LA MONTAÑA NEVADA Aquella tarde me sentía con muchas ganas de caminar. Paseaba por el bosque cercano y aunque mis padres no me dejaban, decidí escalar la montaña nevada y descubrir los misterios que escondía. Justo antes de llegar a la cima, tropecé y me caí por un agujero. Tuve suerte de no romperme ningún hueso. Después de recuperarme del susto, me di cuenta de que estaba sola y perdida dentro de la montaña nevada. Empecé a caminar por grutas, atravesé un pequeño rio subterráneo con el agua muy caliente y de repente apareció a lo lejos un pequeño pueblo. Estaba muy asustada pero necesitaba ayuda para volver a mi casa. En el camino al pueblo, comenzaron a ver cosas increíbles: había manzanos que daban peras, naranjos llenos de fresas y huertas de bombones. Los lobos jugaban con las ovejas y los perros con los gatos. Todo el camino estaba sembrado de flores preciosas y parecía que en vez de andar flotabas. Al llegar al pueblo me encontré personas de todas las razas y aunque hablaban lenguas distintas, se entendían sin ningún problema. Los más jóvenes ayudaban a las personas mayores, todo estaba muy limpio y las puertas de las casas estaban abiertas todo el día. No había ni coches, ni ruidos, ni contaminación. Julia, una niña de mi edad me explicó que vivían felices jugando en la calle, bañándose en el río, oyendo cantar a los pájaros y haciendo cabañas en los grandes árboles del bosque cercano. No necesitaban móvil, ni mandarse mensajes, pues salían y entraban de las casa de sus amigos y quedaban a jugar en cualquier momento. No conocían la ropa de marca, ni necesitaban ir a restaurantes caros, pues la comida que les hacían en casa estaba buenísima. Un niño llamado Juan, me contó cosas muy curiosas. Su casa estaba toda llena de libros enormes y cacharros . Después de mucho estudiar, había escrito un diccionario humanocanino, de manera que podía entenderse con los perros y saber todo lo que necesitaban. Además, los perros le decían cosas que oían de los demás animales. Su abuelo había descubierto la vacuna contra la maldad, la envidia, el odio y la corrupción. Todos los habitantes del pueblo estaban vacunados y vivían felices unos con los otros. Julia y Juan me presentaron a Isidoro el bibliotecario. Había nacido en la biblioteca y nunca había salido de ella. Tenía 111 años y los niños me dijeron que le podías preguntar cualquier cosa y te contestaría sin dudar. Isidoro estaba muy interesado en conocer cómo se vivía fuera de la montaña nevada y si éramos tan felices como ellos. Le conté que en mi mundo la vida no era nada fácil. Había guerras, desastres naturales, muchos niños se morían de hambre. No teníamos la vacuna contra la envidia, el mal, el odio y la corrupción. En la ciudad, los niños casi nunca salíamos al campo, a conocer la naturaleza y a los animales. Estábamos totalmente enganchados al móvil a la tele y al dinero. Muchos padres estaban angustiados por no poder trabajar y otros trabajaban tantas horas que apenas se podía hablar con ellos. Muchos jóvenes se enganchaban al alcohol y las drogas y algunos perdían la vida por conducir como locos. La contaminación estaba terminando con muchas especies de animales y plantas. Para ver burros, ciervos y muchos otros animales teníamos que ir al zoo. Los marineros cada vez tenían que ir más lejos para pescar y mi abuela me decía que la carne, la fruta, los huevos y las patatas ya no estaban tan ricas como antes. Isidoro se quedó muy triste. Pensaba que todos nuestros avances tecnológicos servirían para mejorar nuestras vidas y sobre todo para que todas las personas del mundo vivieran felices. No le gustaba ese mundo y jamás saldría de su biblioteca. Volvimos a casa de Juan y le pedimos a su abuelo que fabricara vacunas para todos los habitantes de mi mundo. Las necesitábamos de verdad. Pero el abuelo de Juan no podía fabricar esas vacunas. No funcionaban fuera de la montaña nevada. Él había descubierto la vacuna pero sólo funcionaba, si todas las personas estaban de verdad interesadas, en terminar con el mal y la envidia en el mundo. Todos los habitantes de su pueblo querían vivir felices con sus vecinos y familias y aunque se habían tomado la vacuna contra el mal, realmente no la necesitaban. El abuelo de Juan me animó a contar lo que había aprendido a todos mis amigos y familiares. Poco a poco y con mucha voluntad, podíamos cambiar nuestro mundo. Me hizo un sencillo plano para encontrar la salida de la montaña nevada. Julia y Juan me acompañaron hasta la salida del pueblo y me dieron un cariñoso abrazo de despedida. Seguí las instrucciones del plano y enseguida salí de la montaña y me encontré en el bosque cercano a mi casa. En ese momento escuché un sonido conocido y que odiaba ¡Era el sonido de mi despertador! Un poco aturdida, me di cuenta de que estaba en mi cama y que toda había sido un sueño maravilloso. Camino del cole no me podía quitar de la cabeza el bonito sueño que había tenido. Pensaba qué, tal vez, se pudiera cambiar el mundo. Para ello tenía que empezar a cambiar yo un poquito. Pero al entrar en clase no me atreví a comentarlo con mis compañeras, para que no pensaran que era una locura, vivir como las gentes del pueblo del sueño. En tutoría, la tutora nos habló de la Virgen Niña, de la Inmaculada y del verdadero sentido de la Navidad. ¿que casualidad! Parecía que mi sueño podía tener sentido. Ese mismo día me propuse algo muy difícil pero que merecía la pena: cambiar mi mundo para que se pareciese al maravilloso pueblecito del interior de la montaña nevada. María Álvarez Díaz