progresistas, demócratas y republicanos. biografías heterodoxas del

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PROGRESISTAS, DEMÓCRATAS
Y REPUBLICANOS.
BIOGRAFÍAS HETERODOXAS
DEL SIGLO XIX ESPAÑOL
Seminario dirigido por Manuel Pérez Ledesma e Isabel Burdiel en la UIMP
(Valencia)
Jueves 30 de septiembre de 2004.
Mesa redonda: Progresistas, demócratas y republicanos en Valencia
Gaspar Dotres, negociante,
demócrata y burgués
(Resumen
de la intervención)
Anaclet Pons y Justo Serna
Como otros que llegaron con la esperanza de enriquecerse, Gaspar
Dotres Gelabert fue un catalán de Blanes, un catalán de la diáspora, una
inmigración de la prosperidad que se irradió por toda España. Nacido en
1798, se afincó en Valencia en el primer tercio del Ochocientos cuando
aún era un joven soltero mayor de edad, de pronto avispado, según
indican los cronistas. Se dedicó durante mucho tiempo al negocio textil,
aprendiendo en los mejores centros de Europa (Lyón) y asociándose a
una de las principales firmas catalanas dedicadas al comercio y la
industria sederas: la Clavé, Fabra y Cía., formada por Miguel Clavé y Gil
Fabra, miembros de dos de las grandes familias de la burguesía comercial
barcelonesa. Esta sociedad, que después pasaría a llamarse Dotres, Clavé
y Fabra, poseía una fábrica de hilados de seda y el cometido de Gaspar
consistió en viajar a Valencia y en erigir un establecimiento de esta
índole. Como años después indicaría, en 1850, la empresa se había
convertido en una de las más importantes de la ciudad: la instalación
funcionaba diez meses al año ocupando a ciento cincuenta mujeres y
niñas.
Sin embargo, sus intereses no se redujeron a la sedería. Así, por
ejemplo, en 1859, se asoció con sus sobrinos políticos (Francisco Moltó,
Miguel Nolla y Luis Sagrera) en la Industrial Valenciana, una firma
dedicada a la fabricación de alfarería, adornos y mosaicos. Era ésta una
empresa dotada de un porvenir halagüeño, dado el confort residencial
que por entonces introducían las familias distinguidas en sus viviendas
burguesas. Fue, pues, un fabricante y un comerciante, una figura más de
la cohorte de industriales amantes del progreso y de las mejoras
materiales que por entonces se hicieron ver. Eso mismo, la mejora
material, le interesó desde fecha temprana. La industria, el comercio y la
propiedad no podrían desarrollarse si no contaban con infraestructuras y
con créditos que facilitaran su mejora y avance técnico: esto explica que
fuera miembro fundador de la Sociedad de Crédito Valenciano y que con
ésta contribuyera a habilitar el puerto de la capital, siempre falto e
insuficiente, siempre demorado y necesitado de una magna empresa que
acometiera las obras. Así sucedería desde 1859.
El arraigo de Gaspar Dotres en Valencia fue, pues, temprano,
completo, aunque no estuvo exento de polémicas y de serios
contratiempos.
corporaciones
Fue
miembro
ciudadanas
(la
de
y
participó
Sociedad
en
Económica,
las
la
principales
Junta
de
Agricultura, Industria y Comercio), esas sociedades en las que se
congregaban los que contaban, quienes, en fin, formaban parte de las
redes formales e informales que por entonces se constituían. Aquel que
en su juventud más levantisca había sido comandante de la Milicia
Nacional y regidor del último Ayuntamiento del Trienio Liberal, fervor
revolucionario que le perduraría, siguió participando activamente en
política: en listas progresistas e incluso demócratas, llegando a
enfrentarse al moderantismo local y a las prácticas monopolísticas del
financiero José Campo, siempre dispuesto a hacerse con las mejores
contratas aprovechando sus empleos institucionales y la información
privilegiada con que contaba. La proyección pública de Dotres fue
controvertida, pero no menos agitada fue su vida privada, siempre
necesitado del arraigo que un hijo podía darle y víctima de las envidias y
del acoso a que sus enemigos le sometían. En 1851, un extraño robo
cometido en su casa con nocturnidad y escalamiento por una cuadrilla de
maleantes reveló no sólo que su riqueza era un secreto a voces, dado que
le sustrajeron doscientos cuarenta mil reales en metálico y cuatro
pistolas, sino que la fechoría de aquellos rateros estaba, al parecer,
promovida por gente principal. Se habló de algún notario implicado, de
vecinos de su misma calle, la elegante vía de Gobernador Viejo, de
vecinos en fin que se habrían aprovechado para infligirle esa sevicia
inmerecida. Tomó parte la justicia y el expediente llegó hasta el Tribunal
Supremo.
El 20 de enero de 1872, cuando contaba setenta y cuatro años, a
una edad muy avanzada para las expectativas de vida que entonces
podían esperarse, la muerte le sorprendía en Madrid a Dotres. Todo ello
sucedía después de haberse retirado de sus negocios industriales y
mercantiles, después de haberse retraído de la política y después de
haber acumulado bienes raíces, importantes propiedades rústicas y
urbanas en Valencia y en otras localidades próximas. El inventario y
división patrimonial de Gaspar Dotres dan cuenta de los cuantiosos
gastos a que obligó el duelo de sus herederos. La Correspondencia de
España, el periódico de la Villa y Corte de mayor tirada, se hizo eco de la
luctuosa noticia: entre sus páginas pudo leerse la esquela que el diario
reprodujo, un aviso abonado por sus deudos, la viuda y su hijo. Las
varias misas oficiadas en sufragio de su alma testimoniaron el dolor de
sus allegados; el luto riguroso que vistieron familiares y criados, también.
El cadáver, una vez se verificó por un facultativo la causa natural de la
defunción, fue embalsamado, depositado en la parroquia madrileña de
San José durante las veinticuatro horas que duró el velatorio y finalmente
trasladado a Valencia en un carro fúnebre de primera clase. A más de
veinticinco mil reales ascendieron las cargas funerarias, elevada cantidad
que sobrepasaba las quinientas pesetas prescritas y previstas por Dotres
para el caso de su fallecimiento.
La muerte y el modo de afrontarla testimonian siempre la forma de
vida de quien fallece y, por tanto, las disposiciones sobre el luto, el
suceso, la circunstancia y el lugar en que acaece pregonan exactamente
la
índole
del
testador.
En
la
desaparición
de
Gaspar
Dotres,
aparentemente vulgar, una más de tantas y tantas, un episodio
infinitesimal, hay indicios suficientes de su personalidad, datos de su
agitada vida y pruebas abundantes de quién había sido y de quién había
llegado a ser con tenacidad, superando obstáculos y dificultades. La
viuda era cuarenta y cinco años más joven que el fallecido, circunstancia
significativa pero no excepcional en aquel tiempo, en que muchos
individuos adinerados, hacendados, industriales o comerciantes, trataban
de asegurarse la descendencia, la prolongación de un linaje y la sucesión
de un patrimonio. Gaspar Dotres se había casado en segundas nupcias
en Valencia en 1864 a la edad de 66 años con una dama, de nombre Emilia
Garibaldi, que al parecer no contaba con patrimonio apreciable. En efecto,
mientras el esposo había hecho donación de arras por valor de 400 mil
reales, la prometida no había aportado dote alguna a la sociedad
conyugal. A la muerte de aquél, en 1872, la viuda no sólo debía hacer el
duelo, sino también ordenar la protocolización de los bienes y, sobre
todo, mantener al hijo único de aquel matrimonio, un jovencísimo menor
de edad. Ese niño fue importante, como en general suele serlo para los
padres, pero, además, parece que fue la única razón material que justificó
los postreros años de Dotres.
En su testamento otorgado en abril de 1871, el único finalmente
válido de los siete instrumentos de últimas voluntades que había
protocolizado a lo largo de su vida, incluía una cláusula decisiva sobre el
patrimonio adquirido durante la sociedad matrimonial. Según se
establecía, los bienes comprados en vida de ambos cónyuges no podían
ser considerados como gananciales. Este hecho dista de ser habitual,
pero tenía en principio un respaldo legal: ya desde las Partidas se
reconocía que “las cosas compradas con dinero de uno solo, pues
sustituyen y reemplaza la cantidad que en ellas se invirtió” no tienen el
carácter de gananciales. En el caso particular de Dotres, eso significaba
que la abundante propiedad adquirida durante su matrimonio era
resultado de la conversión de sus antiguos activos comerciales e
industriales y no de un incremento patrimonial. El único beneficiario,
pues, habría de ser Gaspar Dotres Garibaldi y no la viuda, que únicamente
quedaría como usufructuaria hasta que el sucesor alcanzara la mayoría
de edad. Una vez verificado ese momento, Emilia recibiría una pensión
anual equivalente a los gastos funerarios que él mismo había prescrito
para su fallecimiento (quinientas pesetas), y una casa de recreo situada
en Godella, una casa-palacio comprada al barón de Santa Bárbara y
valorada en 400 mil reales, justamente la restitución de las arras. Esos
datos testamentarios, que complementan las noticias que dábamos sobre
su muerte, describen de manera minuciosa y precisa al otorgante, los
postreros años del otorgante.
En primer lugar había escriturado
una y otra vez sus últimas
voluntades, alterando sucesivamente sus disposiciones de acuerdo con
los cambios familiares: de hecho, esa boda tardía no había sido la única
ni ese hijo su primogénito. En efecto, Gaspar Dotres había estado casado
con anterioridad, en este caso con Antonia Guix Puig y había tenido una
hija, Virginia. Ambas habían fallecido dejando al desconsolado padre y
viudo solo y sin expectativa de continuidad familiar. Fue tanto el dolor de
aquella pérdida que el cementerio de Valencia se engalanó con un lujoso
panteón de mármol de Carrara que habría de servir para conmemorar el
recuerdo de la hija. Fue allí justamente en donde sería enterrado Dotres.
Pero hay más. Según se indicó en la división post mortem, todo,
absolutamente todo el patrimonio de aquella primera sociedad conyugal
había sido ganancial, es decir, que Dotres había acudido al primer
matrimonio sin bienes de fortuna heredados. Esto es, aquel que al final
de sus días se presentaba como un adinerado, como un rico propietario al
que podían pagar funerales de primera sus deudos, lo había logrado todo
en una generación. En segundo lugar, no había logrado darse otro
sucesor hasta los últimos años de su vida, cuando ya sobrepasaba el
umbral de la vejez, para lo cual había reinvertido sus activos comerciales
e industriales en la adquisición de bienes raíces, cosa que aconteció
sobre todo a partir de 1865. En ese año liquidaba su participación en la
Dotres, Clavé y Fabra y se desvinculaba de la Industrial Valenciana. Si
desconociéramos su vida privada no podríamos entender la trayectoria o
esas decisiones y le atribuiríamos sin más un comportamiento rentista.
Un hijo era para él un preciado don que sólo obtuvo al final y para éste
cambió su patrimonio asegurándole refugio y una provisión de futuro.
Pocos vestigios quedan hoy en día de aquel Dotres activo y
próspero que tanto participó en la Valencia política y mercantil del siglo
XIX. Son las huellas de un pasado ya desaparecido, un pasado del que
sólo se conservan dos indicios, ambos situados en Godella y que remiten
a la casa-palacio que aquél comprara al barón de Santa Bárbara. Era
aquella una edificación histórica, rodeada de jardines y una amplia
dehesa cuya adquisición le supuso un desembolso de ochenta mil reales.
Con ello, Dotres no sólo había consumado una operación económica,
sino que, además, se apropiaba de su valor simbólico. El barón se
desprendía, en efecto, de una antigua finca heredada por vía de vínculo a
favor de un comprador ávido de propiedades, de prestigio y de poder. El
intercambio resultante fue dispar: mientras el barón obtenía una suma
líquida superior a la valoración previa de dicha finca (poco más de
sesenta y dos mil reales), Dotres adquiría un palacio sobre el que levantar
su auténtica casa de recreo: esto es, una segunda residencia que
reedificar y en la que enterrar casi ochocientos mil reales, como así fue.
De ese modo, no sólo poseyó la mejor casa veraniega de todos los
alrededores de la capital, sino que reforzaría Godella y su entorno como
espacio privilegiado del asueto estival entre las buenas familias de la
ciudad. Esa extensa heredad sería conocida hasta hace poco como “el pla
de Dotres” y allí se ubicaría, por ejemplo, la Casa Tutelar de San Vicente
Ferrer, regida por los padres terciarios capuchinos. Por otra parte, todavía
hoy subsiste la denominada Torreta de Boïl, último vestigio material de
aquella casa-palacio que Gaspar Dotres Garibaldi vendió el primero de
abril de 1898 a las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, que la
destinaron a colegio de niñas. En fin, como reza el tópico, sic transit
gloria mundi...
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