Sostenibilidad y Perdón: una lección desde Sudáfrica

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Sostenibilidad y perdón: una lección desde Sudáfrica
Sandra Idrovo Carlier
Directora de Investigación de INALDE
Durante el año pasado Sudáfrica cobró especial importancia en los medios de
comunicación del mundo a raíz de la celebración del Mundial de Fútbol 2010 y de la
presentación en salas de cines de muchos países de la película INVICTUS,
protagonizada por Morgan Freeman, en el papel de Nelson Mandela, y Matt Damon
como Francois Pienaar, capitán del equipo de rugby de Sudáfrica. Ahora ya no son las
injusticias del apartheid las que llevan a Sudáfrica a primera plana de la prensa mundial
o al centro de las películas de denuncia o hollywoodenses. Lo que mostró el mundial de
fútbol fue un país vibrante, con problemas –graves, algunos–, pero también con grandes
esperanzas. Un país que atraía las miradas del mundo entero no por los hechos de
violencia sino por una fiesta deportiva.
A mi parecer, el proceso de transición de la Sudáfrica del siglo pasado a la actual
contiene lecciones para todos; pero, en concreto, para los que trabajamos en
organizaciones y empresas humanas. En primer lugar tendríamos que señalar la
importancia de los planteamientos y acciones de individuos reconocidos mundialmente:
el cambio de actitud de Botha, las decisiones de De Klerk, las intervenciones de
Desmond Tutu, y las acciones y actitudes de Mandela o de Pienaar. Por otro lado, están
las de aquellos cuyos nombres no aparecieron en los periódicos o en la televisión, pero
que en ese proceso de transición optaron por una actitud en la que primaba el perdón y
la justicia antes que la venganza. Cada uno de ellos decidió actuar de determinada
forma, al margen de legislaciones vigentes, códigos de ética, pareceres sociales y/o
económicos.
Para entender cabalmente estas actitudes y lo que significan debemos recordar que el
sistema apartheid se mantuvo porque una minoría blanca que estaba en el poder lo veía
conveniente… ellos mismos lo habían diseñado. La mayoría negra vivía sometida a las
discriminaciones e inequidades que esa ‘separación’ -eso significa apartheid en
afrikaans-, conllevaba. El levantamiento de las leyes apartheid en 1990 puso al país al
borde de una guerra civil en la que una mayoría negra podría haber arrasado a esa
minoría blanca. Pero esto no se dio.
Y no se dio porque esas actitudes individuales mencionadas anteriormente llevaron,
entre otras medidas, a la creación de una Comisión para la Verdad y la Reconciliación,
cuyo objetivo era conseguir la reconciliación nacional. La idea era que tanto víctimas
como verdugos relatasen sus experiencias en sesiones de carácter público. Fue el
presidente de esta comisión y sus respectivos comités, el obispo anglicano Desmond
Tutu, quien se dio cuenta de que el hecho de contar la verdad solo ayudaría a la
reconciliación si iba seguido del perdón; un perdón real que sanara las heridas del país
por esos años de apartheid.
Ese perdón ofrecido por las víctimas y solicitado por los verdugos debía ser tan público
como fuera posible, por lo que las audiencias se retransmitieron en directo por TV y
contaron con cobertura completa de todos los medios de comunicación. Y esa
disposición a perdonar y a pedir perdón fue fundamentada por la Comisión desde una
aspiración que solo podría entenderse desde una concreta doctrina religiosa: la cristiana.
Y es que el perdón solo encuentra justificación en una doctrina religiosa. Al margen de
ello puede defenderse como terapia psicológica que ayude a las víctimas a recuperar su
autoestima, pero no mucho más.
Y resultó. Fue esa actitud de perdón la que hizo posible que –con sus más y menosblancos y negros se unieran para reconstruir una nueva Sudáfrica. Otra alternativa podía
haber sido desterrar a la minoría blanca, pero Mandela, entre otros, sabía que la nueva
Sudáfrica era también de esa minoría. Y es ahí donde tenemos otra lección que
aprender: no se trata únicamente de tomar decisiones individuales al interior de las
organizaciones, independiente de los contextos legales, corporativos, sociales y/o
económicos, sino de aunar esfuerzos, y no solo por conveniencia sino desde una
convicción más profunda que hace que reconozcamos en los demás a otros seres
humanos con capacidades y errores. Capacidades con las que se pueden construir
nuevos proyectos y errores que pueden ser aprovechados si son perdonados y
rectificados.
Puede que lo dicho suene a utopía, pero bastantes problemas de relaciones
interpersonales en el ámbito laboral: retención de talento, motivación, clima laboral y,
por tanto, de productividad, mejorarían si dejáramos que la lógica del perdón hiciera
parte de nuestras alternativas. No es necesario llegar a crisis tan graves con
consecuencias como las del apartheid para decidirse a pedir perdón y perdonar.
Podemos comenzar con esas antipatías y resentimientos que obscurecen nuestra
perspectiva de colaboradores y jefes; acciones individuales que, probablemente,
ayudarán a desarrollar una cultura más abierta y receptiva de las personas.
Sudáfrica nos demuestra que la utopía es posible a nivel de país, y que esta ha permitido
que dicha nación camine hacia un cierto desarrollo que puede ser sostenible. De otra
manera, el país hubiera desaparecido, se habría dividido en dos, o se encontraría sumido
en una guerra civil o viviendo las secuelas de una. En el caso de las empresas, la
sostenibilidad necesariamente pasa por el bienestar de su gente; bienestar que incluye de
manera fundamental relaciones y ambientes que permitan el desarrollo personal; un
escenario en el que el reconocimiento del otro sea una realidad palpable, y en el que
cuando ese reconocimiento se vea afectado gravemente, la solución no sea solo la
estricta justicia porque esta, en muchas ocasiones, no sana las heridas sino que las
profundiza con serias consecuencias negativas. Es hora de considerar cómo esa lógica
del perdón puede tener cabida en la dinámica de nuestras organizaciones, y no
desecharla por considerarla contrapuesta a la lógica empresarial, porque no lo es. La
reciente crisis económica, las situaciones de intolerancia religiosa, los actos de
terrorismo, la violencia urbana existente, los índices de pobreza, etc. son síntomas que
exigen que miremos soluciones distintas y que comencemos primero en lo individual a
ejercitar esa lógica cristiana del perdón.
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