Blog 3 La felicidad es amor y verdad

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LA FELICIDAD ES AMOR Y VERDAD1
Carles María Gri i Casas2
Umbral
Dios es amor (1Jn 4,8). Dios también es luz (Jn 1,5). El hombre es la
imagen y la semejanza de Dios (Gn 1,26). Por tanto, el hombre es amor luminoso.
Todo su dinamismo existencial ha de estar regido y orientado por el amor
verdadero en tensión hacia una comunión creciente con Dios vivo y hacia una
fraternidad progresiva con los hombres, sus compañeros de ruta. Solamente así
logra su plenitud y su felicidad. Cristo, ícono perfecto del hombre nuevo, le es
ayuda, fuerza y ejemplo.
Esta es la vivencia descrita en las páginas que siguen con pensamientos y
experiencias expuestos al compás de la vida y dentro de una atmósfera de
realismo, de confidencia y de amistad.
Humillación
La envidia te corroe, el despecho te envenena, sientes el amargor dentro
del corazón. Has sido olvidado, otros te hacen sombra, vives en el anonimato de
los de tercera o cuarta fila … ¡No te perturbes! Bendice tu situación, es la hora de
Dios, que sobre los fundamentos de tu humillación quiere construir un palacio
resplandeciente de luz y de amor.
Ceniza congelada
Hay un pecado básico, hiriente. El hombre quiere ser Dios. Pretende convertirse
en absoluto, autosuficiente. No depender de nada ni de nadie. Poder ahorrarse de
dar gracias. Abolir el reconocimiento y la adoración. Es el pecado de orgullo
desvergonzado. El pecado del hombre-dios, que es osadía, a la hora del
crepúsculo vespertino de la vida, en la soledad de un puñado de ceniza muy
helada y muy repugnante …
1
Título original: La felicitat és amor i veritat. COL-LECCIÓ L´ESPIGA 83. Publicacions de
l´Abadía de Montserrat 2004.
2
Traducción del catalán al castellano: Jorge Capella Riera, 2015.
1
Presencia de amigo
Si quieres compañía, si buscas el calor del amigo, la presencia afable del
otro, baja por la escalera de la humildad. Reconoce tu indigencia. Abre los ojos
agradecidos a la riqueza de todo lo que te rodea. Dios, el hombre y la naturaleza
vendrán a llenar el vacío de tu corazón para celebrar en él las bodas, sobrias y
luminosas, del amor y de la amistad.
El orgullo y la nada
Orgullo es soledad. Soledad y menosprecio de Dios, de los otros y de ti
mismo. Especialmente de ti mismo. ¿Por qué? Porque el orgullo solamente acepta
y estima un yo magnificado, falso, enaltecido fraudulentamente. Pero
menosprecia, odia y rechaza el yo real con sus limitaciones, sus finitudes y sus
pecados. De hecho, toda la dinámica del orgullo se sintetiza en un huir de la
realidad y, pot tanto, en un abrazarse con la tenebrosa angustia de la nada.
Simplicidad
En el hombre existe el deseo. Un deseo fuerte y a veces hiriente. Un deseo
que hoy puede llevarte hacia el blanco y mañana hacia el negro. Se pasea por la
conciencia desgarrándola a menudo con una versatilidad caprichosa y anárquica.
Existe la atracción hacia la santidad y la atracción hacia el egoismo enlodado y
perverso. Pero Dios exige simplicidad y harmonía. Hace falta un combate de la
naturaleza y de la gracia para llegar a este estado. No puede anularse ni lo
diverso ni lo múltiple. Pero se ha de instaurar la paz en la unidad de todas las
diferencias hacia un objetivo común: la gloria de Dios, el amor al otro. Llegar ahí
es la plenitud de la alegría, de la alegría que Cristo predicó por lo caminos de
Galilea y Judea.
Austeridad
Toma lo que necesites. Sin embargo, no te dejes encadenar por la caricia
seductora del lujo, del comfort, de la comodidad. El trabajo, el esfuerzo, la lucha
noble en favor de aquello que es mejor te abrirán las fuentes de la alegría y de la
libertad. Vencerás así la melancolía, la pesantez, la tristeza. Quiere ser el amo de
ti mismo. Serás rey si dominas el instinto y el deseo, la emoción y el pensamiento.
Pero que tu realeza siga la de Cristo. Que tu soberanía no te haga ni cruel, ni
áspero ni intolerante.
2
Crecimiento.
El hombre es crecimiento. Un crecimiento ininterrumpido.Crece siempre, si
es fiel, en la dimensión de la luz y del amor.Toda edad y toda circunstancia tienen
sentido y dirección. El infante, el joven, el adulto, el anciano, todos son peregrinos
hacia un más allá de la situación actual. El hombre es trascendencia. Por eso es
antihumano detenerse, creerse ya realizado o acabado. La esperanza acompaña
siempre la condición humana. El viejo, como el joven, ha de abrise a horizontes
inéditos de gracia y de vida. En sentido profundo, no hay decrepitud para el
hombre auténtico. Dios trabaja con ilusión ennobleciendo el corazón tanto del
enfermo terminal como del infante de sonrisa ingenua. Todo está en progreso, si la
mano negra de la culpa no ahoga el gran movimiento de la vida hacia su
encuentro con la plenitud de Dios.
Integridad
La vida cristiana es dulce. Básicamente no es áspera. De toda ella mana la
unción suave del Espíritu. Pero la vida cristiana exige la oblación de todo el
corazón. Como enseñan los profetas, Dios quiere contigo una comunión de
esposo y esposa. No le puedes rehusar nada. Recuerdos, emociones, anhelos,
proyectos, deseos e ilusiones … Todo ha de ser polarizado e imantado hacia Dios.
Tu consagración al Señor ha de ser, por tanto, integral, profunda, definitiva.
Solamente en este plano, te será posible experimentar la paz de Dios y la dulzura
de Cristo, que nos abre, ya desde ahora, la puerta de la eternidad.
Actividad-pasividad
La vida espiritual, evangélica, tiene una base humana. Es decir, es
espiritual y es carnal. Pertenece a un tiempo y a unas circunstancias. Por eso los
estados de ánimo, las emociones, el impacto del mundo, siempre en pleno flujo y
cambio, crean situaciones diversas y contrastadas. Entonces no es posible, en
este horizonte, querer mantener un dinamismo de respuesta siempre fijo y
uniforme. Trabajo y descanso, fuerza y ternura, aceptación y rechazo … tendrán
que ir alternándose harmónicamente al compás de la horas y de los
acontecimientos. En el fondo, sinembargo, ha de permanecer en ti el poso claro y
diáfono de una paz amorosa y de una caridad lúcida. Es la tranquilidad encendida
de las aguas profundas. Allí reina Dios, siempre dispuesto a dirigir con
abanderada sabiduría tanto tu actividad como tu pasividad.
Abandono
La energía más fuerte, más radical, más extrañable de toda la realidad es el
ser. El ser es aquello que hace que una cosa sea. No simplemente que sea esto o
aquello: una rosa o un roble, un caballo o un hombre, sino que hace que
simplemente sea, que sea sapaz de vencer la pasividad y la negatividd radicales
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de la nada. El acto de ser, entonces solamente puede brotar como la flor más bella
y gratuita, de las mismas manos de Dios, que se nos presenta como la fuente, la
raiz y la mina de toda la creación. Delante de él, único acto de ser puro e infinito,
solamente no cabe el abandono y la confianza sin límites. En efecto, todo puede
esperarse de aquel poder omnipotente, que ha convertido la noche caótica y
helada de la nada en un cosmos de luz, de amor y de vida.
La muerte
Es preciso ver la muerte como “la hermana muerte”. Así la veía y la
saludaba San Francisco de Asís. Al nacer ya comenzamos a morir. El organismo
es finito. Envejece inexorablemente. Además, pueden venir traumatismos crueles,
impensados, imprevistos. Siempre podemos morir. Siempre estamos muriendo …
Es importante aceptar la realidad de la muerte. Santa Teresa de Jesús se
dio cuenta con lucidez y perspicacia que solamente el que ha aceptado la muerte
puede vivir el gozo de la existencia. Es preciso, por consiguiente, que mates tu
miedo a la muerte. Entonces nacerá en tu corazón profundo la luz gozosa de la
verdad. Descubrirás que eres peregrino privilegiado, que caminas rápido y
esperanzado, sin añoranzas ni temores, hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, donde
te esperan Dios y sus santos para celebrar la gran fiesta de la eternidad.
Conocimiento y amor
Inventariar las cualidades y los defectos del otro es reducirlo a objeto,
máquina, cosa. Es condenarse a desconocerlo. Solamnete la unión en el amor y
en la simpatía nos puede abrir el área del verdadero conocimiento del hermano.
De hecho, el amor ha de entrar en una teoría englobante del conocimiento, de la
epistemología. Amor y verdad van unidos de tal manera que Tomás de Aquino
llegó a afirmar que el conocimiento de la verdad se da por el ardor de la caridad:
Per ardorem caritatis datur cognitio veritatis (In Joannis Evangelium, V, Lect. 6,6).
Esperanza
El Evangelio es una expansión de la esperanza. El ateo camina hacia la
muerte, la nada, la destrucción. El creyente corre hacia la plenitud, la luz, el amor.
Por eso el no creer es enervamiento, melancolía, tristeza. Le falta la juventud de
la esperanza. La fe, en cambio, es fuerza, entusiasmo, alegría. El horizonte de la
eternidad da sentido y fundamento a todo su esfuerzo, a todo su sufrimiento, a
todo su deseo siempre más extenso, siempre más luminoso, siempre más unido a
la serenidad y a la paz del Dios vivo y transformador.
Miedo
Los grandes maestros de la espiritualidad siempre han denunciado el
obstáculo que impide el creciemiento en la vida del Espíritu. Es el miedo. Miedo a
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la cruz. Miedo al esfuerzo a abrise a lo inédito. Miedo a la libertad. No se tiene la
suficiente confianza para subir a la cruz con Cristo y se queda sin llegar a la
resurrección.
La entraña del Evangelio
Cuando se reduce el Evangelio a una moral, la vida cristiana se convierte
en rígida, incluso dura y áspera. Pero el Evangelio no es un código de imperativos
éticos. El Evangelio es la apertura del corazón a un amor gratuito, que Dios nos
manifestó en su Cristo. El Evangelio, por ende, es el ofrecimiento de una alianza,
de una amistad, de un diálogo. Este amor es transformador. El cara a cara con el
Padre crea al hombre nuevo. Este hombre regenerado por el Espíritu, convertido
en imagen y semejanza del Señor Jesús, si que encarna su ser cristianizado en
obras de misericordia, de justicia, de amor y de solidaridad. Es así cómo son los
frutos de un enamoramiento profundo y sólido que desparraman por todas partes
las chispas encendidas de la alegría, del entusiasmo, de la reconciliación, de la
esperanza y de la paz.
Novedad
El grita, el otro también. El critica, difama, calumnia. Golpe contra golpe.
Odio contra odio. Hiel y venganza. Corazones amargados de odio, de tinieblas y
de noche.
Es el drama de muchas personas, de muchos pueblos y de muchas
naciones. ¿Cuál es el remedio? La novedad. La creación. A la luz del Evangelio
hace falta construir una nueva atmósfera, un firmamento nuevo, una mirada
nueva. Es preciso transformar la frialdad en sonrisa. La dureza en benignidad. La
indiferencia altiva en solidaridad de hermano.
Enfermos
Aquellos dos hombres miraban en son de súplica. La enfermedad se
reflejaba en sus ojos, en su rostro, en su voz débil, ronca, alterada.Necesitaban
ayuda, les faltaba alguien, pedían comprensión. ¿Lo mejor para ellos? Una mirada
cálida. Una presencia discreta, comprometida, fraterna. Después … Todo cambia.
La enfermedad persistía, pero la soledad angustiosa desapareció. La alegría se
dibujó brevemente en los ojos enfermos, en la cara amarillenta … Finalmente
también regresó la salud. Volvió a iniciarse la vida de cada día. Pero ya todo no
era igual. Había nacido una relación de fraternidad. Una comunión más intensa y
más gozosa. Cristo había renacido en el pesebre del amor fraterno.
Parálisis
En un cruce cualquiera de la vida, puedes encontrate paralizado. Se reseca
el dinamismo de tu libertad y de tu amor. El enervamiento puede brotar como una
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onda gris y viscosa de las hondonadas de la duda, de la pesantez, del enojo, de la
sospecha, de la depresión … Delante de esta enfermedad del alma, tu espíritu ha
de reaccionar de manera enérgica, luminosa y fuerte. Estás llamado a la acción, al
trabajo, al crecimiento. No te faltará la ayuda del Señor que volverá a encaminar
tus pasos hacia los parajes amplios y soleados del gozo, del vigor y de la libertad.
Luz de verdad
La humildad es una virtud dulce. Te ilumina con la luz de la verdad. Por eso
te hará libre. Romperá el yugo de la envidia, del miedo y de la soledad. Te
permitirá ser, agradecidamente, tu mismo. Por eso te capacita para el encuentro
con Dios que busca tu verdadero rostro para transformarlo a imagen y semejanza
de Cristo.
Transformación
Tu no te puedes hacer santo. Solamente Dios te puede transformar con su
luz y con su amor. Ellos te harán ver que eres un “simple pecador”, pero elegido, y
estimado por Aquél que es la omnipotencia soberana en el amor y la ternura.
Obediencia de la Virgen
Hubo un ser totalmente humilde. Un ser que supo desaparecer en un mar
de obediencia. Por eso el Espíritu pudo formar a Cristo en su corazón plenamente
transparente y claro.
Liberación
La relajación y la pacificación profundas, las regala la humildad. Ella te
libera de la mentira.Te hace caer las máscaras que ahogan la respiración de tu
libertad y de tu amor. Por eso el humilde es el hombre de la comunión con Dios y
con los hermanos.
Profundidad
Desciende a la profundidad sin fondo del ser divino. Sumérgete allí
escondido, silencioso, confiado. Todo orgullo será hundido, todo recelo borrado,
toda angustia anulada. Entonces experimentarás el gozo dulce y calmado del
hombre nuevo creado por el fuego amoroso del Espíritu de vida y de verdad.
De corazón dulce
Alguien ha afirmado que “el Corazón de Jesús es todo Jesús” porque Jesús
es todo corazón”. Si, no hay duda. Jesús es un corazón benévolo y humilde, dulce
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y misericordioso. Si quieres ser amigo de Dios, es preciso que tu también seas:
“todo humildad, misericordia, dulzura y benevolencia”.
Maleable
Si quieres entrar en el misterio de Dios, si quieres ver su luz y ser
transformado por su Espíritu, necesitas profunda humildad, tan profunda que
llegues a ser tan maleable como la misma nada del instante virgen de la aurora de
la creación.
Cristo ha vuelto a la tierra
Es posible que ante unas circunstancias, de unos problemas, de unas
injusticias … hayas pensado que sería bueno que Cristo volviera a la tierra. Su
luz, su palabra, su amor, su paz … podrían poner orden en el desbarajuste del
mundo.
Pero, de hecho Cristo ha vuelto a la tierra. Ha vuelto cuando las aguas
bautismales, fecundadas por el Espíritu te han injertado en la vida del Señor del
mundo y de la historia. Ahora, en tu concreción, en tu familia, Cristo eres tu. Los
otros tienen el derecho, y tu el deber, de encontrarlo en tu acogida, en tu
solidaridad, en tu plegaria y en tu amor.
Renuncia
A menudo se habla de renuncia. Pero se puede caer en una trampa. No
toda renuncia es buena. Y no es buena porque no se renuncia del todo. La
estructura del corazón humano está construída de tal forma que solamente puede
renunciar a un amor por un amor más grande, solamente puede abandonar un
bien por un bien mejor. Si no es así, el corazón humano enferma de añoranza.
En el límite, lo que el corazón del hombre busca necesariamente es el
máximo bien. Su capacidad, en efecto, es infinita. Los santos se han dado cuenta
de ello y han comenzado una carrera a todo dar para llenar su vacío existencial
con el máximo y absoluto bien: el mismo DIOS. Por eso los santos son los
hombres más felices.
Riqueza
Serás más rico cuanto menos desees. Si no deseas nada, lo tendrás todo.
Nada y todo, muerte y vida, vacío y plenitud. He aquí una paradoja fundamental
vivida con pasión por todo corazón iluminado por el resplandor del Evangelio,
llevado a cabo por la dulzura de las bienaventuranzas. Rompe, entonces, la
cadena de todo deseo que busque aferrarse a algo más bajo, más pequeño,
menos noble que el mismo Dios. Entonces gozarás de la riqueza más pura y más
elevada: la riqueza de la libertad.
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Reacción
Te han comunicad una noticia dolorosa. Tu horizonte se ofusca. Niebla,
pesadez, tristeza … ¡Reacciona! Comtempla la realidad con una mirada lúcida.
Con integridad. El sol de Dios brilla por encima de los truenos, los relámpagos y
la nuvosidad. Arraigate en su presencia. Está a favor tuyo. El da fuerza a tu brazo,
da aliento a tu coraje, alegra tu melancolía. Su paz te hará descubrir la ruta de
acceso a la salida, te hará ver que el dolor y el esfuerzo, aceptados y estimados
en Cristo, son aurora de resurrección, bocanada de vida nueva, parto de gloria y
santidad.
Legalismo
“Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que hacéis la
ceremonia de purificar vasos y platos, y después no tenéis escrúpulo de comer en
ellos cosas robadas y embriagaros” (Mt 23, 25). Jesús habla claro. La religión
oficial está controlada por un colectivo de maestros de la Ley y de fariseos que la
deforman, la desnaturalizan y la degradan a un conjunto de ritos y de ceremonias
estériles, absurdas e inoperantes. Dentro de este clima, el romano egoísta en su
altiva soledad, el corazón de piedra en su parálisis fría y mineralizada, incapaz de
vida, de amor o de comunión. El hombre continúa prisionero y encadenado en su
exilio, alejado de Dios y abocado a la muerte como a un final trágico de su carrera
por los caminos del tiempo y de lo finito.
Jesús es la luz, la vida, la resurrección. Es la presencia de la eternidad
encarnada en medio de los hombres. Es la referencia definitiva del designio
salvador de Dios.
Por eso el hombre ha de arrancarse la máscara de la hipocresía. Ha de
vitalizar la anemia de un culto vacío y embustero. Ha de convocar a un pueblo de
hombres nuevos, capaces de iluminar al mundo con el fuego de la palabra del
Dios vivo y transformador.
Con sus obras. Con su doctrina, con su santidad, Jesús se presenta como
el primero de este nuevo orden de valores, de este pueblo regenerado por la
acción poderosa del mismo Dios.
Pero la victoria de Jesús no ha sido fácil. El viejo se resiste a morir, el error
rehuye la luz de la verdad, el amor a sí mismo se horroriza de tenerse que abrir y
darse en la clarinada liberadora del amor oblativo y fiel. Las aguas ennegrecidas
del mal crucificaron a Jesús. Pero, la sangre que se cuela por sus heridas abiertas
es la aurora del mundo nuevo, la potencia invencible de la verdad que destruye la
mentira, el sol vivificador del amor que conecta a todos los hombres de buena
voluntad en la hermandad luminosa de un solo corazón y de una sola alma.
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Autoestima
Menospreciarse es pecado. Es un olvido de tu ser profundo. Eres imagen y
semejanza del mismo Dios. El Altísimo, complacido, reposa con fruición su mirada
eterna sobre ti. Eres una obra privilegiada de su creación. Eres el fruto precioso de
la sangre de su corazón en la acción dramática de su redención. El olvido, el
menosprecio, la burla de los hombres, son incapaces de fundir la alegría de quien
vive arraigado en la luz de la fe.
Regreso
Es posibole que tu fidelidad se haya roto. Es posible que la culpa haya
herido con una oscura puñalada tu ser hijo de Dios.. Vives en el exilio, en el frío de
la soledad y de la añoranza. Pero Dios, ¿no ves? Te está buscando con pasión.
Eres su tesoro. Te “necesita” para llenarse de gozo, para vestirse de fiesta, para
ser plenamente feliz. ¿Por qué demoras tu regreso? Es la desazón de todo un
Dios que puedes calmar.
El todo y la nada
Serás más rico cuanta menos ambición tengas. Si tu ambición llega a la
cota de la nada alcanzarás la pobreza del espíritu evangélico. Entonces, se te
dará todo gratuitamente. Dios habitará en el templo de tu corazón llenándolo con
el gozo infinito de su libertad, de su amor y de su entrañable ternura.
El fundamento
Si piensas con profundidad, es posible que te extrañes que tu, las
montañas, los árboles y los cometas existís. Personalmente, a lo menos en un
cierto grado de reflexión, encuentro más natural que reinara la nada que no el ser.
Pero hay el ser. Es evidente. Brilla el sol, crece la rosa, sonríe el infante, agoniza
el moribundo …
El conjunto del ser, harmonía sagrada y profundamente misteriosa, la
siento, la veo y la contemplo como una resurreción ininterrumpida y fascinante. Es
el ser mismo que, por una decisión de libertad infinita y por un acto de potencia
soberana, se levanta victorioso del sepulcro helado e infecundo de la nada.
Este nacimiento original es la firme e indeleble garantía del sentido de la
vida y de la misma muerte. El ser es, entonces, el fundamento que nos lleva y que
nos dinamiza. Es el mismo Dios, acto maravillosamente “intensivo”, que engloba
de manera “inminente” toda la riqueza, toda la verdad, todo el amor y toda la vida
que se despliegan en la evolución del cosmos y en la dramática de la historia.
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El espejo, la ventana y el sol
El hombre necesita un espejo. El hombre tiene que conocerse a sí mismo.
Es preciso que sepa sus tendencias, sus posibilidades, sus defectos …
Pero el hombre necesita también una ventana. El hombre está en relación.
Es un ser abierto al mundo y a los otros. Los tiene que tratar, estimarlos,
conocerlos. Sin relación no hay humanidad.
Además hace falta el sol, la fuente de la vida, de la luz y del amor. Sin la
cálida brillantez de Dios, verdadero sol, el hombre y el mundo se convierten en
opacos, oscuros, enigmáticos. Se transforman en el laberinto tenebroso del ser,
donde el hombre se agita, ciego, en la fugacidad del instante presente, teniendo
como única seguridad su nada del pretérito y su nada del futuro, que
inexorablemente se acerca amenazante.
Pobres hasta el espíritu
Si quieres ser discípulo del Evangelio tienes que ser pobre. Pero no es
suficiente que carezcas de recursos. Tienes que estimar la pobreza. Tienes que
estimarte en tu indigencia. Tienes que aceptar de buen grado que tu solo no te
puedes salvar. Ni tu sabiduría, ni tu poder económico, ni tu justicia, ni tu santidad
son suficientes para que alcances la salvación.
Cuando hayas reconocido lúcidamente esta realidad profunda y la hayas
abrazado con amor agradecido, entonces serás pobre hasta el espíritu. En este
instante de gracia, Cristo te cubrirá con su luz, te hará resplandecer con su gloria y
te contará entre sus elegidos.
El endemoniado
En el territorio de los geracenos (cf. Mc 5,1-20; Lc 8,26-39) vivía un
endemoniado (según Mt 8,28-34). Estaba encerrado en la soledad. Le ahogaba la
angustia, la desazón, incluso la misma rabia. En su interior se había desarrollado
un dinamismo de autodestrucción. Siempre, de noche y de día, iba por los
sepulcros y por las montañas, gritando y dándose golpes con piedras. (Mc 5,5)
Los esfuerzos de los hombres para curarlo habían fracasado. Repetidamente
había roto cadenas y troceado grilletes.
Súbitamente se encuentra cara a cara con Jesús, Dios hecho carne y
sangre. La primera reacción es de rechazo. Rehuye su salvación. Pero, pese su
resistencia altiva, la misericordia del Maestro galileo le salva. El endemoniado se
pacifica profundamente, convive amigablemente con los otros y se abre a la
comunión con Dios.
La dramática de este hombre es el paradigma, el ejemplo y la concreción
del infierno que de alguna manera todos llevamos dentro. Soledad, alejamiento de
los otros, odio a sí mismo, olvido y negación de Dios. Cristo anhela bajar al abismo
de este infierno. Quiere plantar ahí la plenitud de harmonía y de paz, de amor y de
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alegría que empapan su alma y su corazón. La felicidad, entonces, es posible, si
sabemos acogerla como un don. Solamente nos hace falta la confianza del infante
amorosamente abandonado a los brazos de su madre.
Paz profunda
Quieres gozar de paz estable. Quieres la paz incontrolable de las aguas
profundas. Despojado de todo deseo, de toda ambición, de todo capricho. Sigue
radicalmente pobre. Tu única riqueza, tu tesoro preciado, tu perla escogida
solamente puede ser, como Jesús, la voluntad del Padre. Aceptarla con gratitud y
decisisón particulares, sí tiene la forma, el gusto y la aspereza de la Cruz gloriosa
de Cristo.
Emaús
(Lc 24, 13-35)
Los dos discípulos caminan abatidos. La tristeza se ha apoderado de su
corazón. Se ha amortiguado la primavera de las esperanzas. Hace tres días que el
supuesto Mesías, liberador del pueblo, ha muerto en medio de una lluvia de
escarnios, de burlas y de menosprecio. En estos momentos de depresión, las
palabras del Maestro, sus milagros y prodigios, el testimonio de las mujeres, que
para entoces ya anuncian que el sepulcro está vacío y repiten el mensaje angélico
de la resurrección, todo esto no tiene suficiente fuerza para levantar la pesada
losa, que sumerge la conciencia de los discípulos en un mar de aguas negras,
amasadas con amarga tristeza y de helado desencanto. Sencillamente es la hora
de la derrota, de la huída vergonzante, del silencio propio del desaliento.
Durante el camino, se les acerca un forastero, Cleofás, uno de los dos, le
explica la muerte de sus esperanzas y la pesadez de su desengaño. La respuesta
del forastero es sorprendente. Los azota con un reproche con palabras directas.
Denuncia su dureza de corazón, su indecisión en creer en el mensaje profundo de
las “Santas Escrituras”: ¡Sí que os cuesta entender! ¡Qué corazones tan indecisos
en creer todo aquello que habían anunciado los profetas! ¿No tenía que padecer
todo esto, el Mesías, antes de entrar en su gloria?” Este reproche comenzó a
hacer abrir en el corazón de los discípulos un amanecer de luz nueva. El forastero
sigue hablando, desgrana con convincente lucidez la exposición más autorizada
que jamas se haya podido dar de las Escrituras. Moisés y los profetas ya han
dibujado el auténtico rostro del Mesías. No un simple libertador político, un César
victorioso y triunfante, sino un siervo de Dios sufriente, humilde, dulce, que redime
al pueblo del pecado y de la muerte con su sangre. El corazón de los discípulos se
ilumina, se calienta, prende un soplo de vida. “¡Quédate con nosotros!” es el ruego
sincero, que sale de su corazón, cuando Jesús se dispone a dejarlos. No les es
posible perder la dulzura de aquella palabra, ni el calor de su compañía. En el
interior de la casa, se inicia una comida íntima y fraterna. Jesús toma el pan, dice
la bendición, lo parte y se lo da. ¿Cuántas veces los discípulos lo habían visto
hacer este gesto antes de comer, o en ocasiones solemnes como en la
multiplicación de los panes y sobre todo en la “última cena”? En ese momento se
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les abren los ojos, todo se hace claro. “Si, es el, el Maestro, el resucitado, el
vencedor del pecado y de la muerte”. La alegría de Pascua irrumpe en el corazón
de los dos discípulos: Jesús desaparece, pero su Espíritu ha penetrado en ellos
hasta lo más profundo. Imposible de detener esa alegría sin anunciarla,
comunicarla y encenderla por todas partes. Regresan a Jerusalén, donde su goce
pascual se funde y se multiplica con el de los Apóstoles, que también han recibido
el anuncio gozoso de la Resurrección de labios del mismo Simón Pedro.
Así fue cómo se encendió la esperanza de Pascua. Cristo resucitado
resucita la fe de los discípulos, la fe de la Iglesia. Y a ti, cuando la prueva te visite,
cuando la angustia ahogue tu pecho, cuando te parezca que el fracaso y la
frustración se han apoderado definitivamente de tu existencia, Cristo de Pascua
con su resplamdor de eternidad victoriosa te enseñará que tu muerte es vida y tu
cruz fuerza y prenda de resurrección.
Amor
Dios te ama. Dios quiere tu bien. Tu verdadero bien. Un bien que sea capaz
de llenar tu vacío, de pacificar tu angustia, de darte vida, luz y felicidad duraderas.
Pero, no es un bien fácil. Se llega por el camino de la cruz. Es preciso romper
egoismos, resentimientos, envidias, servilismos. Es el camino de la libertad. El
Decálogo define perfectamente su trazado. Se resume todo él en una sola
palabra: amor.
Recoge esta palabra con veneración. Entiérrala en el cuarto más íntimo de
tu corazón. Es la levadura divina que transformará todo tu ser para hacerlo apto
para ser una imagen viva del mismo Dios, que precisamente se define diciendo:
“soy el amor”.
El placer de la tristeza.
Existe la posibilidad de gozar de la tristeza. Es posible hacer amistad con la
amargura. Puede agradar vestir el pensamiento, el recuerdo y la fantasía con los
velos de la niebla, con los colores grises de la melancolía. La negatividad puede
volverse dulce e incluso seductora. En este clima, sin embargo, el corazón se
baña en unas aguas que apagan la vida y matan el amor. El hombre casado con la
tristeza entra en el desierto. El mundo y los otros se hacen lejanos. La admiración
o el enamoramiento no pueden atravesar los espesos muros de la isla de su
corazón. Es un solitario. Más claramente: un egoísta prisionero de un malévolo
placer que le enerva y esteriliza. Le es preciso el gozo suave y profundo del
Espíritu. Tiene que dejarse penetrar por la brisa sutil y penetrante del amor divino
que transforme, desde la raiz de su orgullosa soledad, en comunión fraterna.
Entonces agradecido y gozoso, aprenderá la lección fundamental: solamente
dándose puede poseerse; solamente ofreciendo amor a los otros se puede
alcanzar su plenitud y su salvación.
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Felicidad crucificada
El Evangelio es buena noticia. El ser divino queda lleno de alegría. Dios nos llama
a participar en ello con plenitud. Por eso ha plantado en nuestro corazón el deseo
de la felicidad. Querer borrarlo, aunque sea con la falacia de un amor puro
totalmente desinteresado, es instaurar un anticristianismo que es doblemente
antihumanismo. El hombre ha sido creado para la felicidad. No alcanzarla es caer
en la frustración. Por eso Pablo podía mandar con toda razón a los de Tesalónica:
“Vivid siempre contentos” (Tes 5, 16)
Siembargo, se alza en la existencia la sombra del dolor, del mal, de la cruz.
Es evidente. Pero el cristiano maduro ha integrado en su vida el drama del Viernes
Santo. Es más: planta en medio de su existencia el arbol de la cruz. Sabe que esta
es la presencia de Dios en el misterio. Ella es la garantía suprema que el cristiano
se ha convertido en ícono de Cristo. En su oscuridad y en su ignominia, la cruz
tiene toda la luz y toda la gloria de la resurrección. El que la ha abrazado con amor
agradecido vive ya desde ahora el gozo de los resucitados. Con el Maestro y con
sus Santos está intronizado a la derecha del Padre. (cf. Ef 2, 6). Y como Juan el
Teólogo, llega a comprender la paradoja fundamental: la crucifixión es el tiempo
de la resurrección.
Triunfo fundamental
Un instante del reinado de la nada implicaría una eternidad de soledad
absoluta. Pero no es así. Estás en el reinado del ser, lo que implica una eternidad
de presencia. Te conoces, te amas. Lo haces envuelto, sostenido e impulsado por
la acción triunfante y maravillosa del ser. En el principio, en el ahora, mañana,
está, entonces, la victoria exultante de Dios sobre aquello que aniquila, disgrega,
mata. Eso tiene que darte plena confianza. La fuerza divina te hace ser, actuar,
superarte. Tus posibilidades son, por tanto, ilimitadas. Estás hecho para Dios, para
conocerlo, para amarlo, para servirlo, para gozarlo.
No toleres que nadie reprima tu empuje hacia esta totalidad. No dejes
encoger tu capacidad de vivir una amistad amorosa con el eterno. No te dejes
encadenar por el oscurantismo malévolo de quien quiere doblar tu cabeza para
que sólo conozcas, ames y esperes a quien está debajo del firmamento. Eres
capaz de infinito, tu mirada puede penetrar la entraña de la realidad, puedes
conocer y, por tanto, amar verdades absolutas, liberadoras.Tienes como ícono y
garantía palpable de este tu ser, gande y libre, la palabra, vida y persona de
Cristo, Dios hecho hombre. Él ha bajado desde las alturas de la divinidad, se ha
hecho tiempo y se lleva triunfante la naturaleza, el hombre y su historia, a la
derecha del Padre para darles consistencia de eternidad. El, tu creador y tu
redentor, es la imagen y la semejanza de tu verdadero yo. Ve, pues, cantando
himnos victoriosos, invita a los hombres, tus hermanos, a participar de tu
inmarcesible felicidad.
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La realidad del instante
Buscas la intimidad con Dios. Quieres la santidad. Tu deseo es encarnar el
misterio de Cristo. Es fácil. Está a tu alcance. Es preciso solamente abrazar con
amor, con intensidad y con acción de gracias, la realidad. ¿Cuál? La de este
instante, la de este día, de esta circunstancia. No importa que te abrigue la niebla
de la ira o la luz del entusiasmo; la amargura de la derrota o la llama del triunfo; la
depresión de la enfermedad o la plenitud luminosa de la salud. Todo es positivo, si
lo aceptas como un don de Dios. Come y bebe, pues, la realidad de cada instante;
aquí encontrarás lo que tu deseo busca con empeño y con anhelo indecibles.
Renovación
Crees que el mundo es malo. Las amistades inseguras, problemáticas. En
tu horizonte gana lo negativo. El sol se apaga y se desvanece el sentido, el
empuje, el amor y la ilusión.
¡Transfórmate! Cambia tu corazón, limpia tu mirada, busca el bien, da
comprensión. Haz compañía al que está solo, sigue solidario, prudente y
razonable.
De tu corazón nuevo nacerá el mundo renovado, la sociedad fraterna, el
triunfo de la comprensión, el amanecer de la ternura.
“Silentes loquuntur”
“Los muertos (Silentes por antonomasia) hablan”. Paseando por los
corredores silenciosos de su hospedaje. Escucha su voz grave, íntima y suave. Te
dirá las cosas esenciales. Ellos saben cual es la categoría y cual es la anécdota.
Saben valorar el tiempo y la aternidad. Te guiarán hacia la paz del corazón, el
gozo del alma, el calor de la comunión. Su magisterio, pero, se resume en esta
sentencia: solamente vale el amor, el resto es vanidad.
Necesidades distintas
El hombre mundano necesita, para ser feliz, cetro y corona. El hombre de
Dios tiene suficiente –y aún le sobra- con la simplicidad de una escoba.
El secreto de los santos
La llave de la felicidad es vivir un gran amor. Un amor que te haga dulce al
más grande sacrificio. Es el secreto de los Santos. El secreto de aquéllos y
aquéllas que se han arraigado en la paz inquebrantable, porque el gozo de su
amor sereno y profundo quema con la madera ensangrentada de la cruz de Cristo.
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La adúltera
(Jo 8, 1-11)
Jesús no tiene pecado. Ha venido para liberar al hombre de la culpa, de la
esclavitud de las pasiones desenfrenadas, del odio, del absurdo, del desamor.
Jesús es la esperanza del pecador, del maldito y del menospreciado. Jesús, pues,
no es la muerte del pecador. Es el “camino, la verdad y la vida” que abre el
horizonte luminoso de la salvación, del sentido, de la vida eterna. Todo el que
haya acudido a Jesus, por hundido que esté, recobra la esperanza, su existencia
se rejuvenece y comienza a caminar hacia un nuevo futuro, iluminado por la paz,
el gozo del mismo Dios.
El hombre santo es el hombre libre, en cambio, el hombre prisionero del
pecado es el hombre herido por la muerte, envenenado por el odio, amargado por
una profunda e invencible frustración. Este hombre entonces no puede sembrar la
vida, ni abrir caminos de esperanza liberadora. Lleva la guerra y la destrucción en
el corazón. Por eso los Maestros de la Ley y los Fariseos no perdonan a la
adúltera y buscan, en profundidad, la muerte y la perdición del mismo Jesús.
Proyectan el veneno de su pecado en el otro y lo quieren destruir sin piedad ni
misericordia.
Siembargo el Maestro, les descubre su verdad, su hipocresía, su maldad. Y
comienza un retroceso vergonzante. Quedan solos Jesús y la mujer: “misera et
misericordia”, ”la miserable y la misericordia”, como describe con perspicacia San
Agustín. “¿Nadie te ha condenado? Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno. Vete y
de ahora en adelante no peques más.”
El amor ha fundido el pecado. Ha nacido una vida nueva. Una hija de Dios
se llena de esperanza, comienza a vivir con plenitud, con mirada límpia, con
corazón puro, con gozo y alegría en el alma. Es el milagro del perdón. Es el
milagro del Evangelio que transforma al hombre esclavo del pecado en hijo de
Dios, creado de nuevo a imagen y semejanza del mismo Cristo.
El deseo como portal de la plenitud
El hombre es el ser del deseo. Nuestro deseo nos proyecta hacia la
plenitud. Somos los peregrinos en ruta hacia la fuente de la vida, del gozo y de la
felicidad. Nuestro destino es absoluto en amor y en verdad solamente presente en
el mismo Dios.
A lo largo de este peregrinaje, siembargo, nos salen al encuentro una
multitud de pedidos, de espejismos, de aferramientos de mala ley, que quieren
hacernos instalar nuestra tienda en lo relativo, en lo provisional, en la vanalidad.
Si cedemos, nuestro deseo se degrada. Con sed insaciable se lanza a llenarse de
placeres, de prestigios y de riquezas, que disfrazan y palidecen la frustración
fundamental donde ha caído. El hombre, que sigue este camino puede llegar a
poseer muchas cosas. Pero, de hecho, no posee nada. Son las riquezas, que lo
poseen a él. La nada reina en su corazón clavándole en su corazón un puñal de
angustia gris y terriblemente estéril.
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El mundo pasional
El hombre tiene pasión. El hombre se conmueve, experimenta emociones.
A veces se entristece, otras veces se alegra; palidece por el miedo, se esponja por
el amor. Estas pasiones pueden sacudirlo intensamente. La fuerza pasional es
profundamente humana. Es imposible desterrarla o decapitarla del corazón del
hombre.
Pero, estas energías son ambíguas. Pueden ayudarlo a escalar la montaña
de la santidad o hundirlo en el abismo del vicio más repugnante o de la depresión
más malévola. Es preciso reconocerlas, aceptarlas, orientarlas. El santo es el
hombre de las pasiones más intensas, pero pacificadas, integradas,
harmonizadas. En él se reconcilian el ardor de la pasión más impulsada y la paz
en calma y lúcida de la eternidad. Por eso es el ícono del hombre regenerado,
nacido de nuevo en Cristo Jesús.
La agitación
Dios no estima la agitación. Da tiempo al trigo para que de su grano, a la
rosa para que florezca, al hombre para que vaya convirtiéndose en santo. Todo
tiene un tiempo y un espacio. Todo camina a su término al paso de la paz de Dios.
La agitación rompe el ritmo divino de la naturaleza y de la historia. Por eso
la agitación es la madre del desbarajuste, de la ansiedad, de la riña y de la
intolerancia. La razón profunda de esto es que la agitación tiene como padre al
orgullo. Un orgullo oscuro que se ignora a sí mismo. Pero un orgullo tenazmente
soberbio que desea hacer y ser más de lo que Dios ha dispuesto en su sabiduría y
en su amor. Por eso el hombre agitado ni encuentra la paz en su corazón de
aguas enturbiadas, ni puede sembrarla en el corazón de los amigos que le rodean.
Padece la triste enfermedad de la soledad, del alejamiento morboso de si mismo y
de los otros.
Estimar
Teresa Martín, la Santa de Lisieux, decía que “estimar es darlo todo y darse
a sí mismo”. Esto pide libertad. Un profundo desaferramiento de todo lo que
tienes. Un profundo desaferramiento de ti mismo.
Así, pues, si quieren encontrar la joya del amor, libérate. Rompe y rompe
grilletes y cadenas, avanza sin miedo mar adentro, y en la desnudez del “pobre
hasta el espíritu”. Dalo todo, libérate a ti mismo. Entonces, canta y baila la alegría
del amor, patrimonio exclusivo de los hombres libres.
Transparencia
María es grande. Su grandeza le viene de su humildad transparente. Te
acercas a la Virgen y encuentras a Dios. ¿Dónde está María? Ha desaparecido en
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el abismo sin fondo de la humildad más pura y más resplandeciente. Por eso, el
Espíritu ha podido transformarla de gloria en gloria a imagen y semejanza del
mismo Dios.
Encarnación
La Virgen es visitada. Es visitada por la palabra de Dios, que resuena en su
corazón procedente de Gabriel, el Arcangel. La Virgen escucha atenta con
docilidad. Esta audición es tan dócil y tan atenta, que la Palabra puede tomar
carne y sangre en su sí virginal.
María se convertía así en modelo y patrón para todo discípulo de su Hijo.
Desde entonces, todo bautizado tendrá que escuchar la Palabra, estimarla,
obedecerla, encarnarla y, después, darla a los hermanos, los hombres, con
gozosa y fraterna compartición.
Visitación
María sube con deleite a la montaña de Judá. Cristo vive y crece en su si
virginal. Ella es la nueva y definitiva “Arca de la Alianza”, sagrario viviente, aurora
de rayos luminosos de gracia y de salvación.
Va a dar un abrazo fraterno de ayuda y de felicitación. Su prima anciana,
llamada Isabel, está preñada por un don de Dios.
La alegría estalla en el instante del encuentro. Isabel, llena del Espíritu, loa
con voz fuerte y entusiasmada a la Madre del Salvador. María entona su más bello
cántico para celebrar a Dios que derriba la soberbia y ensalza la humildad.
Es un cuadro iluminado, dominado por el Espíritu, que nos transmite un
mensaje eterno. Evangelizar, anunciar la “buena Nueva”, es llevar a Cristo en el
corazón, correr rápidamente hacia el hermano necesitado y ofrecerle al Salvador,
con gestos concretos de caridad solidaria, en un clima de intenso gozo del Espíritu
y de entrañable y sincera comunión fraterna.
La escuela de Cristo
El hombre que ha sido sumergido en las aguas bautismales es otro Cristo.
En sus venas circula la savia de la vida divina. Su ser y su acción son crísticos. Un
hombre así ha hecho suyo el programa del Reino resumido en las
Bienaventuranzas. Por eso se define por esas líneas de conducta que brillan con
el ardor del fuego en su corazón profundo.
Ha renunciado a todo tipo de orgullo y a toda prepotencia para convertirse
en pobre, dulce y acogedor.
Como Cristo, busca el consuelo de Dios para que seque su llanto y
consuele su alma.
Quiere ser justo con la justicia divina. Por eso pide que la humildad del
Maestro ame su palabra y su acción.
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Sabe que no es una isla separada. Es un hombre de comunión. Los
sentimientos, las esperanzas y los dolores de los hombres son sus sentimientos,
esperanzas y dolores.
Pide un corazón limpio, dócil, transparente a la luz de Cristo. Es fiel en el
matrimonio o en el celibato. Arraigado en esta pureza, ya ve en la fe el rostro de
de Dios.
Por encima de todo combate, lucha, rencor, levanta bien alto la bandera
blanca de la paz. Como el Maestro galileo, quiere ser invencible en el perdón y en
la reconciliación.
Cuando sufre el zarpazo de la ofensa, de la persecución o de la calumnia,
dentro del llanto y a través de las lágrimas, se alegra y hace fiesta porque participa
de la victoria de Cristo en su cruz gloriosa.
Aceptar y vivir estas biebaventuranzas evagélicas es encontrar “la perla
fina” y “el tesoro escondido” que llenan de gozo el corazón de Cristo. Por eso el
discíplulo coherente las abraza y hace suyas con agradecimiento encendido, e
indecible alegría.
Conservador y progresivo
La dignidad del hombre exige que sea regulado por las categorías objetivas
de la verdad y del bien. El hombre se degrada cuando quiere ser de derechas o de
izquierdas, conservador o progresista. Es evidente que tiene que conservarse todo
lo que es verídico o valioso. Y es igualmente evidente que tiene que ser derribado
todo error o toda injusta maldad. Por eso el hombre ecuánime será entonces
conservador ante el bien y revolucionario progresista ante el mal.
El hombre superficial, en cambio, se dejará encarcelar por un
conservadurismo sistemático, capaz de eternizar la injusticia, o por un
progresismo a ultranza capaz de decapitar injustamente la verdad y el bien. En
este punto se origina la paradógica contradicción del conservadurismo no
conservador y del progresismo no progresivo.
Es preciso advertir que regularse por las categorías de la verdad y del bien
es propio del hombre honrado, libre y fuerte. En efecto: esta alta fidelidad llevó a
Sócrates a beber la cicuta y al Hijo de Dios a abrazarse a la cruz.
Lejanía y proximidad
El santo es el hombre transformado a imagen y semejanza de Cristo. Las
fuerzas dinámicas del Espíritu han cincelado su ser profundo. Sus sentimientos, su
amor y su visión son los del Hijo de Dios hecho carne y sangre para nuestra
redención.
El santo no ve ni siente al mundo como hombre cerrado a la
transcendencia. Como tampoco no coincide exactamente con el cristiano
mediocre prisionero todavía de egoísmos, recelos, miedos y angustias no
evangélicas. En cierto sentido, entonces, el santo está alejado de los hombres.
Experimenta la soledad de manera parecida al Maestro, sospechoso para los
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judíos, blasfemo para el Sanedrín, enigmático y oscuro para los mismos
discípulos.
Pero, de hecho, el santo no está alejado. Es el hombre de la proximidad
soberana. Ve el mundo que ven los otros, pero, encuadrado y situado en el que
está más allá y más acá, a más altura y a más profundidad. Por eso puede secar
lágrimas estériles, enderezar descarriados, transformar el odio en amor, la derrota
en victoria.
El resentimiento
Uno de los peores enemigos del hombre es el resentimiento. Este se define
como la pesantez de la memoria envenenada de indignación, de odio, de rencor.
En su dominio todo se viste de duelo, de tristeza, de enervamiento. Bajo su mantel
sombrío, enferman y matan la ilusión, la alegría, la esperanza.
Es preciso un golpe de espada liberador. Hace falta abrir los portales del
corazón a la cálida luz del Evangelio. Es preciso sobre todo convertir y transformar
el pasado envenenado en un valle de aguas claras donde se celebre de manera
solemne y gozosa la gran liturgia de la reconciliación.
La cima de la ascética
La vida cristiana tiende hacia una perfección. Apunta a una cima. El camino
y el término, pero, se confuden. Se trata de hacer nuestra, por un amor eficiente,
la voluntad salvadora de Dios.
Teresa de Jesús, mujer eminentemente práctica, lo vió con claridad
meridiana. Para ella, toda la ascética, toda la espiritualidad, toda la mística se
resumen y complementan en imitar a Cristo que se alimentaba con el pan sólido y
nutritivo de la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34).
Ambivalencia
El hombre dominado por la soberbia trabaja con ansiedad para
engrandecerse y magnificarse. Busca la admiración y la estima.
El hombre evangélico, en cambio, trabaja con paz para ser humilde y dulce
de corazón. Busca admirar y estimar a todo hombre y a toda mujer, todo árbol y
toda flor …
La desazón y la angustia son el patrimonio del primero. El gozo y la
felicidad son del segundo.
El pasado
El pasado puede cambiar, porque el pasado es vivo.Nuestra mirada de
amor o de odio, de perdón o de condena, de aceptación o de rechazo, la
coloración con resonancias y tonalidades de fiesta o de funeral, de esperanza o de
desencanto.
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Es preciso mirarlo con los ojos y ternura de Cristo. Entonces el pasado es
profundamente redimido. Se convierte todo él en fuerza de resurrección, fuente de
esperanza, historia de salvación. El brazo poderoso del Señor ha aniquilado la
oscuridad y la negatividad, habiendo transformado el mismo pecado en “culpa
afortunada”, tal como canta con grito vibrante de victoria el iluminado pregón
pascual.
Cristianismo débil
El cristianismo débil es un cristianismo de esperanzas encongidas. La
mística se ha degradado en ética. La historia en mito. Dios viviente en valores.
Se habla de conceptos, de principios, de teorías más o menos actuales,
más o menos tradicionales. Poco importa. Pero la acción amorosa, tansformante y
exigente de Dios salvador se ha desvanecido en la abstracción, en la teoría, en la
manipulación. Dios verdadero ha sido arrinconado grotescamente con los coturnos
de la mentira y de la ficción.
El contemplativo
La relación con Dios vivo no es neutra. Cambia y transforma. Toda la
persona humana va siendo configurada y regenerada. Se va gestando un hombre
nuevo.
El que verdaderamente ora experimenta un ensanchamiento de su espíritu.
Derecha e izquierda, buenos y malos, serenidad y tempestad encuentran una
acogida en su corazón dilatado por la acción renovadora del Espíritu de Cristo.
Condena el error y la injusticia, pero en su corazón abre un horizonte de gozo y
plenitud para el que se ha decidido a emprender los caminos envenenados del
turbio egoismo.
Comprensión
Amigo, ten por seguro que la rigidez y la dureza no nacen del corazón de
Dios. Al contrario, el Espíritu de Cristo va transformando los corazones de piedra
en corazones de carne. El cristiano verdaderamente maduro, lo encontrarás
siempre ductil y flexible. Esta ductilidad y flexibilidad no son signos de debilidad ni
de cobardía. Son, precisamente, las condiciones de posibilidad de la auténtica y
eficaz fortaleza, Esta, en efecto, se fundamenta sobre los pilares inconmovibles de
la clarividencia y del amor, que solamente florecen en los corazones sazonados
por el rocío suave de la comprensión benévola y misericordiosa.
Rondalla
Hay una antígua rondalla, transmitida de generación en generación, que
nos explica una historia grávida de enseñanza en su extremada simplicidad. Nos
narra que en tiempos lejanos hubo un hijo que cometío una acción gravemente
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malévola. Ofuscado por la ambición y por la avaricia, mató a su propia madre y le
arrancó el corazón con hábiles cuchilladas. Enloquecido, huía, bajaba a grandes
zancadas por la escalera de la casa familiar, llevando en su regazo el corazón
ensangrentado de la madre. Súbitamente, cayó estrepitosamente. En aquel
instante habló el corazón maternal desde lo hondo de su regazo y dijo dulcemente:
“¿Te has hecho daño, hijo mío?”.
Este corazón es el corazón de Dios. Así, pues, por negro y profundo que
sea el abismo de tu pecado y de tu desesperación, pensarás siempre, sin lugar a
dudas, que no son sino una insignificante gota de rocío dentro del infinito amor
misericordioso de la soberana divinidad.
El ahora de Dios
Acepta el momento presente como manifestación única y privilegiada de
Dios salvador. En esta aceptación encontrarás el gozo y la plenitud que se alcanza
en valles lejanos y en montañas con neblina de tu imaginación y de tu fantasía.
Arrincona, por lo tanto, el reino de la irrealidad y abraza, agradecido y gozoso, tu
presente con sus pasividades, con su carga, en su aspereza. Por paradójico que
te parezca, encontrará en este presente gris, pobre y monótono la realidad
soberana de Dios vivo con su paz y con su salvación.
El sendero del amor
Buscas la felicidad, la paz, el equilibrio con métodos difíciles, rebuscados,
exóticos. Te equivocas. La felicidad, la paz y el equilibrio serán tu patrimonio
cuando tengas un amor tan grande que te haga dulce y suave todo esfuerzo, todo
dolor y todo sacrificio en bien de Dios y de los hombres.
Descubrimiento fundamental
Hay un descubrimiento decisivo, fundamental. No estás solo. Eres un
templo. Dios vivo habita en la profundidad de tu ser. No es una metáfora, es el ser
o no ser de tu existencia “en Cristo”. Noche y día, angustia y paz, derrota y
victoria, todo está traspasado y sostenido de Dios fiel, amoroso e inmutable.
Abrirse a esta presencia, valorarla, aceptarla como el tesoro más preciado
es vivir desde ahora la plenitud de los bienaventurados, la gloria de la nueva y
definitiva Jerusalén.
Presencia
El hombre puede encontrarse con Dios. Puede hacerlo porque Dios, ya
desde ahora, se manifiesta. Lo hace de muchas maneras. Nada puede poner
nombre, modo o mesura a la soberana libertad.Esta, en efecto, busca con
apetencia tu corazon, tu compañía, tu amistad. Para conseguirlo los recursos de
su imaginación creadora son activados con profusión generosa e ilimitada.
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No obstante, su invitación puedes sentirla a menudo en el si de una
pacificación profunda, en la tranquilidad de su desazón, en la luz brillante de una
lucidez superior. Es un instante bendecido en el cual se desglosa suavemente la
inmensa presencia de Dioa vivo y transformante. Lo tienes que que acoger con fe
y amor confiados, dóciles, agradecidos, profundamente pacificados. Lo que se
tenga que decir lo comprenderás en el murmullo silencioso de la única palabra. El
Verbo de Vida, que eternamente resuena en el si de la tranquila, la plácida e
inmutable Trinidad.
Discernimiento
Sabrás que Dios te ha visitado con su amor y con su gracia por el sello de
fuego gravado en la entraña profunda de tu espíritu. El hombre herido por la visita
de Dios es transformado con profundidad. Sabe que ha sido introducido en aquel
punto de luz y felicidad que secretamente deseaba la arquitectura más profunda
de su ser. Gratuitamente le han sido abiertas las puertas de aquel paraíso que
anhelaba el avaricioso con sus riquezas, el sabio con su ciencia, el libertino con
sus placeres. Es la perla preciosa y el tesoro preciado por los cuales vale la pena
hacer ofrenda de todo el que se es y de todo lo que se tiene.
Sabiduría
Hay verdades tan luminosas que deslumbran. La potencia de la mente
parece incapaz de entenderlas, de aceptarlas, de abrazarlas. El sendero es el
amor. Comienza por contemplar la infinidad amorosa de Dios verdadero. Deja que
su fuego te toque, te penetre, te transforme. Participa sí de la naturaleza divina
convertido tambien en amor tu mismo.
Entonces comprenderás lo que es más difícil para tu acerptación: la lógica
de la cruz, el gozo puro de la pobreza, la fuerza liberadora del servicio, la nobleza
de la fidelidad casta de los esposos, la belleza sublime de la virginidad, signo y
prenda de las riquezas que esperamos.
Esclavitud
Tu tirano más difícil eres tu mismo. Tu yo tiránico que te impone una
esclavitud despiadada. Te exige los más grandes sacrificios y te rodea, inexorable,
con desazón, con angustia y con ansiedad, día tras día, hora tras hora. Quiere y te
ordena con prepotencia que lo analtezcas delante de los otros, delante de ti e,
incluso, delante del mismo Dios. Quiere aparecer siempre como un noble, bello,
savio, rico e imprescindible. En el límite, quiere ser adorado como el mismo Dios.
Es la exigencia de la imposibilidad más absurda y más contradictoria; el camino
directo hacia la frustración existencial más ruinosa.
El poder de este tirano es temible, imposible de vencer mediante tus
propias fuerzas. Su obstinación, por otra parte, es indomable, siempre renaciendo
bajo las máscaras más sutiles e hipócritas. Capaz de disfrazarse con perfección
de pobre, de humilde o de santo.
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Solamente el mismo Dios puede librarte de ti mismo. Con confianza llena de
amor, te desliza hasta el fondo de su divinidad soberana. Allí, en el si de la
amorosa, plácida e iluminada Trinidad, te será vencido y demenuzado el peor de
tus enemigos. Muerto tu orgullo, renacerás con tu verdadero y genuino yo
convertido en una loa al Dios vivo y capaz de proclamar con Paz el grito de victoria
de todo auténtico liberado: “Vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,
20).
Clausura
Tú, como todo hombre, eres un ser de deseo. Buscas afanosamente la
fuente infinita de amor y de verdad. La única que puede darte la anhelada
felicidad, que tu corazón busca con sed ardiente y punzante. Si tu caminar no es
distraído, si tu mirada acota lo esencial, la misma fuente se dejará encontrar con
gran facilidad. En efecto, tal como dice un antíguo e iluminado proverbio: “A Dios
lo tienes más cerca que tu misma yugular”.
Indice
Umbral
Humillación
Ceniza congelada
Presencia de amigo
El orgullo y la nada
Simplicidad
Austeridad
Crecimiento.
Integridad
Actividad-pasividad
Abandono
La muerte
Conocimiento y amor
Esperanza
Miedo
La entraña del Evangelio
Novedad
Enfermos
Parálisis
1
1
1
2
2
2
2
2
3
3
3
4
4
4
4
5
5
5
5
23
Luz de verdad
Transformación
Obediencia de la Virgen
Liberación
Profundidad
De corazón dulce
Maleable
Cristo ha vuelto a la tierra
Renuncia
Riqueza
Reacción
Legalismo
Autoestima
Regreso
El todo y la nada
El fundamento
El espejo, la ventana y el sol
Pobres hasta el espíritu
El endemoniado
Paz profunda
Emaús
Amor
El placer de la tristeza.
Felicidad crucificada
Triunfo fundamental
La realidad del instante
Renovación
“Silentes loquuntur”
Necesidades distintas
El secreto de los santos
La adúltera
El deseo como portal de la plenitud
El mundo pasional
La agitación
Estimar
Transparencia
Encarnación
Visitación
La escuela de Cristo
Conservador y progresivo
Lejanía y proximidad
El resentimiento
La cima de la ascética
Ambivalencia
El pasado
Cristianismo débil
El contemplativo
6
6
6
6
6
6
7
7
7
7
8
8
8
9
9
9
10
10
10
11
12
12
12
13
13
14
14
14
14
14
15
15
16
16
16
16
17
17
18
18
18
19
19
19
19
20
24
Comprensión
Rondalla
El ahora de Dios
El sendero del amor
Descubrimiento fundamental
Presencia
Discernimiento
Sabiduría
Esclavitud
Clausura
20
20
21
21
21
21
22
22
22
23
25
Descargar