Desde el inicio de este año litúrgico 2011, La Misa de Cada Día ha

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DIVERSAS FORMAS DE UNA SOLA PRESENCIA
Desde el inicio de este año
litúrgico 2011, La Misa de Cada Día ha
venido ofreciendo algunas reflexiones
que nos ayuden a penetrar más en la
comprensión de liturgia que ha querido
ser subrayada por el Concilio Vaticano II.
Llegamos hoy al numeral sétimo de la
Constitución sobre la sagrada liturgia
“Sacrosantum Concilium”, cuyo primer
párrafo dice:
«[…] Cristo está siempre presente en la Iglesia,
principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en
el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del
ministro, “ofreciéndose ahora por el ministerio de los
sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”,
sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas.
Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo
que, cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza.
Está presente en su palabra, pues es Él mismo el que
habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura.
Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y
canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos»1.
En el ejemplar anterior de esta publicación, hicimos un amplio comentario
de la primera frase que acabamos de citar. Explicábamos que siendo la Iglesia el
Cuerpo de Jesucristo, la presencia del Señor no puede verse como el producto de la
celebración
litúrgica,
sino
como
el
requisito
indispensable para que ésta se dé. La presencia de Cristo
es “elemento fundante” que le da valor salvífico a la
liturgia, es lo que permite que ésta tenga lugar.
Hablamos -entonces- de la “presencia fundante”
de Cristo en la liturgia, que es incluso anterior al inicio de
la celebración. Pero una vez que ésta da inicio, esa
presencia de Cristo se “manifiesta de manera eficaz” a
través de los distintos elementos que integran una acción
litúrgica; de los cuales, a manera de ejemplo y sin
“Constitución sobre la sagrada liturgia ‘Sacrosanctum Concilium’” n° 7: Concilio Ecuménico Vaticano II.
Constituciones, decretos y declaraciones. Edición bilingüe promovida por la Conferencia Episcopal Española, p. 221.
1
pretensión de exhaustividad, el Concilio señala cinco: los ministros, las especies
eucarísticas, las acciones litúrgicas, la Palabra y la asamblea.
Cada uno de esos elementos es tomado por Cristo para hacer que su
presencia se manifieste de forma real entre nosotros, no sólo como mediaciones
pedagógicas, sino que en ellos Jesucristo está verdaderamente presente. Por eso, el
Papa Pablo VI explicaba que aunque la Eucaristía es presencia “por antonomasia”,
las otras formas de presencia son también reales.2
Lo que sí debe entenderse es que sólo la Eucaristía es presencia permanente
del Señor. Terminada la Misa, el Evangeliario -por ejemplo- es un libro más que se
guarda en la sacristía; en cambio, el pan eucarístico sigue siendo de modo
permanente presencia real de Jesucristo. Sin embargo, mientras se está
desarrollando la celebración, Jesucristo está presente de forma real en el pan
consagrado, pero también en la Palabra, en el ministro y en los otros elementos.3
Por eso, «Si la procesión [de entrada] pasa delante de la capilla del Santísimo
Sacramento, no se detiene ni hace genuflexión»4.
Todo esto tiene implicaciones muy grandes para nuestra manera de vivir la
liturgia. Podríamos señalar cómo la reverencia que tributamos a Jesucristo presente
en las especies eucarísticas, es la misma que debemos tener hacia Jesucristo
presente en la Palabra o en otros de los elementos que dentro de la celebración son
asumidos en la dinámica sacramental de la liturgia. Por lo tanto, reconociendo que
es magnífico honrar con todo cuidado la Eucaristía, debemos igualmente
comprender que tenemos que ser también respetuosos con otros elementos de la
liturgia; de tal forma que, lejos de llamarnos a la banalización, entendamos que el
Concilio nos está invitando a vencer la tentación de una mística limitada o
reduccionista.
Además, podemos también comprender la inexactitud de afirmar que antes
del Concilio el sacerdote rezaba de cara al altar y que ahora lo hace de cara a la
gente. La distribución actual del espacio celebrativo hace que el sacerdote ore de
cara a Jesucristo, de quien la asamblea es manifestación eficaz. De hecho, así lo
entendieron desde hace mucho tiempo los
monjes, que, para la celebración del Oficio
divino, asumieron la costumbre de colocarse
unos frente a otros.
Consecuentemente, la próxima vez que
participemos de la liturgia tengamos
conciencia de las diversas formas en las que
Dios se nos acerca, y dejémonos abrazar por
su multiforme gracia. Más aún, gocemos
interiormente al saber que nosotros mismos
PABLO VI, Carta encíclica “Mysterium fidei”, n° 5.
Al respecto, puede encontrarse una amplia reflexión en: ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE PROFESORES DE LITURGIA, La
presencia de Cristo en la Liturgia, Bilbao: Grafite Ediciones S.L., 2004.
4 Ceremonial de los Obispos, n° 128.
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somos presencia de Dios, que Dios se hace realmente presente en el hermano que
tengo al lado. Tan sólo eso, podría cambiar radicalmente nuestra manera de vivir
las celebraciones litúrgicas… y el resto de nuestra vida cristiana.
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