Pregúntale a Hafez o sobre cómo viven los persas su

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Pregúntale a Hafez o sobre cómo viven los persas su literatura
Marxitania Ortega
La poesía en Irán aparece en casi todos los momentos: en la intensa
negociación con el bazarí; después de la cena, entre el murmullo de la
televisión y las tareas escolares de los hijos; en el entrenamiento de los
jóvenes en la "Casa de la fuerza". Y no me refiero a aparezca en un
sentido metafórico a través de la belleza o melancolía de las cosas, sino a
que aparece tal cual es, con todos sus versos y en voz alta.
En este texto se recrean tres momentos que ejemplifican cómo viven los
iraníes su literatura y la importancia que tiene en la vida cotidiana, y
algunas intuiciones sobre las causas de tan particular disposición poética.
1. Zurjané. La casa de la fuerza
Para entrar al Zurjané, la casa de la fuerza, hay que bajar la cabeza o el
tronco, según la estatura de cada uno, pues la puerta es baja y angosta;
así está diseñada para que todo aquel que entre, se incline mostrando
respeto. La asistencia femenina estaba tradicionalmente prohibida, sin
embargo, en Teherán se pueden encontrar zurjanés a los cuales pueden
asisten algunas mujeres emparentadas con los atletas.
Una vez adentro entiendes por qué. En Irán los hombres y las mujeres
deben acatar la vestimenta islámica, deben cubrirse hasta las muñecas y
hasta los tobillos. Sin embargo, ahí, en ese espacio masculino, los
hombres usan pantalones ajustados y cortos, y practican con el torso
desnudo. La mayoría de los atletas son jóvenes y delgados, aunque
asisten de todas edades, desde niños hasta viejos, cuya complexión física
se mantiene atlética. El pudor, siempre presente en el espacio público
islámico, obliga a que los practicantes del Zurjané usen camisetas para
no mostrarse con el torso desnudo cuando hay mujeres entre el público.
Por fuera el zurjané no destaca entre otras construcciones, pero por dentro
el espacio es circular y tiene como techo una alta cúpula con motivos
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arquitectónicos islámicos aunque austeros. Las paredes están vestidas por
imágenes de mártires chiítas: el Imam Alí o el Imam Hossein, que son
casi idénticos en la iconografía chiíta; una imagen de Jomeini, y fotos de
los mejores atletas. Si se observa con atención también se encuentra
alguna imagen en la que se representa la lucha de Rostam y Sohrab, una
de las tragedias más importantes del Shah-Nameh.
En el centro hay una arena o dojo hexagonal que está por debajo del nivel
de suelo y
alrededor están las armas: mazos, escudos de madera,
cadenas. Las escalinatas forman un semicírculo en donde se sienta el
público, y justo enfrente se sitúa una especie de púlpito elevado, con una
ornamentación especial: un gran tambor, grandes libros y varios tipos de
campanas.
Llegamos temprano, nos sentamos en las escalinatas y esperamos.
Al entrar a la arena los hombres tocan el piso y besan la mano con la que
lo tocan. Empieza el tambor y luego el canto: En el nombre de dios, del
espíritu.... (audio1)
Primero hacen ejercicios de calentamiento y flexibilidad, toman los
mazos y rotan sus hombros con destreza. El tambor lleva el ritmo, y el
guía o maestro, toca el tambor y canta:
"Diez mujeres amamantaban al pequeño Rostam y cuando alcanzó la
edad para comer consumía lo mismo que 5 hombres juntos. Su altura
rebasaba la de ocho adultos uno sobre otro.
Cuando las hostilidades entre Irán y Turán crecieron, Rostam pidió
permiso a su padre Sal, para atacar a los insolentes turanios que estaban
bajo el mando de Afrazyab. Sal se negó, considerando que su hijo aún no
estaba en edad para entrar en combate, pero Rostam replicó: “No soy
hombre de palacio: estos hombros y estos puños gigantes no se
desarrollan en una vida cómoda y ociosa. Solo te pido un caballo capaz
de cargar con mi potencia, y mi mazo de cabeza de búfalo, duro como un
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peñasco, hará que sobre el campo de batalla parezca que llueve sangre
desde las nubes...”
Otra vez el tambor y esta vez las campanas anuncian el cambio de
ejercicio. Flexiones en el piso, y luego toman las pesadas cadenas, tan
pesadas como varias pesas, y las mueven sobre sus cabezas al ritmo del
tambor mientras el relato sigue en el canto: (audio 2)
"Sal no tuvo más remedio que complacer a su hijo. Galopando sobre el
lomo de su corcel, Rostam llegó hasta las puertas de Mazandarán, donde
dio muerte al enorme monstruo blanco que tenía capturado al rey Kavús.
Rostam libera a Kavús y le exige que se someta a los designios su
imperio, pero el rey se opone y prepara a su ejército de bravos para atacar
a los iraníes. Los atacantes marchan hacia delante llevando al frente al
guerrero Yuya que grita a pulmón: “¿quién va a pelear conmigo? No
quiero aburridos soldaditos iraníes que pisaré como escarabajos; quiero
pelar con un verdadero guerrero que pueda sacar polvo del agua misma”.
Indignado, Rostam espoleó su caballo hacia el frente y gritó: “Deja que la
que te dio vida llore tu muerte y prefiera verte crucificado que en el
estado que te dejaré”.
El canto continúa y con él los ejercicios, de cuando en cuando los
hombres corean algún verso o una estrofa. Mi compañera de viaje,
Valentina, una bailarina de 75 años, contemplaba extasiada aquella
rutina. Durante el camino se había quejado de su pierna, que en los
últimos años le había dolido, pero en ese momento, viendo a esos
hombres entrenando sus cuerpos con destreza y ritmo, olvidaba sus
achaques y lloraba en silenciosa emoción.
"El poderoso ejército enemigo vio a Rostam acercarse como si viniera
hacia ellos una montaña en movimiento; cuando estuvo frente a Yuya,
Rostam lo arrancó de la silla de su caballo como si fuera un pollo y lo
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aventó contra el suelo en donde quedó con la boca llena de tierra y la
armadura hecha pedazos..."
En un momento el narrador calla y un joven delgado entra al centro de la
arena y comienza a girar. Los brazos extendidos a los lados, el rostro
inmutable, al ritmo del tambor un pie baja y se levanta del piso llevando
el impulso, el otro sostiene el equilibro. Yek, do, ze, chajar, panch....
Como bailarín, el joven gira sobre su eje; como místico sufi, parece
alcanzar con su giro el ritmo universal, como guerrero, su cuerpo sólo
obedece a su voluntad. Cada atleta pasa al centro de la arena a girar. Los
más flexibles, los más disciplinados y equilibrados dan al menos 30 giros.
Dos horas después, cuando el entrenamiento termina el occidental se
queda sin palabras ¿Qué es esto? No es una representación ni un un
espectáculo, es un tipo de gimnasio en el que las historias y la poesía
dirige la rutina ¿Qué tipo de espacio es este? ¿místico? ¿deportivo?
¿artístico? ¿nacionalista?
Valentina se levanta emocionada, quisiera hablar con los jóvenes y
transmitirles su emoción pero no habla farsi y para comunicarse se dirige
hacia las armas. Los mazos más grandes casi alcanzan su tamaño. Toma
uno con ambas manos y pretende imitar los giros. Todos voltean a verla y
se hace un silencio tenso. "Está prohibido tocar las armas, Vale. Mejor
vámonos."
Los orígenes del zurjané no se conocen con certeza, aunque ya para el
siglo XIV se cree que había un tipo de lucha que hacía suyos algunos
rituales del sufismo. Durante el reinado de la dinastía de los safavís ya
hay testimonios escritos sobre el zurjané. La afluencia y seguramente las
prácticas del zurjané han cambiado con el tiempo sin embargo, su esencia
es la misma: una práctica identitaria en donde el cuerpo y el espíritu se
unen a través de la poesía. Y aunque en el zurjané no sólo se canta el
Shah-Nameh, sino también a los poetas clásicos como Saadi, Hafez y
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fragmentos de la Marsia, - las hazañas y tragedias de los mártires chiítas su destino está ligado, sin duda, al gran poema de Ferdousí.
2. Sobre el llanto y la narración
La primera vez que escuché la tragedia de Rostam y Sohrab lloré sin
parar. Ya la había leído y desde el principio de la representación sabía lo
que iba a pasar así que conforme se iba encaminando la historia empezó
mi llanto. ¿Cómo no conmoverse ante la incapacidad de los héroes,
encarnación de las virtudes humanas, para evitar el cumplimiento de su
trágico destino? Nadie es tan poderoso como para modificar el destino y
por ello, en esta tragedia, el hijo virtuoso, encuentra la muerte en manos
de su padre, también virtuoso.
Los iraníes se reúnen para recitar las historias del Shah-Naméh, y cada
vez que la escuchan, es como si lo hicieran por primera vez, se
conmueven y vuelven a llorar. La conmoción se debe, en parte a la gran
tradición de narradores que cuentan las historias con sabiduría, pero
también se debe a la disposición del público a ser conmovido. Y esta
disposición a la compasión, es decir, a sentir el dolor con el otro, está
muy presente en la sensibilidad iraní.
Cuando llegamos a Naghsh-e-Jahan, (audio 3) la plaza principal de
Isfahán, eran las nueve de la noche. Hacía frío y la neblina amenazaba
con su presencia, aunque las cúpulas de las mezquitas se erguían sobre el
cielo. La plaza estaba casi vacía y sólo se escuchaba el borboteo del agua
de la fuente y a lo lejos el murmullo de la voz humana y un cántico
indefinido. Entre el sonido y la penumbra se me hizo un nudo en la
garganta por la extrañeza de estar presenciando eso que parecía un tiempo
distante.
Caminé hacía dónde provenía el canto, que cada vez era más fuerte y se
convertía en lamento y luego en llanto. Mi corazón dio un vuelco. Entre
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más me aproximaba a la majestuosa mezquita de donde procedía, más
convencida estaba de que era un canto luctuoso. Cuando llegué a la
puerta salió una mujer consternada, sus ojos revelaban llanto, al verme
cubrió su rostro con su chador y apresuró el paso.
En ese momento aún no entendía lo que estaba presenciando. Lo entendí
días después.
Durante la Ashura, los musulmanes chiítas recuerdan el martirio y la
muerte del Imam Hossein, el nieto del profeta Mahoma, de su familia y
de sus seguidores en Karbalá en el año 680. La gente sale a las calles en
procesiones, un cantor narra la tragedia y los seguidores la lloran, y todas
las ciudades de Irán se llenan de cánticos, del sonido de los tambores y
del golpe de las cadenas sobre las espaldas. La visita a cualquier mezquita
en ese tiempo es una experiencia que afloja el corazón.
Tuve la fortuna de ir a una mezquita de tradición sufi a la que asiste la
familia que me recibió en Irán. Ahí nos separamos, los hombres se fueron
juntos, yo entré con las mujeres. La separación de los géneros solía
molestarme, primero porque no podía estar con mis compañeros de viaje,
pero sobre todo porque sentía que en el lado de los hombres ocurrían las
cosas más interesantes.
Cuando entramos el cántico había empezado vigorosamente. A nosotras,
nos llegaba la vibración a través del muro, y por las bocinas el canto, el
llanto de los hombres "Hossein, hossein hossein querido, por qué no
estuve ahí? ¿cómo no estuve ahí?" Se lamentaban golpeando,
rítmicamente, su pecho. En el lado de las mujeres todo era más tranquilo.
Sentadas, cubiertas las cabezas con chadors, lloraban, la mayoría en
silencio, algunas dándose golpes suaves en el pecho. Sin embargo, el
cántico surtió efecto. "Ya Hossein, Mir Hossein" coreaban los hombres, y
cuando el Mulah narró la matanza, y la flecha que atravesó el pecho del
pequeño hijo de Hossein los llantos adquirieron fuerza y una profunda
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tristeza se apodero de todos, primero como un escalofrío, luego como un
llanto largamente contenido. Contagiada, yo también lloré: por el martirio
del Imam Hossein, por la muerte de los inocentes, por las guerras, por los
hombres que van a las guerras y las mujeres que se separan de los
hombresy por el pueblo iraní con el que compartía el llanto. Y también
lloré al descubrir lo bien que me sentía ahí, solo entre mujeres y niños:
cómoda, protegida y comprendida. Y lloré por el espacio femenino y por
la maternidad.
Cuando salimos, compartimos todos, vacíos por el llanto, la comida que
nos regalaron en la mezquita por el Ashura.
Así, al llorar colectivamente por sus historias trágicas, ya sea la del Imam
Hossein, o la del héroe Siavosh, los iraníes también lloran por sí mismos,
por sus tragedias personales, por la injusticia y la opresión, y en ese vacío
que dejan el llanto y la compasión se reencuentran con su fe y con su
cálida sensibilidad.
3. Pregúntale a Hafez
Dicen que en Irán aun en la casa más humilde hay un ejemplar del Corán
y uno del Divan de Hafez. Este poeta del siglo XIV es tan importante que
se ha convertido en el oráculo que guía la vida espiritual de los muchos.
Todos conocen a Hafez, lo citan, lo recitan, y sus versos son leídos una y
otra vez por los jóvenes la noche del equinoccio de invierno mientras
toman jugo de granada.
Los iraníes hablan tanto de Hafez y tan seriamente de él, que sin haberlo
leído uno se imagina a un poeta grave, ¿Qué poeta leería tu abuela para
darte consejo? ¿En qué poeta buscarías consuelo? No abrirías a Quevedo
para buscar guía. Pero Hafez no es grave, canta al amor, a los amantes, a
las ciudades de Irán, a las cosas mundanas, a la vida.
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¿Qué tan profunda debe ser tu pregunta para interpretar un poema como
respuesta?
Todos tenemos dudas. ¿Me casaré? ¿Tendré hijos? ¿Debo aceptar este
trabajo aunque el sueldo sea una miseria? Pregúntale a Hafez, te anima un
iraní y te muestra: toma el libro respetuosamente, lo besa, lo acerca al
corazón mientras hace la pregunta en silencio.
No conocí a Hafez hasta que llegué a su mausoleo, en la ciudad de
Shiraz. Fue un largo camino para llegar ahí. Un día de viaje que incluyó
dormir una noche en la carretera, en el semidesierto y amanecer, casi
congelada frente a la tumba de Ciro el grande.
Al llegar a Shiraz, por cuestiones prácticas, visitamos primero la tumba
de Saadi, el otro gran poeta clásico. El mausoleo está decorada con un
hermoso trabajo de mosaicos, en donde el motivo principal son los
pájaros y justo bajo la tumba hay una pequeña fuente con peces rojos.
La gente llega ahí, lee los poemas grabados en su tumba, pasea por los
jardines y pasa una tarde agradable.
Tardamos más en llegar al mausoleo de Hafez. Oscurecía y me apuré a
comprar El diván. Sin saber de ceremonias lo abrí y leí:
Somos los que fuimos
y seremos los mismos mañana.
Cuando pases por mi tumba, viajero
pide un deseo, pues para los libertinos
de este mundo, será un lugar de peregrinaje.
El poema debe ser interpretado de una manera sabia, pero mi poema no
necesitaba interpretación, me sentí emocionada. Cuando se lee a Hafez de
esta forma oracular los versos van más allá de su belleza y se convierten
en un mensaje divino.
Así, la poesía aparece en las conversaciones familiares, en las fiestas
religiosas y en las privadas, en la música, en los pequeños rituales, en las
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negociaciones comerciales, aparece metafóricamente, en la forma que
tienen los iraníes de tratar el tiempo, en la complejidad visual de la
decoración tradicional, en los sonidos del ambiente, pero también aparece
en voz alta, con todos sus versos.
Y esto sucede tanto con la
poesía clásica, que está íntimamente
relacionada con la música por su ritmo y formas estróficas, como con la
poesía contemporánea, que si bien experimenta tanto en forma como en
contenido, hace una constante referencia a los simbolismos tradicionales.
4. Una chica con el cabello desordenado
Cuentan que una mañana llegó a la redacción de una revista literaria una
joven de 19 años. Tenía el cabello totalmente desordenado y las manos
llenas de tinta verde. Era por el año de 1955, pocas mujeres iraníes se
habían atrevido a escribir poesía, que además de romper con las formas
poética tradicionales, explorara el mundo emocional femenino. Esa mujer
era Forug Farrojzad.
Que angustia, ¡oh que angustia!
Llego al balcón y extiendo mis dedos
penetrando la tensa piel de la noche.
Los semáforos están apagados.
Los semáforos están apagados.
Nadie me mostrará la luz del sol,
nadie me escoltará a la fiesta del gorrión.
Al vuelo, recuerda
el ave es mortal.
(El ave es mortal, Furug Farrojzad)
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En su obra publicada en cuatro títulos (Cautiva, El muro, Rebelión y
Nuevo nacimiento) y uno póstumo (Tengamos fe en el comienzo de la
temporada fría),
explora temas como el erotismo, la soledad, la
melancolía y la compleja situación de la mujer iraní en una sociedad
regida por fuertes valores religiosos y sociales. La poesía de Furug es a
veces estilísticamente simple, sin embargo, está llena de ricas imágenes
que logran transmitir una postura estética de la vida.
Farrojzad murió en 1964, a los 32 años en un accidente automovilístico.
A pesar de que en la época en que vivió la poeta Irán atravesaba un
periodo de modernización económica y social, y las condiciones de las
mujeres eran distintas a las que viven actualmente, Furuj es la poeta persa
más leída y gustada en Irán. Sus poemas son estandarte de las emociones
femeninas, sus poemas son recitados en las reuniones y las artistas persas,
en las diferentes disciplinas, trabajan una y otra vez sobre su mundo
poético. Pero también es gustada por la gente común, por los taxistas, los
comerciantes: "Good poetry" aprobó un bazari cuando me vio el libro de
Furug bajo el brazo.
Ojalá yo fuera otoño.
Ojalá yo fuera otoño.
Un otoño silencioso y entristecido.
Las hojas de mis deseos
una a una se vuelven amarillas
El brillo de mis ojos se enfría,
el cielo de mi pecho se llena de dolor.
De pronto, una tormenta de pesar me desgarra la vida,
lágrimas, como gotas de lluvia, colorean mi regazo.
¡Ah! si yo fuera otoño ¡sería tan hermosa!
Sería salvaje, apasionada y colorida.
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Un poeta leería en mis ojos un poema celestial
A mi lado ardería el corazón de mi amado.
¡Ah! si yo fuera otoño ¡qué hermosa sería!
(Devoción por la melancolía, Furug Farrojzad)
A modo de conclusiones
Dice Aristóteles en la Poética que no es oficio del poeta contar las cosas
como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido, y que
el historiador y el poeta no son diferentes por hablar en verso o en prosa
sino porque "aquél cuenta las cosas tales cuales sucedieron, y éste como
era natural que sucediesen. Que por eso la poesía es más filosófica y
doctrinal que la historia."
Retomando a Aristóteles, es necesario afirmar que la poesía es uno de
los elementos de identidad más fuertes, más consolidados en el mundo
persa contemporáneo, lo cual debería ser algo natural pues es donde se
explora y se manifiesta la lengua, los valores, y las problemáticas que
enfrenta una sociedad.
Más interesante es la pregunta por cómo forman los iraníes su
sensibilidad poética. Mi primera intuición es que la poesía, en Irán, entra
por los ojos. La formación estética tiene que ver con la posibilidad de
contemplar la contemplación de lo bello, o como preferiría a Kant, lo
sublime, artificio o no del alma humana. En Irán la arquitectura, la
tapetería, las miniaturas, el trabajo de mosaicos y espejos que cubren los
principales espacios públicos y los espacios más importantes de las casas
provocan la contemplación. Sólo a través de la visión del abigarrado
trabajo de las flores y los diseños geométricos, de los azules que adornan
los techos de las mezquitas y de los múltiples reflejos de los espejos, se
dispone el alma de esa manera tan particular a la poesía.
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La siguiente no es intuición mía sino de mis compañeros de viaje: La
sonoridad, desde el canto del muecín, que es un elemento común a todo el
mundo islámico, hasta el extendido gusto por la música tradicional y por
los instrumentos tradicionales, que acompañan, en general a la poesía,
forman en gran medida la sensibilidad estética persa.
Y finalmente: la gran tradición oral, el gusto por contar y escuchar una y
otra vez las historias de corpus literario.
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