Aprender a confiar - Almacen Aishiteru

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Aprender a confiar
Christa Bellingham quizás diera la impresión de ser demasiado directa e
independiente, pero había aprendido por las malas que no se debía confiar en los
hombres, especialmente en aquellos como Daniel Geshard, cuyo encanto y labia los
hacía muy peligrosos.
Él pensaba que el cinismo de Christa era un disfraz, y que podría enseñarle a
confiar en los demás.
Daniel parecía muy sincero, ¿pero no tenía mucho que ganar económicamente si
llegaba a convencerla?
Christa no tenía la más mínima intención de dejarse engatusar...
Capítulo 1
CHRISTA Bellingham corrió desde el aparcamiento hasta la entrada del hotel,
disgustada por el repentino cambio del tiempo, por lo que no llevaba gabardina ni
paraguas para protegerse del fuerte chaparrón.
Delante de ella, un taxi estaba dejando a dos hombres bajo la protección del
toldo. Christa inclinó la cabeza bajo la lluvia, lamentándose por la tonta vanidad que le
había hecho decidirse a llevar su valioso conjunto de Arman¡. Sólo iba al hotel a dejar
unas muestras de telas y precios para John Richards, el director, de camino a la
Cámara de Comercio, donde se daría más tarde una conferencia sobre un tema por el
que sentía un interés grande y hostil.
Ella había protestado desde el principio en contra del orador, pero Howard
Findley, el nuevo jefe de la cámara, insistió en que era hora de que se despojaran de
su anticuada imagen y se abrieran a las nuevas teorías y proyectos.
-Y también podríamos darle un cheque en blanco a todos los charlatanes que
quieran venir a enseñar su mercancía y que encima se les pague por ello -protestó
Christa.
-Daniel Geshard no nos va a cobrar nada -le dijo John suavemente.
Pero Christa se negó a calmarse. No importaba lo mucho que John estuviera
impresionado por ese hombre. Christa sabía exactamente qué tipo de persona era y lo
que pretendía. El engaño era típico en los hombres como él, y no les importaba cuánto
dolor ni sufrimiento causaran para lograr sus objetivos. Christa lo sabía bien...
demasiado bien.
Daniel Geshard iba a hablarles con un único propósito; para poder venderse a sí
mismo y a sus falsas teorías a cualquiera lo suficiente crédulo para comprarlas.
Christa cerró brevemente los ojos, desesperada. Howard Findley era un buen
hombre, sincero y de buen corazón, pero no era rival para los Daniel Geshard del
mundo, y simplemente tras haber hablado por teléfono con el, Howard estaba
entusiasmado sobre convencer al Ayuntamiento para que financiara uno de los cursos
milagrosos de Daniel Geshard para empleados y funcionarios.
-Tiene una idea estupenda sobre poder llegar incluso a los miembros más
disconformes de nuestra sociedad y ayudarles a ponerse en contacto con ellos mismos,
con sus verdaderos sentimientos y motivaciones -declaró emocionado.
Pero Christa prefería los hechos y realidades de la vida a las palabras y teorías
fantásticas.
-¡Eh!
El grito y el golpe que se dio con el hombre la sacó de sus pensamientos. La
disculpa automática y rápida que fue a darle murió en sus labios, y se encontró
mirando atontada a un par de ojos grises, de espesas pestañas y llenos de calor y algo
mucho más... mucho más personal.
Sí. Había algo más que simple buen humor en el modo en que él la estudiaba, igual
que había más que un simple atractivo masculino en su rostro. Christa se encontró con
dificultades para respirar mientras se le aceleraba el corazón.
Era muy atractivo. Christa estaba medio hipnotizada, y se había olvidado
completamente de la lluvia mientras miraba al hombre de pie frente a ella. Era alto y
fuerte, con un cuerpo atlético, de pelo oscuro y piel que olía a aire fresco y lluvia, en
lugarr de a algún aftershave fuerte y empalagoso.
Con ojo experto, Christa reconoció que su traje oscuro era moderno, con un
tejido buenísimo y realizado en ese país, lo que significaba que el Rólex algo viejo que
llevaba se habría puesto así del uso constante en lugar de haberlo comprado de
segunda mano como accesorio de nivel social.
No era un hombre que necesitara acentuar su masculinidad con ningún símbolo de
nivel social. Era un hombre que habría estado igual de impresionante con unos vaqueros
viejos.
Durante un segundo, Christa sonrió de placer. Y al hacerlo, la expresión en los
ojos grises se profundizó ligeramente, intensificándose, como si él notara esa
atracción física... y la compartiera.
Esa fuerte atracción era tan nueva para Christa, que la pilló desprevenida. Se
sentía como si de algún modo hubiera entrado en un mundo mágico y especial.
-Vamos, Daniel -dijo el hombre que le acompañaba desde la puerta del hotel-,
vamos a inscribirnos y luego iré a dar una vuelta por la ciudad a ver si puedo encontrar
dos mujeres bonitas para divertirnos después de que hayas dado tu conferencia. Lo
necesitarás, y además, yo necesito una copa...
-En seguida estoy contigo, Da¡.
Daniel... Christa sintió que le caía encima una jarra de agua fría mientras miraba
al hombre frente a ella con incredulidad.
-¿Ocurre algo? -preguntó él preocupado, dando un paso hacia ella y estrechando
la distancia.
Daniel...
-¿Daniel Geshard? -le preguntó con las manos apretadas en puños.
El frunció el ceño, confundido.
-Pues sí, pero...
Christa no esperó a oír más. Se puso roja de furia y humillación y se apartó al
instante, ignorando la mano que él extendió para detenerla.
-¿Es así como normalmente ve usted sus reuniones de negocios, señor Geshard?
-le pregunto con desprecio-. ¿Como un aburrido preliminar a la auténtica diversión?
Mejor será que se marche. Parece que su amigo se está impacientando.
Antes de que él pudiera decirle algo, ella giró y se marchó. John tendría que
esperar a sus muestras. Si seguía a Daniel Geshard dentro del hotel, no estaba segura
de controlarse y no decirle exactamente lo que pensaba de él y de los hombres de su
clase.
Pero mientras corría hacia su coche, no era sólo furia lo que sentía. ¡Menuda
habilidad para juzgar el carácter! ¿Cómo había sido tan estúpida! ¿Por qué no imaginó
qué clase de persona era? ¿Cómo había sido tan crédula?
Se metió en el coche y se dirigió a su casa. Tenía el tiempo justo para cambiarse
su ropa empapada antes de que empezara la reunión. De ningún modo pensaba
perdérsela... de ningún modo reprimiría su opinión sobre el tema del discurso de Daniel
Geshard.
En cuanto llegó a su casa, Christa llamó al hotel, se disculpó y le explicó al
director que le llevaría las muestras en otro momento. Luego corrió a su dormitorio, se
desnudó y rápidamente se secó y cepilló su larga y espesa melena castaña,
sujetándosela con una sencilla diadema antes de ponerse ropa limpia.
Christa era pequeña y con bonitas curvas, de ojos celestes en un rostro precioso.
Tenía que trabajar duro para eliminar su imagen de mujer guapa sin cabeza para los
negocios. Negarse a alterar su imagen o a adoptar la imagen masculina de una mujer de
negocios, no había sido fácil, y menos al principio, cuando ella tomó el control del
negocio de su tía abuela. Sabía que aún había personas que pensaban que había nacido
de pie al heredar el negocio de importación textil, pero en los años anteriores a su
muerte, su tía abuela había dejado muy abandonado el negocio.
Christa había sido educada por su tía abuela después de la muerte de sus padres,
y antes de ir a la universidad y estudiar diseño, había viajado al extranjero
frecuentemente con ella, visitando a los diversos proveedores a los que le compraba la
tela.
Para su tía abuela fue más barato y práctico llevarse a Christa con ella durante
las vacaciones en lugar de intentar encontrar a otra persona que la cuidara. Y por
amor y lealtad a la mujer mayor, Christa siempre había tenido la boca cerrada sobre el
modo en que había perdido el control de su negocio.
Le entristeció descubrir que su tía abuela había perdido su habilidad de
adelantarse al mercado y elegir las telas apropiadas, y ver cómo algunos de los
proveedores empezaron a quitársela de encima con telas de inferior calidad.
Christa tuvo que trabajar duro para cambiar todo eso. A veces, tenía que
comportarse de modo más cruel de lo que ella era realmente, pero al fin el negocio
empezaba a crecer de nuevo. Sus conocimientos y don para el diseño le ayudaron, por
supuesto, y el director del banco empezaba a dejar de fruncir el ceño cada vez que la
veía.
-Eres demasiado fría -le dijo una vez un novio-. A veces me pregunto qué haría
falta para romper tu barrera. Sea lo que sea, sea quien sea, no soy yo... ¿Qué estás
esperando, Christa? ¿Un príncipe?
-No estoy esperando a nadie... a ningún hombre -le dijo Christa con sinceridad.
Pero esa tarde, un rato antes en la entrada del hotel...
Furiosa se puso la americana.
Gracias a Dios que se había dado cuenta de que era Daniel Geshard antes de...
¿Antes de qué?
No habría pasado nada. Simplemente ella no debía permitir que sus sentimientos,
aunque fueran poderosos, la controlaran. Había visto claramente las desastrosas
consecuencias resultantes de una mujer que se creyera enamorada y amada por la
clase de hombree que se ganaba la vida mediante el engaño... como Piers Philips.
Cerró los ojos. Incluso en ese momento, después de tantos años, aún le dolía
pensar en Laura y recordar...
Laura y ella fueron juntas a la universidad, las dos se encontraban en el último
año cuando Laura conoció y se enamoró de Piers Philips, un filósofo con el que Laura se
obsesionó tanto que abandonó el curso antes de hacer los exámenes finales y se casó
con él.
El padre de Laura era un industrial muy rico, y la propia Laura había heredado
una considerable cantidad de dinero de su abuela. Laura le contó entusiasmada a
Christa que ella y Piers usarían ese dinero para comprar una enorme casa de campo
donde Piers abriría una clínica de asesoramiento y relajación.
Christa tenía que admitir que incluso a ella le engañaron el entusiasmo y los
ideales de Piers. En aquellos años era muy crédula e inocente, medio envidiando el
marido carismático de Laura y la vida maravillosa que construirían juntos.
Pero una vez casados, las cosas empezaron a ir mal. Laura se quejaba de que
sospechaba que Piers le estaba siendo infiel y que la descuidaba.
Christa nunca se perdonaría por haber permitido que Piers la convenciera de que
Laura estaba sufriendo una especie de depresión hormonal provocada por su
embarazo, y que la aventura de que le acusaba era completamente imaginaria. Así que
en lugar de apoyar a Laura, ella la animó a apartar sus dudas y concentrarse en el
futuro, pensar en su matrimonio y en la llegada de su bebé.
Un día, Piers la invitó a cenar para darle las gracias por su apoyo.
-Laura no podría tener una amiga mejor - le dijo.
Una amiga mejor... A Christa se le puso un nudo en la garganta de dolor y pena.
La única excusa que podía darse era que fue joven e inocente y que Piers fue un
manipulador, disfrutando de su juego con ellas dos y de su engaño.
Tres meses después del nacimiento de su niñita, Piers abandonó a Laura. La chica
por la que la abandonó procedía de una familia aristocrática y muy rica. El dinero de
Laura, el que heredó de su abuela, se había gastado todo, y lo único que le quedaron
fueron las montañas de deudas que Piers había acumulado.
Seis semanas después, murió Laura. El veredicto oficial fue una sobredosis
tomaba en plena depresión posparto, pero Christa sospechaba otra cosa... Fue su
relación con Piers y su engaño a sangre fría lo que la mató. Christa se juró que nunca
se permitiría a sí misma ni a nadie dejarse engañar por esa clase de hombre. Haría
todo lo que pudiera para que se supiera cómo eran realmente.
Y eso pretendía hacer esa noche con Daniel Geshard.
-Y ahora, en nombre de todos nosotros, me gustaría dar las gracias a nuestro
orador por su información y...
Basura. Todo lo que Christa había oído esa noche sólo confirmaba su creencia de
el tipo de juego que defendía ese hombre de negocios, era completamente inútil.
Y en cuanto al orador... Christa se enfureció al contemplar al hombre tras el
podio.
Era un pretencioso, un charlatán, un estafador que pretendía engañar a los
tontos para que le dieran su dinero a cambio de prometerles que él podía convertir a
sus empleados supuestamente estresados y cansados en gente con tanto entusiasmo
por el trabajo que haría que sus jefes amortizaran el dinero empleado en los cursos
con su impresionante diligencia por el trabajo.
No. La única persona que se beneficiaría de esa oferta sería él mismo.
El jefe de la Cámara de Comercio estaba diciendo si alguien quería hacer alguna
pregunta.
Inmediatamente, Christa se puso de pie.
El placer artificial en los ojos de Daniel Geshard al estudiarla, hizo que Christa
sonriera con desprecio. Oh, sí, había visto el modo en que él reaccionó cuando la vio
entre su público, con una sonrisa rápida y falsa seguida por un ceño cuando giró la
cabeza, negándose a reconocerle.
Pero por supuesto, a él le interesaba engañarla y hacerle creer que la encontraba
atractiva. Christa se preguntó cuántas ejecutivas habrían sucumbido al mensaje de
atracción de sus ojos grises, sólo para descubrir que lo único que él quería era su
firma para que sus empleados tomaran parte en uno de sus ridículos cursos.
-Er... ¿Sí, Christa?
El presidente se aclaró la garganta nervioso al ver la intención de Christa de
hablar. A diferencia de Daniel Geshard, él debía imaginarse lo que se avecinaba. Ella
nunca había mantenido en secreto su opinión sobre invitar a ese hombre para darles
esa conferencia.
No importaba lo que otras personas pensaran, ella veía un engaño en cuanto lo
tenía delante.
¿Después de todo, qué prueba les había ofrecido de que el centro que poseía y
dirigía en las montañas realmente beneficiaba a las personas que asistían a sus cursos?
-Me gustaría preguntar qué prueba puede ofrecernos el señor Geshard de que
sus cursos y su centro aumentan el beneficio de las empresas que envían allí a sus
ejecutivos.
Christa reconoció que era un buen actor, porque no mostró ni sorpresa ni
desconcierto ante su pregunta.
-Muy pocas.
Christa lo miró asombrada.
-¿Entonces no piensa que haya necesidad de presentar ciertas pruebas? Es
extraño, especialmente en unos tiempos en que incluso los más claros timos en
cursillos maravillosos, insisten en presentar resultados «antes y después».
-Es posible, pero como llevamos abiertos menos de un año y como ninguna de las
empresas que han utilizado nuestros servicios ha completado aún las cuentas de un año
completo, no tenemos acceso a sus números. Pero parece que involuntariamente he
dado la impresión equivocada con mi discurso. Nuestro propósito no es
específicamente aumentar los beneficios de nuestros clientes, sino aumentar y
mejorar la calidad de las vidas de sus empleados, tanto en el trabajo como fuera de él.
-¿Forzándoles a jugar? -preguntó Christa sin dejar de mirarlo a los ojos.
-Es bien conocido y aceptado que los niños que no han tenido la oportunidad de
jugar, es más fácil que se conviertan en adultos con problemas. Lo que nosotros
pretendemos es enseñar a la gente a trabajar junta en armonía, mostrándoles a
combatir el estrés de la vida moderna.
-Pero admite que no puede respaldar sus teorías con hechos -insistió Christa
testaruda, sin dejarse acobardar por su mirada fría.
-¿Ha sido una admisión? Yo había pensado que estaba simplemente corrigiendo
su... inexacta interpretación de mi discurso.
Las risas masculinas que provocaron ese comentario pusieron a Christa como un
tomate, pero no se acobardó.
-En realidad usted no tiene ninguna prueba de lo que hace, de los cursos que
ofrece, no tiene ningún tipo de verdadero beneficio, aparte del movimiento de su
cuenta.
La expresión de él se endureció.
-Quizás no en términos financieros, ni míos ni de nadie, pero creo sinceramente
en los beneficios de lo que estamos haciendo, y puedo decirle algo: si usted fuera a
realizar alguno de mis cursos, le prometería que cambiaría completamente el modo en
que ve la vida.
Ella lo miró directamente a los ojos.
-Imposible.
-Al contrario. Puedo prometer rotundamente que usted o cualquier otra persona,
después de, digamos un mes en el centro, cambiaría su opinión sobre la vida, su
enfoque personal. E iré aún más lejos, añadiría que se sentiría feliz de admitir esos
cambios, reconocerlos y querer compartirlos con otros.
-¡Nunca!
-Deje que se lo demuestre.
Christa abrió la boca para negar con énfasis su desafío, y de pronto se dio
cuenta de que ella misma se había metido en la trampa.
-Creo que es una oferta muy generosa, y una idea excelente -dijo el presidente,
entusiasmado, al público, aprovechándose del momentáneo silencio de Christa-. Todos
estaremos más que interesados en comprobar los resultados de la visita de Christa a
su centro.
-No, no puedo -protestó ella-. Mi negocio no genera el tipo de beneficios para...
-No le cobraré nada.
Christa tragó saliva. ¿Qué había hecho? Si se negaba en ese momento sólo
quedaría como una auténtica idiota, y también dejaría que él ganara.
-No puedes echarte atrás, Christa -le dijo alegremente el presidente-. De otro
modo, empezaremos a pensar que tú eres la que carece del coraje de tus convicciones.
-No tengo intención de echarme atrás - declaró Christa muy seca-. Necesitaré
una semana para organizar mis asuntos de negocios -le dijo a su oponente.
-Sí, claro...
¡Qué seguro estaba de sí mismo y de su victoria! Pero la guerra no había
terminado aún, y haría falta más que encanto y seguridad para hacerla cambiar de
opinión. Mucho, mucho más... De hecho, Christa estaba segura de que él perdería,
porque no había nada, nada que pudiera hacer o decir que pudiera convencerla.
-Nuestro orador te ha superado hábilmente esta noche, ¿verdad?
Christa frunció el ceño, aumentando su velocidad cuando el hombre que la habló
empezó a caminar a su lado. A ella nunca le había gustado especialmente Paul
Thompson. Tenía unos modales zalameros y pegajosos que no ocultaban la descarada
sexualidad que Christa veía en sus ojos siempre que él miraba a una mujer. Ella misma
había tenido que pararle los pies en más de una ocasión, y aunque no tenía ninguna duda
de que a él le gustaría llevarla a la cama, sabía que Paul también le guardaba rencor, y
sospechaba que era uno de esos hombres a quienes no le gustaban nada las mujeres.
Christa sentía pena por su mujer, y le evitaba todo lo que podía.
-No soy el tipo de mujer a la que se hace fácilmente cambiar de opinión -le dijo
Christa tajante-. Tú deberías saberlo, Paul.
-Pero eres una mujer, y por su aspecto, él parece el tipo de hombre que piensa
que puede persuadir y seducir a una mujer para que cambie de opinión... de principios.
-Bueno, si ése es el caso, perderá el tiempo conmigo. No soy fácil de persuadir y
menos de seducir.
Si Daniel Geshard estaba pensando hacer lo que sugería Paul, se llevaría una gran
sorpresa. ¡Qué lo intentara!
Capítulo 2
CHRISTA frunció el ceño al oír el timbre de la puerta. Desde su taller en el
ático, había tres plantas hasta la puerta de la gran casa victoriana que había sido su
hogar desde que fue a vivir allí con su abuela, tras la muerte de sus padres.
Quien estuviera llamando no tenía derecho a hacerlo. Todo el mundo sabía que
sus horas de trabajo eran sagradas y que no quería que se la interrumpiera.
Su tía había preferido trabajar en el pequeño despacho anexo al almacén donde
guardaban la tela, pero Christa adoraba el espacioso ático con mucha luz que daba al
norte, donde podía trabajar en paz sin interrupciones.
El timbre seguía sonando. Bueno, donde normalmente podía trabajar en paz sin
interrupciones.
Bien, no iba a abrir, así que quien fuera tendría que marcharse. Antes de salir
para Gales esa noche, quería terminar el proyecto en el que estaba trabajando. La
gente ajena al negocio siempre se asombraba al enterarse de lo mucho que adelantaba
su trabajo. Las muestras de tela que estaba estudiando en ese momento no estarían
en el mercado hasta dos veranos después. Pero así era la industria de la moda y las
telas.
Las muestras que estaba estudiando representaban todo tipo de símbolos del
nuevo siglo y el cambio en las constelaciones, tema que empezaba a agradar a los
diseñadores; estrellas, soles, lunas, junto con varias interpretaciones del signo de
Acuario y su unión con el agua.
Los colores también reflejaban ese elemento, azules y verdes, realzados con
toda una gama de colores tierra, desde el beige hasta el más dorado.
Pensativa, tocó un trozo de damasco azul fuerte y miró el montón de telas en la
mesa frente a ella hasta que encontró la que estaba buscando. El brocado dorado
quedaba bien con el damasco, aunque algo apagado.
El timbre había dejado de sonar. Christa sonrió satisfecha, pero frunció el ceño
cuando volvió a empezar de nuevo.
Quien fuera, no iba a rendirse.
Aunque enfadada, dejó las telas en la mesa y se dirigió hacia las escaleras.
Cuando llegó a la puerta, no sólo estaba furiosa, sino también jadeante. Se
apartó el pelo de la cara con una mano mientras abría.
-Mire -empezó irritada-. Estoy trabajando y...
Se calló y miró perpleja al inesperado visitante.
Daniel Geshard... ¿Qué estaba haciendo ahí?
El la miró divertido, y Christa se ruborizó al darse cuenta de que parte de su
regocijo se debía a que ella estaba descalza.
Tenía la costumbre de extender las muestras en el suelo y quitarse los zapatos
cuando se arrodillaba para estudiarlas. En el pasado, nunca había considerado sus pies
como una parte de su cuerpo especialmente provocativa, pero en ese momento, por
alguna razón, sentía que la cara le ardía mientras se resistía al deseo de meter los pies
bajo la alfombra.
Él parecía mucho más alto de lo que ella le recordaba, más... masculino. Llevaba
vaqueros y una camisa azul metida por dentro. Estaba muy atractivo. Ningún hombre
tenía derecho a tener unas piernas tan largas y unos muslos tan poderosos.
Sin decir nada, él pasó al vestíbulo. Christa tragó saliva. La había sorprendido en
clara desventaja, llevando una camiseta vieja y un par de mallas, sin maquillar y con
todo el pelo suelto por los hombros. ¿Y de dónde había sacado su dirección?
-¿Qué quieres? -preguntó intentando controlar la situación.
Él estaba mirando un collage de telas que ella había hecho cuando estudiaba y
que su tía insistió orgullosa en colgar en el vestíbulo.
-He venido a recogerte. El centro no es fácil de encontrar.
-¿A recogerme? ¡No soy un paquete! Y hasta ahora me las he arreglado bien.
Dudo que encontrar el camino a Gales sea mucho problema.
-¿Entonces aún piensas asistir al curso?
Christa lo miró furiosa. ¿Pensaba que ella se echaría atrás?
-Claro que sí -declaró tajante.
-Bien.
-Pero el curso no comienza hasta mañana a las diez de la mañana, y aún tengo
trabajo que terminar, así que si me disculpas...
-El último tren a la estación más cercana sale a las cuatro de la tarde.
¿Tren? Christa lo miró.
-No pienso... No iré en tren. Llevaré mi coche.
-Me temo que no. No se permite a las personas que asisten a nuestros cursos que
lleven su coche.
-¿Qué? No me puedo creer...
-Lo dice nuestro folleto. Te envié uno.
Sí, lo había hecho, y ella lo tiró sin molestarse en leerlo.
-Por eso pensé que podrías apreciar que te llevara...
Christa lo miró suspicaz. ¿Cuál era el verdadero propósito de su visita? Estaba
segura de que no era hacerle ningún favor.
-Aún no puedo marcharme. Estoy trabajando y no he preparado mi maleta.
-Puedo esperar;
¿Esperar? ¿Ahí? El volvió a mirar el collage.
-Es bonito. Tienes un ojo excelente para el color, ¿pero sabías que tu elección de
colores tan ricos, especialmente el rojo, denota una personalidad muy ambiciosa?
-Claro y tú sabes de esas cosas -se burló Christa.
-Es una de las cosas que he estudiado.
-Estás perdiendo el tiempo -dijo ella bruscamente-. No hay ningún modo en que
pasar un mes o incluso seis en medio del campo, vaya a cambiar nada en mí ni de mi
visión de la vida. Y además, ¿tengo razón al pensar que la duración normal de esos
cursos es sólo de dos semanas como mucho?
-Normalmente sí, pero en tu caso...
-Decidiste equilibrar la balanza en tu favor y darte tiempo extra -le acusó
Christa.
Para su sorpresa, él no intentó negar su acusación ni defenderse. En su lugar la
miró de un modo que le aceleró el pulso.
-De todos modos, no cambiaré de opinión -añadió Christa.
Él la miró detenidamente.
-Pareces muy segura de ello.
-Lo estoy -dijo Christa con firmeza-. Me conozco muy bien.
-¿A ti o a la persona que te has permitido ser? Te das cuenta de lo estresante
que es un control tan rígido de la personalidad, ¿verdad?
Christa lo miró furiosa.
-Y tú sabes de eso, ya sé. Dime... ¿qué hacías exactamente antes de dedicarte
a... adivino? -preguntó Christa ofensiva.
Esperó que se desencadenara la tormenta, pero para su consternación, no fue
así.
-Era profesor de psicología en Oxford. No quiero meterte prisa, pero sería
buena idea que nos marcháramos ,lo antes posible. No quiero llegar muy tarde.
Últimamente no hemos tenido mucho viento, y si el suministro de energía es bajo,
tendríamos que utilizar el generador secundario...
La velocidad con la que cambiaba de tema, su tranquilidad ante las palabras
ofensivas de Christa, la hicieron sentirse impotente y furiosa, no sólo con él, sino
también con ella misma.
Profesor de psicología...
-Estaba en el folleto, junto con los títulos de los otros miembros del personal.
Christa se ruborizó. Parecía que hubiera leído sus pensamientos.
-Un generador -repitió, decidida a usar su misma táctica-. ¿Significa eso que no
hay un suministro apropiado de electricidad?
-No estamos conectados a la red nacional. Nuestra electricidad se genera por
energía eólica. En el centro intentamos ser lo más independientes posibles y respetar
al máximo el medio ambiente. Eso incluye generar nuestra propia electricidad, cultivar
nuestras frutas y verduras... Incluso intentamos abastecernos de nuestra propia
carne, pero eso no funcionó bien. Las ovejas se volvieron demasiado dóciles y nadie
quiso matarlas. Y lo mismo ocurrió con las gallinas.
Mentalmente, Christa contrastó lo que él estaba diciendo con la vida de algunas
personas de los pueblos que ella había visitado en India y Pakistán. Allí no se permitían
el lujo de dejar que su ganado se convirtiera en animales de compañía.
Pareció como si él le hubiera leído la mente.
-Sí, sé lo que estás pensando y posiblemente tengas razón, ¿pero habrías querido
ser tú la que firmara la sentencia de muerte?
Su percepción estaba empezando a desconcertarla.
-Dependería de qué nombre hubiera en ella -le dijo quisquillosa.
El sonido de su risa, la sorprendió y molestó. Se suponía que él debía sentirse
furioso y ofendido.
-¿Ocurre algo?
Ella lo miró con frialdad.
-Nada -dijo ella irónica-. Aparte de que me has interrumpido en medio de un
trabajo importante, prácticamente has forzado tu entrada en mi casa, intentando
controlar mi vida...
-La decisión de aceptar mi oferta fue tuya. Podrías haberte negado.
Mentiroso. Sabía muy bien que ella no había podido negarse. Se giró y se apartó
de él.
-Necesitarás llevar al menos tres mudas, ropa para salir al campo, más un anorak.
Cuando nieva...
-¿Nevar? -Christa se detuvo y se dio la vuelta-. Estamos en octubre. En este país
no nieva en octubre.
-Es posible. Pero Gales no es Inglaterra, y allí nieva, y además estamos en las
montañas, lo bastante alto para que nieve en septiembre a veces. ¿Has conseguido las
botas de escalar?
-¿Botas de escalar?
-Estaba en la lista de ropa necesaria.
Y sin duda la lista debió estar con el folleto que ella tiró. ¿De qué otra cosa no se
habría enterado por su tonto orgullo?
-No, no las he conseguido. Pero no las necesitaré, ya que no haré ninguna
excursión.
Si esperó que él reaccionara a su reto discutiendo, se decepcionó. Él continuó
como si ella no hubiera hablado.
-Bueno, no te preocupes mucho por ello. Hay una tienda estupenda de deportes
en el mercado del pueblo. Te gustará visitarlo, a todo el mundo le gusta. Es un mercado
tradicional, con una subasta semanal de ganado. Te divertirás.
Christa le echó una mirada fulminante.
-No lo creo. Me temo que soy demasiado de ciudad -le dijo, aunque no era cierto
del todo
Ver a unos granjeros bucólicos regateando por un puñado de ovejas andrajosas
no es mi idea del placer.
-¿No? No es lo que he oído. Aparentemente han aprendido a no fiarse mucho de
la dama de ropa inglesa en las fábricas de India y Pakistán.
Christa se puso tensa. ¿Dónde se había enterado de eso?
-Comprar tela es mi trabajo... ver a otra gente comprar ovejas no lo es. Además,
pensé que el espíritu tras estos cursos era no pensar en el trabajo y aprender a jugar
-dijo burlona.
-Nuestro espíritu, como tú le llamas, es enseñar a la gente, ayudarles a vivir de
modo equilibrado y pleno, que aprendan a reconocer y aceptar que la mente humana
tiene otras necesidades aparte de las meramente materiales.
-Oh, el trauma del pobre ejecutivo estresado -se burló despectiva-. Qué grande
es su necesidad, qué noble el papel de quien se lo alivia. Hay todo un mundo habitado
por personas que están muriendo...
-Sí, lo sé -le dijo él tranquilamente-. Yo no puedo aliviar sus penas, pero puedo
ayudar a la gente a aprender a vivir en armonía con los demás. Si todo el mundo viviera
en armonía, no habría guerras ni hambre. Bueno, te espero aquí, ¿verdad?
Christa lo miró atónita. Sus palabras le habían conmovido. El la desconcertaba
continuamente, pillándola desprevenida, y Christa se sentía como una marioneta a
quien manipulara.
Corrió arriba, diciéndose que no debía permitir que él llegara a ella. Debía
recordar quién era y no quién parecía ser. Era un psicólogo, conocía el comportamiento
de las personas, sus reacciones, y sabía proyectar una imagen específica y ganarse la
admiración.
Pero pronto descubriría que ella no era fácil de engañar, y antes de que
terminara su mes en Gales, se arrepentiría de su declaración pública de poder cambiar
su perspectiva sobre la vida.
Capítulo 3
ES esto? -preguntó Christa consternada al ver la colección de edificios de
piedra destartalados detrás de la verja de la granja. Parecía más bien una pequeña
granja rodeada de edificios más pequeños que un centro de descanso. Por el tamaño
del edificio principal ella dudaba que pudiera albergar a más de cuatro o cinco
personas.
-No exactamente -replicó él tranquilamente, deteniendo el Land Rover delante
de la verja.
Christa se sorprendió al principio cuando vio el Land Rover. Había esperado que
tuviera un modelo más caro, un último modelo, y no ese vehículo viejo y abollado.
Cuando Daniel la vio mirándolo, le explicó orgulloso que él mismo lo rescató y lo
reconstruyó.
-Sí, eso parece -dijo Christa con severidad, y luego se sintió mezquina al ver el
placer desvanecerse de sus ojos.
-¿A qué te refieres con eso de «no exactamente»? -le preguntó suspicaz
mientras abría la puerta del Land Rover.
-Este no es el centro -admitió Daniel-. Es mi casa... El centro cerró a finales del
mes pasado... para dar a los empleados una oportunidad de descansar y permitir que
los obreros terminen la nueva ampliación.
-¿Qué? ¿Quieres decir que me has traído aquí con engaños? Bueno, en ese caso
ya puedes girar este... montón de chatarra y llevarme de vuelta.
-Me temo que es imposible -dijo Daniel con calma-. Para empezar, estoy casi sin
gasolina, y Da¡ no llegará con un bidón hasta mañana, y en segundo lugar... es demasiado
tarde, Christa -le dijo mirándola detenidamente-. Tú accediste a venir aquí -le
recordó.
-Accedí venir a un curso en tu centro, no a... ¿a qué te refieres con que los
empleados tengan un descanso? -le preguntó insegura.
-Pues eso. Pero no te preocupes. Me alegra darte el curso personalmente -le
aseguró-. De hecho, lo estoy deseando.
-Pues yo no -replicó Christa-. Y de hecho... ¿Qué es eso? -preguntó, con los ojos
como platos cuando el Land Rover repentinamente empezó a moverse de lado a lado.
En sus esfuerzos por contrarrestar el movimiento, extendió los brazos. Con uno
se sujetó a la puerta y con el otro...
El otro lo puso contra algo más sólido y cálido que la puerta. Y era el pecho de
Daniel.
-No pasa nada -dijo él riéndose-. Sólo es Clarence... Ha venido a darnos la
bienvenida.
-Clarence... -Christa lo miró furiosa-. Clarence -repitió insegura.
No podía ver a nadie por la ventanilla.
-Es un macho cabrío que aún no a aprendido que un cabezazo no es el mejor modo
de dar la bienvenida.
Daniel estaba riéndose de ella. Christa le miró indignada.
-Lo siento si te ha asustado. Debí avisarte.
-No me he asustado -mintió Christa.
Empezó a apartarse de él, pero se quedó muy quieta por la sorpresa cuando una
de sus manos cubrió la suya, atrapándola contra su pecho mientras su pulgar
acariciaba la suave piel de su muñeca.
Ella empezó a temblar ligeramente. La piel de sus manos era rugosa, como si
pasara mucho tiempo al aire libre, y la pequeña abrasión que le causaba su roce, estaba
provocando escalofríos por el cuerpo de Christa.
-Mentirosa -le acusó Daniel suavemente.
Ella intentó concentrarse en lo que él le estaba diciendo en lugar de lo que le
estaba sucediendo en su interior.
-Tienes el pulso muy rápido -dijo Daniel-. Y el pulso rápido significa...
-De acuerdo, me he asustado -admitió, deseando terminar con lo que se estaba
convirtiendo en una situación cada vez más peligrosa.
El miedo era una causa de que se acelerara el pulso, pero también había otras.
Christa se mordió el labio, desilusionada al darse cuenta de que lo que su cuerpo había
interpretado idílicamente como una caricia, era en realidad un examen clínico de su
pulso.
-Eh, agárrate...
La sensación de los brazos de Daniel rodeándola de repente y apretándola contra
su pecho, la dejaron sin respiración, dejándola totalmente incapaz de protestar
cuando Clarence sacudió el Land Rover por segunda vez.
-Creo que Clarence se está impacientando -dijo Daniel por encima de su cabeza.
Christa estaba apretada tan fuerte contra él que hacer algún comentario habría
sido arriesgarse a que sus labios rozaran la piel caliente de su cuello.
-Eh, estás temblando... No pasa nada. Clarence no es tan temible. De hecho es
bastante blandengue una vez se le llega a conocer... Vamos.
Menos mal que él empezó a soltarla y se apartó de ella para abrir su puerta antes
de que se diera cuenta de que la razón de sus temblores no tenía nada que ver con el
animal, a pesar de que le daba miedo.
¿Qué le pasaba? Obviamente había una gran falta de comunicación entre su
cuerpo y su cerebro. Su cuerpo seguía bloqueado en esa primera atracción que sintió al
conocerlo.
Ya era hora de que su cerebro le dijera con claridad y firmeza cuál era la
verdadera situación.
clon.
-Ven a conocer a Clarence -le dijo Daniel, sujetando su puerta abierta.
De mala gana, Christa salió del vehículo. No era sólo el animal con sus
impresionantes cuernos lo que la hacía sentirse nerviosa, sino también el hombre de
pie a su lado.
-Le compré de pequeño. La leche de cabra es extremadamente buena y el plan
era que su harén contribuiría a hacernos autosuficientes. Por desgracia, las cosas no
salieron como esperé. Es más barato y fácil comprar la leche en el supermercado. Y
luego llegó el problema de Clarence y sus mujeres y su gusto por la ropa. Se las comían
-explicó sonriendo-. Conseguí encontrar hogares para sus mujeres, pero Clarence
resultó difícil de alojar. Pero sigue siendo un estupendo animal guardián y, a diferencia
de un perro, no necesita tener licencia ni bozal.
A Christa no le gustaba el modo en el que Clarence la estaba mirando... ni a su
ropa, pero no lo admitiría ante su dueño.
Daniel se apartó de ella y le habló por encima del hombro.
-Espera un momento. Voy a por tu maleta.
Christa tuvo que reprimir su deseo de delatar su debilidad y protestar.
Clarence no dejaba de mirarla fijamente. Y cuando el animal empezó de repente
a acercarse a ella, tuvo que controlarse para no esconderse detrás de Daniel.
-En seguida llegara a conocerte -le dijo Daniel mientras acariciaba las orejas del
animal.
-Lo estoy deseando -murmuró Christa con ironía, manteniendo el cuerpo de
Daniel entre ella y la cabra mientras caminaban hacia la casa.
¿En qué se había metido? Un mes encerrada con un hombre que ya sabía era un
peligro para ella, ¿y para qué? Sólo para demostrar que tenía razón.
Mientras Daniel abría la puerta y la hacía entrar, decidió que debía estar más
cansada de lo que pensaba. Sus principios y creencias siempre habían sido importantes
para ella. Su tía abuela había sido de ideas anticuadas, con valores muy estrictos y
fuertes que le había pasado a Christa.
La puerta se abrió directamente a una gran cocina de techo bajo. Y mientras
Christa miraba alrededor, observando los mobiliarios de cocina de madera de cerezo,
pensó con cinismo que no se habían escatimado gastos al decorar lo que a primera vista
parecía una habitación sencilla y simple.
Pero Christa, interesada en todos los aspectos del diseño, no se dejaba engañar
fácilmente.
Aunque sin duda, él había ganado lo suficiente con sus falsas actividades
«profesionales», para disfrutar de semejantes lujos.
Christa debía admitir que él tenía buen gusto. La cocina era la que ella habría
elegido para sí misma si se la hubiera podido permitir. Los armarios podían parecer
sencillos y ordinarios, pero no había error en el brillo suave de la madera de cerezo, ni
en la alta calidad del diseño del mobiliario.
Sería interesante ver cómo estaba decorada el resto de la casa.
-¿Tienes hambre? -le preguntó Daniel.
-¿Por qué? ¿Son gastos extras las comidas?
Christa no intentó ocultar su hostilidad, pero la reacción de Daniel la hizo
ruborizarse.
-No, claro que no. Como ya he dicho, no te cobraré nada por tu estancia aquí.
Esta empresa no es algo que haya emprendido puramente para ganar dinero, aunque
mentiría si dijera que mis motivos son completamente altruistas. Tengo que ganarme la
vida, pero las ganancias no han sido mi única motivación... para nada. Pareces estar
decidida a pensar lo peor de mí - dijo él suavemente-. Me pregunto la razón.
Furiosa, Christa apartó la mirada de él.
-Deja de intentar psicoanalizarme -le dijo irritada-. Y sí, tengo hambre...
-Estupendo, yo también, aunque me temo que tendrá que ser algo simple: sopa y
ensalada. Pero antes te enseñaré tu habitación. Es por aquí.
Pasaron por una puerta que les llevó a un espacioso vestíbulo rectangular.
-La casa fue construida originalmente por el hijo menor de un industrial que
quería volver a las raíces de su familia, y de ahí su tamaño. Y como tiene pocas tierras
alrededor, pude comprarla a un precio barato.
¿Por qué le contaba tantas cosas? ¿Para intentar desarmarla? Bien, pues no
funcionaría.
Christa le siguió al piso de arriba. Sus tácticas no la impresionaban, pero la casa
sí. Obviamente el joven que realizó la casa dispuso de dinero y un buen arquitecto. La
casa estaba bien construida, de estilo simple y sencillo.
Christa se detuvo en las escaleras para admirar las proporciones de la barandilla
y el rodapié. Entonces vio un trozo de madera más nuevo donde la barandilla
obviamente había sido reparada. Incapaz de resistirse, pasó la mano por la madera. La
unión era tan suave que ni siquiera se podía sentir, y sólo la ligera diferencia de color
delataba la reparación.
-Veo que has encontrado mi reparación. No mucha gente lo hace.
Christa lo miró asombrada.
-¿Tú has hecho esto? -preguntó, incapaz de controlar su sorpresa.
-Sí, la carpintería es mi pasatiempo favorito... También hice los armarios de la
cocina. Mi abuelo era carpintero, un verdadero artesano, orgulloso con razón de su
trabajo. Tu habitación está por aquí.
Christa le siguió en silencio. Sus modales tranquilos y amistosos... ¿eran
naturales o simplemente adquiridos? El engaño tenía que ser parte integral de su
naturaleza. El arte de proyectar una falsa imagen, tan pulida y perfeccionada que era
fácil para él hacer que los otros creyeran la ilusión que él había creado.
Y sólo había una razón por la que él la había llevado allí, prácticamente
secuestrándola. A ningún hombre le gustaba ser desafiado por una mujer, y menos que
una mujer ganara el desafío. Y tanto profesional como económicamente, él no podía
permitirse ser derrotado.
Sería una guerra entre ellos, y Christa debía reconocer que él tenía algunas
armas devastadoras en su arsenal.
Daniel se detuvo en una de las puertas del pasillo.
-Te he puesto aquí. Tendrás tu propio cuarto de baño.
Abrió la puerta y la hizo pasar delante de él. La habitación estaba decorada con
sencillez, con una cama antigua de bronce y algunos muebles de roble antiguos y
brillantes, incluyendo un escritorio.
-Te dejaré para que te instales- y luego después de cenar podremos discutir la
estructura de tu curso. Una de las cosas que enseñamos aquí es la importancia del
trabajo en equipo en armonía y sus beneficios. Descubrimos que muchos ejecutivos
pierden la visión de la importancia de trabajar junto a otros. Nuestra cultura
engendra la necesidad de dominar y alcanzar la superioridad. Nosotros queremos
compensar los efectos de eso, enseñar los beneficios de apoyarse en otros, de
integrarse con colegas y compañeros de equipo.
-Yo no tengo ningún compañero de equipo -dijo Christa cortante-. Deberías
intentar salir al mundo real. Te prometo que eso no funciona. Una de las primeras
cosas que sucedería si los importadores y yo empezáramos a apoyarnos, sería que
nuestros compradores nos acusarían de querer organizar un acuerdo comercial y
manipular los precios.
-No me engañas, Christa. Puedes pensar que suenas dura y cínica, pero sólo es un
disfraz, una forma de protección.
Se fue y cerró la puerta en silencio tras él antes de que a Christa se le ocurriera
una réplica.
¿Que ella necesitaba protección? Era ridículo.
Christa vaciló en el pasillo. El aroma a sopa la animaba a ir a la cocina. Saber que
Daniel estaba allí, la detenía. Pero cuando se abrió la puerta y él apareció frente a ella,
le quitó la decisión de las manos.
-La sopa está lista -le dijo alegremente-, aunque no tengo mucho mérito. Todo lo
que hice fue recalentarla en el microondas.
¿Quién la habría cocinado? Diez minutos más tarde, Christa estaba tomando la
deliciosa sopa. ¿La habría hecho la esposa regordeta de algún granjero, o una mujer
más joven y guapa? Daniel era un hombre atractivo y sería muy fácil para una mujer
más vulnerable que ella ser engañada por su aparente calor y amabilidad, su sentido
del humor y su carácter abierto... ¡Y especialmente si él la miraba del modo que a ella
cuando se conocieron por primera vez!
Con decisión, apartó ese recuerdo.
-¿Qué ocurre? -le preguntó Daniel-. ¿Está demasiado caliente la sopa?
Menos mal que no podía realmente leer su mente.
-No, está bien. Muy buena. ¿Quién la ha hecho?
-Realmente no lo sé. Algunas esposas de los granjeros de por aquí tienen
pequeños negocios, cocinando y proporcionando comida casera. Trabajan para
ceremonias, acontecimientos especiales, bodas... y tienen un quiosco en el mercado, y
también me proporcionan cocineros y personal para el centro. Esta sopa es parte de
una tanda de comida que había en el congelador del centro. La traje aquí para que no
se desperdiciara. Normalmente yo cocino o como en el centro. Bueno, he preparado un
programa para tu curso -continuó-. Normalmente seguimos una rutina más
especializada, pero en tu caso...
-¿En mi caso qué? -preguntó Christa suspicaz abrieron la carpeta que él le
estaba dando-. ¿Qué me hace diferente? Ya has alterado las probabilidades en tu
favor doblando la duración del curso, pero te diré que no importa lo que digas o hagas.
No cambiaré de opinión - le dijo triunfante.
-La duración de tu curso no tiene nada que ver con que yo intente poner los
probabilidades a mi favor. Es simplemente que sin mis ayudantes, se tardará más en...
-Lavarme el cerebro -dijo Christa mordaz-. ¿Por qué no me encierras en mi
habitación y me dejas morir de hambre hasta que me someta?
-No me tientes -le dijo con dulzura-. ¿Tú, sumisa? Lo dudo -terminó sonriendo.
Había algo en el modo en que él la estaba mirando... algo en su sonrisa...
Profundamente aturdida, Christa inclinó la cabeza.
-Bueno, ¿y entonces qué vas a hacer conmigo? -preguntó rápidamente.
-El curso consta de una mezcla de ejercicios físicos y mentales diseñados a
fomentar la confianza en los demás y la habilidad de compartir el control mediante
actividades y discusiones en grupo. Las actividades en grupo se valen de nuestros
alrededores e incluyen montañismo y piragüismo por parejas...
-¿Piragüismo? -Christa lo miró fijamente-. Ni hablar. Olvídate de eso.
Visiones de una embarcación endeble aparecieron en su cabeza. Christa sabía
nadar, preferiblemente en una piscina climatizada, sin corrientes ni olas, pero si él
esperaba que ella arriesgara voluntariamente su vida.
-No hay nada que temer -dijo Daniel-. Las piraguas no se pueden hundir. Lo peor
que puede ocurrir es que se den la vuelta si se controlan mal, pero llevarás un traje
isotérmico y...
-No. Ni hablar -repitió Christa tajante.
-Te prometo que no hay nada que temer. Soy un instructor cualificado y...
-No me importa lo cualificado que estés - dijo Christa furiosa-. No haré
piragüismo.
-Es una parte importante del curso, pero si has cambiado de opinión y ya no
quieres hacerlo...
Christa lo miró echando fuego por los ojos. Daniel estaba intentando hacer que
se retractara y así ganar él.
-Espero por tu bien que tengas un buen seguro.
-Lo tengo. Pero si te sirve de consuelo, aún no hemos ahogado a ningún alumno.
-Un arañazo... un simple arañazo... -le amenazó Christa, ignorando la risa que veía
brillando en sus ojos.
-Si el piragüismo es realmente un problema para ti...
Daniel estaba serio de nuevo.
-Tú eres mi problema. Tú y todo esta farsa para ganar dinero.
-¿Farsa? Al contrario. Es algo que me tomo muy en serio.
-¿En serio? ¿Le llamas serio a estar sentados en círculo charlando... escalando
montañas y remando... ? Oh, y por cierto, ¿cuándo tendrá lugar exactamente esa
prueba en el agua?
-La mayoría de la gente lo encuentra una experiencia bastante agradable, pero si
realmente te da miedo, podríamos...
-No me da miedo. Simplemente no le veo el sentido.
-Estás mintiendo, Christa. Te da miedo - le dijo Daniel tranquilamente.
-No el piragüismo -replicó ella con vehemencia.
-¿No? ¿Entonces qué? ¿Qué se demuestre que estás equivocada?
Christa estaba segura de que estaba enfadado, a pesar de su tono tranquilo y su
aparente calma.
-No -le dijo ella enérgica-, porque yo tengo razón. De ningún modo podrás
hacerme cambiar de opinión sobre lo que dices que estás logrando aquí... Todo esto...
las discusiones... los paseos, el piragüismo... Sólo son una pérdida de tiempo.
-No -le corrigió Daniel apartándose de ella y poniéndose de pie junto a la silla
que acababa de dejar vacía-. No lo son. De hecho son un modo excelente de fomentar
la confianza.
-¿Fomentarla? La confianza es algo que existe o no existe entre las personas.
-Estoy de acuerdo. Pero a veces, por una u otra razón, perdemos o eliminamos
deliberadamente nuestra habilidad para confiar en otros, y cuando eso sucede,
necesita ser estimulada para crecer y prosperar, ser fomentada...
-¿0 forzada? -sugirió Christa burlona, encogiéndose de hombros-. De todos
modos, como estoy aquí sola, no me parece que tenga sentido centrarse en ese aspecto
particular del curso, ¿verdad? No hay nadie en quien pueda aprender a confiar.
-Estoy yo.
-¿Tú? -Christa apartó su cuenco de sopa-. ¿Esperas que aprenda a confiar en ti?
Nunca... Haría falta un milagro...
-A veces suceden.
-No esta vez. ¡Espera y verás!
-Aprender a confiar es parte integral de nuestro curso. Saber que podemos
confiar en otros y saber que ellos sienten que pueden confiar en nosotros, aumenta
nuestra autoestima, de un modo mucho más positivo y valioso que la autoestima
procedente del éxito profesional y económico. Es bueno saber que nuestro trabajo es
valorado y bien recompensado, pero es mejor saber que se nos valora por nosotros
mismos.
Christa escuchó su discurso con cinismo. Tenía que admitir que era bueno, con su
expresión sincera y el entusiasmo y convicción en su voz.
-Lo siento, me estoy dejando llevar por mi propio entusiasmo -se disculpó
Daniel-. Eso es lo peor de ser un converso de tus propias creencias.
-Suena casi idílico -le dijo Christa con frialdad-, pero el hombre no puede vivir
sólo de la autoestima.
-Puede que no. Pero sin duda no puede vivir sin ella. Se ha demostrado numerosas
veces que si se le quita la autoestima a una persona, su vida se convierte meramente
en existencia.
-Lo haces sonar como si estimular la autoestima sea una cura para todas las
aflicciones -se burló.
-En mucho aspectos, yo creo que lo es... Cuando tenía quince años, despidieron a
mi padre de su trabajo. Tres meses después, se mató. Tenía cuarenta y tres años y no
pudo soportar la vergüenza de perder su trabajo. El hecho de que nosotros lo
amáramos, que fuera valorado y una parte valiosa de nuestra comunidad, el hecho de
que le necesitáramos, no fue suficiente.
Christa tragó saliva. Sus palabras sencillas, libres de retórica y fervor teatral, la
conmovieron profundamente.
Quizás por la pérdida de sus propios padres, ella sabía todo lo que él no le estaba
diciendo.
Las lágrimas nublaron su visión. Quiso tocarle, decirle que le entendía.
-Quizás por su muerte, el éxito económico y profesional nunca me hayan atraído
mucho. Y tras su muerte, descubrimos unas acciones que compró años antes y que
habían aumentado mucho su valor. Tanto, que mi padre nunca habría necesitado volver
a preocuparse por el dinero. El dinero que yo usé para comprar esta propiedad, salió
de esas acciones. Me pareció un modo apropiado de usarlo.
Christa volvió a tragar saliva. Daniel parecía tan sincero, tan... todo lo que ella
siempre había querido en un hombre...
Pero al mismo tiempo, estaba metido en un negocio que ella sabía por experiencia
sólo atraía a hombres a quien se les daba bien engañar, hombres que eran timadores
refinados.
Su instinto y su feminidad, querían creerlo, pero sus conocimientos y
experiencia, le advertían que no lo hiciera.
¿Cuál de ellos tenía razón?
¿Por qué no mantener la mente abierta? ¿Por que no permitirle que demostrara
cómo era? Después de todo, ¿no estaba ella allí para eso? ¿No era justo tener la
mente abierta y no tener prejuicios contra él? ¿Y permitirse enamorarse y
arriesgarse a sufrir... a ser destrozada como le ocurrió a su amiga?
No. De ningún modo caería en esa trampa.
De ningún modo.
Capítulo 4
CHRISTA se enderezó somnolienta en la cama. ¿Qué hora era? Miró su reloj. No
podía recordar la última vez que había dormido tan profundamente, ni durante tanto
tiempo. Algo que, sin duda, Daniel diría que era uno de los efectos de recuperación de
ese lugar.
Pero Christa tenía otras ideas, cómo qué había exactamente en esa taza de
cacao caliente que él insistió en hacerle antes de irse a dormir. ¡Cacao! Ella había
dejado de beberlo cuando abandonó su casa para marcharse a la universidad.
La casa estaba silenciosa, y parecía vacía...
Frunciendo el ceño, se levantó de la cama y se puso la bata. La noche anterior,
Daniel le dijo que pasarían la mañana revisando los detalles de su curso.
-Obviamente, variará algo de los que se imparten normalmente.
-Obviamente -replicó Christa con brusquedad-. Después de todo, la gente con la
que tratas ya son conversos, ¿verdad?
-No exactamente. Y además, no vienen para ser convertidos, sino a recibir ayuda
para reconocer las señales de estrés y para aprender como tratarlas y como
integrarse bien con el resto de la raza humana y sus colegas en particular.
Christa se sintió tentada a discutir con él, pero fue detenida por un inesperado
bostezo.
-Estás cansada --comentó Daniel levantándose de su silla-. 0 quizás te esté
aburriendo.
¿Pretendió realmente que ella contestara esa pregunta? Seguro que él sabía que
«aburrido» era lo último que cualquier mujer le encontraría.
¿Dónde estaría en ese momento? Christa se acercó a la ventana, apartó la
cortina y guiñó los ojos ante la inesperada luz matinal. El cielo estaba azul y el sol
brillante.
Al principio no estuvo segura si el brillo blanco que vio en lo alto de las montañas
se debía al resplandor del sol o si era de verdad nieve.
Cuando se le aclaró la visión, se quedó boquiabierta al darse cuenta de que
realmente era nieve. Recordó las palabras de Daniel el día anterior cuando ella se
extrañó de que nevara en noviembre. Y de pronto, esa región montañosa le resultó
extraña e intimidante. En las noticias había oído y también leído en los periódicos
casos de escaladores perdiéndose entre las ventiscas de nieve de Escocia y Gales en
épocas del año donde la idea de la nieve en otras zonas del país parecía irrisoria.
En una ciudad y en las zonas más pobladas del país, era fácil olvidar que esas
montañas existían.
-Te prometo que para cuando te marches de aquí, te verás a ti misma y a todo y
todos a tu alrededor, con una luz diferente -le prometió Daniel la noche anterior.
-¿Cómo? -le preguntó ella desafiante.
-Espera y verás.
Christa se estremeció ligeramente, como si realmente pudiera sentir el frío de
esos picos nevados, aunque en realidad estaba dentro de un dormitorio cálido.
¿Sería posible que el proceso del cambio ya hubiera comenzado en su reacción al
ver las montañas y darse cuenta de su inesperada admiración?
No debía ser ridícula. De acuerdo, le había impresionado ver esos picos nevados,
era ridículo sentir que de algún modo su actitud estuviera amenazada.
Daniel no podía ser el responsable de la nieve, ¿verdad?
Cuando ella abandonara Gales, no sería con sus opiniones cambiadas, sino
reforzadas. Cuando regresara a su casa sería para confirmar lo que ya creía. Daniel
podía parecer genuino y sincero en sus creencias, incluso podía creer en sí mismo, pero
no sería capaz de convencerla a ella.
Se puso tensa cuando un sonido llamó su
atención. Parecía que alguien estuviera trabajando ahí fuera. ¿Daniel?
¿Trabajando en qué? ¿No se suponía que ella era su trabajo?
Si ése era su modo de cambiarla, o sea, simplemente ignorándola, entonces... ¿0
se lo habría pensado mejor? Quizás hubiera empezado a darse cuenta de que ella no
era fácil. ¿Habría empezado a rendirse?
Llevándose ropa limpia, Christa corrió al cuarto de baño. Si pudiera conseguir
que él admitiera que se había equivocado y que ella podía marcharse, volver a su vida
antes de...
¿Antes de qué? ¿De que empezara a olvidar por qué estaba ahí y empezara a
centrarse, no en la realidad, sino en la fantasía, a cerrar los ojos y permitirse ser
seducida por la respuesta femenina de su cuerpo a la masculinidad de Daniel?
¡Ridículo! Como si ella entre todas las personas fuera lo suficiente estúpida para
hacer eso.
Abajo, la cocina estaba vacía, y escrupulosamente limpia y ordenada. Había una
nota en la mesa para ella. La leyó rápidamente, intentando calmar su corazón mientras
estudiaba la firme escritura de Daniel.
Te hice una visita a las siete, pero estabas dormida. Desayuna lo quieras.
Daniel había ido a hacerle una visita.
Christa tragó saliva, sintiendo de repente mucho calor. Le preocupaba pensar que
él la hubiera mirada cuando ella estaba durmiendo y era ajena a su presencia y
vulnerable. Se le puso la cara aún más caliente al recordar el modo en que el camisón
se le solía soltar y resbalar por el hombro.
Enfadada, decidió que él no tenía derecho a entrar en su habitación, y cuando lo
viera, se lo diría.
Se hizo café, demasiado nerviosa para comer nada, y la curiosidad la hizo salir
cuando terminó y cruzar el jardín en dirección al ruido que oyó un rato antes.
Fuera hacía más frío de lo que esperaba. El fino traje de diseño de lana que se
había comprado por capricho, no era lo suficiente grueso para proteger sus piernas del
fuerte viento, y se arrepintió de haber abandonado la casa sin la americana.
Estaba a punto de dar media vuelta y volver a por su americana cuando un sonido
tras ella la detuvo.
Su corazón empezó a latir más deprisa al reconocer el sonido de cascos en los
adoquines del patio. Cuando se giró, vio a Clarence, de pie entre ella y la casa,
mirándola con expresión malévola.
Christa se aterrorizó. De niña, un día fue a ver a su abuela que tenía una cabra.
Su madre la llevó a ver a las cabritillas, todas de pelo blanco y suaves al tacto, pero
por alguna razón, la cabra se opuso a su presencia y se lanzó contra ellas.
Ni la madre de Christa ni su abuela parecieron particularmente perturbadas,
pero para Christa fue una experiencia aterradora que nunca olvidó.
El día anterior sintió resurgir brevemente ese miedo, pero ver a Clarence desde
la seguridad del Land Rover y luego al lado de Daniel, era algo muy distinto de estar a
solas, y sabiendo que el macho cabrío podría alcanzarla si ella cedía a su miedo y
echaba a correr.
Era casi como si Clarence supiera lo que sentía ella. Christa lo vio mirar sus
pantalones.
-Un bocado y estás muerto -le amenazó.
Pero habría jurado que Clarence se reía de ella, reconociendo su completa
incapacidad para protegerse a sí misma ni a sus pantalones.
Clarence dio un paso hacia ella, y luego otro.
Christa sintió el corazón acelerado y luego se le puso la boca seca.
-Vamos... vete.., vete...
Su voz sonaba débil y asustada y totalmente inútil. Entonces notó que a lo lejos,
los golpes rítmicos de metal contra piedra habían cesado, pero tenía demasiado miedo
del animal para reconocer lo que significaba ese cese del sonido, así que las palabras
divertidas de Daniel le llegaron totalmente por sorpresa.
-Ah, estás levantada. Bien... Estaba pensando tomarme un descanso para
almorzar.
En cualquier otro momento, Christa habría respondido furiosa a sus bromas,
diciéndole que si él realmente almorzaba a las diez de la mañana, era una persona muy
rara. Pero la sorpresa de oír su voz, combinada con su miedo, le hicieron girar al
instante con fuerza, olvidando momentáneamente su miedo por la humillación de ver a
Daniel presenciar sus apuros.
Casi como si estuviera esperando ese momento, Clarence aprovechó la
oportunidad que le había dado y se lanzó hacia ella.
Christa oyó el sonido de sus pasos y giró para mirarlo. Abriendo mucho los ojos
por el terror, reaccionó instintivamente, girando para correr, escapar, pero sus finos
zapatos de ciudad no estaban hechos para correr por piedras y barro.
Sofocada de miedo, era una vez más la niña pequeña en casa de su abuela,
sabiendo que no había modo de escapar, que...
De pronto, la tierra desapareció bajo sus pies, pero no se encontró echada
contra los pedruscos húmedos, con Clarence respirando pesadamente sobre ella, sino
contra un cuerpo masculino sólido y reconfortante, y un par de brazos fuertes y
protectores.
Daniel...
Christa abrió los ojos que había cerrado con fuerza por el pánico.
Daniel la estaba abrazando con firmeza y hablándole con suavidad.
-Vamos, tranquila. Sólo es Clarence. Eso es todo.
¡Eso era todo!
Indignada, Christa levantó la. cabeza y le miró.
-Iba a atacarme -le dijo temblorosa.
Todo su cuerpo empezó a estremecerse. Christa sintió náuseas y lágrimas en los
ojos.
-Para ti está bien -le dijo a Daniel-. Tú crees que es gracioso, pero...
Intentó liberarse del brazo que él tenía a su alrededor, aunque sabía que
Clarence seguía ahí, a pesar de que mantenía las distancias.
-No, no creo que sea gracioso -la contradijo Daniel.
-Suéltame.
-En seguida, cuando te haya llevado dentro, a salvo. Realmente no es necesario
que tengas miedo de Clarence -le dijo girándola y empezando a llevarla hacia la casa.
-Iba a atacarme.
-Sintió tu miedo y quería intimidarte, nada más. Pero no era sólo Clarence quien
te asustó, ¿verdad? -preguntó abriéndole la puerta.
-No -admitió Christa-. Mi abuela tenía una cabra que me aterrorizaba. Solía
reírse de mí, decirme que no fuera tonta y que la vida tenía más cosas que temer que
una cabra con mal genio. Ella despreciaba la debilidad en la gente. Era una mujer
fuerte.
Christa frunció el ceño al ver el modo en que la estaba mirando Daniel.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así?
-Estaba pensando en la niña que debiste ser...
-Pues no lo hagas. Ya soy una mujer y...
-Lo sé -dijo Daniel muy despacio y en tono bajo-. Toda una mujer...
-No.
Su negativa fue automática, pero tan débil que Christa no se sorprendió cuando
él la ignoró y se acercó a ella, rodeándole la cintura con las manos y luego subiendo y
bajando por la espalda y las caderas, con una mirada de placer sensual tan intenso en
los ojos que la dejó inmóvil.
Si cualquier otro hombre hubiera experimentado semejante placer simplemente
tocándola, realmente nunca había dejado que ella lo notara.
Sabía que Daniel iba a besarla, y no hizo nada para detenerle, ni tampoco para
controlar los pequeños escalofríos que recorrían su cuerpo.
Todos sus sentidos se centraron en lo que sabía que iba a suceder, en las caricias
de las manos de Daniel mientras sujetaban su cara, en sus dedos rozando su contorno,
dejándole la piel caliente. Christa podía ver el modo en que se levantaba el pecho de
Daniel, como si tuviera dificultades respirando, y la intensa concentración en sus ojos
mientras se oscurecían de deseo. Deseo por ella.
Su propia respiración se volvió irregular y rápida. La boca de Daniel tocó su piel y
sus dedos le apartaron el pelo de la cara, acariciando la suave piel detrás de su oreja,
haciéndola temblar, cerrar los ojos y emitir un pequeño sonido de placer cuando sus
labios siguieron el sendero de sus dedos.
Christa podía sentir todo su cuerpo cobrar vida, y sin hacer ningún esfuerzo
consciente por moverse, de pronto se encontró más cerca de Daniel, tanto que podía
sentir sus latidos, la tensión en sus músculos, el calor de su piel bajo sus manos.
Mareada, sintió el calor emanando de su cuerpo, el sutil cambio de una exploración
controlada a un deseo menos controlado en el movimiento de sus labios contra su piel...
y su propia respuesta.
Contra toda la lógica y razón, experimentó un deseo tan fuerte por él que se
sentía totalmente incapaz de controlarlo.
Se asustó, pero en lugar de apartarse de él y detener lo que estaba pasando,
todo lo que ocurrió fue que aumentó su debilidad, su incapacidad de resistirse.
Intentó protestar, pero su débil susurro se perdió, fue silenciado por la suave
presión de su boca mientras él la abrazaba, besándola con una lenta determinación y
haciéndole sentir como si todo su cuerpo se estuviera disolviendo y derritiéndose en
él.
Ningún hombre la había besado nunca así, la había hecho sentirse así, no sólo
excitada con deseo físico, sino llena de tantas emociones que le quemaban los ojos de
lágrimas tras sus párpados cerrados.
No tenía voluntad, vida ni otro poder que no fuera controlado por él. Su mente,
su cuerpo y sus sentimientos obedecían alegremente a las crecientes exigencias de su
boca, las sutiles caricias de su lengua mientras se movía persuasivamente sobre sus
labios, incitándoles a abrirse.
Cada parte del cuerpo de Christa estaba sensibilizado, tanto por dentro como
por fuera, de tal modo que apenas podía soportar la fuerte presión de la ropa contra
su piel.
-No...
Christa se apartó de Daniel, rompiendo el beso y la fuente de sus pensamientos
oscuros.
Apenas podía reconocerse en el erotismo de sus pensamientos y deseos.
Cuando las manos de Daniel se movieron como si pretendiera volver a abrazarla,
ella sintió durante un instante que quería que lo hiciera, que deseaba que silenciara sus
protestas con la presión de su boca, que anulara físicamente la lógica de sus
pensamientos.
Se asustó al darse cuenta de lo que cerca que había estado de perder todo el
control, y retrocedió otro paso.
Vio a Daniel fruncir el ceño, bajar la mano que había levantado hacia ella y la
sonrisa desaparecer de sus ojos.
-Me voy dentro.
No era extraño que hubiera dejado de sonreírle. Christa se preguntó cuántas
otras mujeres antes que ella habían sido engañadas por las falsas promesas de sus
besos seductores, la sensual delicadeza de sus manos, la suave tensión en su cuerpo al
soltarla, como si no pudiera soportar hacerlo, el modo en que él giró ligeramente su
cuerpo como si intentara ocultar su excitación sexual.
Oh, Daniel se sabía todos los trucos.
Las lágrimas que llenaron los ojos de Christa mientras entraba corriendo en la
cocina con la cabeza inclinada y un leve temblor en su cuerpo no fueron sólo causados
por el susto que le dio Daniel. Al llegar a la puerta del vestíbulo, en contra de su buen
juicio, se detuvo para girar la cabeza y mirarlo.
Estaba de pie, quieto, mirándola, con las manos en las caderas, el pelo
ligeramente alborotado por la brisa que entraba por la puerta abierta.
¿Podría ver desde la distancia el suave rubor que llenó la cara de Christa?
¿Sabría que él era la causa? ¿Le importaba lo que le estaba haciendo a ella, el dolor
que podía causarle?
No, claro que no. Ese tipo de hombres no era así. Christa dio media vuelta y abrió
la puerta.
Se dio cuenta de que sus caros mocasines de piel que se había comprado como un
capricho especial unos meses antes, estaban llenos de barro, y también tenía
manchados los pantalones, y toda la piel de gallina por el frío.
Era demasiado tarde para arrepentirse de no haberse llevado su ropa interior
térmica.
Subió arriba para ponerse algo caliente.
Pero una vez llegó a su dormitorio, se acercó a la ventana, ajena a la
impresionante vista de las montañas. Sus pensamientos estaban centrados en esos
minutos que había pasado en los brazos de Daniel.
Un suave sonido de rabia escapó de sus labios.
¿Cómo pudo haber pasado? ¿Cómo pudo permitir y desear que sucediera?
¡No! Ella no quiso que sucediera.
¿No? ¿No quiso que Daniel la besara?
Su cuerpo tembló. Cerró los ojos contra el tormento.
En realidad quiso que Daniel la besara y la tocara y...
Eso era una locura. Era una mujer adulta, demasiado madura, demasiado sensata.
Esa sensación de vértigo que experimentó, ¿no pudo ser causado por algo tan
simple como la amenaza de haberse enamorado de Daniel?
Algo que era completamente ridículo por ser imposible.
Podía sentirse atraída por él sexualmente, y había sido un error dejar que esa
atracción se le escapara de las manos y la hiciera comportarse de forma poco
apropiada, pero enamorada... No... Nunca. ¡Ella nunca, y menos con un hombre como
Daniel!
Si tenía que quedarse allí...
Nada de eso. Se recordó que iba a quedarse. Si se marchaba en ese momento, no
sólo Daniel, sino todo el mundo imaginaría que era porque no podía seguir cumpliendo
su palabra.
Tenía que quedarse, y debía encontrar un modo de controlar su deseo sexual.
Debía recordar lo que le sucedió a Laura. Laura se enamoró... ¿y cómo terminó?
Escaladas, ejercicios en grupo, piragüismo...
Furiosa, Christa tiró los programas que Daniel le había dado. ¿Pensaba él
realmente que algo de eso la iba a hacer cambiar?
El viaje en piragua estaba previsto para el día siguiente. Frunció el ceño y miró
por la ventana. Podía ver el brillo plateado del agua donde el lago reflejaba un cielo
gris azulado.
A ella nunca le había gustado mucho el aire libre. Le gustaba el calor y el sol, no
el frío y la humedad. La última vez que estuvo en el agua fue el las islas griegas, y el
capitán siempre iba en pantalones cortos bajo el calor y el sol.
Bueno, al menos no tenía que preocuparse de que Daniel llevara un par de
pantalones cortos con ese frío.
Cansada, cerró los ojos. No era lógico que sintiera tal deseo por ese hombre.
Tales sentimientos tendrían que ser suprimidos.
Christa echó a Daniel una mirada asesina mientras él estaba de pie en el pequeño
embarcadero, esperándola. Se habían puesto los trajes isotérmicos en el vestuario del
pequeño y bien equipado cobertizo junto al embarcadero, y en ese momento Daniel
estaba de pie junto a la escalera de madera que llevaba al agua.
Christa caminó hacia él. Podía ver la piragua en el agua, algo frágil, como el
juguete de un niño, meciéndose ligeramente
-No puedes esperar que arriesgue mi vida subiendo a eso -protestó.
-Es perfectamente segura. No se puede hundir. Lo peor que puede ocurrir es que
se vuelque.
-¿Volcarse? -preguntó Christa suspicaz.
-Sí. Un piragüista inexperto puede volcarla, pero estos aparatos están diseñados
para volver a enderezarse sin ningún daño a las personas que hay dentro. Por eso los
usamos. Estarás perfectamente a salvo, Christa. No te habría traído si...
-¿Oh, no? -murmuró Christa irónica.
-¿Qué pensabas? ¿Que te llevaría al centro del lago y te amenazaría de muerte
ahogándote si no accedías a cambiar de opinión?
Ella no había pensado nada de eso, por supuesto, pero al oír sus palabras y ver el
brillo divertido en su mirada, se enfureció y le atacó.
-Te creo capaz. Después de todo debes estar desesperado. Un sitio como este
triunfa o se hunde dependiendo de su reputación.
-¿Y tú tienes suficiente influencia para asegurar el éxito o el fracaso?
Se había merecido las palabras. Pero aun así, Christa se sorprendió. Ella era la
que hacía los comentarios desagradables, y no Daniel.
-Oh, por el amor de Dios, terminemos de una vez con todo esto.
Era un día frío y gris, y el cielo amenazaba lluvia. El viento movía la superficie del
agua provocando pequeñas olas.
Christa se estremeció al mirarlas, y luego miró la piragua de colores brillantes.
Pero no iba a demostrar su miedo, echarse atrás y dejar que Daniel se burlara.
Respirando profundamente, caminó hacia el final del embarcadero.
-Yo bajaré primero -dijo Daniel.
No había ninguna inseguridad en el modo en que él bajó la escalera de madera y
se metió fácilmente en uno de los dos huecos de la piragua. Christa lo vio dirigir la
pequeña embarcación a la escalera, y entonces le dijo que bajara.
Christa lo hizo, aunque con mucha menos seguridad, temblando un poco al llegar
al último peldaño.
-Lo estás haciendo muy bien -le dijo Daniel-. Ahora sube aquí y métete en la
piragua.
Durante un instante, se sintió tentada a negarse. Se le había puesto la boca seca
y el cuerpo tenso mientras se sujetaba a la escalera. Daniel estaba sujetando la
piragua, con una mano en la escalera y estirando la otra para ayudarla...
-Todo va bien, Christa.
Christa apretó los dientes y avanzó.
Sintió un instante de pánico cuando se soltó de la escalera y se dejó caer a la
piragua, pero lo controló, diciéndose que no debía delatar sus sentimientos delante de
Daniel. Y al instante se encontró dentro de la pequeña embarcación, cara a cara con él.
Daniel empezó a remar, haciendo que se deslizaran por la superficie del lago a gran
velocidad. Incluso a pesar de lo grueso del traje isotérmico, podía ver la fuerza de los
músculos de sus hombros.
-Normalmente en este ejercicio enviamos a un grupo de cuatro alumnos con un
instructor en una de las piraguas grandes. Una vez que él ha demostrado todas las
técnicas de seguridad y está satisfecho de que ellos han aprendido lo básico para
manejar la piragua, quita todos los remos excepto dos, que les da a miembros
separados del grupo. Entre ellos tienen que conseguir regresar a tierra, coordinando
los remos y la dirección en un esfuerzo en grupo donde todos dependen el uno del
otro.
-Suena como una receta para asesinato en masa -comentó Christa irónica-. Si
algo así sucediera en la vida real, uno de ellos intentaría conseguir el control de los
dos remos, y entonces...
-¿Y entonces qué? No podría controlarles a todos y maniobrar la piragua a la vez,
¿verdad?
-Podría librarse de los otros, matarles con los remos, tirarles por la borda y...
-Mmm... podría. ¿Pero no tendría más sentido que trabajaran juntos y
compartieran la tarea de llegar a tierra firme?
-En un mundo perfecto quizás, pero éste no lo es.
-No. Por eso deberíamos esforzarnos más para que fuera así.
Daniel no podía realmente pensar que ella fuera lo suficiente boba para creer
que él realmente pensara que tal idealismo pudiera funcionar, ¿verdad?
Habían llegado al centro del lago, y las pequeñas olas se habían vuelto mucho más
altas y fuertes.
-¿Qué harías ahora, Christa, si hubiéramos perdido los dos remos?
-¿Demandarte? -sugirió ella dulcemente.
Daniel se rió.
-Antes tendrías que volver a tierra -le recordó.
-Sé nadar.
-Hay mucha distancia y el agua está muy fría. Intenta pensarlo. Las manos
pueden ser remos estupendos, especialmente con los dos trabajando juntos. Pero
primero, uno de los dos tendría que levantarse y darse la vuelta.
-De ningún modo te daría la espalda - dijo Christa rápidamente-. ¡De ningún
modo!
-¿Entonces preferirías quedarte aquí en vez de arriesgarte a confiar en mí? Muy
bien.
Daniel habló con tranquilidad, pero había un brillo en sus ojos que indicaba que
estaba perdiendo la paciencia con ella, y entonces, para horror de Christa, soltó los
remos, y mientras ella se quedó mirándolos pasmada, viéndolos alejarse por el agua,
Daniel se levantó con un movimiento rápido y se metió en el agua.
-Daniel, ¿qué estás haciendo? ¡No puedes dejarme así! -protestó Christa
aterrorizada viendo como él se soltaba de la piragua y empezaba a nadar hacia la
orilla.
Daniel se detuvo y la miró.
-Ha sido tu elección, Christa.
¿Su elección? ¿Su elección ser abandonada en medio de un lago enorme y frío?
Daniel estaba a varios metros de distancia, y obviamente no tenía intención de
regresar.
El pánico se apoderó de Christa, pero su orgullo no le dejó llamarle. Uno de los
remos aún flotaba cerca. Usando sus manos, Christa se dirigió hacia él y se estiró para
alcanzarlo, pero no estuvo lo suficiente cerca y se estiró demasiado.
Lo que experimentó cuando la canoa se dio la vuelta y cayó al agua, hizo que el
miedo que le daba Clarence se redujera a nada.
Hizo todo lo que sabía que no debía hacer, desde gritar y tragar agua a
retorcerse en el agua en lugar de mantenerse quieta, convencida de que había llegado
su hora y estaba a punto de ahogarse.
Cuando se dio cuenta de que la canoa se había enderezado, que ella ya no estaba
en el agua y que Daniel había vuelto y estaba subiendo delante, en lugar de aliviarse,
sintió una gran furia y rabia. Tan intensa que empezó a temblar y no pudo hablar.
Pero no duró mucho.
En cuanto Daniel llevó de nuevo la piragua al embarcadero, Christa subió la
escalera y le esperó, con una postura agresiva y expresión acusadora.
-Lo hiciste deliberadamente, ¿verdad? Intentaste ahogarme.
-No, Christa. Te entró pánico y volcaste la piragua, pero te prometo que no
estabas en peligro de ahogarte.
-Eso dices tú... ¿Qué diablos intentabas hacer?
-Intentaba mostrarte los beneficios de confiar en otro persona.,
-Y me castigaste cuando me negué a hacerlo, aterrorrizándome.
-Tú misma te castigaste. No tenías nada que temer.
-Ah, ya veo. Si no puedes conseguir que la gente esté de acuerdo contigo
voluntariamente, les obligas aterrorizándoles. Bueno, no funcionará conmigo, Daniel. En
mi opinión, sólo eres un hombre arrogante, irresponsable...
Para su consternación, no pudo continuar. Le empezaron a castañetear los
dientes, y las piernas se le pusieron tan débiles que lo único que la mantenía erguida
era su fuerza de voluntad.
Desde la distancia, oyó a Daniel hablándole.
-¿Se te ha ocurrido pensar que los mismos adjetivos se te pueden aplicar a ti,
Christa? ¡Christa!
Ella oyó el modo en que cambió su voz, la preocupación reemplazando al enojo,
pero el sonido parecía llegarle desde muy lejos, y la sensación de estar entre sus
brazos la llenó de calor y bienestar.
Obviamente, su remojo en el agua la había afectado más de lo que se había dado
cuenta. Cinco minutos después, estaba de pie sin protestar y extrañamente dócil bajo
el chorro caliente de una de las duchas del cobertizo, mientras Daniel estaba a su
lado, quitándole el traje isotérmico.
-Te pondrás bien, Christa. Ha sido el shock, eso es todo.
Daniel cerró el agua caliente y la envolvió en una enorme toalla. Pero sus ojos se
oscurecieron antes de que apartara la mirada con decisión de su cuerpo desnudo, y sus
manos temblaron brevemente cuando la tocó.
Y bajo el shock que aún hacía que sus dientes castañetearan y le temblara el
cuerpo, Christa sintió un triunfo femenino al darse cuenta de cómo le había afectado a
Daniel ver su cuerpo desnudo, que casi había tenido miedo de mirarla o tocarla.
En cuanto Daniel se aseguró de que Christa no estaba en peligro, la dejó para
vestirse mientras él también se cambiaba.
Media hora después, cuando ella estaba sentada a su lado mientras él conducía el
Land Rover hasta la granja, Christa seguía furiosa, consigo misma y con él.
-¿Cómo te encuentras ahora?
-Bien, y no gracias a ti. Dios sabe qué intentabas demostrar, pero...
-No estaba intentando demostrar nada -le interrumpió Daniel muy seco.
Christa vio la furia en sus ojos y la oyó en su voz, pero en lugar de sentirse
satisfecha de haber traspasado su imparcialidad profesional,
sintió un desagradable nudo en la garganta.
-No creo que nunca haya conocido a nadie tan empeñado a aferrarse a sus
prejuicios como tú, Christa. ¿De qué tienes miedo realmente?
-El hecho de que no puedas hacerme cambiar de opinión no significa que tenga
miedo - dijo ella con vehemencia.
Pero sabía que no estaba siendo totalmente honesta, y no pudo soportar el modo
en que él la miró a los ojos. Apartó la cabeza y se ruborizó levemente.
-¿De todos modos, qué esperabas? -añadió agresiva para ocultar su
vulnerabilidad-. ¿Que ese pequeño sermón que me echaste en el lago me hiciera
echarme a tus brazos y te declarara mi eterna confianza en ti?
-Nada tan teatral. Una simple disposición a escuchar sin prejuicios. Eso era todo
lo que quería de ti, Christa, pero por supuesto, podría haber pedido también la luna,
¿verdad? -pregunto, frenando con tanta fuerza en una curva que Christa cayó sobre
él.
El olor de su piel, limpia y levemente a jabón, hizo que le diera un vuelco el
corazón, tanto que se clavó las uñas en las palmas para evitar gritar de la impresión.
¿Cómo podía responder tanto a él?
Fue una pregunta que continuó atormentándola durante el resto del día, y su
preocupación hacía que Daniel la mirara con el ceño fruncido.
-Christa... ¿Estás segura de que te encuentras bien?
-¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo de que pueda morir de neumonía o algo así?
-Sé lo decidida que estás a desacreditar mi trabajo, pero dudo que incluso tú
quisieras llegar tan lejos.
-No estés tan seguro. Quizás incluso mereciera la pena.
-¿Qué te pasa, Christa?
Daniel se paró en medio de una explicación de sus teorías y métodos.
Estaban en su despacho, una habitación cálida y alegre decorada en tonos tierra
y verdes, estanterías llenas de libros, un fuego ardiendo en la chimenea. Todo era
relajarte. Pero relajarse era lo último que podía hacer Christa, y menos cuando Daniel
regresó de alimentar el fuego y se puso a su lado. Ella estaba frente a la mesa
estudiando los papeles que él le había dado.
Cuando se inclinó, poniendo una mano en el respaldo de la silla y otra en la mesa,
cerca de la suya, Christa notó que empezó a acalorarse, y con ello, el pánico aceleró su
corazón y la sangre le zumbó en los oídos.
Podía olerle, y no sólo era el olor a aire fresco que llevó con él cuando salió a por
troncos, sino que podía olerle a él.
Darse cuenta de que podía sentirle tan íntimamente, hizo que el rubor de su piel
aumentara y que su cuerpo empezara a temblar.
Su mente se llenó de rápidas imágenes... Daniel abrazándola, desnudo a su lado,
tocándola, lleno de sudor...
-Christa, ¿qué ocurre? Te está ardiendo la cara...
-Estoy bien... no es nada... Hace mucho calor aquí... Me puse de pie junto al fuego
cuando te marchaste -mintió.
Daniel frunció el ceño.
-Para una mujer que ha dejado muy clara su opinión sobre mi trabajo aquí, no has
discutido mucho nada de lo que te he dicho.
-No es porque haya cambiado de opinión -le dijo, aliviada de estar en terreno
seguro-. En teoría, lo que estás diciendo suena bien, muy elevado y altruista.
-Pero tú no lo aceptas.
Estaba mirándola con intensidad... con demasiada intensidad.
-¿Por qué, Christa?
-¿Por qué? -repitió ella de forma estúpida, dándose cuenta de que Daniel seguía
esperando su respuesta.
-Sí. ¿Por qué no aceptas que mis motivos sean altruistas?
-Bueno, para empezar, está lo que le cobras a las personas para asistir a tus
cursos. Eso no es altruista, ¿verdad?
-Quizás no, pero son un justo reflejo de lo que cuesta una aventura así, para
proporcionar la instrucción profesional necesaria.
-Y para que tú puedas sacar buenos beneficios -terminó Christa.
En ese momento sintió que realmente le había molestado.
-¿Es eso lo que piensas de mí? -preguntó despacio.
-Esto no tiene nada que ver con lo que pienso de ti... a nivel personal -se defendió
Christa.
-Sí -la contradijo Daniel-. Cuando algo te altera emocionalmente tu voz cambia
completamente... Puedo oír el disgusto y el desprecio... y también el miedo. ¿Qué es,
Christa? ¿Qué hay en mí que encuentras tan desagradable? ¿Lo que yo soy o lo que
hago?
-Ninguna de las dos cosas -replicó ella demasiado rápidamente-. No... no me
gusta la idea de que otras personas sean engañadas... lastimadas.
Balbuceó, deseando no haberse metido en esa conversación y queriendo escapar.
-¿Y piensas que yo haría eso?
Una negativa inmediata acudió a sus labios, pero la reprimió.
-No te conozco lo suficiente para saberlo.
Para su sorpresa, Daniel sonrió.
-Eres una luchadora. Hay cierto estímulo en discutir algo con alguien que tiene
claro lo que piensa y no teme decirlo. Provoca cierta energía... una química en la
discusión, no muy distinta de la química especial que crean dos personas que se sienten
fuertemente atraídas sexualmente.
Como si estuviera en trance, Christa se quedó muy quieta, y, sólo se movían sus
ojos por la cara de Daniel. El parecía muy tranquilo, como si nunca hubiera hecho esa
referencia a la química sexual y no hubiera dejado esas palabras suspendidas en el
aire.
-Pero a los hombres no les gustan las mujeres que discuten con ellos, que son
demasiado independientes -le dijo rápidamente.
-¿No? Eso es un mito. Los hombres inteligentes, los hombres verdaderos sienten
lo mismo por las mujeres que aceptan pasivamente sus palabras como ley que por las
mujeres que pasivamente aceptan su intimidad en el sexo.
Christa no puedo evitarlo. Sintió por todo su cuerpo el calor que provocaron sus
palabras.
-El sexo... hacer el amor -continuó Daniel-, como una buena discusión, debería
tratar sobre mutua intensidad, participación mutua.:. un deseo mutuo de compartir lo
que está sucediendo... ¿No estás de acuerdo?
-El sexo por el sexo no me interesa -le dijo Christa, forzando su tono a sonar
despectivo y brusco.
-No, ni a mí. Pero realmente no veo qué placer puede haber en una intimidad
física que no incluya también una intimidad emocional e intelectual. Y eso posiblemente
explique por qué me he vuelto célibe sin querer -terminó pesaroso.
¿Célibe? ¿Ese hombre?
A Christa le dio un vuelco el corazón y empezó a latirle con fuerza.
-¿Te ocurre algo? -le preguntó Daniel.
-Nada... Es que los hombres... la mayoría de los hombres no dirían... no revelarían
eso.
-Quizás porque hayan aprendido que las mujeres no quieren escuchar. Algunas
mujeres encuentran amenazadoras las emociones y vulnerabilidades masculinas.. No es
lo que les han educado para esperar de un hombre. Mira a un niño pequeño con su
madre, fíjate en las diferencias del modo en que ella le trata a él y a su hermana... del
modo en que la sociedad espera que le trate. Una vez llegan a cierta edad, se desanima
a los chicos a ser abiertos respecto a sus necesidades emocionales. Pero las tienen, y
también los hombres... ¿Cuáles son tus necesidades emocionales, Christa? -le preguntó
suavemente, pillándola desprevenida.
-Yo... no quiero hablar de ellas -consiguió decir-. Y no estoy aquí para eso.
-No. Estás aquí para comprobar la eficiencia de nuestro trabajo, al menos en la
superficie, pero hay más que eso, ¿verdad, Christa? Hay un asunto personal oculto en
alguna parte, dentro de ti, algo que quizás no sea un miedo y tampoco una obsesión,
pero algo que tienes muy metido en la cabeza.
Christa se levantó.
-Basta -dijo desesperada-. No tengo que escuchar nada de esto.
-Christa...
Casi había llegado a la puerta y a la libertad, pero él la alcanzó cuando la iba a
abrir, poniendo su cuerpo entre medias y abrazándola. Pero esa vez, el cuerpo y los
sentidos de Christa registraron las sutiles diferencias en ese abrazo.
-Lo siento, lo siento... No quería molestarte. Sólo quería...
Instintivamente, al oír sus suaves palabras, Christa levantó la cabeza.
Fue un error fatal. Deseó abrazarle, apretar su cuerpo a él. Cerró los ojos para
bloquear la visión delante de ella, pero no sirvió. Con los ojos cerrados, los otros
sentidos se agudizaron. Podía oír su respiración y sentir sus rápidos latidos.
Cuando abrió los ojos, él la estaba mirando fijamente.
-Christa... Abre la boca y deja que te bese...
Sus palabras provocaron en ella una reacción tan fuerte que tuvo que sujetarse a
él para no caer, y hacer exactamente lo que le había pedido, no porque él lo hubiera
dicho, sino porque su propia necesidad de experimentar la intimidad de su lengua
explorando el interior de su boca era demasiado fuerte.
Christa empezó a delirar de placer. La sensación de que él chupara suavemente
su lengua mientras se la metía en la boca, el modo en que sus labios se abrían y
acariciaban sus labios, la hicieron desear que la acariciara y la liberara de la
restricción de su ropa.
-Dios, te deseo... Te deseo muchísimo.
La cruda pasión en las palabras de Daniel la hicieron volver a la realidad, y se
aterrorizó al sentir que su control se desvanecía.
Pero tenía que resistirse.
-No -gimió angustiada.
Pero fue un sonido tan débil que no creyó que Daniel lo hubiera oído. Pero si lo
oyó, y la soltó... despacio y de mala gana.
Christa estaba temblando tanto que apenas se podía mantener de pie.
-Lo siento -murmuró Daniel-. No quería que esto sucediera. No fue planeado...
Sólo... -inclinó la cabeza y bajó la voz-. Las cosas se descontrolaron.
Parecía un hombre que hubiera recibido un fuerte golpe.
Pero al instante, Christa volvió a asustarse, aunque de modo diferente.
El la estaba mintiendo, engañándola, manipulándola. No debía confiar en él,
porque una vez lo hiciera... No era el tipo de hombre a quien ella quisiera entregar su
corazón.
-Es curioso, ¿verdad? -añadió Daniel-. Algo tan inofensivo como un beso puede
ser letal. No me extraña que le llamen química sexual. Esto que ha ocurrido entre
nosotros ha sido bastante explosivo.
-¿Nosotros? No existe un «nosotros» - dijo Christa furiosa-. Lo sucedido ha sido
un error.
-Nuestros cuerpos no parecieron pensarlo. Al contrario.
-Yo... yo estaba pensando en otra persona -mintió Christa-. No soy una tonta. Sé
que muchos profesores, normalmente varones, ven como adición a su trabajo el
dominar sexualmente y esclavizar a sus alumnas. Normalmente es el tipo de hombre
que no es capaz de mantener una relación con una mujer que sea su igual. Su ego no
puede con ello.
Levantó la mirada a los ojos de Daniel. Lo que vio allí le hizo desear no haber
mirado. Nunca le había visto tan enfadado. Nunca había visto tanta frialdad en los
ojos de una persona ni había presenciado esa furia silenciosa.
-Si realmente piensas que eso es cierto - le dijo muy despacio al fin-, entonces
yo he cometido un error de juicio mayor que tú.
Sin darle la oportunidad de responder, se giró y se dirigió a la puerta.
Christa aguantó la respiración, medio esperando que se detuviera, diera media
vuelta y sonriera, y sugiriera que discutieran todo eso, como siempre que ella había
dicho algo defensivo y duro.
Pero no lo hizo. Simplemente abrió la puerta y se marchó, dejándola
técnicamente victoriosa al ser él el que se fue. Pero Christa no se sintió victoriosa. Se
sintió mezquina y baja. Y lo que era peor, se sintió como si de algún modo hubiera
perdido algo muy importante... Algo o a alguien.
Capítulo 5
DESDE su asiento en el jardín de la casa, Christa observaba a Daniel trabajar,
reconstruyendo la inestable pared de piedra que separaba el jardín de las tierras de
cultivo.
Al principio le asombró y también le pareció irrisorio que un hombre de la
inteligencia y cualificaciones profesionales de Daniel pudiera encontrar satisfacción
en semejante tarea. Se lo dijo, pero él simplemente le contestó que estaba
equivocada,- que el trabajo que hacía requería conocimientos en los que él era sólo un
aficionado, y que había algo igualmente satisfactorio, aunque de modo diferente, en
reconstruir la pared como en ayudar a la gente a ampliar sus percepciones de la vida y
a realizarse fuera de los estrechos límites del prestigio profesional y el dinero
impuestos por la sociedad moderna.
Habían pasado tres días desde que él salió del despacho dejándola sola. Tres
días en los que él había sido educado y agradable con ella, pero también distante y
remoto.
Su actitud hacia ella era estrictamente profesional. A Christa le parecía ridículo
haberle acusado de tener la clase de ego que necesitaba la adoración de los alumnos.
Más bien daba la impresión de que cualquier intento por su parte de estrechar la
distancia que él había creado, era recibida con un firme rechazo.
Christa cambió de postura en su asiento de madera y vio la mancha oscura en sus
pantalones. Tener un vestuario sólo con ropa de tonos crema, miel y blanco, en su vida
normal reflejaba buen gusto, pero esos colores no eran los más apropiados para ese
estilo de vida.
Dudaba que la camisa de seda beige que llevaba en ese momento se lavara tan
bien como la camisa de trabajador que llevaba Daniel, pero ella no era el tipo de mujer
a quien le sentaran bien las ropas prestadas de un hombre. No era lo suficientemente
alta y su cuerpo tenía demasiadas curvas femeninas.
Demasiado femeninas... En ese momento el viento aplastó la camisa contra su
cuerpo, marcando sus pechos.
Pero no tenía que preocuparse. Otra mirada en dirección a Daniel demostró que
estaba completamente concentrado en lo que hacía. Tenía el pelo alborotado y bajo su
camisa, Christa vio el movimiento de sus músculos cuando levantó otra piedra. De mala
gana, continuó mirándolo, fascinada en contra de su voluntad por la masculinidad de su
cuerpo, su poder y su fuerza...
Apartó la mirada rápidamente. Se le había puesto la boca seca.
¿Qué le pasaba? Había visto anteriormente hombres igual de atractivos...
docenas, especialmente en los desfiles de modelos a los que asistía frecuentemente y
en sus viajes, donde los hombres de piel dorada y facciones oscuras llegaban cerca de
la perfección clásica.
De ningún modo era Daniel atractivo en ese sentido. Su rostro era demasiado
masculino, demasiado duro, y sus ojos eran del color equivocado. ¿Quién había oído
hablar de un hombre con ojos tan claros echando a una mujer miradas que le ponían la
piel de gallina? No. Si ella quería tener semejantes deseos hacia un hombre, había
otros mucho más apropiados para el puesto.
Frunció el ceño, tratando de concentrarse en el libro que le había dado Daniel
para que leyera. Los puntos de vista de su autor eran dignos de elogio, pero demasiado
idealistas, y así se lo dijo ella a Daniel.
-¿Sabes cuál es tu problema? -replicó él-. Eres una cínica porque tienes miedo de
librarte de lo que se ha convertido en una coraza protectora. No te atreves a confiar
ni a creer por si terminas sufriendo, y por eso has creado un muro protector entre ti
y otras personas.
-Es posible. Pero al menos así estoy segura.
-¿Segura de qué?
-De todo lo que le sucede a las personas demasiado crédulas.
-¿El qué les sucede?
Pero Christa no le contestó, no queriendo continuar con un tema de conversación
tan doloroso.
A veces sentía que nunca superaría la culpa de haberse dejado engañar por Piers.
Si no le hubiera escuchado cuando él le contó que Laura estaba teniendo una
depresión, que continuamente le acusaba de engañarle con otra mujer cuando no era
cierto... Si hubiera creído a Laura y la hubiera ayudado, quizás su amiga siguiera viva.
Pero fue más fácil creer al mentiroso y hábil Piers que escuchar a Laura.
-¿Has sido alguna vez demasiado crédula, Laura? -le preguntó Daniel con
suavidad.
-No quiero hablar de ello -replicó ella furiosa.
-Tan crédula y herida que el dolor nunca ha desaparecido, y te ha vuelto
contraria a confiar -dedujo Daniel-. ¿Quién fue él? ¿Un amante? ¿Tu primer amante?
-No. No fue mi amante. Era el marido de mi mejor amiga. Era un mentiroso y un
tramposo y la rompió el corazón y la llevó a la muerte. El...
Se detuvo, horrorizada del modo en que le estaba hablando de su vida. Él tenía la
habilidad de conseguir eso, que ella se comportara de un modo poco propio de su
carácter.
Daniel le dijo que eso era liberar el lado oculto de su personalidad.
Recordando esa discusión, Christa apartó la mirada de Daniel y se fijó en la casa.
Era de buenas proporciones y robusta, y algo en ella le recordaba la casa que
compartió con sus padres.
De adolescente, Christa siempre quiso llegar a casarse, tener una gran familia y
encontrar el amor y seguridad que perdió con la muerte de sus padres.
Sólo una jovencita podía creer en esos cuentos de hadas. Los maridos no siempre
seguían amando a sus mujeres, ni los hijos a sus padres. Ella estaba mucho mejor en su
estado...
-Es casi la hora de almorzar.
Perdida en sus pensamientos, Christa no oyó acercarse a Daniel, y su cuerpo la
traicionó con la reacción a su proximidad. Sus músculos se volvieron rígidos, y esa
rápida contracción la hizo empezar a temblar.
Daniel estaba demasiado cerca para no notar lo que le estaba pasando. Ella sintió
que la cara le empezaba a arder y rápidamente la giró hacia otro lado.
-Estás temblando. Deberías llevar algo más grueso.
Pensaba que tenía frío. Christa cerró los ojos aliviada.
-Y más práctico.
Antes de que ella pudiera detenerle, Daniel se inclinó y tocó con un dedo la
marca sucia en sus pantalones.
Instintivamente, ella se apartó, incapaz de soportar la reacción de su cuerpo a
su roce. Sintió el muslo ardiendo cuando su dedo lo rozó, y el calor, desde ese punto
parecía palpitar y extenderse por todo su cuerpo hasta que llegó a una de las partes
más sensibles de su ser, llenándola de una necesidad tan intensa que sintió que los ojos
le empezaban a arder con las lágrimas del dolor.
-Tendremos que empezar a caminar pronto. Han anunciado nieve para finales de
la semana.
-¿A caminar? -preguntó Christa confundida.
Su comentario fue tan distinto a sus pensamientos que fue casi como si él
hubiera hablado en un idioma extraño.
-Sí. El folleto explicaba que una parte muy importante del curso consiste en una
serie de paseos por la montaña cuidadosamente estructurados, culminando en un paseo
final por parejas que tienen que dirigirse a un punto específico y sólo dependen el uno
del otro.
-¿Quieres decir que se les abandona en esas montañas? ¿No es peligroso?
-Lo sería si eso fuera lo que hiciéramos, pero su progreso es controlado y
observado cuidadosamente para que no sufran ningún daño. El propósito del ejercicio
no es asustarles sino que lleguen a confiar y depender de otros.
Christa se estremeció.
-¿Y si algo va mal? ¿Si uno se lastima, se cae y se vuelve totalmente dependiente
de su parej a?
-Eso no sucedería. Pero si así fuera, la relación que hubieran construido, la
sensación mutua de confianza y responsabilidad, le aseguraría a la persona que se
quedara detrás que su pareja iría a por ayuda.
-Yo nunca confiaría tanto en nadie -declaró Christa vehemente-. Nunca.
Miró hacia las. montañas, pensando lo asustada que se sentiría si se perdiera allí
arriba, sola, y posiblemente herida e incapaz de moverse. De ningún modo podría
confiar en alguien para que le buscara ayuda. De ningún modo. Antes se arriesgaría a
lastimarse más, arrastrándose con las manos y rodillas si tenía que hacerlo,
dependiendo sólo de sí misma.
-¿Has pensado alguna vez que tu miedo a confiar podría tener sus raíces en la
muerte de tus padres?
La pregunta la dejó paralizada y furiosa.
-¿Por qué iba a ser así? No fue su culpa que murieran, y además, yo tenía a mi tía
abuela. Ella me dio un hogar.., amor...
-Pero ella no era tu padre ni tu madre - señaló Daniel con suavidad-. Y una niña no
siempre razona de modo tan lógico como un adulto. De adulto, sabes que la muerte de
tus padres fue un accidente que escapó a su control. De niña, al igual que una sensación
de pérdida y miedo, pudiste haber sentido rabia contra ellos por haberte abandonado.
-No -negó Christa con demasiada rapidez.
¿Cómo había podido adivinar él esos sentimientos oscuros de amargura y rencor
que ella había luchado tanto por reprimir en los meses siguientes a la muerte de sus
padres, cuando a veces sintió casi que les odiaba por haberla dejado sola?
-¿Y qué hay de ti? -le retó, tratando de apartar esos recuerdos dolorosos-.
Según tu razonamiento, debiste sentirte culpable por la muerte de tu padre.
Incluso a pesar de su furia, Christa no podía ser tan cruel para usar la palabra
«suicidio».
Durante un momento pensó que él no iba a responder, pero cuando lo hizo, la
sorprendió.
-Sí, así fue... Y a veces aún me siento así. Aceptar esos sentimientos, aprender a
vivir con ellos en lugar de reprimirlos o negarlos fue una de las cosas más duras y
aterradoras que he tenido que hacer. Renunciar al castigo autoinfligido de esos
sentimientos y dejar de inventar excusas por todas las cosas que no hacía debido a
ellos, fue muy, muy duro. Los sentimientos negativos pueden volverse tan adictivos y
peligrosos como un droga. Piensa en ello -dijo empezando a alejarse de Christa.
Ella se levantó furiosa, decidida a refutar lo que él había dicho, pero soltó un
grito cuando el viento le metió arena en los ojos, haciéndola pestañear y frotarse
automáticamente los ojos llorosos.
Daniel se giró cuando oyó su grito y corrió hacia ella.
-¿Qué ocurre?
-Nada... Sólo me ha entrado algo en el ojo.
-Déjame ver.
-No.
Empezó a apartarse de él, sabiendo qué le causaría su proximidad a sus sentidos.
Pero fue demasiado tarde. Daniel estaba a su lado, sujetando con una mano su cara y
con la otra girándola hacia la luz.
Incluso a pesar del dolor en el ojo lloroso, Christa sintió perfectamente la
textura de sus palmas rugosas y sus dedos en su piel.
Se estremeció. Sus pezones se endurecieron, rozándose contra la seda de su
camisa; una reacción que no tuvo nada que ver con el frío.
¿Lo habría visto Daniel?
-Mira hacia arriba.
Instintivamente, ella desobedeció su orden, pestañeando con más rapidez y
frotándose el ojo de nuevo, haciendo que la suciedad atrapada bajo su párpado le
irritara la zona tierna aún más.
Con el ojo lleno de lágrimas, intentó apartarse de Daniel, pero él no la dejó. -No
te muevas.
-Suéltame. Todo lo que necesito es sonarme la nariz y eso me librará de...
-No lo creo. Veo lo que está causando el problema. Hay arenilla bajo tu párpado
inferior.
-Ya lo sé -declaró Christa irritada-. Es mi ojo, ¿recuerdas?
-Tenemos que entrar para que pueda lavarlo -dijo Daniel, ignorando su
comentario infantil-. Intenta no pestañear mucho.
Cuando la soltó, Christa se giró hacia la casa, e inmediatamente gritó cuando la
arenilla se movió, causándole más dolor.
-No te muevas.
Esa vez lo obedeció, más porque no tenía otra opción que porque quisiera hacerlo.
Con los dos ojos muy apretados contra el dolor, no podía hacer otra cosa.
-Apóyate en mí.
Su brazo la rodeó, sujetándola con firmeza contra su costado.
-Sigue con los ojos cerrados si así te sientes mejor. Ahora vamos a entrar...
-No puedo -protestó Christa-. No puedo andar con los ojos cerrados.
-Puedes si te apoyas en mí. Todo lo que has de hacer es confiar en mí.
-No... Me las puedo arreglar sola.
-Es posible, pero no lo harás...
Christa soltó un grito de indignación cuando sintió que él la levantaba del suelo
entre sus brazos. Iba a llevarla a la casa... Imposible. No podía hacerlo...
Pero parecía que sí, y con menos esfuerzo y cansancio del que ella había
esperado.
Cuando la dejó en el suelo de la cocina, Christa se dio cuenta de algo. Pestañeó
varias veces.
-Ya no está -dijo triunfante.
-Déj ame ver.
Obediente, levantó la cara hacia él, tragando saliva al darse cuenta de lo cerca
que estaban, y que el roce de sus dedos había cambiado y se había vuelto menos clínico
y más... Tragó saliva de nuevo. Su cabeza le decía que se apartara de él lo más rápido
que pudiera, mientras su cuerpo le susurraba que se quedara y se arriesgara a las
consecuencias.
-¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, Christa?
La declaración la dejó perpleja. Los diminutos círculos que Daniel estaba
trazando por su piel con los dedos estaban provocando una reacción sensual en su
cuerpo que la animaba a acercarse más a él, a cerrar los ojos y absorber mejor las
sensaciones.
-No puedes desearme -protestó Christa débilmente, sin convicción.
-Tú también me deseas.
-No -mintió Christa.
Daniel ignoró sus protestas.
-Si permitiera que mi cuerpo se saliera con las suya, estarías en mi cama, en mis
brazos, bajo mi cuerpo, sin nada entre nosotros excepto el aire que estaríamos
luchando por respirar... Oh, Dios, no hagas eso...
Gruñó cuando ella respondió instintivamente a sus palabras, moviendo su cuerpo
contra el de él, cerrando los ojos y dejando que lo que estaba diciendo le acariciara la
piel.
-¿Hacer qué? -preguntó Christa con voz ronca, disfrutando del poder que tenía
sobre él.
-Lo sabes muy bien,
Las manos de Daniel se metieron en su pelo, levantándole la cara hacia arriba.
-¿Tengo que decirte lo que me haces, Christa? -susurró junto a sus labios-.
¿Tengo que decirte lo que me haces sentir... lo que me haces sufrir?
Su mano abandonó su cara. Entrelazó sus dedos con los de ella, los subió a su
boca y muy despacio, besó y chupó cada uno de ellos.
Una corriente sensual llenó el cuerpo de Christa. Gimió de placer y su cuerpo se
estremeció suavemente.
-Veo que te gusta -susurró Daniel-. A mí también. Me encanta el sabor de tu
piel... Adoro su textura, su olor. Y adoro el modo en que respondes a mí.., ese suave
gemido y ese estremecimiento. Quiero saborear cada centímetro de tu cuerpo...
Empezando por aquí -le besó la frente-, y luego aquí -le besó la boca-, y luego aquí...
-sus labios rozaron la base de su cuello-, y luego aquí...
Otro gemido escapó de los labios de Christa cuando sus dedos rozaron el
contorno duro de un pecho.
-Pero sobre todo... Sobre todo quiero tocarte y saborear tu verdadera esencia...
Era inútil que Christa intentara ocultar su reacción y la excitación física que le
habían provocado sus palabras.
Quería decirle que ella también le deseaba, pero no se atrevía a decir las
palabras. En lugar de eso, le tocó la barbilla y siguió con los contornos de su cara,
mientras su corazón parecía a punto de salirse de su pecho.
-Casi había renunciado a creer que algún día te conocería, ¿sabes? -dijo Daniel
girando la cara para besar sus dedos-. La mujer que me hace sentir así...
-¿Así? -preguntó Christa con voz drogada, suave y cremosa por la satisfacción
de ser tan intensamente deseada.
-Como si no hubiera ni un centímetro de ti que no quiera conocer. Ni un
pensamiento ni una sensación que no quiera compartir... ni un segundo de tu vida del
que no quiera formar parte.
-Pero no puedes sentir todo eso por mí - protestó Christa.
-¿No?
Daniel estaba besando de nuevo sus dedos, pero sin dejar de mirarle la boca.
Christa cerró los ojos y sintió sus manos sujetar su cara.
-No, no cierres los ojos. No intentes esconder tus sentimientos de mí. Quiero
compartirlos, igual que tú quieres compartir los míos.
¿Cómo podía el simple acto de tener los ojos abiertos y mirar profundamente a
los de la otra persona a quien se besaba, provocar un grado tan intensoo de intimidad?
Una intimidad más profunda que el beso hambriento que estaban compartiendo.
Mirar sus ojos y permitir que él mirara los suyos mientras Christa era tan
emocionalmente vulnerable y estaba tan excitada física y emocionalmente, era un acto
mucho más íntimo que si se hubiera puesto de pie desnuda delante de él. Un acto tan
intenso y privado y de tanto abandono que requería casi tanta confianza como el
orgasmo.
De pronto, las sensaciones la abrumaron. Christa cerró los ojos y todo su cuerpo
empezó a temblar mientras se apoyaba sobre él.
-No... -susurró-, no puedo... yo...
El pareció entender. La abrazó y la meció como si supiera que ella necesitaba
consuelo más que sexualidad.
Si él podía hacerle sentir así sólo besándola, ¿qué pasaría cuando... ?
-Tengo miedo -admitió Christa, ya que sus sentimientos habían roto la barrera
normal de desconfianza.
-Lo sé. Yo también lo tengo -Daniel le levantó la cabeza para mirarla-. ¿Qué es lo
que más temes, Christa? ¿Que yo sólo pueda querer sexo de ti o que sabes que quiero
mucho más?
-Yo no quiero amarte -declaró Christa violentamente-. No quiero esa clase de
riesgo... No estoy preparada para esto...
-¿Y crees que yo sí? ¿Piensas que alguien lo está alguna vez?
-No puedo acostarme contigo. Yo no... no he... no... Tenemos que pensar en sexo
seguro.
-No te estoy pidiendo que te vayas a la cama conmigo -le dijo Daniel-. Nos
quedan aún tres semanas más de curso, y hasta entonces... Quiero que las cosas vayan
bien entre nosotros, Christa. Quiero que podamos concentrarnos en nosotros mismos,
el uno en el otro, sin barreras... Y en cuanto al sexo seguro...
La mirada que le echó a Christa hizo que le diera un vuelco el corazón.
-Sexo seguro es lo último que quiero tener contigo. No hay nada seguro en lo que
siento por ti, en el modo en que te deseo, y en cuanto al sexo... El sexo tampoco es lo
que yo quiero. Lo que quiero de ti... lo que quiero darte, compartir contigo, está todo lo
lejos del sexo seguro que puede estar. Quiero tenerte entre mis brazos y hacerte
gritar de gozo y placer. Quiero abrazarte y mirarte mientras te hago parte de mí en
la forma más íntima y completa en que un hombre y una mujer se pueden unir. Deseo
quererte y protegerte. La delicadeza de tu piel y tu cuerpo me deja sin respiración, y
casi me da miedo tocarte, pero al mismo tiempo, quiero penetrarte tan profundamente
que tu piel guarde el recuerdo de mí para siempre. Quiero despertarte por las
mañanas y ver los suaves roces de color de haber hecho el amor coloreando tu piel. Y
sean cuales sean esas necesidades, digan lo que digan de mí, decididamente, no son
sexo seguro...
-No, no lo son -replicó Christa débilmente.
Ningún hombre le había hablado antes así, la había excitado tan intensamente,
tanto emocional como físicamente, simplemente con el sonido de su voz, el mensaje de
sus palabras.
-Y en cuanto al resto -continuó Daniel, más controlado-, te prometo que no
tienes que preocuparte de nada... La última vez que me acosté con una mujer, me
avergüenza decir que fue más por compasión que por deseo. Era una vieja amiga,
estudiamos juntos, que vino a mí en busca de... consuelo, cuando su marido la abandonó.
Estaba muy vulnerable, sabiendo que la chica por la que su marido la dejó era diez años
más joven, y temía no seguir siendo una mujer sexualmente deseable. Haberla
rechazado...
Christa tragó saliva. Sospechaba por lo que Daniel le decía que no fue él quien dio
el primer paso. Las lágrimas nublaron momentáneamente su visión. ¿Qué mujer podía
resistirse a amar a ese hombre? Desde luego, ella no.
-Ahora ha encontrado pareja y son muy felices juntos -continuó Daniel.
Pero Christa sólo le oyó a medias. Lo amaba. La idea la llenó de emociones y
necesidad.
-Y antes de eso... llevaba siendo célibe más tiempo del que me gusta admitir...
-Como yo -se oyó decir Christa-. De hecho, para ser honesta, sólo ha habido...
Bueno, fue algo de instituto.... más curiosidad que otra cosa, y porque... bueno, hay
cierta vergüenza en que una mujer siga virgen después de cierta edad. Después tuve
una relación muy breve, pero terminó cuando una amiga mía se puso... enferma...
Christa se calló y apartó la mirada de Daniel. Ella y Chris habían estado a punto
de hacer el amor cuando Laura llamó a su puerta, aterrorizada, diciendo que su marido
la odiaba y sólo se había casado con ella por su dinero.
A Chris no le gustó el tiempo que ella tuvo que pasar con Laura, y la acusó de que
su amiga significaba para ella más que él. Así que su relación terminó antes de
comenzar, sin arrepentimientos por ningún lado.
-No tengo... mucha experiencia -le dijo a Daniel-. El sexo nunca ha sido muy
importante en mi vida.
-Yo no admitiría algo así, y menos hoy en día. Pero hay algo en una mujer que
obviamente no lleva el tipo de vida que significa que es muy sofisticada sexualmente,
una mujer que tiene que decirle a un hombre que no está usando ningún anticonceptivo
regularmente... Hay algo que es muy erótico, que hace a un hombre sentirse especial...
muy masculino. 0 al menos así me hace sentir a mí -Daniel sonrió-. Y no creo que
aunque te hubieras atrevido a traer un paquete de condones, serías el tipo de mujer
que fanfarronearía de su experiencia al ponerlos.
-Puedo no fanfarronear, pero sé hacerlo - le dijo Christa ruborizándose un poco-.
Una de las hijas adolescentes de una amiga me lo ha explicado. Les hicieron una
demostración en el colegio... con un pepino...
-¿Un pepino? -Daniel soltó una carcajada-. Y las mujeres se preguntan por qué
los hombres tenemos egos sexuales tan frágiles. Bueno, nosotros podremos hacerlo
mejor - murmuró abrazándola-. Mucho mejor...
-¿Podrías mostrarme alguna experiencia práctica? -sugirió Christa riéndose,
devolviéndole la broma.
El también se rió, pero cuando su cuerpo se endureció de repente, la risa murió.
-Tres semanas -dijo Daniel bajando los labios hacia ella-. Dios sabe cómo voy a
esperar tanto. Bésame, Christa.
No esperó su respuesta, sino que impacientemente separó sus labios con la
lengua. El movimiento de su cuerpo contra ella mientras perdía el control y la delicada
exploración de su lengua, se volvió urgente y excitante, estirando la tela de su
sujetador sobre sus pezones hinchados, que ya estaban especialmente sensibilizados.
La fricción extra la hizo gritar y quedarse quieta.
-¿Qué ocurre? -preguntó Daniel soltándola y mirándola.
Christa se puso colorada. En lugar de esperar su respuesta, él bajó la mirada por
su cuerpo y vio el contorno rígido de sus pezones.
-No tienes que avergonzarte -le dijo suavemente viendo su rubor y el gesto de su
brazo cuando intentaba ocultar su cuerpo-. No, no lo hagas -dijo apartando la mano de
su cuerpo-. Me gusta verte así... Me gusta saber que me deseas. Me encanta...
La soltó el brazo y le tocó los pechos suavemente, sólo acariciando la curva con la
punta de sus dedos, pero fue suficiente para hacer gemir de placer a Christa.
-¿Quieres que pare? -preguntó Daniel.
Pero antes de que Christa negara con la cabeza, él ya se había inclinado y su boca
estaba dejando un reguero de besos calientes por su piel, mientras sus dedos le
desabrochaban los botones de la camisa... Christa se arqueó contra él y finalmente
sintió su respiración sobre sus pechos desnudos.
Mientras la boca de Daniel los recorría y sus dedos acariciaban los pezones
endurecidos, Christa le puso la mano en la cabeza para acercarla más a su cuerpo, sin
dejar de arquearse.
Su gemido de alivio cuando finalmente su boca se cerró sobre un pezón, pasó a
gemidos de placer mientras él chupaba, despacio al principio y luego con más
profundidad. El cuerpo de Christa empezó a moverse contra él con un ritmo igual al de
sus chupetones.
Calor y placer irradiaban de su pecho por todo su sistema nervioso.
Más abajo en su cuerpo, había empezado a sentir un gran deseo, y cuando Daniel
le separó las piernas y metió una suya entre medias, ella se estiró todo lo que pudo
contra él.
Notar su propia erección a través de su ropa, saber que él la deseaba, la hizo
gritar su nombre de frustración.
-Lo sé, lo sé -murmuró Daniel, soltando su pecho, con la cara caliente y húmeda
mientras se apoyaba contra su cuerpo y la mano temblorosa mientras cubría un pecho-.
Lo he prometido y tenemos que parar. Lo sé...
No, no era eso lo que ella quería. Pero él ya la había soltado y con rapidez la
estaba poniendo la ropa. Finalmente se apartó de ella.
-No quiero que entre nosotros esto sea algo superficial e imprudente. Como tú,
no llevo encima los medios para tener sexo seguro, y una vez entre en ti, no habrá
modo de que pueda parar. Y lo último que querría...
Se calló, pero Christa no necesitaba que continuara. Había querido decir que lo
último que querría sería que ella concibiera a su hijo... Por supuesto, también era lo
último que ella querría, ¿entonces por qué le dolía tanto oírselo decir?
-De todos modos -añadió Daniel-, creo que ya es hora de que pasemos a temas de
conversación menos peligrosos. Mañana iremos a la montaña. Te prometo que no será
nada difícil. Pero necesitarás ropa apropiada y botas... ¿Qué ocurre? -preguntó cuando
la vio morderse el labio inferior.
-No tengo ropa apropiada, ni botas -le recordó-... Yo... el folleto....
Se detuvo, sin querer mentirle, pero sin querer tampoco admitir la verdad.
-Entiendo. Bueno, no es el fin del mundo. Como te dije, en el pueblo hay una
tienda estupenda de deportes y montañismo. Iremos allí a primera hora de la mañana
para que te equipes.
Mientras lo miraba, todo lo que Christa quería era volver a estar entre sus
brazos. Pero Daniel tenía razón, lo que sintieran el uno por el otro habría de esperar
hasta que finalizara el curso.
Lo que le recordó que había algo que tenía que decirle.
-Daniel... Esto... lo que ha pasado no me hará cambiar de opinión... He de ser
sincera contigo. Aún no creo que lo que estás haciendo aquí, pueda realmente...
-El curso no ha terminado todavía -le interrumpió Daniel-. Y no te preocupes,
Christa. Lo último que querría sería que tu juicio se alterara por nuestros sentimientos
personales. No soy el tipo de hombre que espera ni quiere que una mujer comparta mis
opiniones. Al contrario.
-Hay hombres que disfrutan controlando a una mujer mediante el sexo -le indicó
Christa. -Sí, pero yo no soy uno de ellos. Igual que tú no eres el tipo de mujer que
querría controlar ni manipular a un hombre mediante su deseo hacia ti. ¿Sabes,
Christa? -dijo pensativo-. A veces siento casi como si estuvieras intentando encajarme
en un molde, en una creencia preconcebida de quién soy. Como si, sin conocerme, ya
hubieras decidido como soy. Te he observado cuando digo o hago algo que no encaja
con esa imagen. No estás segura si te gusta o no, ¿verdad? De todos modos no
pretendo fisgonear. Si alguna vez me quieres hablar de él, estaré dispuesto a
escucharte. Pero no me juzgues por él, Christa, porque yo no soy ese hombre. ¿En cuál
de nosotros te cuesta más confiar? ¿En mí o en ti misma?
El modo en que le sonrió mientras le acariciaba suavemente la cara, quitó a sus
palabras cualquier malicia o crítica. Pero le dolieron. No porque él hubiera adivinado
sus sentimientos tan astutamente, sino porque también había descubierto uno de sus
miedos más profundos.
Tenía miedo de confiar en sí misma, de su propio juicio.
Tenía miedo de sus propios sentimientos... De desearle... De amarlo, de dejarle
entrar en su vida y en su corazón.
Pero era demasiado tarde. Él ya estaba ahí. Christa se había vuelto vulnerable...
expuesta al peligro...
Capítulo 6
RÁPIDO, mira esto... ¿No está aterrizando una nave espacial?
Saliendo de sus pensamientos, Christa levantó la cabeza obediente -y miró por la
ventanilla del Land Rover. Entonces oyó reírse a Daniel.
-Bueno, al menos es una respuesta -dijo él mirándola-. Has estado muy callada la
última media hora, muy pensativa. ¿Hay algo que yo deba saber?
La pregunta fue despreocupada, pero no la mirada que él le echó.
Christa había estado despierta media noche, pensando una y otra vez en lo que
sucedió entre ellos, y lo poco que había dormido, lo había pasado soñando con él. Ya
sabía lo mucho que le deseaba, le necesitaba, lo amaba, pero parte de ella aún temía
esos sentimientos, tanto que hubo varias ocasiones durante la noche en las que deseó
levantarse y huir mientras pudiera.
-En realidad no -le dijo, en respuesta a su pregunta-. No a menos que tengas un
interés particular en el diseño para las telas de la próxima temporada -explicó
mientras rodeaban una curva y ella veía su destino en el valle frente a ellos-. ¿Es ése
el pueblo?
-Sí.
Cuando llegaron, Christa se fijó en la disposición desordenada de las estrechas
calles y casas adosadas, edificios de piedra gris bajos con tejados de pizarra. Toda la
zona estaba rodeada de las montañas. Vio la zona abierta del mercado de ganado a un
lado del pueblo y también la aguja de una iglesia.
-Hubo un tiempo en el que muchos de los terratenientes eran ingleses en lugar
de galeses -le explicó Daniel-. Al igual que la iglesia, el pueblo tiene una posada y un
balneario, aunque está cerrado de momento por reformas.
Las calles estrechas estaban más abarrotadas de lo que Christa pensaba. No le
habría gustado estar al volante. Pero Daniel esperaba de forma agradable a que la
gente pasara antes de continuar.
La gente se paraba para saludarse alegremente. Una mujer mayor llevando una
cesta y un pañuelo en la cabeza, se dirigió hacia ellos, sonriendo al ver a Daniel.
Daniel paró de inmediato el Land Rover y bajó la ventanilla.
-Es estupendo verte sin las muletas, Meg. Ya está bien tu tobillo, ¿verdad?
-Oh, sí.
-Pues recuerda que nada de arreglar el tejado -le avisó Daniel.
-¿Arreglar el tejado? -preguntó Christa perpleja cuando volvieron a circular.
-Sí. Meg tiene una granja pequeña en las afueras del pueblo. Una tormenta se
llevó una docena de tejas, y ella se cayó y se rompió el tobillo mientras intentaba
sustituirlas.
-¿Qué? Pero si tendrá más de sesenta años...
-Setenta y uno. -la corrigió Daniel.
-¿Y por qué intentó hacer sola ese trabajo? ¿Por qué no se lo pidió a alguien?
-Porque ése no es el modo en que se hacen las cosas por aquí. La gente es
autosuficiente y se siente orgullosa de ello. Han tenido que serlo, pero en el caso de
Meg... Bueno, las verduras que cultiva no le dan muchos beneficios, y ella es demasiado
orgullosa para pedirle ayuda a nadie.
-Pero pudo matarse -siguió protestando Christa.
-Aparcaremos aquí -le dijo Daniel entrando en una calle-. La tienda está a pocos
metros.
-No soy completamente inútil -dijo ella-. Puedo caminar un par de calles.
-Hace frío y mucho viento. No estás vestida para este tipo de tiempo. Aunque tu
aspecto es estupendo -dijo suavemente-. Estupendo. Ese color te favorece... Armani,
¿verdad? - preguntó, señalando su traje.
Christa sé sorprendió. El traje pantalón color beige era uno de sus favoritos, y
ella sabía que le sentaba bien, pero no había esperado que Daniel lo reconociera.
-Sí.
Se sintió tentada a preguntarle cómo podía reconocer al diseñador, pero algo la
hizo callarse.
¿Por qué? ¿Porque temía que esos conocimientos sólo los hubiera adquirido a
través de una relación con otra mujer?
Piers estaba a la última en cuanto a diseñadores cuando conoció a Laura, e
insistió en que ella cambiara de imagen completamente.
-Dice que sólo debo llevar tejidos naturales, como seda y cachemir -le contó su
amiga-. Dice que no hay nada más sensual que el roce de la seda contra la piel de una
mujer.
El fue también el responsable de que a Laura le cortara y arreglara su melena
alborotada uno de los mejores peluqueros de Londres, y de las clases de maquillaje que
siguieron.
Pero aparentemente, nada de eso pudo convertirla en la mujer que él quiso, y
tampoco evitó que tuviera aventuras una vez casados.
-Vuelve al presente -le dijo Daniel suavemente-. No, no te voy a preguntar.
Cuando quieras que lo sepa, espero que me lo cuentes... Christa, no soy como tú. Tengo
fe... y confianza...
Daniel salió del Land Rover y la ayudó a ella a hacer lo mismo.
La tienda era un lugar grande y alegre, llena de artículos de colores brillantes y
dependientes de aspecto saludable y sonrientes. Un joven musculoso se acercó a ellos.
Daniel le explicó lo que querían. Christa había esperado ser cargada de ropa
pesada y gorda de colores aburridos, pero el ligero anorak que el joven le mostró era
de un tono amarillo brillante.
-Es un color que se puede distinguir fácilmente desde el cielo, una gran ayuda si
hay que realizar algún rescate en la montaña -le explicó Daniel.
Christa hizo una mueca.
Media hora más tarde, cuando se marcharon de la tienda, se había comprado el
anorak, un par de mallas muy modernas, calcetines, sudaderas, ropa interior térmica y
botas.
-Bueno, ya que estás equipada, mañana iremos a la montaña.
-Ah, aquí estás, Daniel...
Los dos se detuvieron cuando Meg, la anciana, se acercó a ellos.
-Sólo quería darte las gracias por lo que hiciste. Aunque no hacía falta. Podría
haber arreglado sola ese tejado... No me gusta deberle nada a nadie.
-Un buen favor se devuelve con otro, Meg -replicó Daniel.
-Es posible. Pero yo no te he hecho ningún favor.
-Aún no. Pero espero que lo hagas. Mi macho cabrío se encuentra solo. Tú tienes
otras cabras...
-¿Quieres que me lo quede? Bueno, podría hacerlo... Pero no quiero caridad... ni
siquiera de ti. No quiero que otros paguen mis cosas. Pero no podrás traérmelo hasta
finales de mes.
-Hecho -accedió Daniel sonriendo-. A final de mes.
Cuando se quedaron solos, Christa se dio cuenta de que obviamente, Daniel había
pagado la reparación del tejado de Meg. Si él fuera como Piers, nunca habría realizado
algo tan generoso. Christa sintió un calor especial llenando su cuerpo.
-¿Vas a darle a Clarence?
-Ya es hora de que tenga un nuevo hogar. Necesita compañía, y además...
-¿Además qué? -preguntó Christa cuando él se calló.
-No puedo permitir que te aterrorice y te ponga en tal estado que te eches a mis
brazos -dijo suavemente.
-Yo no me eché a tus brazos... -se burló Christa, mirándolo con ojos brillantes.
-Es posible -murmuró Daniel-. Pero ahí es exactamente donde terminarás si
sigues mirándome así. Sabes lo que me estás haciendo, ¿verdad?
-Sí -le dijo Christa temblorosa, de repente sintiéndose muy feliz.
Extendió la mano y le tocó el brazo, maravillándose del modo en que el más leve
roce parecía afectarle.
-No esperemos más, Daniel. No quiero... no más... y no creo que pueda -admitió
con sinceridad.
Daniel se quedó tan quieto durante un momento que ella creyó que había dicho
algo equivocado. La brillantez y claridad de su alegría empezó a desvanecerse. Christa
apartó la mirada de él.
-Lo siento... no debí...
-¿El qué? ¿Decirme que me deseas? ¿Es eso lo que crees?
Daniel la abrazó, y la giró, poniéndola bajo la protección de un portal.
-¿Sabes lo que me ha hecho lo que acabas de decir? ¿Sabes cómo me hace sentir
oírte decir algo así? ¿Sabes lo mucho que deseo ahora mismo... lo fácilmente que
podría empujarte contra esta puerta y... ?
El pequeño sonido escandalizado que emitió Christa, le detuvo.
-Lo siento... Es que... Bueno, anoche sentí que yo era el único que deseaba, que
sentía, que necesitaba... tú parecías haber levantado una barrera que no podía
traspasar.
-Tenía miedo -admitió Christa.
Había empezado a temblar tanto que era imposible que Daniel no lo notara.
-Oh, Dios... Si los dos estuviéramos solos ahora... Quizás sea mejor que no lo
estemos - añadió mirándola la boca y los ojos-. En el Bell dan almuerzos muy buenos.
¿Por qué no te llevo allí y mientras tú pides por los dos yo voy a hacer algunas
compras?
Christa no pudo evitarlo. A pesar de que era una mujer adulta que había viajado
mucho y era algo sofisticada, madura, podía sentir todo su cuerpo ardiendo.
-¿Te ocurre algo? -preguntó Daniel suavemente.
Cuando ella negó con la cabeza, la expresión de Daniel se relajó ligeramente.
-Bien, entonces no necesitaré añadir calcetines para dormir a mi lista de la
compra, ¿verdad? -bromeó antes de rozar suavemente sus labios con los suyos y
apartarse.
-He pedido carne a la sidra para los dos. ¿Te parece bien?
-Muy bien -dijo Daniel sentándose junto a Christa-. ¿No vas a preguntarme qué
he comprado? -preguntó con picardía.
Christa se ruborizó.
-Me encanta cuando te pones así. Por cierto, en la frutería no quedaban pepinos...
-Oh, basta -le dijo Christa casi ahogándose al beber agua.
Todo eso era nuevo para ella... las bromas, la intimidad, pero podría aficionarse a
ello rápidamente. Podría aficionarse a él. Daniel le dio las manos por debajo de la mesa.
-Mmm... está buenísimo -comentó Christa cuando sirvieron la comida.
-No está mal -observó Daniel-, pero espera hasta que pruebes...
Se calló y miró fascinado el rostro de Christa, que había adquirido un suave tono
rosado.
-¿Y ahora qué ha causado eso?
Christa no tenía la intención de decírselo. Al menos no en esa etapa de su
relación.
Sus palabras habían evocado ciertas imágenes, el deseo de disfrutar del
banquete de su cuerpo desnudo... Y era algo demasiado personal paraa contárselo.
-No sabía que supieras cocinar -dijo evasiva.
-Sólo lo básico. Y la mayoría de las cosas las he aprendido solo. Después de la
muerte de mi padre... Bueno, mi madre perdió el interés en la rutina diaria. Sin mi
padre, pareció perder todas las motivaciones. Él era el centro de su vida, y...
-Creo que la mayoría de las mujeres piensan eso del hombre al que aman -dijo
Christa suavemente.
¿Por qué cuando se amaba a alguien se le quería proteger del más mínimo dolor?
Amar a alguien... Las palabras aún le asustaban un poco.
-¿En serio? -le preguntó Daniel-. No lo creo. La mayoría de las mujeres modernas
han aprendido a recelar de esa dependencia emocional.
-Si no confiamos en los hombres lo suficiente para dejarnos ser tan vulnerables,
quizás sea porque a menudo hemos visto y experimentado las traición de los hombres...
Pero hablemos de otra cosa -le pidió Christa, ya que la seriedad de la conversación
estaba empezando a nublar su anterior humor alegre.
Aún había varias zonas de fino hielo en su recién formada relación con Daniel que
no confiaba que pudieran soportar el peso de su intenso escrutinio. No quería
arriesgarse a que las cosas se estropearan con demasiadas preguntas. Había tomado
su decisión, y deseaba...
Deseaba a Daniel. Le deseaba tanto que no podía soportar la necesidad que
palpitaba por su cuerpo.
Inesperadamente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Dejó su tenedor, incapaz de
seguir comiendo.
-Christa, ¿qué ocurre? -preguntó Daniel preocupado-. ¿Es la comida?
-No... ¿Te importa si... ? ¿Podríamos irnos?
Pero algo en su expresión debió delatarla. La mirada que Daniel le echó cuando se
levantó y se acercó a ella, hizo que su rostro se encendiera y todo el cuerpo le
empezara a temblar.
Lo sabía. De algún modo él sabía lo que ella estaba pensando... sintiendo.
Fuera del restaurante, Christa respiró varias veces el aire limpio y fresco,
intentando calmarse. Había perdido completamente el control. Daniel dominaba sus
sentimientos y pensamientos.
El estaba de pie a su lado, mirándola muy serio, pero sus ojos... sus ojos... Christa
cerró los ojos, desgarrada por él mensaje que leyó en ellos.
¿Se leería en sus ojos el deseo con la misma claridad que en los de Daniel?
Volvieron al coche en silencio. Daniel le abrió la puerta para ayudarla. Pero se
detuvo.
-No puedo... Si te toco...
Christa no tenía que preguntarle a qué se refería. Lo sabía. Ella sentía lo mismo.
Ninguno de ellos intentó conversar en el trayecto de vuelta a la granja. El sol se
estaba poniendo rápidamente, marcando el contorno de las montañas.
A Christa le parecía imposible pensar que al día siguiente caminarían por ellas.
Al día siguiente... Entre ese momento y el día siguiente, el presente y el futuro,
estaba... esa noche.
Se sentía más nerviosa y virginal que cuando realmente era virgen. Se puso tensa
cuando Daniel detuvo el Land Rover.
Cuando paró el motor, en lugar de bajarse, se giró hacia ella.
-Aún puedes cambiar de opinión -le dijo Daniel suavemente.
-No... No quiero cambiar de opinión -le aseguró Christa.
Era cierto, pero eso no evitaba que sintiera algo de miedo. No de Daniel, sino de
sí misma, de su deseo, de su necesidad... de su amor.
Mientras Christa sacaba sus compras del coche, Daniel sacó una enorme caja de
comida que debió comprar mientras ella le esperó.
El viento helado cuando cruzaron el patio la hizo estremecerse, y Christa se
alegró del calor de la cocina cuando Daniel abrió la puerta.
-Iré a llevar estas cosas a mi habitación - dijo Christa mientras Daniel dejaba la
comida en la mesa.
-No, aún no -le dijo Daniel, quitándole las bolsas y dejándolas en el suelo.
La miró, se acercó a ella y abrió los brazos.
-Ven aquí -le dijo suavemente.
Ella se había quedado con la boca seca y con el corazón acelerado.
Temblorosa, Christa se movió hacia él, estremeciéndose de placer mientras
sentía sus brazos rodearla. Cuando Daniel inclinó la cabeza para besarla, ella sintió sus
latidos salvajes. Su boca rozó la suya unos instantes y luego se separó.
-Quiero hacer esto de forma apropiada, Christa... Quiero que sea estupendo...
-Lo será -le aseguró ella.
Christa quería decirle que sabía que lo que iban a compartir juntos sería tan
especial que cambiaría su enfoque sobre la vida. Sonrió suavemente. Daniel le había
dicho antes de que ella llegara que eso sería lo que sucedería, pero ninguno había
adivinado que sería de ese modo.
-Ven y siéntate -le dijo Daniel llevándola
suavemente hacia una de las sillas-. Voy a hacer una comida especial para los dos,
y luego...
-¿Una comida? -se rió Christa-. Pero si acabamos de almorzar...
-Pero tú te lo has dejado -le recordó Daniel-. Además, ¿no es eso lo que quieren
todas las mujeres? ¿Ser agasajadas antes de...?
-¿Ser seducidas? -terminó Christa con picardía-. ¿Es eso lo que planeas hacer?
¿Seducirme? -lo miró más seria-. No necesito nada de eso... Todo lo que necesito y lo
que quiero es a ti.
Mientras hablaba, Christa sintió un nudo en la garganta. ¿Sabía Daniel lo poco
propio que era de ella expresar sus sentimientos tan abiertamente?
Daniel empezó a acercarse a ella. Ella se levantó temblorosa, sujetándose a la
silla, con la mirada clavada en el rostro de Daniel.
-Christa... Christa...
Ella empezó a temblar violentamente mientras él gemía su nombre entre besos
hambrientos. La abrazó con tanta fuerza que ella temió que la lastimara, pero no le
importaba. Quería que la abrazara así.
La estaba besando como si no se cansara de ella, moldeando su cuerpo contra el
suyo.
-Te deseo, te deseo, Christa...
Entre la neblina de placer, ella oyó un sonido fuera. Era como... Se puso rígida al
oír el sonido de un motor.
Obviamente, Daniel también lo había oído, porque la soltó, se apartó y frunció el
ceño.
Por la ventana de la cocina, Christa vio un Land Rover casi tan viejo como el de
Daniel. Su conductor lo detuvo con un frenazo brusco, paró el motor y salió.
Christa le reconoció de inmediato. Era el mismo hombre con el que vio a Daniel la
primera tarde en la puerta del hotel.
Lo vio tambalearse hacia la puerta y llamar insistentemente.
-Iré yo -empezó a decir, pero Daniel negó con la cabeza.
-No... Quédate aquí -le dijo acercándose a la puerta.
El recién llegado tenía el aspecto y el olor de haber estado bebiendo mucho.
Christa le miró con desagrado mientras entraba en la cocina y se apoyaba
pesadamente en la mesa, mirando confundido a Christa, concentrándose en su rostro
con intensidad.
Era obvio que no la reconoció, y Christa se puso muy recta bajo su escrutinio.
-Entonces tú eres la última chica de Daniel, ¿verdad? -comentó borracho-.
Siempre consigue llevarse a la mejor. Podría cambiarme por él -le dijo a Daniel,
dejando de mirar a Christa-. Podría conseguir buenos ingresos y muchas mujeres con
el trato. Te lo montas bien, amigo. Aquí tienes todo el sexo que quieres, cuando
quieres, y encima te pagan... Es mejor que lo mío. Nada de sexo y una ex-mujer que
está intentando sacarme hasta las tripas. ¿Sabes lo que ha hecho ahora esa bruja?
Dice que yo dejé deliberadamente que la granja se viniera abajo y ahora va a reclamar
el cincuenta por ciento de su valor. ¡Pero si eso fue hace diez años, por el amor de
Dios! Está intentando arruinarme. Eso es lo que intenta esa bruja...
Dejó de hablar y se giró para mirar a Christa.
-¿Qué le pasó a la pelirroja que tenías aquí? Parecía muy caliente esa Alison.
Bueno, Daniel, haces lo mejor. Que sean asuntos cortos y temporales... ¿Sabes que me
han echado del bar? Dijeron que había bebido demasiado. Mentirosos... De todos
modos, se me ocurrió venir y tomarme una copa contigo. Siempre has sido un buen
amigo...
Se balanceó peligrosamente de lado a lado mientras se soltaba de la mesa y se
acercaba a Daniel.
Christa lo miró, impresionada y disgustada. Disgustada por su estado e
impresionada por lo que había contado de Daniel.
Las lágrimas amenazaron con salir por sus ojos, calientes y destructivas, pero lo
peor era el dolor en su corazón.
No le consolaba saber que se había enterado de la verdad justo a tiempo para
evitar cometer la última locura, una locura que parecía que habían cometido numerosas
mujeres antes que ella.
Se le revolvió el estómago al recordar las mentiras que le había contado Daniel y
lo tonta que ella había sido al creerlas. Ella entre todas las personas... después de todo
lo que había visto de la experiencia de Laura con Piers.
-No quiero irme a casa -dijo furioso el borracho-. Ese maldito lugar ya no es mi
casa... No desde que esa bruja se marchó y se llevó la mitad de los muebles con ella.
Quiero una copa...
Daniel le agarró y le llevó con firmeza hacia la puerta.
-Siento todo esto -le dijo a Christa-. Pero parece que nuestros planes tendrán
que esperar... temporalmente... sólo temporalmente -añadió de forma significativa.
¿Cómo podía ser tan descarado? ¿No se había dado cuenta de que su amigo había
delatado su juego? Debió oír todo lo que había dicho. ¿0 pensaba que ella estaba tan
enamorada y desesperada que ignoraría lo que había oído?
La sensación nauseabunda en su estómago aumentó. Christa deseó gritarle de
rabia, de dolor y angustia, pero el orgullo la hizo callar.
-Vamos, Da¡ -dijo Daniel-. Te llevaré a casa.
-No quiero irme a casa...
Pero Daniel abrió la puerta y le sacó fuera.
Christa esperó quieta hasta que oyó el motor arrancar. Incluso cuando
desaparecieron los faros, no se movió. Se había quedado de piedra.
¿Por qué no hizo caso a su lógica... a su instinto? ¿Por qué fue tan estúpida y se
rindió a sus sentimientos? Los mismos sentimientos que en ese momento le gritaban
que se marchara antes de que sufriera más.
Sus sentimientos... Había cometido el error de guiarse por ellos, y no volvería a
hacerlo. Además, su orgullo no le permitía marcharse.
El le había dicho que llevaba mucho tiempo siendo célibe, y ella, como una tonta,
le creyó... porque quiso creerle. En ese momento, sus palabras le sonaban amargas.
Daniel se había reído y burlado de ella, y no había tenido la elegancia de parecer
avergonzado cuando su amigo borracho contó la verdad.
Furiosa, caminó de un lado a otro por la cocina, recordando todas las cosas que le
había dicho, maravillándose de su hábil engaño. Decidió que una persona debía
disfrutar causando dolor para que se le diera tan bien. Y seguro que también había
esperado que una vez la tuviera en la cama, ella se ablandaría y estaría dispuesta a
retractarse públicamente de todo lo que había dicho sobre su centro y su negocio.
Cuando las lágrimas llenaron sus ojos y cayeron por su cara, apretó las manos en
puños y se dijo que debía dejar de ser más tonta de lo que ya era.
El hombre por el que estaba llorando no existía, y en lugar de llorar debería
arrodillarse y dar las gracias a la intervención a tiempo del amigo borracho de Daniel,
¿Cómo se comportaría Daniel cuando regresara? ¿Tendría el valor de ignorar lo
sucedido y suponer que podían continuar donde lo dejaron antes de que llegara su
amigo?
¿Y qué haría ella si él entraba y simplemente la abrazaba?
Se resistiría y le rechazaría, por supuesto. ¿0 no?
Quizás fuera más prudente que se fuera a su habitación.
Capítulo 7
CANSADO, Daniel entró en la cocina vacía y silenciosa. Se había quedado con Dai
más tiempo del que había planeado, no sólo por insistencia suya mientras le contaba
una y otra vez la historia de la ruptura de su matrimonio, sino por su preocupación por
el estado de salud de Dai.
La ruptura de su matrimonio había sido muy dura para él. A pesar de que
pareciera lo contrario, seguía muy enamorado de su ex-mujer. Los problemas
económicos resultantes de su ruptura sólo eran un punto de referencia para los otros
problemas que el galés no se atrevía a expresar. Era más fácil para un hombre de su
educación y naturaleza echar la culpa a su exmujer diciendo que quería dejarle sin
blanca que admitir que su pérdida había dejado un gran vacío en su vida.
La dependencia de Dai cada vez mayor del alcohol para intentar aliviar ese dolor,
sólo empeoraba las cosas. Pero aun así, podría haber elegido otro momento para ir.
Daniel había intentado llamar por teléfono a Christa para decirle que se retrasaría,
pero cuando ella no contestó, él imaginó que se habría ido a la cama.
A su cama... sola... cuando en ese momento debería estar en la de él... entre sus
brazos... Daniel gruñó. Le sorprendió descubrir lo fácilmente que su necesidad por ella
le hacía perder el control.
En el pasado, él había llegado a la conclusión de que una de las razones por las
que no se podía enamorar de nadie era porque era demasiado analítico y controlado.
Pero la presencia de Christa en su vida había demostrado su equivocación. Lo que
le había faltado anteriormente era su habilidad para sentir profundamente... la mujer
apropiada.
Y Christa era esa mujer.
Daniel esperaba que un día le contara por qué se mostraba tan a la defensiva y
por qué no confiaba en él.
Frunció el ceño. El siempre había creído que la confianza mutua era una de las
bases más importantes en una relación. Pero él estaba a punto de hacer lo que para él,
y seguro que también para ella, era un compromiso personal e íntimo muy intenso, a
pesar de que en el fondo sabía que Christa le ocultaba una parte muy importante de
ella misma, que no confiaba completamente en él... que parecía en cierto modo casi
buscar una razón para no confiar, como medio de mantener una vía de escape para una
relación a la que no estaba segura de querer comprometerse, porque temía o sentía la
intensidad del compromiso de Daniel hacia ella.
Muchas mujeres se mostraban recelosas de renunciar a la independencia por la
que habían luchado tan duro, y Daniel no las culpaba, pero de ningún modo quería que
Christa se convirtiera en su sombra obediente.
La amaba por la mujer que era. La amaba... la necesitaba... la deseaba.
Cerró los ojos. Ese día, cuando ella lo miró y le dijo que le deseaba, que no quería
esperar...
La mayoría de la gente le consideraba una persona muy controlada, nada
impetuoso ni dado a arrebatos de pasión.
Si hubieran visto lo que había pásalo por su cabeza ese día, se sorprenderían. El
mismo se sorprendió, y si se hubiera dejado llevar por sus sentimientos, habría
tumbado a Christa en el Land Rover y...
Pero no era así como quería que fuera su primera vez juntos. Quizás estuviera
siendo demasiado emotivo y romántico, pero no quería que fuera algo precipitado.
Hacer el amor con ella, amarla, era algo que quería tomarse con calma y
saborear...
Miró su reloj. Era más de medianoche. ¿Estaría Christa dormida?
Salió de la cocina y subió. La puerta de la habitación de Christa estaba cerrada.
Se detuvo y giró suavemente el pomo. Ella estaba tumbada de lado, con todo el pelo
cayendo suavemente sobre la almohada. La luna bañaba su hombro con un suave brillo.
Mientras la miraba, ella se movió dormida y frunció el ceño. Tenía manchas
oscuras bajo los ojos como si... como si hubiera estado llorando.
Daniel sintió un nudo en la garganta. ¿Llorando? ¿Por él? Deseó tocarla,
despertarla suavemente con susurros de amor y besos, ver como abría los ojos con
placer y deseo. Pero lo que él quería de ella iba más allá del sexo y la intimidad física.
La amaba y la quería permanentemente en su vida, pero no estaba seguro de que ella
sintiera lo mismo. Algo se interponía entre ellos, a pesar de lo que Christa le había
dicho ese día.
Físicamente podía estar preparada para comprometerse a él, y si Dai no hubiera
llegado, así habría ocurrido. Pero Dai había aparecido, dándole tiempo para pensar.
Decidió que estaba en lo cierto al pensar que parte de la ambigüedad de Christa hacia
él, se debía a su trabajo.
Sería mejor esperar hasta que hubiera terminado el curso...
Debía intentar controlarse hasta entonces. Bueno, al menos al día siguiente no
sería tan difícil. Estarían en las montañas durante buena parte del día.
Se inclinó y besó suavemente su hombro desnudo. Se enderezó con el rostro
tenso.
En el fondo de su corazón, no importaba lo que Christa dijera o pudiera creer.
Ella sentía que no estaba preparada para comprometerse completamente y darle la
confianza que él quería. Y no importaba lo estupendo que fuera el sexo entre ellos. Sin
ese compromiso y confianza, nunca sería suficiente.
-¿Estás segura de que estás bien?
Furiosa, Christa apartó la mirada de Daniel, sujetando con fuerza la taza de
café. ¿Cómo se atrevía a sonar tan cariñoso y preocupado, tan genuino?
-Claro que lo estoy -dijo muy seca evitando mirarlo-. ¿Por qué no iba a estarlo?
La noche anterior había sido terrible, pero despertarse esa mañana le resultó
como una pesadilla.
-Siento lo de anoche... Te llamé, pero debiste haberte acostado -le dijo Daniel en
cuanto ella bajó las escaleras.
Luego en la cocina, ella no quiso comer nada.
-Debes tomar algo. Nos espera un largo día y el almuerzo sólo será sopa caliente
y un sandwich. En cuanto lleguemos a la montaña necesitarás todas tus energías.
No sabía cómo Daniel tenía el valor de comportarse como si nada hubiera
sucedido.
-Pensé que dijiste que querías salir temprano -dijo Christa con frialdad en ese
momento mientras terminaba su café, sin mirarlo y tratando de que las lágrimas no le
traicionaran.
-Christa...
-Voy a terminar de prepararme -dijo ella, ignorándole.
Media hora más tarde, cuando volvió abajo, sentía el corazón más pesado que las
botas que llevaba en sus pies.
Aparte de su furia y su amargura, tenía miedo de sí misma. Temía no ser lo
bastante fuerte para hacer lo que debía hacer y que sus sentimientos y amor la
traicionaran.
Tenía miedo de su propia vulnerabilidad.
-Ven a sentarte aquí -le dijo Daniel llevándola a una silla antes de que ella
pudiera negarse.
El se arrodilló frente a ella y rodeó su tobillo con las manos, moviéndole el pie
dentro de la bota nueva.
-Los cordones no están bien abrochados - dijo volviéndoselos a atar rápidamente.
-Gracias -dijo Christa muy cortante.
¿Por qué no apartaba él de una vez las manos de su cuerpo?
Si seguía sujetando su tobillo como si no pudiera soportar no tocarla, ella tendría
que decirle exactamente lo que pensaba de él. 0 eso o... Christa controló su pequeño
jadeo cuando su cuerpo empezó a temblar de placer, y rápidamente tuvo que apartarse
de él.
Daniel había subido con suavidad y fácilidad las pendientes más bajas de la
montaña, pero el cuerpo y las piernas de Christa, tenían una opinión diferente. Ella no
era una fanática del deporte, pero siempre le había gustado mucho-andar. Pero sus
paseos no tenían nada que ver con lo que estaba haciendo en ese momento.
No sólo le dolían las piernas, sino que sus pulmones también empezaban a sentir
la tensión.
Miró el reloj. Sólo llevaban un par de horas, y aún no eran las once. Daniel le dijo
que pararían a almorzar a las doce y media y luego regresarían.
-Lo estás haciendo muy bien -le dijo Daniel-. La mayoría de los principiantes
protestan a estas alturas de que ya han tenido bastante.
Valiente, Christa apretó los dientes, intentando ignorar los mensajes de agonía
de sus músculos.
-Si quieres descansar hay un buen lugar a unos metros desde donde se ve una
estupenda panorámica de la granja y...
-No quiero parar -dijo Christa feroz-. Quiero terminar de una vez con esta
farsa.
Daniel dejó de subir y se detuvo delante de ella, forzándola también a parar.
-Mira, algo va mal -le dijo tranquilamente-. No intentes negarlo... Si es por lo de
anoche...
Ella lo miró furiosa.
-¿Cómo puedes... ?
-Mira, lo entiendo... -le interrumpió Daniel-. Yo también me sentí decepcionado.
-Decepcionado... -Christa lo miró furiosa-. ¿Decepcionado por qué, Daniel?
¿Porque no me hubiera ido a la cama contigo? Habría sido una experiencia fabulosa
para mí, ¿verdad? Maravillosa, pero no única... No para mí. Ni para todas las otras
chicas crédulas que fueron engañadas y llevadas a tu cama antes de mí...
-Christa, ¿qué estás... ?
-El juego ha terminado, Daniel. No tiene sentido que te sigas molestando en
mentirme después del modo en que te delató Da¡. No me extraña que su mujer le
dejara si él ha estado intentando parecerse a ti. ¿Qué fue lo que dijo de ti? Ah, ya
recuerdo. Que envidiaba tus conquistas y las oportunidades que te daba tu trabajo, y
al mismo tiempo engordando tu cuenta bancaria -terminó, escupiendo las palabras con
sarcasmo.
-Christa no... -protestó Daniel-. Escúchame. Entendiste mal...
-¿Entendí mal? Oh, no, Daniel. Tú eres el que ha hecho eso. Aunque no fue sólo
culpa tuya -sonrió con amargura-. Después de todo, yo sabía la clase de hombre que
eras, lo poco que se podía confiar en ti... Debí hacer caso a mi cabeza en lugar de a
mi...
-¿Lo poco que se podía confiar en mí? - le preguntó Daniel con tristeza-. ¿0 lo
poco que tú querías confiar en mí, Christa? Lo que dijo Dai no tiene nada que ver con la
realidad de mi vida. Fue simplemente su interpretación, su fantasía si prefieres, o el
modo en que él cree que viviría si estuviera en mi lugar. Un modo de restablecer la fe
en su masculinidad.
-Si eso es cierto, ¿por qué no me dijiste nada en su momento?
-Porque no pensé que fueras a creer lo que estaba diciendo. Imaginé que viste
sus comentarios por lo que eran; los patéticos desvaríos de un borracho sufriendo por
la perdida de su mujer. Lo que dijo Dai tenía tan poco que ver con la realidad que nunca
pensé que le tomaras en serio.
Christa sintió mareos por el caos en que estaban sus pensamientos. Daniel estaba
mintiendo. Tenía que estarlo.
-No puedo obligarte a que me creas, Christa... igual que no puedo obligarte a
confiar en mí. Y eso es lo que hay en el fondo de todo esto, ¿verdad? -dijo dando un
paso hacia ella.
-No te acerques -ella retrocedió un poco-. No me toques...
-Christa, quédate quieta... No te muevas...
Al oír su advertencia, le entró el pánico... Ya había dado otro paso hacia atrás...
hacia la nada, cayendo tan fuertemente por la empinada pendiente que se sintió
demasiado impresionada incluso para gritar, rodando, llenándose de polvo,
ahogándose...
El polvo llenó su nariz y ojos. Gritó cuando se le fue todo el aire del cuerpo al
chocar con algo sólido.
Mareada del pánico, se dio cuenta de que su caída había sido detenida por una
enorme roca.
Estaba echada de lado, y aunque le dolía todo el cuerpo, parecía que no tenía
nada roto.
Intentó sentarse, y entonces oyó las palabras de Daniel sobre ella.
-No, Christa, no te muevas... Quédate todo lo quieta que puedas.
¿Quedarse quieta? ¿Qué iba a suceder? La cornisa donde estaba era muy
estrecha. Bajo ella, veía desaparecer la empinada caída de la montaña en el barranco.
Empezó a temblar violentamente, mientras en su cabeza aparecían imágenes de
qué sucedería si caía.
-Iré a por ayuda -le dijo Daniel-. Mientras no esté, quédate muy quieta.
-No -gritó aterrorizada-. No, Daniel. No me dejes aquí... Por favor, quédate
conmigo...
Estaba temblando y llorando, aterrorizada ante la idea de que Daniel se
marchara... Él hacía eso para castigarla. Se marcharía y la dejaría morir sola... No iba a
ayudarla...
-Christa, tengo que irme. Tengo que conseguir ayuda, pero te prometo que si me
escuchas y haces lo que te digo, estarás a salvo. Escúchame, Christa... Confía en mí...
Confiar en él... ¿Cómo podía hacerlo y volverse tan vulnerable?
Daniel podría marcharse en ese momento y dejarla allí. Nadie lo sabría nunca. El
diría que había sido un accidente...
-Christa, prométeme que harás lo te digo... que no intentarás moverte...
¿Cómo había adivinado lo que ella planeaba? Christa había decidido que en cuanto
se marchara ella intentaría salir de ahí de algún modo u otro.
-Prométemelo.
¡Prometérselo! ¡Confiar en él!
-¡No puedo! ¡No puedo!
-Entonces no me iré. Y como no puedo rescatarte sin ayuda, eso sólo nos deja una
alternativa.
A Christa le dio un vuelco el corazón. Iba a marcharse. Iba a marcharse y a
dejarla sola.
-No puedo salvarte, Christa... Pero al menos puedo morir contigo...
Morir con ella... Christa levantó la cabeza y vio que Daniel empezaba a bajar
hacia ella.
-Daniel... No.
El sonido salió desgarrado de su garganta.
El estaba dispuesto a morir con ella.
-Haré lo que dices -le dijo con los ojos llenos de lágrimas-. No me moveré... Lo
prometo.
-¿Christa?
Mareada, Christa levantó la cabeza y abrió los ojos. Le había parecido una
eternidad desde que Daniel se marchó. Al principio se sintió fuerte y valiente, pero
poco a poco, le entró el pánico y el miedo, la tentación de moverse, de intentar algo...
Pero le había dado su palabra a Daniel.
-Christa...
No eran imaginaciones. Era la voz de Daniel. Y no llegando desde arriba, sino de
algún sitio detrás de ella.
Con cuidado, miró a un lado y a otro, y su corazón se llenó de alegría al ver a
Daniel bajando muy despacio hacia ella, con una cuerda asegurada alrededor de su
cuerpo.
Christa entendió por qué le dijo que no se moviera... Cada vez que él ponía el pie
en la pendiente, caía una pequeña avalancha de piedras, que a su vez arrastraban a
otras.
Mientras le esperaba muy rígida, las lágrimas llenaron los ojos de Christa y
bañaron sus mejillas, hasta que Daniel llegó a su lado.
-No llores, mi amor... Todo saldrá bien. El equipo de rescate va a enviar un
helicóptero para rescatarnos... Ya debería haber llegado...
Con cuidado, se puso a su lado. El se había arriesgado mucho para estar con ella.
Más lágrimas rodaron por la cara de Christa.
-Tranquila, tranquila... -repitió Daniel sujetándola conn un brazo.
Christa no podía hacer lo que deseaba. Echarse a sus brazos y abrazarle con
fuerza. La cornisa era muy estrecha.
El le había pedido que confiara. Sola en las montañas, ella supo que podía hacerlo,
que no era el tipo de hombre que podría marcharse y dejarla sufrir.
Y si podía confiar en él con su vida, también podría hacerlo con su corazón... con
su amor.
-No debiste bajar -murmuró temblorosa-. No debiste arriesgarte tanto.
-Quería estar contigo -le dijo entrelazando sus dedos con los de ella-. Esto no
era lo que había planeado para hoy.
-¿No? -preguntó Christa intentando igualar su intento de humor-. Y yo que creía
que era parte de tu plan para convencerme de la efectividad de tus cursos; confianza,
dependencia... -nuevas lágrimas llenaron sus ojos-. Pero no deberías haberte
arriesgado bajando. Todo es por mi culpa.
-No, es mía -la corrigió Daniel muy serio-. Esta mañana noté que algo iba mal,
pero pensé...
-Que estaba furiosa por lo de anoche...
Un espasmo de dolor desencajó su rostro y la dejó pálida.
-¿Qué ocurre? -preguntó Daniel alarmado.
-Nada... Es sólo... -lo miró-. Oh, Daniel, si nos pasa algo... o a ti... Ni siquiera
hemos sido amantes. Nunca he sentido tu piel junto a la mía. Nunca te he tocado y
abrazado... Estaba pensando en eso antes de que regresaras. Pensando en lo estúpida
que he sido... todo el tiempo que he perdido. Tenías razón. No el tiempo que he
perdido. Tenías razón. No quería confiar en ti. Tenía miedo.
Temblorosa, le explicó lo que le sucedió a su amiga Laura. Cuando terminó, él se
quedó tan callado que al principio Christa temió que estuviera enfadado.
-Sé que no debí estereotiparte -añadió Christa-. Y sé que tenías razón cuando
dijiste que mi miedo de confiar se remontaba a perder a mis padres... Por favor, no me
odies.
-¿Odiarte? Oh, Christa. Si odiara a alguien, sería a mí mismo... Debía haberte
dedicado más tiempo... más comprensión, en lugar de exigir arrogantemente que me
dieras tu confianza...
Dejó de hablar, frunció el ceño y levantó la cabeza.
-Escucha... Es el helicóptero. ¿Lo oyes?
Con la llegada del helicóptero y del equipo de rescate, las cosas sucedieron tan
rápidamente que Christa lo recordó todo de forma borrosa. La mezcla de miedo y
alivio cuando finalmente estuvo en el aparato mezclada por los nervios de ver a Daniel
aún abajo, sería algo que nunca olvidaría, ni tampoco la conversación entre Daniel y el
piloto, que supuestamente no debió oír, cuando finalmente estuvo a bordo y el
helicóptero se dirigía a su base.
-Tus instrucciones fueron precisas -dijo el piloto-. Menos mal, porque hay nubes
acercándose rápidamente por la costa y si hubiéramos tenido que perder tiempo
buscando, podríais haber tenido que pasar ahí la noche. Tienes suerte de no haber
estado más alto. La congelación mata a más escaladores que las caídas. ¿Y qué diablos
hacías al bajar ahí? Tú perteneces a uno de los equipos de búsqueda. No necesito
decirte lo peligroso que es. Toda la montaña podría haberse derrumbado. Al menos la
chica estaba razonablemente a salvo, aunque yo no me hubiera fiado mucho tiempo de
esa cornisa... pero tú...
-Fue un riesgo calculado -replicó Daniel.
-Bobadas -dijo el piloto-. Sólo hay dos cosas que hacen que un hombre se
arriesgue de ese modo... una de ellas es que es un hombre así, al que le gustan los
riesgos y la aventura... el tipo al que le gusta jugar a ser héroe. Y luego está el otro
tipo de hombre, el que nunca ha cometido una locura en toda su vida, que conoce el
riesgo pero que lo asume, por amor.
Christa volvió a llorar en silencio.
Daniel la amaba, y ella no debió necesitar oír a otra persona decirlo. No
importaba lo que sucediera entre ellos en el futuro. No importaba que Daniel, por su
gran generosidad, la perdonara por haber dudado de él... Una parte de ella nunca se
perdonaría, y siempre se arrepentiría de no haber tenido el coraje y la fe para haber
creído en él.
De mala gana, Christa abrió los ojos, asustada hasta que se dio cuenta de que no
estaba en la montaña, sino en la cama.
A pesar de sus protestas de que estaba bien, en el hospital insistieron en
hacerle pruebas antes de dejarla al cuidado de Daniel, con las instrucciones estrictas
de que debería quedarse en la cama.
Esa bebida de leche que él le dio debía llevar algo más aparte del cacao. Su
cuerpo y su mente estaban aletargados.
En ese momento, se abrió la puerta y entró Daniel.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó, acercándose a la cama.
-Como si me acabara de pelear con un oso salvaje -bromeó débilmente.
En el hospital le indicaron que tenía algunas quemaduras superficiales de la caída
y que se curarían en poco tiempo.
-¿Qué hora es, Daniel?
-Las seis y media.
-¿Las seis y media? -Christa se enderezó-... Eso significa que he dormido casi
veinticuatro horas seguidas.
-Más bien dieciocho -le informó Daniel, sin añadir que él no había dormido nada
durante ese tiempo, aterrorizado de cerrar los ojos por si ella le necesitaba.
-Bueno, aun así es demasiado, y ya me voy a levantar. Tengo hambre -añadió
cuando Daniel iba a protestar-. Anoche no cené nada... ni la noche anterior...
Se quedaron mirando en silencio, una mirada que decía mucho más que las
palabras.
-No quiero estar sola en el dormitorio -dijo ella-. Quiero estar contigo. Hemos
estado a punto de perdernos... y no me refiero sólo por mi caída
Daniel puso su mano temblorosa sobre la de ella.
-Nunca me perdonaré por lo que pasó.
-Fue tanto mi culpa como la tuya. Más... Ojalá hubiera confiado en ti. Nunca
dudaré de ti, Daniel. Te lo prometo.
Christa se inclinó ligeramente hacia él, y su mirada bajó de sus ojos a su boca.
-Oh, Christa...
Daniel la besó con infinito cuidado, como si fuera muy frágil.
Al separarse, ella miró añorante su boca.
¿Cómo se le decía a un hombre que a pesar de estar llena de cortes y heridas, le
deseaba tanto que estaba dispuesta a añadir unos cuantos moretones más a su
colección sólo por hacer el amor con él?
No era fácil decir algo así.
Daniel se apartó de la cama.
-Te dejaré para que te vistas. Tengo que hacer un par de llamadas.
Al abrir la puerta del dormitorio, Daniel murmuró una palabrota. No le extrañaba
que Christa le hubiera mirado con los ojos tan perplejos y dolidos. Si se hubiera
quedado con ella un minuto más, con o sin heridas, no habría podido controlarse y ser
con ella tan suave como debía ser. Incluso besarla tan brevemente le había costado
mucho trabajo.
Nunca había sido víctima de necesidades tan primarias. Pero nunca había estado
enamorado.
Christa entró en la cocina silenciosa. Le había costado más tiempo ducharse y
vestirse del que pensó, ya que le dolieron tanto los brazos cuando terminó de lavarse y
secarse el pelo, que en lugar de vestirse bien, simplemente se puso una enorme camisa
suelta. Le cubría desde el cuello a las rodillas. Sus braguitas apenas se
transparentaban, pero se le marcaban los pezones. Bueno, seguro que Daniel entendía
que no tenía nada que ver con la provocación, y que su caída la había afectado
físicamente más de lo que ella quería admitir.
¿Pero dónde estaba él? Christa pasó al vestíbulo. La puerta del despacho estaba
abierta, y dentro había luz. Lo llamó y entró, deteniéndose de pronto al verlo. Daniel
estaba en su silla, profundamente dormido.
Sintió una corriente de amor y ternura. Impulsivamente se acercó, se arrodilló a
su lado y susurró su nombre.
El murmuró algo medio dormido, pero no se despertó. La luz del fuego le
iluminaba las facciones. Christa le acarició suavemente la cara. El amor la llenó, junto
con una sensación de gratitud hacia él.
Un hombre menos tolerante y comprensivo no habría sido tan paciente con ella,
tan cariñoso. Daniel tenía una gran fuerza interna. Ella podría depender
completamente de él.
Las lágrimas llenaron sus ojos mientras se echaba despacio hacia delante y le
besaba en los labios.
Desabrochó los primeros botones de su camisa y metió la mano dentro,
disfrutando del calor de su piel, del movimiento regular de su pecho.
Con ternura, acarició su cuello con la punta de los dedos, y luego siguió con su
boca. La caricia empezó como un tributo por ser una persona muy especial, pero
rápidamente pasó a algo más intenso y sensual cuando el cuerpo de Christa empezó a
registrar su deseo por él.
Christa se rindió a esa necesidad. Sus manos apartaron impacientes su camisa
mientras se acercaba más a él y seguía besándole el cuello y los hombros.
Se estremeció, cerró los ojos y se imaginó a él tocándola, quitándole la camisa y
sujetando sus pechos. Podía sentir el calor y el deseo que generaban sus propios
pensamientos más abajo, entre sus piernas.
Instintivamente buscó alivio y se apretó más íntimamente contra Daniel. Para
sujetarse le puso una mano en el muslo, pero cuando sus dedos se extendieron, se dio
cuenta de que el cuerpo de Daniel no era ajeno a ella. Había un bulto duro bajo sus
vaqueros.
La necesidad en su cuerpo se intensificó mientras resistía la tentación de
acariciar todo su cuerpo.
Sorprendida por la extensión de su propia sensualidad, no se dio cuenta de lo que
estaba haciendo con la mano que había levantado de su muslo hasta que su propia
camisa que ella había desabrochado se abrió, mostrando sus pechos duros y firmes.
Despacio, desabrochó también los botones de la camisa de Daniel, maravillándose
de su pecho bronceado y lleno de pelo. Lo tocó con suavidad. Se inclinó y enterró la
cara en esa zona, respirando su olor, besándolo y subiendo hasta su cuello, hasta que
sus pezones hinchados quedaron a pocos milímetros de su pecho.
Un pequeño gemido salió de su garganta mientras suprimía la necesidad de
frotarse contra él. En su lugar, siguió besando su cuello, su barbilla, su boca... sus ojos
cerrados...
Pero sus ojos no seguían cerrados.
Avergonzada, se ruborizó al darse cuenta de lo que estaba haciendo.
-¿Cuándo te has despertado?-preguntó sofocada.
-¿Estoy despierto? Pensé que era un sueño -acarició su rostro encendido con un
dedo-. No te avergüences. No se me ocurre un cumplido mejor que el que me estás
dando.
En su vergüenza, Christa había empezado a levantarse, pero las manos de Daniel
en sus brazos la detuvieron, y sus muslos se cerraron a su alrededor, atrapándola.
Christa se estremeció al ver el modo en que él la miraba detenidamente y luego
fijaba su atención en sus pechos. Entonces, inclinó la cabeza hacia su cuerpo.
Christa gimió en voz alta y se arqueó en total abandono cuando sus labios se
cerraron sobre un pezón y empezó a chupar de forma rítmica.
Cuando Daniel se apartó, ella bajó la mirada por su cuerpo y vio el brillo húmedo
de su propia necesidad.
Daniel puso su boca abierta contra su estómago y su lengua empezó a lamer su
ombligo.
-Te deseo, te deseo, Christa... -murmuró, mientras sus manos bajaban a sus
muslos.
-No, espera... por favor... Quítate los vaqueros... -murmuró ella temblorosa,
poniéndose más colorada cuando él levantó la cabeza y la miró, sorprendido por sus
palabras.
-Quiero verte, Daniel.. Quiero tocarte y...
Vacilante, llevó la mano temblorosa a su entrepierna.
-Se supone que debes descansar -protestó él.
Pero cuando se llevó la mano a la cremallera, Christa vio que su mano temblaba
tanto como la de ella.
Se desnudó rápidamente, sin vergüenza ni vanidad, aceptando el silencioso
escrutinio de Christa, con feminidad, ternura y timidez.
-Pensé que sabía todo lo que había que saber sobre ser un hombre, sobre mi
sexualidad, pero el modo en que me estás mirando ahora...
Christa vio en sus ojos su amor por ella. Eso terminó con todas sus barreras.
-Eres maravilloso, Daniel.
-¿Maravilloso? Oh, Christa... Ya sé por qué dicen que el amor es ciego.
-No es ciego. Lo contrario. Para mí eres maravilloso, Daniel. Por dentro y por
fuera... Aún te amaría aunque no tuvieras esté físico - le dijo con los ojos llenos de
lágrimas mientras se inclinaba y besaba suavemente el interior de su muslo.
-Christa...
Ella oyó su advertencia y la ,ignoró, y el deseo que había intentado controlar,
explosionó en su interior. Y cuando Daniel la puso de pie con él y la rodeó con fuerza
de los brazos, besándola con pasión, Christa temblaba violentamente, por la fuerza de
su necesidad por él.
No recordó cuando se quedó sin camisa y sin braguitas. Sólo sentía el placer de
la boca de Daniell al tocar su piel, su cuello, sus pechos, la piel de su cintura y
estómago... y más abajo...
Se estremeció violentamente y vio la cabeza oscura de Daniel apretada contra su
pecho, mientras sus dedos abrían los pliegues de su feminidad. Sintió el calor de su
respiración contra la parte más íntima de su cuerpo cuando él la acarició con la lengua,
y todo su cuerpo empezó a temblar.
Nunca en toda su vida había experimentado algo tan intenso.
Podía oír a Daniel susurrando entre caricias, diciéndole palabras dulces.
Finalmente se levantó y la llevó junto al fuego, donde la tumbó entre un montón de
cojines.
-Daniel, te deseo muchísimo.
Arqueó la espalda y gritó de placer cuando él entró en ella finalmente.
Nunca había conocido placer igual ni podría haberlo. Su cuerpo se cerró
posesivamente a su alrededor. Las sensaciones empezaron a aumentar en una gran
explosión, tan deliciosa y fuerte que cuando ella gritó el nombre de Daniel, sus ojos se
llenaron de lágrimas.
-Mírame -le ordenó Daniel mientras entraba en ella, y la intimidad de su contacto
visual fue incluso más íntima que la unión física de sus cuerpos.
Daniel le acarició la cara llena de lágrimas.
-Sabía que sería estupendo entre nosotros -dijo él-. Pero esto... tú... Me haces
sentir como si fuera inmortal.
Apartó el pelo húmedo de su cara y la besó suavemente.
-Daniel... Esta noche quiero dormir contigo...
-¿Pensabas que te iba a dejar hacer otra cosa? -Daniel le levantó la mano y le
besó la palma-. Si crees que me contentaré teniéndote separada de mí de ahora en
adelante...
La soltó y le acarició suavemente el brazo, de arriba a abajo.
-Pero hay un problema, Christa...
Ella lo miró confundida. ¿Qué iría a decirle? ¿Que no la quería permanentemente
en su vida?
-¿El qué?
-Eso que hablamos del sexo seguro... No lo hemos hecho, ¿verdad?
Christa se ruborizó.
-Ha sido culpa mía... Te deseaba tanto...
-No fue culpa tuya -la corrigió Daniel-. La responsabilidad era mía, pero cuando
te saboreé y sentí tu cuerpo... lo último que quería era que algo se interpusiera entre
mí y esa dulce sensibilidad... Pero si hubiera consecuencias...
-¿Consecuencias? -preguntó Christa insegura.
-Sí -Daniel bajó la mano a su estómago-. Si hubieras concebido a mi hijo,
significaría matrimonio. Los dos sabemos lo importante que es para un niño la
seguridad, lo mucho que necesitan saber que su padre y su madre siempre estarán a su
lado.
-¿Matrimonio? -balbuceó Christa perplej a-. Pero...
-Quizás deberíamos tomar la precaución de adelantarnos y casarnos de todos
modos...
-¿Tú harías eso? ¿Casarte conmigo... por si estuviera embarazada... ?
-Me casaría contigo mañana si pudiera, y hubiéramos practicado el sexo seguro o
no. Eso es lo que siento por ti, Christa... el modo en que te quiero... para siempre. Pero
sé que es demasiado pronto para que tú hagas ese tipo de compromiso. Hace dos días
ni siquiera creías que pudieras confiar en mí...
Ella le había herido con su actitud al no confiar. Le abrazó con fuerza.
Pero nunca volvería a hacerle daño. ¡Nunca!
Capítulo 8
ESTÁS despierta?
-No -mintió Christa, acurrucándose más contra el cuerpo caliente y desnudo de
Daniel.
-¿Por eso no dejas de retorcerte contra mí? Sabes lo que sucederá, ¿verdad?
-No -dijo ella inocentemente-. ¿Por qué no me lo enseñas?
Daniel le tomó la palabra y empezó a acari
ciarla suavemente mientras le susurraba al oído lo que le iba a hacer.
-Daniel, no -protestó Christa cuando su cuerpo empezaba a excitarse-. Dijiste
que querías madrugar esta mañana, ¿verdad?
-Sí, pero eso fue antes -murmuró él cerrando sus labios sobre un pezón.
-¿Antes de qué?
-Antes de que recordara que en la vida hay cosas mucho más importantes que el
trabajo. Mucho más importantes.
Suspirando, Christa dejó de discutir con él. Después de todo, eso era lo que más
le apetecía.
Esos quince días habían pasado con alarmante velocidad. Acarició la espalda de
Daniel y cerró los ojos de placer. En tres días más debería marcharse y regresar a su
vida normal.
-No puedo dejar que te marches -protestó Daniel la noche anterior después de
cenar cuando estaban acurrucados en el sofá frente al televisor-. Te quiero aquí
conmigo para siempre, Christa.
-Tengo que irme. Está mi trabajo... mi casa...
-Puedes trabajar aquí... De acuerdo, lo sé. Necesitas tiempo. Quizás estás
últimas noches no debí haber tenido tanto cuidado para que no te quedaras
embarazada, y quizás...
-Oh, Daniel, no es que no quiera estar contigo.
-Pero no estás preparada para casarte aún conmigo.
-Es un gran paso. Sé que te amo... pero la vida que llevas aquí... tu trabajo -se
detuvo, sin querer herirle pero necesitando ser sincera-. Sé lo mucho que te importa
lo que haces aquí, Daniel, pero yo no estoy segura de poder sentirme igual de
comprometida.
-No te lo estoy pidiendo. Después de todo, tú no esperas que me emocione con un
nuevo diseño de telas, ¿verdad? No quiero cambiarte, Christa. Amar a alguien no
consiste en eso.
-Pero cuando llegué aquí, me dijiste que cambiarías mi modo de pensar -le
recordó Christa-. Me siento diferente, Daniel, y acepto que tu creencia en lo que
haces es genuina y sincera, pero...
-Pero parte de ti aún no confía completamente en mí -terminó Daniel con
tristeza.
-¡No! No es eso. Claro que confío en ti... ¿Cómo podría no hacerlo después de lo
que hiciste... después del modo en que hemos estado juntos? No es en ti en quien no
confío, Daniel.... Es simplemente que no puedo....
-No puedes olvidar el pasado. No puedes olvidar tus miedos de que yo resulte ser
como el marido de tu amiga. La falta de honradez es algo que procede del interior de
la persona, y no es el producto del modo en que se ganan la vida.
-No, pero...
¿Pero qué? ¿Había ciertos estereotipos que debían cumplirse?
Christa fue incapaz de decir nada más. No discutieron, pero esaa noche, la
sombra de lo que se dijeron se interpuso en la cama, y aunque Daniel le hizo el amor
con su acostumbrada pasión e intensidad, ella notó ciertas reservas en él, y con ello la
dolorosa sensación de pérdida.
-He de irme -le repitió en ese momento-. Tengo que volar a Pakistán el mismo día
que vuelva. Tengo reuniones que no puedo cancelar... -cerró los ojos-. Oh, Daniel, te
echaré mucho de menos. Quiero estar aquí contigo. Lo deseo más que nada en el
mundo...
-¿Pero?
-No tenemos que precipitar las cosas.
-No, pero no es por eso, ¿verdad? Aún no te fías de mí, ¿verdad?
-No, no es verdad -le dijo, pero sabía que no era cierto.
Lo amaba y confiaba en él en el sentido de que él nunca le haría daño y siempre
pondría por delante su seguridad emocional y física.
Pero en el fondo, Christa sentía cierta aprensión hacia su trabajo.
Cuando Daniel hablaba con pasión y entusiasmo de sus planes futuros, sobre los
beneficios de lo que intentaba hacer, ella veía el otro lado de la moneda, las falsas
esperanzas y los alardes de Piers, la gente a quien hizo daño.
No era que no quisiera estar con Daniel. Lo deseaba desesperadamente, pero al
mismo tiempo tenía miedo de que no fuera tan maravilloso como parecía, que tuviera un
defecto oculto que destrozara su felicidad.
Aún tenía miedo... de comprometerse con él y de sufrir.
-Ojalá no tuviera que irme a Pakistán - dijo de forma contradictoria-. Voy a
echarte mucho de menos.
Daniel sonrió suavemente y la besó, pero no sugirió que cancelara el viaje.
-Sólo serán tres semanas -dijo en su lugar.
Tres semanas. Christa cerró los ojos. En ese momento, si él estaba separado de
ella sólo tres horas, lo pasaba mal.
Cuando los dos estaban así, unidos en la intimidad de su propio mundo especial,
nada más parecía importar.
-Amarse no significa que tengamos que pensar lo mismo sobre todos los temas
-le dijo Daniel-. Somos seres humanos. Habrá veces en las que opinemos de modo
diferente.
-Sólo necesito tiempo, Daniel. Todo ha pasado muy deprisa.
Pero no se atrevió a mirarlo, y cuando él la besó, Christa sintió el dolor que le
estaba causando.
En tres días más su curso habría finalizado y volvería a su vida normal. Antes de
marcharse, Daniel le preguntaría si su estancia con él había provocado el milagro de la
transformación que él prometió. ¿Qué podría decirle? ¿Que su amor por él la había
realmente transformado, pero que seguía sin convencerse sobre sus cursos?
Con los ojos llenos de lágrimas, los cerró y le abrazó con fuerza.
La sensación de su piel, su textura, la forma de su cuerpo, su olor, los sonidos
que emitía cuando le hacía el amor, se habían vuelto muy familiares para ella durante
esa maravillosa semana.
Esa familiaridad, sólo había aumentado el deseo, de modo que el simple acto de
acariciarle, la excitaba.
Cuando lo besó, le oyó gemir suavemente mientras él le sujetaba los pechos
suavemente y acariciaba los pezones endurecidos. Cuando Daniel se metió el pezón en
la boca, bañándolo en calor húmedo, bajó las manos a sus caderas y las acarició,
primero por fuera y luego la parte interna y más suave.
El cuerpo de Christa estaba preparado para él. Sus gemidos de placer se unieron
a los otros sonidos: el roce sedoso de piel contra piel, los chupetones de la boca de
Daniel, los gruñidos de placer de él cuando ella le tocó íntimamente, cerrando los
dedos alrededor de su carne y acariciándole, no sólo con deseo, sino también con
ternura y amor
Ver y sentir su virilidad la fascinaba. Ese grado de intimidad era desconocido
para ella.
En ese momento, cuando Christa levantó la cabeza para acariciarle con los labios,
no fue sólo deseo lo que la motivó, sino también la necesidad de demostrarle lo mucho
que significaba para ella. Sabía que era la culminación de cualquier fantasía masculina:
la devoción a la fuente esencial de la virilidad de un hombre. Pero sabía que Daniel
nunca sería tan insensible a lo que ella estaba haciendo. No era ese tipo de hombre.
Las lágrimas llenaron los ojos de Christa. ¿Por qué no podía eliminar esa pequeña
sombra de duda? ¿Por qué no podía aceptar el modo en que se ganaba la vida en lugar
de... ?
Cuando las lágrimas mojaron el muslo de Daniel, él la levantó y le sujetó la cara,
mientras miraba sus ojos tristes.
-Oh, Christa. No sabes lo tentado que estoy a hacerte imposible el marcharte de
aquí. A retenerte para siempre...
-¿Cómo? ¿Embarazada y descalza?
Intentó sonreír, pero vio que no engañó a Daniel.
-No me tientes -dijo muy serio-. No me tientes.
Una hora más tarde, cuando Christa estaba adormilada entre sus brazos, pensó
que lo más triste de todo era que parte de ella casi deseaba que él tomara esa
iniciativa y la obligara a quedarse... que tomara por ella la decisión que ella misma no
podía tomar.
Christa frunció el ceño al oír a alguien llamando a su timbre. Había vuelto a casa
un par de horas antes y después de llevarla, Daniel le dijo que tenía una reunión de
negocios con el presidente de la Cámara de Comercio.
-Pero volveré lo antes que pueda -le dijo-. Aún tenemos que despedirnos
apropiadamente...
Christa se ruborizó un poco, preguntándose cómo cabrían los dos en su pequeña
cama y al mismo tiempo deseando que Daniel pudiera quedarse a pasar la noche con
ella y que ella no tuviera que marcharse en su vuelo nocturno a Pakistan ese mismo día.
-¿Te pondrás en contacto conmigo cuando vuelva? -le preguntó insegura.
-Te estaré esperando en tu puerta.
Christa corrió nerviosa a abrir la puerta. Pero no era Daniel, sino Paul Thompson.
El sonrió y la miró de arriba a abajo. Realmente era repugnante.
-Oí que habías vuelto -dijo entrando al vestíbulo sin que ella pudiera detenerle-.
Tu nuevo amigo está ahora en el Ayuntamiento. Me has decepcionado, Christa. No
pensaba que fueras tan estúpida para enamorarte de un hombre así. Le está contando
a todo el mundo que te has retractado de tus palabras. Es bueno en la cama, ¿eh? Una
pena. Si yo hubiera sabido lo que querías, te habría complacido.
Paul Thompson había dejado la puerta abierta, y de reojo, Christa vio llegar el
Land Rover y a Daniel salir.
Sintió un gran alivio que derritió la frialdad que la paralizó al escuchar los
comentarios venenosos de Paul.
-Ha dejado claro a todo el mundo que sois amantes -continuó Paul con desprecio-.
Así que no es ningún secreto cómo consiguió que cambiaras de opinión. Sabes por qué
lo hizo, ¿verdad? Es un estupendo negocio para él, beneficios y placer. Eso es lo que yo
llamo un hombre de negocios astuto... Deberías haber dudado más de él en lugar de ser
tan estúpida para confiar así -continuó Paul, ajeno a la presencia de Daniel detrás de
él.
-Yo no... -empezó Christa furiosa, pero se calló cuando Paul sintió la presencia de
Daniel detrás de él y se dio la vuelta.
Había disfrutado atormentándola, pero Paul no fue tan valiente cuando le vio. Lo
miró boquiabierto antes de marcharse prácticamente corriendo.
-Vino a decirme... -empezó Christa.
Pero Daniel la interrumpió cortante.
-Lo he oído.
Junto con el disgusto por lo que le había dicho Paul Thompson, Christa también
experimentó una sensación de alivio, de liberación. Porque cuando escuchó las palabras
venenosas, supo sin duda alguna que Daniel no pudo haber dicho ninguna de esas cosas.
No tenía idea de cómo sabía Paul lo de su relación con Daniel. Pero Daniel nunca,
bajo ninguna circunstancia, fanfarronearía de algo así, porque no era capaz de esa
clase de comportamiento.
Lo que había estado a punto de decirle antes de que se marchara, era que no le
creía.
-Daniel...
Se giró hacia él para decirle lo que había descubierto, lo que sentía, pero él la
ignoró.
La miró con dureza.
-Nada ha cambiado, ¿verdad? Aún no has eliminado tus barreras. Dentro de tu
corazón aún quieres rechazarme. Para tu información, todo lo que te ha dicho son
mentiras. Le hablé al presidente de nuestra... relación, pero sólo porque sentía que
debía explicarle por qué me retiraba de la promesa que le hice referente a hacerte
cambiar de opinión. Pero eso fue todo lo que le conté... No te preocupes, Christa.
Entiendo lo importante que es tu necesidad de desconfiar en mí... Mucho más
importante que nada de lo que yo pueda darte. La confianza es básica en una relación.
Tú no confías en mí y nunca lo harás.
Se giró y caminó hacia la puerta abierta.
-Daniel -protestó Christa al darse cuenta de que se marchaba, de que la
abandonaba.
Pero fue demasiado tarde. Subió a su coche y arrancó sin mirar atrás. Ella corrió
tras él, pero se quedó sola en la calle, demasiado impresionada para llorar.
Intentó localizarle, llamando a todos los hoteles de la ciudad, y finalmente
desesperada, a casa del presidente de la Cámara de Comercio. Pero nadie sabía dónde
estaba.
Tres horas más tarde, muy pálida y angustiada, llamó a la granja desde el
aeropuerto, mientras rezaba para que contestara.
Anunciaron su vuelo.
Intentaría llamarle desde Karachi.
Capítulo 9
CUANDO Christa llegó a Karachi, tuvo que esperar su maleta y luego una cola de
veinte minutos para usar un teléfono. Todo fue en vano. No contestó nadie en la
granja.
Aguantándose las lágrimas, salió para llamar a un taxi.
El hotel era al que siempre iba cuando visitaba Karachie, pero a pesar de que
confirmó su reserva, no tenían habitación.
-Lo siento -dijo la bonita recepcionista-, pero hoy hay una gran fiesta oficial y
han reservado toda la planta. Si quiere puedo llamar e intentar conseguirle habitación
en otra parte.
Cansada, Christa afirmó con la cabeza. Media hora más tarde la recepcionista le
dijo que le había encontrado habitación, en un hotel del que nunca había oído hablar al
otro lado de la ciudad.
Cuando llegó, descubrió que era mucho más viejo que el que ella eligió, sin tantas
comodidades ni teléfono en su habitación.
Christa caminó de un lado a otro por su habitación, redactando mentalnente una
carta para enviar a Daniel, cerrando los ojos angustiada al darse cuenta de que todo lo
que quería decirle debía hacerlo en persona.
No podía culparle por su reacción, pero ojalá se hubiera detenido y la hubiera
dejado explicarse y decirle que no había creído ni una palabra de lo que le dijo Paul.
¿Entonces, si al instante supo que mentía, por qué no fue capaz de darle a Daniel
toda su confianza cuando él se la pidió?
Dejó de caminar y se quedó frente a la pared.
Cuando perdió a sus padres y se fue a vivir con su tía abuela, ella le explicó que
tenía un negocio y que Christa debía entender lo importante que eso era.
Christa fue demasiado joven para ver el calor oculto bajo el frío exterior de su
tía abuela, y también muy joven para entender lo duro que fue para una mujer de esa
edad y educación, ocuparse de un negocio familiar en un mundo que era sólo de
hombres.
Pensó que su tía abuela quiso decirle que su negocio era más importante que ella,
sin entender las preocupaciones de la mujer sobre cómo iba a educar a su sobrina
huérfana y seguir ganando dinero para mantenerlas a las dos.
En aquel tiempo, Christa vio el negocio como su rival. Y esos celos iniciales se
volvieron un recuerdo vago con el paso de los años.
Pero al igual que la muerte de sus padres y su creencia de que ellos la
abandonaron, esos celos pudieron dejar en ella una marca mayor de lo que pensó.
Daniel estaba muy comprometido con su trabajo. Creía realmente en sus
beneficios y era algo en su vida que Christa no podía compartir.
¿Vería subconscientemente su trabajo como un rival, una amenaza a su relación
con él, algo que al final le apartaría de ella... más importante para él que ella misma? ¿Y
serían esos celos los que hacían que rechazara su trabajo?
¿Estaría intentando librarse de su «rival», haciéndole elegir entre el trabajo y
ella, y diciéndose que si no la ponía a ella por delante, su amor no merecía la pena?
Frunció el ceño. No era agradable enfrentarse a esa faceta de su personalidad.
Ella nunca haría algo tan manipulador. No estaba en su naturaleza, al menos en su
naturaleza adulta... Pero quizás su subconsciente no actuara así.
Oh, Daniel. Ojalá estuviera ahí y ella pudiera explicárselo.
De repente sintió la necesidad no sólo de explicarle su malentendido, sino de
discutir con él lo que había descubierto sobre sí misma.
El alivio de descubrir por qué había tenido tanto miedo de confiar y
comprometerse, y el dolor de no tener a Daniel ahí, le llenaron los ojos de lágrimas.
Ojalá pudiera cerrar los ojos y por un milagro, aparecer en Gales, en la granja,
en los brazos de Daniel.
Intentó llamarle una vez más antes de irse a la cama, pero no hubo respuesta.
Durante la noche y debido a la época del monzón, llovió mucho y dañó el sistema
telefónico. Cuando Christa se despertó por la mañana, no pudo llamar a Daniel ni
ponerse en contacto con ninguno de sus proveedores.
Pasó el día corriendo de una cita a otra, intentando no pensar en Daniel y
concentrarse en las muestras que le enseñaban y en hacer bien los tratos con los
astutos comerciantes de Karachi.
Cuando regresó al hotel al final del día, tenía el pelo y la ropa empapados de
sudor y humedad. Pero aunque deseaba darse una ducha fresca, lo primero que hizo
fue correr al teléfono.
Pero seguía sin funcionar.
¿Dónde estaría Daniel? ¿Qué estaría haciendo? ¿La echaría de menos?
Christa se sentó en la cama y se puso a llorar.
Pasaron los días, llenos de tristeza y angustia, a pesar de todo el trabajo que
tenía. El teléfono se reparó, pero seguía sin contestar nadie en la granja.
Christa estaba visitando fábricas, saliendo a cenar y asistiendo a algunas
fiestas, pero nada de eso sirvió para animarla.
Al fin llegó la mañana de su marcha.
Casi temía su vuelta. Mientras había estado en Pakistán podía fingir que todo iba
bien, que todo seguía igual que cuando Daniel y ella abandonaron Gales.
Pero cuando regresara, esa ficción moriría. Tendría que enfrentarse a la realidad
de haber perdido el amor de Daniel.
En el aeropuerto de Karachi hubo una confusión con los billetes y su vuelo estaba
lleno. Tras ofrecerle las debidas disculpas, le dijeron a Christa que la pondrían en lista
de espera y le darían el primer asiento libre.
Dieciocho horas más tarde, cuando finalmente subió al vuelo para Manchester,
no sabía si las náuseas y retortijones que sentía se debían a que le había picado algún
bicho o a la tensión nerviosa del retraso. Muy pálida, rechazó la comida que le
ofrecieron, y las náuseas le duraron todo el vuelo. La mujer sentada a su lado, le sonrió
comprensiva.
-Sé cómo se pasa. Yo estuve así los seis primeros meses con el primero.
Vomitaba a todas horas... Pero al final mereció la pena.
Christa la miró perpleja... ¿Embarazada? Imposible... ¿verdad?
Esa mujer estaba equivocada.
¿Pero y si lo estaba? ¿Qué haría Daniel... ? ¿Qué diría?
Cuando el avión aterrizó, Christa estaba agotada, física y mentalmente.
Mientras esperaba a pasar el control de aduanas, pensó en lo que podría
significar que estuviera embarazada.
Si Daniel insistía en casarse con ella por eso, ella nunca sabía si lo había hecho
por obligación o por amor, y él no sabría si dijo la verdad sobre su confianza completa.
Y el niño no nacería en una familia donde hubiera sinceridad y armonía.
Al salir de la aduana, decidió que no le diría nada a Daniel.
Perdida en sus pensamientos, no vio la figura que esperaba en una de las salidas
hasta que la tuvo delante.
¡Daniel! -lo miró perpleja.
El parecía muy cansado, con los ojos rojos y ojeras.
-Menos mal que estás bien -le dijo quitándole la maleta y sujetándola del brazo-.
He intentado llamarte, pero en el hotel no te tenían registrada, y luego no llegaste en
el vuelo...
-Hubo un problema con mi reserva -dijo Christa medio atontada.
Daniel estaba ahí. Había ido a buscarla.
-Yo también intenté llamarte, pero no estabas en la granja.
-No. He estado en la granja de Dai. Le dio un coma etílico la noche que te
marchaste, y he estado cuidándole... Christa...
-Daniel...
Los dos se pararon y se miraron.
-Daniel -dijo Christa temblorosa.
Su corazón estaba lleno de alegría al saber que él seguía queriéndola, que estaba
allí, que...
-No -le interrumpió él suavemente-. Déjame hablar primero, por favor... Te amo,
y si me hace menos hombre admitir que te necesito más que a mi orgullo, que así sea.
No voy a fingir que tu confianza no es...
-Daniel, no... Confío en ti. Me di cuenta cuando estaba escuchando a Paul decir
toda esa basura sobre que tú habías presumido de llevarme a la cama para
convencerme. Me resultó obvio al instante que eso no podía ser cierto. Se lo iba a
decir cuando tú apareciste. Es ridículo, ¿verdad? He tenido que escuchar a alguien
como Paul para darme cuenta de la verdad. Tenía celos de tu trabajo, de tu
entusiasmo. Temía que de algún modo se interpusiera entre nosotros.
-Nada podría interponerse -dijo Daniel con firmeza-. Eres mi vida, Christa... Mi
amor... mi alma...
Mientras le escuchaba, Christa sintió que se le derretían los huesos.
-No me mires así -le dijo Daniel con voz ronca-, no en público. ¿Sabes lo que ha
sido no saber dónde estabas? He pasado las últimas dieciocho horas comprobando las
listas de pasajeros de todos los vuelos desde Pakistán.
-Hubo un lío en el aeropuerto y tuve que esperar otro vuelo... Oh, Daniel...
Mientras se miraban, alguien se chocó con Daniel, se disculpó y se marchó.
El golpe había hecho caer algunos papeles del bolsillo de la americana de Daniel.
Cuando se inclinó para recogerlos, uno se separó de los demás. Era una carta. Christa
vio que estaba dirigida a una de las universidades más prestigiosas del país.
Antes de que Daniel pudiera detenerla, la recogió y la leyó rápidamente. Se puso
pálida.
-Has solicitado un puesto de profesor - dijo perpleja-. ¿Por qué?
-Porque tú significas para mí más que el centro, y me di cuenta de que eso
siempre se interpondría entre nosotros y que siempre tendrías miedos y dudas
mientras existiera.
-No, Daniel, no. No debes hacerlo -dijo ella con vehemencia, sintiéndose muy
egoísta.
Pero vio que no le convenció, así que respiró profundamente antes de continuar.
-No debes hacerlo. No es justo. Un bebé... un niño necesita aire libre y libertad...
no estar enclaustrado en la atmósfera de una universidad. Necesitará un padre a su
lado, y no uno que esté ocupado dando clases y asistiendo a seminarios.
-Un bebé... -Daniel se puso muy pálido-. ¿Estás segura?
-No -admitió Christa-. Pero antes o después, habrá un bebé, Daniel... nuestro
hijo. ¿Verdad?
-Sí... sí, sí, sí.... Oh, Christa, ¿qué diablos hacemos aquí?, vamos a casa...
Dos horas más tarde, acurrucada a su lado en su ático, con todas las muestras de
su viaje extendidas por el suelo, Christa suspiró feliz.
-Nunca me has preguntado qué dije exactamente al presidente de la Cámara de
Comercio -le recordó Daniel.
-No es importante.
-Mmm, quizás no, pero para que conste, le dije que debido a la relación personal
que había surgido entre nosotros, quería declarar que mi desafío quedaba anulado. Era
lo más honrado.
-¿Como casarte conmigo porque a lo mejor llevo a tu hijo? -se burló Christa
cariñosamente.
-No, nada de eso. Eso no es nada honroso, dado que, si soy sincero, he rezado en
secreto para que te quedaras embarazada.
-¿Y si no lo estoy?
-Bueno, en ese caso, tendremos que esforzarnos más, ¿no crees, mi amor?
La respuesta de Christa no necesitó palabras, pero fue rotundamente clara.
Penny Jordan - Aprender a confiar (Harlequín by Mariquiña)
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