Artículo de Sendigune 23 02 2012 Educar en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres Últimamente estamos viendo como la violencia contra las mujeres es un tema tenido en cuenta en las diferentes agendas políticas. La dura realidad, cada vez más visible, hace que la sociedad se vaya sensibilizando contra esta lacra social que afecta a las mujeres que la sufren, y también a sus hijos e hijas, familia y entorno más cercano. El Movimiento Feminista planteaba ya desde sus inicios, allá por la Revolución Francesa, que la violencia contra las mujeres no es un problema privado a resolver dentro del propio entorno familiar, ni que tampoco se trata de un “crimen pasional”, sino que es un atentado contra los derechos humanos, y por tanto, es un problema social y político. Gracias al Movimiento Feminista, conocemos ahora la magnitud del problema, sus causas y consecuencias, así como las alternativas de actuación. Y ¿cuáles son las causas de la violencia contra las mujeres? ¿Cómo podemos las familias colaborar a su erradicación? ¿Realmente nuestro papel es tan importante en una sociedad dónde los medios de comunicación tienen tanto poder en la socialización de nuestra infancia y juventud? ¿Cuál es la alternativa posible? Es de sobra conocida la frase que explica el porqué de la violencia contra las mujeres: “en la base de esta violencia está la desigualdad entre hombres y mujeres”. Ciertamente, vivimos en una sociedad sexista, es decir, en una sociedad dónde a las mujeres se las discrimina por el mero hecho de serlo. Los datos que lo demuestran son muchos y no nos detendremos en ellos, pero solo hay que leer las noticias y ver las cifras del paro femenino, el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, la mayor dificultad de las jóvenes en encontrar su primer empleo, las dificultades de conciliación entre la vida personal y laboral, o el llamado techo de cristal. A mujeres y hombres, desde la infancia, nos educan en función de una serie de clichés, denominados estereotipos y roles sexistas, que conforman lo que socialmente es lo masculino y lo femenino y cuya función principal es perpetuar el sexismo existente. Salirse de ese cliché, supone no acatar una norma social, hecho que suele tener como consecuencia cierto castigo social. Acordémonos a modo de ejemplo de las películas “Billy Elliot” o “Yo quiero ser como Beckham” y las dificultades que viven un niño y una niña que se salen del rol establecido. Películas, ciertamente, pero que reflejan esta realidad. Y ¿cómo se trasmiten estos roles y estereotipos sexistas? Los tres agentes de socialización por excelencia son la Familia, la Escuela y los Medios de Comunicación. Eso lo sabemos. Aquí es donde entra nuestro papel como familias. Es habitual, oír decir a padres y madres con una actitud de sorpresa, cuando ven conductas sexistas en sus hijos e hijas, la frase “no sé dónde ha oído eso, o dónde lo ha visto, en casa no decimos cosas así” Y seguramente es verdad, eso no lo oyen en casa. Y ¿entonces? Ahí entran varios factores: la familia es un agente socializador pero no es el agente socializador por excelencia. Sus iguales, los medios de comunicación, los libros, los juegos de todo tipo, la escuela, internet, etc. cumplen también un 1 importante papel socializador. Otro factor, es que la educación es explícita (lo que hacemos conscientemente) e implícita, la que hacemos de manera automática, inconsciente, que normalmente se traduce en comportamientos, frases hechas, inercias, formas de relacionarnos, uso del lenguaje, etc. con un peso muy importante, y que educa tanto o más que la educación que hacemos de manera explicita. En ese sentido, necesitamos hacer consciente lo inconsciente. Observar qué tipo de mensajes damos a nuestros hijos e hijas, qué expectativas ponemos en uno y en otra, qué tipo de estímulos les ofrezco, es decir, juegos, cuentos, programas de TV, de qué color les visto, ¿es diferente en función del sexo?, etc. Otro elemento fundamental para saber qué tipo de educación estamos ofreciendo a nuestros hijos e hijas es observando de qué manera yo persona adulta me relaciono con mis amistades, con mi familia, con mi entorno, porque esa manera de relacionarme es el primer modelo de referencia para nuestros hijos e hijas, y posiblemente, el más estable y duradero. Y sobre todo, cómo me relaciono con mi pareja, ¿tengo actitudes de sumisión o de dominación?, ¿cómo resolvemos los problemas cuando los tenemos?, ¿Cómo expresamos el cariño y el amor que nos tenemos? ¿Nos tratamos bien? ¿Nos respetamos? Este modelo de relación de pareja será el que aprenderán y el que puedan reproducir en su futuro adulto. Una vez, que nos hemos observado, llega el momento de analizar e identificar nuestros logros, y también aquellos aspectos que necesitamos mejorar, e intentar encontrar alternativas de actuación. Cambiar nuestra mirada y nuestra posición. Ver a nuestros hijos e hijas como personas autónomas con derechos propios, personas en crecimiento que necesitan modelos de referencia para aprender, no modelos perfectos pero si saludables y protectores. En esa mirada es fundamental tener en cuenta que la sociedad lanza mensajes que muchas veces son contradictorios con el modelo educativo que desarrollamos con nuestras criaturas y que necesita una acción compensatoria. De tal manera que si la TV, por poner un ejemplo, da mensajes sexistas a nuestro hijos e hijas, como padres y madres debemos tener una actitud crítica y compensar dicho mensaje, bien hablándolo en casa, ofreciendo otros mensajes mediante cuentos, juegos, etc. Este cambio de mirada hacia nuestras hijas e hijos, nos obliga a cambiar de posición, ¿eso que significa? Debemos colocarnos en otro lugar, y ver la realidad desde ese lugar, cambiando así la perspectiva veremos elementos de la misma que antes no veíamos. Veremos cuánto y cómo de sexista es la sociedad, y lo que queremos y no queremos para nuestros hijos e hijas, y también para mí como persona y como madre o padre. Con una educación basada en estas pautas estaremos contribuyendo a la igualdad de derechos de nuestras hijas e hijos, a unas relaciones personales basadas en el respeto, la justicia, la corresponsabilidad y el afecto; estaremos contribuyendo a la erradicación de la violencia contra las mujeres, que realmente es una utopía posible. 2