EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS: EX CONVENTO DE SANTA CATALINA DE SENA Dirección General de Patrimonio Subsecretaría de Patrimonio Cultural Secretaría de Cultura Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires 2003 Miembros del equipo de excavación y estudio Responsable de las excavaciones Daniel Schávelzon Restauración de materiales Patricia Frazzi Colaboradores de las excavaciones Guillermo Paez Mario Silveira Andrea Caula Silvia Alvarez Marina Ojero Patricia Riádigos Matilde Montes Claudia Calcedo Luis Eastman Colaboraron en esta publicación Gabriela Braccio Mario Silveira Patricia Riádigos Guillermo Paez Agradecimientos Queremos agradecer al Padre Rafael Braun, director de Santa Catalina, y a los arquitectos Marcelo Magadán, Eduardo Ellis y Felipe Solari a cargo de la restauración del edificio, a las organizadoras de Casa FOA y a Virginia Agote por su colaboración. ~2~ PRÓLOGO Arq. Silvia Fajre Sub-Secretaria de Patrimonio Cultural Secretaría de Cultura Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Pocas son las oportunidades que un gobierno tiene de intervenir dentro de un convento de clausura, como en el caso de Santa Catalina, conservado casi intacto a lo largo de dos siglos y medio. Una oportunidad excepcional en que se aprovechó para apoyar la restauración de este hito de la memoria colectiva de la ciudad, usando todos los recursos que la ciencia y el arte poseen para que este monumento de nuestro pasado retorne a la comunidad en todo su esplendor. Buenos Aires es una ciudad excepcional en su patrimonio, aunque por mucho tiempo descuidado; los trabajos en Santa catalina se enmarcan en una política estable y continuada de rescatar, poner en valor, estudiar e interpretar los mensajes del pasado ciudadano para que puedan ser utilizados por todos los habitantes de esta metrópoli moderna. Rescatar el patrimonio de Buenos Aires es un desafío a la imaginación y a la vez la construcción de un nuevo andamiaje económico para lograr recursos materiales por vías no tradicionales; es por eso que el Gobierno de la Ciudad ha establecido entre sus políticas fundamentales trabajar intensamente en la memoria de los porteños y en su patrimonio histórico y cultural, para uso y disfrute de las generaciones por venir. ~3~ Demolición de los sectores sobre la calle Viamonte, queda la portada como recuerdo. Demolición de la antigua enfermería, queda un sector como testigo. ~4~ La maquinaria limpia el terreno de lo que fue el cementerio y la huerta. ~5~ I SANTA CATALINA: LOS TRABAJOS ARQUEOLOGICOS Daniel Schávelzon La realización de obras de arquitectura en el convento e iglesia de Santa Catalina con el objeto de instalar allí Casa FOA, motivó que la Dirección General de Patrimonio hiciera la supervisión arqueológica. La intención original era que en la medida en que los antiguos pisos iban a ser excavados para el paso de cañerías en los patios y celdas, para cambiar los sectores gastados o para colocar instalaciones de servicios diversos, hubiera arqueólogos y conservadores para preservar lo que se hallara en esas operaciones, que se obtuvieran todos los datos conexos posibles y se preservara un patrimonio histórico de valor que con toda seguridad debía existir en un sitio intocado durante tanto tiempo. No estaba previsto realizar un proyecto de investigación para lo cual no había tiempo ni fondos adecuados, pero la realidad del trabajo llevó a desdoblar las tareas: hacer el control y supervisión de las obras a la vez que se centraban los esfuerzos en la excavación sistemática de un enorme pozo de lo que fue identificado como el sitio de los lugares comunes, forma habitual de llamar a los baños en el siglo XVIII. Esto último se transformó rápidamente en un proyecto acerca de las condiciones de vida las monjas en los inicios de su instalación en el convento. Cabe destacarse que este convento mantuvo su clausura, y su integridad, hasta la década de 1970, en que se vendió gran parte de la manzana, por lo que los demás claustros fueron demolidos para construir nuevos edificios; y luego se produjo una supuesta restauración que significó una fuerte alteración de muros, pisos y el jardín central entre otras sectores. ~6~ Plano del conjunto según el Catastro Beare de 1860-1865. Descubrimiento y excavación de “los lugares comunes” La historia del convento de Santa Catalina ya ha sido narrada por diversos autores y por ellos sabemos que ha sido compleja y llena de peripecias. En lo que a nosotros atañe es importante recordar que este edificio, construido por Juan de Narbona sobre planos de Giovanni Bianchi, también llamado Blanqui, fue iniciado en 1738, habiéndolo ocupado las primeras monjas llegadas desde Córdoba en los finales de 1745. Pero en ese momento sólo ocuparon la iglesia y el primer claustro –el actualmente existente- ya que el segundo estaba en obra y en conflicto. El segundo claustro fue completado y ocupado en 1755. Lo que vamos a describir en las páginas siguientes está cronológicamente determinado por esas fechas, con algunas intervenciones hasta finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Sabemos que Narbona construyó el edificio en dos claustros, en una ampliación del proyecto inicial de Bianchi, el que había sido pensado para un lote de sólo un cuarto de manzana. Esa ampliación fue el centro de graves disputas hasta que se le abonó al ~7~ construtor esas mayores obras. Cuando las monjas ocuparon el primer claustro, en lo más ríspido de las peleas por los dineros adeudados y que llegaron hasta el rey en España; al instalarse se encontraron que las letrinas, o lo que se llamaba con el eufemismo de lugares comunes, quedaban en el otro claustro, es decir en el que el empresario no quería entregar hasta que se le pagara. Esto –la falta de baños- por cierto era un tema grave, muy grave; más aún que deberían existir dos grupos de letrinas –en eso consistía un baño en la época- ya que no era posible que las monjas de velo negro compartieran el sitio con las de velo blanco, con las donadas o, más grave aún, con la servidumbre o las esclavas; los esclavos africanos, recordemos, vivían en una casa ubicada cruzando la calle. Los documentos nos hablan de “dos distintos paraxes para los lugares comunes” (1). Cada sector del edificio reproducía la rígida estructura social que imperaba en el convento, y los baños más aún; los baños debían estar incluso en diferentes sitios, no sólo separados entre sí. En ese momento no hubo otra solución que construir letrinas nuevas en un sitio cualquiera del primer claustro. Y para ello Narbona eligió un lugar que hoy nos podría parecer exótico: una sala atrás del Coro Bajo en el pasillo de salida ubicado al sureste, hacia lo que era la huerta. El porqué se decidió hacerlo allí es imposible de saber a ciencia cierta, pero creo que hay dos razones válidas: el fácil acceso a tierra suelta para tirar diariamente en el interior –única forma de evitar los olores-, y porque así no se inutilizaba una celda u otro espacio. Si bien el convento en sus inicios estaba ocupada por poca gente, sólo tenía la mitad del espacio proyectado y un tercio del que tendría medio siglo más tarde cuando habían viviendo en su interior más de 80 personas; no era cuestión de desaprovechar espacios útiles. Los documentos históricos describen bien el sitio; cuando el arquitecto Antonio Masella describió con toda meticulosidad el edificio en 1753 puso una nota al final del texto que dice: “aunque la contrata dice que en el segundo patio debe haber dos lugares distintos para lugares comunes, está hecho el que falta en el segundo patio tras del Coro Bajo del primer patio, conviene y alivio de las Madres, y así tiene cumplido la contrata” (2). En este caso Masella estaba haciendo un peritaje acerca del cumplimiento del constructor de su contrato original, y destaca que en lugar de los dos baños separados en el segundo patio, había hecho sólo uno porque el otro ya estaba desde hace tiempo detrás del Coro Bajo. Esta descripción nos clarificó acerca de la función de la extraña estructura que habíamos descubierto y excavado; un interesante caso del doble juego entre arqueología y documentos escritos. ~8~ El sitio es ahora un simple pasillo atrás del Coro Bajo, de paso a la ya destruida ala de la Enfermería y el claustro por el otro, es decir la intersección de varios pasos de a vida interna del convento en todas sus épocas. Al iniciarse los estudios no había absolutamente nada que indicara la presencia de esa subestructura, y sólo al hacer trabajos de consolidación en los muros se pudo detectarlo. La construcción bajo el piso ocupa buena parte del espacio citado y está compuesto por tres paredes que, al apoyarse contra un muro preexistente a la construcción de éstas, deja un cuarto de 4,45 por 1,80 metros (medidas internas), quedando un pasillo lateral para circular de un metro de ancho, para pasar hacia la sacristía. Posiblemente ni las letrinas ni el pasillo debían ser lo bastante cómodo para las monjas, pero se resolvió bien la situación. El piso de esta habitación estaba más alto que el resto, posiblemente unos 50 cm, y debajo había una gran arco de 4,50 metros de luz libre paralelo a la pared y separado de ésta 55 cm. Ese espacio sería donde se encontraban los agujeros de las letrinas. El arco descendía, en su intradós, 2,25 metros hasta apoyarse sobre la tierra y luego seguía un enorme pozo que, calculamos, debía medir unos 10 metros de profundidad que aún no se ha completado de excavar. Se trata de la construcción sanitaria más importante encontrada en la ciudad. Si bien desconocemos aún la profundidad, sabemos que Narbona hizo en otra casa, en donde vivieron las monjas al llegar a la ciudad, un pozo de “12 brazas" (aunque era para agua) y en la casa de enfrente del convento, propiedad de las monjas, las letrinas eran “ondas 20 vs.”, lo que es un 50 % más de lo que hemos previsto para ésta. Es interesante constatar que en esa otra casa Narbona había construido las letrinas con arcos (“bóvedas”) bajo tierra, de la misma forma que ésta: “2 secretas divididas con dos asientos cada una largo 6 vs., ancho 2 ½, hondas 20 vs., con dos bóvedas de cal y ladrillo, la del suelo de ¾ de grueso (...) toda revocada y corriente con sus asientos, tabiques y puerta” (3). Se entiende que las “secretas” son las letrinas. ~9~ Plano de excavación de las antiguos baños tal como fue encontrado. Plano reconstructivo de la forma original del sistema de letrinas. ~ 10 ~ Si bien encontramos los cimientos de los muros que delimitaban esta letrina es difícil imaginar hasta dónde llegaban en altura: ¿se cerraban arriba uniéndose a las bóvedas del techo?, ¿o tenían su propio techo más bajo y simple de tal forma ser realmente provisorias sin afectar la estructura original? No podemos responder porque sería necesario levantar todos los revoques, y si estos, que son de la década de 1970 no destruyeron las evidencias en los muros. Otra pregunta es si quedaba efectivamente un paso entre la letrina y la Sacristía, o fue cerrado totalmente; y por último, nos cabe la duda si la actual puerta que conduce hacia lo que fue la Enfermería, en realidad era una ventana en tiempos de a letrina, que luego fue nuevamente abierta como puerta. La excavación que se ha llevado a cabo tenía por objetivo, en primera instancia, dilucidar de qué tipo de estructura se trataba. Si bien se barajaron varias posibilidades iniciales en especial por su relación de cercanía con el Coro Bajo –que fuera la cripta-, o que fuera el resultado de una modificación introducida al proyecto original por los conflictos que hubo con el constructor y por la necesidad de adaptar el proyecto de Bianchi a un terreno más grande (de un claustro a dos); la otra posibilidad era que hubiera sido el pozo de basura, pero la falta de lípidos en el sedimento, de semillas y carozos, lo hacían poco probable. Sólo al llegar abajo del apoyo de la bóveda, cerca de tres metros de profundidad, fue posible entender que era una letrina al comenzar a encontrar los sedimentos típicos de ese tipo de estructuras, producto de la descomposición natural del material orgánico. Esto ratificó la hipótesis que, más tarde, los documentos históricos volvieron a confirmar. Posibles bases de copas o candeleros de cerámica hispano-americana. ~ 11 ~ El interior estaba relleno de tierra y escombro que, en forma de estratos pequeños e interrumpidos, se superponían una y otra vez por metros, era evidente que se había ido arrojando esto lentamente, quizás en baldes, actitud típica para una letrina, de forma de ir evitando los olores. Esta tierra contenía la basura de su época y quizás la que ya tenía en su interior desde antes de trasladarla. De esta forma fueron a parar allí cantidades de fragmentos de cerámicas de uso diario, rotas en el trajín cotidiano, huesos de la comida y escombro de las obras como ser cal, ladrillos, baldosas y azulejos. Entre ellos hay que destacar la presencia de bacines españoles (bacinicas o pelelas) del tipo Azul-Verde sobre Blanco, característico en Buenos Aires entre los finales del siglo XVIII y los inicios del XIX. Por todo esto hemos supuesto que se trataba de los baños y el relleno era de tierra de la huerta incluyendo la basura allí arrojada, es decir lo que en arqueología se denomina como un basurero secundario. Volveremos a esto más adelante. El grueso del material cultural hallado lo componen vasijas cerámicas muy modestas de lo que se denomina Cerámica Criolla, desde tinajones para agua y vino hasta tinajas menores para la mesa, mucha cerámica de tradición indígena entre ellas la Monocromo Rojo proveniente del Litoral y afiliada a lo guaranítico, e incluso cerámicas indígenas esgrafiadas y pintadas muy raras de hallar en Buenos Aires. Hay una única pieza casi completa de mayólica europea y se trata de un hermoso plato francés esmaltado en blanco y pintado en azul característico del inicio del siglo XVIII, una docena de fragmentos de mayólicas españolas de los siglos XVII y XVIII y, extrañamente y por única vez en la ciudad, tres fragmentos de la lujosa vajilla Reflejo Dorado, fabricada en Valencia y cuyo uso se asociaba a la realeza. Más adelante detallamos estos materiales culturales. La demolición de todo esto fue hecha tardíamente, por lo que lo provisorio se volvió habitual. Creemos que lo fue en 1808 para facilitar el paso a la nueva ala; esto se desprende del material arqueológico porque en el estrato superior hay loza y vidrios de esa época junto con una gran cantidad de ladrillos de las paredes derrumbadas, rellenando así lo que quedaba del pozo con aun más de un metro vacío. Al parecer en 1808 y siguiendo la documentación histórica, se construyó el ala este del convento –la enfermería-, cuya unión con el primer claustro se hacía exactamente por el pasillo en el que estaban colocados estos baños. En ese momento era imposible que estos siguieran existiendo por lo que no sólo se demolió todo, suponiendo que no haya sido hecho esto aun antes, y se destruyó el arco inferior arrojando el ~ 12 ~ escombro en el interior; para esa época ya había quedado fuera de uso mucho antes. Luego es posible que se hayan colocado vigas de madera cruzando el gran hueco, tras empotrarlas en la pared con agujeros burdos que aún son visibles, y se hizo el piso manteniendo el nivel original, aunque con un escalón hacia la nueva construcción. Se abrió la puerta hacia allí en ese momento o era preexistente, es ahora imposible de saber. En ese momento se modificó también el paso por el costado del Coro hacia la Sacristía, haciendo una puerta al este, cambiando las bóvedas y otros arreglos menores que afectaron todo este sector del edificio. Los documentos indican, por si la visualización directa no fuera suficiente, las diferentes técnicas constructivas entre el ala de la enfermería y el resto del edificio más antiguo, uno de revoque de cal y bóvedas y el nuevo “de embostado con paramento blanqueado”; es de lamentar que en la restauración para Casa FOA estas diferencias desaparecieron. Cabe preguntarnos si esta estructura de letrina es habitual; realmente es difícil responder ya que a la fecha es poco lo que sabemos en el país, porque se trata del siglo XVIII inicial y de un convento y no de casas privadas que es sobre lo que tenemos más información. Hasta ahora conocemos bien los lugares comunes del convento de Alta Gracia, Córdoba y del edificio de la Compañía de Jesús en Tucumán. Del primero podemos decir que es un sistema diferente, muy sofisticado y resuelto en dos pisos mediante una pared doble que servía para que los deshechos cayeran en una acequia que lavaba el lugar; del segundo sabemos que estaban al nivel del piso y los deshechos quedaban en una estructura bajo tierra de poca profundidad (1,50 metros), a la que se accedía por una escalera, la que debía ser vaciada a mano en forma habitual (4). En Buenos Aires también se excavó una estructura poco clara soportada por una bóveda en Casa Ezcurra, Alsina 455, y que fechamos para 1801 (5), y otra casi idéntica aunque de menor tamaño en Defensa 751, y fue fechada en forma similar a la de Santa Catalina para el siglo XVIII medio (6). Observaciones sobre el proceso de ocupación inicial del lugar El trabajo de supervisión de la excavación de zanjas en diferentes zonas del conjunto arrojó, como vimos, información sobre la historia del convento y su uso cotidiano. Aunque hay que decir que sólo se trató de una operación de rescate de lo que se iba hallando a medida que se excavaba, la extensión de estas zanjas (cerca de 250 ~ 13 ~ metros), su gran profundidad (hasta dos y medio metros en algunos casos) y la riqueza del terreno, dieron información significativa par entender cómo se inició la ocupación del sitio y las técnicas construtivas implementadas por Narboma para una obra de esas dimensiones. El perfil estratigráfico básico, repetido en casi todo el terreno interno del edificio y su claustro, se encuadra en una secuencia de eventos que cubren entre 75 y 120 cm de profundidad hasta llegar a la tosca, tierra natural intocada de gran contenido de arcilla y previa a toda ocupación humana del terreno. Sobre la tosca original se encuentra en gran parte del sitio una gruesa capa de tierra negra, el antiguo humus, que presenta restos de ocupación como ser algunos huesos animales, cerámicas y mucho escombro; pero generalmente está limpia, lo que corresponde bien a la documentación histórica que nos indica que el sitio casi no estaba ocupado. La única referencia que hemos hallado referida a construcciones en esta manzana previas a las obras, es una que cita la presencia de “una casita” en el sitio exacto donde luego se construyó la iglesia (7). Sobre esta capa el constructor colocó una delgada capa de polvo de ladrillo, de unos 2 cm de espesor, que pudo contener fragmentos reducidos compactados. Esto, que en los perfiles parece un piso antiguo es una técnica constructiva muy hábil para emparejar el suelo, afirmarlo y posiblemente aislar la humedad. Sobre esta capa se colocó otra de unos 30 cm de espesor de tosca usada como relleno, la que al estar revuelta no es firme como en su estado original. Por lo general es limpia de restos culturales y se debe haber colocada en una gran operación de nivelación del terreno, digna de ser tomada en cuenta por el volumen que significó en media manzana. Encima de ésta se colocó una nueva capa de polvo de ladrillo de dos centímetros de espesor y de allí para arriba tenemos los rellenos y evidencias de uso desde el siglo XVIII a la actualidad. Este nivel superior habitualmente está totalmente alterado por las obras de la década de 1970. Este esquema se repite, con variedades, en las celdas, en la galería del claustro y en el patio que limita hacia a calle Córdoba donde estaba el segundo claustro. ~ 14 ~ Vasija de grandes dimensiones posiblemente del siglo XVI, de cerámica de tradición indígena con motivos hispánicos pintados en blanco. En las zanjas excavadas en el terreno ahora vacío, donde sabemos que las construcciones son muy posteriores a las iniciales, el perfil estratigráfico es diferente: no hay los niveles de polvo de ladrillo ni la tosca revuelta superior. Es evidente que Narbona sólo niveló e impermeabilizó las zonas de los dos claustros y no lo que iba a estar destinado a huerta o cementerio. En este caso, al hacerse el bloque que iba hacia la calle Reconquista, posiblemente en 1808, se colocaron dos capas de tierra con escombro para lograr en nivel del terreno deseado, 80 cm arriba del humus original. Una de las expectativas era encontrar el multicitado sótano ya que sabíamos que el edificio “en un corto tramo paralelo a la calle San Martín tiene subsuelo” (8), lo que también habían aseverado Udaondo y otros autores. Al menos el corte de dos de las celdas en ese lado no mostró la existencia de esa construcción, aunque no significa que no la haya en algún sitio. ~ 15 ~ Materiales de los lugares comunes En el interior de este gigantesco pozo se hallaron objetos de la vida doméstica en el sitio los que describiremos por tipo de material, exceptuando los restos óseos que se analizan más adelante por separado. Podemos comenzar con los hechos en vidrio que, como es lógico de suponer para la época, siglo XVIII, son pocos, el 4.52 % de los objetos materiales encontrados, sin contar los de construcción. En anteriores oportunidades hemos mostrado que para la época los contenedores de vidrio eran raros y se cuidaban mucho. Es más, si separamos los 24 fragmentos de vidrios provenientes de los niveles superiores y que son más modernos –siglo XIX- resulta que el vidrio era un material raro en el convento. De los 34 otros objetos de época hay 18 que corresponden a botellas de vino y ginebra, aunque pudieron tener otros usos y reusos y seis fragmentos son de vasos. Lo otro fue de tocador y farmacia, típico del siglo XIX. ¿Reflejan estas proporciones y cantidades las condiciones de vida del convento en el siglo XVIII? Es difícil saberlo, pero esto parece señalar la evidencia material. Las cerámicas muestran en cambio un panorama mucho más interesante, incluso para la ciudad. En primer lugar destacamos que existen dos grandes grupos y que responden a la secuencia de depositación: la superior del relleno y la inferior del uso cotidiano, una más nueva y la otra más antigua. La de arriba está formada por cuatro porcelanas europeas, dos macetas comunes, un gres de tintero inglés y otro fragmento de una botella de ginebra y 26 fragmentos de diversas lozas Whiteware y 26 Creamware. Estas últimas son de difícil ubicación ya que podrían pertenecer a cualquiera de los dos períodos de tiempo y, precisamente, se encuentran en situación estratigráfica confusa por la entrada de los ladrillos del derrumbe del arco. Junto a ellas se encuentran mayólicas de Triana (47 fragmentos) y seis de Alcora, también de difícil atribución a cualquiera de ambas épocas. En los niveles sin duda de ocupación antigua hallamos 1036 fragmentos de los cuales 742 pertenecen a tinajas grandes de producción regional, en su mayoría del tipo usado para el transporte de vino con su forma ahusada y pico estrecho; además hubo 110 mayólicas, 104 cerámicas de tradición u origen europeo y 127 indígenas e hispanoindígenas en especial el Monocromo Rojo. ~ 16 ~ Tres vistas de un candelero de aceite o grasa para tres luces. ~ 17 ~ Las mayólicas, incluyendo las citadas de Triana y Alcora, forman un grupo del 10% del total cerámico, lo que indica que los platos de calidad eran usados por muy pocas personas, más aun si tomamos en cuenta que 25 fragmentos provienen de un mismo plato, francés y casi único en toda la ciudad, y representa el 20 % del total de las mayólicas. Resulta extraño este plato, importado de un país enemigo y que no comerciaba con España, del que sólo se hallaron en la ciudad un par de fragmentos en todas las excavaciones ya hechas. Por otra parte hay 17 fragmentos de bacines de un tipo llamado Azul-Verde sobre Blanco, proveniente de Sevilla, y que eran usados como bacinicas o bacines. El resto son de otra cerámica única, Reflejo Dorado, de enorme lujo y casi de exclusivo uso por la corte española. El resto son los 47 fragmentos de mayólica de Triana, seis de Talavera, seis de Alcora y otras seis provenientes de Portugal. Las cerámicas de tradición europea, no mayólicas, son 17 del tipo Verde sobre Amarillo de Pasta Blanca, 13 botijas para aceite de Sevilla, dos Verde sobre Amarillo de Pasta Roja y otros grupos varios. Este conjunto también es bajo en su proporción comparándolo con el resto de la ciudad. Las botijas sabemos que eran de uso habitual, y para el convento tenemos el dato que Narbona hizo un gasto que incluyó “tres botixas de grassa a 4 ps” (9). Las cerámicas indígenas son relativamente numerosas (cerca del 11 %) y se destacan las cepilladas, habitualmente ubicadas para el siglo XVII, siendo éstas la mayoría (29 fragmentos) y Monocromo Roja hay sólo catorce; de la cerámica que puede interpretarse como Afro hay diez fragmentos que corresponden a un candelero y una vasija. En síntesis hay una fuerte presencia de materiales locales y regionales de muy bajo costo, los que conforman más del 80 % del total. ¿Nos permite decir ésto que la vajilla y la cocina del convento usaba objetos rústicos, simples y baratos?, ¿y que una sola persona tuvo objetos de extrema riqueza, a nivel de un noble europeo?, ¿habían votos de pobreza aplicados a la mesa y cocina, salvo para la Superiora? Preguntas que quedan abiertas hacia futuras respuestas. Se encontraron grandes cantidades de materiales construcción, en especial fragmentos de ladrillos los que formaban parte del sedimento mismo del pozo con diferente grado de fragmentación. Habían además 107 tejas, seis piedras diversas, seis clavos de perfil cuadrado, una chapa de hierro muy alterada e irreconocible y 19 fragmentos de revoques de cal con pintura blanca o con ese color cubierto luego por ~ 18 ~ capas de celeste y de gris. Se hallaron siete azulejos, cinco corresponden a los usados en el Coro Bajo con una decoración en forma de crátera azul y alocuciones a la Virgen María. Millé en su historia del convento indica que esos azulejos fueron colocados en el Coro en una reforma de 1925, y que a su vez hubo otra anterior, en 1881, pero parecería que hay un error de fechas. Hubo otros objetos cotidianos: un botón de nácar, mucho carbón vegetal, mucha mica, un cuero de suela de zapato, un fleje de barril, un herraje de bronce y un tenedor de dientes. Por último cabe destacarse un peculiar objeto metálico cuyo reconocimiento sólo se logró tras un complejo trabajo de restauración por electrólisis: uel mango de una cuchara de plata labrada que presenta un escudo coronado y ramazón, que hemos atribuido provisionalmente a la Orden de los Dominicos en el siglo XVIII. Mango de un cubierto de plata cuya reconstruir parecería indicar el escudo de la Orden de los Mercederaios. Materiales de las zanjas y celdas El tendido de las zanjas en el patio del claustro e incluso dentro de un par de celdas nos permitió hallar, además de evidencias constructivas de los sectores ya destruidos, una enorme cantidad de objetos relacionados con la vida doméstica del convento formando tres tipos de conjuntos: el de lo usado como parte de la decoración ~ 19 ~ del jardín mismo, el de lo extraviado y lo que fue enterrado tanto sea como basura como con otros propósitos. En primer lugar lo utilizado como macetas, maceteros y canteros ha sido de una variedad absolutamente inusitada; todo sirvió para eso. El primer conjunto es de dos grandes tinajas de manufactura aborigen, pintadas de rojo con decoración en blanco, halladas rotas en grandes fragmentos con tierra en su interior; se trata de objetos muy antiguos que quizás formaron parte de la decoración inicial del jardín; forman en sí mismas un hallazgo excepcional en la arqueología de la ciudad. Con los años es evidente que fueron reemplazados por otros maceteros, también de cerámica, que se fueron rompiendo cada vez hasta llegar a las macetas modernas. La variedad de este tipo de recipientes es grande y muestra que era importante este tema para las monjas. Hubo incluso un cantero formado por veintisiete botellas clavadas de punta; la mitad eran de agua mineral, de un tipo que fue muy usado hacia 1900 cuyo nombre era Krondorf (envasada por Julio Kristufer), y la otra mitad de un licor llamado Bitterquelle, envasado por Hunyadi Janos en Saxlehners. Hubo frascos de medicinas y productos farmaceúticos, incluso de tocador y perfumería. Podemos citar el “Pipeerazine Effervescente Midy” y un frasco color marrón que dice “...de los Hermanos Maristas”, varios de productos de “Gibson, Rolón y Cia. Marca de Coemercio, calle Defensa 219-223-225” y de su predecesora “Droguería Rolón, antigua de Torres, Defensa 210 al 215, Buenos Aires”, de la “Farmacia Inglesa Murray, 501 Florida 507, Buenos Aires y “Carlo Erba, Milano, Magnesia Calcinata” entre otros. De lo perdido entre la tierra del jardín hay de todo: desde bolitas de vidrio hasta monedas, cadenitas, caireles y adornos que debieron ir a parar al barro de días de lluvia. De lo enterrado, acción ex profeso de excavar, colocar y luego tapar algo, uno puede preguntarse que sentido tiene que se lo haga en un patio de claustro, más aun cuando tenían toda la huerta a pocos metros para hacerlo. Son difíciles de explicar los motivos pero la verdad es que son cientos los objetos hallados: grandes marmitas de hierro de tres patas que pese al óxido aún están en buen estado y que deben haberse descartado aún en servicio, varios braseros para carbón, fragmentos de platos, vasos, ollas de todo tipo, botellas y frascos de remedios y licores, huesos, azulejos, materiales de construcción, candelabros y una lista casi interminable para citarla completa. Es evidente que la tradición de enterrar objetos, y no sólo la basura, siguió en vigencia en el convento incluso hasta inicios del siglo XX. Una curiosidad, pero que nos llama la atención acerca de las prácticas religiosas en el convento, fue el hallazgo de una escultura de función de hierro, muy pesada, que ~ 20 ~ representa un macho cabrío alado. Posiblemente se trate de una fundición francesas de mitad del siglo XIX o incluso posterior, pero que fue enterrado. ¿Hubo algún tipo de ceremonia ante esta supuesta imagen diabólica?, ¿hubo un exorcismo? Imposible saberlo, más aun porque el hallazgo fue hecho por los obreros sin control arqueológico que permita observar las asociaciones a otros objetos o contextos, pero la realidad es que a un metro de profundidad estaba enterrado y aparentemente sólo. La presencia de estas marmitas y braseros de hierro enteras, halladas de esta forma por primera vez en la ciudad, llama la atención y luego damos una hipótesis de lo posiblemente sucedido. En este caso su utilización está documentada desde los primeros tiempos del convento, donde entre los bienes heredados al fallecer Narbona figuraban “dos ollas de fierro y un tacho” y “una olla de fierro grande, otra chica, un tacho grande de cobre, dos chicos, dos calderas” (10). Las monjas enterraron objetos, al menos tenemos descrito que lo hicieron para evitar el saqueo de los objetos sagrados por los ingleses en la invasión, donde también se salvaron “los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado” (11). Por último, la excavación de estas zanjas nos permitió conocer los antiguos sistemas de desague del edificio en especial los caños que iban al aljibe desde las terrazas y varios cimientos de diversas épocas. Estos correspondían a los edificios demolidos sobre la calle Córdoba, e incluían un largo albañal de ladrillos de más de quince metros de largo que iba hacia un aljibe ahora desaparecido. Respecto a las marmitas y braseros suponemos, aunque en forma totalmente hipotética, que éstas debieron usarse para cocinar dentro de las celdas. ~ 21 ~ Planta baja del convento en 1745; en amarillo lo actualmente existente (cortesía M. Magadán). Plano hacia 1880, planta baja y alta: en amarillo lo que aun se conserva (cortesía M. Magadán). ~ 22 ~ El Aljibe del patio central En el patio del claustro se encuentra un aljibe de mármol de Carrara con su parte superior de hierro forjado. Es un aljibe de inicios del siglo XIX, en perfecto estado de conservación en espera de ser restaurado. Hasta ahora, absurdamente, estaba lleno de tierra y era usado como un macetero. Fue parte del trabajo el vaciar la tierra al menos de su parte superior para que pueda ser observado como lo que era, un aljibe y no un macetero, y liberar de los pisos modernos la cubierta de la bóveda; la intención de excavar en su interior y liberarlo totalmente no fue autorizada. Como todos sabemos los aljibes no son sólo el brocal, es decir el mármol superior que envuelve el agujero por el que se descolgaba un baldo, sino también la gran cisterna inferior donde se juntaba el agua de lluvia. Este posiblemente mida 3,50 metros de diámetro y unos 5 metros de profundidad. Se procedió a limpiar los ladrillos que, en forma circular, formaban el piso original alrededor del él y a la vez indican la dimensión la gran construcción existente bajo el suelo. Las cañerías que llevaban agua desde la terraza habían sido renovadas en los finales del siglo XIX colocándoles caños de cerámica vitrificada de procedencia inglesa. En su conjunto, este aljibe es un hermoso ejemplo de la ingeniería simple pero eficiente para el suministro de agua en tiempos coloniales. Trabajos de limpieza y reconstrucción del techo de la cisterna del aljibe y su estado actual. ~ 23 ~ El tema de los esclavos del convento En la excavación se hallaron algunos objetos diferentes a todo el resto, que reúnen características que se atribuyen a la población afro-porteña esclava. Por supuesto este grupo humano, bastante numeroso en el convento, podía haber usar objetos de todo tipo, sean platos u ollas descartados por ser viejos aunque fueran importados, hasta cerámicas de tradición indígena; pero al menos hay algunos que son muy peculiares y nos llevan a tratar de repensar mejor el tema de esta población en el convento. Queremos destacar un candelero, una pipa y algunos fragmentos de cerámica muy rústica, modelada a simple mano, con formas no habituales para la cerámica europea, indígena o hispano-indígena regional. Sabemos que la Orden tenía esclavos que vivían en un edificio ubicado en la manzana de enfrente, que queda ahora debajo de lo que es Galerías Pacífico. Es posible que, por esa misma razón, la basura generada por ellos quedara fuera del convento y no dentro; además que realmente desconocemos cuales eran las funciones que cumplían en forma cotidiana; de todas formas que un candelero, alguna olla y una pipa pequeña hayan llegado a este pozo de basura sería normal. Recordemos que el fumar en pipa era habitual entre mujeres y hombres afro. Dentro del conjunto existía “una sala o capilla pa. Entterar los esclavos de 15 ½ va. De largo y 5 de ancho” a un lado de la iglesia; entendemos que es lo que ahora se usa como sacristía (12). Ahora, que se entra desde el atrio directamente, tiene el doble de largo. Otro documento la describe así: “En dicha iglesia al lado de la parte sud se halla un salón, o capilla qe. Sirve para enterrar a los esclavos del monasterio, largo 16 vs. Ancho 5. De bóveda” (13). Es de destacar que es la primera vez que encontramos en la ciudad una capilla o sala para enterrar esclavos en suelo consagrado, no como un simple terreno abierto anexo a un cementerio. Recordemos que las monjas eran siempre enterradas en el piso del Coro Bajo. En otro proyecto de Bianchi, la catedral de Córdoba, existe una “capilla de negros” a un lado de la nave de la iglesia, en forma bastante similar a la de Santa Catalina. ~ 24 ~ Bolsa bordada con un motivo religioso africano después de su limpieza y restauración, en el interior hay alfalfa, nótese que tenía menos de dos centímetros, fue hallada con otros ex votos. Respecto a la casa en que vivían tenemos una descripción de 1753; era de propiedad de Narbona y la tasación que hizo Masella es la siguiente: 1. Corredor al oestte, con ocho pilares seis diviciones con puerttas para vivir negros ancho 4 vs ynclussa la pared 1. Sala con 20 vs de largo y 6 ½ de ancho 1. Cozina de 10 vs y 6 ½ de ancho, con un Pasadizo en medio para el segundo patio, ttodo ttexado y bienhecho 1. Sala de 10 vs de largo y 6 de ancho, y un pedazo qe. Hay edificado para empezar una Sala Esta segunda casa ttoda de barro y ladrillo exzepto arcos, ventanas, puerttas y cornizas que son de cal y la cornissa de 5 ladrillos” (14). Esta descripción es muy interesante ya que muestra una casa del siglo XVIII con un área para los esclavos en el frente y no en el patio trasero, es decir que había sido desafectada de su uso habitual para ser solamente habitación de los negros del convento. Lo único que no sabemos es sí, al terminarse la obra, siguió en uso o si fue vendida. Los testimonios escritos dicen que Torres Briceño compró el 8 de abril de 1724, en el Real Asiento de Negros de los ingleses, ocho negros y tres negras, de los cuales seis eran ~ 25 ~ para el monasterio (Udaondo 1945:129). Estos aparecen en el testamento de Torres Briceño pero no les dio destino; quedaron a disposición del albacea quien los fue vendiendo, aunque aún quedaban dos de ellos en 1737, en que trabajaban como albañiles en el convento. El “túnel” bajo las puertas Durante las excavaciones del sector de la letrinas, al ir bajando se observó que, debajo de ambas puertas que delimitaban en sitio había rellenos de tierra negra que mostraban que había espacios entre cimientos. Es decir, si bien ahora estaba todo relleno, al excavarlos quedaron al descubierto espacios de 87 cm de ancho, cubiertos por una bóveda casi plana, que indicaban un posible paso o túnel. Es lamentable que no se autorizara estudiar esto con tiempo suficiente, por lo que sólo se pudo excavara hasta 1,60 metros de profundidad en un único caso; lo observado indica que los cimientos no eran continuos sino que se cortaban al menos bajo estos vanos lo que desde todo punto de vista constructivo es raro y poco eficiente. Todos los cimientos observados durante las obras son continuos. Pero al observar éstos se nota que son contemporáneos a la obra del convento, y las letrinas son posteriores y seguramente se hicieron sin siquiera percatarse de esa situación. En la tierra excavada se halló muy poco material cultural, y todo era de inicios del siglo XIX, es decir posiblemente conexo con la construcción del ala de la enfermería en 1808 o la destrucción de la letrina, que creemos que son eventos simultáneos. El propósito o función de estos supuestos túneles o pasos entre cimientos nos es inexplicable al momento. ~ 26 ~ Pequeña olla de cobre repujado hallada enterrada en el patio; nótese el sistema de recortes golpeados para unir ambas partes. ~ 27 ~ Conclusiones Ahora, una vez completado este estudio, y con los datos de toda la investigación, nos podemos acercar hacia la vida cotidiana en el convento, en ese mundo cuasi hermético en cuyo interior se reproducían los defectos y virtudes del mundo exterior. Y la arqueología histórica nos permite una mirada nueva hacia ese interior. En primer lugar debemos tener en cuenta que las monjas catalinas eran, al menos en sus niveles superiores, de extracción de una clase muy alta de la sociedad, o al menos bastante alta. Las de velo negro daban dotes importantes para ingresar a la Orden, e incluso las de velo blanco eran de menores recursos, pero nunca pobres. Por supuesto había donadas y esclavas y esclavos, pero el convento era el más rico de la ciudad. Desconocemos cual era la relación entre la riqueza de la Orden y el tipo de Votos de Pobreza asumidos realmente, pero podemos comparar lo hallado con el único otro hallazgo arqueológico similar, el del pozo de la cocina de los padres de Santo Domingo (15). Allí observamos que al menos la cocina mostraba mucho pescado, pero una selección de carnes y objetos de vajilla que no variaban del de cualquier casa porteña de finales del siglo XVIII e inicios del XIX. El estudio de lo encontrado en Santa Catalina nos muestra una situación diferente: los objetos de lujo eran muy pocos pero de altísimo valor y rareza y todo lo demás era simple, predominando las cerámicas indígenas e hispano-indígenas de costo casi nulo. Es decir, se usaba una mayoría de vajilla pobre, sencilla, incluso mal vista en casas de la ciudad. Pero la comida es diferente y como se verá el el artículo de Mario Silveira páginas adelante, comían alimentos apetitosos y seleccionados, con mucha pesca y volatería. Pero por otra parte se fabricaban sus propias agujas e instrumentos de costura aprovechando huesos de aves; ¿o eran las esclavas y las donadas pobres quienes lo hacían? En síntesis, creemos que la Orden era rica, muy rica; pero las monjas –a excepción de la Superiora- eran en extremo pobres o al menos vivían de esa forma, aunque comieran mucha carne roja y blanca. Los votos de pobreza lo hacían las monjas, no la Orden. Pero parece que con el tiempo las cosas cambiaron y para el siglo XIX se nota un aumento notable en la riqueza y acceso a bienes de consumo; a partir de mitad de ese siglo se encuentran frascos de remedios e incluso productos de tocador, botellas de vino y licores importados, agua mineral y ginebra. A medida que pasa el tiempo las monjas mejoraron su calidad de vida, quizás olvidando algo las estrictas normas de tiempos ~ 28 ~ anteriores; la sociedad de consumo entró al convento. Quizás incluso hubo problemas, conflictos, y el entierro masivo de ollas y braseros debió ser respuesta a una instrucción para evitar que se cocine en las celdas en lugar de hacerlo en forma común, lo que sucedió en varios conventos de la ciudad. Si esto iba o no junto a continuidades casi medievales, como el posible exorcismo encontrado en el patio, es ahora difícil de saber, pero sin duda la vida intramuros debió ser más movida de lo que en principio podemos imaginar. Notas al texto del capítulo 1 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. Millé 1955, pag. 260 Millé 1955, pag. 262 Millé 1955, pag. 264 Gómez 1997 Seró Mantero 2000 Schávelzon 1992, pag. 105 Peña 1910, vol. IV, pag. 436 Sobrón 1997, pag. 228 Millé 1955, pag. 238 Millé 1955, pag. 270 Udaondo 1945, pag. 58 Millé 1955, vol. II, pag. 261 Millé 1955, vol. II, pag. 268 Millé 1955, vol. II, pag. 265 Schávelzon y Silveira 1998 ~ 29 ~ II LAS MONJAS CATALINAS EN BUENOS AIRES (1745-1810) Gabriela Braccio A través de una puerta que nunca antes existió, ingresamos al monasterio de Santa Calina de Sena. Mi propósito es brindar algunas de las claves imprescindibles para saber dónde estamos, pues no todo suele ser como parece y la realidad no siempre es obvia. Santa Catalina de Sena era un monasterio femenino, lo cual implica que las mujeres que lo habitaban estaban sujetas a clausura, se trataba pues de un espacio cerrado. Quienes aquí vivieron se dedicaron a “hablar con Dios”, insertándose así en un espacio diferente; un espacio entre el cielo y la tierra, que representaba para quienes lo transitaban no sólo un reaseguro para la vida eterna, sino para la vida terrena. A mediados del siglo XVII, en el territorio que actualmente conforma la Argentina, sólo existían dos conventos femeninos, ambos en la ciudad de Córdoba: el de las Catalinas, fundado en 1613, y el de las Teresas, en 1628. Por entonces Buenos Aires no era mucho más que la villa cuadrangular establecida por su fundador, cuya población no superaba los 4000 habitantes. No obstante, en 1653 se manifestó ante el Cabildo la necesidad de fundar un convento de religiosas, alegando que se debía prevenir "de remedio" a muchas señoras nobles y doncellas principales. Allí, se expresaba que doña Inés Romero de Santa Cruz ofrecía, con otras personas, su haber para poder llevar a cabo la fundación, pero la petición no prosperó. En 1715, se reiteró la inquietud, pero esta vez era sostenida por un reconocido hombre de la Iglesia, dispuesto a destinar una importante suma de dinero: don Dionisio de Torres Briceño. Nacido en Buenos Aires, ocupaba por entonces un cargo en el Cabildo Eclesiástico de la iglesia metropolitana de Charcas y buscaba un ascenso en su carrera, para lo cual era imprescindible demostrar prestigio. Por Real Cédula, el 27 de ~ 30 ~ octubre de 1717, se le concedió licencia para fundar el monasterio. Si bien habían transcurrido más de cincuenta años desde la primera solicitud, aún habría que esperar cerca de treinta más para que el monasterio finalmente abriese sus puertas. Con la muerte de Torres Briceño, a comienzos de 1729, se suscitaron una serie de complicaciones con construcción, pérdidas de tiempo y dinero. Parte de los inconvenientes se originaron por la decisión de fundar el convento en el sitio actual -San Martín, entre Viamonte y Córdoba-, en lugar de hacerlo en México y Defensa donde originariamente se había determinado. Este traslado acarreó muchas opiniones encontradas que demoraron más aún la conclusión del monasterio. Además, faltaba definir qué tipo de monjas serían las convocadas para llevar a cabo la empresa. Hubo varias propuestas, pero la elección recayó en las Catalinas de Córdoba, monjas de la Segunda Orden Dominica. Finalmente, en mayo de 1745, arribaron las fundadoras pero, si bien fueron recibidas con gran entusiasmo, debieron ocupar unas casas aledañas al monasterio debido a la humedad existente en él. El traslado definitivo se efectuó en diciembre, en procesión desde la Catedral. Los gastos ocasionados por la construcción de la obra y el traslado de las monjas originaron diversos pleitos, por lo que los inconvenientes no cesaron con la ocupación del edificio, y fue recién a mediados de 1753 que el gobernador dio por formalmente concluido el monasterio. Para entonces, habían profesado treinta y una monjas y cumplía un siglo aquella petición en la cual doña Inés Romero de Santa Cruz había ofrecido su haber para llevar a cabo la construcción de un convento femenino. Si bien la intención de fundar se originó en época demasiado temprana y, por ende, con pocas posibilidades de éxito, la sociedad debió alcanzar cierta madurez para que cobrara eco la figura del fundador. De lo contrario, su intención no podría haber prosperado. Esto no fue producto del mero paso del tiempo sino que parte de esa tarea fue llevada a cabo por quienes promovían la fundación y quienes se verían favorecidos por ella. En 1744, un año antes de la apertura del monasterio, la población urbana superaba los 11.000 habitantes, indudablemente este aumento marcaba el comienzo del crecimiento de la ciudad, crecimiento en el que la prédica a favor del monasterio cobró mayor vigor. Sin lugar a duda, el sector de la sociedad conformado por familias como la de doña Inés Romero de Santa Cruz había crecido y se había afianzado. El crecimiento de la ciudad y el afianzamiento de la élite acrecentaron la necesidad de un monasterio, pues no sólo los "peligros femeninos" a los que aludían las primeras peticiones adquirieron mayor relevancia, sino que además la sociedad buscaba "darse lustre". ~ 31 ~ Hacia mediados del siglo XVIII, el monasterio representaba tanto el "remedio" aludido en la primera solicitud como el "prestigio" buscado por Torres Briceño. Para quienes promovían la fundación, el monasterio era, en primera instancia, un destino seguro donde encauzar a sus mujeres, ya fuese por excedente femenino, por incapacidad de procurarles un matrimonio conveniente o por la necesidad de subsanar defectos, tales como el ser hija natural. En segunda instancia y por haber destinado a sus mujeres allí, era una vía de acceso a diversos beneficios, tanto de carácter material como espiritual. De este modo podían obtener dinero a través de la red crediticia que generaba el monasterio en base a las dotes exigidas y podían también obtener gracias por intermedio de las plegarias que allí se elevaban. La dote, si bien era un requisito de ingreso, también proporcionaba un beneficio que recaía fuera del monasterio. Operaba del mismo modo que el requisito de legitimidad pues, así como la dispensa para el defecto de natales legitimaba la condición de la familia de quien ingresaba, la dote permitía la obtención por parte de aquélla de dinero en préstamo a través de un censo. El capital ingresado en concepto de dote no podía utilizarse para consumo, sino que pasaba a integrar el capital del monasterio, cuya finalidad era ser colocado en censos y los réditos producidos por éstos (5% anual) eran los que se utilizaban para manutención de la comunidad. Jurídicamente el censo es similar a la hipoteca. La mayoría de las escrituras de censo de Santa Catalina fue otorgada a favor de familiares de las monjas. Incluso, a pesar de la prohibición establecida en las Constituciones, muchas de las dotes fueron satisfechas a través de una escritura de censo. Para quienes se favorecían con la fundación de modo directo, el monasterio era, en primer lugar, un espacio al cual acceder por sentirse llamadas para servir a Dios, por carecer de alguno de los requisitos para el matrimonio o por buscar un destino diferente de aquél. En segundo lugar, era un espacio que les permitía acercarse al terreno de lo supramundano, adquiriendo un carácter intercesor, que las diferenciaba del resto y las jerarquizaba. Más allá de los beneficios que podríamos calificar como de orden práctico, tales como el ingreso a una red crediticia o la adquisición de un estado femenino, el monasterio era un centro de culto donde llevar súplicas y pesares, en busca de favores y consuelo. Las monjas representaban el eslabón necesario para establecer contacto con lo divino y la imagen que ofrecían podía proyectarse a la ciudad, en tanto ésta podía verse reflejada en él. ~ 32 ~ Torres Briceño se embarcó en la empresa buscando prestigio. El mismo prestigio que necesitaba toda ciudad que quisiera afianzarse como tal y por ello un reducido grupo de vecinos de una ciudad pequeña, pobre y despoblada, expresó su intención de contar con un convento femenino; esa intención fue elevada gracias al anhelo de Torres Briceño, intención que dejó de ser postergada cuando se convirtió en capital necesario para el afianzamiento de la ciudad. Prueba de ello es que, si bien la fundación demoró en concretarse, cuatro años después de la apertura de Santa Catalina abrió sus puertas el monasterio de Capuchinas, destinado a mujeres de primera calidad, pero pobres. Considerando las exigencias mínimas para ingresar a un convento femenino (limpieza de sangre, legitimidad de nacimiento y, comúnmente, caudal para la dote), es indudable que no podía hacerlo cualquier mujer. Estos requisitos dependían también del tipo de orden a la que perteneciera el monasterio y, desde luego, el carácter con el que se profesara era un factor determinante. Por tanto, dentro de los muros del monasterio se reproducía el modelo social. Las mujeres que integraban esa comunidad lo hacían ocupando diferentes estratos, sin embargo a todas las aunaba el hecho de estar sujetas a clausura. Santa Catalina, al igual que la mayoría de los monasterios, no sólo era habitado por monjas sino también por otras mujeres, pero las exigencias para ingresar no eran las mismas para todas. El monasterio estaba integrado por monjas de velo negro y de velo blanco, por donadas, sirvientas y esclavas. A pesar de que la licencia para fundar determinaba que podían entrar algunas niñas para ser educadas, o algunas mujeres que necesitasen vivir en recogimiento, no había educandas ni recogidas como sí las había en los monasterios cordobeses. Monjas, propia y canónicamente, son aquellas que hicieron votos solemnes. Se las distingue entre las de velo negro o coristas, y las de velo blanco, legas o conversas. Las primeras formaban parte del coro, estando obligadas a cumplir con el Oficio Divino y a asistir a la misa conventual. El carácter con el que profesaron les otorgaba el derecho a integrar el Capítulo, lo que les asignaba voto en las decisiones conventuales. Las segundas no integraban el coro ni los capítulos, esto se debe a que profesaban para realizar tareas de servicio. La diferencia fundamental residía en el monto de la dote, siendo para las primeras de 1500 o 2000 pesos, según la época, y para las últimas de 500 pesos. La legitimidad y la dote formaban parte de los requisitos para profesar, pero una dispensa permitía a algunas mujeres acceder a la más alta jerarquía a pesar de no poder cumplir con dichos requisitos. A través de una dispensa, una mujer con defecto de ~ 33 ~ natales podía profesar con velo negro o una mujer con falta de recursos para satisfacer el total de una dote podía obtener una rebaja de la misma. El velo negro reconocía y asignaba la jerarquía más alta dentro del monasterio. Acceder a él no sólo exigía la posesión de los requisitos necesarios, sino también la vocación o, al menos, la voluntad necesaria para ejercer con eficacia el rol que éste implicaba. El rezo y ritual del Oficio Divino, conformado por diversos salmos y lecturas según las diferentes horas canónicas a lo largo del día y la noche, requería de una fortaleza psicofísica muy grande, además de la capacidad para cumplir con esa exigencia, las monjas de velo negro debían poseer las cualidades necesarias para llevar a cabo el desempeño de cargos de mucha responsabilidad y decisión. Por ello, había mujeres que, aunque reunían los requisitos para profesar con velo negro, desistían de éste adoptando el velo blanco. Esto implicaba descender un escalón en la jerarquía, pero también liberarse de compromisos difíciles de sostener. En tanto otras, con dificultad para cumplir las exigencias requeridas, asumían el esfuerzo económico, físico y espiritual para ascender jerárquicamente adoptando el velo negro. Además de las monjas, encontramos en el monasterio a quienes tomaban “hábito de tercera” o donadas, cuya actividad era servir. Esto permitía a muchas mujeres habitar el monasterio sin contar con los requisitos estipulados para ser monja. Así, el monasterio daba resguardo y protección a viudas sin ingreso y a mujeres pertenecientes a las castas, por lo que éstas veían en él un lugar de refugio o donde poder cumplir, en alguna medida, el deseo de acercarse a Dios. Si bien la función de estas mujeres era servir, las destinatarias de sus servicios eran las monjas, quienes transitaban la esfera de lo supramundano, por lo cual los servicios de las donadas se jerarquizaban. Existían también casos de mujeres que ingresaban sólo como sirvientas y que, antes de morir, accedían al hábito de tercera. En el escalón más bajo se encontraban las esclavas, quienes ingresaban por compra o donación. Todas estas mujeres ocupaban en el monasterio un lugar que, en mayor o menor medida, se correspondía con su posición social. La diferencia reside en el hecho de que ejercían su rol dentro de la esfera de lo religioso, y esta situación les asignaba un carácter de privilegio no sólo frente al mundo sino en lo personal, debido a su proximidad a Dios y al hecho de haber sido elegidas en virtud de que fueron convocadas por "llamamiento divino" y aceptadas "por votación de la comunidad", pues poseían, entre otras cualidades "buenas costumbres, virtud y habilidad". A pesar de las diferencias que existían entre todas estas mujeres, ellas tenían dos atributos en común, uno espiritual y otro material: estaban más cerca de Dios y sujetas a clausura. ~ 34 ~ Así como encontramos mujeres que convivían con miembros de su familia, había otras cuyo ingreso a la vida monástica representaba una excepción en su entorno familiar. En tanto había mujeres que además de satisfacer la dote requerida ingresaban con un importante patrimonio, había otras para quienes reunir la dote representaba un esfuerzo desmedido, logrando en ocasiones sortearlo sólo gracias a algún tipo de estrategia. Mientras algunas mujeres a través de la profesión hacían ostentación de su honor y su prestigio, había otras para quienes sólo la profesión les permitía legitimar su condición. No hay sólo un ejemplo posible pues, sin bien todas las mujeres que profesaban "renunciaban al mundo para mejor servir a Dios", los móviles que las inducían a hacerlo, así como los fines por los cuales lo hacían, no eran los mismos para todas. Pero, sin lugar a dudas, era la condición femenina y las alternativas que ella implicaba lo que, a modo de escenario, generaba la dinámica de la acción. El estado de la mujer daba cuenta de su carácter, esencialmente biológico, y del tipo de sujeción, atributo necesario de su condición. La doncella era virgen y estaba sujeta al control paterno, la casada ejercía su papel reproductor y estaba sujeta al control marital, el estado de viudez habilitaba un nuevo matrimonio o cerraba el ciclo vital femenino, con una cierta libertad ganada por haberse extinguido la posibilidad de la deshonra. A través de la profesión religiosa, la mujer adquiría un estado que implicaba castidad y control eclesiástico, y también un oficio. El estado de monja, al igual que los restantes, colocaba a la mujer en un orden pero, debido al oficio que le permitía ejercer, se trataba de un orden diferente pues implicaba un estadio superior. Ese lugar era reconocido por el resto de la sociedad y, si consideramos que “la identidad social se define y se afirma en la diferencia” tal como escribiera Pierre Bourdieu, el oficio de ser monja permitía adquirir una nueva identidad. Las monjas de Santa Catalina de Sena representaban un mundo de mujeres, un mundo pequeño donde no todas podían o querían habitar. De hecho sabemos que el monasterio sólo podía albergar hasta cuarenta monjas de acuerdo con la Real Cédula que autorizó su fundación. El período colonial (1745-1810) comprende sesenta y cinco años, durante los cuales profesaron noventa y siete mujeres, un número ínfimo si lo comparamos con la población femenina española de la ciudad. Sabemos que en el año 1755, diez después de la apertura del monasterio, se completó el número de monjas y así se mantuvo durante casi todo el resto del período analizado, incluso conocemos casos de mujeres que tuvieron que aguardar durante bastante tiempo una vacante para ingresar al convento. Creemos que la interacción entre la mujer y su entorno se expresaba en muchos ~ 35 ~ casos a través de la profesión religiosa, surgiendo ésta como una alternativa femenina de vida. El monasterio ofrecía a la mujer la posibilidad de llevar una vida diferente de la que "el siglo" le tenía asignada. Esa posibilidad consistía en el ejercicio de un oficio: el de ser monja. Hace tiempo ya que la comunidad de Catalinas dejó este lugar, llevándose consigo la memoria de su pasado. Este espacio quedó, desde entonces, habitado sólo por el eco de unas voces inaudibles para quienes transitaban por las calles aledañas. Abandonado al silencio, que no es sino una forma más del olvido, con la templanza propia de quienes lo habitaron esperó ser rescatado de la desidia. Hoy se hace difícil reconocer aquí aquellas las huellas que los documentos permiten reconstruir. Una historia que es parte de todos los que habitamos la ciudad, que nos define e identifica. Hoy también se hace difícil reconocer este espacio, único vestigio capaz de dar cuenta a los habitantes de la ciudad acerca de las prácticas y las experiencias propias del siglo XVIII, pues Buenos Aires, ya sea por ignorancia, desinterés o un mal entendido afán de progreso, ha sido despojada de la mayor parte de estos testimonios. Haber sido declarado monumento histórico y, ahora, rescatado del silencio, es un gran paso, pero la brecha que lo separa de ser reconocido como patrimonio cultural, en el sentido pleno de lo que el término significa, es aun grande. Sólo cuando se tome conciencia de que es un legado único sobre el que a todos nos caben obligaciones y derechos, podremos saber no sólo dónde estamos, sino mucho más acerca de quienes somos. Algo que únicamente será posible cuando, recorriendo este espacio, podamos reconocer en él lo que fue. Grupo de ex votos de plata recuperados en las obras de remodelación; el de la derecha fue entregado por el Gral. Videla por el hundimiento del Criucero General Belgrano como indica una nota al dorso. ~ 36 ~ III LA COCINA DEL CONVENTO VISTA POR LA ARQUEOLOGIA Mario Silveira En este trabajo sólo nos referiremos a los hallazgos de restos óseos durante la excavación hecha en un pasillo del convento que ubicó un gran pozo. Los documentos consultados permitieron identificar la abertura como uno de los "lugares comunes" del convento, o sea una de las letrinas del mismo. De acuerdo con los testimonios consultados corresponden a la segunda mitad del siglo XVIII. Se hallaron en él 2.659 fragmentos óseos, de éstos hemos asignado nivel taxonómico a 1.935 restos (identificación concreta), lo que hace un 73.6 % de reconocimientos. Los 694 fragmentos de huesos restantes son imposibles de asignar por tratarse en su gran mayoría de trozos muy pequeños o poco significativos para identificarlos. El detalle es el siguiente: GENERO Y ESPECIE NOMBRE COMUN NISP MNI Bos taurus Vacuno 79 9 Ovis aries Oveja / cordero 98 5 Sus scrofa Porcino 2 1 Gallus gallus Gallina/pollo 154 18 Melagris gallopavo Pavo 9 1 Anas sp. Patos 9 3 Nothura maculosa Perdiz chica 9 2 Columba livia Paloma doméstica 15 2 Canis familiaris Perro 2 1 Ratus sp. Rata 13 4 ~ 37 ~ FAMILIA Anatidae Rheidae CANTIDAD FRAGMENTOS Patos/gansos 7 Ñandú 6 cáscaras huevo CLASE CANTIDAD FRAGMENTOS Ave Aves en general 142 Pez Peces en general 156 Mammalia indet. Mamíferos en general 1.240 NISP: Huesos pertenecientes a un mismo animal MNI: Número mínimo de un animal según el NISP registrado Se encontraron seis cáscaras de huevos de Rheidae (ñandú?) y hay también dos cáscaras de huevos que pueden ser de Gallus gallus o de Anatidae. Además hay cuatro fragmentos de valvas oceánicas. Hay que anotar que se halló un carozo de durazno. Sin duda que lo más llamativo es el alto consumo de Gallus gallus, el mayor que he registrado al presente en la ciudad de Buenos Aires. Nuestra hipótesis es que en los terrenos que poseía el Monasterio había un gallinero que proveía de esta ave doméstica, es decir de gallinas y pollos. La presencia de 18 ejemplares de ellos permitió además realizar un estudio sobre Gallus gallus en tiempos coloniales. En primer lugar, preveíamos que para la época la raza de este plumífero correspondía a la introducida por los españoles, es decir un animal más pequeño que la de razas actuales (Rhode island o Leghorn por ejemplo), que aún perdura y es la llamada "criolla", un animal más pequeño a la de las razas de los que hoy mantienen gallineros caseros, por cierto escasos en el presente, pero abundantes en los suburbios de Buenos Aires hasta no hace mucho tiempo. En la iconografía de Prilidiano Pueyrredón a mediados del siglo XIX, tenemos buena representación de la raza “criolla”. Además, entre el material que rescatamos hay clara evidencia de una raza más pequeña aún. Presumo que se trataba de las llamadas gallinas pigmeas, que incluso aún hoy se ven en los gallineros rurales. Para ello centré la observación en los fémures pues es un hueso que permite observar por su tamaño y crestas de inserción de tendones y músculos, si es un animal grande o chico y si es adulto. La presencia de la raza pigmea refuerza la hipótesis de existencia de un gallinero, pues nadie compra un animal pequeño teniendo opción por otro mayor, y era costumbre tenerlas en los gallineros en calidad de animal mascota, no necesariamente de consumo como los memoriosos recuerdan. ~ 38 ~ La presencia de pato y pavo es discreta y posiblemente también formaban parte del gallinero. En cuanto a Nothura maculosa el consumo fue moderado, pero esta ave de caza debió ser comprada en el mercado donde no era barata si comparamos con la carne vacuna. La existencia de palomas, es decir Columba livia, es interesante. Nunca habíamos observado tal presencia en la ciudad de Buenos Aires. Nuestra hipótesis es que junto con el gallinero pudo haber un palomar, probablemente en la vecina ranchería (manzana del convento que abarcaba lo que hoy es un shopping, en las actuales calles de Florida, San Martín, Viamonte y Córdoba) Tal consumo era habitual en la dieta colonial y post colonia inmediata. Hay testimonios como: “las perdices y palomas se venden a un real y medio la yunta; el precio de los gansos es barato: tres reales cada uno " (1). “Pero los pichones eran famosos /eran de paloma/, lo mismo que los patos y los gansos y los cordero y los quesillos y la leche y la manteca que tío Valentín también despachaba” (2). Obviamente Canis familiaris no era de consumo, sino de un animal que fue incorporado al basurero. La cantidad de peces si bien es alta, comparativamente con otro pozo de basura perteneciente a una comunidad católica –los Dominicos- es decididamente menor (3). Esto refuerza nuestra hipótesis respecto a que la letrina fue utilizada como basurero secundario, dado que la expectativa era de mayor cantidad de restos de peces. Los de restos asignados a Mammalia (los que predominan en el conjunto), dan un total de 1.240 fragmentos, los cuales en un 90.1 %, están conformados por fragmentos de costillas, vértebras y diáfisis. Esta fragmentación probablemente fue de cocina, lo que imposibilitó su clasificación a un nivel taxonómico más preciso, en particular las costillas y vértebras, de baja resolución También estos fragmentos en su mayoría corresponden a animal grande y en menor escala a mediano, esto confirma que se comía más carne roja vacuna que ovina. Finalmente, hay que mencionar que hallamos el uso de huesos para la elaboración de instrumentos óseos. Hay quince probables instrumentos, con claras evidencias algunos de utilización tanto como punzones –siete-, y como agujas para tejer –ocho-. Por lo menos en un caso, un punzón muy bien formatizado, que probablemente fue realizado sobre una tibia tarso de Meleagris gallopavo. El resto del material está en estudio para un trabajo por separado. También hay un pequeño fragmento de hueso delgado de unos 4 cm de longitud por 2 cm de ancho que tiene una perforación bicónica., como si se hubiera utilizado como colgante. ~ 39 ~ Un punto a considerar es la procedencia de los restos ¿Fue la letrina un pozo de basura luego de su abandono?. Los hechos observados hasta la profundidad alcanzada, nos dice que se trata básicamente de un basurero "secundario", es decir que el aporte proviene de la tierra que se traía del huerto para tapar y paliar los olores que se originan en este tipo de instalación sanitaria. Para apoyar esto está la densidad de hallazgos, si consideramos que de acuerdo a las dimensiones del pozo excavado (3.60 por 1.40 m), y que se ha extraído sedimento hasta la profundidad alcanzada de 3.6 metros, tenemos unos trece metros cúbicos de sedimento, lo que da una densidad de hallazgos de unos 200 fragmentos óseos por metro cúbico. Recordemos que un basurero ad hoc o primario, puede llegar a tener 1000 o más fragmentos óseos, como ya hemos apreciado en otros sitios de la ciudad. Tampoco se han observado restos orgánicos adheridos a los huesos (lípidos), pues cuando hubo manchas de color oscuro, he realizado análisis para determinar si se trata de restos orgánicos. En sólo cuatro huesos hubo resultado positivo (prueba con agua oxigenada 20 vols.), sobre un total de 1932 huesos examinados. Sin embargo, se arrojaron restos directamente en la letrina en algún momento; una prueba de ellos son los restos de un plato casi completo de una mayólica francesa de mitad del siglo XVIII, y una vasija grande de unos diez litros de capacidad de cerámica criolla. De todos modos se trataba de basura generada por comidas diarias que fueron trasladas del basurero que presumimos en el huerto cercano a la letrina. Otro punto es a quien del mundo femenino adjudicamos los restos analizados. Los datos testimoniales, por lo menos los de Torres Briceño, impulsor y benefactor del convento, nos hablan de cómo se debía conducir la vida monacal futura pues escribió lo que a continuación trascribimos en 1723, "que todas las monjas hagan vida común y coman en el Refectorio, salvo las enfermas impedidas o que tengan licencia de la prelada" (4). Pero una cosa es lo que escribió el mentor del convento y otra lo que sucedió en realidad. Para ejemplo basta mencionar que ni siquiera se cumplió el convenio de la cédula real que determinaba la admisión de niñas para ser educadas. En verdad no tenemos elementos testimoniales que hablen de la comida en el convento, e incluso como y quienes se sentaban a la mesa, pero dada las jerarquías establecidas entre monjas de velo negro, blanco, donadas y novicias, nuestra hipótesis es que hubo mesas distintas, las monjas de velo por un lado, el resto por otros lados. En suma, hubo diversidad de alimentos, de carnes rojas en primer término con vacuno y cordero básicamente, con un alto consumo de aves de corral, el mayor que hemos detectado en Buenos Aires, y algunas de caza, como así también de palomas. ~ 40 ~ Hay también alto consumo de peces, aspecto que es de esperar en una comunidad que tendría muchos días al año de abstinencia de carnes rojas. En resumen, esta Conducta corresponde a un grupo de lo que correspondería a la clase media alta de Buenos Aires, tal como se ha definido para la época (5). Por ello nuestra hipótesis es que eran los restos de la comida de las monjas de mayor rango. En cuanto a preparación de comidas hay evidencia de largos hervidos de carne vacuna, esto por los huesos desoldados, como por ejemplo las cabezas de fémur y las tapas de vértebras. También hay tapas de vértebras de ovino, lo que también indicaría que con esta carne también se habrían hecho "pucheros". Un dato del testimonio histórico, producido en la carta que la priora remite al arzobispo Charcas en el Alto Perú por la irrupción de las tropas inglesas en el Monasterio en 1807, apoya lo anterior cuando nos dice "Se dispuso un puchero para alimentarnos esa noche, en particular para mis dos de mis hijas que por sus enfermedades se hallaban moribundas" (6). Las cáscaras de huevos sugieren la preparación de comidas más elaboradas, o en la preparación de pasteles. El carozo de durazno apunta a los postres de las comidas y la posibilidad de presencia de estos árboles en el huerto, cosa común en época colonial para el doble propósito del fruto y la leña. Respecto al instrumental óseo hallado es llamativo la cantidad de ellos, aunque no es un caso excepcional pues también hemos hallado instrumentos en la excavación de la Casa Ezcurra, aunque en menor cantidad. En este caso el uso pareció destinado a bordados y tejidos. Hay datos testimoniales que las monjas realizaban trabajos de esa índole en el siglo XVIII. Estos dicen "En el año de 1755 las Monjas Catalinas bordaron el Real Estandarte de la Villa de Luján, con la que ésta se juró, y tuvo la gloria de flamear en el combate de Perdriel contra los ingleses" (7). Las prácticas de bordado fueron continuas y se mantuvieron en el tiempo, en particular vestimentas. En la actualidad han dejado el bordado. Notas al texto, capítulo III 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Cinco años... 1962, pag. 101 Mansilla 1955, pag. 152 Schávelzon y Silveira 1998 Udaondo 1945, pag. 11 Moreno 1965 Udaondo 1945, pag. 63 Udaondo 1945 ~ 41 ~ trabajando en IV CONSERVACION Y RESTAURACION DE LOS MATERIALES HISTORICOS RECUPERADOS Patricia Frazzi Dentro del equipo del Programa de Arqueología Urbana de la Dirección General de Patrimonio está el área de Conservación- Restauración. Cabe destacar la importancia de la inclusión de estas tareas ya que cada fragmente rescatado es único y su información es un eslabón indispensable para la reconstrucción del pasado de nuestra ciudad. Durante las excavaciones se realizaron tareas de Conservación Preventiva en el campo. Mientras se ejecutaban las obras de restauración en el edificio se recorrían las zanjas excavadas por el personal de plomería para rescatar objetos enterrados y se trabajó puntualmente en el sector que en el siglo XVIII fue la zona de los “lugares comunes” utilizados por las monjas dominicas. Las tareas de Conservación Preventiva en el sitio mismo de excavación consistieron en: minimizar el impacto post-excavatorio que sufren los objetos al ser retirados de la tierra, el embalaje provisorio, traslado al depósito que nos asignaron dentro de la obra y transporte hasta el laboratorio. Un objeto dentro de la tierra no está en el medio para el cual fue hecho, sin embargo si subsiste a los ataques físicos y químicos, está en un microclima relativamente estable. Cuando entra en contacto con el aire sufre un fuerte proceso de transformación debido principalmente a la evaporación de la humedad. Gracias al clima del mes de junio en la ciudad de Buenos Aires este factor fue simple de controlar, no así el traslado al depósito provisorio al cual se accedía después de recorrer las galerías del patio principal, subir dos pisos altos por escaleras y caminar hasta el depósito Debajo del suelo donde vivieron las religiosas se encontraron huesos de animales, vidrios, cerámicas, metales y piedras. Según su materia prima los objetos reaccionan con el medio de diferentes formas. Los de origen inorgánico y no porosos, ~ 42 ~ como por ejemplo el vidrio, absorben menos humedad que los de origen orgánico por lo tanto el tratamiento a seguir es diferente para cada caso, pero como regla general se efectúa un secado lento en la sombra evitando los cambios bruscos de temperatura y humedad. En general se efectuó una limpieza superficial de los fragmentos salvo pedido específico de los arqueólogos donde se retiró la tierra con mayor profundidad para un estudio en el campo. El embalaje provisorio se realizó con material inerte e identificando el sector y nivel de donde provino el objeto. Esta identificación debe acompañar siempre al objeto ya que su significado depende del contexto donde fue hallado. Los fragmentos muy frágiles, de importancia arqueológica especial o que necesitaban un tratamiento prioritario, fueron identificados para poder ubicarlos rápidamente. Para retirar el material del convento hubo que inventariarlo, embalarlo en cajas numeradas y cumplir con todos los trámites administrativos. Dada la cantidad de gente que ingresaba diariamente a la obra había un estricto control en cuanto a identificación del personal y medidas de seguridad para las personas y los objetos. El traslado fue supervisado y se acompañó el material en forma personal. Luego de desembalar el material se procedió a una limpieza profunda de los mismos. Según el material y estado de conservación, se realiza por vía seca o húmeda. Por vía seca se hizo una limpieza mecánica con cepillos de diferentes durezas siempre teniendo la precaución de no producir marcas ajenas al material rescatado. Por vía húmeda se utilizó agua corriente y en los casos que fue necesario se utilizó otro solvente compatible con la suciedad a retirar. Este fue el momento donde los arqueólogos estudiaron todos los fragmentos y seleccionaron los más significativos a nivel histórico y estético para su tratamiento. El criterio que la Dirección General de Patrimonio sigue para las intervenciones en los bienes rescatados es arqueológico, es decir que prima el significado histórico y la información que el objeto pueda brindar. Sólo se agregan faltantes en los casos que la estructura del objeto está debilitada, cuando la lectura del mismo está interrumpida o por un motivo especial como puede ser exhibición o préstamo. Estos reintegros en los bienes se realizan con material reversible, es decir que puede ser retirado en caso de ser necesario. Los adhesivos utilizados también tienen esta característica y son compatibles con los fragmentos. Esto significa que su estabilidad acompaña el deterioro natural del material. ~ 43 ~ Los elementos de metal fueron tratados con el método de electrólisis con potencial controlado. En la foto se puede apreciar un brasero sin tratar a la izquierda y otro después de la intervención protegido contra la acción del medio ambiente. También se trataron con este sistema herrajes coloniales de hierro, una tijera de bronce, un recipiente de cobre y una figura alada con cabeza felina. Hay casos donde este método no puede ser utilizado como cuando el fragmento no tiene núcleo metálico. Se decidió no aplicar este procedimiento en una olla que se extrajo de las zanjas del patio central ya que poseía incrustaciones de vidrio colonial y cerámica hispano-indígena que aportaron datos valiosos a los arqueólogos. Los objetos de vidrio fueron lavados y alguno de ellos adheridos. Se encontraron varias botellas de soda de origen húngaro formando un cantero en una de las zanjas, las cuales fueron tratadas para su conservación. Dentro del material cerámico se trataron objetos de cerámica de baja cocción, loza, gres y porcelana. Se separaron los fragmentos de acuerdo a su materia prima, decoración, color y forma. De esta forma se arma como una especie de rompecabezas donde nuestro pasado se va armando y construyendo. Se realizó el reintegro de un plato de mayólica francesa de especial valor por la escasa aparición de esta tipología en la arqueología urbana. Se unieron 16 fragmentos de un jarrón estilo Art Nouveau policromado y se realizaron los reintegros indispensables para ~ 44 ~ consolidar su estructura. La integración cromática se efectuó con una aproximación al color original tratando de establecer una lectura armónica pero percatando a simple vista el material agregado. Otro objeto para destacar por su decoración fue un vaso con asa de loza inglesa Pearlware con motivos de caras dibujadas en color azul sobre fondo blanco. En uno de los primeros días de trabajo se hallaron en una zanja 45 fragmentos de cerámica pintada con pintura verde al agua. Nada hacía pensar que en ellos se albergaban potencialmente una vasija hispano-indígena que fue ensamblada y consolidada después de varios días de tratamiento. Los huesos que estaban en buen estado de conservación fueron lavados sin sumergirlos en el agua y secados lentamente. Los demás se limpiaron en seco. El embalaje se realizó después del estudio, restauración y siglado de los objetos. Se utilizaron cajas rígidas y los materiales fueron protegidos y aislados del medio ambiente. Cada paso en las intervenciones fue documentado en fichas técnicas detallando métodos de trabajo, sus alcances, materiales utilizados, dibujos y fotografías. Las tareas se realizaron teniendo como base el Código de Etica y Normas para el Ejercicio Profesional del American Institute for Conservation of Historical and Artistic Works de 1994. Cada objeto es único y cada acción debe ser estudiada con fundamentos teóricos y prácticos pero sin preconceptos trabajando y consultando con las distintas interdisciplinas. Todas las etapas del trabajo son importantes. Si algunos de los pasos falla se rompe la cadena de protección de los objetos. La Conservación de los objetos rescatados de la excavación arqueológica del Convento de Santa Catalina es una tarea permanente y así lo entendió la Dirección General de Patrimonio poniendo de manifiesto con hechos la reconstrucción de la memoria de la ciudad de Buenos Aires. ~ 45 ~ ~ 46 ~ V PUESTA EN VALOR DE LA INSTALACIÓN SANITARIA Patricia Riádigos y Guillermo R. Paez Este proyecto surgió a partir de un hallazgo casual, ya que durante las obras de zanjeo llevadas a cabo a efectos de canalizar las nuevas instalaciones eléctricas y sanitarias, se hundió parte del piso de uno de los corredores de la planta baja. En una primera instancia se optó por ampliar esta abertura por los arqueólogos a efectos de poder acceder al pozo e intentar comprender de que se trataba el nuevo descubrimiento; de esta forma quedó a la vista una estructura rectangular construida en ladrillos, de aproximadamente 1.50 m de ancho por 4.50 m de largo y los restos de un arco que la cubría parcialmente. Esta construcción, apoyada contra el cimiento del muro de una de las celdas, se encontró llena de tierra casi en su totalidad, quedando libres solamente menos de un metro de su altura, lo que nos permitió determinar en una primera aproximación que se trataba de una construcción de antigua data debido a sus características constructivas. A partir de ese momento se evaluó la posibilidad de llevar a cabo una investigación arqueológica de este sector, se tomó la decisión de levantar el piso de ese tramo de la circulación, ya que no se trataba de un solado original porque había sido cambiado en las obras de restauración realizada hacia 1970.. Se trabajó en la excavación tanto del interior como de los sectores contiguos, obteniendo como resultado una interesante variedad de objetos contemporáneos con la construcción del convento, en especial en el relleno del interior de la estructura mientras que en el exterior el material hallado fue muy escaso. En esta etapa de la investigación se realizaron en forma paralela con el avance de los trabajos arqueológicos, el relevamiento de documentos históricos y bibliográficos, que nos permitieron manejar la información necesaria para poder determinar que ~ 47 ~ estábamos ante los restos de una instalación sanitaria que fue utilizada en forma provisoria durante la primera etapa de construcción del convento. Esta estructura en realidad era la cisterna de un baño que había sido construido en esa ubicación en forma temporal, dado que las monjas tuvieron que ocupar el edificio antes que finalizara la obra, faltando el sector donde se ubicarían los baños, por lo tanto se buscó esa solución temporaria hasta que se construyeran los sanitarios definitivos. Una vez que fueron completadas estas instalaciones, la estructura objeto de nuestro hallazgo quedó anulada y fue utilizada como pozo de basura, por lo tanto el análisis de los fragmentos encontrados y su conservación constituyeron otro de los temas de interés para nuestra investigación. Los trabajos realizados en el transcurso de la primera etapa de excavaciones arqueológicas consistieron en liberar parte de un sistema de instalaciones sanitarias con escasos antecedentes en nuestro país, por lo que la Dirección General de Patrimonio consideró interesante la posibilidad de hacer un proyecto para su puesta en valor a efectos de exhibir una parte oculta de la vida cotidiana del Buenos Aires colonial. La propuesta consistió en excavar el sector ocupado por la cisterna en su totalidad, o sea vaciar el relleno existente entre los dos muros que conforman el corredor, con el objetivo de dejar a la vista los cimientos de ambos muros y la estructura que se adosó a uno de ellos. Con la intención de no alterar la circulación del edificio, se planteó el armando entre ambas paredes de una estructura metálica muy liviana que soportara paños de vidrio, a modo de piso, que permitieran transitar sobre ellos observando por debajo esas antiguas construcciones cubiertas por tierra hasta ese momento. ~ 48 ~ A partir de esta idea mantuvimos reuniones con las autoridades del convento, los proyectistas, la Comisión Nacional de Monumentos, los responsables de Casa FOA y la empresa constructora. La decisión final consistió en dejar expuesta solo la cisterna, argumentando problemas presupuestarios para realizar trabajos adicionales, a la vez que se creyó conveniente dejar un sector de la circulación con solado de baldosas, debido a ~ 49 ~ que por tratarse de un edificio destinado a un futuro uso cultural, había que considerar que no todos los visitantes se animarían a transitar por un piso de vidrio con una profundidad de casi cuatro metros por debajo. El criterio propuesto para llevar a cabo los trabajos de conservación tuvo como premisas fundamentales respetar al máximo la legitimidad de esta estructura existente, realizar las intervenciones mínimas e indispensables, utilizar un sistema constructivo para el piso de vidrio que permitiera el acceso tanto para realizar las tareas de mantenimiento de la instalación eléctrica y limpieza, como para posibilitar la ejecución de los trabajos necesarios para terminar la investigación arqueológica con una segunda etapa de excavaciones, además de tener en cuenta el diseño de ventilaciones que posibiliten la correcta aireación del pozo, manteniendo niveles de humedad adecuados y evitando condensaciones en los vidrios. El diseño final de la estructura metálica, que fue armada en el lugar mismo, estuvo a cargo del estudio de arquitectura responsable del proyecto de intervención para todo el edificio, mientras que los trabajos de limpieza de los muros interiores, el proyecto de iluminación de la cisterna y los tratamientos de consolidación, selección y montaje de los objetos expuestos, fue desarrollado por profesionales especialistas de la Dirección General de Patrimonio del GCBA y del Centro de Arqueología Urbana de la UBA. La toma de decisiones respecto de las intervenciones que se llevaron a cabo y el análisis de las estrategias para desarrollar los trabajos se basaron en dos aspectos fundamentales: en primer lugar se consideraron como punto de partida las disposiciones y recomendaciones internacionales para la protección de edificios de valor patrimonial que señalan el carácter reversible, no destructivo y coherente con el valor intrínseco del bien sobre el cual se va a intervenir, lo que deben tener todas las acciones, es decir que toda actuación debe permitir en cualquier momento dejar al objeto o edificio tal como estaba antes de la intervención. El segundo aspecto que condicionó nuestra propuesta fue que este proyecto pasó a formar parte de las obras previstas para todo el convento, motivo por el cual debió adaptarse a esa realidad, evaluando el estado de conservación de la estructura y a partir de éste contar con un diagnóstico real de la situación, se tuvieron en cuenta además las necesidades de diseño acordes con el futuro funcionamiento del edificio, el tiempo disponible en función de los otros equipos que se ocuparon de la ambientación del corredor para Casa FOA y el escaso presupuesto disponible para ejecutar estos trabajos. ~ 50 ~ Una vez concluido el plazo otorgado para realizar las investigaciones arqueológicas en ese sector, se iniciaron los trabajos de montaje de la estructura metálica y del piso de vidrio, que como ya fue explicado en párrafos anteriores no estuvieron a cargo nuestro, dejando uno de los paños sin colocar para posibilitar el ingreso a efectos de realizar las tareas de limpieza y montaje. Debido al buen estado de conservación de los ladrillos y de las juntas no fue necesaria la consolidación de estos elementos, por lo tanto se comenzó directamente con las operaciones de limpieza. Se trabajó en forma suave, con medios manuales, no abrasivos, utilizando cepillos de diversos tipos y pinceles, salvo en sectores donde se encontraron manchas de pintura de la obra actual que debieron ser retiradas con sumo cuidado con el objeto de lo alterar las superficies tratadas. Antes de colocar los vidrios se procedió a un primer cepillado de los muros a efectos de retirar los restos del mortero utilizado para la construcción de los pilares de ladrillo sobre los que se apoyó la estructura metálica, en este caso se trabajó con cepillos de cerda de plástico blando. La segunda etapa consistió en la limpieza cada uno de los ladrillos y de sus juntas mediante cepillos y pinceles para retirar el polvo adherido a las superficies, cuidando de no dañarlas o producir marcas, luego se retiró el material depositado en el fondo y se procedió a una limpieza final mediante aspiradora. Entre las propuestas para la puesta en valor de la cisterna consideramos sumamente interesante la posibilidad de exponer en su interior algunos de los objetos que se encontraron en las excavaciones y fueron restaurados. En tal sentido y teniendo en cuenta las dimensiones de este espacio y su profundidad, se determinó exhibir aquellos elementos que permitieran su observación a la distancia por ser de un tamaño importante y no requerir la visualización de sus detalles. Según esta premisa se seleccionó una docena artefactos (ollas y braseros de hierro) que fueron ubicados formando grupos distribuidos en el fondo, a excepción de tres de las ollas se colgaron de las vigas por medio de hilos de nylon, creando un efecto visual escenográfico al parecer suspendidas en el aire. En este punto se optó por utilizar la iluminación con el fin de acentuar las características de dos tipos de elementos completamente dispares. Se decidió entonces resaltar tanto la estructura formada por los muros y el arco mediante el contraste de sectores iluminados (salientes) y sectores en sombra (entrantes), de igual manera fue necesario destacar los objetos exhibidos en el interior que habían sido encontrados en las excavaciones. ~ 51 ~ Con el fin de obtener los efectos propuestos se optó por trabajar con sistemas diferenciados, utilizando lámparas y artefactos apropiados para cada caso. De acuerdo con este criterio las construcciones de ladrillo se iluminaron utilizando artefactos con lámparas dicroicas de haz abierto, ubicados en el fondo, dirigidas hacia arriba y en forma rasante contra los muros para lograr un nivel general de iluminación en el espacio interior y crear el juego de luces y sombras en los bordes. Para iluminar los objetos se utilizaron artefactos de tipo halospot, con lámparas de haz cerrado, ubicados en la cara inferior de la estructura metálica, obteniendo así una concentración de luz que los hiciera resaltar con respecto a su entorno. El montaje de la instalación se realizó canalizando los cables por las caras inferiores de las vigas a efectos de ocultarlos, a la vez que los artefactos se dispusieron de forma tal que cumplieran con los requerimientos lumínicos planteados, prestando especial atención a las orientaciones con el debido cuidado de no producir efectos de encandilamiento. ~ 52 ~ BIBLIOGRAFÍA Arana, María José 1992 La clausura de las mujeres: una lectura teológica de un proceso histórico, Editorial Mensajero, Bilbao. Bernáldez Sánchez, E. 2001 “Nuevo enfoque en el estudio de los restos orgánicos conservados en la paleobasura de los yacimientos arqueológicos”, III Congreso Nacional de Arqueometría, Secretariado de Publicaciones, Universidad de Sevilla. Besio Moreno, Nicolás 1939 Buenos Aires Puerto del Río de la Plata Capital de la Argentina. Estudio crítico de su población 1536-1936,Talleres Gráficos Teduri, Buenos Aires Braccio, Graciela 1995 Las Catalinas: un mundo de mujeres. El monasterio de Santa Catalina de Sena en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XVIII, Tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, inédita. 1999 “Para mejor servir a Dios: el oficio de ser monja”, Historia de la Vida Privada en la Argentina, tomo I, pp. 225-49, Ediciones Taurus, Buenos Aires. 2000 “Una ventana hacia otro mundo. Santa Catalina de Sena: primer convento femenino de Buenos Aires”, Colonial Latin American Review, Vol. 9 nº 2, pp. 187-212. Del Carril, Bonifacio 1964 Monumenta Iconogaphica 1536-1860, Editorial Emecé, Buenos Aires. Fraschina, Alicia 1998 “Los conventos de monjas en el Buenos Aires del siglo XVIII: requisitos para el ingreso”, 2o. Congreso Argentino de Americanistas, vol. 2, pp. 91-115, Buenos Aires. Gómez, Roque 1997 El conjunto de la estancia de Tafí del Valle y la arquitectura jesuita en Tucumán, Facultad de Arquitectura, Universidad Católica, Salta. Henry, S. 1998 “Consumers, Commodities, and Choices: A General Model of Consumer Behavior”, Archaeology Vol. 25, No, 2, pp. 3-14. Hillson, S. 1999 Manual of Bones and Teeh. Londres. Landon, D. 1996 “Feeding Colonial Boston: a Zooarchaeological Study”, Historical Archaeology, vol. 30, nº 1. ~ 53 ~ Johnson, Lyman y Socolow, Susan 1980 “Población y espacio en el Buenos Aires del siglo XVIII”, Desarrollo Económico, vol. 20, no. 79, pp. 329-49, Buenos Aires. Lavrin, Asunción 1966 “The Role of the Nunneries in the Economy of New Spain in the Eighteenth Century”, The Hispanic American Historial Review, vol. 46, no. 4. pp. 371-93. 1993 “Religiosas”, Ciudades y Sociedad en Latinoamérica Colonial, pp. 175-213, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. Ligorio, San Alfonso María de 1933 La verdadera esposa de Jesucristo, Madrid Maza, Francisco de la 1956 Arquitectura de los coros de monjas en México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México. Millé, Andrés 1955 El monasterio de Santa Catalina de Sena de Buenos Aires, 2 vols, edición del autor, Buenos Aires. Moreno, José Luis 1965 “La estructura social y denográfica de la ciudad de Buenos Aires en el año 1778”, Anales de Estudios Históricos, vol. 8, pp. 151-170, Universidad Nacional del Litoral, Rosario. Muriel, Josefina 1946 Conventos de monjas en la Nueva España, Ediciones Santiago, México. Peña, Enrique 1910 Documentos y planos del período edilicio colonial de Buenos Aires, tomo IV, Municipalidad de la Ciudad, Buenos Aires. Quesada, Vicente 1863 “Noticias históricas sobre la fundación y edificación del convento de monjas catalinas en Buenos Aires”, La Revista de Buenos Aires, vol. III, pp. 38-84, Buenos Aires. Schávelzon, Daniel 1992 Túneles y construcciones subterráneas, Arqueología Histórica de Buenos Aires vol. II, Editorial Corregidor, Buenos Aires. 1999 Arqueología de Buenos Aires, Editorial Emecé, Buenos Aires. Schávelzon, Daniel y Mario Silveira. 1988 Excavaciones en Michelangelo, Arqueología Histórica de Buenos Aires, vol. IV, Editorial Corregidor, Buenos Aires. Seró Mantero, Graciela 2000 La casa de María Josefa Ezcurra, una de las viviendas más antiguas de Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. ~ 54 ~ Silveira, Mario 1999 Zooarqueología de la Casa Ezcurra, manuscrito en el Centro de Arqueología Urbana, Buenos Aires. Silveira Mario y Matilde Lanza 1997 “Zooarqueología de un basurero colonial. Convento de Santo Domingo (fin del siglo XVIII y comienzos del XIX)”, 2do. Congreso Argentino de Americanistas, tomo 2, pp. 531-552, Buenos Aires. 1998 “Zooarqueología de un sitio histórico de la ciudad de Buenos Aires, Michelangelo”, Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina, tomo III, pp. 174-177, Córdoba. Silveira, Mario y Laura Mari 1999 Zooarqueología de la Casa Ezcurra, Comunicación presentada en el XIII Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Córdoba. Silveira, Mario y Mari, Laura 1999 Zooarqueología de Vizcacheras 2 (Partido de Coronel Brandsen, provincia de Buenos Aires), Comunicación presentada en: Terceras Jornadas Regionales de Historia y Arqueología,Guamini. Sobrón, Dalmacio H. 1997 Giovanni Andrea Bianchi, un arquitecto italiano en los albores de la arquitectura colonial argentina, Corregidor, Buenos Aires. Soeiro, Susan 1974 “The social and economic role of the convent: Women and Nuns in Colonial Bahia, 1677-1800”, The Hispanic American Historical Review, vol. 54 no. 2, pp. 209-32. Udaondo, Enrique 1945 Reseña histórica del Monasterio de Santa Catalina de Sena en Buenos Aires, Talleres Gráficos San Pablo, Buenos Aires. ~ 55 ~