¿Viajes de Estado o viajes de placer?

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El espectador comprometido
¿Viajes de Estado o viajes de placer?
Carlos Báez Evertsz
Desde mi punto de vista es una mezquindad tener en el punto de mira los
viajes de Estado que hace un Presidente de Gobierno, cuando los mismos se
realizan pensando en los intereses generales de la nación.
Sería una muestra de abuso de poder, el que un Presidente se dedique a
viajar por todo el mundo, sin ton ni son, con el objetivo de cargar sobre las
espaldas de un pueblo empobrecido, cargado de una deuda externa
excesiva, con un Estado con un déficit público que sobrepasa los límites de
la buena gestión financiera, y en medio de una alza de impuestos y de
llamados a la austeridad (de los demás).
Los viajes de Estado se tienen que organizar con el tiempo debido, se tiene
o se debe estudiar todos los acuerdos existentes con el Estado a visitar, ver
el estado de cumplimiento de los mismos por ambas partes, la balanza
comercial entre ellos, fijar los objetivos prioritarios y sensatos a alcanzar
con la visita, y hacer un balance de gastos/beneficios de dicho viaje.
Si se ve que el país puede obtener beneficios tangibles: económicos,
financieros, políticos, culturales, entonces se debe dar el visto bueno, de lo
contrario, no es recomendable hacer dicho viaje.
Otra cuestión, cuando el Presidente que hace el viaje es de un país pobre,
pequeño, con una gran población sometida a la exclusión social, que no
juega un papel importante en el contexto internacional, los viajes de Estado
deben limitarse a los mínimos necesarios y de acuerdo al más estricto
interés nacional.
Si se guardan estas reglas básicas los viajes de Estado que hace un
Presidente deben ser vistos como buenos por los ciudadanos y no deben
ser objeto de críticas por los medios de comunicación ni motivo de condena
por los creadores de opinión.
Hecha esta salvedad, es indignante que los ciudadanos no reaccionen
enfurecidos cuando se dispendia a “troche y moche” decenas y centenas de
miles de dólares y de euros en viajes que realmente no tienen ningún
interés nacional y sólo tienen un fin: satisfacer la curiosidad viajera de un
individuo, o aún peor, cuando se realizan para
realzar la “vanitas
vanitatem”, el ego vanidoso.
¿Hay algo peor en los viajes hechos a costa del Estado Dominicano que lo
señalado anteriormente? Si, lo hay. Cuando se utilizan viajes real o
supuestamente de Estado para realizar actividades de índole privada,
siempre y cuando los mismos, sean a cargo del presupuesto nacional.
Pues bien, ¿cómo se puede calificar a un Presidente que dentro del
programa “oficial” de un viaje de “Estado”, utiliza los recursos públicos para
hacer visitas a instituciones privadas, educativas, fundaciones, etc. para
firmar acuerdos entre instituciones de derecho privado?
¿Y en que figura de derecho penal cabe la utilización de esos recursos
públicos para exclusivo beneficio de una fundación no sólo privada sino casi
privativa de quién realiza el viaje a costa del erario público?
Estamos asistiendo, ya sin asombro alguno, pero si con cotas cada vez más
elevadas de indignación, a que de manera descarada se dilapiden millones
de dólares para el uso privado de un individuo y de sus adláteres, pensando
no en el bien común sino en estrategias personales de poder, de prestigio, y
de marketing personal.
¿Dónde está el límite entre el uso de los recursos públicos, es decir, de todo
el pueblo – de su cuota parte lector y de la mía-, para fines estrictamente
de política de Estado, y su uso para beneficio personal-particular? Para mí
está claro, el límite se encuentra entre hacer política o cometer un delito.
Doctores tiene la Iglesia para juzgar, con objetividad, si estamos ante un
atropello más de ciertos políticos que se salde solamente con denuncias, o
que se deba ir más allá, pedir por asociaciones de la sociedad civil la
inculpación penal por apropiación indebida de recursos del Estado con fines
particulares.
Torrelodones, 16 de junio de 2011
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