La Morada Divina Con El Hombre

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La Morada Divina con el Hombre
La Morada Divina Con El Hombre
El Nuevo Testamento es claro al señalar que Dios mora en algunos hombres. Por
ejemplo, lea lo siguiente:
«Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que
nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que
el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que
confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en
Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para
con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece
en Dios, y Dios en él» (1 Juan 4:12-16).
Otro mensaje obvio de estos pocos versículos es que nosotros moramos en Dios.
Tres veces en el mismo pasaje que dice que Dios mora en nosotros, Juan dice que
nosotros moramos en Dios. La pregunta en que estamos, por supuesto, va a estar
interesada primero en esto: «¿La morada es equivalente a la posesión personal y
directa de la otra persona?» Un punto para recordar es que la misma cosa que es
dicha de nuestra morada en Dios es dicha de la morada de Dios en nosotros. Creo
que Juan explica lo que quiere decir por esta terminología:
«Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si
lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también
vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que
él nos hizo, la vida eterna. Os he escrito esto sobre los que os engañan.
Pero la unción que vosotros recibísteis de él permanece en vosotros, y
no tenéis necesidad de que nadie os enseñé; así como la unción misma
os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella
os ha enseñado, permaneced en él» (1 Juan 2:24-27).
Nótese la conexión entre el lenguaje de los dos pasajes. Dios permanece en nosotros y nosotros en El (1 Juan 4). Eso que es oído, permanece en nosotros y nosotros
permanecemos en el Padre y en el Hijo (1 Juan 2). Juan habla de nuestro ser ungidos
o enseñados y de la relación de eso para que nosotros permanezcamos en El.
El Nuevo Testamento también es claro en informarnos que Cristo mora en algunos
hombres:
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano
que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la
palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como
el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en
la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en
mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os sera
hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y
seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os
he amado; permaneced en mi amor. Si guardaréis mis mandamientos,
permanecerés en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos
de mi Padre, y permanezco en su amor» (Juan 15:1-10).
Sorprendentemente, este pasaje que dice que Cristo mora en nosotros, también
dice repetidamente que NOSOTROS moramos en Cristo. Nuevamente se presenta
la pregunta: «¿Es la morada, personal, una posesión directa?» Obviamente, para
mí al menos, Jesús está hablando de la relación o comunión íntima entre el ser divino
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y el obediente, los amados Cristianos. Esa relación está basada en la comunicación
entre ellos. Los seres divinos aman a los hombres y han comunicado el deseo celestial
por la comunión con los hombres y las responsabilidades que además la acompañan.
Los Cristianos en el otro lado han escuchado, respondido, y sido influenciados por
los seres divinos para compartir el carácter espiritual y la vida. ¡La relación es tan
fuerte y estrecha que es dicho que cada uno mora en el otro!
El aspecto más controversial del tópico de la morada es el que envuelve al Espíritu
Santo. El también mora en nosotros, pero nótese que nosotros también moramos
en El:
«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es
que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo
en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa
de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora
en vosotros» (Rom. 8:11; Comp. 1 Cor. 3:16-17; 6:19-20).
Pablo explica que él no está discutiendo la posesión personal sino que tiene en mente
una relación espiritual entre los personajes de la Deidad y aquellos que serán salvos:
«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús...en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la
carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu...Así que,
hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme
a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis, mas si por
el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios»
(Rom. 8:1,4-5,12-14).
Teniendo el Espíritu Santo en nosotros, y estando nosotros en el Espíritu Santo,
es tener una relación tan íntima que somos guiados por El e influenciados por lo que
dice. Tener el Espíritu Santo en nosotros no es algo místico, misterioso, o espiritualista en el sentido de que no podamos relatar la terminología o entenderla. Esto no
es una posesión del cuerpo o residencia personal en un sentido literal.
Las personas «permaneciendo en» o «morando en» otras personas, no es una
expresión común. Hablamos de: (a) Los padres viviendo en sus hijos, o de ser
nosotros capaces de ver a un padre en su hijo; (b) los amantes teniéndose el uno al
otro en sus corazones; (c) los profesores permaneciendo en sus estudiantes; y, (d)
los líderes de la nación poseyendo los corazones de su pueblo. ¿Tales expresión
demandan una posesión personal?
Pero ahora, el punto real de este artículo. ¿Prácticamente qué es lo que tienen
los Seres divinos en nosotros? Muy buenos artículos han argumentado el «cómo»
de la morada o permanencia. ¡Quiero discutir lo que es el punto práctico de esto en
la vida del Cristiano!
I. Cuando otros moran en usted, usted los ama virtualmente con un amor limitado. ¿No es eso verdad de un padre y el hijo, del esposo y la esposa, etc.? Una
madre daría la vida por su hijo o hija a quien tiene amorosamente en su corazón.
Escuchen lo que Jesús dijo acerca de eso:
«...el que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda
mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mí, sino del Padre que
me envió» (Juan 14:23-24).
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II. Cuando otros moran en usted, usted los piensa «todo el tiempo». Difícilmente usted puede hablarles a los jóvenes amantes de otra cosa que no sea el objeto
de su amor porque esto es todo lo que ellos piensan. Los padres piensan acerca de
aquellos hijos que están en sus corazones «todo el tiempo». Ahora, eso será verdad
de los Cristianos que tienen a Dios en sus corazones. Exactamente aquí coloquemos
conjuntamente dos pasajes obviamente paralelos:
«No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien
sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros
corazones;...la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y
cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracia a Dios Padre
por medio de él» (Efe. 5:18-19; Col. 3:16-17).
Si todo lo que yo hago es hecho en el nombre del Señor y con acción de gracias,
debo estar pensando acerca de Cristo cuando hago todas las decisiones para vivir.
Si Cristo mora en mí, pienso acerca de El. Si no lo hago, eso es evidencia de que
¡El no mora en mí!
III. Cuando otros moran en usted, usted desarrolla la misma actitud que ellos
tienen acerca de las cosas. Es sorprendente cuántos esposos y esposas llegan a pensar
lo mismo cuando tienen un buen matrimonio. Es importante que los Cristianos se
casen con Cristianos por esta mismísima razón. Llegamos a ser tanto parte el uno
del otro, que nuestro pensamiento es influenciado por el otro en casi toda faceta de la
vida. Pablo enseñó que debemos llegar a tener las mismas actitudes que Dios tiene
y que tal cosa es evidencia de la morada Divina:
«¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré,
pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De
ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un
cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero
el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación.
Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas
el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no soís vuestros? Porque habéis sido comprados
por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Cor. 6:15-20).
Llegaremos a pensar acerca de la manera correcta de vivir, acerca del pecado,
acerca de las cosas del mundo, acerca de las cosas espirituales, etc., como Dios lo
hace, si somos verdaderos templo del Espíritu Santo. Si nuestra relación es buena y
estamos influenciados por la enseñanza del Espíritu, moraremos o permaneceremos
en El y El en nosotros.
IV. Cuando otros moran en usted, usted desarrollará las mismas actitudes que
ellos tienen hacia las otras personas. Sea bueno o malo, si a mi esposa le gusta
alguien, tenderé a que ellos me gusten, y si ella está indecisa acerca de estar cómoda
alrededor de ellos, yo también estaré indeciso. Con respecto a las cosas espirituales,
Juan lo coloca de esta manera:
«Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que
nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificado que
el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que
confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en
Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para
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con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece
en Dios, y Dios en él» (1 Juan 4:12-16).
V. Cuando otros moran en usted, usted está presto a responder cuando le piden
que haga algo. Las esposas que realmente aman a sus maridos y los tienen en sus
corazones no se sienten obligadas a «someterse». Buscan agradar gustosamente a
sus maridos por medio de responder a sus deseos. ¡Y los esposos hacen lo mismo!
Escuche nuevamente a Juan sobre los asuntos espirituales:
«Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus
mandamientos. El que dice: Yo le conozco y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su
palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado;
por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él,
debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:3-6).
VI. Cuando otros moran en usted, usted quiere ser lo que ellos quieren que usted
sea, para que lo amen y respeten. Uno de los incentivos más grandes para que yo
sea la clase de persona correcta, es mi piadosa esposa, quien está en mi corazón y mis
dos hijos que son Cristianos y que también están en mi corazón. Si Dios está en mi
corazón, querré ser lo que El quiere que yo sea de manera que no lo defraude. No
quiero que mi esposa me vea borracho, engañando a otros, envuelto en inmoralidad
o en inmodestia pública, y ciertamente no quisiera que Dios me viera de esa manera.
Si no me importa como me vea Dios, El no mora en mi corazón:
«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste,
tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace
justicia es nacido de él» (1 Juan 2:28-29).
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