Ariana Juguera Jiménez

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HACE FALTA VALOR.
Llueve. Llueve sobre un mundo totalmente gris y que, hasta hace unos instantes,
era de forma meramente esférica. Cada gota, al caer, va formando un relieve concreto;
llenando el mundo de formas, figuras y texturas radicalmente diferentes. Y la lluvia,
lentamente, como un rayo de luz en medio de una tormenta, tiñe de colores las
montañas, los ríos, los edificios y demás construcciones que, previamente ha creado.
Continúa la tormenta mas esta vez su propósito es diferente. Lo que aparece
ahora, a causa de esta curiosa lluvia, son personas. Multitudes de personas, de diferentes
culturas y colores. Personas que conviven juntas y viven su vida con un único propósito:
la felicidad. Viven en un mundo que conocen, un mundo que les aporta todo lo que
puede aportarles. O eso creen.
Pero la realidad es que no tienen tiempo suficiente como para pararse a pensarlo,
están demasiado ocupadas dirigiéndose a sus respectivos trabajos o reuniones
pendientes.
Y, en medio de esa muchedumbre, alguien comienza a gritar. Habla de
infelicidad. Dice que las cosas no deberían ser así. Sin embargo, nadie se para a
escucharlo. Sus gritos son acallados por las mismas personas que, ignorantes, no están
dispuestas a cortar los hilos invisibles que llevan atados a la chaqueta. Los titiriteros,
elegidos por ellos mismos, son llamados gobernantes. Los trabajadores que han sido
antes mencionados, son esclavos de un sistema que se encarga de que, por voluntad
propia, limpien los barrotes que los separan del exterior; de su libertad. Pero no lo
saben. Y no les importa.
Como dijo alguna vez Fyodor Dostoevsky, “la mejor manera de evitar que un
prisionero escape, es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión”. Así que, yendo
por ese camino, los prisioneros de esta sociedad que, en apariencia, está tan
absurdamente idealizada, nunca conseguirán llegar a alcanzar dicha libertad. Por
consiguiente, renunciarán también a su felicidad. Pero sólo aquellos que permanezcan
ignorantes. Ignorantes y desinteresados.
Aunque alejémonos de nuestra fantasía. Alejémonos de nuestros presos que
están ciegos, sin tener los ojos vendados. De aquel hombre que gritó, entre la multitud,
y ahora está encerrado en una celda de verdad, en el corredor de la muerte, esperando a
que una de las balas del arma que le apunta a la cabeza, termine con su vida de manera
rápida y eficaz. Y sonarán, en algún lugar, disparos de silencio, pero nadie estará allí; al
menos no lo suficientemente interesado como para escucharlos.
Volvamos a nuestra realidad; hablemos de libertad. Nuestra sociedad no es tan
distinta de la que acaba de aparecer, hace pocos segundos, ante nuestros ojos. Lo único
que ocurre es que no nos hemos dado cuenta.
Seamos sinceros. Vivimos regidos por un gobierno no corrupto, sino
corrompido. Un gobierno que proclama la libertad de expresión, pero que envía a
grupos de antidisturbios para reducir brutalmente las manifestaciones cuando, en
muchos casos, no se ha producido disturbio ninguno. Al igual que proclama Nach, en
una de sus canciones: “nos hablan de paz, enseñándonos un arma; nos dan libertad pero
nos dicen cuándo usarla”. Y es cierto. Aquí solo es libre quien puede costeárselo. Y eso
no está bien.
Alguien dijo una vez que no hay cárcel capaz de aprisionar los pensamientos,
que son la única esencia real de libertad del ser humano. Ese alguien tenía razón. No
existe ni existirá un sistema que pueda negar a nadie la capacidad de pensar, la
capacidad de tener sus propias opiniones sobre un hecho. Pero, para eso, primero, hay
que aprender a pensar. Hay que descubrir la verdad propia de cada uno. Y después,
¿qué? ¿Imaginarla? ¡No! Luchar por ella.
“Hallen la verdad y la verdad, los hará libres” La libertad va firmemente unida a
la verdad. Se necesitan mutuamente. Debemos ser libres para decidir sobre nuestro
futuro y para ello debemos, primero, poder informarnos y descubrir la verdad sobre las
cosas. Están arrebatándonos nuestro futuro y no podemos permitirlo. Quedarse quieto
no es una opción. Así que luchemos y busquemos nuestra libertad.
Pero, ¿qué es la libertad? Si salimos a la calle a preguntar, hallaremos respuestas
del tipo: “libertad, es poder hacer lo quieras”; “ser libre es poder decidir sobre tu vida,
haciéndote responsable esas decisiones”. Alguno dirá, quizá, como dijo Platón: “la
libertad está en ser dueños de la propia vida”. Aunque, ciertamente, no hay una
definición universalmente aceptada del concepto libertad.
La libertad es una idea. Una idea, que, en la práctica, no se puede conseguir;
sencillamente porque somos demasiado humanos. Estamos demasiado acostumbrados a
no hacernos responsables de nuestros actos, somos demasiado egoístas para recordar
que nuestra libertad acaba donde empieza la de los demás, y, en muchos casos,
necesitamos que alguien nos diga cómo debemos actuar. Porque eso es lo fácil;
obedecer. Sin embargo, no somos peones de ajedrez, se nos ha dado la capacidad de
decidir sobre nuestras vidas y nuestro deber, para con los que no pueden o no pudieron
decidir, es hacerlo.
Pongamos ahora la libertad absoluta como finalidad para conseguir con ella la
felicidad, aun siendo este pensamiento un tanto soñador, puesto que, como ya ha sido
mencionado, la libertad absoluta no existe. Situemos, a continuación, la verdad total
como medio para conseguirla. ¿No es este pensamiento un tanto contradictorio con el de
aquellos que dicen que en la ignorancia está la felicidad? ¿Podemos ser felices sin ser
libres? La respuesta es sí, seríamos felices. Pero viviríamos en una mentira.
La felicidad real está en la libertad por medio de la verdad. Cuando hablamos de
libertad, en la práctica, nos referimos a la máxima libertad que el ser humano es capaz
de conseguir. Cuando hablamos de verdad, nos referimos a certezas, a realidades, no a
teorías ni hipótesis sobre un hecho; pues éstas son continuamente sustituidas por otras
mejores, ya que aún no se ha encontrado un sistema último para interpretar la realidad.
Y, aunque, tal vez, no haya nada completamente cierto; y, aunque no pueda estar
segura de lo que pienso; y, aunque la vida pueda parecer injusta; y, aunque la verdad
esté oculta; y, aunque la libertad permanezca vedada, centrémonos en creer primero en
nosotros mismos; pues nadie lo hará si no damos motivos suficientes para ello.
La meta es una sociedad más justa, una sociedad más libre, una sociedad en la
que más cantidad de personas puedan elegir, puedan ser propietarios de ellos mismos,
puedan decidir su presente y su futuro. Y tengan la oportunidad de ser felices.
Quizá nunca se alcance esa utopía, pero lo que es seguro es que, si no se intenta,
no va a conseguirse. Pero hay que creer en aquello que proclamamos, aquello que se
está pidiendo a gritos, puesto que es necesario. Nunca llegaremos a saber si es cierto
nada de lo que pensamos, nunca sabremos la verdad máxima y absoluta, y nunca
llegaremos a una libertad total. Pero no importa.No existe la libertad, sino la búsqueda
de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres.
Y es que hace falta valor. Hace falta valor para abrir los ojos y ser capaz de
mirar a la verdad a la cara. Hace falta valor para mirar hacia adelante y darse cuenta de
todo lo que queda todavía por cambiar. Hace falta valor para romper los esquemas de
muchos y pensar de forma original.
Hace falta valor para despertar.
Ariana Juguera Jiménez
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