La Rosa Marchita Margaret Steinhage Fenelon Parecía algo bastante imposible. La corola quedó colgando tan abajo que el tallo estaba casi doblado. Los pétalos tenían un aspecto un tanto lamentable, inclinados hacia el costado, parecían los maxilares desencajados de una serpiente esperando desconsoladamente que su presa se le cruce en su camino. Sin duda estaba condenada. A la otra rosa no le iba tan mal. Su corola estaba hacia abajo pero el tallo parecía fuerte y los pétalos aún permanecían en perfecto espiral. Daba el aspecto de tener amplias posibilidades de sobrevivir y llegar a su plena floración. Las rosas fueron un regalo especial de los niños para Mark y para mí y queríamos disfrutarlas lo máximo posible. Las coloqué cuidadosamente en un florero, intercalándolas con delicadeza con un manojo de margaritas y apoyando sus corolas en los tallos de las flores más fuertes. Coloqué el florero en el santuario del hogar y suspiré, "Perdóname Santísima Madre, quería compartirlas contigo, pero temo que las dejé sin agua durante demasiado tiempo y las maté". Retrocedí y contemplé mi obra. Luego crucé los brazos y moví la cabeza. "¿Mark? ¿Crees que debí tirarlas? Especialmente esa; dudo que recobre la vida". "Sí, yo lo hubiera hecho", respondió. "Al menos eran lindas mientras duraron". Extendí el brazo para alcanzar el florero y luego retiré mi mano. Simplemente no podía tirar las rosas – al menos no todavía. Casi terminaba la tarde y decidí dejarlas hasta la mañana para ver qué sucedería. "Bien, Madre, depende de ti," me lamenté mientras me iba a dormir. La rosa había florecido A la mañana siguiente hubo tanto trajín que casi me olvidé de las rosas. Acabábamos de regresar de un retiro y había mucho que desempacar y reorganizar. Tomé una estampita poco convencional y me dirigí al santuario hogar. Mientras dejaba la estampita en el altar, reparé en las rosas. La que pensé que ya estaba muerta, no sólo había sobrevivido y revivido, sino que ¡había florecido al punto de tener mucha más vida que la otra! ¡Estaba verdaderamente hermosa! Me quedé parada unos instantes, admirándola y pensando en su cita tan próxima con el bote de basura la noche anterior. Había estado dispuesta a matarla simplemente porque tenía la apariencia de estar completamente marchita. ¿No sucede lo mismo con tanta gente y situaciones de nuestras vidas? ¿No son también como una rosa marchita? Suponemos que no hay posibilidad para el cambio Cuando alguien en quien depositamos toda nuestra esperanza y confianza no cumple con nuestras expectativas, suponemos que no hay posibilidad para el cambio. Cuando una relación se torna tensa y difícil, suponemos que no hay posibilidad de revivirla. Cuando una situación es tan complicada que parece que no nos deja levantar la cabeza, suponemos que es el momento para arrojar todo a la basura. Quizás a veces nosotros somos las rosas marchitas y nos vemos tentados a renunciar a nosotros mismos porque el tallo parece demasiado doblado. Lo que renueva nuestra vitalidad en estos momentos es el poder de la Alianza de Amor. Es la esperanza contra toda esperanza. Es el nutriente transfusor, transformador que cambia hasta el capullo más marchito en la rosa más vivaz y hermosa. La alianza es el sustento de nuestra Familia Schoenstattiana, que nos une, nos levanta y nos estimula aún cuando nuestras cabezas están totalmente caídas. Esta maravillosa tierra... Creo que esto es lo que el Padre Kentenich trató de decir cuando escribió el estribillo del Cántico al Terruño: Yo conozco esa maravillosa tierra Es la pradera asoleada con los resplandores del Tabor, Donde reina uestra Señora tres veces Admirable En la porción de sus hijos escogidos, Donde retribuye fielmente los dones de amor Manifestando su gloria Y regalando una fecundidad ilimitada: ¡Es mi terruño, es mi tierra de Schoenstatt! Cuando ponemos bajo su protección las personas, relaciones y situaciones que se producen en nuestras vidas y que parecen estar lejos de toda esperanza, es ella quien las atiende y las renueva. Cuando ponemos bajo su protección nuestro yo necesitado y débil, ella nos infunde con su gracia y nos ayuda a levantar nuestras cabezas una vez más para que podamos continuar floreciendo. Si le confiamos todo a ella, asegura abundante fertilidad aún para la rosa más marchita.