ex Convento de Santa Catalina de Sena

Anuncio
EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS:
EX CONVENTO DE SANTA CATALINA DE SENA
Dirección General de Patrimonio
Subsecretaría de Patrimonio Cultural
Secretaría de Cultura
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
2003
Miembros del equipo de excavación y estudio
Responsable de las excavaciones
Daniel Schávelzon
Restauración de materiales
Patricia Frazzi
Colaboradores de las excavaciones
Guillermo Paez
Mario Silveira
Andrea Caula
Silvia Alvarez
Marina Ojero
Patricia Riádigos
Matilde Montes
Claudia Calcedo
Luis Eastman
Colaboraron en esta publicación
Gabriela Braccio
Mario Silveira
Patricia Riádigos
Guillermo Paez
Agradecimientos
Queremos agradecer al Padre Rafael Braun, director de Santa Catalina, y a los
arquitectos Marcelo Magadán, Eduardo Ellis y Felipe Solari a cargo de la restauración
del edificio, a las organizadoras de Casa FOA y a Virginia Agote por su colaboración.
~2~
PRÓLOGO
Arq. Silvia Fajre
Sub-Secretaria de Patrimonio Cultural
Secretaría de Cultura
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Pocas son las oportunidades que un gobierno tiene de intervenir dentro de un
convento de clausura, como en el caso de Santa Catalina, conservado casi intacto a lo
largo de dos siglos y medio. Una oportunidad excepcional en que se aprovechó para
apoyar la restauración de este hito de la memoria colectiva de la ciudad, usando todos
los recursos que la ciencia y el arte poseen para que este monumento de nuestro pasado
retorne a la comunidad en todo su esplendor.
Buenos Aires es una ciudad excepcional en su patrimonio, aunque por mucho
tiempo descuidado; los trabajos en Santa catalina se enmarcan en una política estable y
continuada de rescatar, poner en valor, estudiar e interpretar los mensajes del pasado
ciudadano para que puedan ser utilizados por todos los habitantes de esta metrópoli
moderna.
Rescatar el patrimonio de Buenos Aires es un desafío a la imaginación y a la vez
la construcción de un nuevo andamiaje económico para lograr recursos materiales por
vías no tradicionales; es por eso que el Gobierno de la Ciudad ha establecido entre sus
políticas fundamentales trabajar intensamente en la memoria de los porteños y en su
patrimonio histórico y cultural, para uso y disfrute de las generaciones por venir.
~3~
Demolición de los sectores sobre la calle Viamonte, queda la portada como recuerdo.
Demolición de la antigua enfermería, queda un sector como testigo.
~4~
La maquinaria limpia el terreno de lo que fue el cementerio y la huerta.
~5~
I
SANTA CATALINA:
LOS TRABAJOS ARQUEOLOGICOS
Daniel Schávelzon
La realización de obras de arquitectura en el convento e iglesia de Santa Catalina
con el objeto de instalar allí Casa FOA, motivó que la Dirección General de Patrimonio
hiciera la supervisión arqueológica. La intención original era que en la medida en que
los antiguos pisos iban a ser excavados para el paso de cañerías en los patios y celdas,
para cambiar los sectores gastados o para colocar instalaciones de servicios diversos,
hubiera arqueólogos y conservadores para preservar lo que se hallara en esas
operaciones, que se obtuvieran todos los datos conexos posibles y se preservara un
patrimonio histórico de valor que con toda seguridad debía existir en un sitio intocado
durante tanto tiempo. No estaba previsto realizar un proyecto de investigación para lo
cual no había tiempo ni fondos adecuados, pero la realidad del trabajo llevó a desdoblar
las tareas: hacer el control y supervisión de las obras a la vez que se centraban los
esfuerzos en la excavación sistemática de un enorme pozo de lo que fue identificado
como el sitio de los lugares comunes, forma habitual de llamar a los baños en el siglo
XVIII. Esto último se transformó rápidamente en un proyecto acerca de las condiciones
de vida las monjas en los inicios de su instalación en el convento. Cabe destacarse que
este convento mantuvo su clausura, y su integridad, hasta la década de 1970, en que se
vendió gran parte de la manzana, por lo que los demás claustros fueron demolidos para
construir nuevos edificios; y luego se produjo una supuesta restauración que significó
una fuerte alteración de muros, pisos y el jardín central entre otras sectores.
~6~
Plano del conjunto según el Catastro Beare de 1860-1865.
Descubrimiento y excavación de “los lugares comunes”
La historia del convento de Santa Catalina ya ha sido narrada por diversos
autores y por ellos sabemos que ha sido compleja y llena de peripecias. En lo que a
nosotros atañe es importante recordar que este edificio, construido por Juan de Narbona
sobre planos de Giovanni Bianchi, también llamado Blanqui, fue iniciado en 1738,
habiéndolo ocupado las primeras monjas llegadas desde Córdoba en los finales de 1745.
Pero en ese momento sólo ocuparon la iglesia y el primer claustro –el actualmente
existente- ya que el segundo estaba en obra y en conflicto. El segundo claustro fue
completado y ocupado en 1755. Lo que vamos a describir en las páginas siguientes está
cronológicamente determinado por esas fechas, con algunas intervenciones hasta finales
del siglo XVIII o inicios del XIX.
Sabemos que Narbona construyó el edificio en dos claustros, en una ampliación
del proyecto inicial de Bianchi, el que había sido pensado para un lote de sólo un cuarto
de manzana. Esa ampliación fue el centro de graves disputas hasta que se le abonó al
~7~
construtor esas mayores obras. Cuando las monjas ocuparon el primer claustro, en lo
más ríspido de las peleas por los dineros adeudados y que llegaron hasta el rey en
España; al instalarse se encontraron que las letrinas, o lo que se llamaba con el
eufemismo de lugares comunes, quedaban en el otro claustro, es decir en el que el
empresario no quería entregar hasta que se le pagara. Esto –la falta de baños- por cierto
era un tema grave, muy grave; más aún que deberían existir dos grupos de letrinas –en
eso consistía un baño en la época- ya que no era posible que las monjas de velo negro
compartieran el sitio con las de velo blanco, con las donadas o, más grave aún, con la
servidumbre o las esclavas; los esclavos africanos, recordemos, vivían en una casa
ubicada cruzando la calle. Los documentos nos hablan de “dos distintos paraxes para
los lugares comunes” (1). Cada sector del edificio reproducía la rígida estructura social
que imperaba en el convento, y los baños más aún; los baños debían estar incluso en
diferentes sitios, no sólo separados entre sí.
En ese momento no hubo otra solución que construir letrinas nuevas en un sitio
cualquiera del primer claustro. Y para ello Narbona eligió un lugar que hoy nos podría
parecer exótico: una sala atrás del Coro Bajo en el pasillo de salida ubicado al sureste,
hacia lo que era la huerta. El porqué se decidió hacerlo allí es imposible de saber a
ciencia cierta, pero creo que hay dos razones válidas: el fácil acceso a tierra suelta para
tirar diariamente en el interior –única forma de evitar los olores-, y porque así no se
inutilizaba una celda u otro espacio. Si bien el convento en sus inicios estaba ocupada
por poca gente, sólo tenía la mitad del espacio proyectado y un tercio del que tendría
medio siglo más tarde cuando habían viviendo en su interior más de 80 personas; no era
cuestión de desaprovechar espacios útiles.
Los documentos históricos describen bien el sitio; cuando el arquitecto Antonio
Masella describió con toda meticulosidad el edificio en 1753 puso una nota al final del
texto que dice: “aunque la contrata dice que en el segundo patio debe haber dos
lugares distintos para lugares comunes, está hecho el que falta en el segundo patio tras
del Coro Bajo del primer patio, conviene y alivio de las Madres, y así tiene cumplido la
contrata” (2). En este caso Masella estaba haciendo un peritaje acerca del cumplimiento
del constructor de su contrato original, y destaca que en lugar de los dos baños
separados en el segundo patio, había hecho sólo uno porque el otro ya estaba desde hace
tiempo detrás del Coro Bajo. Esta descripción nos clarificó acerca de la función de la
extraña estructura que habíamos descubierto y excavado; un interesante caso del doble
juego entre arqueología y documentos escritos.
~8~
El sitio es ahora un simple pasillo atrás del Coro Bajo, de paso a la ya destruida
ala de la Enfermería y el claustro por el otro, es decir la intersección de varios pasos de
a vida interna del convento en todas sus épocas. Al iniciarse los estudios no había
absolutamente nada que indicara la presencia de esa subestructura, y sólo al hacer
trabajos de consolidación en los muros se pudo detectarlo. La construcción bajo el piso
ocupa buena parte del espacio citado y está compuesto por tres paredes que, al apoyarse
contra un muro preexistente a la construcción de éstas, deja un cuarto de 4,45 por 1,80
metros (medidas internas), quedando un pasillo lateral para circular de un metro de
ancho, para pasar hacia la sacristía. Posiblemente ni las letrinas ni el pasillo debían ser
lo bastante cómodo para las monjas, pero se resolvió bien la situación. El piso de esta
habitación estaba más alto que el resto, posiblemente unos 50 cm, y debajo había una
gran arco de 4,50 metros de luz libre paralelo a la pared y separado de ésta 55 cm. Ese
espacio sería donde se encontraban los agujeros de las letrinas. El arco descendía, en su
intradós, 2,25 metros hasta apoyarse sobre la tierra y luego seguía un enorme pozo que,
calculamos, debía medir unos 10 metros de profundidad que aún no se ha completado
de excavar. Se trata de la construcción sanitaria más importante encontrada en la ciudad.
Si bien desconocemos aún la profundidad, sabemos que Narbona hizo en otra casa, en
donde vivieron las monjas al llegar a la ciudad, un pozo de “12 brazas" (aunque era
para agua) y en la casa de enfrente del convento, propiedad de las monjas, las letrinas
eran “ondas 20 vs.”, lo que es un 50 % más de lo que hemos previsto para ésta. Es
interesante constatar que en esa otra casa Narbona había construido las letrinas con
arcos (“bóvedas”) bajo tierra, de la misma forma que ésta: “2 secretas divididas con dos
asientos cada una largo 6 vs., ancho 2 ½, hondas 20 vs., con dos bóvedas de cal y
ladrillo, la del suelo de ¾ de grueso (...) toda revocada y corriente con sus asientos,
tabiques y puerta” (3). Se entiende que las “secretas” son las letrinas.
~9~
Plano de excavación de las antiguos baños tal como fue encontrado.
Plano reconstructivo de la forma original del sistema de letrinas.
~ 10 ~
Si bien encontramos los cimientos de los muros que delimitaban esta letrina es
difícil imaginar hasta dónde llegaban en altura: ¿se cerraban arriba uniéndose a las
bóvedas del techo?, ¿o tenían su propio techo más bajo y simple de tal forma ser
realmente provisorias sin afectar la estructura original? No podemos responder porque
sería necesario levantar todos los revoques, y si estos, que son de la década de 1970 no
destruyeron las evidencias en los muros. Otra pregunta es si quedaba efectivamente un
paso entre la letrina y la Sacristía, o fue cerrado totalmente; y por último, nos cabe la
duda si la actual puerta que conduce hacia lo que fue la Enfermería, en realidad era una
ventana en tiempos de a letrina, que luego fue nuevamente abierta como puerta.
La excavación que se ha llevado a cabo tenía por objetivo, en primera instancia,
dilucidar de qué tipo de estructura se trataba. Si bien se barajaron varias posibilidades
iniciales en especial por su relación de cercanía con el Coro Bajo –que fuera la cripta-, o
que fuera el resultado de una modificación introducida al proyecto original por los
conflictos que hubo con el constructor y por la necesidad de adaptar el proyecto de
Bianchi a un terreno más grande (de un claustro a dos); la otra posibilidad era que
hubiera sido el pozo de basura, pero la falta de lípidos en el sedimento, de semillas y
carozos, lo hacían poco probable. Sólo al llegar abajo del apoyo de la bóveda, cerca de
tres metros de profundidad, fue posible entender que era una letrina al comenzar a
encontrar los sedimentos típicos de ese tipo de estructuras, producto de la
descomposición natural del material orgánico. Esto ratificó la hipótesis que, más tarde,
los documentos históricos volvieron a confirmar.
Posibles bases de copas o candeleros de cerámica hispano-americana.
~ 11 ~
El interior estaba relleno de tierra y escombro que, en forma de estratos
pequeños e interrumpidos, se superponían una y otra vez por metros, era evidente que se
había ido arrojando esto lentamente, quizás en baldes, actitud típica para una letrina, de
forma de ir evitando los olores. Esta tierra contenía la basura de su época y quizás la que
ya tenía en su interior desde antes de trasladarla. De esta forma fueron a parar allí
cantidades de fragmentos de cerámicas de uso diario, rotas en el trajín cotidiano, huesos
de la comida y escombro de las obras como ser cal, ladrillos, baldosas y azulejos. Entre
ellos hay que destacar la presencia de bacines españoles (bacinicas o pelelas) del tipo
Azul-Verde sobre Blanco, característico en Buenos Aires entre los finales del siglo
XVIII y los inicios del XIX. Por todo esto hemos supuesto que se trataba de los baños y
el relleno era de tierra de la huerta incluyendo la basura allí arrojada, es decir lo que en
arqueología se denomina como un basurero secundario. Volveremos a esto más
adelante.
El grueso del material cultural hallado lo componen vasijas cerámicas muy
modestas de lo que se denomina Cerámica Criolla, desde tinajones para agua y vino
hasta tinajas menores para la mesa, mucha cerámica de tradición indígena entre ellas la
Monocromo Rojo proveniente del Litoral y afiliada a lo guaranítico, e incluso cerámicas
indígenas esgrafiadas y pintadas muy raras de hallar en Buenos Aires. Hay una única
pieza casi completa de mayólica europea y se trata de un hermoso plato francés
esmaltado en blanco y pintado en azul característico del inicio del siglo XVIII, una
docena de fragmentos de mayólicas españolas de los siglos XVII y XVIII y,
extrañamente y por única vez en la ciudad, tres fragmentos de la lujosa vajilla Reflejo
Dorado, fabricada en Valencia y cuyo uso se asociaba a la realeza. Más adelante
detallamos estos materiales culturales.
La demolición de todo esto fue hecha tardíamente, por lo que lo provisorio se
volvió habitual. Creemos que lo fue en 1808 para facilitar el paso a la nueva ala; esto se
desprende del material arqueológico porque en el estrato superior hay loza y vidrios de
esa época junto con una gran cantidad de ladrillos de las paredes derrumbadas,
rellenando así lo que quedaba del pozo con aun más de un metro vacío.
Al parecer en 1808 y siguiendo la documentación histórica, se construyó el ala
este del convento –la enfermería-, cuya unión con el primer claustro se hacía
exactamente por el pasillo en el que estaban colocados estos baños. En ese momento era
imposible que estos siguieran existiendo por lo que no sólo se demolió todo, suponiendo
que no haya sido hecho esto aun antes, y se destruyó el arco inferior arrojando el
~ 12 ~
escombro en el interior; para esa época ya había quedado fuera de uso mucho antes.
Luego es posible que se hayan colocado vigas de madera cruzando el gran hueco, tras
empotrarlas en la pared con agujeros burdos que aún son visibles, y se hizo el piso
manteniendo el nivel original, aunque con un escalón hacia la nueva construcción. Se
abrió la puerta hacia allí en ese momento o era preexistente, es ahora imposible de
saber. En ese momento se modificó también el paso por el costado del Coro hacia la
Sacristía, haciendo una puerta al este, cambiando las bóvedas y otros arreglos menores
que afectaron todo este sector del edificio. Los documentos indican, por si la
visualización directa no fuera suficiente, las diferentes técnicas constructivas entre el ala
de la enfermería y el resto del edificio más antiguo, uno de revoque de cal y bóvedas y
el nuevo “de embostado con paramento blanqueado”; es de lamentar que en la
restauración para Casa FOA estas diferencias desaparecieron.
Cabe preguntarnos si esta estructura de letrina es habitual; realmente es difícil
responder ya que a la fecha es poco lo que sabemos en el país, porque se trata del siglo
XVIII inicial y de un convento y no de casas privadas que es sobre lo que tenemos más
información. Hasta ahora conocemos bien los lugares comunes del convento de Alta
Gracia, Córdoba y del edificio de la Compañía de Jesús en Tucumán. Del primero
podemos decir que es un sistema diferente, muy sofisticado y resuelto en dos pisos
mediante una pared doble que servía para que los deshechos cayeran en una acequia que
lavaba el lugar; del segundo sabemos que estaban al nivel del piso y los deshechos
quedaban en una estructura bajo tierra de poca profundidad (1,50 metros), a la que se
accedía por una escalera, la que debía ser vaciada a mano en forma habitual (4). En
Buenos Aires también se excavó una estructura poco clara soportada por una bóveda en
Casa Ezcurra, Alsina 455, y que fechamos para 1801 (5), y otra casi idéntica aunque de
menor tamaño en Defensa 751, y fue fechada en forma similar a la de Santa Catalina
para el siglo XVIII medio (6).
Observaciones sobre el proceso de ocupación inicial del lugar
El trabajo de supervisión de la excavación de zanjas en diferentes zonas del
conjunto arrojó, como vimos, información sobre la historia del convento y su uso
cotidiano. Aunque hay que decir que sólo se trató de una operación de rescate de lo que
se iba hallando a medida que se excavaba, la extensión de estas zanjas (cerca de 250
~ 13 ~
metros), su gran profundidad (hasta dos y medio metros en algunos casos) y la riqueza
del terreno, dieron información significativa par entender cómo se inició la ocupación
del sitio y las técnicas construtivas implementadas por Narboma para una obra de esas
dimensiones.
El perfil estratigráfico básico, repetido en casi todo el terreno interno del edificio
y su claustro, se encuadra en una secuencia de eventos que cubren entre 75 y 120 cm de
profundidad hasta llegar a la tosca, tierra natural intocada de gran contenido de arcilla y
previa a toda ocupación humana del terreno. Sobre la tosca original se encuentra en gran
parte del sitio una gruesa capa de tierra negra, el antiguo humus, que presenta restos de
ocupación como ser algunos huesos animales, cerámicas y mucho escombro; pero
generalmente está limpia, lo que corresponde bien a la documentación histórica que nos
indica que el sitio casi no estaba ocupado. La única referencia que hemos hallado
referida a construcciones en esta manzana previas a las obras, es una que cita la
presencia de “una casita” en el sitio exacto donde luego se construyó la iglesia (7).
Sobre esta capa el constructor colocó una delgada capa de polvo de ladrillo, de unos 2
cm de espesor, que pudo contener fragmentos reducidos compactados. Esto, que en los
perfiles parece un piso antiguo es una técnica constructiva muy hábil para emparejar el
suelo, afirmarlo y posiblemente aislar la humedad. Sobre esta capa se colocó otra de
unos 30 cm de espesor de tosca usada como relleno, la que al estar revuelta no es firme
como en su estado original. Por lo general es limpia de restos culturales y se debe haber
colocada en una gran operación de nivelación del terreno, digna de ser tomada en cuenta
por el volumen que significó en media manzana. Encima de ésta se colocó una nueva
capa de polvo de ladrillo de dos centímetros de espesor y de allí para arriba tenemos los
rellenos y evidencias de uso desde el siglo XVIII a la actualidad. Este nivel superior
habitualmente está totalmente alterado por las obras de la década de 1970. Este esquema
se repite, con variedades, en las celdas, en la galería del claustro y en el patio que limita
hacia a calle Córdoba donde estaba el segundo claustro.
~ 14 ~
Vasija de grandes dimensiones posiblemente del siglo XVI, de cerámica de tradición indígena con
motivos hispánicos pintados en blanco.
En las zanjas excavadas en el terreno ahora vacío, donde sabemos que las
construcciones son muy posteriores a las iniciales, el perfil estratigráfico es diferente:
no hay los niveles de polvo de ladrillo ni la tosca revuelta superior. Es evidente que
Narbona sólo niveló e impermeabilizó las zonas de los dos claustros y no lo que iba a
estar destinado a huerta o cementerio. En este caso, al hacerse el bloque que iba hacia la
calle Reconquista, posiblemente en 1808, se colocaron dos capas de tierra con escombro
para lograr en nivel del terreno deseado, 80 cm arriba del humus original.
Una de las expectativas era encontrar el multicitado sótano ya que sabíamos que
el edificio “en un corto tramo paralelo a la calle San Martín tiene subsuelo” (8), lo que
también habían aseverado Udaondo y otros autores. Al menos el corte de dos de las
celdas en ese lado no mostró la existencia de esa construcción, aunque no significa que
no la haya en algún sitio.
~ 15 ~
Materiales de los lugares comunes
En el interior de este gigantesco pozo se hallaron objetos de la vida doméstica en
el sitio los que describiremos por tipo de material, exceptuando los restos óseos que se
analizan más adelante por separado. Podemos comenzar con los hechos en vidrio que,
como es lógico de suponer para la época, siglo XVIII, son pocos, el 4.52 % de los
objetos materiales encontrados, sin contar los de construcción. En anteriores
oportunidades hemos mostrado que para la época los contenedores de vidrio eran raros
y se cuidaban mucho. Es más, si separamos los 24 fragmentos de vidrios provenientes
de los niveles superiores y que son más modernos –siglo XIX- resulta que el vidrio era
un material raro en el convento. De los 34 otros objetos de época hay 18 que
corresponden a botellas de vino y ginebra, aunque pudieron tener otros usos y reusos y
seis fragmentos son de vasos. Lo otro fue de tocador y farmacia, típico del siglo XIX.
¿Reflejan estas proporciones y cantidades las condiciones de vida del convento en el
siglo XVIII? Es difícil saberlo, pero esto parece señalar la evidencia material.
Las cerámicas muestran en cambio un panorama mucho más interesante, incluso
para la ciudad. En primer lugar destacamos que existen dos grandes grupos y que
responden a la secuencia de depositación: la superior del relleno y la inferior del uso
cotidiano, una más nueva y la otra más antigua. La de arriba está formada por cuatro
porcelanas europeas, dos macetas comunes, un gres de tintero inglés y otro fragmento
de una botella de ginebra y 26 fragmentos de diversas lozas Whiteware y 26
Creamware. Estas últimas son de difícil ubicación ya que podrían pertenecer a
cualquiera de los dos períodos de tiempo y, precisamente, se encuentran en situación
estratigráfica confusa por la entrada de los ladrillos del derrumbe del arco. Junto a ellas
se encuentran mayólicas de Triana (47 fragmentos) y seis de Alcora, también de difícil
atribución a cualquiera de ambas épocas.
En los niveles sin duda de ocupación antigua hallamos 1036 fragmentos de los
cuales 742 pertenecen a tinajas grandes de producción regional, en su mayoría del tipo
usado para el transporte de vino con su forma ahusada y pico estrecho; además hubo
110 mayólicas, 104 cerámicas de tradición u origen europeo y 127 indígenas e hispanoindígenas en especial el Monocromo Rojo.
~ 16 ~
Tres vistas de un candelero de aceite o grasa para tres luces.
~ 17 ~
Las mayólicas, incluyendo las citadas de Triana y Alcora, forman un grupo del
10% del total cerámico, lo que indica que los platos de calidad eran usados por muy
pocas personas, más aun si tomamos en cuenta que 25 fragmentos provienen de un
mismo plato, francés y casi único en toda la ciudad, y representa el 20 % del total de las
mayólicas. Resulta extraño este plato, importado de un país enemigo y que no
comerciaba con España, del que sólo se hallaron en la ciudad un par de fragmentos en
todas las excavaciones ya hechas. Por otra parte hay 17 fragmentos de bacines de un
tipo llamado Azul-Verde sobre Blanco, proveniente de Sevilla, y que eran usados como
bacinicas o bacines. El resto son de otra cerámica única, Reflejo Dorado, de enorme lujo
y casi de exclusivo uso por la corte española. El resto son los 47 fragmentos de
mayólica de Triana, seis de Talavera, seis de Alcora y otras seis provenientes de
Portugal.
Las cerámicas de tradición europea, no mayólicas, son 17 del tipo Verde sobre
Amarillo de Pasta Blanca, 13 botijas para aceite de Sevilla, dos Verde sobre Amarillo de
Pasta Roja y otros grupos varios. Este conjunto también es bajo en su proporción
comparándolo con el resto de la ciudad. Las botijas sabemos que eran de uso habitual, y
para el convento tenemos el dato que Narbona hizo un gasto que incluyó “tres botixas
de grassa a 4 ps” (9).
Las cerámicas indígenas son relativamente numerosas (cerca del 11 %) y se
destacan las cepilladas, habitualmente ubicadas para el siglo XVII, siendo éstas la
mayoría (29 fragmentos) y Monocromo Roja hay sólo catorce; de la cerámica que puede
interpretarse como Afro hay diez fragmentos que corresponden a un candelero y una
vasija.
En síntesis hay una fuerte presencia de materiales locales y regionales de muy
bajo costo, los que conforman más del 80 % del total. ¿Nos permite decir ésto que la
vajilla y la cocina del convento usaba objetos rústicos, simples y baratos?, ¿y que una
sola persona tuvo objetos de extrema riqueza, a nivel de un noble europeo?, ¿habían
votos de pobreza aplicados a la mesa y cocina, salvo para la Superiora? Preguntas que
quedan abiertas hacia futuras respuestas.
Se encontraron grandes cantidades de materiales construcción, en especial
fragmentos de ladrillos los que formaban parte del sedimento mismo del pozo con
diferente grado de fragmentación. Habían además 107 tejas, seis piedras diversas, seis
clavos de perfil cuadrado, una chapa de hierro muy alterada e irreconocible y 19
fragmentos de revoques de cal con pintura blanca o con ese color cubierto luego por
~ 18 ~
capas de celeste y de gris. Se hallaron siete azulejos, cinco corresponden a los usados en
el Coro Bajo con una decoración en forma de crátera azul y alocuciones a la Virgen
María. Millé en su historia del convento indica que esos azulejos fueron colocados en el
Coro en una reforma de 1925, y que a su vez hubo otra anterior, en 1881, pero parecería
que hay un error de fechas.
Hubo otros objetos cotidianos: un botón de nácar, mucho carbón vegetal, mucha
mica, un cuero de suela de zapato, un fleje de barril, un herraje de bronce y un tenedor
de dientes. Por último cabe destacarse un peculiar objeto metálico cuyo reconocimiento
sólo se logró tras un complejo trabajo de restauración por electrólisis: uel mango de una
cuchara de plata labrada que presenta un escudo coronado y ramazón, que hemos
atribuido provisionalmente a la Orden de los Dominicos en el siglo XVIII.
Mango de un cubierto de plata cuya reconstruir parecería indicar
el escudo de la Orden de los Mercederaios.
Materiales de las zanjas y celdas
El tendido de las zanjas en el patio del claustro e incluso dentro de un par de
celdas nos permitió hallar, además de evidencias constructivas de los sectores ya
destruidos, una enorme cantidad de objetos relacionados con la vida doméstica del
convento formando tres tipos de conjuntos: el de lo usado como parte de la decoración
~ 19 ~
del jardín mismo, el de lo extraviado y lo que fue enterrado tanto sea como basura como
con otros propósitos. En primer lugar lo utilizado como macetas, maceteros y canteros
ha sido de una variedad absolutamente inusitada; todo sirvió para eso. El primer
conjunto es de dos grandes tinajas de manufactura aborigen, pintadas de rojo con
decoración en blanco, halladas rotas en grandes fragmentos con tierra en su interior; se
trata de objetos muy antiguos que quizás formaron parte de la decoración inicial del
jardín; forman en sí mismas un hallazgo excepcional en la arqueología de la ciudad.
Con los años es evidente que fueron reemplazados por otros maceteros, también de
cerámica, que se fueron rompiendo cada vez hasta llegar a las macetas modernas. La
variedad de este tipo de recipientes es grande y muestra que era importante este tema
para las monjas. Hubo incluso un cantero formado por veintisiete botellas clavadas de
punta; la mitad eran de agua mineral, de un tipo que fue muy usado hacia 1900 cuyo
nombre era Krondorf (envasada por Julio Kristufer), y la otra mitad de un licor llamado
Bitterquelle, envasado por Hunyadi Janos en Saxlehners. Hubo frascos de medicinas y
productos farmaceúticos, incluso de tocador y perfumería. Podemos citar el
“Pipeerazine Effervescente Midy” y un frasco color marrón que dice “...de los
Hermanos Maristas”, varios de productos de “Gibson, Rolón y Cia. Marca de
Coemercio, calle Defensa 219-223-225” y de su predecesora “Droguería Rolón, antigua
de Torres, Defensa 210 al 215, Buenos Aires”, de la “Farmacia Inglesa Murray, 501
Florida 507, Buenos Aires y “Carlo Erba, Milano, Magnesia Calcinata” entre otros.
De lo perdido entre la tierra del jardín hay de todo: desde bolitas de vidrio hasta
monedas, cadenitas, caireles y adornos que debieron ir a parar al barro de días de lluvia.
De lo enterrado, acción ex profeso de excavar, colocar y luego tapar algo, uno
puede preguntarse que sentido tiene que se lo haga en un patio de claustro, más aun
cuando tenían toda la huerta a pocos metros para hacerlo. Son difíciles de explicar los
motivos pero la verdad es que son cientos los objetos hallados: grandes marmitas de
hierro de tres patas que pese al óxido aún están en buen estado y que deben haberse
descartado aún en servicio, varios braseros para carbón, fragmentos de platos, vasos,
ollas de todo tipo, botellas y frascos de remedios y licores, huesos, azulejos, materiales
de construcción, candelabros y una lista casi interminable para citarla completa. Es
evidente que la tradición de enterrar objetos, y no sólo la basura, siguió en vigencia en
el convento incluso hasta inicios del siglo XX.
Una curiosidad, pero que nos llama la atención acerca de las prácticas religiosas
en el convento, fue el hallazgo de una escultura de función de hierro, muy pesada, que
~ 20 ~
representa un macho cabrío alado. Posiblemente se trate de una fundición francesas de
mitad del siglo XIX o incluso posterior, pero que fue enterrado. ¿Hubo algún tipo de
ceremonia ante esta supuesta imagen diabólica?, ¿hubo un exorcismo? Imposible
saberlo, más aun porque el hallazgo fue hecho por los obreros sin control arqueológico
que permita observar las asociaciones a otros objetos o contextos, pero la realidad es
que a un metro de profundidad estaba enterrado y aparentemente sólo.
La presencia de estas marmitas y braseros de hierro enteras, halladas de esta
forma por primera vez en la ciudad, llama la atención y luego damos una hipótesis de lo
posiblemente sucedido. En este caso su utilización está documentada desde los primeros
tiempos del convento, donde entre los bienes heredados al fallecer Narbona figuraban
“dos ollas de fierro y un tacho” y “una olla de fierro grande, otra chica, un tacho
grande de cobre, dos chicos, dos calderas” (10). Las monjas enterraron objetos, al
menos tenemos descrito que lo hicieron para evitar el saqueo de los objetos sagrados por
los ingleses en la invasión, donde también se salvaron “los pocos vasos sagrados que no
se habían enterrado” (11).
Por último, la excavación de estas zanjas nos permitió conocer los antiguos
sistemas de desague del edificio en especial los caños que iban al aljibe desde las
terrazas y varios cimientos de diversas épocas. Estos correspondían a los edificios
demolidos sobre la calle Córdoba, e incluían un largo albañal de ladrillos de más de
quince metros de largo que iba hacia un aljibe ahora desaparecido.
Respecto a las marmitas y braseros suponemos, aunque en forma totalmente
hipotética, que éstas debieron usarse para cocinar dentro de las celdas.
~ 21 ~
Planta baja del convento en 1745; en amarillo lo actualmente existente (cortesía M. Magadán).
Plano hacia 1880, planta baja y alta: en amarillo lo que aun se conserva (cortesía M. Magadán).
~ 22 ~
El Aljibe del patio central
En el patio del claustro se encuentra un aljibe de mármol de Carrara con su parte
superior de hierro forjado. Es un aljibe de inicios del siglo XIX, en perfecto estado de
conservación en espera de ser restaurado. Hasta ahora, absurdamente, estaba lleno de
tierra y era usado como un macetero.
Fue parte del trabajo el vaciar la tierra al menos de su parte superior para que
pueda ser observado como lo que era, un aljibe y no un macetero, y liberar de los pisos
modernos la cubierta de la bóveda; la intención de excavar en su interior y liberarlo
totalmente no fue autorizada.
Como todos sabemos los aljibes no son sólo el brocal, es decir el mármol
superior que envuelve el agujero por el que se descolgaba un baldo, sino también la gran
cisterna inferior donde se juntaba el agua de lluvia. Este posiblemente mida 3,50 metros
de diámetro y unos 5 metros de profundidad. Se procedió a limpiar los ladrillos que, en
forma circular, formaban el piso original alrededor del él y a la vez indican la dimensión
la gran construcción existente bajo el suelo. Las cañerías que llevaban agua desde la
terraza habían sido renovadas en los finales del siglo XIX colocándoles caños de
cerámica vitrificada de procedencia inglesa. En su conjunto, este aljibe es un hermoso
ejemplo de la ingeniería simple pero eficiente para el suministro de agua en tiempos
coloniales.
Trabajos de limpieza y reconstrucción del techo de la cisterna del aljibe y su estado actual.
~ 23 ~
El tema de los esclavos del convento
En la excavación se hallaron algunos objetos diferentes a todo el resto, que
reúnen características que se atribuyen a la población afro-porteña esclava. Por supuesto
este grupo humano, bastante numeroso en el convento, podía haber usar objetos de todo
tipo, sean platos u ollas descartados por ser viejos aunque fueran importados, hasta
cerámicas de tradición indígena; pero al menos hay algunos que son muy peculiares y
nos llevan a tratar de repensar mejor el tema de esta población en el convento.
Queremos destacar un candelero, una pipa y algunos fragmentos de cerámica muy
rústica, modelada a simple mano, con formas no habituales para la cerámica europea,
indígena o hispano-indígena regional.
Sabemos que la Orden tenía esclavos que vivían en un edificio ubicado en la
manzana de enfrente, que queda ahora debajo de lo que es Galerías Pacífico. Es posible
que, por esa misma razón, la basura generada por ellos quedara fuera del convento y no
dentro; además que realmente desconocemos cuales eran las funciones que cumplían en
forma cotidiana; de todas formas que un candelero, alguna olla y una pipa pequeña
hayan llegado a este pozo de basura sería normal. Recordemos que el fumar en pipa era
habitual entre mujeres y hombres afro. Dentro del conjunto existía “una sala o capilla
pa. Entterar los esclavos de 15 ½ va. De largo y 5 de ancho” a un lado de la iglesia;
entendemos que es lo que ahora se usa como sacristía (12). Ahora, que se entra desde el
atrio directamente, tiene el doble de largo. Otro documento la describe así: “En dicha
iglesia al lado de la parte sud se halla un salón, o capilla qe. Sirve para enterrar a los
esclavos del monasterio, largo 16 vs. Ancho 5. De bóveda” (13). Es de destacar que es
la primera vez que encontramos en la ciudad una capilla o sala para enterrar esclavos en
suelo consagrado, no como un simple terreno abierto anexo a un cementerio.
Recordemos que las monjas eran siempre enterradas en el piso del Coro Bajo. En otro
proyecto de Bianchi, la catedral de Córdoba, existe una “capilla de negros” a un lado de
la nave de la iglesia, en forma bastante similar a la de Santa Catalina.
~ 24 ~
Bolsa bordada con un motivo religioso africano después de su limpieza y restauración, en el interior hay
alfalfa, nótese que tenía menos de dos centímetros, fue hallada con otros ex votos.
Respecto a la casa en que vivían tenemos una descripción de 1753; era de
propiedad de Narbona y la tasación que hizo Masella es la siguiente:
1. Corredor al oestte, con ocho pilares seis diviciones con puerttas para vivir
negros ancho 4 vs ynclussa la pared
1. Sala con 20 vs de largo y 6 ½ de ancho
1. Cozina de 10 vs y 6 ½ de ancho, con un Pasadizo en medio para el segundo
patio, ttodo ttexado y bienhecho
1. Sala de 10 vs de largo y 6 de ancho, y un pedazo qe. Hay edificado para
empezar una Sala
Esta segunda casa ttoda de barro y ladrillo exzepto arcos, ventanas,
puerttas y cornizas que son de cal y la cornissa de 5 ladrillos” (14).
Esta descripción es muy interesante ya que muestra una casa del siglo XVIII con
un área para los esclavos en el frente y no en el patio trasero, es decir que había sido
desafectada de su uso habitual para ser solamente habitación de los negros del convento.
Lo único que no sabemos es sí, al terminarse la obra, siguió en uso o si fue vendida. Los
testimonios escritos dicen que Torres Briceño compró el 8 de abril de 1724, en el Real
Asiento de Negros de los ingleses, ocho negros y tres negras, de los cuales seis eran
~ 25 ~
para el monasterio (Udaondo 1945:129). Estos aparecen en el testamento de Torres
Briceño pero no les dio destino; quedaron a disposición del albacea quien los fue
vendiendo, aunque aún quedaban dos de ellos en 1737, en que trabajaban como
albañiles en el convento.
El “túnel” bajo las puertas
Durante las excavaciones del sector de la letrinas, al ir bajando se observó que,
debajo de ambas puertas que delimitaban en sitio había rellenos de tierra negra que
mostraban que había espacios entre cimientos. Es decir, si bien ahora estaba todo
relleno, al excavarlos quedaron al descubierto espacios de 87 cm de ancho, cubiertos
por una bóveda casi plana, que indicaban un posible paso o túnel. Es lamentable que no
se autorizara estudiar esto con tiempo suficiente, por lo que sólo se pudo excavara hasta
1,60 metros de profundidad en un único caso; lo observado indica que los cimientos no
eran continuos sino que se cortaban al menos bajo estos vanos lo que desde todo punto
de vista constructivo es raro y poco eficiente. Todos los cimientos observados durante
las obras son continuos. Pero al observar éstos se nota que son contemporáneos a la obra
del convento, y las letrinas son posteriores y seguramente se hicieron sin siquiera
percatarse de esa situación. En la tierra excavada se halló muy poco material cultural, y
todo era de inicios del siglo XIX, es decir posiblemente conexo con la construcción del
ala de la enfermería en 1808 o la destrucción de la letrina, que creemos que son eventos
simultáneos. El propósito o función de estos supuestos túneles o pasos entre cimientos
nos es inexplicable al momento.
~ 26 ~
Pequeña olla de cobre repujado hallada enterrada en el patio; nótese el sistema de recortes golpeados para
unir ambas partes.
~ 27 ~
Conclusiones
Ahora, una vez completado este estudio, y con los datos de toda la investigación,
nos podemos acercar hacia la vida cotidiana en el convento, en ese mundo cuasi
hermético en cuyo interior se reproducían los defectos y virtudes del mundo exterior. Y
la arqueología histórica nos permite una mirada nueva hacia ese interior.
En primer lugar debemos tener en cuenta que las monjas catalinas eran, al menos
en sus niveles superiores, de extracción de una clase muy alta de la sociedad, o al menos
bastante alta. Las de velo negro daban dotes importantes para ingresar a la Orden, e
incluso las de velo blanco eran de menores recursos, pero nunca pobres. Por supuesto
había donadas y esclavas y esclavos, pero el convento era el más rico de la ciudad.
Desconocemos cual era la relación entre la riqueza de la Orden y el tipo de Votos de
Pobreza asumidos realmente, pero podemos comparar lo hallado con el único otro
hallazgo arqueológico similar, el del pozo de la cocina de los padres de Santo Domingo
(15). Allí observamos que al menos la cocina mostraba mucho pescado, pero una
selección de carnes y objetos de vajilla que no variaban del de cualquier casa porteña de
finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
El estudio de lo encontrado en Santa Catalina nos muestra una situación
diferente: los objetos de lujo eran muy pocos pero de altísimo valor y rareza y todo lo
demás era simple, predominando las cerámicas indígenas e hispano-indígenas de costo
casi nulo. Es decir, se usaba una mayoría de vajilla pobre, sencilla, incluso mal vista en
casas de la ciudad. Pero la comida es diferente y como se verá el el artículo de Mario
Silveira páginas adelante, comían alimentos apetitosos y seleccionados, con mucha
pesca y volatería. Pero por otra parte se fabricaban sus propias agujas e instrumentos de
costura aprovechando huesos de aves; ¿o eran las esclavas y las donadas pobres quienes
lo hacían? En síntesis, creemos que la Orden era rica, muy rica; pero las monjas –a
excepción de la Superiora- eran en extremo pobres o al menos vivían de esa forma,
aunque comieran mucha carne roja y blanca. Los votos de pobreza lo hacían las monjas,
no la Orden.
Pero parece que con el tiempo las cosas cambiaron y para el siglo XIX se nota
un aumento notable en la riqueza y acceso a bienes de consumo; a partir de mitad de ese
siglo se encuentran frascos de remedios e incluso productos de tocador, botellas de vino
y licores importados, agua mineral y ginebra. A medida que pasa el tiempo las monjas
mejoraron su calidad de vida, quizás olvidando algo las estrictas normas de tiempos
~ 28 ~
anteriores; la sociedad de consumo entró al convento. Quizás incluso hubo problemas,
conflictos, y el entierro masivo de ollas y braseros debió ser respuesta a una instrucción
para evitar que se cocine en las celdas en lugar de hacerlo en forma común, lo que
sucedió en varios conventos de la ciudad. Si esto iba o no junto a continuidades casi
medievales, como el posible exorcismo encontrado en el patio, es ahora difícil de saber,
pero sin duda la vida intramuros debió ser más movida de lo que en principio podemos
imaginar.
Notas al texto del capítulo 1
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
Millé 1955, pag. 260
Millé 1955, pag. 262
Millé 1955, pag. 264
Gómez 1997
Seró Mantero 2000
Schávelzon 1992, pag. 105
Peña 1910, vol. IV, pag. 436
Sobrón 1997, pag. 228
Millé 1955, pag. 238
Millé 1955, pag. 270
Udaondo 1945, pag. 58
Millé 1955, vol. II, pag. 261
Millé 1955, vol. II, pag. 268
Millé 1955, vol. II, pag. 265
Schávelzon y Silveira 1998
~ 29 ~
II
LAS MONJAS CATALINAS EN BUENOS AIRES
(1745-1810)
Gabriela Braccio
A través de una puerta que nunca antes existió, ingresamos al monasterio de
Santa Calina de Sena. Mi propósito es brindar algunas de las claves imprescindibles
para saber dónde estamos, pues no todo suele ser como parece y la realidad no siempre
es obvia.
Santa Catalina de Sena era un monasterio femenino, lo cual implica que las
mujeres que lo habitaban estaban sujetas a clausura, se trataba pues de un espacio
cerrado. Quienes aquí vivieron se dedicaron a “hablar con Dios”, insertándose así en un
espacio diferente; un espacio entre el cielo y la tierra, que representaba para quienes lo
transitaban no sólo un reaseguro para la vida eterna, sino para la vida terrena.
A mediados del siglo XVII, en el territorio que actualmente conforma la
Argentina, sólo existían dos conventos femeninos, ambos en la ciudad de Córdoba: el de
las Catalinas, fundado en 1613, y el de las Teresas, en 1628. Por entonces Buenos Aires
no era mucho más que la villa cuadrangular establecida por su fundador, cuya población
no superaba los 4000 habitantes. No obstante, en 1653 se manifestó ante el Cabildo la
necesidad de fundar un convento de religiosas, alegando que se debía prevenir "de
remedio" a muchas señoras nobles y doncellas principales. Allí, se expresaba que doña
Inés Romero de Santa Cruz ofrecía, con otras personas, su haber para poder llevar a cabo
la fundación, pero la petición no prosperó.
En 1715, se reiteró la inquietud, pero esta vez era sostenida por un reconocido
hombre de la Iglesia, dispuesto a destinar una importante suma de dinero: don Dionisio
de Torres Briceño. Nacido en Buenos Aires, ocupaba por entonces un cargo en el
Cabildo Eclesiástico de la iglesia metropolitana de Charcas y buscaba un ascenso en su
carrera, para lo cual era imprescindible demostrar prestigio. Por Real Cédula, el 27 de
~ 30 ~
octubre de 1717, se le concedió licencia para fundar el monasterio. Si bien habían
transcurrido más de cincuenta años desde la primera solicitud, aún habría que esperar
cerca de treinta más para que el monasterio finalmente abriese sus puertas. Con la
muerte de Torres Briceño, a comienzos de 1729, se suscitaron una serie de
complicaciones con construcción, pérdidas de tiempo y dinero. Parte de los
inconvenientes se originaron por la decisión de fundar el convento en el sitio actual -San
Martín, entre Viamonte y Córdoba-, en lugar de hacerlo en México y Defensa donde
originariamente se había determinado. Este traslado acarreó muchas opiniones
encontradas que demoraron más aún la conclusión del monasterio. Además, faltaba
definir qué tipo de monjas serían las convocadas para llevar a cabo la empresa. Hubo
varias propuestas, pero la elección recayó en las Catalinas de Córdoba, monjas de la
Segunda Orden Dominica. Finalmente, en mayo de 1745, arribaron las fundadoras pero,
si bien fueron recibidas con gran entusiasmo, debieron ocupar unas casas aledañas al
monasterio debido a la humedad existente en él. El traslado definitivo se efectuó en
diciembre, en procesión desde la Catedral. Los gastos ocasionados por la construcción
de la obra y el traslado de las monjas originaron diversos pleitos, por lo que los
inconvenientes no cesaron con la ocupación del edificio, y fue recién a mediados de
1753 que el gobernador dio por formalmente concluido el monasterio. Para entonces,
habían profesado treinta y una monjas y cumplía un siglo aquella petición en la cual
doña Inés Romero de Santa Cruz había ofrecido su haber para llevar a cabo la
construcción de un convento femenino.
Si bien la intención de fundar se originó en época demasiado temprana y, por
ende, con pocas posibilidades de éxito, la sociedad debió alcanzar cierta madurez para
que cobrara eco la figura del fundador. De lo contrario, su intención no podría haber
prosperado. Esto no fue producto del mero paso del tiempo sino que parte de esa tarea
fue llevada a cabo por quienes promovían la fundación y quienes se verían favorecidos
por ella. En 1744, un año antes de la apertura del monasterio, la población urbana
superaba los 11.000 habitantes, indudablemente este aumento marcaba el comienzo del
crecimiento de la ciudad, crecimiento en el que la prédica a favor del monasterio cobró
mayor vigor. Sin lugar a duda, el sector de la sociedad conformado por familias como la
de doña Inés Romero de Santa Cruz había crecido y se había afianzado. El crecimiento
de la ciudad y el afianzamiento de la élite acrecentaron la necesidad de un monasterio,
pues no sólo los "peligros femeninos" a los que aludían las primeras peticiones
adquirieron mayor relevancia, sino que además la sociedad buscaba "darse lustre".
~ 31 ~
Hacia mediados del siglo XVIII, el monasterio representaba tanto el "remedio" aludido
en la primera solicitud como el "prestigio" buscado por Torres Briceño. Para quienes
promovían la fundación, el monasterio era, en primera instancia, un destino seguro
donde encauzar a sus mujeres, ya fuese por excedente femenino, por incapacidad de
procurarles un matrimonio conveniente o por la necesidad de subsanar defectos, tales
como el ser hija natural. En segunda instancia y por haber destinado a sus mujeres allí,
era una vía de acceso a diversos beneficios, tanto de carácter material como espiritual.
De este modo podían obtener dinero a través de la red crediticia que generaba el
monasterio en base a las dotes exigidas y podían también obtener gracias por intermedio
de las plegarias que allí se elevaban.
La dote, si bien era un requisito de ingreso, también proporcionaba un beneficio
que recaía fuera del monasterio. Operaba del mismo modo que el requisito de
legitimidad pues, así como la dispensa para el defecto de natales legitimaba la condición
de la familia de quien ingresaba, la dote permitía la obtención por parte de aquélla de
dinero en préstamo a través de un censo. El capital ingresado en concepto de dote no
podía utilizarse para consumo, sino que pasaba a integrar el capital del monasterio, cuya
finalidad era ser colocado en censos y los réditos producidos por éstos (5% anual) eran
los que se utilizaban para manutención de la comunidad. Jurídicamente el censo es
similar a la hipoteca. La mayoría de las escrituras de censo de Santa Catalina fue
otorgada a favor de familiares de las monjas. Incluso, a pesar de la prohibición
establecida en las Constituciones, muchas de las dotes fueron satisfechas a través de una
escritura de censo.
Para quienes se favorecían con la fundación de modo directo, el monasterio era,
en primer lugar, un espacio al cual acceder por sentirse llamadas para servir a Dios, por
carecer de alguno de los requisitos para el matrimonio o por buscar un destino diferente
de aquél. En segundo lugar, era un espacio que les permitía acercarse al terreno de lo
supramundano, adquiriendo un carácter intercesor, que las diferenciaba del resto y las
jerarquizaba. Más allá de los beneficios que podríamos calificar como de orden práctico,
tales como el ingreso a una red crediticia o la adquisición de un estado femenino, el
monasterio era un centro de culto donde llevar súplicas y pesares, en busca de favores y
consuelo. Las monjas representaban el eslabón necesario para establecer contacto con lo
divino y la imagen que ofrecían podía proyectarse a la ciudad, en tanto ésta podía verse
reflejada en él.
~ 32 ~
Torres Briceño se embarcó en la empresa buscando prestigio. El mismo prestigio
que necesitaba toda ciudad que quisiera afianzarse como tal y por ello un reducido
grupo de vecinos de una ciudad pequeña, pobre y despoblada, expresó su intención de
contar con un convento femenino; esa intención fue elevada gracias al anhelo de Torres
Briceño, intención que dejó de ser postergada cuando se convirtió en capital necesario
para el afianzamiento de la ciudad. Prueba de ello es que, si bien la fundación demoró
en concretarse, cuatro años después de la apertura de Santa Catalina abrió sus puertas el
monasterio de Capuchinas, destinado a mujeres de primera calidad, pero pobres.
Considerando las exigencias mínimas para ingresar a un convento femenino
(limpieza de sangre, legitimidad de nacimiento y, comúnmente, caudal para la dote), es
indudable que no podía hacerlo cualquier mujer. Estos requisitos dependían también del
tipo de orden a la que perteneciera el monasterio y, desde luego, el carácter con el que
se profesara era un factor determinante. Por tanto, dentro de los muros del monasterio se
reproducía el modelo social. Las mujeres que integraban esa comunidad lo hacían
ocupando diferentes estratos, sin embargo a todas las aunaba el hecho de estar sujetas a
clausura.
Santa Catalina, al igual que la mayoría de los monasterios, no sólo era habitado
por monjas sino también por otras mujeres, pero las exigencias para ingresar no eran las
mismas para todas. El monasterio estaba integrado por monjas de velo negro y de velo
blanco, por donadas, sirvientas y esclavas. A pesar de que la licencia para fundar
determinaba que podían entrar algunas niñas para ser educadas, o algunas mujeres que
necesitasen vivir en recogimiento, no había educandas ni recogidas como sí las había en
los monasterios cordobeses.
Monjas, propia y canónicamente, son aquellas que hicieron votos solemnes. Se
las distingue entre las de velo negro o coristas, y las de velo blanco, legas o conversas.
Las primeras formaban parte del coro, estando obligadas a cumplir con el Oficio Divino
y a asistir a la misa conventual. El carácter con el que profesaron les otorgaba el
derecho a integrar el Capítulo, lo que les asignaba voto en las decisiones conventuales.
Las segundas no integraban el coro ni los capítulos, esto se debe a que profesaban para
realizar tareas de servicio. La diferencia fundamental residía en el monto de la dote,
siendo para las primeras de 1500 o 2000 pesos, según la época, y para las últimas de
500 pesos. La legitimidad y la dote formaban parte de los requisitos para profesar, pero
una dispensa permitía a algunas mujeres acceder a la más alta jerarquía a pesar de no
poder cumplir con dichos requisitos. A través de una dispensa, una mujer con defecto de
~ 33 ~
natales podía profesar con velo negro o una mujer con falta de recursos para satisfacer
el total de una dote podía obtener una rebaja de la misma.
El velo negro reconocía y asignaba la jerarquía más alta dentro del monasterio.
Acceder a él no sólo exigía la posesión de los requisitos necesarios, sino también la
vocación o, al menos, la voluntad necesaria para ejercer con eficacia el rol que éste
implicaba. El rezo y ritual del Oficio Divino, conformado por diversos salmos y lecturas
según las diferentes horas canónicas a lo largo del día y la noche, requería de una
fortaleza psicofísica muy grande, además de la capacidad para cumplir con esa exigencia,
las monjas de velo negro debían poseer las cualidades necesarias para llevar a cabo el
desempeño de cargos de mucha responsabilidad y decisión. Por ello, había mujeres que,
aunque reunían los requisitos para profesar con velo negro, desistían de éste adoptando el
velo blanco. Esto implicaba descender un escalón en la jerarquía, pero también liberarse
de compromisos difíciles de sostener. En tanto otras, con dificultad para cumplir las
exigencias requeridas, asumían el esfuerzo económico, físico y espiritual para ascender
jerárquicamente adoptando el velo negro. Además de las monjas, encontramos en el
monasterio a quienes tomaban “hábito de tercera” o donadas, cuya actividad era servir.
Esto permitía a muchas mujeres habitar el monasterio sin contar con los requisitos
estipulados para ser monja. Así, el monasterio daba resguardo y protección a viudas sin
ingreso y a mujeres pertenecientes a las castas, por lo que éstas veían en él un lugar de
refugio o donde poder cumplir, en alguna medida, el deseo de acercarse a Dios. Si bien
la función de estas mujeres era servir, las destinatarias de sus servicios eran las monjas,
quienes transitaban la esfera de lo supramundano, por lo cual los servicios de las
donadas se jerarquizaban. Existían también casos de mujeres que ingresaban sólo como
sirvientas y que, antes de morir, accedían al hábito de tercera. En el escalón más bajo se
encontraban las esclavas, quienes ingresaban por compra o donación.
Todas estas mujeres ocupaban en el monasterio un lugar que, en mayor o menor
medida, se correspondía con su posición social. La diferencia reside en el hecho de que
ejercían su rol dentro de la esfera de lo religioso, y esta situación les asignaba un
carácter de privilegio no sólo frente al mundo sino en lo personal, debido a su
proximidad a Dios y al hecho de haber sido elegidas en virtud de que fueron convocadas
por "llamamiento divino" y aceptadas "por votación de la comunidad", pues poseían,
entre otras cualidades "buenas costumbres, virtud y habilidad". A pesar de las
diferencias que existían entre todas estas mujeres, ellas tenían dos atributos en común,
uno espiritual y otro material: estaban más cerca de Dios y sujetas a clausura.
~ 34 ~
Así como encontramos mujeres que convivían con miembros de su familia,
había otras cuyo ingreso a la vida monástica representaba una excepción en su entorno
familiar. En tanto había mujeres que además de satisfacer la dote requerida ingresaban
con un importante patrimonio, había otras para quienes reunir la dote representaba un
esfuerzo desmedido, logrando en ocasiones sortearlo sólo gracias a algún tipo de
estrategia. Mientras algunas mujeres a través de la profesión hacían ostentación de su
honor y su prestigio, había otras para quienes sólo la profesión les permitía legitimar su
condición. No hay sólo un ejemplo posible pues, sin bien todas las mujeres que
profesaban "renunciaban al mundo para mejor servir a Dios", los móviles que las
inducían a hacerlo, así como los fines por los cuales lo hacían, no eran los mismos para
todas. Pero, sin lugar a dudas, era la condición femenina y las alternativas que ella
implicaba lo que, a modo de escenario, generaba la dinámica de la acción.
El estado de la mujer daba cuenta de su carácter, esencialmente biológico, y del
tipo de sujeción, atributo necesario de su condición. La doncella era virgen y estaba
sujeta al control paterno, la casada ejercía su papel reproductor y estaba sujeta al control
marital, el estado de viudez habilitaba un nuevo matrimonio o cerraba el ciclo vital
femenino, con una cierta libertad ganada por haberse extinguido la posibilidad de la
deshonra. A través de la profesión religiosa, la mujer adquiría un estado que implicaba
castidad y control eclesiástico, y también un oficio. El estado de monja, al igual que los
restantes, colocaba a la mujer en un orden pero, debido al oficio que le permitía ejercer,
se trataba de un orden diferente pues implicaba un estadio superior. Ese lugar era
reconocido por el resto de la sociedad y, si consideramos que “la identidad social se
define y se afirma en la diferencia” tal como escribiera Pierre Bourdieu, el oficio de ser
monja permitía adquirir una nueva identidad.
Las monjas de Santa Catalina de Sena representaban un mundo de mujeres, un
mundo pequeño donde no todas podían o querían habitar. De hecho sabemos que el
monasterio sólo podía albergar hasta cuarenta monjas de acuerdo con la Real Cédula que
autorizó su fundación. El período colonial (1745-1810) comprende sesenta y cinco años,
durante los cuales profesaron noventa y siete mujeres, un número ínfimo si lo
comparamos con la población femenina española de la ciudad. Sabemos que en el año
1755, diez después de la apertura del monasterio, se completó el número de monjas y así
se mantuvo durante casi todo el resto del período analizado, incluso conocemos casos de
mujeres que tuvieron que aguardar durante bastante tiempo una vacante para ingresar al
convento. Creemos que la interacción entre la mujer y su entorno se expresaba en muchos
~ 35 ~
casos a través de la profesión religiosa, surgiendo ésta como una alternativa femenina de
vida. El monasterio ofrecía a la mujer la posibilidad de llevar una vida diferente de la que
"el siglo" le tenía asignada. Esa posibilidad consistía en el ejercicio de un oficio: el de ser
monja.
Hace tiempo ya que la comunidad de Catalinas dejó este lugar, llevándose
consigo la memoria de su pasado. Este espacio quedó, desde entonces, habitado sólo por
el eco de unas voces inaudibles para quienes transitaban por las calles aledañas.
Abandonado al silencio, que no es sino una forma más del olvido, con la templanza
propia de quienes lo habitaron esperó ser rescatado de la desidia. Hoy se hace difícil
reconocer aquí aquellas las huellas que los documentos permiten reconstruir. Una
historia que es parte de todos los que habitamos la ciudad, que nos define e identifica.
Hoy también se hace difícil reconocer este espacio, único vestigio capaz de dar cuenta a
los habitantes de la ciudad acerca de las prácticas y las experiencias propias del siglo
XVIII, pues Buenos Aires, ya sea por ignorancia, desinterés o un mal entendido afán de
progreso, ha sido despojada de la mayor parte de estos testimonios. Haber sido
declarado monumento histórico y, ahora, rescatado del silencio, es un gran paso, pero la
brecha que lo separa de ser reconocido como patrimonio cultural, en el sentido pleno de
lo que el término significa, es aun grande. Sólo cuando se tome conciencia de que es un
legado único sobre el que a todos nos caben obligaciones y derechos, podremos saber
no sólo dónde estamos, sino mucho más acerca de quienes somos. Algo que únicamente
será posible cuando, recorriendo este espacio, podamos reconocer en él lo que fue.
Grupo de ex votos de plata recuperados en las obras de remodelación; el de la derecha fue entregado por
el Gral. Videla por el hundimiento del Criucero General Belgrano como indica una nota al dorso.
~ 36 ~
III
LA COCINA DEL CONVENTO VISTA POR LA ARQUEOLOGIA
Mario Silveira
En este trabajo sólo nos referiremos a los hallazgos de restos óseos durante la
excavación hecha en un pasillo del convento que ubicó un gran pozo. Los documentos
consultados permitieron identificar la abertura como uno de los "lugares comunes" del
convento, o sea una de las letrinas del mismo. De acuerdo con los testimonios
consultados corresponden a la segunda mitad del siglo XVIII.
Se hallaron en él 2.659 fragmentos óseos, de éstos hemos asignado nivel
taxonómico a 1.935 restos (identificación concreta), lo que hace un 73.6 % de
reconocimientos. Los 694 fragmentos de huesos restantes son imposibles de asignar por
tratarse en su gran mayoría de trozos muy pequeños o poco significativos para
identificarlos. El detalle es el siguiente:
GENERO Y ESPECIE
NOMBRE COMUN
NISP
MNI
Bos taurus
Vacuno
79
9
Ovis aries
Oveja / cordero
98
5
Sus scrofa
Porcino
2
1
Gallus gallus
Gallina/pollo
154
18
Melagris gallopavo
Pavo
9
1
Anas sp.
Patos
9
3
Nothura maculosa
Perdiz chica
9
2
Columba livia
Paloma doméstica
15
2
Canis familiaris
Perro
2
1
Ratus sp.
Rata
13
4
~ 37 ~
FAMILIA
Anatidae
Rheidae
CANTIDAD FRAGMENTOS
Patos/gansos
7
Ñandú
6 cáscaras huevo
CLASE
CANTIDAD FRAGMENTOS
Ave
Aves en general
142
Pez
Peces en general
156
Mammalia indet. Mamíferos en general
1.240
NISP: Huesos pertenecientes a un mismo animal
MNI: Número mínimo de un animal según el NISP registrado
Se encontraron seis cáscaras de huevos de Rheidae (ñandú?) y hay también dos
cáscaras de huevos que pueden ser de Gallus gallus o de Anatidae. Además hay cuatro
fragmentos de valvas oceánicas. Hay que anotar que se halló un carozo de durazno. Sin
duda que lo más llamativo es el alto consumo de Gallus gallus, el mayor que he
registrado al presente en la ciudad de Buenos Aires. Nuestra hipótesis es que en los
terrenos que poseía el Monasterio había un gallinero que proveía de esta ave doméstica,
es decir de gallinas y pollos. La presencia de 18 ejemplares de ellos permitió además
realizar un estudio sobre Gallus gallus en tiempos coloniales. En primer lugar,
preveíamos que para la época la raza de este plumífero correspondía a la introducida por
los españoles, es decir un animal más pequeño que la de razas actuales (Rhode island o
Leghorn por ejemplo), que aún perdura y es la llamada "criolla", un animal más
pequeño a la de las razas de los que hoy mantienen gallineros caseros, por cierto escasos
en el presente, pero abundantes en los suburbios de Buenos Aires hasta no hace mucho
tiempo. En la iconografía de Prilidiano Pueyrredón a mediados del siglo XIX, tenemos
buena representación de la raza “criolla”. Además, entre el material que rescatamos hay
clara evidencia de una raza más pequeña aún. Presumo que se trataba de las llamadas
gallinas pigmeas, que incluso aún hoy se ven en los gallineros rurales. Para ello centré
la observación en los fémures pues es un hueso que permite observar por su tamaño y
crestas de inserción de tendones y músculos, si es un animal grande o chico y si es
adulto. La presencia de la raza pigmea refuerza la hipótesis de existencia de un
gallinero, pues nadie compra un animal pequeño teniendo opción por otro mayor, y era
costumbre tenerlas en los gallineros en calidad de animal mascota, no necesariamente
de consumo como los memoriosos recuerdan.
~ 38 ~
La presencia de pato y pavo es discreta y posiblemente también formaban parte
del gallinero. En cuanto a Nothura maculosa el consumo fue moderado, pero esta ave de
caza debió ser comprada en el mercado donde no era barata si comparamos con la carne
vacuna. La existencia de palomas, es decir Columba livia, es interesante. Nunca
habíamos observado tal presencia en la ciudad de Buenos Aires. Nuestra hipótesis es
que junto con el gallinero pudo haber un palomar, probablemente en la vecina ranchería
(manzana del convento que abarcaba lo que hoy es un shopping, en las actuales calles
de Florida, San Martín, Viamonte y Córdoba) Tal consumo era habitual en la dieta
colonial y post colonia inmediata. Hay testimonios como: “las perdices y palomas se
venden a un real y medio la yunta; el precio de los gansos es barato: tres reales cada
uno " (1). “Pero los pichones eran famosos /eran de paloma/, lo mismo que los patos y
los gansos y los cordero y los quesillos y la leche y la manteca que tío Valentín
también despachaba” (2). Obviamente Canis familiaris no era de consumo, sino de un
animal que fue incorporado al basurero.
La cantidad de peces si bien es alta, comparativamente con otro pozo de basura
perteneciente a una comunidad católica –los Dominicos- es decididamente menor (3).
Esto refuerza nuestra hipótesis respecto a que la letrina fue utilizada como basurero
secundario, dado que la expectativa era de mayor cantidad de restos de peces.
Los de restos asignados a Mammalia (los que predominan en el conjunto), dan
un total de 1.240 fragmentos, los cuales en un
90.1 %,
están conformados por
fragmentos de costillas, vértebras y diáfisis. Esta fragmentación probablemente fue de
cocina, lo que imposibilitó su clasificación a un nivel taxonómico más preciso, en
particular las costillas y vértebras, de baja resolución También estos fragmentos en su
mayoría corresponden a animal grande y en menor escala a mediano, esto confirma que
se comía más carne roja vacuna que ovina.
Finalmente, hay que mencionar que hallamos el uso de huesos para la
elaboración de instrumentos óseos. Hay quince probables instrumentos, con claras
evidencias algunos de utilización tanto como punzones –siete-, y como agujas para tejer
–ocho-. Por lo menos en un caso, un punzón muy bien formatizado, que probablemente
fue realizado sobre una tibia tarso de Meleagris gallopavo. El resto del material está en
estudio para un trabajo por separado. También hay un pequeño fragmento de hueso
delgado de unos 4 cm de longitud por 2 cm de ancho que tiene una perforación
bicónica., como si se hubiera utilizado como colgante.
~ 39 ~
Un punto a considerar es la procedencia de los restos ¿Fue la letrina un pozo de
basura luego de su abandono?. Los hechos observados hasta la profundidad alcanzada,
nos dice que se trata básicamente de un basurero "secundario", es decir que el aporte
proviene de la tierra que se traía del huerto para tapar y paliar los olores que se originan
en este tipo de instalación sanitaria. Para apoyar esto está la densidad de hallazgos, si
consideramos que de acuerdo a las dimensiones del pozo excavado (3.60 por 1.40 m), y
que se ha extraído sedimento hasta la profundidad alcanzada de 3.6 metros, tenemos
unos trece metros cúbicos de sedimento, lo que da una densidad de hallazgos de unos
200 fragmentos óseos por metro cúbico. Recordemos que un basurero ad hoc o
primario, puede llegar a tener 1000 o más fragmentos óseos, como ya hemos apreciado
en otros sitios de la ciudad. Tampoco se han observado restos orgánicos adheridos a los
huesos (lípidos), pues cuando hubo manchas de color oscuro, he realizado análisis para
determinar si se trata de restos orgánicos. En sólo cuatro huesos hubo resultado positivo
(prueba con agua oxigenada 20 vols.), sobre un total de 1932 huesos examinados. Sin
embargo, se arrojaron restos directamente en la letrina en algún momento; una prueba
de ellos son los restos de un plato casi completo de una mayólica francesa de mitad del
siglo XVIII, y una vasija grande de unos diez litros de capacidad de cerámica criolla.
De todos modos se trataba de basura generada por comidas diarias que fueron trasladas
del basurero que presumimos en el huerto cercano a la letrina.
Otro punto es a quien del mundo femenino adjudicamos los restos analizados.
Los datos testimoniales, por lo menos los de Torres Briceño, impulsor y benefactor del
convento, nos hablan de cómo se debía conducir la vida monacal futura pues escribió lo
que a continuación trascribimos en 1723, "que todas las monjas hagan vida común y
coman en el Refectorio, salvo las enfermas impedidas o que tengan licencia de la
prelada" (4). Pero una cosa es lo que escribió el mentor del convento y otra lo que
sucedió en realidad. Para ejemplo basta mencionar que ni siquiera se cumplió el
convenio de la cédula real que determinaba la admisión de niñas para ser educadas. En
verdad no tenemos elementos testimoniales que hablen de la comida en el convento, e
incluso como y quienes se sentaban a la mesa, pero dada las jerarquías establecidas
entre monjas de velo negro, blanco, donadas y novicias, nuestra hipótesis es que hubo
mesas distintas, las monjas de velo por un lado, el resto por otros lados.
En suma, hubo diversidad de alimentos, de carnes rojas en primer término con
vacuno y cordero básicamente, con un alto consumo de aves de corral, el mayor que
hemos detectado en Buenos Aires, y algunas de caza, como así también de palomas.
~ 40 ~
Hay también alto consumo de peces, aspecto que es de esperar en una comunidad que
tendría muchos días al año de abstinencia de carnes rojas. En resumen, esta Conducta
corresponde a un grupo de lo que correspondería a la clase media alta de Buenos Aires,
tal como se ha definido para la época (5). Por ello nuestra hipótesis es que eran los
restos de la comida de las monjas de mayor rango.
En cuanto a preparación de comidas hay evidencia de largos hervidos de carne
vacuna, esto por los huesos desoldados, como por ejemplo las cabezas de fémur y las
tapas de vértebras. También hay tapas de vértebras de ovino, lo que también indicaría
que con esta carne también se habrían hecho "pucheros". Un dato del testimonio
histórico, producido en la carta que la priora remite al arzobispo Charcas en el Alto Perú
por la irrupción de las tropas inglesas en el Monasterio en 1807, apoya lo anterior
cuando nos dice "Se dispuso un puchero para alimentarnos esa noche, en particular
para mis dos de mis hijas que por sus enfermedades se hallaban moribundas" (6).
Las cáscaras de huevos sugieren la preparación de comidas más elaboradas, o en
la preparación de pasteles. El carozo de durazno apunta a los postres de las comidas y la
posibilidad de presencia de estos árboles en el huerto, cosa común en época colonial
para el doble propósito del fruto y la leña.
Respecto al instrumental óseo hallado es llamativo la cantidad de ellos, aunque
no es un caso excepcional pues también hemos hallado instrumentos en la excavación
de la Casa Ezcurra, aunque en menor cantidad. En este caso el uso pareció destinado a
bordados y tejidos. Hay datos testimoniales que las monjas realizaban trabajos de esa
índole en el siglo XVIII. Estos dicen "En el año de 1755 las Monjas Catalinas bordaron
el Real Estandarte de la Villa de Luján, con la que ésta se juró, y tuvo la gloria de
flamear en el combate de Perdriel contra los ingleses" (7). Las prácticas de bordado
fueron continuas y se mantuvieron en el tiempo, en particular
vestimentas. En la actualidad han dejado el bordado.
Notas al texto, capítulo III
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Cinco años... 1962, pag. 101
Mansilla 1955, pag. 152
Schávelzon y Silveira 1998
Udaondo 1945, pag. 11
Moreno 1965
Udaondo 1945, pag. 63
Udaondo 1945
~ 41 ~
trabajando en
IV
CONSERVACION Y RESTAURACION DE LOS
MATERIALES HISTORICOS RECUPERADOS
Patricia Frazzi
Dentro del equipo del Programa de Arqueología Urbana de la Dirección General
de Patrimonio está el área de Conservación- Restauración. Cabe destacar la importancia
de la inclusión
de estas tareas ya que cada fragmente rescatado es único y su
información es un eslabón indispensable para la reconstrucción del pasado de nuestra
ciudad. Durante las excavaciones se realizaron tareas de Conservación Preventiva en el
campo. Mientras se ejecutaban las obras de restauración en el edificio se recorrían las
zanjas excavadas por el personal de plomería para rescatar objetos enterrados y se
trabajó puntualmente en el sector que en el siglo XVIII fue la zona de los “lugares
comunes” utilizados por las monjas dominicas.
Las tareas de Conservación Preventiva en el sitio mismo de excavación
consistieron en: minimizar el impacto post-excavatorio que sufren los objetos al ser
retirados de la tierra, el embalaje provisorio, traslado al depósito que nos asignaron
dentro de la obra y transporte hasta el laboratorio.
Un objeto dentro de la tierra no está en el medio para el cual fue hecho, sin
embargo si subsiste a los ataques físicos y químicos, está en un microclima
relativamente estable. Cuando entra en contacto con el aire sufre un fuerte proceso de
transformación debido principalmente a la evaporación de la humedad. Gracias al clima
del mes de junio en la ciudad de Buenos Aires este factor fue simple de controlar, no así
el traslado al depósito provisorio al cual se accedía después de recorrer las galerías del
patio principal, subir dos pisos altos por escaleras y caminar hasta el depósito
Debajo del suelo donde vivieron las religiosas se encontraron huesos de
animales, vidrios, cerámicas, metales y piedras. Según su materia prima los objetos
reaccionan con el medio de diferentes formas. Los de origen inorgánico y no porosos,
~ 42 ~
como por ejemplo el vidrio, absorben menos humedad que los de origen orgánico por
lo tanto el tratamiento a seguir es diferente para cada caso, pero como regla general se
efectúa un secado lento en la sombra evitando los cambios bruscos de temperatura y
humedad. En general se efectuó una limpieza superficial de los fragmentos salvo
pedido específico de los arqueólogos donde se retiró la tierra con mayor profundidad
para un estudio en el campo.
El embalaje provisorio se realizó con material inerte e identificando el sector y
nivel de donde provino el objeto. Esta identificación debe acompañar siempre al objeto
ya que su significado depende del contexto donde fue hallado. Los fragmentos muy
frágiles, de importancia arqueológica especial o que necesitaban un tratamiento
prioritario, fueron identificados para poder ubicarlos rápidamente.
Para retirar el
material del convento hubo que inventariarlo, embalarlo en cajas numeradas y cumplir
con todos los trámites administrativos. Dada la cantidad de gente que ingresaba
diariamente a la obra había un estricto control en cuanto a identificación del personal y
medidas de seguridad para las personas y los objetos. El traslado fue supervisado y se
acompañó el material en forma personal.
Luego de desembalar el material se procedió a una limpieza profunda de los
mismos. Según el material y estado de conservación, se realiza por vía seca o húmeda.
Por vía seca se hizo una limpieza mecánica con cepillos de diferentes durezas siempre
teniendo la precaución de no producir marcas ajenas al material rescatado. Por vía
húmeda se utilizó agua corriente y en los casos que fue necesario se utilizó otro solvente
compatible con la suciedad a retirar. Este fue el momento donde los arqueólogos
estudiaron todos los fragmentos y seleccionaron los más significativos a nivel histórico
y estético para su tratamiento.
El criterio que la Dirección General de Patrimonio sigue para las intervenciones
en los bienes rescatados es arqueológico, es decir que prima el significado histórico y la
información que el objeto pueda brindar. Sólo se agregan faltantes en los casos que la
estructura del objeto está debilitada, cuando la lectura del mismo está interrumpida o
por un motivo especial como puede ser exhibición o préstamo. Estos reintegros en los
bienes se realizan con material reversible, es decir que puede ser retirado en caso de ser
necesario. Los adhesivos utilizados también tienen esta característica y son compatibles
con los fragmentos. Esto significa que su estabilidad acompaña el deterioro natural del
material.
~ 43 ~
Los elementos de metal fueron tratados con el método de electrólisis con
potencial controlado. En la foto se puede apreciar un brasero sin tratar a la izquierda y
otro después de la intervención protegido contra la acción del medio ambiente. También
se trataron con este sistema herrajes coloniales de hierro, una tijera de bronce, un
recipiente de cobre y una figura alada con cabeza felina. Hay casos donde este método
no puede ser utilizado como cuando el fragmento no tiene núcleo metálico. Se decidió
no aplicar este procedimiento en una olla que se extrajo de las zanjas del patio central ya
que poseía incrustaciones de vidrio colonial y cerámica hispano-indígena que aportaron
datos valiosos a los arqueólogos.
Los objetos de vidrio fueron lavados y alguno de ellos adheridos. Se encontraron
varias botellas de soda de origen húngaro formando un cantero en una de las zanjas, las
cuales fueron tratadas para su conservación. Dentro del material cerámico se trataron
objetos de cerámica de baja cocción, loza, gres y porcelana. Se separaron los fragmentos
de acuerdo a su materia prima, decoración, color y forma. De esta forma se arma como
una especie de rompecabezas donde nuestro pasado se va armando y construyendo. Se
realizó el reintegro de un plato de mayólica francesa de especial valor por la escasa
aparición de esta tipología en la arqueología urbana. Se unieron 16 fragmentos de un
jarrón estilo Art Nouveau policromado y se realizaron los reintegros indispensables para
~ 44 ~
consolidar su estructura. La integración cromática se efectuó con una aproximación al
color original tratando de establecer una lectura armónica pero percatando a simple vista
el material agregado. Otro objeto para destacar por su decoración fue un vaso con asa de
loza inglesa Pearlware con motivos de caras dibujadas en color azul sobre fondo blanco.
En uno de los primeros días de trabajo se hallaron en una zanja 45 fragmentos de
cerámica pintada con pintura verde al agua. Nada hacía pensar que en ellos se
albergaban potencialmente una vasija hispano-indígena que fue ensamblada y
consolidada después de varios días de tratamiento.
Los huesos que estaban en buen estado de conservación fueron lavados sin
sumergirlos en el agua y secados lentamente. Los demás se limpiaron en seco. El
embalaje se realizó después del estudio, restauración y siglado de los objetos. Se
utilizaron cajas rígidas y los materiales fueron protegidos y aislados del medio
ambiente. Cada paso en las intervenciones fue documentado en fichas técnicas
detallando métodos de trabajo, sus alcances, materiales utilizados, dibujos y fotografías.
Las tareas se realizaron teniendo como base el Código de Etica y Normas para el
Ejercicio Profesional del American Institute for Conservation of Historical and Artistic
Works de 1994.
Cada objeto es único y cada acción debe ser estudiada con fundamentos teóricos
y prácticos pero sin preconceptos trabajando y consultando con las distintas
interdisciplinas. Todas las etapas del trabajo son importantes. Si algunos de los pasos
falla se rompe la cadena de protección de los objetos.
La Conservación de los objetos rescatados de la excavación arqueológica del
Convento de Santa Catalina es una tarea permanente y así lo entendió la Dirección
General de Patrimonio poniendo de manifiesto con hechos la reconstrucción de la
memoria de la ciudad de Buenos Aires.
~ 45 ~
~ 46 ~
V
PUESTA EN VALOR DE LA INSTALACIÓN SANITARIA
Patricia Riádigos y Guillermo R. Paez
Este proyecto surgió a partir de un hallazgo casual, ya que durante las obras de
zanjeo llevadas a cabo a efectos de canalizar las nuevas instalaciones eléctricas y
sanitarias, se hundió parte del piso de uno de los corredores de la planta baja. En una
primera instancia se optó por ampliar esta abertura por los arqueólogos a efectos de
poder acceder al pozo e intentar comprender de que se trataba el nuevo descubrimiento;
de esta forma quedó a la vista una estructura rectangular construida en ladrillos, de
aproximadamente 1.50 m de ancho por 4.50 m de largo y los restos de un arco que la
cubría parcialmente.
Esta construcción, apoyada contra el cimiento del muro de una de las celdas, se
encontró llena de tierra casi en su totalidad, quedando libres solamente menos de un
metro de su altura, lo que nos permitió determinar en una primera aproximación que se
trataba de una construcción de antigua data debido a sus características constructivas. A
partir de ese momento se evaluó la posibilidad de llevar a cabo una investigación
arqueológica de este sector, se tomó la decisión de levantar el piso de ese tramo de la
circulación, ya que no se trataba de un solado original porque había sido cambiado en
las obras de restauración realizada hacia 1970..
Se trabajó en la excavación tanto del interior como de los sectores contiguos,
obteniendo como resultado una interesante variedad de objetos contemporáneos con la
construcción del convento, en especial en el relleno del interior de la estructura mientras
que en el exterior el material hallado fue muy escaso.
En esta etapa de la investigación se realizaron en forma paralela con el avance de
los trabajos arqueológicos, el relevamiento de documentos históricos y bibliográficos,
que nos permitieron manejar la información necesaria para poder determinar que
~ 47 ~
estábamos ante los restos de una instalación sanitaria que fue utilizada en forma
provisoria durante la primera etapa de construcción del convento. Esta estructura en
realidad era la cisterna de un baño que había sido construido en esa ubicación en forma
temporal, dado que las monjas tuvieron que ocupar el edificio antes que finalizara la
obra, faltando el sector donde se ubicarían los baños, por lo tanto se buscó esa solución
temporaria hasta que se construyeran los sanitarios definitivos. Una vez que fueron
completadas estas instalaciones, la estructura objeto de nuestro hallazgo quedó anulada
y fue utilizada como pozo de basura, por lo tanto el análisis de los fragmentos
encontrados y su conservación constituyeron otro de los temas de interés para nuestra
investigación.
Los trabajos realizados en el transcurso de la primera etapa de excavaciones
arqueológicas consistieron en liberar parte de un sistema de instalaciones sanitarias con
escasos antecedentes en nuestro país, por lo que la Dirección General de Patrimonio
consideró interesante la posibilidad de hacer un proyecto para su puesta en valor a
efectos de exhibir una parte oculta de la vida cotidiana del Buenos Aires colonial.
La propuesta consistió en excavar el sector ocupado por la cisterna en su
totalidad, o sea vaciar el relleno existente entre los dos muros que conforman el
corredor, con el objetivo de dejar a la vista los cimientos de ambos muros y la estructura
que se adosó a uno de ellos. Con la intención de no alterar la circulación del edificio, se
planteó el armando entre ambas paredes de una estructura metálica muy liviana que
soportara paños de vidrio, a modo de piso, que permitieran transitar sobre ellos
observando por debajo esas antiguas construcciones cubiertas por tierra hasta ese
momento.
~ 48 ~
A partir de esta idea mantuvimos reuniones con las autoridades del convento,
los proyectistas, la Comisión Nacional de Monumentos, los responsables de Casa FOA
y la empresa constructora. La decisión final consistió en dejar expuesta solo la cisterna,
argumentando problemas presupuestarios para realizar trabajos adicionales, a la vez que
se creyó conveniente dejar un sector de la circulación con solado de baldosas, debido a
~ 49 ~
que por tratarse de un edificio destinado a un futuro uso cultural, había que considerar
que no todos los visitantes se animarían a transitar por un piso de vidrio con una
profundidad de casi cuatro metros por debajo.
El criterio propuesto para llevar a cabo los trabajos de conservación tuvo como
premisas fundamentales respetar al máximo la legitimidad de esta estructura existente,
realizar las intervenciones mínimas e indispensables, utilizar un sistema constructivo
para el piso de vidrio que permitiera el acceso tanto para realizar las tareas de
mantenimiento de la instalación eléctrica y limpieza, como para posibilitar la ejecución
de los trabajos necesarios para terminar la investigación arqueológica con una segunda
etapa de excavaciones, además de tener en cuenta el diseño de ventilaciones que
posibiliten la correcta aireación del pozo, manteniendo niveles de humedad adecuados y
evitando condensaciones en los vidrios.
El diseño final de la estructura metálica, que fue armada en el lugar mismo,
estuvo a cargo del estudio de arquitectura responsable del proyecto de intervención para
todo el edificio, mientras que los trabajos de limpieza de los muros interiores, el
proyecto de iluminación de la cisterna y los tratamientos de consolidación, selección y
montaje de los objetos expuestos, fue desarrollado por profesionales especialistas de la
Dirección General de Patrimonio del GCBA y del Centro de Arqueología Urbana de la
UBA.
La toma de decisiones respecto de las intervenciones que se llevaron a cabo y el
análisis de las estrategias para desarrollar los trabajos se basaron en dos aspectos
fundamentales: en primer lugar se consideraron como punto de partida las disposiciones
y recomendaciones internacionales para la protección de edificios de valor patrimonial
que señalan el carácter reversible, no destructivo y coherente con el valor intrínseco del
bien sobre el cual se va a intervenir, lo que deben tener todas las acciones, es decir que
toda actuación debe permitir en cualquier momento dejar al objeto o edificio tal como
estaba antes de la intervención. El segundo aspecto que condicionó nuestra propuesta
fue que este proyecto pasó a formar parte de las obras previstas para todo el convento,
motivo por el cual debió adaptarse a esa realidad, evaluando el estado de conservación
de la estructura y a partir de éste contar con un diagnóstico real de la situación, se
tuvieron en cuenta además las necesidades de diseño acordes con el futuro
funcionamiento del edificio, el tiempo disponible en función de los otros equipos que se
ocuparon de la ambientación del corredor para Casa FOA y el escaso presupuesto
disponible para ejecutar estos trabajos.
~ 50 ~
Una vez concluido el plazo otorgado para realizar las investigaciones
arqueológicas en ese sector, se iniciaron los trabajos de montaje de la estructura
metálica y del piso de vidrio, que como ya fue explicado en párrafos anteriores no
estuvieron a cargo nuestro, dejando uno de los paños sin colocar para posibilitar el
ingreso a efectos de realizar las tareas de limpieza y montaje.
Debido al buen estado de conservación de los ladrillos y de las juntas no fue
necesaria la consolidación de estos elementos, por lo tanto se comenzó directamente con
las operaciones de limpieza. Se trabajó en forma suave, con medios manuales, no
abrasivos, utilizando cepillos de diversos tipos y pinceles, salvo en sectores donde se
encontraron manchas de pintura de la obra actual que debieron ser retiradas con sumo
cuidado con el objeto de lo alterar las superficies tratadas. Antes de colocar los vidrios
se procedió a un primer cepillado de los muros a efectos de retirar los restos del mortero
utilizado para la construcción de los pilares de ladrillo sobre los que se apoyó la
estructura metálica, en este caso se trabajó con cepillos de cerda de plástico blando.
La segunda etapa consistió en la limpieza cada uno de los ladrillos y de sus
juntas mediante cepillos y pinceles para retirar el polvo adherido a las superficies,
cuidando de no dañarlas o producir marcas, luego se retiró el material depositado en el
fondo y se procedió a una limpieza final mediante aspiradora.
Entre las propuestas para la puesta en valor de la cisterna consideramos
sumamente interesante la posibilidad de exponer en su interior algunos de los objetos
que se encontraron en las excavaciones y fueron restaurados. En tal sentido y teniendo
en cuenta las dimensiones de este espacio y su profundidad, se determinó exhibir
aquellos elementos que permitieran su observación a la distancia por ser de un tamaño
importante y no requerir la visualización de sus detalles. Según esta premisa se
seleccionó una docena artefactos (ollas y braseros de hierro) que fueron ubicados
formando grupos distribuidos en el fondo, a excepción de tres de las ollas se colgaron
de las vigas por medio de hilos de nylon, creando un efecto visual escenográfico al
parecer suspendidas en el aire.
En este punto se optó por utilizar la iluminación con el fin de acentuar las
características de dos tipos de elementos completamente dispares. Se decidió entonces
resaltar tanto la estructura formada por los muros y el arco mediante el contraste de
sectores iluminados (salientes) y sectores en sombra (entrantes), de igual manera fue
necesario destacar los objetos exhibidos en el interior que habían sido encontrados en
las excavaciones.
~ 51 ~
Con el fin de obtener los efectos propuestos se optó por trabajar con sistemas
diferenciados, utilizando lámparas y artefactos apropiados para cada caso. De acuerdo
con este criterio las construcciones de ladrillo se iluminaron utilizando artefactos con
lámparas dicroicas de haz abierto, ubicados en el fondo, dirigidas hacia arriba y en
forma rasante contra los muros para lograr un nivel general de iluminación en el
espacio interior y crear el juego de luces y sombras en los bordes. Para iluminar los
objetos se utilizaron artefactos de tipo halospot, con lámparas de haz cerrado, ubicados
en la cara inferior de la estructura metálica, obteniendo así una concentración de luz que
los hiciera resaltar con respecto a su entorno.
El montaje de la instalación se realizó canalizando los cables por las caras
inferiores de las vigas a efectos de ocultarlos, a la vez que los artefactos se dispusieron
de forma tal que cumplieran con los requerimientos lumínicos planteados, prestando
especial atención a las orientaciones con el debido cuidado de no producir efectos de
encandilamiento.
~ 52 ~
BIBLIOGRAFÍA
Arana, María José
1992 La clausura de las mujeres: una lectura teológica de un proceso histórico,
Editorial Mensajero, Bilbao.
Bernáldez Sánchez, E.
2001 “Nuevo enfoque en el estudio de los restos orgánicos conservados en la
paleobasura de los yacimientos arqueológicos”, III Congreso Nacional de
Arqueometría, Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla.
Besio Moreno, Nicolás
1939 Buenos Aires Puerto del Río de la Plata Capital de la Argentina. Estudio crítico
de su población 1536-1936,Talleres Gráficos Teduri, Buenos Aires
Braccio, Graciela
1995 Las Catalinas: un mundo de mujeres. El monasterio de Santa Catalina de Sena
en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XVIII, Tesis de Licenciatura
en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, inédita.
1999 “Para mejor servir a Dios: el oficio de ser monja”, Historia de la Vida Privada en
la Argentina, tomo I, pp. 225-49, Ediciones Taurus, Buenos Aires.
2000 “Una ventana hacia otro mundo. Santa Catalina de Sena: primer convento
femenino de Buenos Aires”, Colonial Latin American Review, Vol. 9 nº 2, pp.
187-212.
Del Carril, Bonifacio
1964 Monumenta Iconogaphica 1536-1860, Editorial Emecé, Buenos Aires.
Fraschina, Alicia
1998 “Los conventos de monjas en el Buenos Aires del siglo XVIII: requisitos para el
ingreso”, 2o. Congreso Argentino de Americanistas, vol. 2, pp. 91-115, Buenos
Aires.
Gómez, Roque
1997 El conjunto de la estancia de Tafí del Valle y la arquitectura jesuita en
Tucumán, Facultad de Arquitectura, Universidad Católica, Salta.
Henry, S.
1998 “Consumers, Commodities, and Choices: A General Model of Consumer
Behavior”, Archaeology Vol. 25, No, 2, pp. 3-14.
Hillson, S.
1999 Manual of Bones and Teeh. Londres.
Landon, D.
1996 “Feeding Colonial Boston: a Zooarchaeological Study”, Historical Archaeology,
vol. 30, nº 1.
~ 53 ~
Johnson, Lyman y Socolow, Susan
1980 “Población y espacio en el Buenos Aires del siglo XVIII”, Desarrollo
Económico, vol. 20, no. 79, pp. 329-49, Buenos Aires.
Lavrin, Asunción
1966 “The Role of the Nunneries in the Economy of New Spain in the Eighteenth
Century”, The Hispanic American Historial Review, vol. 46, no. 4. pp. 371-93.
1993 “Religiosas”, Ciudades y Sociedad en Latinoamérica Colonial, pp. 175-213,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
Ligorio, San Alfonso María de
1933 La verdadera esposa de Jesucristo, Madrid
Maza, Francisco de la
1956 Arquitectura de los coros de monjas en México, Instituto de Investigaciones
Estéticas, UNAM, México.
Millé, Andrés
1955 El monasterio de Santa Catalina de Sena de Buenos Aires, 2 vols, edición del
autor, Buenos Aires.
Moreno, José Luis
1965 “La estructura social y denográfica de la ciudad de Buenos Aires en el año
1778”, Anales de Estudios Históricos, vol. 8, pp. 151-170, Universidad
Nacional del Litoral, Rosario.
Muriel, Josefina
1946 Conventos de monjas en la Nueva España, Ediciones Santiago, México.
Peña, Enrique
1910 Documentos y planos del período edilicio colonial de Buenos Aires, tomo IV,
Municipalidad de la Ciudad, Buenos Aires.
Quesada, Vicente
1863 “Noticias históricas sobre la fundación y edificación del convento de monjas
catalinas en Buenos Aires”, La Revista de Buenos Aires, vol. III, pp. 38-84,
Buenos Aires.
Schávelzon, Daniel
1992 Túneles y construcciones subterráneas, Arqueología Histórica de Buenos Aires
vol. II, Editorial Corregidor, Buenos Aires.
1999 Arqueología de Buenos Aires, Editorial Emecé, Buenos Aires.
Schávelzon, Daniel y Mario Silveira.
1988 Excavaciones en Michelangelo, Arqueología Histórica de Buenos Aires, vol. IV,
Editorial Corregidor, Buenos Aires.
Seró Mantero, Graciela
2000 La casa de María Josefa Ezcurra, una de las viviendas más antiguas de Buenos
Aires, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
~ 54 ~
Silveira, Mario
1999 Zooarqueología de la Casa Ezcurra, manuscrito en el Centro de Arqueología
Urbana, Buenos Aires.
Silveira Mario y Matilde Lanza
1997 “Zooarqueología de un basurero colonial. Convento de Santo Domingo (fin del
siglo XVIII y comienzos del XIX)”, 2do. Congreso Argentino de Americanistas,
tomo 2, pp. 531-552, Buenos Aires.
1998 “Zooarqueología de un sitio histórico de la ciudad de Buenos Aires,
Michelangelo”, Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina,
tomo III, pp. 174-177, Córdoba.
Silveira, Mario y Laura Mari
1999 Zooarqueología de la Casa Ezcurra, Comunicación presentada en el XIII
Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Córdoba.
Silveira, Mario y Mari, Laura
1999 Zooarqueología de Vizcacheras 2 (Partido de Coronel Brandsen, provincia de
Buenos Aires), Comunicación presentada en: Terceras Jornadas Regionales de
Historia y Arqueología,Guamini.
Sobrón, Dalmacio H.
1997 Giovanni Andrea Bianchi, un arquitecto italiano en los albores de la
arquitectura colonial argentina, Corregidor, Buenos Aires.
Soeiro, Susan
1974 “The social and economic role of the convent: Women and Nuns in Colonial
Bahia, 1677-1800”, The Hispanic American Historical Review, vol. 54 no. 2, pp.
209-32.
Udaondo, Enrique
1945 Reseña histórica del Monasterio de Santa Catalina de Sena en Buenos Aires,
Talleres Gráficos San Pablo, Buenos Aires.
~ 55 ~
Descargar