La Batalla de Uclés (1108) 21-dic-2010 Juan Antonio Cantos Bautista Miniatura sobre luchas de moros y cristianos - Anónimo (Creative Commons). Una pequeña villa fortificada de la provincia de Cuenca, fue escenario de una de las batallas más sangrientas de la España medieval. Uno de los episodios más importantes de la Historia medieval de España, sin duda, fue la Batalla de Uclés, librada en la localidad del mismo nombre, en Cuenca, en 1108. Por sus características, desarrollo y consecuencias, se convertirá en una fecha crucial para entender la situación de Islamismo andalusí y la Reconquista cristiana durante el siglo XII. Los antecedentes: Islam versus Cristiandad El príncipe almorávide Alí ibn Yusuf, hijo y sucesor del poderoso Yusuf ibn Tashfin (el fundador de la dinastía almorávide, fallecido en 1106), era un hombre piadoso y ascético, pero obsesionado con la yihad ("guerra santa"). Nada más subir al trono, retomó la política belicista de su padre, hostigando las fronteras cristianas por su flanco extremeño y conquense, rumbo a su primer objetivo: Uclés. Uclés era una plaza fuerte prácticamente inexpugnable, situada sobre un inaccesible risco, de gran importancia estratégica, y protegida por una guarnición cristiana encabezada por el famoso caballero Álvar Fáñez. Alí ibn Yusuf nombró general en jefe del ejército almorávide a su hermano Tamín, walí (gobernador) de Granada, quien convocó a principios de mayo de 1108 a las tropas de Córdoba, Murcia y Valencia. Reuniendo un poderoso ejército, Tamín traspasó las fronteras, arrasando la Meseta. Tras cruzar el río Bedija, por fin, llegó ante las murallas de Uclés el miércoles 27 de mayo. El ataque musulmán tomó por sorpresa a los cristianos de Uclés, que vieron, impotentes, como los almorávides destruían la ciudad, incluidas sus iglesias, mientras los mudéjares locales recibían con los brazos abiertos a los atacantes. Unos pocos cristianos lograron refugiarse en la alcazaba, que no pudo ser tomada entonces, ni en los días siguientes. El contraataque Un espía informó entonces en Toledo del ataque contra Uclés, y de que los moros esperaban, tras rendir aquel bastión, lanzar un ataque masivo contra la capital del Tajo. El infante Sancho Alfónsez, único hijo varón del rey Alfonso VI y heredero de la corona de León y Castilla, un mozalbete de catorce años de edad, valiente pero inexperto en la guerra, estaba allí presente como gobernador de Toledo. Tras escuchar escandalizado la historia, convocó a sus huestes de los alrededores (Alcalá, Calatañazor,...), unos 3.500 hombres, para presentar batalla urgentemente. Su padre, Alfonso VI, no podría participar en aquella guerra, pues estaba en Sahagún, recién casado y recuperándose de las heridas sufridas en 1106 en Salatrices. Al frente de sus tropas marcharía el Infante Sancho por motivos meramente simbólicos, acompañado por Álvar Fáñez, y siete condes residentes en Toledo, entre ellos García Ordóñez, Conde de Nájera y ayo del príncipe (responsable de su cuidado personal). El ejército musulmán, acuartelado en Uclés pese a no haber rendido todavía la alcazaba, superaba los 4.000 hombres. La noche del jueves 28 de mayo, Tamín, alertado del contraataque castellano, preparó a sus hombres para la inminente batalla. A la mañana siguiente, al alba, los musulmanes se situaron al Suoreste de Uclés, a poca distancia, con el centro ocupado por los granadinos de Tamín, la vanguardia por los cordobeses, y los flancos por las tropas murcianas y valencianas. Iban a realizar la típica estrategia almorávide, basada en masas compactas bien organizadas, algo para lo que no estaban habituados los cristianos, acostumbrados al combate singular. Los castellanos se organizaron así: en el centro, Álvar Fáñez; en un flanco el Infante Sancho, García Ordóñez y algunos condes, y en el otro los restantes condes. Era una tropa veterana, pero nefastamente desproporcionada en su composición. El peso principal recaía en la caballería pesada, cuya táctica habitual -cargas frontales masivas- era sobradamente conocida por el enemigo. La respuesta musulmana se basaba, en cambio, en caballerías ligeras poco acorazadas, pero cuya ligereza les aportaba mayor maniobrabilidad combatiendo. Efectivamente, los cristianos lanzaron una poderosa carga de caballería, que desbarató a la vanguardia cordobesa, obligándola a retroceder. Pero, en el fragor de la lid, los flancos de la caballería almorávide ejecutaron una maniobra envolvente sobre los castellanos que, súbitamente, se vieron obligados a luchar en cuatro frentes a la vez. Todos los esfuerzos, desde ese momento, se centraron en proteger al hijo del rey, Sancho Alfónsez, que había caído del caballo, gravemente herido. García Ordóñez protagonizaría entonces una de las resistencias más heroicas de la batalla, interponiendo su propio cuerpo entre los enemigos y el infante. Su hazaña sin embargo llegó a su fin, cuando un almorávide le derribó, cortándole un pie. Las tropas cristianas sudaron tinta para sacar con vida al infante de la batalla, lo que retrasó terriblemente su retirada. La lentitud del muchacho, malherido, junto a la escasa agilidad de la caballería cristiana, explican cómo los almorávides alcanzaron tan fácilmente a los que escapan. Al llegar a Sicuendes, se produjo una nueva refriega entre sietes condes y sus perseguidores, para proteger la huida del infante hacia el vecino castillo de Belinchón, cerca de Uclés. Solo la tropa de Álvar Fáñéz logró salvarse, de milagro. El epónimo "Sicuendes" parece provenir, precisamente, de aquellos "siete condes" que murieron heroicamente en el lugar, protegiendo a su príncipe. La derrota cristiana Sancho pudo llegar a Belinchón, pero allí le esperaba una amarga sorpresa: avisados del triunfo almorávide, los mudéjares locales se sublevaron, matándole nada más llegar junto a sus acompañantes. Su cadáver pudo ser al menos recuperado poco después, recibiendo enterramiento con honores en el Monasterio de Sahagún (León), junto a su madre. La pérdida de Uclés y Belinchón vino seguida, en los meses posteriores, de la caída de otras plazas fuertes importantes, como Ocaña y Cuenca. Aquella pérdida territorial unida a la de tantas vidas, entre ellas, la del heredero al trono, supuso un durísimo revés para Alfonso VI, quien quedó tan dolorido que un año después moriría, apesadumbrado. Los almorávides no hicieron prisioneros. Todos los cautivos fueron decapitados sin contemplaciones, y sus cabezas cortadas, en número de 3.000, sirvieron para hacer siniestros montículos desde cuya cima los muecines llamaban a la oración, vociferando la victoria del Islam. Los defensores de Uclés no apoyaron en ningún momento a sus correligionarios en la lucha. Tamín regresó a Granada, ordenando a los gobernadores de Valencia y Murcia seguir asediando la alcazaba. Tras fingir una retirada, los almorávides atacaron por sorpresa a los sitiados, en el momento en que evacuaban la ciudadela. Todos murieron, excepto unos pocos que fueron convertidos en esclavos. Copyright del artículo: Juan Antonio Cantos Bautista. Contacta con el autor de este artículo para obtener su permiso y autorización expresa para poder usar o publicar su contenido de forma total o parcial. Juan Antonio Cantos Bautista - Un espacio para la historia, el arte, la reflexión y el pensamiento crítico. Pero, ante todo, un espacio para ... 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