El Patrimonio Cultural de México

Anuncio
El patrimonio cultural de México
Etimológicamente, la palabra patrimonio nos remite a los bienes que heredamos de nuestros padres y,
extensiva y figuradamente, de nuestros ascendientes.
Herencia de nuestros padres y de los padres de nuestros padres, el patrimonio nos remonta hasta el
tiempo en que la existencia de los individuos se difumina en la de las familias y ésta en la de los
pueblos. A la idea de patrimonio corresponde la de los pueblos. A la idea de patrimonio corresponde
también, en este sentido, y de modo primordial, la noción de colectividad.
"Patrimonio" ha pasado a
significar una realidad muy vasta: todo aquello que, como testimonio de los valores y el trabajo de
las generaciones pasadas, forma hoy parte de los bienes individuales o sociales que han merecido y
merecen conservarse. En efecto, Io que unas generaciones transmiten a otras no son sólo cosas: son
también ideas, conocimientos, representaciones del mundo, valores, costumbres y tradiciones, además
de objetos, testimonios y documentos de otras épocas. En este sentido, el patrimonio de una sociedad
es esencialmente cultural: lo constituyen bienes de suyo perdurables, poseedores de una vigencia
intemporal y de un significado particular para esa sociedad desde el punto de vista de sus creencias, su
tradición y su identidad. Y, por otro lado, esos " bienes " no son necesariamente materiales, dado que
los valores y los símbolos de que éstos son portadores han surgido de la vida de las sociedades y se
encarnan en ella, y no únicamente en obras físicas. En la medida en que esos valores viven y se
transforman de una generación a otra, puede hablarse también de un patrimonio cultural formado por
las prácticas que expresan tradiciones, rasgos simbólicos e inclinaciones de largo o reciente arraigo en
el grupo social. Por ello, en los enfoques actuales del patrimonio cultural, esta última precisión tiende
a ocupar un sitio sobresaliente.
Patrimonio cultural tangible e intangible
El concepto de
patrimonio cultural, comúnmente referido sólo a bienes materiales con un significado o valor
particular de tipo arqueológico, histórico o artístico, se ha ampliado para referirse también a las
lenguas, música, costumbres, expresiones de las culturas populares, tradiciones, prácticas artesanales,
acervo intelectual y, recientemente, acervos fílmico y fotográfico, entre otras manifestaciones de la
cultura de un pueblo. Se habla, así, del patrimonio cultural tangible e intangible de una nación.
Consecuentemente, los conceptos de protección y conservación del patrimonio cultural se han
enriquecido de manera notable. La preservación del patrimonio cultural no presupone únicamente las
disposiciones jurídicas y las tareas para proteger del deterioro físico y de la amenaza de agentes
sociales y naturales a monumentos históricos, obras de arte, vestigios arqueológicos, testimonios y
documentos, sino los conceptos y los medios para atender la conservación, mucho más compleja, de
realidades lingüísticas, tradiciones musicales, técnicas artesanales, valores, modos de vida o visiones
de la realidad. El patrimonio cultural de una nación no se restringe a los testimonios materiales del
pasado, que dan cuenta de un rico proceso histórico de formación de valores, sino que comprende
también las formas vivas en que esos valores encarnan en la actualidad. Por eso, aunque distintas en la
naturaleza de su acción y en su complejidad, pero confluyentes en sus propósitos, la preservación del
patrimonio cultural tangible y la del patrimonio intangible dan su justa dimensión al patrimonio
cultural de un pueblo como el gran acervo de obras, testimonios, valores y tradiciones que forman su
cultura viva y actuante, y que habrá de ser enriquecido con la creatividad del presente para constituir, a
su vez, el legado para las generaciones futuras.
En este sentido, es conveniente mirar el campo de la
conservación del patrimonio cultural, no en su acepción restringida a los bienes tangibles, sino en su
dimensión íntegra, que comprende también la compleja realidad del acervo intangible de elementos
culturales que sustenta en sus diferentes estratos la vida social. Debe tomarse en cuenta, además, que
el concepto de patrimonio cultural no es estático, y forma parte él mismo de las representaciones que
los pueblos se hacen de su cultura en los diferentes momentos de su historia. Lo que una sociedad
considera que es su o el patrimonio cultural, es algo que va cambiando con el tiempo, tanto en su
definición como en sus contenidos, y se encuentra estrechamente ligado no sólo con las formas
culturales sino también con los procesos históricos y sociales. Tiene que ver, por ejemplo, con el
reconocimiento como propias o la exclusión de formas culturales diversas, con el proceso de
integración social y con el grado de conciencia de identidad nacional, entre otros muchos
factores.
México: un patrimonio plural
México es uno de los mejores ejemplos de la
complejidad de estos procesos y de la paulatina formación y transformación de la idea de patrimonio
cultural. Sobre su territorio se han sucedido, encontrado o fusionado los más diversos grupos étnicos,
dueños de particulares y heterogéneas culturas. La idea de que en México se inicia el mestizaje a partir
de la llegada de los españoles ha sido abandonada hace mucho tiempo. Étnica y culturalmente, México
ha sido siempre escenario del mestizaje, de la fusión de pueblos y culturas, a través de los más
diversos y complejos procesos, en cuyas condiciones no se reconoce siempre el libre y natural
intercambio o comercio cultural, sino también las superposiciones, las oposiciones y las sustituciones
de las formas culturales. Por ello, si bien cada pueblo ha generado actitudes propias y formas en las
que se reconocen maneras de entender o valorar lo que podría considerarse su patrimonio cultural, el
concepto de éste como sistema de vasos comunicantes entre los grupos y comunidades que en un
sentido más amplio constituye un pueblo -como factor de integración de sectores y estratos diversos,
como suma, en consecuencia, de elementos y formas heterogéneos- tiene sus orígenes en el
surgimiento mismo de nuestro Estado nacional.
No es casual que haya sido el más temprano ideario
de nuestro movimiento de lndependencia el que, partiendo del reconocimiento de la diversidad de la
nación, se propusiera construir un Estado capaz de aglutinar a todos los individuos y grupos en
términos de equidad, no suprimiendo sus diferencias, sino afirmando la pertenencia de todos a una
misma condición, Ia de ciudadanos mexicanos, por el solo hecho de haber nacido en esta tierra, más
allá de toda particularidad étnica, cultural y social. Al mismo tiempo que se rechazaban las
distinciones étnicas en la prescripción de derechos y obligaciones, se afirmaba la pluralidad como una
característica intrínseca de nuestra sociedad, más allá de todo juicio o adjetivo. Ello implicó una
gradual asunción, que se prolonga hasta nuestros días, de los patrimonios y las formas culturales de los
grupos como mexicanos.
Así, la idea de patrimonio cultural tal como hoy la entendemos, como la
suma del legado cultural de todas las épocas y todos los grupos étnicos que han habitado nuestro
territorio, remonta sus orígenes a nuestro siglo XIX. Es cierto que ya desde los primeros años de la
Colonia hubo, junto al desarrollo de la cultura hispánica trasplantada a nuestro suelo, fusiones con la
cultura indígena e intentos de valorarla o preservarla, pero la noción de que las diversas formas
culturales desarrolladas en México se identifican en términos de valor e importancia en cuanto
emanaciones genuinas de los múltiples y heterogéneos grupos que en el país han coexistido, es
relativamente reciente, y parte del inicio de la construcción del Estado nacional en el siglo XIX.
De
este modo, la historia del concepto de patrimonio cultural refleja, entre nosotros, un paulatino
ensanchamiento tanto respecto de los géneros y las formas culturales que comprende, como de sus
expresiones en diversos grupos étnicos o sociales, al igual que paulatinos han sido la propia
integración social de esos grupos en nuestra sociedad y el reconocimiento social y jurídico de términos
equitativos en esa integración. De ahí que hasta fechas muy recientes haya seguido siendo necesario
introducir reformas y declaraciones explícitas a nuestro marco jurídico, como la que significó, en el
caso del artículo 40 constitucional, el reconocimiento de México como país multiétnico y pluricultural
y la obligación de la ley de promover el desarrollo de las lenguas, culturas, usos, costumbres, recursos
y formas específicas de organización de los pueblos indígenas.
Esta reforma constitucional
indirectamente consagra una conciencia de nuestro patrimonio cultural que es el resultado de
complejos procesos a lo largo de cinco siglos, y que tuvo sus mayores impulsos en dos momentos
determinantes: el movimiento de Independencia y la Revolución de 1910. Estos dos movimientos
políticos y sociales conllevaron, entre otras cosas, una introspección profunda del país, una mirada
hacia su interior, una conciencia de identidad y una redefinición del proyecto nacional. En ambos
casos, la nación cobró conciencia de su pluralidad histórica y de la necesidad de fincar su unidad en la
diversidad. Este auto reconocimiento fue dando forma a la conciencia de nuestra cultura no como una
cultura homogénea sino como una cultura de culturas, sustentada en el sincretismo, en la convivencia
y en el influjo recíproco de tradiciones diversas.
Gil Mejía Raúl.
Fotógrafo
Descargar