el realismo mágico en el amor en los tiempos del cólera

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EL REALISMO MÁGICO EN EL
AMOR EN LOS TIEMPOS DEL
CÓLERA
Juan CANO CONESA
Mercedes GUZMÁN PÉREZ
Juan CANO CONESA – Mercedes GUZMÁN PÉREZ
El realismo mágico en El amor en los tiempos del cólera
2. El realismo mágico en El amor en los tiempos del cólera.
El concepto de realismo mágico es uno de los más complejos de afrontar desde el
punto de vista teórico por las múltiples interpretaciones del mismo. Sin embargo, como
ya apuntábamos al estudiar el boom, es imprescindible para entender la narrativa
hispanoamericana del siglo XX. Así pues, antes de entrar en el análisis concreto de la
novela que nos ocupa, creemos necesario establecer una poética del “realismo mágico”,
para desde la misma tratar de analizarlo.
Sandro Abate, en A medio siglo de realismo mágico: balance y perspectivas, se
acerca a la literatura hispanoamericana del siglo XX desde este concepto. La renovación
de las letras hispanoamericanas se plasma aproximadamente a partir de la década de los
40. Esta renovación es la que se identifica con el nombre de “Realismo Mágico”,
término que no coincide exactamente con el llamado boom hispanoamericano. Todos
conocemos ya el origen del término: Franz Roh lo utilizó años atrás para referirse a una
corriente pictórica post-expresionista: “La pintura siente ahora -por decirlo así- la
realidad del objeto y del espacio, no como una copia de la naturaleza, sino como una
segunda creación”. Las características que señalará Roh desde este término para la
pintura no son del todo extrapolables a la narrativa; sin embargo, la referencia es
obligada en cualquier estudio crítico a propósito del Realismo Mágico. Si observamos
en conjunto la producción crítica en torno al realismo mágico es posible distinguir tres
pares de décadas, que coinciden con la periodización establecida en el punto anterior:
9 En un primer momento (décadas 40, 50) se sentarán las bases teóricas
de esta nueva modalidad literaria. Surgen las novelas de referencia
indiscutible para entender esta nueva concepción de la narrativa.
Hablamos de los ensayos de Uslar Prieti y las novelas de Asturias y
Carpentier.
9 Los estudios realizados durante las décadas 60 y 70 intentarán
delimitar la frontera entre realismo mágico y literatura fantástica.
9 A partir de los 80, El realismo maravilloso, de Chiampi y Literatura
fantástica y realismo maravilloso, de Walter Mignolo contribuyen a la
explicación del término .
Utilizaremos algunos de estos presupuestos, buscando puntos en común, para
acercarnos a El amor en los tiempos del cólera. En ese primer momento crítico es Uslar
Prieti quien introduce en su discurso teórico el concepto de realismo mágico, concepto
que desarrolla con más acierto teóricamente. Preferimos que sea él mismo, en uno de
sus ensayos quien lo desarrolle:
Desde el romanticismo, hasta el realismo del siglo XIX y el Modernismo, había
sido una literatura de mérito variable, seguidora ciega de modas y tendencias de
Europa. Se habían escrito novelas a la manera de Chateaubriand, o de Flaubert, o de
Pereda, o de Galdós, o de D´Annunzio. Lo criollo no pasaba de un nivel costumbrista y
paisajista. Ya Menéndez y Pelayo había dicho que el gran personaje y el tema
fundamental de la literatura hispanoamericana era la naturaleza. Paisaje y
costumbrismo, dentro de la imitación de modelos europeos, constituían los rasgos
dominantes de aquella literatura, que parecía no darse cuenta del prodigioso mundo
humano que la rodeaba y al que mostraba no haberse puesto a contemplar en su
peculiaridad extraña y profunda…
Por entonces, Miguel Ángel Asturias, que trabajaba en “El señor Presidente”,
publicó sus “Leyendas de Guatemala”. Produjo un efecto deslumbrante; en ellas
expresaba y resucitaba una realidad casi ignorada e increíble, resucitaba el lenguaje y
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los temas del “Popol Vuh”, en una lengua tan antigua y tan nueva que no tenía edad ni
parecido. Por el mismo tiempo, Carpentier escribió su novela negra “Ecue Yamba O”,
llena de magia africana y realidad sorprendente, al que yo terminé y publiqué mi
primera novela “Las Lanzas Coloradas”.
Se trataba evidentemente de una reacción. Reacción contra la literatura
descriptiva e imitativa que se hacía en América hispana, y también reacción contra la
sumisión tradicional a modas y escuelas europeas. Se estaba en la gran época creadora
y tumultuosa del surrealismo francés, leíamos, con curiosidad, los manifiestos de
Bretón y la poesía de Eluard; y de Desnos, e íbamos a ver “El perro andaluz” de
Buñuel, pero no para imitarlos o para hacer surrealismo.
Más tarde algunos críticos literarios han querido ver en esa nueva actitud un
mero reflejo de aquellos modelos. Alguna influencia hubo, ciertamente, y no podía
menos que haberla, pero es desconocer el surrealismo o desconocer esa nueva
corriente de la novelística criolla pensar que son la misma cosa bajo diferentes formas
y lenguaje. El surrealismo es un juego otoñal de una literatura aparentemente agotada.
No sólo se quería renovar el lenguaje, también los objetos. Se recurría a la
incongruencia, a la contradicción, a lo escandaloso, a la búsqueda de lo insólito, para
producir un efecto de asombro, de choque con la realidad…
Lo que se proponían aquellos escritores americanos era completamente distinto.
No querían hacer juegos insólitos con los objetos o palabras de la tribu, sino, por el
contrario, revelar, descubrir, expresar, en toda su plenitud inusitada esa realidad casi
desconocida y casi alucinatoria que era la de América Latina para penetrar en el
misterio creador del mestizaje cultural. Una realidad, una sociedad, una situación que
eran radicalmente distintas de las que reflejaban la narrativa europea.
De manera superficial, algunos críticos han evocado a este propósito, como
antecedentes válidos las novelas de caballería, “Las mil y una noches”, y toda la
literatura fantástica. Esto no puede ser fruto sino de desconocimiento. Lo que
caracterizó, a partir de aquella hora, la nueva narrativa latinoamericana no fue el uso
de una desbordada fantasía sobrepuesta a la realidad, como en los cuentos árabes, en
los que se imaginan los más increíbles hechos y surgen apariciones gratuitas
provocadas por algún poder sobrehumano o de hechicería. En los latinoamericanos se
trataba de un realismo peculiar, no se abandonaba la realidad, no se prescindía de
ella, sino que se pretendía reflejar y expresar un fenómeno existente pero
extraordinario dentro de los géneros…
En cierto sentido era como descubrir de nuevo la América, no la que habían
creído formar los españoles, ni aquella a la que creían no poder renunciar los
indigenistas, ni tampoco la fragmentaria África que trajeron los esclavos, sino aquella
con una condición distinta, propia, mal conocida, cubierta de prejuicios que era, sin
embargo, el más poderoso hecho de identidad reconocible.
Si uno lee con ojos europeos una novela de Asturias o Carpentier, puede creer
que se trata de una visión artificial o de una anomalía desconcertante y nada familiar.
No se trataba de un añadido de personajes y sucesos fantásticos, de los que hay muchos
y buenos ejemplos desde los inicios de la literatura, sino de la revelación de una
situación diferente, no habitual, que chocaba con los patrones aceptados del realismo.
Para los mismos hispanoamericanos era como un redescubrimiento de una situación
cultural. Esta línea va desde “Las leyendas de Guatemala” hasta “Cien años de
soledad”. Lo que García Márquez describe y que parece pura invención, no es otra
cosa que el retrato de una situación peculiar, vista con ojos de la gente que la viven y la
crean, casi sin alteraciones.
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La recuperación plena de esa realidad fue el hecho fundamental que le ha dado a
la literatura hispanoamericana su originalidad y el reconocimiento mundial... Por
mucho tiempo sin nombre para designar esa nueva manera creadora…
Muchos años después de las primeras obras que representaban esa novedad, el
año 1949, mientras escribía un comentario sobre el cuento, se me ocurrió decir en mi
libro “Letras y hombres de Venezuela”: “Lo que vino a predominar…y a marcar su
huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en
medio de los datos realidad. Una adivinación poética o una negación poética de la
realidad. Lo que a falta de otra palabra, podría llamarse un realismo mágico”. .. No
fue una designación de capricho, sino la misteriosa correspondencia entre un nombre
olvidado y un hecho nuevo.
Poco más tarde Alejo Carpentier usó el nombre de “lo real maravilloso” para
designar el mismo fenómeno literario. Es un buen nombre…
Lo que importa es que, a partir de esos años 30, y de una manera continua, la
mejor literatura de la América Latina, en la novela, en el cuento y en la poesía, no ha
hecho otra cosa que presentar y expresar el sentido mágico de una realidad única”.
Hemos querido reproducir extensamente las palabras de Uslar Prieti porque
ilustran perfectamente qué entendían por realismo mágico aquéllos que lo crearon. Dos
características fundamentales podemos extraer de lo que entendemos por realismo
mágico:
9 Lo que podemos denominar “americanidad”, aspecto en el que
coinciden la mayor parte de críticos: América como espacio para lo
“real maravilloso”. Mignolo afirma que el realismo mágico constituye
“cierto tipo de literatura cuya ideología corresponde a la búsqueda de la
americanidad”.
9 De las palabras de Prieti se desprende, además, la que es la esencia del
movimiento: la ausencia de conflicto entre realidad y fantasía. Se trata
de una visión sorprendente de la realidad, una realidad de la que forma
parte la fantasía, de forma absolutamente natural. Enrique Anderson
Inbert en El Realismo Mágico en la ficción hispanoamericana
introduce una nueva categoría, lo extraño, como opuesta a lo verídico
del realismo tradicional y a lo sobrenatural de la literatura fantástica.
2.1. Realismo mágico en El amor en los tiempos del cólera.
Afirma Leal que lo irreal aparece como parte de la realidad. Esta idea, esa
ausencia de subversión en el orden racional con sentido problemático, propia de la
literatura fantástica, es esencial para entender el realismo mágico. No va a existir
disyunción alguna entre fantasía y realidad, y así lo entienden los personajes que la
viven. Pues bien: tras esta aclaración, hay que empezar diciendo que desde el punto de
vista del realismo mágico, El amor en los tiempo del cólera no es una de las novelas
más representativas de Gabriel García Márquez.
Tras leer varias veces la novela creemos que sólo hay un episodio que fielmente
refleje esta ausencia de conflicto: en él lo racional deja de ser la única forma de
acercamiento a la realidad. Leámoslo: El único ser que se vio desde el buque, fue una
mujer vestida de blanco que hacía señales con un pañuelo. Fermina Daza no entendió
por qué no la recogían, si parecía tan afligida, pero el capitán le explicó que era la
aparición de una ahogada que hacía señas de engaño, para desviar los buques hacia
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los peligrosos remolinos de la otra orilla. Pasaron tan cerca de ella, que Fermina Daza
la vio con todos sus detalles, nítida bajo el sol, y no dudó de que en realidad no
existiera, pero su cara le resultó conocida.
No hay más. Irrumpe este episodio en la narración, y luego continúa sin más. Si
nos detenemos en la actitud de Fermina Daza, observamos cómo se sorprende de que no
recojan a esa mujer que hace señas. Pero, tras recibir la increíble explicación (increíble
sólo para nosotros lectores, aferrados a nuestra realidad), su sorpresa no va más allá, es
más, el narrador describe su reacción con un magnífico juego de palabras: no dudó que
en realidad no existiera. Este juicio forma parte de la realidad, en la que se desdibuja la
línea entre los vivos y los muertos, como en Juan Rulfo. Además el narrador acerca el
barco a ella, para que se vea con claridad, nítida bajo el sol, para que no nos quepa la
menor duda de su existencia. El apunte final, su cara le resultó conocida, contribuye a
dar contundencia al sentido de realidad de lo fantástico y a nosotros nos conduce a
plantearnos quién puede ser esa mujer o más exactamente ese fantasma.
Si bien éste es el único pasaje en el que se muestra esa inverosimilitud anulada del
Realismo Mágico, sí se muestran otros rasgos también propios, aunque menos
representativos, de esta concepción del mundo narrativo. De hecho, recorreremos el
camino inverso, una realidad presentada de forma inverosímil, acorde con la percepción
que tiene Gabriel García Márquez del mundo.
Los espacios narrativos al tiempo que metaforizan el territorio americano,
trascienden sus límites, actuando como espacios de síntesis universal, más allá de
particularizaciones geográficas o incluso temporales. Ese uso del espacio y el tiempo en
el realismo mágico, superando lo anecdótico de la novela, para convertirse en totalidad
del universo, se observa perfectamente en El amor en los tiempos del cólera.
Podemos casi trazar la ruta de los viajes de nuestros protagonistas, centrándonos
en el triángulo amoroso, incluso con un atlas; sin embargo, los espacios, las bellas
descripciones, propias del Caribe, adquirirán esa universalidad de la que nos habla
Chiampi, principalmente en el uso del tiempo. Es más, son lugares reconocibles (según
el propio García Márquez, la obra se desarrolla en Cartagena de Indias, Santa Marta y
Barranquilla, indistinta y arbitrariamente), pero no son lugares absolutamente concretos.
Otra de las características es la preocupación por el estilo que desencadena una
prosa poética; su nueva concepción de la realidad se ve sobrecargada por la presencia de
una prosa lírica, la realidad es contemplada casi de forma adánica. Chiampi se refirió a
esta característica como barroquismo descriptivo. “América fue barroca desde siempre”,
nos recuerda Alejo Carpentier. Se busca el efecto de encantamiento en el lector.
El fértil hallazgo de los escritores hispanoamericanos es haberse apoderado de la
imaginación popular para fines literarios, los mitos. Así lo barroco y lo mítico son
adjetivos comunes en aquellos estudios que se acercan al realismo mágico: existe una
riqueza descriptiva, una prosa poética, herencia del modernismo, por lo que también son
muchos críticos los que estudian esta novela desde el prisma de la posmodernidad.
Teniendo en cuenta todos estos aspectos teóricos, creemos que son del todo
aplicables a El amor en los tiempos del cólera, cuyas páginas quizá nos conducen por
un camino de ida y vuelta a ese realismo mágico. La inverosimilitud no queda
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presentada de forma totalmente natural exclusivamente, como ocurriría en el pasaje que
acabamos de comentar, sino como cotidianeidad presentada de forma inverosímil. Para
ello, el autor recurre principalmente a la hipérbole como recurso semántico. Casi
podríamos aplicar una teoría del esperpento, al modo de Valle Inclán: por un lado,
algunos personajes se convierten en caricaturas de sí mismo o de ciertos tipos humanos;
mientras que por otro, algunas situaciones derivan en lo ridículo, lo que acentúa en
ocasiones su sentido trágico.
2.1. Primera secuencia.
Si analizamos el primer capítulo desde estos parámetros teóricos que hemos
definido, debemos partir de que el hecho narrativo que lo desencadena es la muerte. La
trama empieza con la muerte de Jeremiah de Saint Amour, amigo del doctor Juvenal
Urbino, que será el encargado de certificarla. Ese primer momento aparece descrito con
esa prosa poética que es propia del realismo mágico y que envuelve el prosaísmo de un
suicidio en un halo de magia: “El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el
destino de los amores contrariados”. Ese olor a almendras amargas, que es en realidad el
olor a cianuro, impregna las primeras páginas, envuelve la muerte de Jeremiah, el
suicidio.
Si esta muerte ocupa las primeras páginas del capítulo, la muerte de Juvenal
Urbino ocupan el resto del mismo. La descripción esperpéntica e hiperbólica del estado
de la casa después de que los bomberos traten de capturar al loro, es casi un anuncio de
la ridícula muerte del doctor. Una muerte que casi es capaz de vaticinar: “Lo despertó la
tristeza. No la que había sentido en la mañana ante el cadáver del amigo, sino la niebla
invisible que le saturaba el alma después de la siesta, y que él interpretaba como una
notificación divina de que estaba viviendo sus últimos atardeceres”. Las alusiones
religiosas, las referencias bíblicas o las fechas determinadas por la religión también
parecen ser una constante en el realismo mágico de García Márquez. No olvidemos que
la obra comienza Domingo de Pentecostés.
El doctor muere cuando intenta atrapar a su loro, un animal bastante peculiar; el
loro habla francés como un académico, ladra e incluso parece que tuvo una vida anterior
que desconocen. La muerte del doctor Urbino nos fue anunciada por el narrador: “…sin
imaginar siquiera que aquella generalización apresurada había de costarle la vida”.
“No habían logrado alcanzarlo en tres horas. Las sirvientas ayudadas por otras
del vecindario, habían recurrido a toda suerte de engaños para hacerlo bajar, pero él
continuaba empecinado en su sitio, gritando muerto de risa viva el partido liberal, viva
el partido liberal carajo, un grito temerario que les había costado la vida a más de
cuatro borrachitos felices.” El episodio es bastante cómico e incluso ridículo, aún más
cuando el grito del loro le cuesta la vida a algunos borrachos. La situación es
absolutamente increíble, inverosímil, pero el narrador no hace ningún comentario, la
presenta sin más.
Hay en esta novela una forma clara de realismo mágico que se va a contemplar en
la descripción del tiempo, de los espacios e incluso de los hechos anecdóticos. Se trata
de la inverosimilitud no ya de lo mágico, que en este caso no es tal, sino de lo cotidiano.
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La descripción de la masacre de los animales en casa de los Urbino o la lluvia casi
bíblica durante la celebración del aniversario en casa de los Olivella son ejemplos de esa
dimensión del realismo mágico a la que estamos haciendo referencia: “Sin embargo, al
toque de las doce, cuando ya muchos de los invitados estaban tomando el aperitivo al
aire libre, el estampido de un trueno solitario hizo temblar la tierra, y un viento de
mala mar desbarató las mesas y se llevó los toldos por el aire, y el cielo se desplomó en
un aguacero de desastre”. La fuerza de los fenómenos meteorológicos, que no deja de
ser real, es descrita de forma que contribuye a crear un ambiente de irrealidad, recurso
que se repite varias veces en esta novela.
No podemos esperar encontrar en esta novela el realismo mágico de Cien años de
soledad: no existe un Macondo, los personajes no ascienden por los aires ni los vivos
conviven con los muertos, pero sí hay un mismo proceder, una concepción similar del
espacio y principalmente del tiempo, que se descubre en esas pinceladas que hacen
reconocible el estilo de nuestro autor: “En verano, un polvo invisible, áspero como de
tiza al rojo vivo, se metía hasta por los resquicios más protegidos de la imaginación,
alborotado por unos vientos que desentechaban casa y se llevaban a los niños por los
aires”.
Analizado el primer capítulo llegamos a varias conclusiones sobre el realismo
mágico en esta novela:
9 Nos presenta la realidad como algo irreal, increíble, sorprendente. Al
mismo tiempo lo inverosímil e increíble aparece como absolutamente
natural.
9 La prosa puede calificarse de lírica.
9 El espacio y el tiempo contribuyen a la sensación de irrealidad que
impregna estas páginas.
9 Las descripciones son prolijas, exuberantes.
2.2. Segunda secuencia.
En el que podríamos denominar capítulo 2 es la intensidad con la que se plantea el
amor (concepto al que junto a la muerte le dedicaremos un apartado concreto), la que
inspira los momentos mágicos que envuelven la realidad de manera absolutamente
natural: …esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo
después aún no había terminado…
La historia de Florentino y Fermina, que se narra de forma retrospectiva en esta
segunda secuencia narrativa, es la historia de un “enamoramiento encarnizado”. Se crea
una atmósfera en la que se desdibujan las fronteras entre realidad e idealización, juego
en el que se sostiene el realismo mágico. La hipérbole, la exageración llevada a su
máxima expresión es quizá el rasgo más distintivo de este capítulo. A pesar de que las
referencias son múltiples, hemos escogido sólo dos de ellas:
“Nunca supo en qué momento la diversión se le convirtió en ansiedad, y la sangre
se le volvía de espuma por la urgencia de verlo, y una noche se despertó despavorida
porque lo vio mirándola en la oscuridad de los pies de la cama….”
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El amor vivido intensamente borra en Fermina -cual “Segismunda”- los límites
entre sueño y realidad. De igual forma la intensidad de estos sentimientos hace que
Florentino enferme, confundiendo sus síntomas con los del cólera, “los síntomas del
amor son los mismos que los de cólera”. El episodio que más nos ha llamado la
atención por su fuerza expresiva es aquel en el nuestro protagonista arde en deseos de
“saborear” a su amada, hasta el punto absolutamente ilógico, irreal de comer gardenias
y “emborracharse” de colonia: “Fue esa la época en que cedió a las ansias de comerse
las gardenias que Tránsito Ariza cultivaba en los canteros del patio y de ese modo
conoció el sabor de Fermina Daza. Fue también la época en que se encontró por
casualidad en un baúl un frasco de litro del Agua de Colonia que vendían de
contrabando los marineros de la Hamburg American Line y no resistió la tentación de
probarla para buscar otros sabores de la mujer amada….”
Ese amor absolutamente irreal e idealizado conduce estas páginas salpicadas de
episodios narrativos que salvan por el estilo la inverosimilitud: pensemos en ese hotel
en el que se encierra a leer y pensar convertido en un falso edén, en un paraíso de la
desnudez; o en ese momento en el que a través del telégrafo Fermina le pedirá permiso
para acudir a un baile, o incluso en el episodio del supuesto galeón hundido.
Si es un amor que surge sin más y se mantiene de ilusiones, desaparecerá de forma
casual o absurda. Fermina pasa de la conmoción de amor al abismo del desencanto en
un solo instante. Sin embargo, el amor idealizado de Florentino permanecerá esperando
ese reencuentro que no se produce hasta cincuenta y un años y nueve meses y cuatro
días después.
2.3. Tercera secuencia.
La técnica de la retrospección se mantendrá en la tercera secuencia narrativa o
capítulo en el que se completa el triángulo amoroso. Se trata de la historia contada ahora
desde la perspectiva de Juvenal Urbino. Este tercer capítulo se centra en la descripción
de este personaje, en su “amor” hacia Fermina Daza y finalmente en su luna de miel.
Irrumpe en varias ocasiones la figura de Florentino, que vive su particular luna de hiel.
Nuevamente debemos renunciar a ese planteamiento fiel de realismo mágico, el cual,
sin embargo, está presente de alguna forma en cada una de las páginas por la magia
verbal, principal recurso. Cuando Juvenal recuerda cierta conversación con su padre
podemos leer:
-Si yo me muero ahora- le dijo- apenas si te acordarás de mí cuando tengas mi
edad.
Lo dijo sin ningún motivo visible, y el ángel de la muerte flotó por un instante en
la penumbra fresca de la oficina, y volvió a salir por la ventana dejando a su paso un
reguero de plumas, pero el niño no las vio.
¿Prosa poética o realismo mágico? Nos da igual; insistimos en que el estilo
narrativo es el que se encarga de captar nuestra atención con estas pinceladas narrativas,
por el hecho mismo de no insistir en su inclusión ni referirse a ellas de ninguna forma
especial. El narrador las introduce y no nos facilita ningún indicio más, porque forman
parte natural de su universo narrativo. Y lo hace con la naturalidad con que Mozart, por
ejemplo, introduce, de cuando en cuando, sus geniales frases musicales: como si tal
cosa.
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Sí que destacaremos un suceso que responde a los principios propios del realismo
mágico, a la americanidad del fenómeno, como resultado de la mezcla de culturas y
creencias. Uno de los supuestos regalos que recibe Fermina de Juvenal será una muñeca
negra. Ella finalmente la acepta y decide ponerla sobre su cama y dormir con ella,
cuando se da cuenta, con el paso de los días, que la ropa se le está quedando pequeña: la
muñeca está creciendo. El hecho es insólito y espeluznante; sin embargo, una vez más la
reacción de Fermina es “comprensiva”: parece que ésta es cómplice de la sensación del
narrador) que, si en otras ocasiones interviene en el discurso narrativo implicándose en
los hechos o corrigiendo a los personajes, vuelve en estos casos a un tono neutro y
distanciado:
A Fermina Daza le pareció tan divertida que se sobrepuso a sus escrúpulos y la
acostaba en su almohada durante el día. Al cabo de un tiempo, sin embargo, después de
un sueño agotador, descubrió que la muñeca estaba creciendo: la preciosa ropa
original que llegó con ella le dejaba los muslos al descubierto, y los zapatos se habían
reventado por la presión de los pies. Fermina Daza había oído hablar de los maleficios
africanos, pero ninguno tan pavoroso como ése.
Podemos destacar hechos en apariencia insignificantes que contribuyen a crear esa
dimensión irreal: la presencia de los cuervos y su olor que todo lo impregna, ese niño
que Rosalba lleva constantemente en una jaula, los cañonazos para evitar el cólera, la
importancia de los olores… Se trata de esa realidad de la que nos ha hablado el propio
autor, capaz de superar la ficción.
2.4. Cuarta secuencia.
Si en el segundo capítulo destacábamos la intensidad del amor idealizado de
Florentino, en el capítulo cuarto, que de nuevo se centra principalmente en él,
asistiremos casi a un “ars amandi” y llegaremos a conocer la intensidad de la vida
sexual de este personaje, una vez perdida la virginidad. Estamos hablando de “falsos
amores”, puesto que sigue obsesionado con su primer y único amor.
La sucesión de esas relaciones, la forma en que las distintas mujeres llegan a su
vida, las peculiaridades de sus escarceos rozan casi la inverosimilitud:
ƒ
ƒ
Las relaciones con Ausencia Santander tienen un testigo de excepción, una
cacatúa.
En el caso de Sara Noriega se trata de un gato, al que tienen que esquivar
mientras hacen el amor para que no los arañe, unido además al hecho de
que Florentino utiliza chupetes que su amante cuelga en el cabecero de la
cama.
La escena más esperpéntica será la de la muchacha que acaba de escapar del
manicomio, un personaje que insiste en decir la verdad. Florentino no la cree, es más,
cuando el personal del manicomio la atrapa, todos alrededor ríen la escena creyendo que
es una pantomima creada para la fiesta.
La trama narrativa oscila del tratamiento que nos lleva y nos trae de uno a otro
personaje. Así, nos cuenta también las dificultades primeras de ese matrimonio que
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acaba de volver de París. Destacaremos un pasaje narrativo que nos conduciría a los
comienzos de esta historia:
Una tarde invernal fue a cerrar el balcón, antes de que se desempedrara la
tormenta, y vio a Florentino Ariza en su escaño bajo los almendros del parquecito, con
el traje de su padre reducido para él y el libro abierto en el regazo, pero no lo vio como
entonces lo había visto por casualidad varias veces, sino a la edad con que se le quedó
en la memoria. Tuvo el temor de que aquella visión fuera un aviso de la muerte, y le
dolió.
Vuelven a desdibujarse las fronteras entre sueño y realidad, pasado y presente: ¿es
real la presencia de Florentino?, ¿por qué entonces ella sólo es capaz de verlo a través
de los ojos del recuerdo?
2.5. Quinta secuencia.
La penúltima secuencia narrativa realiza una retrospección que nos conducirá a los
momentos inmediatos en los que la narración queda suspendida en el primer capítulo.
Conoceremos la vida matrimonial de Fermina y Juvenal, sus rutinas y sus crisis. Y de
esa manera llegaremos a retomar “ars amandi” de Florentino.
La magia que encierra la realidad se crea a través de los sentidos. Asistimos al
primer vuelo en globo, desde el cual se describen paisajes realmente inverosímiles,
arrasados por las guerra y por la enfermedad, recuperando postales de aquel otro viaje a
San Juan de la Ciénaga. La visión desde el globo de Cartagena de Indias resulta
fantasmagórica, es un paraíso convertido en infierno, como ocurrió en Macondo:
Desde el cielo, como las veía Dios, vieron las ruinas de la muy antigua y heroica
ciudad de Cartagena de Indias, la más bella del mundo, abandonada de sus pobladores
por el pánico del cólera, después de haber resistido a toda clase de asedios de ingleses
y tropelías de bucaneros durante tres siglos. Vieron las murallas intactas, la maleza de
las calles, las fortificaciones devoradas por las trinitarias, los palacios de mármoles y
altares de oro con sus virreyes podridos de peste dentro de las armaduras…
Un infierno plagado de muertos “por el cólera”, aunque con un tiro de gracia en la
nuca. Nada parece cambiar, a pesar del paso del tiempo, nada ha cambiado desde el
primer viaje a San Juan de la Ciénaga a este otro, ni de éste al siguiente… Esa
concepción monótona del tiempo, un tiempo que pasa pero que no produce cambios, ni
siquiera en el espacio, es constante en la narrativa de García Márquez. Este rasgo le
confiere a sus obras esa dimensión de irrealidad. Pensemos en uno de los personajes
centenarios de esta novela, en León y en su reflexión sobre el paso del tiempo: Voy a
cumplir cien años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el
universo, pero todavía no he visto cambiar nada en este país.
Las esperpénticas situaciones planteadas, con más o menos relevancia en la trama
narrativa, vuelven a teñir esta historia de amor de irrealidad:
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El sentido del olfato como don sobrenatural que conduce a Fermina a
descubrir el adulterio de su marido.
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El amor declarado abiertamente de Leona Cassiani hacia su violador,
convertido en el hombre al que consagra su vida y espera.
El episodio increíble de la pérdida de las dentaduras del tío León.
La imagen rocambolesca de esos niños medio disfrazados que acudían al
colegio, compañeros de nuestro Florentino que ya vestía a las aulas con
levita y chistera…
Son esperpénticas situaciones que se funden con armonía absoluta en el desarrollo
de la historia.
2.6. Sexta secuencia.
La magia se presenta finalmente en el último capítulo, en el que continúan
aquellos hechos interrumpidos por la amplia retrospección que comprenden los
capítulos centrales, sin los cuales, no podríamos entender la intensidad de sentimientos
que van a vivir nuestros personajes, por fin reencontrados, por fin reconciliados. Estos
amores de senectud se iniciarán como aquéllos otros de juventud. A pesar de que
Florentino intentará evitar el tono nostálgico en sus cartas, la correspondencia epistolar
volverá a remover el corazón de Fermina, despertará ilusiones que creía dormidas y que
resultaban inconcebibles a su edad; son ilusiones disfrazadas de consuelo. Un año
completo de correspondencia sirve a Fermina para tomar conciencia de su estado de
viuda, a pesar de la supuesta presencia del marido:
…se convirtió en una presencia vigilante que la guiaba sin estorbarla. A veces
lo encontraba, no como una aparición, sino en carne y hueso, donde en verdad le hacía
falta. La alentaba la certidumbre de que él estaba allí, todavía vivo pero sin sus
caprichos de hombre…
Las cartas dejarán paso a las visitas de los martes, cuando una desafortunada o
afortunada caída les hará retomar su tradicional forma de comunicación. La soledad de
los martes le hará comprender a Fermina la necesidad mutua. Esta soledad forzada, los
ataques en prensa a propósito de los negocios turbios de su padre y el adulterio de su
marido, la empujan a ese viaje en barco por el río Magdalena.
Este viaje resultará absolutamente irreal. Todo es irreal: los personajes que lo
emprenden con Fermina y hasta los paisajes desolados que recorren constituyen una
naturaleza muerta tan distinta a la que Florentino conoció en aquel otro viaje que supuso
el inicio de su vida sexual. De nuevo encontramos la misma técnica narrativa en la que
venimos insistiendo, la creación de situaciones inverosímiles planteadas narrativamente
con absoluta naturalidad: pensemos en ese extraño personaje que tiene los bolsillos
llenos de pollitos, pollitos que invaden el puerto y que son incluso pisados por los
pasajeros; pensemos también en el río nuevamente invadido por cuerpos o ahogados
esporádicos; en los cocodrilos tumbados absolutamente inmóviles esperando su manjar,
una mariposa, un loro…Nada parece real, a pesar de que lo sea. Y lo que no es real,
aquella pasajera que los llama agitando un pañuelo, adquiere la dimensión de real.
Este viaje por el río Magdalena será el inicio a una nueva vida, un nueva
oportunidad más allá de la edad, más allá de los prejuicios (prejuicios por parte de
Fermina), que permitirán que se convierta en un viaje no sin destino, pero sí sin un
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tiempo marcado. Aquí está la magia de la historia. Un viaje eterno que “cierra” esta
novela, una metáfora de la eternidad de un amor que sobrevive y sobrevivirá al cólera.
PINCELADAS, CITAS DE LO INSÓLITO INSERTADO EN LO COTIDIANO.
PÁGINA 36.
Era un loro desplumado y maniático, que no hablaba cuando se lo pedían sino en las
ocasiones menos pensadas, pero entonces lo hacía con una claridad y un uso de razón que no
eran muy comunes en los seres humanos. Había sido amaestrado por el doctor Urbino en
persona, y eso le había valido privilegios que nadie tuvo nunca en la familia, ni siquiera los hijos
cuando eran niños. Estaba en la casa desde hacía más de veinte años, y nadie supo cuántos
había vivido antes. Todas las tardes después de la siesta, el doctor Urbino se sentaba con él
en la terraza del patio, que era el lugar más fresco de la casa, y había apelado a los recursos
más arduos de su pasión pedagógica, hasta que el loro aprendió a hablar el francés como
un académico. Después, por puro vicio de la virtud, le enseñó el acompañamiento de la misa
en latín y algunos trozos escogidos del Evangelio según San Mateo, y trató sin fortuna de
inculcarle una noción mecánica de las cuatro operaciones aritméticas. En uno de sus últimos
viajes a Europa trajo el primer fonógrafo de bocina con muchos discos de moda y de sus
compositores clásicos favoritos. Día tras día, una vez y otra vez durante varios meses, le hacía
oír al loro las canciones de Yvette Gilbert y Aristide Bruan, que habían hecho las delicias de
Francia en el siglo pasado, hasta que las aprendió de memoria. Las cantaba con voz de mujer,
si eran las de ella, y con voz de tenor, si eran de él, y terminaba con unas carcajadas libertinas
que eran el espejo magistral de las que soltaban las sirvientas cuando lo oían cantar en francés.
PÁGINA 57.
-Sinvergüenza -le gritó.
El loro replicó con una voz idéntica:
-Más sinvergüenza serás tú, doctor.
PÁGINA 89.
La carta tenía más de sesenta pliegos escritos por ambos lados cuando Florentino Ariza no pudo
resistir más la opresión de su secreto, y se abrió sin reservas a su madre, la única persona con
quien se permitía algunas confidencias. Tránsito Ariza se conmovió hasta las lágrimas por el
candor del hijo en asuntos de amores, y trató de orientarlo con sus luces. Empezó por
convencerlo de que no entregara el mamotreto lírico, con el que sólo lograría asustar a la niña
de sus sueños, a quien suponía tan verde como él en los negocios del corazón.
PÁGINA 99.
Florentino Ariza, con ser tan callado y escurridizo, se ganó también el aprecio del dueño, y en
la época más ardua de sus quebrantos solía encerrarse a leer versos y folletines de lágrimas en
los cuartitos sofocantes, y sus ensueños dejaban nidos de oscuras golondrinas en los
balcones y rumores de besos y batir de alas en los marasmos de la siesta 1.
PÁGINA 100.
Fue esa la época en que cedió a las ansias de comerse las gardenias que Tránsito Ariza
1
Intertextualidad becqueriana.
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cultivaba en los canteros del patio, y de ese modo conoció el sabor de Fermina Daza. Fue
también la época en que encontró por casualidad en un baúl de su madre un frasco de un litro
del Agua de Colonia que vendían de contrabando los marineros de la Hamburg American Line
y no resistió la tentación de probarla para buscar otros sabores de la mujer amada. Siguió
bebiendo del frasco hasta el amanecer, emborrachándose de Fermina Daza con tragos
abrasivos
PÁGINA 107Ansioso de contagiarla de su propia locura, le mandaba versos de miniaturista grabados con la
punta de un alfiler en los pétalos de las camelias. Fue él y no ella quien tuvo la audacia de poner
un mechón de su cabello dentro de una carta, pero no recibió nunca la respuesta anhelada, que
era una hebra completa de la trenza de Fermina Daza. Consiguió al menos que diera un paso
más, pues desde entonces ella empezó a mandarle nervaduras de hojas disecadas en
diccionarios, alas de mariposas, plumas de pájaros mágicos, y le regaló de cumpleaños un
centímetro cuadrado del hábito de San Pedro Claver, de los que se vendían a escondidas por
aquellos días a un precio inalcanzable para una colegiala de su edad.
PÁGINA 139.
Antes de dos meses, una tarde de lluvia en el mar, Euclides permaneció mucho tiempo en el fondo, y
el cayuco había derivado tanto que tuvo que nadar casi media hora para alcanzarlo, pues Florentino
Ariza no consiguió acercarlo con los remos. Cuando por fin logró abordarlo, se sacó de la boca y
mostró como un triunfo de la perseverancia dos aderezos de mujer. Lo que entonces contó era tan
fascinante, que Florentino Ariza se prometió aprender a nadar, y a sumergirse hasta donde fuera
posible, sólo por comprobarlo con sus ojos. Contó que en aquel sitio, a sólo dieciocho metros de
profundidad, había tantos veleros antiguos acostados entre los corales, que era imposible calcular
siquiera la cantidad, y estaban diseminados en un espacio tan extenso que se perdían de vista.
Contó que lo más sorprendente era que de las tantas carcachas de barcos que se encontraban a flote
en la bahía, ninguna estaba en tan buen estado como las naves sumergidas. Contó que había varias
carabelas todavía con las velas intactas, y que las naves hundidas eran visibles en el fondo, pues
parecía como si se hubieran hundido con su espacio y su tiempo, de modo que allí seguían alumbradas
por el mismo sol de las once de la mañana del sábado 9 de junio en que se fueron a pique. Contó,
ahogándose por el propio ímpetu de su imaginación, que el más fácil de distinguir era el galeón
San José, cuyo nombre era visible en la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era la
nave más dañada por la artillería de los ingleses. Contó haber visto adentro un pulpo de más de tres
siglos de viejo, cuyos tentáculos salían por los portillos de los cañones, pero había crecido tanto en el
comedor que para liberarlo habría que desguazar la nave. Contó que había visto el cuerpo del
comandante con su uniforme de guerra flotando de costado dentro del acuario del castillo, y que si
no había descendido a las bodegas del tesoro fue porque el aire de los pulmones no le había
alcanzado. Ahí estaban las pruebas: un arete con una esmeralda, y una medalla de la Virgen con su
cadena carcomida por el salitre.
PÁGINA 152.
Pero ella fue indiferente al estruendo, cautivada de inmediato por un papelero que estaba haciendo
demostraciones de tintas mágicas de escribir, tintas rojas con el clima de la sangre, tintas con visos
tristes para recados fúnebres, tintas fosforescentes para leer en la oscuridad, tintas invisibles que se
revelaban con el resplandor de la lumbre.
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Había pasado las lentas horas de su infancia contemplándolos con un asombro casi místico,
convencido como tanta gente de entonces que los gusarapos eran los animes, unas criaturas
sobrenaturales que cortejaban a las doncellas desde los sedimentos de las aguas pasmadas, y eran
capaces de furiosas venganzas de amor.
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El ángel de la muerte flotó un instante en la penumbra fresca de la oficina, y volvió a salir por la
ventana dejando a su paso un reguero de plumas, pero el niño no las vio.
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La casa, a la sombra de los almendros del parque de Los Evangelios, parecía desde fuera tan
destruida corno las otras del recinto colonial, pero adentro había un orden de belleza y una luz
atónita que parecía de otra edad del mundo. El zaguán daba directo sobre un patio sevillano,
cuadrado y blanco de cal reciente, con naranjos florecidos y el piso empedrado con los mismos
azulejos de las paredes. Había un rumor invisible de agua continua, macetas de claveles en las
cornisas y jaulas de pájaros raros en las arcadas. Los más raros, en una jaula muy grande, eran
tres cuervos que al acudir las alas saturaban el patio de un perfume equívoco. Varios perros
encadenados en algún lugar de la casa empezaron a ladrar de pronto, enloquecidos por el olor del
extraño, pero un grito de mujer los hizo callar en seco, y numerosos gatos saltaron de todas
partes y se escondieron entre las flores, asustados por la autoridad de la voz. Entonces se hizo un
silencio tan diáfano, que a través del desorden de los pájaros y las sílabas del agua en la piedra se
percibía el aliento desolado del mar.
PÁGINA 183.
Esta convicción se hizo aún más amarga después del pavor de la muñeca negra que le llegó por
aquellos días sin ninguna carta, pero cuyo origen le pareció fácil de imaginar: sólo el doctor Juvenal
Urbino podía haberla mandado. Había sido comprada en la Martinica, de acuerdo con la etiqueta
original, y llevaba un vestido primoroso y los cabellos rizados con filamentos de oro, y cerraba los
ojos al ser acostada. A Fermina Daza le pareció tan divertida que se sobrepuso a sus escrúpulos, y la
acostaba en su almohada durante el día. Se acostumbró a dormir con ella. Al cabo de un
tiempo, sin embargo, después de un sueño agotador, descubrió que la muñeca estaba creciendo: la
preciosa ropa original que llegó con ella le dejaba los muslos al descubierto, y los zapatos se habían
reventado por la presión de los pies.
PÁGINA 201.
Se puso a la media noche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse
de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían, y que fue durante tres años el
emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en
lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los
perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el
hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural,
PÁGINA 219.
La incitó a dejarse ver mientras hacían el amor, a cambiar la posición convencional del misionero
por la de la bicicleta de mar, o del pollo a la parrilla, o del ángel descuartizado, y estuvieron a punto
de romperse la vida al reventarse los hicos cuando trataban de inventar algo distinto en una hamaca.
PÁGINA 243.
En la otra fotografía estaba su padre con un grupo de guerreros, en quién sabe cuál de tantas guerras,
tenía la escopeta más larga y unos bigotes cuyo olor a pólvora trascendía de la imagen.
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En la confusión de los aplausos finales, miró a Florentino Ariza con una aflicción sincera. -Créame
que lo siento en el alma -le dijo.
Florentino Ariza se impresionó, no por las condolencias que en realidad merecía, sino por el
asombro de que alguien conociera su secreto. Ella se lo aclaró: "Me di cuenta
por la manera como le temblaba la flor de la solapa mientras abrían los sobres". Le mostró
la magnolia de peluche que tenía en la mano, y le abrió el corazón:
-Yo por eso me quité la mía -dijo.
PÁGINA 307.
Un mundo de palomas en una jaula de mimbre como la que usaban las madres en los buques
fluviales para llevar a los niños recién nacidos. Olimpia Zuleta parecía ser de la familia de las
avispas, no sólo por las ancas alzadas y el busto exiguo, sino por toda ella: el cabello de alambre de
cobre, las pecas de sol, los ojos redondos y vivos más separados de lo normal, y una voz afinada
que sólo usaba para decir cosas inteligentes y divertidas.
PÁGINA 310.
De pronto, a instancias de una inspiración insólita, Florentino Ariza destapó un tarro de pintura roja
que estaba al alcance de la litera, se mojó el índice, y pintó en el pubis de la bella palomera una flecha
de sangre dirigida hacia el sur' y le escribió un letrero en el vientre: Esta cuca es mía. Esa misma
noche, Olimpia Zuleta se desnudó delante del marido sin acordarse del letrero, y él no dijo una
palabra, ni siquiera le cambió el aliento, nada, sino que fue al baño por la navaja barbera mientras
ella se ponía la camisa de dormir, y la degolló de un tajo.
PÁGINA 312.
Ambos rosales proliferaban con tanto alborozo, que Florentino Ariza tenía que llevar las cizallas y
otros hierros de jardín para mantenerlos en orden. Pero fue superior a sus fuerzas: a la vuelta de
unos años los dos rosales se habían extendido como maleza por entre las tumbas, y el buen
cementerio de la peste se llamó desde entonces el Cementerio de las Rosas.
PÁGINA 326.
Fermina Daza estaba segura de haber pasado por ahí con su madre, muy niña, en una carreta tirada
por una yunta de bueyes. Ya siendo mayor se lo había contado varias veces a su padre, y él murió
empecinado en que no era posible que ella lo recordara,
-Recuerdo muy bien ese viaje, y fue exacto -le dijo él-, pero sucedió por lo menos cinco años antes
que tú nacieras.
PÁGINA 380.
Había tenido cuatro hijos y una hija, y a todos los quiso preparar para herederos de su imperio, pero
la vida le deparó una de esas casualidades que eran de uso corriente en las novelas de su tiempo,
pero que nadie creía en la vida real: los cuatro hijos habían muerto, uno detrás del otro, a medida que
escalaban posiciones de mando, y la hija carecía por completo de Vocación fluvial, y prefirió morir
contemplando los barcos del Hudson desde una ventana a cincuenta metros de altura.
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Voy a cumplir cien años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el universo, pero todavía no he
visto cambiar nada en este país -decía---.
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El realismo mágico en El amor en los tiempos del cólera
PÁGINA 422.
Lo fue llevando de la mano hasta la cama, como a un pobre ciego de la calle, y lo descuartizó presa por presa
con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un
limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa.
PÁGINA 427.
Le había bastado aquel primer año para asumir la viudez. El recuerdo purificado
del marido dejó de ser un tropiezo en sus actos cotidianos, en sus pensamientos íntimos, en sus intenciones más
simples, y se convirtió en una presencia vigilante que la guiaba sin estorbarla. A veces lo encontraba, no como
una aparición, sino en carne y hueso, donde en verdad le hacía falta. La alentaba la certidumbre de que él estaba allí,
todavía vivo pero sin sus caprichos de hombre, sin sus exigencias patriarcales, sin la necesidad agotadora de que ella
lo amara con el mismo ritual de besos inoportunos y palabras tiernas con que él la amaba. Pues entonces lo entendía
mejor que cuando estaba vivo, entendió la ansiedad de su amor, la urgencia de encontrar en ella la seguridad que
parecía ser el soporte de su vida pública, y que en realidad no tuvo nunca.
PÁGINA 457.
La sacaba de quicio que él no pudiera oír dentro del cajón los improperios que quería gritarle: se peleó con el
muerto.
PÁGINA 473.
El único ser que se vio desde el buque, fue una mujer vestida de blanco que hacía señas con un pañuelo. Fermina
Daza no entendió por qué no la recogían, si parecía tan afligida, pero el capitán le explicó que era la aparición de
una ahogada que hacía señas de engaño para desviar los buques hacia los peligrosos remolinos de la otra orilla.
Pasaron tan cerca de ella que Fermina Daza la vio con todos sus detalles, nítida bajo el sol, y no dudó de que en
realidad no existiera, pero su cara le pareció conocida.
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Sacaba pollitos de los bolsillos de su abrigo de pordiosero. Había aparecido de repente, abriéndose paso por entre la
muchedumbre con un sobretodo en piltrafas que había sido de alguien mucho más alto y corpulento. Se quitó el
sombrero, lo puso bocarriba en el muelle por si quisieran echarle una moneda, y empezó a sacarse de los bolsillos
puñados de pollitos tiernos y descoloridos que parecían proliferar entre sus dedos. En un momento el muelle
parecía tapizado de pollitos inquietos piando por todas partes, entre los viajeros apresurados que los pisoteaban sin
sentirlos. Fascinada por el espectáculo de maravilla que parecía ejecutado en su honor, pues sólo ella lo contemplaba,
Fermina Daza no se dio cuenta en qué momento empezaron a subir en el buque los pasajeros del viaje de regreso.
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