Enriqueta Sesmero Cutanda Clases populares y carlismo en Bizkaia 1850-1872 Universidad de Deusto • • • • • • • • Clases populares y carlismo en Bizkaia 1850-1872 Enriqueta Sesmero Cutanda Clases populares y carlismo en Bizkaia 1850-1872 2000 Universidad de Deusto Bilbao Serie Historia, vol. 15 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Ilustración de la portada: Anónimo, Marquina. Familia de labradores. Fotografía coloreada de inicios del s. XIX. Archivo Foral de Bizkaia, sección Varios, fondo Fotografía, C-49 Publicación impresa en papel ecológico © Universidad de Deusto Apartado 1 - 48080 Bilbao ISBN: 978-84-9830-868-6 Trabajen todos, aunque el oro sobre, cual rico el rico y como pobre el pobre. Lema de la escuela elemental de Llodio (Alava), fundada por don Estanislao de Urquijo, primer marqués de su apellido, a comienzos del Sexenio. Citado en MAÑÉ Y FLAQUER, Juan: Viaje por Vizcaya al final de su etapa foral. Reedición del tomo III de «El Oasis. Viaje al País de los Fueros», dedicado al Señorío de Vizcaya (1876), Bilbao: Biblioteca Vascongada Villar, 1967, página 61. El respeto á la autoridad, la veneracion al sacerdote, la sumision á las leyes y la ciega obediencia á todas las manifestaciones del poder, juntamente con el amor al trabajo, son dotes que generalmente resaltan en los hijos de esta noble tierra. José Joaquín de Ereñozaga, maestro elemental de Gatica (1875). Archivo Foral de Bizkaia, sección Administrativa, Archivo de Gernika, sección Instrucción Primaria, registro 10, legajo 10, expediente 10. 7 Indice Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Capítulo I. Las zozobras del campesinado a comienzos del Sexenio Revolucionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Campo y carlismo: ideas de partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El rudo final de los años sesenta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 23 Irregularidades en el cielo… y en el suelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Precios agrarios, exportación harinera y especulación . . . . . . . . . . . Otros cultivos de mercado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 34 48 Los deberes del colonato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 La tierra, una inversión aún atractiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ventajas y contrapartidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los pulsos por la explotación de montes y pastos. . . . . . . . . . . . . . . Las pesadas «pequeñas» cargas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuando la renta no se entregaba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 57 64 66 70 El endeudamiento campesino de preguerra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72 Una moneda contada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Figuras crediticias y crisis agraria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los intentos de frenar la desposesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72 74 86 Capítulo II. Transformaciones cruciales en el sector primario no agrícola. . 95 La explotación pecuaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 Ganadería vacuna y usura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96 Seguros modernos y hermandades tradicionales . . . . . . . . . . . . . . . 108 Entre el ganado también hay clases . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112 9 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 La reestructuración de la minería vizcaína . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126 En busca de hierro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126 La minería no férrica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142 Los brazos explotados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144 Los trabajadores de la mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148 Condiciones generales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149 Capitalismo industrial conservero y pesca artesanal. . . . . . . . . . . . . 151 Dirigentes carlistas en villas pesqueras: Bermeo y Lequeitio. . . . . . 164 Capítulo III. Artesanado metalúrgico, proletarización y carlismo . . . . . . . . 175 Dos trazos sobre el artesanado vizcaíno hacia 1868 . . . . . . . . . . . . . . . . . 175 Una problemática localización socioprofesional . . . . . . . . . . . . . . . 176 Las estrecheces menestrales en puertas del Sexenio. . . . . . . . . . . . . 179 Al albur de la demanda: las fraguas independientes . . . . . . . . . . . . . . . . . 186 La herrería rural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186 Las fraguas bilbotarras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188 El hundimiento de la herrajería arratiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192 La difícil adaptación a las variaciones estructurales . . . . . . . . . . . . . 193 Caída definitiva por el declive coyuntural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213 Altibajos en las fundiciones del área de Bilbao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228 Los tempranos años 60: una irregular situación . . . . . . . . . . . . . . . . 228 Los primeros 70: la quiebra de la «Zarraoa» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231 La amenaza fabril en otras metalurgias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240 Ermua: armeros en armas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240 Valmaseda: calderas vacías. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244 10 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 Introducción A diferencia de los movimientos absolutistas del primer tercio del siglo XIX y de la contienda de 1833-39, la Segunda Guerra Carlista —Tercera en puridad, pero que denominaremos así siguiendo la clasificación de los archivos vascos— apenas ha sido objeto de investigaciones recientes. La Primera culminaba la larga serie de enfrentamientos con que se inauguró la Edad Contemporánea en el Señorío de Vizcaya1; su traumático contexto de liquidación del Antiguo Régimen centró tempranamente, con razón, la atención de los historiadores. Cambio no menos espectacular, la minería capitalista y la industrialización invitaban a observar las variaciones en el Bajo Ibaizábal durante la Restauración y no el aparentemente tranquilo «régimen foral» isabelino, del que no se sabía gran cosa cuando comenzamos nuestra investigación con una beca del Plan de Formación del Personal Investigador del Ministerio de Educación y Ciencia, hace quince años. El cuatrienio 1872-76 parecía un paréntesis de freno del desarrollo al que se podían aplicar sólo varias de las sugerentes conclusiones de Julio Aróstegui sobre los tradicionalistas de Alava2. Nuestra documentación contribuía a restarle atractivo: diezmada y dispersa, es pobre en comparación con la de la anterior Carlistada, en buena medida porque muchos sublevados habían tenido experiencia personal 1 Y no «provincia», título incompatible con el uso foral. Por fidelidad a las fuentes, que marginaban el euskera, los nombres figurarán en castellano, pues no nos satisface adoptar los topónimos actuales y no modificar los antropónimos, sobre cuyas formas de uso popular, además, no hay seguridad. 2 En El carlismo alavés y la guerra civil de 1870-76, Vitoria: Diputación Foral de Alava, 1970. 11 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 o familiar en ésta y sabían que lo escrito hoy puede ser útil mañana a los represores. Por eso nos propusimos al principio realizar un estudio polemológico del enfrentamiento, en sus fases guerrillera y militar organizada, y politológico, sobre el funcionamiento de las instituciones dirigidas por los tradicionalistas. El resultado está ausente de estas páginas, pero constituye sus cimientos. Entenderlos exigía conocer a los protagonistas, esto es, asociar a sus nombres y apellidos como mínimo la vecindad y una profesión. Para ello seguimos dos metodologías complementarias, a menudo coincidentes. Teniendo en cuenta la inicial estrategia carlista de copar los entes administrativos, comenzamos por sus fuentes. Las modificaciones de los años 40 del XIX respetaron el nivel superior del gobierno señorial: la Junta General, que mantenía la representación por apoderados de entidades locales; el Regimiento General que aquella elegía y la Diputación como ejecutivo permanente. A falta de investigaciones detalladas, se diría que la introducción del sufragio censitario por el liberalismo conservador apenas modificó las correlaciones de fuerza en los ayuntamientos. Por ende, una combinación de sus datos con los recuentos nominales de población y los protocolos notariales nos permitió esbozar el retrato socioeconómico de los promotores de los alzamientos y de quienes los apoyaban sin ambages en urbes y aldeas. A la par se perfiló la relevancia de los dirigentes intermedios capaces de conectar los ámbitos altoburgués y popular, como mostraremos a su tiempo. En paralelo cribamos las nóminas de militares de baja o nula graduación. Su validez es reducida, por tres motivos. La represión fue selectiva porque las autoridades, imbuidas del clientelismo social, procuraban cercenar la cabeza de los alzamientos para que sus brazos quedaran inertes. Los encargados de denunciar eran los alcaldes, adictos al gobierno central o simplemente no tradicionalistas. En bastantes casos optaron por citar a decenas de convecinos, táctica fuenteovejuna que invalidaba de hecho las acusaciones; en otros, el rápido ofrecimiento estatal de amnistías los disuadió de colaborar por temor a los poderosos del pueblo, que enseguida iban a volver a sus hogares e incluso a sus cargos públicos. Así, en Baracaldo, anteiglesia (leamos municipio sujeto a la ley foral) con actividades extractivas y portuarias ligadas al hierro desde antiguo y con modernas instalaciones siderúrgicas, hallamos sólo a un hombre no dedicado al agro —un cordelero— sobre 33 delatados, no sabemos si por retracción de los obreros o para evitar que sufriesen represalias laborales, nada infrecuentes en las factorías pero inusitadas en el campo; y no hay rastro de Gustavo de Cobreros, uno de los mentores de la sublevación de 1872 y de la reor12 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 ganización del partido en los años 803. Por último, las autoridades gubernamentales eran conscientes de que antes que Dios o el Rey capitaneaba a bastantes «facciosos» la miseria. Sin poder evitar la burguesa identificación de pobreza con incultura, el cónsul en Bayona aseguraba que «solamente los que tienen la humilde condición de soldados van [ya] a las filas; porque facilmente se seduce al ignorante, maxime si en estacion rigorosa anda andrajoso y se encuentra con hambre»4. Las listas de «voluntarios» rasos (muy a menudo forzosos) que desertaban nos proporcionaron mejores resultados que los centenares de instancias ante la Diputación «a Guerra», cuyas motivaciones pecuniarias —conseguir raciones o exenciones— nos las invalidaban. Ordenamos por municipios a quienes restaban e intentamos localizarlos en los padrones, sin recurrir a los registros notariales porque quien muy poco tenía poco o nada protocolizaba. Reunimos así una muestra de 745 personas con seguridad adictas a la Santa Causa, como ellas mismas decían. La forman en su inmensa mayoría hombres, debido al sexismo de la práctica política institucionalizada y, en general, de las fuentes del Ochocientos. La resumiremos en dos palabras. Casi el 36% vivía del campo, mientras que los núcleos urbanos proporcionaron la inmensa mayoría de los profesionales liberales (8,4% de la muestra), comerciantes (6%) y empleados de la Administración (5,5%). Una correlación similar con la composición socioprofesional local se observa en los mundillos del metal (7,8%) y de la mar (5,5%), sometidos a intensas transformaciones. En cambio, la representación de la construcción (5,9%) y del restante artesanado (7,25%) no respondía tanto a la inestabilidad económica como al reclutamiento de personajes relativamente bien situados, capaces de movilizar un buen número de colegas y dependientes. A modo de ejemplo, pasemos revista al grupo de Amorebieta, de 108 miembros5. Una tercera parte de los adultos y el 86% de los padres de menores enrolados (de 24 o menos años de edad) se dedicaban al agro, con dos tercios de colonos y algún jornalero agrícola; en el 13% de estos últimos caseríos era cabeza de familia la madre por viudedad y 3 Archivo Foral de Bizkaia [A.F.B.], sección Administrativa [A.], Archivo de Guernica [A.G.], Diputación a Guerra [D.Gª], reg. 90; id., Segunda Guerra Carlista [II Gª C.], reg. 14, leg. 140, n.º 9; Archivo Municipal de [A.M.] Barakaldo, sección Barakaldo [B.], caja [cj.] 76, leg. A, n.º 7; y cj. 41, leg. A, n.º 1. 4 Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, leg. H-2459, 6.XII.1875. 5 A.M.Amorebieta-Etxano, sección Amorebieta, papeles de la Segunda Guerra Carlista, s/c, y sección Fomento, padrón de 1860; y A.F.B., A., A.G., II Gª C., reg. 4, leg. 41; reg. 10, leg. 100; y reg. 15, leg. 152. 13 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 en otro por presumible emigración del esposo, señal de estrechez. Un cuarto de los alistados emancipados restantes trabajaba en la construcción; los acompañaban dos abogados, otros tantos curas, sirvientes no agrarios y zapateros; un alfarero, un peón caminero y un pobre casado y con prole. Entre los padres, un maestro de obras, un ebanista y un cantero-aparejador (sobre 10 del sector en la lista), el enterrador, un latonero, cuatro hosteleros y una pobre. Hallamos, de un lado, a cualificados interesados en impulsar el crecimiento económico sin alterar las prerrogativas fiscales o el Derecho forales; de otro, un contingente en situación insegura, impelido por la depresión que acompañó al Sexenio Revolucionario y/o por el cierre de facto de la representación municipal en favor de los pudientes desde comienzos del XIX hasta las elecciones de 1869. El siguiente paso consistía en explicar el comportamiento de nuestros antepasados. Las actas de ayuntamientos nos revelaron una terrible crisis agrícola, cuyos mecanismos componen el eje de nuestro capítulo I. En ciertos lugares descollaban unos segmentos laborales no rurales de tal manera, que decidimos investigarlos con detalle; en los capítulos II y III se verá por qué. Revisamos a fondo los expedientes judiciales que han llegado hasta nosotros, 220 registros de escrituras públicas y otros fondos de menor volumen o relevancia; y retrotrajimos el límite cronológico de la búsqueda hasta 1850 aproximadamente, en que las consecuencias de la I Guerra Carlista pueden darse por superadas. Nos permitió tejer tal cúmulo de informaciones el concepto de comunidad, entidad de convivencia sobre un territorio concreto, con explotación común de recursos y personalidad, instituciones y derecho propios. La red cotidiana de relaciones a ese nivel, entendida como un espacio dinámico donde negociar, admitir o contestar el dominio y la subordinación, distaba mucho de la de un partido, pero podía llegar a ser muy operativa en los momentos de gran tensión. Además, en las sociedades de la Edad Moderna un mismo hogar estaba sometido a jurisdicciones distintas y a lazos no siempre tipificados oficialmente. Esta situación perduraba casi intacta en nuestro período. El herrajero ubidearra proletarizado por la competencia fabril, al que la ley ya no reconocía ni el estatus ni el prestigio del maestro en su gremio, era a su vez feligrés de una parroquia condenada a la degradación como aneja; miembro de un municipio al que el Gobierno Civil presionaba para controlar el cumplimiento de un presupuesto, frente a las escasas partidas fijas y el recurso a derramas según criterios consensuados en la localidad; cabeza de un hogar que se concebía orgánico, con pautas de supervivencia guiadas por miras de linaje, frente al individualismo burgués; hombre de honor, conocido por sus hechos y apreciado por su pa14 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 labra, valorada muy por encima de la identificación por cédulas personales y registros poblacionales que el Estado imponía; y posesor de derechos de uso de espacios en que lo público y lo privado se yuxtaponían, confundían o no se diferenciaban, del monte comunal a la sepultura eclesial. Con modificaciones, esto sucedía entre la inmensa mayoría del campesinado y de otros colectivos que indicaremos. Nuestro personaje era asimismo sujeto fiscal acostumbrado a cargas por tramos sobre la riqueza inmueble, que recaían —siquiera en teoría— en un tercio sobre los inquilinos, con fiera resistencia contra las imposiciones directas sobre el patrimonio global; y comprador que admitía las sisas sobre alcoholes, carne vacuna y abacería para librar de tasas a los mantenimientos básicos; en ambos casos, con muy alto porcentaje de reversión a la caja concejil. Quizá era padre de un mozo en edad de acudir a filas, con probable destino al letal frente cubano si se permitiesen las quintas. Con todas sus salvedades —servicios a la corona, etc.—, las exenciones fiscal y de sangre constituían una ventaja frente a las desigualdades del impuesto sobre consumos y las levas en las provincias carentes de normativa particular; las autoridades forales colaboraban en costear sustitutos para el ejército y eran muy poco injerentes en las decisiones distributivas de los municipios mientras se les aportase el monto convenido. Por fin, si un revés de fortuna dejara a nuestro artesano en la indigencia, tendría ayudas honrosas hasta salir del bache, sin la tacha de vagancia o incapacidad que caía sobre quienes se acogían a la nueva beneficencia burguesa. Esa compleja organización constituía el Fuero: no el código escrito ni las lucubraciones ideológicas, sino la práctica en que se había sido educado y en que se educaba. Hábilmente, los notables carlistas identificarían su eliminación con el liberalismo. Los resultados de esas reflexiones fueron recogidos en la primera parte de La gestación de la Segunda Guerra Carlista en Vizcaya (ca. 1850-1870): transformaciones económicas y conflicto social, tesis doctoral leída en la Universidad de Deusto en 1998, que para esta edición ha sido revisada y aligerada al máximo de aparato crítico y citas bibliográficas a fin de resaltar el discurso explicativo6. Quisiera agradecer a los doctores Pere Anguera Nolla, Rafael María Mieza Mieg, María Cruz Mina Apat, Angel Ormaechea Hernaiz y Rafael Serrano García sus observaciones y sugerencias, que he intentado incorporar a esta versión. Este libro es suyo; del doctor Javier del Real Cuesta, crítico 6 Existe edición íntegra en microficha (Bilbao: Universidad de Deusto [Tesis Doctorales, 419], 1999). 15 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 acertado y paciente director de tesis; de todos quienes me atendieron, ayudaron o enseñaron en los centros culturales que visité para redactarlo, o fuera de ellos, comenzando por mi padre Francisco; de Javier Enríquez, mi mejor colega, mi compañero; del resto de mi familia y de todos aquellos a quienes he robado presente para sumergirme en el pasado, con la intención de entenderlo para aprender a construir un futuro menos injusto y más libre. 16 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 Capítulo I Las zozobras del campesinado a comienzos del Sexenio Revolucionario Campo y carlismo: ideas de partida Es un tópico historiográfico, tan manido como cierto, que el grueso de la carne de cañón carlista en la contienda de 1872-76 estaba compuesto por labradores1. El Señorío de Vizcaya no fue la excepción. Deseando matizar, los investigadores hemos apuntado como motivos, aparte de la preponderancia demográfica, desde su alienación a cargo de las élites dominantes a la recluta forzosa, la búsqueda de salario o de independencia con respecto a las rígidas estrategias familiares de empleo y matrimonio, y hasta el espíritu de aventura. Incluso nos hemos planteado que algunos avispados —o míseros— exaccionaban sobre el terreno para mantenerse con más facilidad que en sus hogares, si es que era cómodo seguir el ritmo de la guerrilla. Las autoridades gubernamentales negaron siempre legitimidad a las que llamaban «partidas de malhechores», pero porque reconocerles beligerancia habría sido justificar mínimamente sus actos. En julio de 1872, antes de la siega, cuando los ahorros en los caseríos estaban exhaustos tras casi un quinquenio de sequía, un testigo, campesino colono, hablaría de «unos tunos que quieren comer bien sin trabajar y con pretesto de Carlos 7.º y la Reli1 Mantendremos las definiciones socioprofesionales de la época. Las personas citadas sin indicación de oficio se sobreentienden «labradoras», es decir, campesinas con dedicación primordial agropecuaria. Explicitaremos si eran propietarias de su finca. «Casera/o», o «baserritarra» para ambos géneros, señalará al dueño de al menos un caserío completo (casa, «casería» o terrenos, y sus derechos inherentes), con independencia de la capacidad de éste para mantener regularmente una unidad familiar. 17 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 gion»; un trimestre después, de «guerra de ladrones»2. Sin embargo, es indudable que los hombres del agro de Vizcaya —y sus mujeres, aunque los documentos las ignoren—, acomodados o modestos, aceptaron casi en bloque la administración local y señorial «a guerra» siquiera hasta fines de 1874, en que comenzaron los reveses militares; y que los gobernantes liberales eran conscientes de los fundamentos socioeconómicos de ese alineamiento. La presencia de veteranos de la Primera Carlistada en la Segunda, o de sus descendientes directos, ha llevado a presuponer una cierta beligerancia latente en las masas rurales vascas. Esa interpretación es heredera de un prejuicio muy extendido por la Europa continental decimonónica: la del labriego primitivo en cultura y, por ende, manipulable y violento. Resulta útil para comprender la rapidez y extensión de los alzamientos, pero no se sostiene. ¿Por qué no hubo revueltas generalizadas en el durísimo Bienio Progresista? Porque los terratenientes conservadores prefirieron la negociación política, se dirá. ¿Es que las clases subalternas carecían de juicio propio? Oigamos al jefe de una de esas partidas paramilitares cuya movilidad, siempre arriesgada, sólo era posible gracias al prestigio personal de su «cabecilla» en la localidad o comarca donde la había reclutado; en este caso, el baracaldés Mateo de Emaldi. En junio de 1872 justificaba su retraso en acogerse al Convenio de Amorebieta «en virtud de persecucion agresiva de la gente que tenia a su mando», sin duda decepcionada porque se le hubiese hecho correr riesgo de prisión o muerte para que la sublevación terminara en tablas con un pacto entre notables3. Corrobora nuestra impresión la incapacidad de actuación de que se quejaban los mandos castrenses del Pretendiente y, más significativamente, ciertos alcaldes ya prepotentes antes de estallar las hostilidades, en cuanto sus convecinos les negaban apoyo. Segunda explicación habitual: el adoctrinamiento, público y de confesonario, por el clero. De creer al liberal bilbaíno Mariano de Echeverría, «el aldeano de Vizcaya, que es un lince en […] la contratacion, nunca se ha ocupado de discurrir acerca de las formas y procedimientos de gobierno […], si se trata de interesarle en conversaciones de un interés notoriamente político, enmudece por completo ó dice simplemente que es carlista», por haber oído del cura que liberalismo equivale a «hereges [… y] cuadrillas de bandoleros»4. Es una correlación demasiado 2 Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia [A.H.E.B.], sección Papeles Varios [P.V.], parroquia Abadiano-Santos Antonios (45008), ítem 291, 15.VII y 24.X.1872. 3 A.M.Barakaldo, B., reg. 62, leg. A, n.º 13. 4 Bilbao ante el bloqueo y bombardeo de 1873-74, Bilbao: Imprenta de J. F. Mayor, 1874, p. 13-14. 18 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 mecanicista. A diferencia de la burguesa, la política campesina no se discutía en tertulias, no se articulaba en manifiestos: se vivía. Un solo ejemplo. En 1863, en el contexto de las pugnas entre grey y sacerdotes por la financiación de los gastos parroquiales reflexionaba así en voz alta el representante de Soscaño, una de las aldeas de Carranza: «¿Es posible que los señores curas conceptuen a todos sus feligreses tan ignorantes, que no haya uno solo entre ellos que sepa que el concejo no es libre para, despues del fallecimiento de los actuales poder contratar curas, como se contrata un criado de servicio?»5. Sin expresarse de esa manera, las actuaciones de bastantes ediles del Señorío nos dan a entender que no hemos citado un caso aislado. La consciencia de nuestros campesinos sobre los problemas —y las personas— que los oprimían era más certera de lo que solemos admitir. El brigadier liberal bilbaíno Ramón de Salazar y Mazarredo denunciaba en 1874 el «saqueo y quema […] de su casa de campo [… en la políticamente conflictiva Deusto, en que] cometieron el atentado de robar y quemar los muebles y efectos que habia en dicha casa, [… y] el mucho mayor y jamás visto de quemar los títulos de propiedad, escrituras antiguas, partidas de casamiento y otros documentos que tenía en su archivo»6. El creso propietario no sabía, o no quería saber, que semejante comportamiento había sido característico de las revueltas europeas no urbanas durante el Antiguo Régimen, período en el que, dicho sea de paso, los linajes de que procedía habían amasado una colosal fortuna. Si hemos de reducir la incidencia de la manipulación por los pudientes, tendremos que revisar también si los testimonios de época, y los estudiosos después, hemos preguntado a los sectores populares por su reinterpretación de las ideologías, que partía de esquemas de funcionamiento y valores distintos de los que los publicistas pusieron por escrito; e interrogarnos sobre las causas objetivas de su descontento. Esto es: cuáles de sus preocupaciones supieron vehicular los organizadores del movimiento carlista, y por qué fueron éstos acogidos con simpatía, o como mal menor. La propia Diputación liberal admitiría el enorme peso de una de aquéllas: la falta de expectativas laborales. Su circular del 22 de marzo de 1873 garantizaba cuatro reales diarios al mozo apto para las armas que se refugiase en una plaza guarnecida por tropas gubernamentales y 5 A.F.B., A., A.G., Culto y Clero [C.Clº], reg. 43, leg. 4 (cursiva nuestra). Archivo Histórico Provincial de Bizkaia [A.H.P.B.], sección Protocolos Notariales [P.N.], notario Calixto de Ansuategui, leg. 6311, n.º 161, 20.VIII. 6 19 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 ocho al que se integrase en éstas, más ración al ir en columna, que se aseguraba no saldría del Señorío, respetando la norma foral; acabada la lucha, los que hubiesen servido de tal forma serían preferidos para los puestos de peón caminero y similares no cualificados dependientes de la institución señorial. Días después, el diputado Manuel María de Gortázar y el gobernador militar Toribio de Ansótegui, que autotradujo al euskera su amenaza de castigo implacable contra los alzados, se entrevistaron con los alcaldes vizcaínos. Intentaban que imbuyeran a sus convecinos de una oferta complementaria y más tentadora, en particular para quienes la hacían: un jornal mínimo de diez reales, como si se contratara a oficiales de la construcción, para quienes se emplearan en las explotaciones metalíferas y su infraestructura servidora7. Las actas de las reuniones, plagadas de loas forzadas, traslucen que los gestores de los nuevos sectores-punta deseaban comprar mano de obra en masa, so pretexto de protegerla contra las coerciones guerrilleras. La propuesta no iba descaminada: tres años después, recién estrenada la paz, serían numerosas las presentaciones a indulto de ex-soldados carlistas para dedicarse a la extracción de hierro. La alta burguesía mercantil y minera, por fin mayoritaria en las instituciones vizcaínas, necesitaba en 1873 estabilizar su traspaís rural para tranquilizar a los inversores extranjeros, invertir fuertes sumas en infraestructura ferroviaria y portuaria acorde a las exigencias macroeconómicas, revitalizar el comercio exterior y la redistribución y captación intraseñoriales de mercancías (entrada de azúcar, bacalao o lienzos finos; salida de hierro, harinas o castaña) y reforzar su posición frente a la radicalización del gobierno republicano. Institucionalizar las migraciones hacia los yacimientos de mena aceleraría un despegue que le auguraba una formidable rentabilidad. Pero se requería un señuelo para hacer preferibles nuestros montes de Triano a Argentina, Cuba y Uruguay, desde donde la repatriación de capitales solía cesar a la segunda generación: para los braceros, quizá las únicas ventajas de la minería sobre Ultramar fueran evitar un viaje azaroso y quedarse cerca de los parientes y sus redes de apoyo, aunque a una distancia astronómica del ambiente del caserío. Como veremos en el capítulo tercero, la participación de operarios en las partidas sublevadas en 1872 y 1873 indicaba que las movilizaciones carlistas eran una espita parcial del caldeamiento proletario, causado por unas pésimas circunstancias de mantenimiento y trabajo que Gortázar tuvo la astucia de callar. 7 A.M.Mallabia, l.º 4, 20.IV.1873. 20 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 La coyuntura adversa de 1868-72, que analizaremos enseguida, había destapado un problema secular de nuestro campo: le sobraban bocas. La bonanza de los años 60 impulsó la siempre alta natalidad, sobreelevada por la recuperación posterior al terrible cólera de 1855-56. Aumentó la longevidad, tal vez por mitigarse la desigualdad alimentaria intrafamiliar; y coadyuvó a los tímidos retrocesos en la mortalidad, gracias a mejoras en las condiciones de vida, con la nutrición a la cabeza, y a un mínimo de medidas higiénico-sanitarias públicas, como la erección de fuentes con cañerías de metal bien aisladas. Los poderosos tendían a acaparar los bienes más lucrativos (bosque, ganado mayor) sin arriesgar inversiones en el limitado cultivo, y en los pueblos se comprendía por qué. Acabada la mediocre recogida de frutos de 1872 —y la de mozos por los carlistas en el abril anterior—, los munícipes de Baquio, anteiglesia famosa por sus chacolíes pero de escaso terreno cerealícola y muy débil frente al endeudamiento, analizaban la «desgracia» que era para la localidad el chorro de jóvenes que singlaban hacia las Américas, y concluían: «Que haviendo obserbado que en el Valle de Baquio se ba aglomerando mas poblacion que la que su agricultura puede sostener acuerdan buscar el remedio á tan grave mal de modo existe [sic] que haviendo obtenido en estos ultimos años la industria de la pesca un gran desarrollo en esta costa tanto por la afluencia de pescado que particularmente á la concha y baya de Baquio ha venido como por las muchas fabricas de conserbas que se ha establecido puede esplotarse esta industria empleandose sus hijos en ella. Asi mismo el gran arenal y playa tan propia para baños puede producir muchos bienes ál pueblo»8. Felicitemos a los autores por su lucidez: la proletarización en las escabecherías modernas estaba sacando a flote a numerosas familias en la colindante Bermeo, modelo y competidora en esto; y con el tiempo el turismo se ha revelado como lenitivo del estancamiento bakiotarra. La oleada de salidas al extranjero después del alzamiento del 72, cuando apenas se había iniciado el remonte de la crisis, era una forma de resistencia pasiva por partida doble: a la militarización carlista, tras dos intentonas aplastadas con dureza, y a la ausencia de soluciones para las dificultades populares en los acuerdos que habían trabado los próceres de las dos parcialidades en liza. Prestemos atención durante un momento a las fechas. El golpe movido por la Diputación vizcaína en 1870 fue eminentemente político 8 A.F.B., sección Municipal [M.], A.M.Bakio, cj. 4, leg. 1 (acuerdos 1863-1896), 20.IX.1872. 21 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 porque se preveía su éxito inmediato, dado el control que los tradicionalistas habían conseguido sobre la administración municipal y el Regimiento General del Señorío; tuvo lugar a fines de agosto, entre las cosechas del trigo y las de manzana y vid, puntos álgidos del empleo de cultivadores. El de abril de 1872, que se pretendía fuese una movilización armada aplastante, se convocó una vez sembrado el maíz, fin de las labores intensivas del cultivo. La reorganización de partidas tras el Convenio de Amorebieta esperó a la caída del otoño de ese año, cuando los hombres volvían a encontrarse en paro estacional, ya plantado el cereal de invierno. Durante esos dos últimos períodos centenares de labradores buscaban un sueldo complementario: en el primero, para resistir hasta la monetarización de la cosecha veraniega; en el segundo, porque tras el pago de rentas y deudas, a inicios de noviembre, podían calcular grosso modo cuál sería el aporte monetario adecuado para concluir sin quebrantos el ciclo agrícola anual que por entonces había comenzado. Pero la terrible penuria agraria, que tanto lastró la marcha política del Sexenio, no es un argumento suficiente. Pese a que en varias parcelas de su cotidianeidad —crédito, comercialización, relaciones laborales…— los labradores topaban con «innovaciones que deterioraban sus condiciones de vida […,] no todas las transformaciones que se estaban operando tenían carácter antiforal»9. Esto fue evidente en la multiforme privatización de los derechos sobre los terrenos públicos, admitida por las autoridades vizcaínas mientras sus devengos no quedasen para el Estado. Por otro lado, si las escaseces frumentarias permitían una provechosa especulación, cabría esperar un posicionamiento de los cultivadores prósperos y los principales propietarios de caseríos a favor de la plena apertura comercial y, en definitiva, de los revolucionarios burgueses de 1868. No fue así. Las dificultades internas y exteriores (guerra de Cuba) elevaron los gastos estatales, impidiendo a los librecambistas ministros del Gobierno Provisional cumplir sus promesas de reducir una presión fiscal que amenazaba con caer sobre la zona exenta vasca. Las presiones contra el régimen foral desde Madrid y por el liberalismo local menos conservador amenazaban los usos que servían de freno contra una excesiva polarización socioeconómica, así como el derecho civil consuetudinario (donaciones, herencia única…), esenciales para mantener la sociedad labriega. La distinción entre un motín y la Segunda Carlistada radica en el socavamiento general de unos modos de vida 9 MINA APAT, María Cruz: Fueros y revolución liberal en Navarra, Madrid: Alianza, 1981, p. 227. 22 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 que los dirigentes tradicionalistas aseguraban ser los únicos dispuestos a defender. Analizarlo en profundidad habría sido objeto no de uno, sino de varios volúmenes. Como en éste no queríamos limitarnos a un solo segmento poblacional, nos decidimos a acotar. Puesto que la historiografía reciente ha demostrado la participación del agro del Norte peninsular en la economía capitalista de mercado, nos centraremos en la crisis con que se despidió el régimen de Isabel II y el profundísimo endeudamiento que originó. Para descubrir parte de sus raíces, nos preguntaremos por la producción y extracción de plusvalía de la tierra en alquiler. Dejaremos de lado las desamortizaciones, caballo de batalla que llevó a bastantes baserritarras a la guerra, al que hemos dedicado un artículo específico. Al inaugurarse el Sexenio, el descontento objetivo y el hambre no pocas veces se aliarían al temor de que las transformaciones legales y prácticas hundiesen la comunidad rural. En su defensa, encarnada en la vivencia de «lo foral» y no en un rey extraño, habrían salido de sus caseríos los «voluntarios de la Causa». El rudo final de los años sesenta A partir de 1866 la Naturaleza parecía ayudar a las fuerzas políticosociales que hacían tambalearse el trono de Isabel II. Una fortísima alteración climática comenzó a arrasar los cultivos, en particular de cereales, a lo largo de las tierras de secano de la Península Ibérica a causa de un tiempo atmosférico árido y, sobre todo, muy irregular. Obtener alimentos se volvió difícil para sus cultivadores y caro para las clases subalternas no productoras; unos y otras cayeron en las redes de los prestamistas y especuladores. Nefasta preparación para afrontar con calma el período legislativo y administrativo convulso que la revolución burguesa de Septiembre de 1868 iba a inaugurar. ¿Realmente eran imprescindibles las harinas en la dieta popular? Antonio de Trueba, pagado por una Diputación que recogía parte de los intereses de los exportadores de granos, lo negaba, sin conseguir aliñar el monótono potaje campesino: «comunmente se compone el almuerzo de leche ó sopa sazonada con torreznos y especias, la comida de un cocido abundante de legumbres y patatas con tocino y cecina, y la cena de leche, torreznos ó bacalao, sirviendo de postres castañas ó manzanas asadas»10. 10 Bosquejo de la organización social de Vizcaya, Bilbao: Juan E. Delmas, impresor del Señorío, 1870, p. 25. 23 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 Otras fuentes escritas y la investigación etnográfica de nuestro pasado reciente subrayan el elevado consumo de maíz, panificado o como talo (torta a la plancha) o gachas. «Maiz, pan, leche, legumbres, cerdo, etcetera», nos dice la «Información Parlamentaria» sobre la estructura y condiciones de trabajo en el Bermeo rural de 1872, sin duda por orden descendente de prelación en el consumo; en cambio, carne (vacuna, no porcina), vino y pescado predominarían en las dietas de los obreros industriales y artesanos, que la fuente consideraba urbanos11. Aunque las agostadas mazorcas recogidas entre 1868 y 1870 dieron poco trabajo a sus desgranadores, en la documentación el trigo es protagonista. En gran medida esto se debe a sus redactores, que reflejaban la ansiedad de los perceptores de rentas en especie, de los intermediarios en la exportación al por mayor y de los abastecedores de la población no rural, que hasta en las buhardillas modestas prefería los fotes blancos, aun de ínfima calidad, a la amarilla borona. Los labriegos apenas comían trigo porque lo destinaban a pagar la renta y las cargas municipales (curas, médicos y maestros cobraron en granos hasta mediados del siglo) y porque les dejaba ganancias en ese dinero que para ellos era difícil de obtener y retener. Parte de la Vizcaya rural, cuyas raciones normales hoy nos resultarían escasas, sufrió hambre, sobre todo allí donde los maizales rindieron mal, pues no había productos alternativos; la mayoría del campesinado se enfrentó a una intensísima desposesión relativa. De ambas vamos a tratar en las páginas que siguen. Irregularidades en el cielo… y en el suelo Guarda pan para mayo y leña para abril, que no sabes el tiempo que va a venir. Refrán nestosano12. En vísperas de la Revolución de 1868, uno de los antecedentes inmediatos de la guerra civil que nos ocupa, Vizcaya llevaba más de un año padeciendo una climatología desabrida: lluvias fuera de estación, tormentas que en minutos destrozaban una cosecha casi en sazón, temperaturas alteradas y, sobre todo, una terrible sequía. Puede resultarnos 11 A.M.Bermeo, armario 2, estante 2, cj. 14. Recogido por DÍAZ GARCÍA, Miguel Sabino: «Notas para un estudio etnográfico de la villa», en AA.VV.: Lanestosa, Bilbao: Diputación Foral de Bizkaia, 1987, 297-380, p. 354. 12 24 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 sorprendente que hace poco más de siglo y cuarto —una nadería en la Historia— esos fenómenos fuesen capaces de arruinar a nuestros tatarabuelos. ¿Realmente dependían tanto de las nubes los labriegos de entonces? Para averiguarlo vamos a pasear por sus campos. Desde la revolución agrícola inglesa del XVIII a la ingeniería genética, las investigaciones para modernizar la agricultura buscan responder en cantidad y calidad al crecimiento poblacional y reducir los efectos de las incidencias climáticas mediante mejoras del utillaje, combinación de cultivos, selección de especies vegetales, etc. En el XIX Vizcaya también fue objeto de análisis de ese tipo, porque la renta de la tierra seguía siendo interesante para ciertos grandes acumuladores de capital que invertían en sus posesiones rurales parte de lo obtenido en «otro» ramo industrial. En efecto: en palabras del ingeniero de montes Lucas Olazábal, nuestro agro era «un hecho industrial, constantemente anterior á lo que se llama industria, y que reconoce por causa inmediata á las condiciones climatológicas del país»; eso sí, fábricas y comercio serían «espresion mas fiel que ninguna otra del entendimiento y actividad humana», porque no en balde eran las que sustentaban en la cúspide del poder a la alta burguesía que financiaba a nuestros publicistas científico-técnicos —y en la que éstos últimos deseaban integrarse, pero ése es otro asunto13. A pesar de su optimismo, que le hacía minimizar la incidencia del tiempo atmosférico en la feroz crisis de 1854-56, don Lucas admitía que veinte días secos consecutivos bastaban para arruinar los maizales en las tierras regulares, predominantes en el Señorío, y que los estrechos plazos de siembra y recolección eran invariables. Un ejemplo, en verso, para el maíz harinero: «San Jorgi?/ Artuac ereiteco goizegui./ San Marcos?/ ¡Artuac ereindá balegós! (“¿San Jorge? [23 de abril]/ Temprano aún para la siembra de los maices./ ¿San Marcos? [25 de abril]/ ¡Ah! ¡si estuvieran sembrados los maices!”)»14. El etnólogo Resurrección María de Azkue, que nos legó una de las colecciones más completas —y divertidas— del hondo saber popular de nuestra tierra, recoge una bella variante del refrán: «Elorrioa lorau dago, artoa ereinda balego! / El espino blanco en flor, ¡si estuviera sembrado el maíz!». También nos cuenta el célebre mito de «San Martín y el Basajaun (señor de las selvas)» sobre la enseñanza de la agricultura a los vascos: el 13 Suelo, clima, cultivo agrario y forestal de la Provincia de Vizcaya. Memoria premiada por la Real Academia de Ciencias en concurso público con arreglo al programa presentado por la misma para el año de 1856, Madrid: Imprenta, fundición y librería de don Eusebio Aguado, 1857, p. 86-87. 14 Id., p. 82-ss (cita: p. 84). El forrajero maduraba hacia San Martín (11 de noviembre). 25 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6 santo, queridísimo en Vizcaya como paradigma de notable generoso, patrono de los ferrones y ligado al Camino de Santiago, habría conseguido las semillas brincando sobre la pila de trigo del gigante tras escucharle el «orri-irtete, arto ereite; orri-legorte, arbi-ereite; orri-erorte, gari-ereite / brote de hoja, siembra de maíz; sequía de hoja, siembra de nabo; caída de hoja, siembra de trigo»15. Por cierto, el santoral católico anterior al Concilio Vaticano II marcará siempre las fiestas en estas páginas, como lo hiciera para los vascos durante toda la Edad Moderna. Está por precisar el desfase de nuestro calendario agrícola efectivo sobre el canónico, con inviernos presumiblemente adelantados en torno a un mes sobre el solsticio, lo que en parte explicaría el inicio del año cerealícola y los arrendamientos en la primera quincena de noviembre, y otoños desde mediados o fines de septiembre, motivo de que fuese otra fecha puntera para labriegos y ferrones San Miguel, el 29, aparte de los ritos de propiciación contra el fuego que desde el primer cristianismo se le asociaron. Hemos hallado expresiones claras de la dependencia del clima en los libros de acuerdos y decretos municipales, que recogían realidades lo bastante graves como para aprobar esos gastos extraordinarios a los que cualquier consistorio se resistía, porque la sombra de la quiebra no estaba nunca lejos. Para contrastarlas, contamos con las observaciones de Clemente García Retamero, encargado de la estación meteorológica de Bilbao16. Esta villa se encuentra en un fondo de valle abierto al mar en la dirección de los vientos atlánticos dominantes (NW/SE), lo que implica aumento de la lluvia, escasa nieve y dulcificación de temperaturas frente al Duranguesado montañoso o el cerrado valle de Carranza. Es imposible estudiar las diferencias entre los microclimas de antaño, sin duda mayores que en la actualidad por la menor destrucción de los espacios naturales y el alto índice de hábitat disperso. Y no nos queda más remedio que dejar un rato bailar a las cifras, porque esos pocos grados arriba o abajo extemporáneos que para nosotros no suponen sino regular el termostato de la calefacción o la refrigeración podían acarrear una catástrofe a los labrantíos del XIX si se mantenían unos cuantos días. Pese a todo, combinaremos lo que nos enseña Retamero con los aportes cualitativos de otras fuentes. Como era de esperar, nos hallamos ante un típico clima oceánico con estaciones poco marcadas, inviernos suaves aunque con más temperaturas 15 Euskalerriaren Yakintza. Literatura popular del País Vasco, Bilbao-Madrid: Euskaltzaindia-Espasa Calpe, 31989, tomo I, p. 84, n.º 4-B; y tomo II, p. 311. 16 Breve exposición y resumen de las observaciones meteorológicas efectuadas en la estación de Bilbao durante el período de treinta años, contados desde 1.º de Enero de 1865 á 31 de Diciembre de 1894, Bilbao: Imprenta de Luis Dochao, 1897. 26 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-9830-868-6