La construcción del indio y el espacio en La Araucana a - Argus-a

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Vol. II Edición No. 7
Enero 2013
ISSN: 1853-9904
California - U.S.A.
Bs. As. - Argentina
La construcción del indio y el espacio en
La Araucana a partir del imaginario católico renacentista
de Alonso de Ercilla
Pablo Fuentes Retamal
Universidad de Concepción
Chile
Introducción
A lo largo de su poema épico Alonso de Ercilla da cuenta del modo cómo el ejército
español logró imponerse sobre el bravío pueblo Araucano. Tal como lo plantea el propio
poeta en el Canto XXIII uno de los principales aspectos que su composición lírica pretende
poner de manifiesto es: “mostrar que el principal intento / fue extender la religión cristiana”
(Ercilla, 2006: 196).
La motivación que asume Alonso de Ercilla al forjar su poema responde a la política
imperial proclamada por Felipe II, la cual otorgaba un rol preponderante a la religión en la
dirección y admistración del Imperio. Tales directrices son definidas por el heredero de
Carlos I del modo siguiente: “vale más tener un reino arruinado, conservándole para Dios y
el Rey por medio de la guerra, que conservarlo entero sin ellos con provecho del demonio y
de los herejes” (Aubrey, 1944: 28).
La sensibilidad católica profesada por Felipe II al dirigir el Imperio conlleva que
parte del período renacentista español muestre características profundamente disímiles a las
exhibidas entonces por otros países europeos. Así es el caso de Italia y los Países Bajos en
los que la fe y la razón no son directrices válidas al momento de construir y fojar la nación,
por lo cual “Dios queda (…) fuera del mundo [y la] fe no es razón” (Aubrey, 1944: 30). No
obstante la realidad de aquellos Estados Europeos en España no se aprecia aquella radical
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dicotomía, pues la Religión Católica consigue penetrar profundamente en la vida completa
de la nación (Aubrey, 1944: 31).
Debido a este profundo enraizamiento del discurso católico en las diversas aristas de
la vida social y cultural española, el hecho de que “un poeta o un filósofo prescindieran [de
la fe] no era mayor hipocresía que despreciar el brillo del sol, ya que a la luz de ésta se
armonizaban y unificaban la vida y el pensamiento” (Aubrey, 1944: 31). Estas bodas
forjadas entre la vida y el pensamiento por medio de la fe, es justamente lo que realizará
Alonso de Ercilla en su poema épico La Araucana (1569, 1578, 1589).
Es importante tener presente que Alonso de Ercilla se convirtió en paje de Felipe II
cuando sólo tenía quince años por lo que gran parte de instrucción la desarrolló en la Corte
Real. Según las investigación de José Toribio Medina en su texto Vida de Ercilla (1948) la
educación del poeta fue mas bien pobre, puesto que “sus lecturas clásicas debieron ser bien
pocas, tanto que en la Primera Parte [de La Araucana] apenas tropezamos con media
docena de referencias mitológicas o de la historia romana” (Medina, 1948: 23).
Los escasos conocimientos de Ercilla acerca de la cultura clásica se verán sopesados
por la gran erudición que el poeta alcanzó de las Sagradas Escrituras. Variados
investigadores avalan nuestra afirmación, por ejemplo Juan María Corominas sostiene que
“las cualidades que adornan el alma de Ercilla fue sin duda alguna su religiosidad [siendo]
él medularmente cristiano” (1980: 123-124). Del mismo modo Hugo Montes sostiene que
tras la lectura de La Araucana la fe religiosa y la adhesión del poeta a la Iglesia Católica es
indudable (1975: 21). Finalmente José Toribio Medina afirma que de todas las posibles
lecturas que Ercilla pudo haber realizado durante su formación éste fundamentalemente
“muestra haber leído la Biblia” (1948: 23).
Desde la profunda influencia que ejerce en Alonso de Ercilla el discurso católico, así
como de sus constantes lecturas de las Escrituras Sagradas surge la problemática de nuestra
investigación, la cual se pregunta en qué medida y mediante qué recursos estéticos es
posible transver la formación religiosa del poeta en la construcción de La Araucana.
Para dar respuesta a tales interrogantes hemos esbozado nuestra hipótesis de trabajo
según la cual sostenemos que la formación intelectual de Alonso de Ercilla se palpa en su
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poema épico en la construcción del indio y el espacio, pues ambos elementos se forjan a
partir del imaginario católico renacentista del poeta.
Para comenzar con esta tarea a continuación analizaremos la construcción del
indígena propuesta en La Araucana, la cual sugiere un primer estadio en que el indio es
proclamado como adorador de Satanás.
La construcción del indio como adorador de Satanás.
En el Primer Canto de La Araucana podemos encontrar variadas caracterizaciones
del pueblo Araucano como adoradores de Satanás, por ejemplo:
Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
aquel que fue del cielo derribado,
como a poderoso y gran profeta
es siempre en sus cantares celebrado:
invocan su favor con falsa saeta
y a todos sus negocios es llamado,
teniendo cuando dice por seguro
del próspero suceso o mal futuro (22).
En el segundo verso citado se alude “aquel que fue del cielo derribado” quien según
la tradición judeocristiana es Satanás, el cual era el más hermoso de todos los ángeles y
poseía la más alta posición entre todos los seres angelicales creados por Dios. Sin embargo
tras los deseos de Satanás por igualarse a su creador se le desterrará del Cielo exiliándosele
en el Infierno, lugar en donde forjará su reino.
El destierro de Satanás queda de manifiesto en el Antiguo Testamento en el libro de
Isaías, el cual plantea lo siguiente:
¿Cómo caíste desde el Cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo
tú, el vencedor de las naciones, has sido derribado por tierra? En tu
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corazón decías: “Subiré hasta el cielo, y levantaré mi trono encima de las
estrellas de Dios, me sentaré en la montaña donde se reúnen los dioses, allá
donde el Norte termina; subiré a la cumbre de las nubes, seré igual que el
Altísimo. Más ¡ay! Has caído en las honduras del abismo, en el lugar
donde van los muertos. (Isaías 14, 12-15).
En su invstigación Observaciones acerca de La Araucana (1965) Jaime Concha
plantea que por medio de los versos del Canto primero que hemos citado más arriba se
inviste “a los araucanos como representantes de Lucifer” (1965: 66).
Siguiendo nuestra lectura en unos cuantos versos más abajo en el mismo Canto se
comenta que es el propio Satanás quien rige el accionar del pueblo araucano:
Y cuando quieren dar una batalla
con él lo comunican en su rito:
si no responde bien, dejan de dalla,
aunque más les insista el apetito;
caso grave y negocio no se halla
do no sea convocado este maldito;
llámanle Eponamón, y comúnmente
dan este nombre a alguno si es valiente (22).
Esta situación nos muestra que la guerra sostenida entre araucanos y conquistadores
alcanza nuevas nuevos ribetes que se extienden más allá de un conflicto bélico, pues tal
como sostiene Jaime Concha éste se trasladó hacia un plano sobrenatural (1965: 66).
La invocación a Eponamón realizada por los araucanos durante la batalla es una
situación muy significativa, pues mediante tal acto queda de manifiesto la relación íntima
forjada entre éstos y la encarnación misma del Mal. Recordemos que Alonso de Ercilla
describe a Eponamón como una deidad con apariencia de reptil, lo cual se explicíta en el
Canto IX:
En esto Eponamón se les presenta
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en forma de un dragón horrible y fiero
con enroscada cola envuelta en fuego,
y en ronca y torpe voz les habló luego (83).
Tal caracterización está dada desde la tradición judeocristiana, la cual ha forjado la
imagen de Satanás tal como si se tratase de un reptil. En razón de ello el teólogo Luciano
Pacomio plantea que éste ha sido forjado como “una serpiente (…) dotada de astucia y
capacidad de persuasión (…) la serpiente asume aquellos rasgos de enemistad y envidia
contra la naturaleza humana” (2003: 256).
En el Antiguo Testamento es posible apreciar como la descripción de Satanás se
ajusta en variados pasajes a la de un ofidio. Por ejemplo en el Génesis tenemos: “la
serpiente era la más astuta de todos los animales del campo que Yahvé había hecho”
(Génesis 3, 1). Será ésta misma víbora la que instará a Eva a comer desde el Árbol de la
Vida:
La serpiente replicó: “de ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy
bien que el día en que coman de él [Fruto Prohibido], se le abrirán a
ustedes los ojos y serán como dioses y conocerán el bien y el mal”
(Génesis 3, 4-5).
Considerando la adoración que realiza el pueblo Araucano de Satanás la cuestión
bélica entre españoles y aborígenes se traslada más allá del eje de razas para adquirir
matices teológicos, puesto que los Araucanos en lugar de Dios adoran al Diablo, lo cual
implica que se hacen incapaces de ser hijos de Dios (Corominas, 1980: 129).
Esta construcción primera que se ha realizado del indio se sitúa en un espacio que
Ercilla ha forjado partir de su imaginario católico renacentista, el cual es descrito del modo
siguiente en el Canto XV:
Allí con libertad soplan los vientos,
de sus cavernas cóncavas saliendo,
y furiosos, indómitos, violentos,
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todo aquel ancho mar van discurriendo,
rompiendo la prisión y mandamientos
de Eolo, su rey, el cual temiendo
que el mundo no arruinen, los encierra
echándoles encima una gran sierra (136).
En todo momento el poeta describe un espacio que no corresponde al de Arauco.
Respecto a la construcción del paisaje en su texto Estudio sobre La Araucana (1975) Hugo
Montes nos plantea que “los valles, montes, y demás elementos de la naturaleza aparecen
estilizados hasta el punto de ser difícilmente localizables en Chile y en ninguna parte”
(1975:12).
Como se ha logrado apreciar en esta primera parte sobre la construcción realizada
por Ercilla del indígena se ha investido al araucano con significaciones dadas desde la
cultura católica renacentista, produciéndose un desplazamiento del sentido original del
concepto de indio. Similar situación ocurre con el tratamiento del espacio en el que se
desenvuelve el araucano el cual es concebido más bien desde la poesía de Virgilio y
Garcilaso que de la realidad vivida por Ercilla en Chile.
Si nos damos el trabajo de seguir analizando la construcción del indio y el espacio
que Alonso de Ercilla realiza en la segunda parte de La Araucana, podremos notar que al
indígena en esta ocasión se le otorgan nuevas significaciones, pasando desde un satanismo
inicial a un segundo estadio de infidelidad. Tal situación la analizaremos mediante la
emblemática muerte de Lautaro.
La construcción del indio en La Araucana como infiel mediante la muerte
de Lautaro.
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La epopeya estudiada se configura en tres episodios fundamentales: la muerte de
Pedro de Valdivia, la muerte de Lautaro y, por ultimo la muerte de Caupolicán. En el caso
particular de Lautaro su muerte representa “la de un indio que sí cumplió con el deber
guerrero y patriótico de su pueblo, pero nada más” (Concha, 1965: 71).
Por consiguiente, con la muerte de Lautaro se nos permite distinguir un nuevo
estadio en la construcción del indio en La Araucana, según la cual se nos lo presenta como
un infiel. Tal condición es descrita por el teólogo Louis Boyer del modo siguiente:
Quien carece de la alianza en la que Dios ha enterado con los suyos (...)
[quien no ha acudido] al llamado de Dios para con el hombre, que será,
al mismo tiempo en la perseverancia, en la fe, en la obediencia
prolongada, (...) como un siervo fiel, cuya fidelidad atestigua la de Dios
y traerá consigo la de los hombres (1983: 284).
Mediante esta nueva caracterización del indígena la lejanía que en un principio éste
propugnaba para el discurso católico decrece. Recordemos que anteriormente dada la
construcción del indio como seguidor de Satanás se lo había caracterizado como “incapaz
de ser hijo de Dios” (Corominas, 1980: 129), sin embargo, al investir al indígena de infiel
se le concede la posibilidad de poseer alma. Esto lo vemos en el Canto XIV mediante las
muertes de Picol y Guarcondo. En cuanto a la muerte de éste primero tenemos:
El pecho le barrena de una punta;
turbado de la muerte el araucano
cayó en tierra, la cara ya difunta,
bascoso revolviéndose en el lodo,
hasta que el alma despidió del todo (128).
A su vez, en lo que respecta a la muerte de Guarcondo tenemos:
Contra Guarcondo a toda furia parte,
y la lanza le echó por la tetilla
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con una braza de asta a la otra parte.
el bárbaro, la cara ya amarilla,
se arrima desmayado al baluarte;
dando en el suelo súbita caída,
el alma vomitó por la herida (128).
Si nos situamos desde el pensamiento católico al adjudicársele al indio la posesión
de alma se le otorga la condición humana. De esta forma, tanto el conquistador español
como el indio comparten una misma categoría, únicamente se los puede diferenciar porque
éstos últimos aún no se han convertido al cristianismo.
Si enfocamos nuestra atención en la muerte de Lautaro podremos apreciar cómo se
deja atrás la caracterización del indio como un sujeto satánico para adquirir la categoría de
infiel:
Por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!,
rompe la cruda punta, y tan derecho,
que pasa el corazón más bravo y fuerte
que jamás se encerró en humano pecho;
de tal tiro quedó ufana la muerte,
viendo de un sólo golpe tan gran hecho;
y usurpando la gloria al homicida,
se atribuye a la muerte esta herida.
Tanto rigor la aguda flecha trujo
que al bárbaro tendió sobre la arena,
abriendo puerta a un abundante flujo
de negra sangre por copiosa vena:
del rostro la color se le retrujo,
los ojos tuerce, y con rabiosa pena
la alma del mortal cuerpo desatada (126).
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Como se puede apreciar en ningún momento de su agonía y muerte Lautaro profesa
idolatría hacia Eponamón. Por el contrario, sólo podemos sostener que Lautaro “cumplió
con el deber guerrero y patriótico de su pueblo, pero nada más” (Concha, 1965: 71). Sin
embargo en la muerte del indígena aún es posible apreciar ciertos resabios de su antigua
condición, lo cual se aprecia en el Canto II mediante la descripción comparativa que se
realiza de éste y la figura mitológica del cíclope:
Tenía un ojo sin luz de nacimiento
como un fino granate colorado.
pero lo que en la vista le faltaba,
en la fuerza y el esfuerzo le sobraba (30).
Según la tradición clásica los cíclopes eran criaturas:
De gigantesca estatura y fuerza (...) vivían sin conocimientos de leyes
morales, ni orden social (...) sin preocuparse de los dioses, a los que “no”
temían por considerarse a sí mismo superiores en fuerza. [A su vez] según
Hesiodo [los cíclopes] se parecen a los dioses, salvo por el hecho de que
nada más tenían un ojo en la frente (Seiffert, 2000: 46).
Igualmente debemos prestar atención a la adjetivación que se entrega a la sangre de
Lautaro según la cual tenemos: “abriendo puerta a un abundante flujo / de negra sangre por
copiosa vena” (126).
El color que se le atribuye a la sangre de Lautaro no es azaroso, sino que por el
contrario tal elección está pensada desde
la tradición católica. De acuerdo a esta
perspectiva los colores claros simbolizan “limpieza de linaje, nobleza, valor” (Montes,
1975: 78); mientras que las tonalidades oscuras, como la sangre de Lautaro, están dadas
desde la simbología del Infierno.
De esta manera podemos consignar que si bien Lautaro, y con ello su estirpe, fallece
sumido en su condicón de infidelidad, aún es posible apreciar en su constitución como
sujeto resabios de su estadio anterior.
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En lo que respecta al espacio -tal como ocurre en el momento en que se inviste al
indio con características de satánico- se le adjudica al araucano un espacio que no
corresponde a su realidad geográfica. Esta situación se puede apreciar en el Canto XXI en el
momento en que Rengo se presenta con un líbano en su mano:
Venía Rengo tras él con sus maceros
en paso igual y grave procediendo,
arrogante, fantástico, lozano
con un entero líbano en la mano (185).
El hecho de presentar al indio con un líbano en la mano es una muestra de la
construcción idealizada que el poeta ha forjado a partir de su imaginario renacentista,
puesto que aquel árbol en aquellos entonces sólo estaba circunscrito a la región de Medio
Oriente. Debido a esta situación Miguel Ángel Vega nos comenta que:
No vio el poeta español la flora chilena que a cada paso se mostraba ante
sus ojos. En muchos pasajes del poema habla del cedro, del líbano, del
enebro, de la yedra, de la haya, árboles y plantas europeos que no existían
en el territorio nacional en la época [del relato]” (1969: 52).
Otros críticos son coincidentes al plantear que Ercilla construye un espacio
geográfico dado desde su perspectiva renacentista. Es el caso de Hugo Montes quien
plantea que “es cierto que La Araucana habla de gamuzas y corcillas y de árboles que no
existían en América” (1975: 12). Esta situación ya recurrente, en cuanto a la construcción
del espacio se debe a que el poeta recurre a menudo a modelos literarios y a recuerdos
personales que a lo realmente vivido en América. Considerando lo anterior podemos
consignar con certeza que “nada hace suponer (…) que el poeta haya observado de cerca la
naturaleza” (Schwartzmann, 1950: 166).
El momento culmine de la construcción del indígena a partir del imaginario católico
renacentista de Ercilla se presenta mediante la muerte de Caupolicán. Dicha construcción y
sus implicancias se presentan a continuación.
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La construcción del indio en La Araucana como mártir cristiano
mediante la muerte de Caupolicán.
La construcción que se realiza en La Araucana de Caupolicán representa un aspecto
importantísimo en la construcción del indio pues ésta simboliza “la conjunción sintética del
deber libertario de Arauco y el ideal cristiano” (Concha, 1965: 71).
Mediante tal construcción quedan atrás las investiduras de satánico e infiel. Este
desplazamiento en la construcción del indio se presenta en el momento en que previo a su
ejecución Caupolicán decide convertirse al cristianismo. Esto lo podemos apreciar en el
Canto XXXIV:
Pero mudóle Dios en un momento,
obrando en él su poderosa mano,
pues con lumbre de fe y conocimiento
se quiso bautizar y ser cristiano:
causó lastima y junto gran contento
al circunstante pueblo castellano,
con gran admiración de todas gentes
y espanto de los bárbaros presentes.
Luego aquel triste, aunque felice día,
que con solemnidad le bautizaron,
y en lo que el tiempo escaso permitía
en la fe verdadera le informaron,
cercado de una gruesa compañía
de bien armada gente le sacaron
a padecer la muerte consentida,
con esperanza ya de mejor vida (285-286).
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Por medio de la conversión y bautismo de Caupolicán el araucano deja de ser un
sujeto otro para el conquistador español con lo que se sitúa como un semejante. Debido a
esta situación el hablante lírico de La Araucana decide intervenir en favor del indígena
converso tratando de detener su ejecución mediante las palabras que pone en boca del
verdugo. Tal situación se aprecia en el Canto XXXIV:
¿Cómo que en cristiandad y pecho honrado
cabo cosa tan fuera de medida,
que a un hombre como yo tan señalado
le dé muerte una mano así abatida?
Basta, basta morir al más culpado
que al fin todo se apaga con la vida;
y es usar deste término conmigo
inhumana venganza y no castigo (286).
De esta forma es el propio Ercilla quien asume la labor de abogado de Caupolicán,
siendo el mismo poeta quien aboga por: “la defensa [del indio] intercediendo para que se le
conceda la vida” (Corominas, 1980: 130). Sin embargo tal defensa es vana, pues igualmente
se lleva a cabo la ejecución. Tal muerte produce una dualidad de sentimientos entre los
españoles pues ha perecido un cristiano por lo que “no pueden sino sentirse tristes y
apesadumbrados” (Montes, 1970: 185).
No deja de ser curiosa la manera en que es ejecutado Caupolicán, situación que ha
llevado a muchos críticos a vislumbrar en tal acto una gran similitud con la muerte de
Jesucristo. El exterminio del indígena converso se presenta en el Canto XXXIV:
No el aguzado palo penetrante
por más que las entrañas le rompiese
barrenándoles el cuerpo, fue bastante
a que al dolor intenso se rindiese:
que con sereno término y semblante,
sin que labio ni ceja retorciese,
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sosegado quedó de la manera
que si sentado en tálamo estuviera (286).
Para el investigador Jaime Concha el simbolismo del madero implica: “la
incorporación [de Caupolicán] al orbe cristiano, su elección como miembro del cuerpo
católico (…) el valor sacrificial del suplicio ha sido deliberadamente aproximado al modelo
máximo de sacrificio humano (…) es una suerte de crucifixión” (1975: 71). La perspectiva
de Hugo Montes es coincidente en cuanto al simbolismo presente en la muerte de
Caupolicán en el madero, siendo ésta “reflejo directo de Jesucristo y su pasión” (1970:
186). Por su parte Juan María Corominas plantea la existencia de una gran similitud entre
las muertes del indio converso y Jesucristo “cuando Caupolicán ve el madero en que tiene
que ser empalado, se acerca a él con aquella majestad y serenidad socrática con que según
la tradición cristiana, se acercó Cristo a la cruz” (1980: 131).
Al presentar a Caupolicán como un indígena converso se deja atrás las
construcciones anteriores del indio como sujeto satánico e infiel, para dar paso a un sujeto
ércristiano. Por consiguiente, el ejército español ha logrado cumplir cabalmente la tarea
imperial expuesta al comienzo de nuestro poema, es decir “extender y ensanchar la fe en
Cristo” (23).
Una vez que se ha producido la conversión y muerte de Caupolicán las tropas del
ejército araucano se repliegan hacia el sur. En medio aquella huída el poeta presenta una
nueva construcción del espacio geográfico:
A la banda del leste va una sierra
que el mismo rumbo mil leguas camina
(..)
en un pequeño barco deslastrado
con sólo diez pasos el desaguadero (227).
Nuevamente y tal como se planteó anteriormente “la tentativa realista [en la
construcción del paisaje] se ve fracasada” (Concha, 1965: 76). En esta puntual situación la
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Cordillera de los Andes se ve reducida a una simple “sierra”. Idéntica situación ocurre con
el canal de Chacao, el cual es nombrado como un simple “desaguadero”.
Por lo que hemos planteado, podemos sostener que tanto el indio como el espacio
donde éste se desarrolla corresponden a construcciones dadas desde el imaginario católico
renacentista en el cual se inscribe Alonso de Ercilla.
Conclusiones
A través de los diversos cantos que componen La Araucana se logra apreciar cómo
los conceptos de indio y espacio corresponden a construcciones dadas desde el imaginario
católico renacentistas de Alonso de Ercilla.
En lo que respecta al concepto de indio éste se construye mediante tres estadios.
Primeramente se lo presenta como un sujeto satánico al definírsele como adorador de
Eponamón. En un segundo nivel se muestra una construcción del indio en la cual se lo
constituye como infiel. Finalmente en una tercera etapa se presenta al indio como un sujeto
converso al cristianismo.
Dada aquellas tres construcciones del indio podemos sostener que tal concepto
presenta un desplazamiento de su sentido original al invertirsele con categorías dadas a
partir del imaginario católico renacentista de Ercilla.
En lo que respecta a la construcción del espacio se logra apreciar cómo el
tratamiento de dicho concepto en La Araucana se ajusta más bien a las lecturas anteriores
del poeta como son las composiciones líricas de Virgilio y Garcilaso que a la geografía de
la zona de Arauco.
Como se ha logrado demostrar tanto los concepto de indio como de espacio
corresponden en La Araucana a construcciones dadas desde el imaginario católico
renacentista de Ercilla. De este modo, se puede visualizar que en las construcciones del
indio y el espacio se producen desplazamientos de sus sentidos originales para asumir
significaciones dadas del imaginario católico renacentista del poeta español.
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Notas
1 De aquí en adelante nos limitaremos a citar únicamente el número de página pues trabajaremos
íntegramente con la tercera edición de La Araucana publicada en agosto de 2006 por Editoral
Nueva Generación en Santiago de Chile.
2 Durante el período Renacentista español reinaron los siguientes monarcas: Carlos I (1516- 1556)
y Felipe II (1556-1598).
3 La Araucana se compone de tres partes. La primera parte del poema se editó en 1569, mientras
que la segunda parte lo hizo en 1578, y finalmente la tercera parte lo hará en 1589.
4 Satanás es nombrado de diversas maneras en la Biblia. Entre los cuales encontramos las
denominaciones de: Lucifer, Azazel, Demonio, Eponamón, etc. Si bien Alonso de Ercilla era un
gran conocedor de las Sagradas Escrituras a lo largo de su poema se hace reiterativo el uso del
término“Eponamón”.
Bibliografía
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Corominas, Juan María. (1980). Castiglione y La Araucana: estudio de una influencia.
Madrid: Ediciones José Porrúa Turanzas.
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