Hoy he vuelto a ver a Bongha - Amor de Dios

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Hoy he vuelto a ver a Bongha,
Me sonrió como hace siempre, esa sonrisa que sólo afecta a su boca,
porque el resto de su cara permanece inalterable. Yo le di los cincuenta
céntimos necesarios para el desbloqueo del carro del supermercado.
Bongha es muy alto, está delgado y sus dientes algo amarillos, al igual que
sus pequeños ojos. Sus manos están llenas de marcas, cicatrices que las
recorren en todas direcciones. Su ropa está limpia y no parece vieja,
aunque no va conjuntado y bien por grande bien por pequeña, ninguna
prenda es de su justa talla.
Le he preguntado cómo estaba y me ha respondido que bien. Siempre
acaba las frases con la palabra amigo: “bien, amigo”. Yo sé que no, sé que
su familia está aún en el Congo, sé que se siente solo, que le duelen las
piernas de estar diez horas ahí, de pie, sin moverse de la misma baldosa.
En sus manos y metida en una bolsa gastada, lleva un periódico que ofrece
a todo el que pasa por su lado, sin lograr que nadie lo compre aunque bien
es verdad que somos varios los que le damos alguna moneda e incluso
algo de comida que bien agradece este pobre.
Él no soñó nunca una vida tan miserable. Pensó que en pocos meses
podría mandar el dinero suficiente a su mujer y a sus hijos para que
pudiesen reunirse con él.
Bongha habla tres idiomas, pero no español, dice palabras sueltas y
cuando se atasca te mira a los ojos. Esos ojos te sacuden al verlos. Te
hacen sentirte mal, alguien le ha hecho mucho daño, está cansado, sólo y
sin esperanza.
De camino a casa he imaginado un mundo al revés, donde era yo el que no
podía hablar al no saber lingala ni kituba. Caminaba perdido por
Brazzaville, y no tenía dinero, ni amigos, ni nada.
Tragué saliva, gracias a Dios que no era más que un pensamiento, que
todo pasó en un instante.
He leído cosas sobre el Congo que hacen llorar a cualquier ser humano,
cosas como que las niñas no van al colegio porque tienen que traer agua a
sus casas, y que a menudo son víctimas de agresiones en esos largos
trayectos. Un país, que a pesar de tener petróleo, es pobre y que la
esperanza de vida de sus habitantes no supera los cincuenta años.
Bongha es un superviviente, un valiente que no se ha resignado, un
guerrero que hoy viste ropa prestada pero que proviene del pueblo
bantúe, un hombre que merece lo que todos los hombres… una vida
digna.
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