Cuentan que un pobre campesino se quedó viudo al nacer su única

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Cuentan que un pobre campesino se quedó viudo al nacer su única hija.
Ésta, a la que pusieron de nombre Mariquilla, resultó ser guapísima. La más guapa del pueblo, sin la
menor duda. El hombre estaba con ella como Mateo con la guitarra, pues en su pobreza se aliviaba de ver
aquella hermosura.
Enfrente de ellos vivía doña Patro, una ricachona gorda y con bigotes, que también se había quedado
viuda. Tenía una hija de la misma edad que Mariquilla, pero más fea que Picio. Cada vez que Mariquilla
pasaba por su puerta, la llamaba para darle alguna golosina, y le decía:
-¡Hay que ver cómo te tiene tu padre! Con lo linda que eres y con ese vestido tan viejo y esos zapatos tan
rotos. A tu padre le convenía casarse.
La niña iba y le contaba a su padre todo lo que le había dicho doña Patro, y un día le dijo:
-Padre, ¿Por qué no se casa usted con doña Patro?
-Eso es lo que ella quisiera- contestó el padre. Y para darle largas al asunto, añadió: -Dile que cuelgue unos
zapatos nuevos del techo, y cuando se pudran, me caso con ella.
Mariquilla como era tan inocente, fue y se lo contó a doña Patro, que le dijo:
-Pues descuida, que eso haré.- Y lo hizo. Cogió un par de zapatos nuevos y los colgó del techo del zaguán,
donde todo el que pasara pudiera verlos. Pero por las noches, cuando cerraba la puerta, donde todo el que
pasara pudiera verlo. Pero por las noches, cuando cerraba la puerta, ¿Sabéis lo que hacía? No os lo vais a
creer. Bajaba los zapatos y se hacía pis en ellos.
Claro, en poquísimo tiempo los zapatos se pusieron que daba penita verlos. Entonces doña Patro llamó
a Mariquilla y le dijo:
-Ya lo estás viendo con tus propios ojos.
Así que le dices a tu padre que cumpla con su palabra.
El pobre hombre no tuvo más remedio que casarse con la de los bigotes, más que nada para ver si
mejoraba la suerte de su hija.
Pero no fue así. Aunque al principio doña Patro la trataba como a su hija, poco a poco la fue
despreciando, muertecita de envidia como estaba de verlo guapa que era comparándola con su hija.
El padre, como estaba casi todo el día en el campo, cuidando las propiedades de su mujer, no se daba cuente.
La madrastra lo primero que hizo fue quitar a Mariquilla de la habitación de la fea y ponerla en el
cuarto de las cenizas. Después, la obligaba a hacer las faenas de la casa, en vez de mandarla al colegio.
Mientras, la madre y su hija se daban buenos paseos y se hartaban de pasteles.
Mariquilla lloraba en silencio, pero no quería protestar, porque al fin y al cabo se sentía responsable
de la situación. Un día la madrastra la mandó al río a lavar una carga de ropa. Y estando en el río se puso
el cielo negro, como de tormenta, y empezó a llover, con truenos y relámpagos. Mariquilla salió corriendo, y
pudo llegar a una cabaña que había por allí cerca.
Como estaba la puerta abierta, entró, pero allí no había nadie. Estaba todo hecho una calamidad.
Todos los cacharros sucios, las camas sin hacer, las sillas volcadas…
Empezó a recoger y a limpiar, y cuando lo tenía todo como los chorros del oro, puso una olla de agua
al amor de la lumbre para amasar el pan.
De pronto sintió un tropel de caballos y Mariquilla se escondió detrás de la artesa, poniéndola contra
la pared. Entraron tres bandoleros y una perra. Y dijo él que era el capitán:
-¡Esto parece cosa de brujería! ¡En mi vida he visto una casa tan limpia! – Pero la perra enseguida olio a la
niña y la delató.
-¡Gua, gua, detrás de la artesa está!
Mariquilla salió temblando.
-No tengas miedo preciosa niña- dijo el capitán, que somos bandoleros, pero buenas personas. Dinos quién
eres y por qué estás aquí.
La niña entonces les contó su historia y se sintieron tan conmovidos que otro dijo.
-Pues sólo por eso, cada uno de nosotros te va a dar un don maravilloso. Yo te daré el don de echar perlas
por la boca cuando te rías.
-Yo- dijo otro que te salga un lucerito en la frente.
-Y yo- dijo el tercero- que cada día seas más guapa.
Así se presentó Mariquilla en su casa, y nada más verla, a la madrastra le dio un patatús.
A Mariquilla le entró risa y empezó a echar perlas por la boca. Entonces la madrastra y su hija se
tiraron al suelo a coger las perlas, y a la niña más risa le daba y más perlas echaba.
-Pero, niña, ¿Tú dónde has estado? Mariquilla lo contó todo al revés. Dijo que era la recompensa que le
habían dado por entrar en la casa de unos bandoleros y revolverlo todo, deshacer las camas y tirar las
cenizas por el suelo.
-¡Ah, sí!, pues mañana va mi niña a hacer lo mismo para que se ponga guapa.
Entonces la fea fue a casa de los ladrones y lo hizo todo mal. Cuando llegaron, el capitán dijo.
-¡Demonios, en mi vida he visto una cosa tan fea! Y encima viene y nos ensucia la casa ¡Pues te vas a
enterar! Te doy el don que cuando llores eches cacas de burro por la boca.
-y yo- dijo otro- que te salga un cuerno en la frente.
- y yo dijo el tercero- que seas cada día más fea.
Y así se presentó la hija de la madrastra en su casa, y a la madre le dio otro patatús.
Y cuando la niña rompió a llorar, para qué contarlo. La madre la encerró en su cuarto con siete llaves, y le
dijo a Mariquilla: -Malvada, que me has engañado. Te acordarás de mí.
Un día llegó a oídos del príncipe la belleza y las cualidades de Mariquilla y mando llamarla para
casarse con ella.
Entonces la madrastra la escondió en un sótano, y a su hija le cortó el cuerno, se lo rapo, y le echo
3kilos de polvos. Y así la hizo pasar por Mariquilla. De todas formas, también le puso un velo por la cara,
diciendo que a Mariquilla le daba vergüenza que la vieran tan guapa y con un lucerito en la frente. Que la
única condición que le ponía al príncipe era que no le descubriese el rostro hasta después de casados.
El príncipe aceptó, y cuando por fin pudo verla, ya le había crecido el cuerno y estaba más fea que
una mona vieja.
-¡Socorro, socorro!- gritó el príncipe por los pasillos ¿Quién me ha engañado de esta manera?
En aquel instante llegó el padre con Mariquilla a la que había oído llorar en el sótano, y todo se
aclaró. Y a doña Patro y a su hija las sentaron en unos cubos llenos de clavos, arrastrados por caballos
salvajes.
Y colorín, colorado, este ceniciento cuento se ha acabado.
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