"la paridad y el derecho de las mujeres a la participación política".

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EVENTO:
COLOQUIO “DEMOCRACIA CON PARIDAD DE GÉNERO”
CONFERENCIA
MAGISTRAL:
“LA PARIDAD Y EL DERECHO DE LAS MUJERES A LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA”
P ALABRAS DE LA MINISTRA OLGA SÁNCHEZ CORDERO
Viernes 13 de febrero de 2015
(Tiempo de la intervención 60 mins.)
CASA DE LA CULTURA JURÍDICA “MINISTRO TEÓFILO OLEA Y LEYVA”
CUERNAVACA, MORELOS
13:00 hrs
Buenas tardes a todos y todas.
Primero que nada, me gustaría agradecer a quienes
organizaron este encuentro:
 Casa de la Cultura Jurídica “Teófilo Olea y Leyva”;
 Universidad Autónoma de Morelos;
 Instituto Morelense de Procesos Electorales y de
Participación Ciudadana;
 Tribunal Electoral del Estado de Morelos, y
 Asociación de Abogadas del Estado de Morelos
Muchas gracias a todas y todos por darme la oportunidad de
dirigirme a ustedes con un tema de enorme actualidad, y que
provoca debate e interés por los hechos y derechos que se
entrelazan: me refiero, por supuesto, a la exigencia
constitucional de postular candidaturas paritarias por género.
En esta ocasión, centraré mi intervención en responder tres
interrogantes fundamentales acerca de la paridad de género:
1) ¿Cómo la exigencia constitucional de la designación de
candidaturas
paritarias
consecuencia
del
puede
derecho
de
entenderse
las
mujeres
como
a
la
participación política?
2) ¿Cómo la paridad propicia la vigencia de la democracia
representativa?
3) ¿Qué modificaciones estructurales son, en mi opinión,
impostergables para el logro de la paridad más allá de
su consagración formal en la constitución y en las
legislaciones electorales?
1. La paridad como consecuencia del derecho de las
mujeres a la participación política
De acuerdo con el derecho constitucional, la paridad, tal
como las cuotas de género basadas en porcentajes mínimos
para el sexo subrepresentado, puede interpretarse, al menos,
desde dos aproximaciones.
Una relacionada con los derechos que la constitución
consagra y otra con las disposiciones constitucionales que
dan vigencia al Estado de Derecho y deciden cómo se
organiza el aparato gubernamental.
En este primer apartado, me referiré a la paridad desde el
punto de vista de los derechos.
Desde
esta
perspectiva,
la
exigencia
de
la
paridad
descansaría en dos derechos humanos fundamentales: el
derecho a la participación política (derecho a votar y ser
votada) y el derecho a acceder a este derecho en condiciones
de igualdad.
Es casi una verdad de Perogrullo, pero la mención nunca está
de más, que la consagración formal de los derechos –en este
caso, el derecho a votar y ser votado, que está debidamente
contemplado en nuestra constitución en favor de la
ciudadanía- no basta para garantizar su ejercicio concreto por
parte de todas las personas.
Entre la letra de la ley y el ejercicio de los derechos se
interpone la realidad: la presencia o ausencia de ciertas
condiciones; el acceso a ciertos recursos materiales e
inmateriales, como la educación o el poder, por ejemplo, que
determinan la extensión y circunstancias en que los derechos
pueden ser efectivamente gozados.
En el caso de las mujeres, como uno de los colectivos
históricamente desaventajados, sistemáticamente excluidos y
estructuralmente discriminados, el derecho a votar y ser
votado no sólo es de reconocimiento reciente, lo que es un
indicador evidente de cómo opera en la ley y en la práctica
esta exclusión histórica, sino que, además, y eso lo
demuestra cualquier porcentaje de presencia de mujeres en
los ámbitos de decisión política, su ejercicio es aún limitado.
La
igualdad,
como
derecho,
obliga
a
responder
razonablemente a las diferencias para impedir que sean el
sustento de actos discriminatorios, sea porque se constituyen
en distinciones legales injustas y arbitrarias, o porque al
ignorarlas, al no tomarlas en consideración, se propicia la
exclusión de personas o colectivos del ejercicio de los
derechos.
Las mujeres constituyen uno de estos grupos, en la medida
en que los arreglos sociales en torno al género, que reparten
tareas, roles, valor y poder, a partir de los cuerpos de las
personas, han limitado su acceso a los derechos, los recursos
y las oportunidades de manera histórica y sistemática.
Las diferencias frente de las cuales el Estado debe estar
atento y debe reaccionar, son de dos tipos:
a) Las
inherentes
a
las
distintas
características
e
identidades de las personas y
b) Las creadas por el orden social
Justo a partir de estas diferencias y por mandato del principio
de igualdad (para igualarnos de verdad, en los hechos, y no
sólo para decir que somos iguales), el orden jurídico puede
realizar adecuaciones para impulsar el avance de ciertos
grupos, en particular cuando han sido excluidos.
Estas medidas de impulso o adecuaciones necesarias serán,
dependiendo de su propósito y extensión, medidas de acción
afirmativa –por regla general, temporales- o medidas de
igualdad sustantiva –por regla general, permanentes.
Estas medidas no son discriminatorias. Por ejemplo, no es
discriminatorio, sino al contrario, realizar ajustes razonables
en las instalaciones públicas para que las personas con
discapacidad accedan a ellas; no es discriminatorio reservar
un cupo escolar para las niñas de familias pobres como una
estrategia para impedir que las niñas sean retiradas de las
escuelas y garantizar su derecho a la educación; no es
discriminatorio adoptar cuotas de género en los puestos
públicos o en las direcciones de las empresas pues se trata
de garantizar el derecho de las mujeres a la participación
política y a la libertad de trabajo, en escenarios donde las
condiciones fácticas han limitado su presencia igualitaria.
Se trata, pues, de impedir que las diferencias tal como las he
descrito
antes,
terminen
provocando
desigualdad
o
discriminación.
La consagración constitucional de paridad entre hombres y
mujeres en la postulación a candidaturas al exigir lo que
debiera naturalmente ocurrir, dada la proporción de hombres
y mujeres en el mundo, se convierte en una cláusula de
igualdad material que responde razonablemente a las
diferencias de género que han sido creadas por el orden
social, pues pretende remediar las circunstancias que han
confinado a las mujeres al ámbito de lo privado y que han
colocado a los hombres a la cabeza del ámbito público o que
han privilegiado su acceso al ámbito de la toma de
decisiones.
Cuando se dice que han privilegiado su acceso, no se trata
de dudar de las capacidades, aptitudes y buena voluntad de
los hombres que participan en la política, sino que se hace
referencia a cómo la cultura y el diseño institucional han
hecho del ámbito público su esfera natural de pertenencia a
partir de la división sexual del trabajo: lo que le toca hacer a
las mujeres, lo que le toca hacer a los hombres, por el hecho
de ser identificadas como tales y de ser identificados como
tales.
La exigencia de la paridad pretende, entonces, remediar esta
asignación arbitraria de roles, tareas y poder que ha
determinado el inacceso histórico de las mujeres no sólo a la
arena de la decisión política, sino a los recursos y las
oportunidades en todas las esferas de la vida social.
La paridad pareciera tener como sujetos obligados a los
partidos políticos y así es, en primera instancia, pero está
destinada a modificar los entendimientos sociales sobre quién
debe participar en política y sobre quién debe tomar las
decisiones, sobre cómo se construye la democracia más allá
de la emisión y el conteo de sufragios, sino como un régimen
político basado en la igualdad de derechos y en el contenido
ético de las decisiones públicas.
2. La paridad, el pluralismo igualitario y la democracia
representativa
Ahora, abordaré cómo la paridad contribuye a la construcción
de la democracia representativa, en su aspecto formal y
sustancial.
En primer lugar, conviene recordar que la concepción de la
democracia moderna tiene como principal característica el
pluralismo igualitario.
Es decir, el reconocimiento de una pluralidad de puntos de
vista, de formas diferentes de vivir, de pensar y de actuar en
el que ninguno de ellos puede ser calificado jerárquicamente
como mejor o peor.
Es decir, en la democracia moderna todas las formas de
relacionarse y de vivir son válidas y valiosas. Por ello, es el
reconocimiento de un pluralismo en un marco de igualdad.
Todos estos puntos de vista, aspiraciones, identidades,
diferencias y preocupaciones, así como las personas que las
sustentan, debieran participar en la deliberación pública
cuando es necesario ponerse de acuerdo para resolver
problemas comunes, y debieran participar en la toma de
decisiones que las afectarán.
Históricamente, han existido grupos que están ausentes de
esta deliberación o cuyos intereses y preocupaciones son
pertinazmente ignorados o postergados. Es decir, grupos que
no acceden a lo que la teórica Nancy Fraser llama
representación, lo cual es para ella una de las formas
perennes de injusticia que profundiza la opresión de estos
colectivos.
Bien mirado, esto es puro sentido común: si yo no participo
en la toma de decisiones que me afectan, alguien las está
tomando por mí y me las está imponiendo; está estableciendo
un dominio sobre mí, me está oprimiendo.
Esto ha ocurrido en nuestra sociedad como una conducta
sistemática en perjuicio de ciertos colectivos como las
mujeres, los pueblos y personas indígenas, las personas con
discapacidad y las personas migrantes.
Esta conducta sistemática de opresión ya se ha normalizado
en nuestras instituciones, se expresa en nuestra cultura, y ya
no es culpa de nadie (no es una conspiración deliberada),
pero su remedio sí es responsabilidad de todos y todas,
incluidos los partidos políticos como entidades de interés
público y sometidas al modelo democrático representativo.
Puesto de lo que se trata es que las personas y sus intereses
comparezcan a la deliberación pública, la representación
puede tener dos expresiones: la representación descriptiva y
la representación simbólica.
La representación descriptiva, que garantiza la paridad tal
como está exigida, se corresponde con los cuerpos de las
personas: son las mujeres en su diversidad, en sus
identidades múltiples las que tienen que venir a presentarse
en la arena pública.
La representación sustantiva se corresponde con los
intereses, preocupaciones y aspiraciones de un grupo, está
asociada con sus demandas de justicia.
La representación sustantiva podría, entonces, implicar que
no sólo las mujeres pueden presentar sus intereses y
preocupaciones en la arena pública, sino que pueden llegar a
tener voceros comprometidos en los varones u otros
colectivos.
La representación sustantiva sustenta la exigencia de que
todos los partidos impulsen y propongan agendas de género
en sus plataformas políticas.
Sin embargo, quedaría muy cuesta arriba decidir esta agenda
sin escuchar las voces de las mujeres; esto es, las más de las
veces la representación descriptiva y sustantiva concurren.
Así, existe evidencia de que la presencia de las mujeres en
los ámbitos del poder público provoca, por lo general, un
avance en las leyes y políticas públicas que promueven la
vigencia de los derechos de las mujeres.
Sin pretender esencializar a las mujeres o decir que todas
somos iguales, o todas somos de determinada y específica
manera y nos inclinamos por las mismas cosas y miramos la
realidad de manera idéntica, como si hubiera una única forma
de ser mujer, lo cierto es que puede reconocerse que existe
entre nosotras una experiencia común de discriminación y
exclusión que eventualmente determina nuestra aproximación
a los problemas públicos y a la realidad.
Por otro lado, es también verdad que esta experiencia común
adquiere matices específicos y más o menos graves
dependiendo de otros factores que concurren en los muy
diversos escenarios individuales, culturales, sociales, políticos
o económicos que enfrentamos.
¿Cómo fortalece la paridad estas dimensiones de la
representación?
La paridad propone un régimen democrático lo más
representativo posible. Esta premisa no está solo fundada en
el cumplimiento de un requerimiento porcentual, basado en
una incidencia demográfica, sino en que se asegura que una
visión que ha estado ausente de la escena política
comparezca y aparezca en ella. .
Es decir, la paridad no se convierte en representativa porque
el 50% de la población sean mujeres, sino se justifica en un
hecho estructural: la jerarquización por razón de sexo-género
que tiene como una de sus expresiones la división sexual del
trabajo.
Esta división sexual del trabajo ha excluido a las mujeres, por
cuanto personas, de la participación en el espacio público y
con ello ha suprimido su visión, intereses, aspiraciones de los
espacios donde se toman las decisiones que les afectan.
Por tanto, la paridad remedia, un defecto estructural del
diseño democrático: ¿cómo puede hablarse de un sistema
que representa si éste se ha construido y se perpetúa a partir
de la presencia y visión de un colectivo hegemónico, a partir
de un modelo específico de persona actuante en el ámbito
público?
Este remedio, a partir de la exigencia concreta de que las
mujeres aparezcan en la escena política en una proporción
similar a la que son en la población, no sólo tiene el efecto de
hacer presentes a las mujeres para escuchar sus voces en la
deliberación pública a través de sus cuerpos, sino que tiene el
potente efecto simbólico de diversificar al sujeto actuante en
el ámbito público, al sujeto político, al sujeto que toma las
decisiones, y cuestiona, en resumen, su construcción a partir
de un solo modelo.
A partir de esta diversificación, el sujeto público no es
forzosamente un varón; el sujeto público no es forzosamente
alguien ajeno a las tareas de cuidado; el sujeto público no es
forzosamente alguien tradicionalmente asociado a la vida
productiva.
Esta diversificación del sujeto público, del sujeto que toma
decisiones, puede impactar positivamente la inclusión de
otros colectivos que han padecido exclusiones similares y que
seccionan, incluso, los colectivos de hombres y mujeres.
La paridad no es asimilación; la paridad debe ser reflejo de la
riqueza de nuestra diversidad. En este sentido, la exigencia
de paridad entre los géneros no riñe con la instauración de
cuotas a favor de otros colectivos.
Ahora bien, no basta apostar por la paridad en la norma. La
paridad, como propuesta de eliminación de las barreras que
han impedido que las mujeres participen en el ámbito público,
debe tener un correlato democratizador de la vida privada y la
puesta en práctica de modificaciones estructurales para
facilitar el ingreso de las mujeres al ámbito público.
3. Las modificaciones estructurales necesarias para
hacer realidad la paridad
Por último, me referiré a los esfuerzos de modificación
estructural que deben ponerse en práctica para hacer de la
paridad una realidad.
En primer término, es necesario, como decía, llevar a cabo un
esfuerzo constante por la democratización de la vida privada,
por la incorporación de los hombres, en condiciones de
igualdad, a las tareas que conforman este ámbito necesario
para la vida.
Las
leyes,
las
políticas
públicas,
las
instituciones
y
organizaciones públicas o privadas deben fomentar un
modelo de corresponsabilidad entre las parejas, las familias y
el Estado en las labores del hogar y las tareas de cuidado.
Debemos, como sociedad, plantearnos y discutir seriamente
cómo enfrentaremos y satisfaremos el derecho de niños,
niñas, adolescentes, personas adultas mayores y personas
enfermas a ser cuidadas en pleno respeto a su dignidad.
En segundo lugar, los distintos actores políticos, incluidos los
partidos políticos y las autoridades electorales, deben
propiciar un ambiente de igualdad de oportunidades de las
mujeres para contender en las elecciones y obtener los
puestos en disputa tales como garantizar que reciban
entrenamiento, que desarrollen sus capacidades de liderazgo,
que sus campañas sean adecuadamente financiadas, y que
los medios de comunicación fomenten una visión no
estereotípica de sus capacidades de liderazgo. .
Así mismo, es preciso modificar las formas, lugares y horarios
de hacer política y llevar a cabo negociaciones y acuerdos en
lugares distintos a los tradicionales.
Debe existir inversión económica para hacer de los recintos
parlamentarios espacios género-amigables, incluidas las
instalaciones necesarias para el cuidado.
Para cerrar, les comparto lo conmovedor que me resultó esta
fotografía de una italiana sentada en el Parlamente europeo.
Una imagen habla más que mil palabras.
Muchas gracias.
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