Homenaje del Partido Comunista Ecuatoriano al c. Vladímir Ilich

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Homenaje del Partido
Comunista Ecuatoriano al c.
Vladímir Ilich Uliánov “Lenin”
“Es preciso soñar, pero con la condición
de creer en nuestros sueños. De examinar
con atención la vida real, de confrontar
nuestra observación con nuestros sueños,
y de realizar escrupulosamente nuestra
fantasía”.
A 92 años del fallecimiento de Vladímir Ilich Uliánov “Lenin,
recordamos su avanzado pensamiento y acertado accionar que darían
como resultado la primera revolución proletaria de la historia.
Lo hacemos con una serie de textos de su autoría de dos pensadores
que reflejan la importancia de la teoría y la práctica, tal como él lo
mencionaba "No hay práctica
revolucionaria sin teoría
revolucionaria".
El mejor homenaje a su pensamiento es recobrarlo y convertirlo en
verbo para el quehacer revolucionario.
Esperamos que estos textos sean un aporte a nuestro diario camino
para seguir construyendo nuestros sueños y fantasías.
Comisión Nacional Ideológica
Partido Comunista Ecuatoriano
21/01/2016
Tres fuentes y las
tres partes
integrantes del
marxismo.
V.I. LENIN.
La doctrina de Marx suscita en todo el
mundo civilizado la mayor hostilidad y el
odio de toda la ciencia burguesa (tanto la
oficial como la liberal), que ve en el
marxismo algo así como una "secta
perniciosa". Y no puede esperarse otra
actitud, pues en una sociedad que tiene
como base la lucha de clases no puede
existir una ciencia social "imparcial". De
uno u otro modo, toda la ciencia oficial y
liberal defiende la esclavitud asalariada,
mientras que el marxismo ha declarado
una guerra implacable a esa esclavitud.
Esperar que la ciencia sea imparcial en
una sociedad de esclavitud asalariada,
sería la misma absurda ingenuidad que
esperar imparcialidad por parte de los
fabricantes en lo que se refiere al
problema de si deben aumentarse los
salarios de los obreros disminuyendo los
beneficios del capital.
Pero hay más. La historia de la filosofía y
la historia de la ciencia social muestran
con diáfana claridad que en el marxismo
nada hay que se parezca al "sectarismo",
en el sentido de que sea una doctrina
fanática, petrificada, surgida al margen
de la vía principal que ha seguido el
desarrollo de la civilización mundial. Por
el contrario, lo genial en Marx es,
precisamente, que dio respuesta a los
problemas que el pensamiento de
avanzada de la humanidad había
planteado ya. Su doctrina surgió como la
continuación directa e inmediata de las
doctrinas
de
los más
grandes
representantes de la filosofía, la
economía política y el socialismo.
La doctrina de Marx es omnipotente
porque es verdadera. Es completa y
armónica, y brinda a los hombres una
concepción
integral
del
mundo,
intransigente con toda superstición, con
toda reacción y con toda defensa de la
opresión burguesa. El marxismo es el
heredero legítimo de lo mejor que la
humanidad creó en el siglo XIX: la
filosofía alemana, la economía política
inglesa y el socialismo francés.
Nos detendremos brevemente en estas
tres fuentes del marxismo, que
constituyen, a la vez, sus partes
integrantes.
La filosofía del marxismo es el
materialismo. A lo largo de toda la
historia moderna de Europa, y en
especial en Francia a fines del siglo
XVIII, donde se desarrolló la batalla
decisiva contra toda la escoria medieval,
contra el feudalismo en las instituciones
y en las ideas, el materialismo se mostró
como la única filosofía consecuente, fiel
a todo lo que enseñan las ciencias
naturales, hostil a la superstición, a la
mojigata hipocresía, etc. Por eso, los
enemigos de la democracia empeñaron
todos sus esfuerzos para tratar de
"refutar", minar, difamar el materialismo y
salieron en defensa de las diversas
formas del idealismo filosófico, que se
reduce siempre, de una u otra forma, a la
defensa o al apoyo de la religión.
Marx y Engels defendieron del modo
más enérgico el materialismo filosófico y
explicaron reiteradas veces el profundo
error que significaba toda desviación de
esa base. En las obras de Engels Ludwig
Feuerbach y Anti-Dühring, que -al igual
que el Manifiesto Comunista - son los
libros de cabecera de todo obrero con
conciencia de clase, es donde aparecen
expuestas con mayor claridad y detalle
sus opiniones.
Pero Marx no se detuvo en el
materialismo del siglo XVIII, sino que
desarrolló la filosofía llevándola a un
nivel superior. La enriqueció con los
logros de la filosofía clásica alemana,
en especial con el sistema de Hegel,
el que, a su vez, había conducido al
materialismo de Feuerbach. El
principal de estos logros es la
dialéctica, es decir, la doctrina del
desarrollo en su forma más completa,
profunda y libre de unilateralidad, la
doctrina acerca de lo relativo del
conocimiento humano, que nos da un
reflejo de la materia en perpetuo
desarrollo.
Los
novísimos
descubrimientos de las ciencias
naturales -- el radio, los electrones, la
trasformación de los elementos -- son
una admirable confirmación del
materialismo dialéctico de Marx,
quiéranlo o no las doctrinas de los
filósofos burgueses, y sus "nuevos"
retornos al viejo y decadente
idealismo.
Marx
profundizó
y
desarrolló
totalmente el materialismo filosófico,
e hizo extensivo el conocimiento de la
naturaleza al conocimiento de la
sociedad humana. El materialismo
histórico de Marx es una enorme
conquista del pensamiento científico.
Al caos y la arbitrariedad que imperan
hasta entonces en los puntos de vista
sobre historia y política, sucedió una
teoría científica asombrosamente
completa y armónica, que muestra
cómo, en virtud del desarrollo de las
fuerzas productivas, de un sistema de
vida social surge otro más elevado;
cómo del feudalismo, por ejemplo,
nace el capitalismo.
Así como el conocimiento del hombre
refleja la naturaleza (es decir, la
materia en desarrollo), que existe
independientemente de él, así el
conocimiento social del hombre (es
decir, las diversas concepciones y
doctrinas
filosóficas,
religiosas,
políticas, etc.), refleja el régimen
económico de la sociedad. Las
instituciones
políticas
son
la
superestructura que se alza sobre la
base económica. Así vemos, por
ejemplo, que las diversas formas
políticas de los Estados europeos
modernos sirven para reforzar la
dominación de la burguesía sobre el
proletariado.
La filosofía de Marx es un
materialismo filosófico acabado, que
ha proporcionado a la humanidad, y
sobre todo a la clase obrera, la
poderosa arma del saber.
Después de haber comprendido que
el régimen económico es la base
sobre la cual se erige la
superestructura política, Marx se
entregó sobre todo al estudio atento
de ese sistema económico. La obra
principal de Marx, El Capital, está
consagrada al estudio del régimen
económico de la sociedad moderna,
es decir, la capitalista.
La economía política clásica anterior
a Marx surgió en Inglaterra, el país
capitalista más desarrollado. Adam
Smith y David Ricardo, en sus
investigaciones
del
régimen
económico, sentaron las bases de la
teoría del valor por el trabajo. Marx
prosiguió
su
obra;
demostró
estrictamente esa teoría y la
desarrolló
consecuentemente;
mostró que el valor de toda
mercancía está determinado por la
cantidad de tiempo de trabajo
socialmente necesario invertido en su
producción.
Dx2Allí donde los economistas
burgueses veían relaciones entre
objetos (cambio de una mercancía
por otra), Marx descubrió relaciones
entre personas. El cambio de
mercancías expresa el vínculo
establecido a través del mercado
entre los productores aislados. El
dinero, al unir indisolublemente en un
todo único la vida económica íntegra
de los productores aislados, significa
que este vínculo se hace cada vez
más estrecho. El capital significa un
desarrollo ulterior de este vínculo: la
fuerza de trabajo del hombre se
trasforma en mercancía. El obrero
asalariado vende su fuerza de trabajo
al propietario de la tierra, de las
fábricas, de los instrumentos de
trabajo. El obrero emplea una parte
de la jornada de trabajo en cubrir el
costo de su sustento y el de su familia
(salario); durante la otra parte de la
jornada trabaja gratis, creando para
el capitalista la plusvalía, fuente de
las ganancias, fuente de la riqueza de
la clase capitalista.
La teoría de la plusvalía es la piedra
angular de la teoría económica de
Marx
El capital, creado por el trabajo del
obrero, oprime al obrero, arruina a los
pequeños propietarios y crea un
ejército de desocupados. En la
industria, el triunfo de la gran
producción se advierte en seguida,
pero también en la agricultura se
observa ese mismo fenómeno, donde
la superioridad de la gran agricultura
capitalista es acrecentada, aumenta
el empleo de maquinaria, y la
economía campesina, atrapada por el
capital monetario, languidece y se
arruina bajo el peso de su técnica
atrasada. En la agricultura la
decadencia
de
la
pequeña
producción asume otras formas, pero
es un hecho indiscutible.
Al azotar la pequeña producción, el
capital lleva al aumento de la
productividad del trabajo y a la
creación de una situación de
monopolio para los consorcios de los
grandes capitalistas. La misma
producción va adquiriendo cada vez
más un carácter social -cientos de
miles y millones de obreros ligados
entre sí en un organismo económico
sistemático-, mientras que un puñado
de capitalistas se apropia del
producto de este trabajo colectivo. Se
intensifican la anarquía de la
producción, las crisis, la carrera
desesperada en busca de mercados,
y se vuelve más insegura la vida de
las masas de la población.
Al aumentar la dependencia de los
obreros hacia el capital, el sistema
capitalista crea la gran fuerza del
trabajo conjunto. Marx sigue el
desarrollo del capitalismo desde los
primeros gérmenes de la economía
mercantil, desde el simple trueque,
hasta sus formas más elevadas,
hasta la gran producción. Y la
experiencia de todos los países
capitalistas,
viejos
y
nuevos,
demuestra claramente, año tras año,
a un número cada vez mayor de
obreros, la veracidad de esta doctrina
de Marx. El capitalismo ha triunfado
en el mundo entero, pero este triunfo
no es más que el preludio del triunfo
del trabajo sobre el capital.
Cuando fue derrocado el feudalismo
y surgió en el mundo la "libre"
sociedad capitalista, en seguida se
puso de manifiesto que esa libertad
representaba un nuevo sistema de
opresión y explotación del pueblo
trabajador. Como reflejo de esa
opresión y como protesta contra ella,
aparecieron
inmediatamente
diversas doctrinas socialistas. Sin
embargo, el socialismo primitivo era
un socialismo utópico. Criticaba la
sociedad capitalista, la condenaba, la
maldecía, soñaba con su destrucción,
imaginaba un régimen superior, y se
esforzaba por hacer que los ricos se
convencieran de la inmoralidad de la
explotación.
Pero el socialismo utópico no podía
indicar una solución real. No podía
explicar la verdadera naturaleza de la
esclavitud
asalariada
bajo
el
capitalismo, no podía descubrir las
leyes del desarrollo capitalista, ni
señalar qué fuerza social está en
condiciones de convertirse en
creadora de una nueva sociedad.
Entretanto,
las
tormentosas
revoluciones que en toda Europa, y
especialmente
en
Francia,
acompañaron
la
caída
del
feudalismo, de la servidumbre,
revelaban en forma cada vez más
palpable que la base de todo
desarrollo y su fuerza motriz era la
lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad
política sobre la clase feudal se logró
sin una desesperada resistencia. Ni
un solo país capitalista se formó
sobre una base más o menos libre o
democrática, sin una lucha a muerte
entre las diversas clases de la
sociedad capitalista.
El genio de Marx consiste en haber
sido el primero en deducir de ello la
conclusión que enseña la historia del
mundo
y
en
aplicar
consecuentemente esas lecciones.
La conclusión a que llegó es la
doctrina de la lucha de clases
Los hombres han sido siempre, en
política, víctimas necias del engaño
ajeno y propio, y lo seguirán siendo
mientras no aprendan a descubrir
detrás de todas las frases,
declaraciones y promesas morales,
religiosas, políticas y sociales, los
intereses de una u otra clase. Los que
abogan por reformas y mejoras se
verán siempre burlados por los
defensores de lo viejo mientras no
comprendan que toda institución
vieja, por bárbara y podrida que
parezca, se sostiene por la fuerza de
determinadas clases dominantes. Y
para vencer la resistencia de esas
clases, sólo hay un medio: encontrar
en la misma sociedad que nos rodea,
las fuerzas que pueden -y, por su
situación social, deben - constituir la
fuerza capaz de barrer lo viejo y crear
lo nuevo, y educar y organizar a esas
fuerzas para la lucha.
Sólo el materialismo filosófico de
Marx señaló al proletariado la salida
de la esclavitud espiritual en que se
han consumido hasta hoy todas las
clases oprimidas. Sólo la teoría
económica de Marx explicó la
situación real del proletariado en el
régimen general del capitalismo.
En el mundo entero, desde
Norteamérica hasta el Japón y desde
Suecia hasta el Africa del Sur, se
multiplican
organizaciones
independientes del proletariado. Este
se instruye y educa al librar su lucha
de clase, se despoja de los prejuicios
de la sociedad burguesa, está
adquiriendo una cohesión cada vez
mayor y aprendiendo a medir el
alcance de sus éxitos, templa sus
fuerzas y crece irresistiblemente.
"ACERCA DEL
GOBIERNO
PROVISIONAL
REVOLUCIONARIO"
refiriéndose a Vperiod, añade que éste
"quiere que la presión del proletariado
sobre la revolución no sea sólo "desde
abajo", que no sea únicamente desde
la calle, sino también desde arriba,
desde los aposentos del gobierno
provisional".
¿Sólo desde abajo o
desde abajo y desde
arriba?
Por tanto, el problema está planteado
claramente.
En el artículo anterior, al analizar la
referencia
histórica
de
Plejánov,
hacíamos ver que éste
saca
sin
fundamento
alguno
conclusiones
generales y de principio apoyándose
en unas palabras de Marx que se
refieren por completo y exclusivamente
a la situación concreta de Alemania en
1850. Esta situación concreta explica
perfectamente el motivo de que Marx
no plantease ni pudiera plantear
entonces
el
problema
de
la
participación de la Liga de los
Comunistas en un gobierno provisional
revolucionario. Ahora pasaremos a
examinar el problema general y de
principio de si esa participación es
admisible.
Lo primero de todo, hace falta
plantear exactamente el problema
objeto
de
la controversia.
Afortunadamente, en este sentido
podemos aprovechar una de las
fórmulas dadas
por
nuestros
contradictores, para evitar así las
disputas acerca del fondo del asunto.
En el nº93 de Iskra se dice: "El mejor
camino para esa organización (para la
organización del proletariado en un
partido de oposición al Estado
democrático burgués)
es
el
del
desarrollo de la revolución burguesa
desde abajo (la cursiva es de Iskra),
mediante la presión del proletariado
sobre la democracia que se encuentra
en el poder".
Y
más
adelante,
Iskra quiere la presión desde abajo;
Vperiod la quiere "no sólo desde abajo,
sino también desde arriba". La presión
desde abajo es la que los ciudadanos
ejercen
sobre
el
gobierno
revolucionario. La presión desde arriba
es la que el gobierno revolucionario
ejerce sobre los ciudadanos. Los unos
limitan su actividad a la presión desde
abajo. Los otros no se muestran
conformes con tal limitación y piden
que la presión desde abajo se
complemente con la presión desde
arriba. La discusión se concentra,
pues, en la interrogante que nosotros
hemos tomado como título: ¿sólo desde
abajo o desde abajo y desde arriba?
Desde el punto de vista de los principios,
dicen los unos, para el proletariado no es
admisible que, en la época de la
revolución democrática, se ejerza
presión desde arriba, "desde los
aposentos del gobierno provisional".
Desde el punto de vista de los
principios, dicen los otros, no puede
admitirse que, en la época de la
revolución democrática, el proletariado
renuncie incondicionalmente
a
la
presión
desde
arriba,
a
la
participación
en
el
gobierno
provisional revolucionario. No se trata,
pues, de si, en una coyuntura concreta,
atendida una determinada correlación de
fuerzas, es probable y realizable la
presión desde arriba.
No, nosotros no examinamos ahora en
absoluto ninguna situación concreta, y,
atendidos los repetidos intentos de
suplantar un problema en litigio por
otro,
pedimos encarecidamente al
lector que lo tenga en cuenta. Ante
nosotros figura el problema general de
principio de si es admisible el paso de
la presión desde abajo a la presión desde
arriba en la época de la revolución
democrática.
A fin de aclarar el problema,
acudiremos lo primero de todo a la
historia de las opiniones tácticas de
los
fundadores
del
socialismo
científico. ¿Hay en esta historia alguna
discusión precisamente acerca del
problema general de si es admisible la
presión desde arriba? Sí que la hay.
De motivo para ella sirvió la
insurrección española del verano de
1873. Engels analizó las lecciones que
el proletariado socialista debía extraer de
este levantamiento en el artículo Los
bakuninistas en acción, publicado en
1873 en el periódico socialdemócrata
Volksstaat y reimpreso en 1894 en el
folleto
Internationales
aus
dem
Volksstaat. Veamos las conclusiones
generales a que Engels llegaba.
El 9 de febrero de 1873, el rey de
España, Amadeo, abdicó. "Fue el
primer rey huelguista", ironiza Engels.
El 12 de febrero fue proclamada
la República.
Inmediatamente,
estalló
en
las
Provincias
Vascongadas
un
levantamiento carlista. El 10 de abril fue
elegida una Asamblea Constituyente,
que el 8 de junio proclamó la
República federal. El 11 de junio se
constituyó un nuevo ministerio bajo la
presidencia de Pi i Margall. Los
republicanos extremistas, los llamados
intransigentes, no fueron incluidos en la
comisión encargada de redactar el
proyecto de Constitución. Y cuando el 3
de julio la nueva Constitución fue
proclamada, los intransigentes se
sublevaron. Del 5 al 11 de julio
triunfaron en Sevilla, Granada, Alcoy,
Valencia y otros puntos. El Gobierno
de Salmerón, formado después de la
dimisión de Pi i Margall, lanzó la fuerza
militar
contra
las
provincias
insurreccionadas. El levantamiento fue
vencido tras una resistencia más o
menos tenaz: Cádiz cayó el 26 de
julio de 1873; Cartagena, el 11 de
enero de 1874. Tales son, resumidos, los
datos cronológicos que Engels cita antes
de su exposición.
Al
analizar
las
lecciones
del
acontecimiento, Engels subraya en
primer lugar que la lucha por la
República no era ni podía ser en
España la lucha por la revolución
socialista. "España –dice él- es un país
muy atrasado industrialmente y, por lo
tanto, no puede hablarse aún de una
emancipación inmediata y completa de la
clase obrera. Antes de esto, España
tiene que pasar por varias etapas
previas de desarrollo y quitar de en
medio toda una serie de obstáculos. La
República brindaba la ocasión para
acortar en lo posible estas etapas
previas y para barrer rápidamente
estos obstáculos. Pero esta ocasión
sólo podía aprovecharse mediante la
intervención política activa de la clase
obrera española. La masa obrera lo
sentía así; en todas partes presionaba
para
que
se interviniese en los
acontecimientos,
para
que
se
aprovechase la ocasión de actuar en vez
de dejar a las clases poseedoras el
campo libre para la acción y para las
intrigas, como se había hecho hasta
entonces".
Así pues, se trataba de luchar por la
República,
de
una
revolución
democrática, y no de una revolución
socialista.
El
problema
de
la
intervención de los obreros en los
acontecimientos se planteaba entonces
de dos formas: por un lado, los
bakuninistas
(o
"aliancistas",
fundadores de la "Alianza" para la
lucha
contra
la
"Internacional"
marxista) negaban la actuación política,
la participación en las elecciones, etc.
Por otro lado, eran contrarios a
sumarse a una revolución que no
persiguiese la emancipación completa
e inmediata de la clase obrera; eran
contrarios a participar en el
gobierno revolucionario. Y este
último aspecto de la cuestión es lo
que para nosotros ofrece interés
particular desde el punto de vista del
problema que debatimos. Este
aspecto de la cuestión es lo que,
entre otras cosas, dio motivos para
formular la diferencia de principios
entre las dos consignas tácticas.
"Los bakuninistas –dice Engelshabían venido predicando durante
muchos años que toda
acción
revolucionaria de arriba a abajo
era perniciosa y que todo debía
organizarse y llevarse a cabo de
abajo a arriba".
Así pues, el principio "sólo desde
abajo" es un principio anarquista.
Engels señala el gran absurdo que
significa este principio en la época
de la revolución democrática. De él
se desprende, como algo natural e
inevitable, la conclusión práctica de
que la instauración de gobiernos
revolucionarios es una traición a la
clase obrera. Y a esa conclusión
llegaron
precisamente
los
bakuninistas, al proclamar en
calidad
de principio que
"la
instauración
de
un
Gobierno
revolucionario no es más que un
nuevo engaño y una nueva traición a
la clase obrera".
Según ve el lector, ante nosotros
tenemos precisamente los dos
"principios" hasta los cuales ha
descendido también la nueva Iskra,
o sea: 1) únicamente se puede
admitir la acción revolucionaria
desde abajo, en contraposición a
la táctica de "desde abajo y desde
arriba"; 2) la participación en el
gobierno provisional revolucionario
es una traición a la clase obrera.
Estos dos principios de la nueva
Iskra son principios anarquistas. El
curso real de la lucha por la República
en España demostró precisamente
todo lo absurdo y reaccionario de
ambos principios.
Engels lo hace ver así en los distintos
episodios de la revolución española.
Por ejemplo, estalla la revolución en
Alcoy, que era una ciudad fabril de
reciente
creación,
con
una
población de 30.000 habitantes. La
insurrección de los obreros vence, a
pesar de que la dirigen
los
bakuninistas, que por principio
rehuyen la idea de organizar la
revolución.
Pasadas
las
cosas,
los
bakuninistas se alabaron de que
habían quedado "dueños de la
situación". Veamos qué hicieron de
su "situación" los tales "dueños",
dice Engels. Lo primero de todo
formaron en Alcoy un "Comité de
Salud Pública", es decir, un gobierno
revolucionario. Y eso lo hacían los
aliancistas
(bakuninistas),
los
mismos que en su Congreso del 15
de septiembre de 1872, sólo diez
meses antes de la revolución, habían
acordado: "toda organización de un
poder político, del poder llamado
provisional
o revolucionario, no
puede ser más que un nuevo engaño
y resultaría tan peligrosa para el
proletariado
como
todos
los
gobiernos que existen actualmente".
En vez de refutar estas frases
anarquistas, Engels se limitó a la
observación sarcástica de que
precisamente los partidarios de la
resolución hubieron de "formar
parte de ese Gobierno Provisional
revolucionario" de Alcoy. Engels
censura a estos señores, con el
desprecio que se merecen, el que,
al verse en el poder, demostraran
"la más completa confusión, la más
completa
inactividad,
la
más
completa
ineptitud".
Con
ese
mismo
desprecio
hubiera
respondido Engels a las acusaciones
de "jacobinismo", a las que tan
aficionados son los girondinos de la
socialdemocracia
. Según él hace ver, en algunas
otras ciudades, por ejemplo, en
Sanlúcar de Barrameda (puerto de
26.000 habitantes, cerca de Cádiz),
"los aliancistas, en contra de sus
principios anarquistas, instituyeron
un
gobierno revolucionario",
reprochándoles que "no supieron
por dónde empezar a servirse de
su poder". Engels, muy al corriente
de que los jefes bakuninistas de
los obreros habían figurado en los
gobiernos provisionales junto a los
intransigentes, es decir, junto a los
republicanos representantes de la
pequeña burguesía, no reprocha a
los bakuninistas su participación en
el gobierno (como correspondería
según los "principios" de la nueva
Iskra), sino la falta de organización,
la falta de energía en la participación,
el
haberse subordinado
a
la
dirección
de
los
señores
republicanos
burgueses.
El
demoledor sarcasmo
con
que
Engels habría colmado a las
gentes que en una época de
revolución quitan importancia a la
dirección "técnica" y militar, nos lo
indican, entre otras cosas, sus
reproches a los jefes bakuninistas
de los obreros en el sentido de que,
habiendo entrado en el gobierno
revolucionario, dejaron la "dirección
política y militar" a los señores
republicanos burgueses, mientras
ellos se dedicaban a alimentar a
los obreros con tópicos brillantes y
con proyectos de reformas "sociales"
que sólo existían sobre el papel.
Como auténtico jacobino de la
socialdemocracia, Engels no sólo
sabía calibrar la importancia de la
acción desde arriba, no sólo admitía
plenamente la participación en el
gobierno revolucionario junto a la
burguesía republicana, sino que
reclamaba esta participación y la
enérgica iniciativa militar del poder
revolucionario.
Además,
se
consideraba obligado a dar consejos
militares acerca de la dirección
práctica.
"No
obstante
–dice-,
esta
insurrección, aunque iniciada de un
modo descabellado, tenía aún
grandes perspectivas de éxito si
se la hubiera dirigido con un
poco
de inteligencia,
aunque
hubiese
sido
al
modo
de
pronunciamientos
militares
españoles, en que la guarnición de
una plaza se subleva, va sobre la
plaza más cercana, arrastra consigo
a su guarnición, preparada de
antemano, y, creciendo como un
alud, los insurrectos avanzan sobre
la capital, hasta que una batalla
afortunada o el paso a su campo
de las tropas enviadas contra
ellos
decida
el
triunfo.
Tal
método
era especialmente
adecuado en esta ocasión. Los
insurrectos se hallaban organizados
en todas partes desde hacía tiempo
en batallones de voluntarios, cuya
disciplina era, a decir verdad,
pésima, pero no peor, seguramente,
que la de los restos del antiguo
ejército español, descompuesto en su
mayor parte. La única fuerza de
confianza de que disponía era la
Guardia Civil, y ésta se hallaba
desperdigada por todo el país.
Ante todo había que impedir la
concentración de los guardias civiles
y, para ello, no existía más recurso
que
tomar
la
ofensiva
y
aventurarse a campo abierto. La
cosa no era muy arriesgada, pues
el gobierno sólo podía oponer a
los
voluntarios
tropas
tan
indisciplinadas como ellos mismos.
Y, si se quería vencer, no había otro
camino".
¡Así es como
razonaba un
fundador del socialismo científico
cuando tuvo ocasión de tratar de
las tareas de la insurrección y de
la lucha directa en una época de
estallido revolucionario! A pesar
de
que
la
insurrección
la
iniciaron
los
republicanos
pequeñoburgueses; a pesar de que
para el proletariado no se planteaba
el problema ni de la revolución
socialista ni de la libertad política
imprescindible y elemental, Engels
tuvo palabras apasionadas de gran
alabanza
para
la
activísima
participación de los obreros en la
lucha por la República, exigiendo de
los jefes del proletariado que
subordinasen toda su actuación a los
imperativos de la victoria en la lucha
iniciada; Engels, personalmente,
como uno de
los
jefes del
proletariado, se ocupó incluso de los
detalles de la organización militar,
sin desdeñar, puesto que eran
necesarios para el triunfo, ni los
caducos modos de lucha de los
pronunciamientos
militares
y
poniendo en el vértice de todo la
ofensiva y la centralización de las
fuerzas
revolucionarias.
Sus
reproches más amargos son para los
bakuninistas, por haber elevado a la
categoría de principio "lo que en la
guerra campesina alemana y en las
insurrecciones alemanas de mayo
de 1849 había
sido
un
mal
inevitable: la atomización y el
aislamiento
de
las
fuerzas
revolucionarias, que permitió a unas
y las mismas tropas del gobierno ir
aplastando un alzamiento tras otro".
Las ideas de Engels sobre la
dirección de la insurrección, sobre la
organización de la revolución,
sobre la utilización del poder
revolucionario, se diferencian como
el cielo de la tierra de las ideas
seguidistas que sustenta la nueva
Iskra.
Haciendo un balance de las
enseñanzas
de
la
revolución
española, Engels señala ante todo
que "en cuanto se enfrentaron
con una situación revolucionaria
seria, los bakuninistas se vieron
obligados a echar por la borda
todo el programa que hasta
entonces
habían
mantenido".
Concretamente: en primer lugar,
hubo que echar por la borda el
principio del apoliticismo, de la
abstención en las elecciones, el
principio de la "abolición del Estado".
En segundo lugar, "abandonaron su
principio de que los obreros no
debían participar en
ninguna
revolución que no persiguiese la
inmediata y completa emancipación
del proletariado, y participaron en
un
movimiento
cuyo
carácter
puramente burgués era evidente".
En tercer lugar –y esta conclusión
da
respuesta precisamente
al
problema
objeto
de
nuestra
polémica- "pisotearon el principio que
acababan
de
proclamar ellos
mismos, principio según el cual la
instauración
de
un gobierno
revolucionario no es más que un
nuevo engaño y una nueva traición a
la clase obrera,
instalándose
cómodamente en
las
juntas
gubernamentales de las distintas
ciudades, y además casi siempre
como una minoría impotente,
neutralizada
y políticamente
explotada por los burgueses".
Con su incapacidad para dirigir
la insurrección, al dispersar
las
fuerzas revolucionarias en lugar de
centralizarlas, al ceder
la dirección de la revolución a los
señores burgueses, al disolver la
sólida y fuerte organización de la
Internacional,
"los
bakuninistas
españoles nos han dado un ejemplo
insuperable de cómo no debe hacerse
una revolución".
***
Resumiendo lo anterior, llegamos a
las siguientes conclusiones:
1.
Reducir por principio la acción
revolucionaria a la presión desde
abajo y renunciar a la presión desde
arriba también es anarquismo.
2.
Quien no comprenda las nuevas
tareas en una época de revolución,
las tareas de la acción desde arriba,
quien
no sepa determinar
las
condiciones y el programa de tal
acción, no tiene idea de las tareas del
proletariado en cualquier revolución
democrática.
3.
El
principio
de
que
la
socialdemocracia no debe participar
con la burguesía en un gobierno
provisional revolucionario, que toda
participación de esa índole es una
traición a la clase obrera, es un
principio del anarquismo.
4.
Toda
"situación
revolucionaria
seria" plantea ante el partido del
proletariado
la tarea
de
la
realización
consciente
de
la
revolución, de la organización de la
revolución, de la centralización de
todas las fuerzas revolucionarias,
de la arrojada
ofensiva
militar,
de la más enérgica utilización
del poder revolucionario.
5.
Marx y Engels no habrían podido
aprobar ni habrían aprobado jamás
la táctica de la nueva Iskran en el
actual momento revolucionario, pues
no es sino una repetición de todos los
errores antes enunciados. Marx y
Engels
hubieran dicho que la
posición de principios de la nueva
Iskra significaba contemplar la
espalda del proletariado y repetir las
equivocaciones anarquistas.
Ho Chi Minh
El camino que me
condujo al leninismo
(1960)
Tras la I Guerra Mundial, hice mi vida
en París, ya como retocador para un
fotógrafo, ya como el pintor de
“antigüedades Chinas” (¡Que eran
fabricadas en Francia!). Mientras,
distribuía folletos denunciando los
crímenes
cometidos
por
el
colonialismo francés en Vietnam.
En esa época, apoyé la Revolución
de
Octubre,
pero
sólo
instintivamente, sin comprender aún
toda su importancia histórica. Amé y
admiré a Lenin porque él era un gran
patriota que había liberado a sus
compatriotas. Hasta entonces, yo no
había leído ninguno de sus libros.
La razón de mi adhesión al Partido
Socialista Francés fue que esas
“damas y caballeros” -como yo
llamaba a mis camaradas en aquel
tiempo- habían demostrado su
simpatía hacia mí, hacia la lucha de
los pueblos oprimidos. Pero ni
entendía qué era un partido, ni un
sindicato,
ni
qué
significaba
socialismo o comunismo.
Las discusiones acaloradas fueron
teniendo lugar entre las diferentes
ramas del Partido Socialista, sobre la
cuestión de si el Partido Socialista
debía permanecer en la Segunda
Internacional, si debía ser formada
una Segunda Y Media Internacional o
si debía el Partido Socialista unirse a
la Tercera Internacional de Lenin.
Asistía a las reuniones con
regularidad, dos o tres veces por
semana, y atentamente escuchaba.
Al principio, yo no podía entender a
fondo por qué las discusiones eran
tan acaloradas. Ya con la Segunda,
ya la Segunda Y Media, ya la Tercera
Internacional, la revolución la
revolución podía ser librada. ¿Cuál
era el sentido de discutir, entonces?
En cuanto a la Primera Internacional,
¿qué había sido de ella?
Lo que más quería saber -y esto era
precisamente lo que no se debatía en
aquellas reuniones- era: ¿cuál de las
Internacionales se pondría del lado
de los pueblos de los países
coloniales?
Levanté esta pregunta -en mi opinión,
la más importante- en una de las
reuniones.
Algunos
camaradas
respondieron: “Será la Tercera, no la
Segunda”. Y un camarada me dio
para leer la “Tesis sobre las
cuestiones nacionales y coloniales”,
de Lenin, publicada por la revista
L'Humanité.
Había términos políticos difíciles de
entender en este libro, pero a fuerzo
de leerlo una y otra vez, pude
finalmente comprender gran parte de
éste. ¡Qué entusiasmo, emoción,
confianza y clarividencia infundió en
mí! Estaba exultante de alegría, hasta
las lágrimas. Aunque estaba sentado
solo en mi cuarto, grité alto como si
me dirigiera a grandes multitudes:
“¡Queridos mártires compatriotas!
¡Esto es lo que necesitamos! ¡Éste es
el camino a nuestra liberación!”
Después de entonces, yo tenía plena
confianza en Lenin y en la Tercera
Internacional.
Anteriormente, durante las reuniones
del Partido, yo solamente escuchaba
los debates; tenía la vaga creencia de
que todo lo que allí decían era lógico,
y no podía diferenciar quién estaba
en lo correcto y quién no. Pero desde
entonces en adelante, yo también me
sumergí en los debates y discutí con
fervor. Pese a que aún estaba
carente de las palabras en francés
para poder expresar la plenitud de
mis pensamientos, aplasté los
alegatos que atacaban a Lenin y la
Tercera con no menos vigor. Mi único
argumento era: “Si no condenas el
colonialismo, si no apoyas a los
pueblos colonizados, ¿qué especie
de revolución es la que tú quieres
librar?”
No solo tomé parte en las reuniones
de mi propio Partido, sino que
también fui a otros partidos para dejar
clara mi posición. Ahora debo contar
de nuevo que los camaradas Marcel
Cachin,
Vaillant
Couturier,
Monmousseau y tantos otros me
ayudaron
a
ampliar
mis
conocimientos. Finalmente, en el
Congreso de Tours, voté con ellos
para nuestra adhesión a la Tercera
Internacional.
Al principio, el patriotismo y no el
comunismo me condujeron a tener
confianza en Lenin y en la Tercera
Internacional. Paso a paso, a través
de la lucha, estudiando el marxismoleninismo a la vez que participaba en
actividades prácticas, gradualmente
llegué a la conclusión de que sólo el
socialismo y el comunismo podían
liberar a las naciones oprimidas de la
esclavitud.
Hay una leyenda en nuestro país,
también en China, sobre el milagroso
“Libro de la Sabiduría”. Cuando
encara grandes dificultades, uno abre
el libro y encuentra el camino para
salvarlos. El leninismo no es sólo un
milagroso “libro de la sabiduría”, una
brújula para los revolucionarios
vietnamitas ni el pueblo: es también
el radiante sol que ilumina nuestra
senda hasta la victoria final, hasta el
socialismo y el comunismo.
El imperialismo:
¿fase superior o
“lo nuevo” del
capitalismo? Breve
reflexión sobre el
título de la clásica
obra de Lenin
Por: Atilio A. Boron
Luego de una estupenda cena casera con
los amigos del CEFMA [1], uno de ellos,
Hernán Randi, se entretenía mirando un
hermosísimo libro de fotos e imágenes
sobre Lenin publicado en Rusia durante la
época
soviética. [2] Pasaba
distraídamente sus hojas cuando de
repente tropezó con una lámina que le
llamó la atención, y compartió esa
sorpresa con los demás: era una que
contenía la copia facsimilar de la tapa de
la edición rusa del clásico libro de Lenin
sobre el imperialismo. Randi, quien tiene
conocimientos de ruso por haber
estudiado en la Unión Soviética en los
últimos años de los ochentas y hasta el
derrumbe, reparó en un detalle que en ese
momento nos pareció como una
sorpresiva curiosidad: el título original de
la obra, tal como allí aparecía era: El
imperialismo,
lo
nuevo
del
capitalismo.[3] Poco
después
la
conversación siguió su curso, estimulada
por la contemplación de otros tesoros
fotográficos contenido en la obra pero, un
día después ese detalle reapareció en mi
recuerdo con la conciencia de que tenía
una significación teórica que trascendía
de lejos la primera impresión, y que la
curiosidad y lo anecdótico podían ocultar
una cuestión mucho más de fondo.
En efecto, el significado de estas
palabras: “superior” o “nuevo” estaba
lejos de ser idéntico. Sus diferencias
obligaban a hacer un breve ejercicio
hermenéutico encaminado a vislumbrar,
de la manera más clara posible, lo que
Lenin había querido decir cuando eligió
la segunda y no la primera. Las cosas se
complicaron más cuando, revisando
algunos textos posteriores de Lenin pude
comprobar, por ejemplo, que en La
Revolución Proletaria y el Renegado
Kautsky se refiere a su libro como El
Imperialismo, etapa contemporánea del
capitalismo.[4] Las traducciones al
inglés del libro dedicado a refutar las tesis
de Kautsky se refieren a este mismo
asunto
aunque
en
lugar
de
“contemporánea” aparece la voz
“última”. Así sucedió con una edición
hecha en la Argentina y también con la
que publicara la editorial de Lenguas
Extranjeras
de la
República
Popular China. Lamentablemente, no se
aclara cual fue esa primera edición en
lengua inglesa.[5] Nos encontramos así
ante cuatro posibles conceptos para
caracterizar al capitalismo de ese tiempo:
“superior”, “nueva o novedosa”,
“contemporáneo” y “última”.
Salta a la vista que “nueva”, “novedosa”,
“contemporánea” o “última” son
términos que carecen de las positivas
connotaciones axiológicas que guarda la
voz “superior.” Esta implica una
elevación, un ascenso hacia niveles nunca
alcanzados en el proceso de construcción
histórica de una formación económicosocial capitalista, valoración que es
altamente improbable estuviera presente
en la visión que Lenin tenía sobre este
modo de producción. En el Diccionario
Ideológico de la Lengua Española, de
Julián Casares, se define el adjetivo
“superior” en los siguientes términos:
“dícese de lo que está más alto y en lugar
preeminente respecto de otra cosa.// fig.
Dícese de lo más excelente y digno de
aprecio.// Excelente, muy bueno.” Dos
problemas, por lo tanto: primero,
“excelente” o “digno de aprecio” son
calificaciones que Lenin jamás le
adjudicó al capitalismo. Segundo, en el
término “superior” subyace una premisa
evolucionista y etapista ajena por
completo al pensamiento de Lenin pero
que se ajustaba como anillo al dedo a la
concepción histórica que informaba la
codificación que el estalinismo haría de
sus ideas después de su muerte. En efecto,
lo superior implica el desarrollo de
potencialidades existentes en la forma
inferior y una marcha ininterrumpida
hacia un estadío merecedor de una mejor
valoración. Sólo que la asunción de estas
premisas por parte de Lenin supondría la
adhesión a un esquema de interpretación
lineal y abstracto –ergo, no dialéctico- de
la historia del capitalismo, y de su
situación a comienzos del siglo veinte,
que era completamente ajena a la
tradición marxista tan cuidadosamente
respetada y preservada por el
revolucionario bolchevique a lo largo de
toda su vida. Más no era éste el caso de la
concepción etapista sintetizada en el
Diamat de la Academia de Ciencias de la
URSS, donde la sucesión histórica que
llevaba del capitalismo de libre
competencia a una etapa “superior”,
signada por el predominio de los
monopolios, no podía sino desembocar en
“otra etapa superior”, la dictadura del
proletariado del interregno socialista que,
a su vez, culminaría con la llegada a la
estación final del proceso histórico: el
comunismo.
Alguien podría objetar este razonamiento
recordando que Marx y Engels también
hablan del comunismo como la “fase
superior” del socialismo, tema que es
concienzudamente examinado por el
propio Lenin en el El Estado y la
Revolución, cuando analiza la crucial
cuestión de las bases económicas de la
extinción del estado.[6] Pero en el caso de
los fundadores del materialismo histórico
la “superioridad” del comunismo se
asentaba sobre profundos fundamentos
éticos, económicos y políticos ya que
consolidaba los avances del socialismo.
No era tan sólo algo novedoso sino sobre
todo algo axiológicamente mucho mejor,
más igualitario, emancipador, liberador
porque el comunismo suponía la clausura
definitiva de la prehistoria de la
humanidad, signada por la existencia de
la explotación clasista, y el amanecer de
una inédita forma social despojada de ese
lastre. Era, por lo tanto, perfectamente
posible en este caso hablar de una forma
“superior.”
Teniendo en cuenta estos antecedentes se
puede concluir que no podía ser ese el
sentido que Lenin le asignaba a la nueva
reconfiguración del capitalismo en su
etapa imperialista, signaba, como tantas
veces lo subrayara, por el predominio de
los monopolios. De ahí que, siendo un
pensador y político saludablemente
obsesionado por el estricto uso del
lenguaje, no haya sido nada casual que en
lugar de “superior” hubiera utilizado la
expresión “nueva” (o “novedosa”, según
se traduzca del ruso) para referirse,
precisamente, a los cambios que
presentaba el capitalismo en el marco
de la Primera Guerra Mundial. La
cosmovisión filosófica integral de Lenin,
arraigada profundamente en el suelo de la
tradición marxista, no le hubiera
permitido jamás concebir que las
horrendas mutaciones del capitalismo en
la edad de los monopolios, la
universalización del bandidaje, el saqueo
y el pillaje, y la carnicería de la Primera
Guerra Mundial podían constituir una
fase “superior” en cualquier sentido del
término. Era novedoso, sin duda; y era
conveniente tomar nota de esos cambios,
pero para nada podrían considerarse
como algo “superior.” [7]
Dado lo anterior no deja de ser lamentable
el infortunio editorial que corrió la obra
de Lenin en su traducción a distintos
idiomas. En la gran mayoría de las
lenguas occidentales se reemplazó
“nueva” por “superior”. La generalizada
utilización de “superior”, ¿no estaría
induciendo que un capitalismo instalado
en una etapa “superior” es mejor –en
algún sentido- que el que le precedió?
Esta conclusión se ajustaba muy bien a la
opinión por entonces prevaleciente en la
socialdemocracia alemana, que ya había
abjurado de la revolución y del
socialismo; y también hacía lo propio con
la codificación estalinista del legado
teórico de Lenin. En vista de lo anterior
no sería temerario proponer que este
reemplazo de términos distorsiona lo que
Lenin efectivamente pensaba acerca del
capitalismo de su tiempo. Por otra parte
hubo variaciones en las traducciones que
contribuyeron a confundir aún más las
cosas. La primera al francés de la obra de
Lenin se hace con el sorprendente título
de L'impérialisme, stade suprême du
capitalisme, en donde la introducción del
adjetivo “supremo” debió seguramente
causar un profundo fastidio en Lenin, en
caso de que hubiese llegado a ver la
edición de su obra porque desnaturalizaba
burdamente su concepción sobre el
asunto. ¿Qué es esto de llamar “supremo”
–algo inalcanzablemente superior- a un
régimen económico social signado por la
conquista, el pillaje, la guerra y la
superexplotación de las masas a escala
mundial? No obstante, ya muerto
Lenin, la editorial del Partido Comunista
Francés, (L’Humanité) re-edita la obra en
1925 y corrigió el error, sólo que con una
espectacular modificación de su título:
ahora el libro se llamaL'impérialisme,
derniere
stade
du
capitalisme.[8] Si antes esa fase era
“suprema” ahora pasa a ser la “última”.
Salvo, para los editores en lengua italiana
que hasta el día de hoy continúan
utilizando el vocablo originalmente
adoptado por los franceses, la
interpretación canónica del título de la
obra quedó plasmada en la forma hoy por
todos conocida: el imperialismo es la
etapa “superior” del capitalismo. En
Alemania la obra de Lenin fue traducida
como Der Imperialismus als höchstes
Stadium des Kapitalismus en donde la
palabra “höchstes”, también aludía a una
condición de superioridad, una elevación
por encima de todo el resto. Y en línea
con esta interpretación encontramos los
títulos de las sucesivas ediciones
registradas en lengua castellana, inglesa y
portuguesa.
Un breve texto de Lenin escrito pocos
meses después de su libro, y titulado “El
imperialismo y la escisión del
socialismo”, clarifica sólo en parte esta
discusión, agravada, nuevamente, por los
problemas propios de la traducción del
ruso a otras lenguas.[9] En ese escrito
Lenin
define
textualmente
al
imperialismo “como una fase histórica
especial del capitalismo, que tiene tres
peculiaridades; el imperialismo es: 1)
capitalismo monopolista; 2) capitalismo
parasitario o en descomposición; 3)
capitalismo agonizante. La sustitución de
la libre competencia por el monopolio es
el rasgo económico fundamental,
la esencia del imperialismo.” [10] Poco
más abajo aparece la expresión “fase
superior” (otra vez, en la traducción a
lengua castellana, que requeriría
examinar el texto original ruso para ver si
es ese el término empleado por Lenin)
pero renglón seguido dice que “las
guerras hispano-americana (1898), anglobóer (1899-1902 y ruso-japonesa (19041905) y la crisis económica de Europa en
1900 son los principales jalones
históricos de esta nueva época de la
historia mundial.” [11] Parecería claro,
en consecuencia, que lo de “superior” es,
en el mejor de los casos (traducción
mediante) una consideración secundaria
en relación a los novedosos elementos
que caracterizan a una nueva época en la
historia mundial.
Por lo visto hasta aquí la traducción de
textos teóricos fundamentales plantea a
veces serios problemas hermenéuticos.
Ya examinamos brevemente el problema
en un trabajo en el cual cuestionábamos
una
traducción
canónica
–pero
insanablemente
equivocada,
como
muchas de las verdades contenida en el
canon de lo correcto- de un término que
emplea Marx en su famoso "Prólogo" a
la Contribución a la crítica de la
economía política . Traducción que
indujo a autores como Ernesto Laclau y
tantos otros a extraer erróneas
conclusiones en relación al clásico
problema de la relación entre estructuras
y superestructuras, con todas las
complejidades y problemas que tiene esta
segunda expresión. En efecto, Laclau
plantea en uno de sus escritos una crítica
al carácter determinista del marxismo,
misma que permea a lo largo de toda su
obra pero que se verifica de manera
rotunda en el mencionado escrito de
Marx en el cual se utiliza un verbo –
“bedingen”- que es torpemente traducido
como “determinar”, para especificar la
naturaleza
del
vínculo
estructura/superestructura. Ahora bien:
“bedingen” quiere decir, según el
Diccionario Langenscheidts AlemánEspañol, “condicionar”, “requerir” o
“presuponer”, al paso que determinar, en
alemán, es “bestimmen”. Que un
personaje tan cuidadoso con sus escritos
como Marx haya utilizado “bedingen” y
no “bestimmen” no fue casual; la
estructura puede condicionar a la
superestructura política o cultural, pero
no la determina, al menos en el sentido
fuerte
que
una
cierta
crítica
virulentamente anti-marxista se regodea
en señalar. Este grosero error de
traducción ha quedado consagrado por el
tiempo, dando pátina de seriedad a una
crítica
tan
infundada
como
malintencionada
del
supuesto
“determinismo” de Marx.[12]
Pero los problemas no son sólo de
traducción. El pensamiento marxista,
nacido y desarrollado en los entresijos de
un sistema que persiguió esas ideas con
implacable saña, siempre tuvo que lidiar
no sólo con los duros desafíos que le
planteaba la praxis revolucionaria y el
devenir del proceso histórico –que a
menudo ponían en entredicho algunos de
los supuestos de la primera- sino también
las dificultades que la censura imponía a
la difusión de sus obras. Gramsci fue
víctima preferencial de esta práctica
durante los once años que permaneció en
las cárceles del fascismo, pero otro tanto
ocurrió con Lenin que, refugiado en
Zurich se empeñaba en hacer circular sus
obras sorteando los obstáculos que
interponía
la
censura
zarista.
Precisamente
en
el
“Prólogo”
al Imperialismo dice textualmente que
“(E)l folleto está escrito teniendo en
cuenta la censura zarista. Por esto no sólo
me vi precisado a limitarme estrictamente
a un análisis exclusivamente teórico –
sobre todo económico-, sino también a
formular las indispensables y poco
numerosas observaciones de carácter
político con una extraordinaria prudencia,
por medio de alusiones, del lenguaje a lo
Esopo, maldito lenguaje al cual el
zarismo obligaba a recurrir a todos los
revolucionarios cuando tomaban la pluma
para escribir algo con destino a la
literatura “legal.” [13]
Si bien lo que acabamos de escribir es
apenas un preliminar ejercicio que
merecería un tratamiento más sistemático
no sería erróneo concluir que, a los
efectos de la educación política de los
cuadros y militantes anticapitalistas,
convendría restaurar el título original de
la obra de Lenin sustituyendo “superior”
por “nueva”. Y esto por varias razones:
(a) porque este último concepto subraya
las incesantes novedades que presenta el
capitalismo, el modo de producción más
dinámico de la historia, según lo
atestiguaran
Marx
y
Engels,
abandonando, por lo tanto, las
coagulaciones conceptuales que impiden
dar cuenta de sus permanentes
transformaciones las que, sin embargo,
no alcanzan a disimular la persistencia de
sus
inherentemente
opresivas
determinaciones esenciales;
(b) porque la idea de “superioridad”
puede fácilmente desembocar en una
concepción del capitalismo imperialista
como una entidad fantasmática, inasible,
inabordable y sobre todo inexpugnable,
estimulando la pasividad o el fatalismo
derrotista de las clases y capas
subordinadas y la ilusión de que la
superación del capitalismo sólo podrá ser
la obra de los azarosos impulsos erráticos,
anómicos e imprevisibles de las
multitudes nómadas. Imperio, la clásica
obra de Hardt y Negri, es un claro
ejemplo de lo que venimos diciendo.
Obviamente, a partir de ello se liquida la
teoría de la revolución, el debate sobre las
estrategias y tácticas de lucha
anticapitalista y la concepción (y la
necesidad) del partido revolucionario.
¡Estupendo negocio para la burguesía y
los imperialistas!
(c) porque la idea de la permanente
novedad del capitalismo obliga a las
fuerzas que militan a favor de la
revolución anti-capitalista a extremar sus
esfuerzos para profundizar en su estudio,
a fortalecer su conocimiento y a cultivar
el desarrollo de la teoría marxista, en
línea con aquel viejo apotegma de Lenin
que decía que “sin teoría revolucionaria
no hay práctica revolucionaria”. Y que un
estímulo para el desarrollo de la teoría es
la constatación de que nos encontramos
ante un sistema que se reproduce y
permanece,
pero
lo
hace
“revolucionándose
incesantemente”,
como Marx y Engels decían en
el Manifiesto Comunista y que por eso
mismo es preciso examinar las
transformaciones de su fisonomía, sus
cambios de piel bajo los cuales se
preservan y refuerzan los inhumanos y
opresivos fundamentos del orden social
capitalista.
Sin
ese
adecuado
conocimiento resultará muy difícil, para
no decir imposible, pretender cambiar al
sistema. Lección número uno del arte
militar, desde Tsun Tzu a Lenin y
Gramcsi, pasando por Maquiavelo y von
Clausewitz: enemigo que se desconoce
no puede ser derrotado;
(d)
por
último, porque
estoy
absolutamente convencido que si hay
algo que Lenin no quería era que en
cualquiera de sus escritos se deslizara la
posibilidad de concebir al capitalismo
como una formación social indestructible
a favor de su enorme capacidad para
“superarse” permanentemente. Una tal
concepción remata inevitablemente en la
tesis de la economía clásica inglesa, tan
criticada por Marx, que mientras
consideraba a las formaciones sociales
precapitalistas
como
productos
artificiales de la historia naturalizaba y
eternizaba al capitalismo.
Por
todo
lo
anterior,
sería
aconsejable hacer un esfuerzo en dos
direcciones: primero, para revisar
cuidadosamente los textos originales de
Lenin escritos en lengua rusa y verificar
la correcta traducción de algunos de sus
conceptos
cruciales,
como
el
imperialismo; segundo, sugerir a las
editoriales que publican el clásico libro de
Lenin que procedan a cambiar el título,
respetando estrictamente el que había
elegido su autor cuando en 1917 lo
publicara en su lengua materna.
___________
[1] CEFMA. Centro de Estudios y
Formación Marxista Héctor P. Agosti
[2] Randi es Periodista y Dicector
Adjunto del CEFMA.
[3] Podría también traducirse como El
imperialismo,
lo
novedoso
del
capitalismo. Es sabido las dificultades
que
comporta
la
traducción,
especialmente desde una lengua eslava a
una romance como el castellano. Pero
más allá de estos problemas, es claro que
la expresión “superior” no se hallaba
presente en la primera edición de la obra
de Lenin que viera la luz bajo la muy
cuidadosa supervisión del autor.
Recordemos que la obra fue publicada en
ruso a mediados de 1917 en
Petrogrado, habiendo sido escrita entre
Enero y Junio de 1916.
[4] Tal es la traducción del ruso que se
encuentra en V. I. Lenin, Obras
Escogidas en doce tomos (Moscú:
Editorial Progreso, 1977), p. 2.
[5] Ver en lengua castellana La
Revolución Proletaria y el Renegado
Kautsky (Buenos
Aires:
Editorial
Anteo, "Pequeña biblioteca MarxistaLeninista",1974) pg. 9. La traducción
china al inglés lleva por título The
Proletarian Revolution and the
Renegade Kaustky (Pekin: Foreign
Languages Press, 1965), p. 3
[6] El análisis se encuentra en el capítulo
5 de la mencionada obra.
[7] Un dato que conviene tener en cuenta
sobre el proceso de elaboración de El
Imperialismo: según el historiador y
filósofo marxista italiano Luciano Gruppi
durante el período 1912-1916 Lenin
consultó 148 libros y 232 artículos sobre
el tema, y las notas y comentarios sobre
estos
materiales
llenaron
veinte
cuadernos. Sobre esto ver Luciano
Gruppi, Il pensiero di Lenin (Roma:
Editori Riiuniti, 1971), pp. 150-151. El
historiador británico D. K. Fieldhouse
también aporta algunos elementos sobre
la formación del pensamiento de
Lenin. Ver
su
“Imperialism:
An
Historiographical Revision”, en The
Economic History Review (New Series,
Vol. 14, No. 2 (1961), pp. 187-209.
[8] Téngase presente que La Revolución
Proletaria y el Renegado Kautsky en una
obra de 1918. Es decir que ya para ese
entonces Lenin sabía que una traducción
de su libro sobre el imperialismo utilizaba
la expresión “última” en el título. La
edición francesa que apela a este término
es recién de 1925.
[9] Obras Escogidas en Doce Tomos, op.
cit. pp. 55-61. La cita es de la página 55 y
el énfasis se encuentra en el original. El
texto fue escrito en Octubre de 1916 y
publicado en Diciembre en el número 2
del “Sbórnik Sotsial-Demokrata”.
[10] El énfasis es nuestro.
[11] Ibid., p. 55. El énfasis es otra vez
nuestro, para subrayar una vez más la
importancia que Lenin le asignaba a los
aspectos novedosos del capitalismo y de
la propia historia mundial.
[12] Ver nuestro Tras el Búho de
Minerva. Mercado contra democracia
en el capitalismo de fin de siglo (Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica,
2000), libro que se puede descargar
gratuitamente
enhttps://docs.google.com/file/d/0Bx2Y
C3gJbq2TOTFmZTE0OTctMTViOS00
NmZhLTg2YjctZTU3MmQ1YjIzODNj/
edit?pli=1
En el capítulo 3 de ese libro se esboza una
crítica a los mal llamados “gramscianos
argentinos” y a los “postmarxistas”, y
especialmente a la teoría de la hegemonía
de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. La
cita concreta sobre la cuestión del
“determinismo” en Marx se encuentra en
la
obra
del
primero
de
los
autores, Nuevas reflexiones sobre la
revolución de nuestro tiempo (Buenos
Aires, Nueva Visión: 1993) p. 22.
[13] Cf. La versión del libro de Lenin
publicada por Ediciones Luxemburg en
2009, con el notable estudio introductorio
de Plinio de Arruda Sampaio Júnior. La
referida cita de Lenin se encuentra en la
página 93. No es un dato menor que el
subtítulo del libro de Lenin sea “Ensayo
Popular”, lo que indica muy claramente
cuál era la intención del autor y a qué
público quería llegar, y los problemas que
ante estos propósitos erigía la necesidad
de escribir utilizando el “maldito lenguaje
de Esopo.”
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