AF-Cuando fallan las apariencias

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Análisis Filosófico de la Educación
I.S.F.D. y T. 162 – TRAMO DE FORMACIÓN PEDAGÓGICA PARA PROFESIONALES Y TÉCNICOS – 1° año – Año 2014
Cuando fallan las apariencias
La filosofía, una invitación a pensar.
Jaime Barylko
Editorial: Booket. 2006
Camino por el campo. A lo lejos veo un molino. Me alegro, porque tengo sed. Apuro el paso en esa
dirección. Pero no, no es un molino. Me río de mí mismo y pienso en Don Quijote, que confundía molinos
de viento con gigantes. ¿Cómo pude equivocarme tanto? Se trata de un galpón. Sí un galpón, seguramente
lleno de trigo o sorgo. Estoy cansado, pero sigo caminando. Vuelvo a detenerme y ahora me enojo conmigo
mismo porque compruebo que no es un galpón, sino un tractor. Finalmente llego al lugar y el dueño del
tractor me da de beber. Le agradezco. Ahora he recuperado mis fuerzas continúo mi rumbo, pero ya no soy
el de antes. A lo lejos veo. . . Ya no me atrevo a decir qué veo. He caído en la duda. Nunca lo sabré – me
digo – qué veo. Los sentidos siempre pueden engañarme. He tenido varias visiones falsas y tengo miedo de
volver a arriesgarme e ilusionarme. Luego me corrijo. Me corrige una voz que habla en mi interior: “No, tus
visiones no fueron falsas. Has visto bien; tus ojos no han fallado, lo que falló fue la interpretación que
hiciste de aquella visión confusa, tu elaboración de la imagen”
Continúo pensando: “Hubiera podido desviarme de esa ruta y emprender otro recorrido”. Entonces jamás
habría sabido que mi visión, mejor dicho la visión de mi visión, había sido falsa. . .” Finalmente concluyo:
“¡Que complicado es todo! Uno se pone a pensar y, lejos de aclarar las cosas, no hace más que sumar
interrogantes”.
La voz, el otro yo que está ahí dentro, responde: “Correcto. Pensar es crecer en interrogantes; justamente,
es lo que va enriqueciendo tu vida, lo que la transforma en un haz de alternativas infinitas.
Ya ves, dijiste - repitiendo fórmulas establecidas por la sociedad – que “los sentidos engañan” y luego
llegaste a la conclusión que eres tú quien se engaña mientras interpretas los datos que los sentidos te
arrojan. En ese momento diste un salto y creciste”
...
Sí, eso es la filosofía. Estamos rodeados de apariencias. Cuando uno despierta, quiere conocer la verdad, lo
que se oculta detrás de las apariencias. En griego se dice aletheia, lo des-cubierto, es verdad.
De eso se ocupa la filosofía. Cuando Fallan las Apariencias.
¿Qué quiere el hombre?
Uno nace y quiere ser feliz. Pero, ¿en qué consiste ser feliz? El religioso es feliz cuando reza y siente un
contacto con lo trascendente. El ateo es feliz en su piel, en su cuerpo, en el cumplimiento de sus instintos.
Yo era feliz, muy feliz, en mi soledad sonora de pensar, estudiar, escuchar a Bach.
Ser feliz es cumplir con un designio. Ese designio se vuelve propio, pero en un principio es ajeno, es de los
otros, de la tradición, de la trama del tiempo en que vivimos y de la educación que recibimos. Miguel Ángel
no significa nada para quien no se haya formado en los valores estéticos de Occidente, y la pintura china no
nos emociona demasiado cuando la enfrentamos. Por otro lado, están el sufrimiento, el dolor injustificado,
los accidentes de la existencia, los seres queridos que se van y no vuelven. La muerte acecha como el ocaso
del sol. Caminar es enfrentar retos y superar escollos. Vivir es autodefinirse constantemente. Hasta el fin,
es decir, hasta que se dé el fin.
Pensar es vivir. Vivir auténticamente, con conciencia de lo que yo quiero y de lo que otros quieren que yo
quiera. Pensar es detener la parafernalia en la que estamos insertos, retirarnos un poquito, contemplar,
formular preguntas e intentar hallar respuestas.
Pensar es una manera de colocarse frente al mundo, al otro, a las cosas; es una postura. Y también un
ejercicio, una práctica, un aerobismo del alma. Pensando es como tomamos nota de nuestra circunstancia
actual y de nuestra circunstancia pasada, y de nuestro origen, y del origen de tantas ideas, imágenes y
sentimientos.
Se necesita del pensamiento humano para saber por qué vivimos, por qué morimos, para qué estamos, y
qué deberíamos hacer mientras estamos, y por qué se sufre, inútilmente, injustamente, y cómo
consolarnos de tanta pérdida intermitente. Algo que nos contenga, que nos consuele, nos explique.
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Esto es el hombre. Un ser que pregunta, que se pregunta, y que nunca dejará de preguntarse por más
respuestas que reciba.
Volver al paraíso
El miedo es lo primero que se aprende, que se experimenta, empezando por el bebe que es expulsado del
paraíso a la intemperie. Y llora; naturalmente llora.
¿Cómo se hace para ir al paraíso, o para volver al paraíso, o en todo caso para huir un poco del infierno? Un
camino es el de la fe; otro, el de la razón; otro, el del arte, y tantos otros más. Todo lo que el hombre hace
es siempre un intento de hacerse y de armarse un esquema de serenidad acerca de su puesto en el cosmos,
y del sentido de ese puesto. El amo y el esclavo están igualados en este punto.
En Medea, de Eurípides, en efecto, la Nodriza considera: "No erraría quien considerara torpes y de ningún
modo inteligentes a los anteriores mortales que inventaron fiestas, festines y banquetes, himnos a manera
de audiciones que alegran la vida. Más ningún mortal descubrió el modo de acabar con las odiosas penas
por medio de música y cánticos de múltiples notas... Con todo, provechoso es que los mortales resuelvan
eso con canciones".
La cultura, la totalidad del pensamiento humano intenta cubrir las angustias de la vida, y acallar los
gemidos, dice Eurípides. Por eso tanto carnaval, tanta fiesta, tantos ritos, tantas ceremonias, tanto baile
(hoy más que nunca), tanta necesidad de "estar alegre" para dejar de notar que la preocupación es la más
asidua ocupación de los humanos.
A la madre que perdimos, por el mero hecho de nacer, necesitamos reconstruirla en todos los afanes,
pirámides, cuadros, salmos y filosofías, y -por encima de todo- religiones. Por eso, justamente, dice Otto
Rank en El trauma del nacimiento: "Toda forma de religión tiende últimamente a la creación de un ser
primordial, salvador y protector, a cuyo seno uno puede correr a refugiarse de todos los peligros, y al cual
uno retorna finalmente en una vida futura".
El error de ser individuos
Empecemos por el comienzo. El comienzo soy yo. El sujeto de todas mis alegrías y turbulencias. Yo significa
libertad, significa dignidad, sentido. Estoy por algo, para algo.
El Yo es lo único que le interesa al Yo.
Escribe Friedrich Nietzsche en La voluntad de dominio: "El individuo mismo es un error. Todo lo que sucede
en nosotros es algo diferente en sí que no conocemos... Distinguimos entre la pretendida individualidad y
los verdaderos sistemas vivos que representa cada uno de nosotros. Se los confunde puesto que el
individuo no es más que la suma de las impresiones, los juicios y los errores de los que tenemos conciencia;
es una creencia, un fragmento del verdadero sistema de la vida, o una reunión de fragmentos unidos
ficticiamente por el pensamiento, una unidad que no resiste el examen".
El Yo, dice el filósofo, es un error. En la naturaleza nada es yo, todo es momento del género, de la especie.
Esta rosa está para que la rosa exista, la especie rosa.
Existir y reproducirse es su fin, que no es suyo sino de todas las rosas. Esta rosa no es esta rosa, es todas las
rosas. Lo mismo este perro, que tendrá características propias, tal vez, pero que representa a todos los
perros y existe para que los perros existan. Eso se llama naturaleza. Natus significa nacido.
Nace la rosa o el perro y ya traen su programa congénito, y su vida es la concreción de ese programa.
El hombre es el ser des-naturalizado. Yo no quiero ser como nadie. Yo es igual a no-yo. Si bien el nacimiento
fue por vía de la naturaleza, y así también será la muerte, tengo voluntad, libertad, dignidad, soy
incomparable, irrepetible, soy Yo.
El Yo no tiene naturaleza, tiene historia. Así se entiende la frase de Nietzsche: el individuo es un error de la
naturaleza. No nace, se hace. Se vuelve error de la naturaleza, alguien que desertó de la mera
reproducción. Para decir Yo, entonces, hay que decir No-yo; es decir, mundo. Objeto es lo que está
enfrente, fuera de mí, ante mí, ajeno a mí. Eso me vuelve sujeto. El primer gran error es separarse de la
naturaleza, colocarse fuera de ella, y llamarse Yo. Es una superioridad que luego hay que justificar, un error
que hay que diluir "ficticiamente por el pensamiento", dice Nietzsche.
En verdad, el pensamiento humano es la suma de ficciones que el hombre viene gestando para justificar su
puesto en el cosmos como ser absolutamente diferente. Yo, es decir, el ser que se va plasmando a través
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de su voluntad, sus elecciones. A tal efecto es menester que sea libre. Primer tema para el pensamiento:
¿soy libre?
¿Quién es libre?
Notoriamente, es cierto, el vocablo "libertad" alude a "rotas cadenas" en términos de dependencia política,
de amos y esclavos, de tiranos y pueblos. Desde los comienzos de la reflexión humana se viene analizando
el tema de la libertad. Cuando se dice "libertad" normalmente se piensa en la libertad política, en lo
opuesto a la tiranía.
La libertad política me la conceden los gobernantes de turno. No es mía. Es la base sobre la cual puedodebo erigir mi libertad. Si la esclavitud consiste en ser dominado, se infiere entonces que he de dominarme
a mí mismo para que otros no me dominen.
¿Quién es, por lo tanto, libre? (...)
En el supremo rigor, el hombre libre es libre de todo, de todos. Nada le afecta. Sabio es el hombre libre.
Imperturbable. El sabio que sabe vivir. Ese cuyo ideal fue estampado por Spinoza en la máxima: "Non
ridere, non lugere, neque detestare, sed intelligere" (no reír, no llorar, no odiar, no detestar; tan sólo
entender).
La alegoría de la caverna
Así como vivimos, guerreando con meras sombras -ya que todo "tener" es transitorio, y todas las
posesiones hoy están y mañana no están-, somos como prisioneros en una caverna, atados, encadenados al
suelo desde la infancia, con la cabeza, es decir, la vista, orientada hacia una única dirección. Por detrás arde
un fuego, pero no podemos darnos vuelta para verlo. Más aún, no sabemos que está allí -por qué está a
nuestras espaldas-, no conocemos su existencia.
Entre los prisioneros y el fuego pasan personas transportando objetos. La luz del fuego los proyecta en
forma de sombras. ¿Qué ven los prisioneros? Sombras. Esa es toda la realidad que alcanzamos a percibir, y
digo "alcanzamos" porque -como habrá advertido el lector- los prisioneros somos todos los hombres.
Creemos que esas sombras son la realidad sin saber que son sombras. Dice Platón en La República:
"Considera lo que naturalmente les sucedería si se los librara de sus cadenas (...) Si a uno de esos cautivos
se lo libra de sus cadenas y se lo obliga a ponerse súbitamente de pie, a volver la cabeza, a caminar..."
Si eso sucediera -imagina el filósofo-, ese individuo arrojado fuera de la caverna sufriría por el exceso de luz
del exterior. Le tocaría vivir un lento y largo proceso hasta acostumbrarse a esa luminosidad y, por fin, vería
directamente, sin mediaciones, la luz del sol. Esa es la luz de la verdad: así podría ver los objetos
directamente y no sólo sus sombras.
Pero ese hombre no puede vivir a solas. Ser hombre es ser con otros, de otros, para otros. Ese hombre
deslumbrado por la luz de las verdades eternas (Ideas, las llama Platón) no puede prescindir de los demás.
En consecuencia, volverá a la caverna, es decir, al mundo dominado por los sentidos y los sentimientos, por
las apariencias. Volverá a la caverna.
La alegoría de Platón imagina ese regreso; el libertado hablaría a sus compañeros con estas palabras: "Miren, ustedes viven entre sombras, entre falsedades, entre apariencias, y yo he visto la luz de la realidad.
Quiero sacarlos de esto que es una caverna, aunque ustedes no lo sepan, y conducirlos hacia las verdades
supremas, las ideas inmutables, las que dan paz y serenidad, belleza y dicha"
Con un agudo sentido de la observación y de la psicología humana, sugiere Platón:
"¿No se expondrá a que se rieran de él? ¿No le dirían que por haber subido a las alturas ha perdido la vista
y que ni siquiera vale la pena intentar el ascenso? ¿Y si alguien ensayara libertarlos y conducirlos a la región
de la luz, y ellos pudieran apoderarse de él y matarlo, no lo matarían acaso?"
Así sucedió y sucede en la historia. No hay más que pasar revista a los acontecimientos. ¿Qué ocurre
cuando alguien aparece y quiere desterrar prejuicios, anunciar verdades insólitas? Lo odian, lo persiguen.
Le pasó a Sócrates, a Moisés, a Jesús, a Galileo. La caverna es cómoda. El hombre prefiere el confort, la
rutina. Los innovadores suelen ser odiados, perseguidos y hasta masacrados. Al hombre le gusta preservar
creencias y opiniones, se siente cómodo, se resiste a que lo muevan, a que lo cambien de lugar.
Por eso fue condenado Sócrates a beber la cicuta, y Juana de Arco a morir en la hoguera. Por lo mismo
Giordano Bruno fue quemado vivo por la Inquisición por no haber adjurado de sus doctrinas, y Spinoza,
excomulgado por la comunidad judía de Amsterdam. Darse vuelta y ver la luz exige valor. Enseñar a ver la
luz requiere aún más valor. Y a veces se puede pagar con la vida.
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