En el principio

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Humberto Costantini
En el principio
De Cuentos completos 1945-1987, Buenos Aires, Ediciones ryr,
2010.
Ésta es la historia de una gran matanza. Cuando los bellos hombres del
este, los cazadores de caballos, llegaron en gritonas bandadas por las
llanuras y por las montañas y exterminaron hasta el último de los antiguos hombres de la tierra.
Esta es la historia de una gran matanza. De cómo aquel gran derramamiento de sangre cubrió con su ala negra toda la Europa y hasta el
más pequeño escondrijo de las cavernas llegó a despertarlo con su
alarido de muerte.
De cómo los silenciosos del fuego, los bamboleantes hombres de
Neanderthal, despertaron una mañana y asombraron sus corazones ante
las flores de los manzanos silvestres. Porque la primavera se había
enseñoreado en el mundo por aquel entonces.
Una niebla ligera se desperezaba lentamente sobre la faz de la tierra y
grandes manadas de caballitos barbudos pastaban tranquilos en las
cercanas llanuras. Y los caballos no temían a los cabizbajos moradores
de las cavernas.
Esta es la historia de una gran matanza. Cuando los caballitos barbudos
aspiraron el aire, de pronto, y olfatearon el miedo. Y el miedo estremeció cada uno de sus músculos y echaron a correr despavoridos hacia
el poniente.
Y los hombres se preguntaban a qué se debía tanto desenfrenado galope, tanto sacudimiento de crines. Porque los hombres no habían oído
aún el grito de guerra de los cazadores del este.
Y el grito apareció. En lo alto de una loma un inmenso círculo de danzarines y un gran despliegue de colores y plumas. Y también de lanzas
y de flechas. Y los velludos hombres de Neanderthal volvieron a
asombrar sus corazones como cuando miraron las flores de los manzanos silvestres.
Y el canto y las plumas y los movimientos rítmicos de los danzarines
los atraía con irresistible poder. En grupos cautelosos se fueron acercando y sintieron vergüenza de sus cuerpos pesados y velludos. Y
desearon acercarse a los hermosos recién llegados para obsequiarles
hongos y carnosos rizomas.
Pero los danzarines ignoraron sus oscuras miradas suplicantes. Continuaron en su juego hasta que el sol estuvo bien alto en el cielo.
Esta es la historia de una gran matanza. Cuando los esbeltos cromañones dejaron de cantar y de mover rítmicamente sus cuerpos pintados
con tres colores y se lanzaron sobre los velludos mirones.
Y la lanza silbó en el aire. Y el hacha se descargó sobre las rechonchas
cabezas. Y la muerte vino de pronto porque sí, engalanada de plumas,
aullante y pintarrajeada como para un festín.
Y sólo salvaron sus vidas los que huyeron a la montaña. Porque el resto
quedó allí, ensangrentando la tierra que la primavera había besado.
Y éste fue el comienzo de la gran matanza. Una tras otra llegaron las
hordas de los conquistadores y todos eran hábiles guerreros y ágiles
danzarines. Y todos cazaban al caballo salvaje y al reno. Y todos cazaban también al silencioso habitante de las rocas.
Y éstos no comprendían cómo aquellas hermosas cabezas pudieran
albergar tanto odio. Aquellos cuerpos esbeltos tanta ferocidad.
Y aquella gran matanza duró muchos cientos de años. Porque los
hombres de Neanderthal habitaban una gran extensión de tierra. Sus
ojos los únicos que durante siglos y siglos habían formulado las únicas
preguntas a las estrellas.
Y aquella gran matanza duró muchos cientos de años. Y los brazos se
hicieron diestros en el manejo de las nuevas armas. Y humaredas de
rebelión se levantaron aquí y allá sobre la tierra muchas veces.
Mas los hombres de Cromañón deseaban el exterminio porque la presencia de los bamboleantes seres velludos repugnaba a sus corazones.
Y porque las amparadoras cavernas eran por ellos codiciadas. Más aún
que la carne de los caballos salvajes o el escondido pigmento rojo con
que hermoseaban a sus muertos.
Y ocurrió que después de muchos siglos no quedó sobre la faz de la
tierra ninguno de sus antiguos moradores. Todos perecieron en manos
de los arrogantes cazadores del este.
Fructificó la raza de los cazadores en toda la extensión de Europa. Y en
las paredes de las cavernas resplandecieron sus hermosos dibujos de
animales.
***
Esta es la historia del último de los hombres de Neanderthal. El cual
habitaba en la región de la Dordoña francesa.
Esta es la historia del último de los hombres de Neanderthal y su
nombre era llamado Grug.
Y era Grug de la edad de treinta y seis años. Treinta y seis los años de
su vida cuando los hombres del este se adueñaron por completo de la
tierra. Y cuando ultimaron a filo y a golpe a todos sus moradores.
Esta es la historia del último de los antiguos hombres de la tierra.
Cuando abandonó su lugar y huyó a la montaña con el resto de su grupo
familiar.
Y el grupo era pequeño. Cinco solamente los que siguieron sus pasos.
Todos los otros habían muerto. Sus cuerpos ensangrentados sobre la
tierra.
Y durante cinco años había mandado entre las gentes. Su voz escuchada en ambas orillas del río.
Porque Grug conocía el lenguaje de los vientos. Conocía el peligro en
cada estremecimiento de las hojas.
Y porque a la muerte del anciano, él, varón adulto, había conducido a la
tribu lejos de los cazadores del este, hacia el valle del Carona, donde la
tierra era propicia.
Y durante cinco años había permanecido allí la tribu. Apenas unos
puntos brillantes inquietando a la noche.
Alegría de agua manando de entre las piedras. Líquenes, moluscos y
pequeños reptiles en abundancia.
Círculos de hombres y mujeres junto al fuego. Correteo de cachorros
sobre la playa del río, simulaban la paz.
Hasta que la muerte vino de pronto a alcanzarlos en el valle del Carona.
Los infatigables cazadores buscaron el valle del río.
Levantaron su canto en la región de los últimos hombres de Neanderthal.
Aparecieron por el fondo del valle. Plumas, flechas y gritos derramando el espanto sobre la tierra.
Como fuego que destruye a su paso todos los árboles del bosque. Así
fue su apetito de muerte.
Gimió la tribu bajo sus dardos. Por sus crías asaeteadas rugieron de
dolor las mujeres.
Dispersáronse los hombres. Corrieron bamboleando sus pesados cuerpos. Flechas livianas los voltearon en mitad de su huida. Los detuvieron ala entrada de las cuevas.
La muerte iba y venía por el valle del Carona. Cabalgaba en el aire.
Agilizaba aún más las piernas de los esbeltos cazadores de caballos.
Mataron en el valle y en las salientes de las rocas. Mataron junto al río
y en la penumbra de las cavernas.
Y Grug aullaba en medio de su gente. Sus gritos quisieron conducir la
huida. Reclamaron a la montaña su lejano socorro.
Pero el miedo ensordeció a los hombres. Locas carreras en el valle
interrumpidas por los ágiles pasos de la muerte.
Ésta es la historia del último de los antiguos hombres de la tierra.
Cuando clamaba entre los suyos y sus gestos señalaban el camino de la
roca.
Y cuando cinco de su grupo familiar oyeron su llamado y unieron a él
sus vidas. Acercaron sus miedos al varón que los conducía a la montaña.
Dos de sus mujeres con sus cachorros. Todos los otros habían muerto.
Sus cuerpos ensangrentados sobre la tierra.
***
Y fue primero un deslizamiento de cuerpos entre los matorrales. Las
espinas dolían en la piel.
Interrogaron a la roca. Buscaron su respuesta en cada movimiento de
sus vientres.
Y luego un gran silencio. Un escondimiento de vida entre la vida que
rumoreaba en la montaña.
Y entonces llamaron a la noche. La aguardaron para que protegiera sus
cuerpos.
Y con la noche prosiguieron su marcha. La luna mostró sus sombras
balanceándose por un claro entre los matorrales.
Treparon por la ladera. Acallaron el miedo de los cachorros.
Arrebataron el refugio a la montaña. Un lugar para esconder su cansancio. Para ocultar sus cuerpos a los cazadores.
Un sitio para su sed junto a una leve caricia de agua manando de entre
las piedras.
Y entonces llamaron de nuevo al silencio. Días y noches agazapados en
el escondrijo de la montaña.
Días y noches aullando en sus oídos la voz de la matanza. Esperando a
la muerte en cada movimiento de las hojas.
Tres días y tres noches acechando un anuncio en el vuelo de los pájaros, Temblando con los lejanos galopes. Atendiendo la voz agazapada
de la tierra.
***
Hasta que al cuarto día llegó al escondrijo de la montaña el grito de
guerra de los cazadores del este. (La mujer aprisionaba al cachorro y
sus carnes temblaban como de frío).
Y todos alcanzaron a ver el gran despliegue de colores. El círculo de
los danzarines, una flor movediza allí en el valle.
Y entonces acrecentaron el silencio. Sumergieron sus latidos en la
roca. Una espera sin nombre junto al diminuto hilo de agua.
Olor a muerte trajo el viento noche tras noche. Olor que erizaba la piel
y hacía rechinar los dientes.
Y el diminuto hilo de agua interrogaba sin cesar a los cielos. Deslizábase silencioso sobre un brillo de musgos.
Pero luego vino el hambre a acompañarlos. Torsos pintarrajeados
merodeaban en torno. Sobresalto de ruidos sobre las piedras.
***
Esta es la historia de Grug y de los cinco que con él huyeron a la
montaña. Y ellos eran los únicos sobrevivientes de la vieja raza de
Neanderthal.
De cómo al llegar al sexto día, Grug quebró de pronto el silencio de la
montaña.
Y cómo junto al diminuto hilo de agua apareció de pronto un hilo rojo.
Sobre un brillo de musgos, el brillo de la sangre.
Porque al llegar al sexto día, Grug incorporó su lento cuerpo velludo.
Y la mujer se extrañó de verlo allí parado. Y los cachorros no comprendían por qué había dejado de ocultar su enorme cuerpo a los cazadores.
Pero el hacha de piedra no se extrañó de verlo allí parado exponiendo
su enorme cuerpo a los cazadores.
El hacha de piedra obedeció la orden de Grug. Con ciega fuerza obedeció el mandato de sus manos.
Cinco golpes certeros y apenas algún débil quejido. Apenas unos ojos
interrogando los negros y humedecidos ojos de Grug.
Apenas un hilo rojo junto al diminuto hilo de agua. Un brillo nuevo de
sangre sobre el brillo de musgos.
***
Mas los cazadores recogieron el llamado sordo de los golpes. Jaurías
de esbeltos cromañones saltando sobre las piedras.
Cuando un macho fornido los contemplaba desde lo alto. Un ejemplar
magnífico para su hambre de caza.
Pero llegaron hasta él y paralizaron sus despreocupados impulsos. Una
mirada terrible los aguardaba de pie sobre la roca. El hacha ensangrentada entre las manos.
Y todos conocían —porque así lo habían oído desde siempre— que la
raza inferior no es raza de lucha. Mansos y cobardes son todos esos
repugnantes seres velludos.
Y Grug lanzó entonces su grito de pelea. Un aullido que parecía surgir
de la montaña.
Y un primer cuerpo cayó sangrante bajo su mano. Y otro más doblegó
la cerviz ante la piedra demoledora de Grug.
Como un bisonte que se vuelve enfurecido hacia sus perseguidores, así
se batía Grug en medio de los enemigos de la tierra.
Mas el combate duró poco tiempo. Otros dos cromañones cayeron bajo
el golpe de su hacha.
(Cinco fueron los golpes que despertaron el escondrijo de la montaña.
Apenas un hilo rojo junto al diminuto hilo de agua.)
Mas el combate duró poco tiempo. Porque los cazadores vinieron en
gran número a exterminar a aquel enfurecido ejemplar de los de
Neanderthal.
Una punta de hueso en sus espaldas. Pero la piedra no dejó de obedecer
a su mano.
Una punta de hueso en la cadera y en la ingle. Pero la mano era aún
portadora de muerte en cada uno de sus golpes.
Asaeteado bisonte cuya última embestida infunde el miedo y hace
retroceder espantados a los cazadores.
Una punta de hueso atravesándole el vientre. Y luego el filo de una
enorme piedra trayéndole la noche.
Y la noche era un sueño pesado que lo envolvía. Un recuerdo de lejanas
hogueras en el valle del Carona.
Y era un reclamo dulce de la tierra.
***
Esta es la historia del último de los hombres de Neanderthal. Cuando
salió al encuentro de la muerte cerca de un diminuto hilo de agua.
Esta es la historia del último de los antiguos hombres de la tierra.
Aquéllos a quienes los caballitos barbudos no temían. Cientos de siglos
formulando las únicas preguntas a las estrellas.
Esta es la historia de Grug. Cómo murió en manos de los esbeltos
cazadores del este. Los emplumados danzarines que embellecieron las
paredes de las rocas.
Y los cuales formularon nuevas preguntas a las estrellas.
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