Créeme Cuando la muerte venga a romper las

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Créeme
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
(San Agustín)
Uno
Nunca le había gustado la atmósfera que se vivía en la ciudad durante las
Navidades. Las luces que iluminaban las calles de gran comercio le parecían
una tomadura del pelo. Sobretodo ahora con la crisis se ponían formas feas
y colores sin ninguna gracia. La fantasía era olvidada, solo mensajes por
lugares comunes, estrellas y cometas, cometas y estrellas, en León XIII han
puesto los colores de la bandera italiana. Nada contra los italianos, pero
posible que la crisis haya cortado también al buen gusto? Probablemente no
se trata de crisis financiera, se trata de algo que va más en profundidad de
los Aragoneses. Martínez no quería ir más allá con sus pensamientos
trascendentales, pero había algo en su cabeza que se lo impedía; que fueran
sus recuerdos infantiles cuando esperaba con ansiedad esta temporada para
los regalos? Que fuera esa sensación mágica que envolvía las calles y las
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personas? Que fuera el echo que él hubiera perdido esa maravillosa
inocencia? Entonces se dijo a si mismo que seria menos critico contra los
comerciantes por la elección de las luces y tampoco criticaría al Corte Ingles
por ser tan igual y tecnológico, cada año que pasaba. Decidió de intentar de
renovar sus antiguas ilusiones. Por un momento la cosa funcionó, le parecía
de tener el alma más aliviada, más ligera. El día de sol tímido de mitad
diciembre lo ayudaba, percibía con placer el calor que emanaba y veía todo
con ojos más alegres. Además hacía poco tiempo que habían trasladado su
departamento en el paseo Sagasta en un ambiente más ancho con despachos
adecuados para él y los inspectores. La nueva sede ocupaba dos pisos
anchos donde antes había un banco que está al borde la quiebra. Hoy
empezaba la toma de posesión y aprovechó para darse un paseo en el centro.
Se sentía a gusto y estaba a dos pasos de su piso en Pedro María Ric. No
hacía falta tomar el coche y ya pregustaba los próximos días cuando bajaría
de su casa y, manos en los bolsillos, se encaminaría hacia su nuevo puesto
de trabajo. “Merece la pena festejarlo con un buen café al Estoril” se dijo, y
se encaminó.
Todo el mundo iba de prisa no tanto por el frío, que todavía no se había echo
sentir, sino por costumbre o porque realmente tenían retraso. El procedía
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tranquilo como si fuera un observador. Entrado en la nueva sede vio que
alguien había sido contagiado por la atmósfera navideña y había montado un
árbol, de procedencia china, bastante alto con luces intermitentes, bolas
rojas y doradas y polvoreado de nieve.
Su nuevo despacho era ancho y confortable como lo pueden ser las oficinas
arregladas por el estado. Una mesa grande de madera con sillón para él,
también de madera, una librería decente y dos sillas delante. Detrás de su
espalda controlaba el cuarto la imagen simpática, de antaño, del rey y a
derecha de la mesa la bandera española nueva flamante. En un rincón del
despacho habían preparado lo necesario por si algún agente tuviese que
tomar apuntes durante los interrogatorios, mesa, silla y ordenador. Había
también, en un rincón, algo parecido a un pequeño cuarto de estar, por si
tenía que recibir alguna persona importante, un sillón forrado, dos sillas,
también con forro, un pequeño sofá con una mesita delante. Pero, cosa más
importante de todo, era que podía manejar la calefacción a su antojo.
Lo único malo del traslado había sido que se le habían retrasado un montón
de papeles que tenia que firmar y ya el joven Claver, sustituto de Lafuente,
le había apilado en su mesa los más urgentes.
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Martínez si hubiera podido quemarlos no lo habría pensado un solo
momento, pero tuvo que empezar con la esperanza que ocurriera algo que le
impidiera de continuar.
En realidad la interrupción no se hizo esperar demasiado, Claver llamó a la
puerta y entró:
“Señor comisario tiene una visita, que hago?” le dijo con perplejidad
“Quien es?” contestó con fingida molestia Martínez
“Es una familia” dijo Claver
“Qué quiere decir, vienen de visita las familias, no somos una residencia.
Cuantos son?” dijo Martínez
“Son tres, padres e hija, vienen de Ejea” dijo en voz baja Claver
Sin hacer caso al tono de voz de Claver
le dijo que los hiciera pasar.
Martínez les indicó que cogiesen la silla del fondo del despacho. No
aparentaban para nada gente de campo. Marido y mujer sobre los cincuenta,
bien vestidos, nada de cara sonrosada. El hombre daba la sensación de una
persona que había trabajado mucho en su vida, delgado, cara enjuta, las
manos llenas de venas, la mujer también ella bastante delgada vestida con
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colores oscuros y unos dibujos blancos finos en la camiseta. La hija, con la
cara muy seria, bastante llamativa con el pelo moreno rizado y bien
maquillada.
Empezó el hombre:
“No sé comisario, a lo mejor hemos venido demasiado pronto a visitarle...”
y quedó suspenso, Martínez, un poco molesto, dijo:
“Demasiado pronto para qué?”
El hombre hizo señas con la barbilla, levantándola hacia arriba, para que
hablara su mujer. No se lo hizo repetir:
“Comisario nosotros” abarcó con la mirada a los tres para volver al
comisario:
“Tememos que pueda haber una desgracia” y hizo una larga pausa mirando
fija al comisario que como toda respuesta mostró sus palmas de las manos
en un movimiento ridículo que quería decir, ”de que se trata pues”, pero de
su boca no salió sonido alguno, quedó su movimiento suspenso que la mujer
sobretodo, seguía con la mirada.
“Comisario, tenemos dos parientes, son hermanos... están un poco, bueno
son un poco raros”
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“Y que pinto yo o la policía con vuestras relaciones familiares” contestó
Martínez
“Es este el punto comisario, usted, de momento, no pinta nada, pero podría
ocurrir” otra pausa que causó casi la salida de humos de las narices de
Martínez. Cuando tomó la palabra la hija:
“Nuestros parientes son algo más que raros, pero tienen dinero, terrenos y
dos torres. Han heredado todo de su madre que falleció hace unos meses y
nosotros seriamos lo únicos herederos de los tíos” en un momento de pausa
se introdujo Martínez
“Señora, han echo algo malo sus tíos? Hay alguien que piensa hacerles
daño?”
“No, nada de eso comisario.” Martínez ya se estaba removiendo con
inquietud en la silla, pero la mujer continuó:
“Vea, uno es sordomudo, un gran trabajador que no conoce el descanso, el
otro es una persona más ligera, le gusta el cine, le gusta el deporte, le gusta
ir a por bares, tomar algo de bebida, se emborracha a veces y, de trabajar,
diría casi nada”
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“Pues bien, pero sigo sin entender el motivo de vuestra visita” dijo cansado
Martínez
“El segundo, hace una semana, se vino a Zaragoza en un Hotel, diciendo
que necesitaba unas vacaciones. Bueno desde entonces no tenemos sus
noticias”
Martínez estaba al limite de sus nervios:
“cuantos años tienen sus tíos?”
“cincuenta y cinco, como mi padre aquí presente, el sordomudo y el otro
cincuenta y siete” dijo la mujer
“Entonces habrá querido venir en la ciudad a descansar a hacer las cosas que
le gustan. Me parece muy normal y además tiene medios para mantenerse,
no veo porque preocuparse. En cuanto a la herencia, por sus edad, me parece
un poco pronto pensar en ella”
Intervino la madre:
“Es que nosotros queremos cuidarlos. Son personas frágiles, necesitan de
muchas atenciones. El que ha venido a Zaragoza es un hombre muy
inocente, alguien podría estafarle, podría encontrar una mujer mala que le
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quite su dinero y abandonarlo en cualquier sitio. Son muchos los peligros de
la ciudad!”
“Sí, tiene razón, podría atropellarlo un coche o el mismo tranvía” contestó
Martínez con ironía.
“Tranvía en Zaragoza?” dijo la madre con sorpresa
“Pues, hacemos así. Me dejáis su nombre, vuestra dirección y el teléfono y
os informaré si le ha pasado algo, de acuerdo?” le pareció la solución mejor
a Martínez para acabar la conversación un poco etérea.
“Se llama Evaristo Sánchez Navarro, creo que se haya alocado al hotel
Maza y nosotros estamos en Ejea de los Caballeros en la calle de Tarazana.”
Martínez apuntó todo meticulosamente y acompañó sus huéspedes a la
puerta para cerciorarse que se fueran.
Martínez se levantó para darse un paseo, ahora que tenía Sagasta a mano,
quería aprovechar de todas las ventajas de estar en el centro.
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Dos
Por tranquilidad, Martínez preguntó a Morales que averiguase si realmente
Evaristo Sánchez se había aloj
ado al hotel Maza, sin ninguna otra
explicación. Como no tenía muchas cosas que hacer, Morales se fue
directamente al hotel andando. El conserje, un poco alarmado, le dijo que
estaba allí desde hace cinco días. Morales lo tranquilizó diciéndole que se
trata de pura rutina. Mientras el conserje le dijo:
“Mire es ese señor de gris que acaba de salir”
En realidad había un señor parado en la plazoleta delante del Maza que
consultaba unos papelitos. Morales estuvo allí un rato observándolo junto
con el conserje que dijo:
“Hace la misma historia todos los días. Al comienzo no le hice caso pero
luego me di cuenta que antes de tomar una decisión por donde ir, se quedaba
allí parado como si estuviese decidiendo la dirección”
“Es una persona rara?” le dijo Morales
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“No. diría que no, Sale por la mañana, vuelve por la tarde, sobre las ocho
nueve, saluda y se va a su cuarto. Si no fuera por su traje un poco ancho....”
En ese instante Evaristo se puso en movimiento y Morales por curiosidad
quiso seguirlo.
Cruzó Independencia, la obras mejor dicho, y se fue hacia Paraíso, pero
delante del café del Trópico entró y Morales tras él. El policía se puso en el
lado derecho de la barra, donde hace esquina, para poderlo mirar en la cara,
en cuanto Evaristo se sentó en una mesilla de la primera fila. Vestía una traje
gris con chaqueta cruzada de un modelo, a lo mejor un poco pasado de
moda y sobretodo de medida un poco ancha, el conserje del Maza se refería
a eso, porqué le daba un aspecto, si no ridículo, descuidado. Aunque no
desfiguraba del todo, porqué lo llevaba con naturalidad, limpio, con su
camisa blanca y una corbata que sentía los años como el traje. De vez en
cuando hacía un movimiento de los brazos para acortar las mangas.
Pidió un café solo con a parte un chupito que parecía coñac y un bocadillo
con tortilla. Morales lo imitó simplemente en el café y pidió un croisant.
Evaristo sigue con su paseo en Independencia, se para delante a casi todas
las tiendas para curiosear a los escaparates y también delante de los bares
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