demasía. Leandro
mira el estrecho, con el optimismo de poder cruzarlo. Pero,
((Conformes los elementos
sólo para su ruina,
treguas que nunca ajustaron
en una noche confirman)).
Parece la drscripción de la tormenta del Agamenón (VV.650 - 651) de
Esquilo :
(El fuego y el mar, con ser de antiguo enemigos implacables, conjuráronse ahora.)
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La muerte de los amantes no está claramente expuesta. Hay que SObreentender, hay que conocer un poco de la historia:
«Ero que su ausencia llora
en la contrapuesta orilla,
por morir más que Leandro
de ausencia y de pena espiran.
Hero expira de ausencia y de pena; es decir, se mata porque no podría
soportar la ausencia d e Leandro.
Diremos para terminar que no todo es sencillez y popularidad en los
romances. Y lo que dice Dámaso Alonso respecto a Góngora y qu.e recoge
Valbuena en su Historia de la Literatura puede aplicarse a la mayoría
de estas composiciones; advierte Dámaso Alonso cómo en un romance
que tradicionalmente ha sido juzgado como sencillo y popular, hay no
pocas dificultades de interpretación, paralelismos, etc.
E n el romance hay también que cuidar la forma, los detalles, temas,
versos. Es una obra poética, como cualquier otra obra, en una palabra.
2L
Historio rlr la Lilerolirro E S ~ I J I ~tO
. ~11,U ,p i g
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