82 San Lorenzo Diario del AltoAragón - Viernes, 10 de agosto de 2012 NATURALEZA Viene de la página anterior ma, que adornaba con su buen saber dibujar. Le pedí un espacio en el Especial “San Lorenzo” del aquel 1976, cuyo contenido reproduzco y traigo a colación como humilde homenaje a aquellos hombres quienes, jugándose la vida, profesaban una arriesgada profesión: la de Navatero, aunque lamentablemente, porque el tiempo no perdona, ellos ya no están entre nosotros físicamente. Decía en aquella calenda… “La historia, una historia llena de buenos y malos recuerdos para quienes nos la cuenta, por lo que de sugestivo y apasionante tiene, nos llevó hasta un lugar del Valle de Bielsa: Laspuña. Un pueblecito de nuestra provincia a setecientos metros de altitud sobre el nivel del mar, al que se llega al dejar atrás Aínsa pasando por Labuerda y Escalona. Laspuña, un recóndito lugar de nuestra altoaragonesa tierra, con gentes sencillas y agradables, animado en este tiempo vacacional por veraneantes. La llegada de este reportero, un día gris y tormentoso, vino a aportar una novedad al pueblo, rompiendo un poco la monotonía cotidiana. Nuestra presencia allí, en una de sus sugerentes y empinadas calles, hizo formar inmediatamente el corro de curiosos: niños mayores y ancianos del lugar; también del señor Alcalde, don Antonio Castillo. Todos a participar en el sano juego del diálogo, en el que nuestras preguntas buscaban en sus protagonistas, y en el tiempo, una profesión hoy extinguida: la de los navateros. Dice el adagio que preguntando se llega a Roma, y así nos llevó hasta aquel pintoresco pueblecito, en pos de no sabía quién. Los años en los que se profesaba el trabajo de conducir las navatas o almadías (como también se denominan en otros lugares, especialmente en Navarra) a través de los ríos y aprovechando sus corrientes, no era cosa de ayer. Teníamos que remontarnos a los años veinte. Allí en el recuerdo, hallaríamos a los navateros. Esto no iba a ser de antemano fácil. Por el paso del tiempo nuestros protagonistas, necesariamente, tenían que ser ya personas muy mayores y temíamos que la edad hubiese velado datos importantes para nuestro relato, que es la historia misma de unos hombres que hubieron de luchar con inclemencias, soledades y peligro de muerte a cada segundo de su arriesgado trabajo para ganarse el sustento en una época en la que los hornos no estaban para bollos. Comencé a los dieciseis años Tras llamar a varias puertas, acompañado de una servicial señora, al fin dimos con uno de aquellos navateros: don Antonio Mairal Morillo. Un hombre afable, de 74 años, que amablemente me dio todo tipo de detalles. - Dígame, don Antonio: ¿Qué eran las navatas? Grupo de navateros - Pues mire usted, eran la unión de veinte troncos, y formábamos lo que se llamaban tramos. - ¿Siempre el mismo número de maderos? - Bueno, eso dependía de cómo eran de gruesos. - ¿Y cómo formaban las balsas? - Pues como le digo, juntábamos los troncos y los atábamos con ligazas de estas algas que se crían junto al río; se retorcían bien y, luego, como si fuera cuerda, atábamos. - ¿Y con eso era suficiente? - Bueno, también hacíamos unos agujeros en los extremos de los troncos y a través de estos orificios metíamos otros maderos más pequeños, para darle consistencia a la balsa. - ¿De dónde eran estos maderos? - De Bielsa, Laspuña, Plan, en fin, de todo el Pirineo. -¿Y cómo hacían llegar los maderos hasta los ríos? - Se talaban y luego se procedía a lo que se llamaba desemboscar, bien haciendo deslizar los árboles por el momento, bien arrastrándolos con caballería. - Oiga, don Antonio: ¿por qué se les llamaba navatas? - Pues mire usted, por aquí, por esta zona, así se les conocía. Por Navarra les llamaban almadías, que eran “tramos” igual que éstos. - Ya tenemos confeccionada la navata ¿y ahora qué? - Pues venía la parte más peligrosa: bajar con ellas por el río. - ¿Y ustedes iban encima? - ¡Ya lo creo! - ¿Cuántos navateros iban en cada tramo? - Dependía de las medidas de los maderos, pero normalmente íbamos dos. Uno llevando el timón y el otro delante al cuidado >Los años en los que se profesaba el trabajo de conducir las navatas o almadías a través de los ríos y aprovechando sus corrientes, no era cosa de ayer Navata. Al fondo, el casco antiguo de Aínsa de no chocar contra grandes piedras o salientes del río. - ¿Dice usted timón? - Bueno, era un remo que colocábamos y que girábamos como si fuera un volante; de esta forma se podía llevar mejor la navata. - ¡Claro que por eso estarían bien pagados…! - No mucho. - ¿Recuerda cuánto cobraban? - Pues cuando yo comencé, que tenía unos dieciséis años, y esto era allá por 1918, cobrábamos cinco pesetas. - ¿A la semana o cuándo? - No, no, al día. - ¡Oiga!, en aquellos tiempos era mucho dinero ¿no? - No tanto para el peligro que se corría. - Bueno, pero aparte de esto les pagaban la comida… - ¡Ah!, eso sí. - ¿Qué zona era la más peligrosa? - Ahí, en Mediano. Donde ahora está el pantano de Mediano. ¿Sabe dónde está? - Sí, señor - Bueno, pues allí había un estrecho que era realmente muy peligroso. - ¿Y a usted nunca le pasó nada? - Alguna vez, por caída, tuve que nadar, pero por lo demás, nada. - Dígame: ¿esto lo hacía por cuenta de empresas? - De todo hubo. Unas veces con empresas y otras por cuenta propia. - Bien, ¿y con el peligro que este trabajo acarreaba, no se podían dedicar a otro? - Es lo que entonces se daba. De todos modos no eran tiempos de mucho trabajo. - Me habla de cinco pesetas al día en el año 1918, entonces, ¿cuánto cobraban en el año treinta y tantos? - Entonces venían a pagar unas quince, a veces veinte y hasta veinticinco pesetas al día. - ¿Desde cuándo data, al menos en esta zona, esto de las navatas, don Antonio? - ¡Uff! Mire, esto viene de los antepasados. - Y, ¿cuándo se fue al traste esta profesión? - Pues hasta que hicieron el pantano de Mediano. Con eso se cortó el curso de río y, en fin, el trabajo. - ¿Cuántos navateros quedan ahora, de los que fueron, claro, en este lugar? - Pues quedamos unos seis o siete. - Al estar tanto en contacto con el agua ¿no les producía reuma? - ¡Qué va! Era muy sano todo eso. Mientras conversamos con don Antonio Mairal, aparece otro de estos intrépidos hombres. Se trata de don Baltasar Naval Castillón. - ¿Y usted qué dice, señor Naval? - ¿Yo?, lo mismo. Fuimos juntos muchos años. - Hasta después de la guerra – añade don Antonio- y hasta que hicieron el pantano éste (refiriéndose al de Mediano). - ¿Añoran aquellos tiempos? - ¡Qué quiere que le diga! Siempre se acuerda uno de las peripecias que se pasaban. - Ahora más tranquilos… - Pues dedicados a la tierra y esas cosas. - Tengo entendido que tiene creado un club de navateros. - Sí, desde hace un par de años. Fue cosa de don Domingo, el cura, que ahora está en Laspaúles. - Bien, hemos hablado de la salida hacia Tortosa, ¿y luego cómo volvían a Laspuña? - Nosotros en tren, pero antiguamente lo hacían andando. -¿Andando dice usted desde tan lejos? - Sí, señor, y les costaba cinco días. De seiscientos a trescientos habitantes -Háblenos un poco de este pueblo. ¿Cuántos habitantes tiene? - Hace unos años éramos 630, ahora nos hemos quedado en 300. - ¿Qué pasa con la gente? - Pues mire, lo mismo que en otros lugares. La gente joven se marcha a estudiar o trabajar en otros sitios, y aquí quedamos los mayores. - ¿De qué vive Laspuña? - Algo de la agricultura y del ganado.