Ambigüedad de la palabra "Dios"

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¿QUÉ PODEMOS DECIR DE DIOS?
Lectura 1
AMBIGÜEDAD DE LA PALABRA "DIOS"
Hans Kung
Quien quiera dar un nombre a lo que aquí hemos señalado como fundamento, sostén y meta primordiales,
como primer origen, sentido y valor, no podrá prescindir de la palabra "Dios". "Dios" es sin duda, como explica
Martín Buber en sus conmovedoras reflexiones del "eclipse de Dios", "la palabra más cargada de todas las
palabras humanas". Ninguna otra está tan profanada, manchada, desgarrada: los hombres la han destrozado
con sus disensiones religiosas, por ella han matado y por ella han muerto; ninguna otra palabra es comparable
a ella para designar lo más alto, pero ella ha servido también con harta frecuencia de camuflaje a las peores
impiedades. No obstante, como para el hombre significa tanto -y de ello no se excluyen los ateos, puesto que
no rechazan una cosa cualquiera, sino justamente a Dios-, no se puede renunciar a ella. Quien la evita, merece
consideración: tal palabra nunca podrá quedar limpia del todo. Mas, también es imposible olvidarla por
completo. Lo que sí podrá es ser guardada y -con todas las consecuencias para el hombre- pensada de nuevo
y parafraseada con otras palabras. Es decir: lo que hoy importaría, en vez de no hablar más de Dios o de seguir
hablando de Dios de la misma manera, es aprender cuidadosamente a hablar de Dios de una manera nueva. Si
la teología no fuese un hablar (logos) de Dios, sino que tratara sólo del hombre y de la humanidad solidaria,
tendría que llamarse honradamente -como hace Ludwig Feuerbach- antropología.
Mas también para la fe en Dios en el sentido expuesto es la palabra "Dios" un término ambiguo. En
ninguna parte se ofrece Dios a la fe directa o inmediatamente de forma objetiva y expresa. Dios solamente se
muestra a la fe contra las apariencias del mundo, en el trasfondo de lo objetivo, en la profundidad de los
fenómenos directamente experimentables, y permanece, por tanto, inobjetivo e incomprensible. En todo caso,
nunca se presenta con univocidad perceptible y comprobable: no solamente es fácil que pase inadvertido o sea
discutido, sino que también es susceptible de diversas interpretaciones. Aun cuando la fe es una intuición global
y vivencial, tal intuición admite, al hacerse objeto de reflexión, una extraordinaria diversidad de interpretaciones
conceptuales. Siempre ha tenido el hombre que esforzarse por completar, esclarecer y asegurar por medio de
la reflexión mental su propia experiencia de fe, plena y vital sin duda, pero quizá también superficial y hasta
unilateral no pocas veces. Sólo en la reflexión mental se explicita conceptualmente la experiencia unitaria de la
totalidad, resulta lógicamente inteligible y puede comunicarse con claridad conceptual a los demás. La reflexión
vive de la experiencia. Pero la experiencia necesita de la reflexión, de una reflexión crítica que la ilumine y
afiance.
Toda la filosofía, desde los presocráticos hasta Hegel, así como las subsiguientes antiteologías de
Feuerbach y Marx, de Nietzsche y de Heidegger, giran en torno al problema de Dios, problema que, como W.
Weischedel ha expuesto detalladamente, constituye la cuestión central de la historia de la filosofía. Con ello
hace patente una vez más que bajo el nombre de "Dios" se entiende algo diferente, pero no completamente
diverso, sino afín: "Lo divino inmediatamente presente en el mundo, de los primeros pensadores griegos, no es
lo mismo que el Dios creador de la teología y filosofía cristianas. El Dios último fin de todas las tendencias de la
realidad, como lo concibe Aristóteles, es diferente del Dios garante de la ley moral y de la felicidad, como lo
entiende Kant. El Dios al alcance de la razón, de Tomás de Aquino o de Hegel, es distinto del Dios de Dionisio
Areopagita o Nicolás de Cusa, que escapa hacia lo innominable. El mismo Dios puramente moralista que
Nietzsche combate no coincide con el ser supremo, sustentador de la realidad, como Heidegger entiende al
Dios de la metafísica. Y, no obstante, bajo el nombre de 'Dios' se ha pensado en todo tiempo y lugar algo
análogo: aquello que determina toda la realidad como principio omnioperante y preeminente".
El concepto general de Dios es ambivalente y ambiguo. Toda la historia de la filosofía clama por su
clarificación; pero esa misma historia suscita serias dudas sobre si la filosofía es capaz de lograrlo por sí sola.
Más bien parece pertenecer a la esencia del Dios de los filósofos que su concepto quede en último término
indeterminado.
En este punto, las religiones han pretendido siempre ser algo más que filosofía. La religión, ciertamente,
no nace de una prueba racional de Dios desarrollada con rigor ni, mucho menos, de la discreta reflexión
conceptual. Mas, tampoco surge exclusivamente de los estratos irracionales, psicológicos e inconscientes del
hombre. Se asienta, más bien, como pone de manifiesto la psicología de la religión, en una unidad vivencial del
conocer, el querer y el sentir, entendido todo ello no como adquisición propia, sino como respuesta a un
encuentro con Dios de una u otra índole, como experiencia de Dios. Las más de las religiones remiten a una
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aparición o manifestación del Dios oculto y, por lo mismo, susceptible de interpretaciones varias. Así las cosas,
nuestra reflexión ha de llevarnos ahora a examinar cada una dé las religiones que intentan dar una respuesta
concreta, teórica y práctica, a la cuestión de qué se entiende por Dios y qué se entiende por hombre. Sin
embargo, a la hora de fijar la atención en esas religiones en concreto no podemos ignorar la Ilustración, que
constituye, según Kant, "la salida del hombre de su minoría de edad, de la que él mismo es causante": no nos
está permitido desdeñar los resultados de la confrontación con la crítica de la religión más reciente. Para hablar
de Dios en la actualidad con un mínimo de honradez, hay que tener presente de continuo el horizonte de la
modernidad, único que posibilita a creyentes y no creyentes una purificación y profundización del concepto de
Dios y que aquí vamos a describir resumidamente siguiendo a Heiz Zahrnt.
a) Una concepción actual de Dios presupone la moderna explicación científica del mundo: las
tempestades, las victorias en las batallas, las enfermedades y las curaciones, la dicha y el infortunio de los
hombres, grupos y pueblos ya no se explican por directa intervención de Dios, sino por razones naturales. Que
Dios haya sido separado del mundo conlleva una oportunidad: así se pone de manifiesto lo que Dios no es, que
él no puede identificarse sin más con los acontecimientos naturales e históricos. ¿Entendemos su separación
de las causas segundas como posible premisa para un encuentro con Dios más personal e íntimo?, o ¿hemos
de volver, tras la desdivinización de la naturaleza por la Ilustración, a divinizar lo finito bajo nuevas formas?
b) Una concepción actual de Dios presupone la moderna idea de autoridad: ninguna verdad es aceptada
sin contar con el veredicto de la razón, en virtud de la sola autoridad de la Biblia, la tradición o la Iglesia, sino
tras un examen crítico previo. El hecho de que la fe en Dios haya dejado de ser una imposición meramente
autoritaria, una cuestión tradicional o confesional y una visión del mundo connatural y evidente, conlleva
también una oportunidad: así el hombre, tal como corresponde a su propia dignidad y al honor de Dios, se ve
retado a aceptar personalmente la fe de los padres. ¿Se aprovecha este margen otorgado a la autonomía del
hombre, de modo que hoy los hombres confíen en Dios con todo el corazón como mayores de edad, y no como
esclavos sin voluntad que todo lo dan por cierto aun en contra de su razón?, o ¿se cae quizá nuevamente, tras
la desmitologización de la autoridad por la Ilustración, en manos de otros poderes?
c) Una concepción actual de Dios presupone una crítica ideológica: esto es, poner al descubierto el abuso
social que de la religión hacen el Estado o la Iglesia, denunciar razonadamente los intereses que personas o
grupos persiguen cuando apelan al Señor Dios para fundamentar la asistencia de la gracia divina a grandes o
pequeños señores en tanto que guardianes y garantes del orden establecido, en gran parte injusto. También
esta retirada de Dios de la confusión con los poderes político-sociales conlleva una oportunidad: el hombre
puede, tanto ante los que ostentan el poder político como ante su Dios, andar su camino erguido, sin
reverencias humillantes: como compañero, no como súbdito. ¿Ha entendido así el hombre de hoy el ocaso de
los dioses de la Ilustración, de modo que Dios no es de hecho una creación del hombre surgida de necesidades
egoístas, sino el verdaderamente "otro"?, o ¿intenta una vez más alinear ideológicamente a Dios dentro de un
proceso mundano cualquiera?
d) Una concepción actual de Dios presupone el moderno desplazamiento de conciencia del más allá al
más acá: debido al proceso de secularización, la autonomía de los órdenes del más acá (ciencia, economía,
política, Estado, sociedad, derecho, cultura) no sólo se experimenta de un modo u otro en teoría, sino que
también se realiza en la práctica. Pero la renuncia al simple consuelo con un más allá y la concentración
incesante en el más acá conllevan una oportunidad: la vida, que quizá ha perdido profundidad, ha podido ganar
en densidad. ¿Nos hemos dado cuenta de que así Dios se acerca más al hombre hasta en su propio cuerpo y
le interpela dentro de su profanidad ya en esta vida?, o ¿hemos hecho de la secularización un simple
secularismo y hemos perdido de vista a Dios como aquel que en esta vida nos atañe necesariamente en todo
momento: como el trascendente en inmanencia?
e) Una concepción actual de Dios presupone una moderna orientación al futuro: el hombre de hoy no
dirige tanto su mirada hacia arriba, suspirando, y hacia atrás, historizando, sino en lo posible hacia adelante. La
inclusión consciente de la dimensión de futuro, la configuración y planificación activa del porvenir, conllevan
asimismo una oportunidad: así es posible redescubrir la dimensión de futuro para la predicación cristiana y
tomarla en serio. ¿Se toma en serio a Dios como el que ha de venir, como el verdadero futuro del hombre y del
mundo?, o ¿se llega quizá al olvido total del pasado, a la renuncia, a la rememoración de lo decisivo de la
historia y, consiguientemente, a la desorientación en el presente?
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Así, pues, es preciso ver los peligros del desarrollo de la Edad Moderna, pero también aprovechar con
decisión sus oportunidades. Si se toma en serio la historia de la ilustración de la .humanidad, cualquiera idea
futura de Dios deberá ser vista dentro de este horizonte:
Sin ninguna representación ingenuo-antropológica: Dios como un "ser supremo" que habita "sobre" el
mundo, en sentido literal o espacial.
Excluida toda idea deísta-ilustrada: Dios como un "enfrente" objetivado, cosificado, que vive en un más
allá extramundano (trasmundo), "fuera" del mundo en sentido espiritual o metafísico.
Más bien una comprensión unitaria de la realidad: Dios en este mundo y este mundo en Dios. Dios no sólo
como parte de la realidad, un finito (supremo) junto a otros finitos. Sino el infinito en lo finito, el absoluto en lo
relativo. Dios como la realidad más verdadera de allá y de acá trascendente-inmanente, como la realidad más
real en el corazón de las cosas, en el hombre y en la historia de la humanidad.
Desde este horizonte, y en orden a la consideración de Dios bajo perspectiva cristiana que vendrá
después, queda ya claro lo siguiente: más allá del biblicismo antropomórfico primitivo y más allá de la abstracta
filosofía teológica, sólo en apariencia elevada, la concepción cristiana de Dios deberá reparar en que el "Dios de
los filósofos" y el Dios cristiano no se armonizan tan superficial y cómodamente como pretenden los antiguos y
nuevos apologetas y escolásticos, ni se disocian tan rigurosamente como quieren los filósofos de la Ilustración y
los teólogos biblicistas. La concepción cristiana de Dios, más bien, asume (aufhebt) al "Dios de los filósofos" en
el Dios cristiano, en el mejor sentido hegeliano del término -negative, positive, supereminenter-: negando
críticamente, afirmando positivamente y sobrepujando y superando. De esta manera, el concepto de Dios del
entendimiento humano universal y de la filosofía, de todo punto ambiguo, se tomará en la concepción cristiana
de Dios, categórica e inconfundiblemente, inequívoco.
Todo esto, evidentemente, exige de la teología cristiana tremendos esfuerzos.
(Tomada de Ser cristiano, Madrid, Ed. Cristiandad, 1977).
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