Dormir con los padres: Intimidad compartida

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superyo | dormir con los padres
Dormir con los padres
Intimidad
compartida
Con defensores y detractores en todo el mundo, mucho se debate
sobre los beneficios y los riesgos que implica el hecho de que los niños duerman
en la misma habitación o en la misma cama con los adultos
Elizabeth Levy Sad / Rosa Gómez Aquino
Que el recién nacido comparta desde su llegada
al hogar la habitación con sus padres es un hábito muy extendido. Sin embargo, muchas familias
permiten que esta costumbre se prolongue con
pequeños que ya tienen edad suficiente para descansar solos. Incluso, hay adultos que, además,
comparten la cama con su bebé o con su niño
pequeño: la imagen de los padres acomodándose como pueden en lo que queda de lecho se ha
convertido en una postal repetida en muchos hogares de hoy. Una práctica que, advierten algunos
especialistas, podría comprometer la salud física
y psíquica de los niños.
¿A qué edad debería el bebé tener su propio espacio? ¿Es conveniente dejarlo solo cuando llora
por las noches? ¿Es perjudicial que padres e hijos
compartan la misma cama? Éste es uno de los
puntos claves en la crianza del niño, y es habitual
que muchos adultos se hagan preguntas sobre el
tema. Los especialistas consultados explican las
consecuencias de esta práctica en cada etapa de
su crecimiento.
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¿Hasta cuándo?
Profesionales de distintas disciplinas asociadas a
la salud admiten que la costumbre de que el bebé
duerma en la misma habitación (cohabitación) con
los padres en los primeros meses de vida facilita
su atención general y la lactancia nocturna. No
obstante, debaten sobre las consecuencias de la
prolongación de esa práctica y alertan sobre los
riesgos que implica dormir en la misma cama (colecho) con los pequeños.
Jorge Nasanovsky, pediatra y autor del libro Arrorró mi niño, advierte que hay situaciones en las que
se debe evitar el colecho, aunque se trate de un
recién nacido, por ejemplo, cuando los padres son
fumadores –incluso si lo hacen fuera de la habitación– porque aumenta el riesgo de muerte súbita.
Ahora bien, transcurridos los primeros meses
de vida, ya no es aconsejable que el niño duerma
con sus padres, subrayan los especialistas. Los pequeños necesitan tener su espacio íntimo desde
la primera infancia porque es fundamental para
el desarrollo de su autonomía.
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El hábito de compartir el lecho
con los padres podría implicar riesgos físicos
y psíquicos para los pequeños
Por su parte, la psicólogo Alejandra Libenson
asegura que “es importante que un niño cuente
con su propia cuna desde que nace”. Además, es
conveniente que ya tenga su propio cuarto alrededor de los 6 u 8 meses de edad. “Dormir solo es una
oportunidad para aprender a crecer y desarrollar
su autonomía”, sintetiza la especialista.
Decisión o consentimiento
Los especialistas enumeran las distintas razones
que llevan a los padres a decidir o a permitir que
sus hijos duerman con ellos en la misma habitación o en la misma cama:
Costumbre. A algunos adultos les parece algo natural, un hábito sin ninguna connotación negativa.
Condicionamiento. Hay casos en que una situación económica adversa impide que el niño cuente
con un espacio propio o una cama para dormir.
Ausencias. La cohabitación y el colecho también
se asumen como práctica cuando los padres se
sienten culpables por el poco tiempo que pasan con
sus hijos y pretenden compensarlo de esa forma.
Terror nocturno. Para algunas familias, el colecho es una suerte de solución para aliviar las
pesadillas o los terrores nocturnos de los niños,
que sólo parecen cesar cuando pasan a la cama
de sus padres.
Dificultad para poner límites. Por no saber lidiar con niños que no quieren dormir solos –como
ocurre en la mayoría de los casos–, padres e hijos
terminan durmiendo juntos. Muchas veces, el
niño domina todos los espacios de la convivencia
doméstica; incluso, la cama de sus padres.
Agotamiento. El ritmo de vida se convierte, también, en un factor decisivo: después de una jornada agotadora, muchos padres no tienen fuerzas
para luchar con un hijo que no quiere dormir en
su cama, y menos aún cuando el niño se traslada
a la habitación matrimonial en medio de la noche.
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Tener un espacio íntimo
desde la primera infancia
es fundamental para el desarrollo
de la autonomía de los niños
Riesgo psicofísico
Los especialistas advierten sobre los riesgos de
dormir –niños y adultos– en la misma cama:
probabilidad de sufrir el SMSL). Lo cierto es que
está comprobado que la temperatura corporal
elevada del bebé –común en los casos de colecho–
aumenta el riesgo de SMSL.
Físicos
• Asfixia. Por la natural pérdida de conciencia
durante el sueño, el padre o la madre pueden cubrir al bebé con su cuerpo, impidiéndole respirar.
El peligro aumenta si han ingerido bebidas alcohólicas o algún sedante. Además, las madres con
el cabello largo suelto y ropas de cama con lazos
pueden enredar y ahogar por accidente al pequeño.
• Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL).
Se trata de la muerte repentina de bebés sanos
durante el sueño. Algunas investigaciones afirman que el colecho aumenta el riesgo de muerte
súbita y otras sostienen que la previene, entre
otras causas, porque permite una mayor frecuencia de lactancia nocturna (asociada a una menor
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Psíquicos
• Hábitos inadecuados. Tanto si el niño se levanta
para ir a dormir con los padres, como si sólo logra
dormirse en la cama matrimonial, cultivará hábitos inadecuados de sueño muy difíciles de revertir.
• Dependencia emocional. El colecho dificulta el
desarrollo de la autonomía del niño; conspira contra su proceso de construcción de identidad y, por
tanto, el niño no termina nunca de “despegarse”
de sus padres.
• Erotización temprana. La psicólogo y especialista en psicoterapia infantil Mariana Dos Santos explica que “el roce de la piel, los mimos de
padres a hijos en la misma cama, generan un
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estímulo erótico en los niños. Pero el colecho
provoca una tensión erótica que el niño no puede
canalizar. En consecuencia, aparecen problemas
de aprendizaje, dificultades en la concentración,
dependencia emocional, irritabilidad e incapacidad de aceptar límites”.
• Exposición íntima. El colecho expone a los niños
a situaciones que no deberían presenciar, subraya
Dos Santos. Por ejemplo, el contacto y las demostraciones de afecto corporal entre los padres. “Es
importante que se establezca una diferencia entre
los espacios públicos y los privados: la cama es
un espacio íntimo, no se comparte”, concluye la
psicólogo.
Espacio seguro
Al enumerar las ventajas de que el niño cuente con
su propio espacio para dormir, Libenson subraya
que si bien “el bebé necesita brazos, amor, contención y seguridad, también necesita reconocer un
espacio propio para poder tener momentos a solas
consigo, con sus deseos y sus posibilidades. Eso le
ayuda a desarrollar la capacidad de autoacunarse,
de usar recursos propios para calmar sus miedos
y ansiedades, de confiar en sí mismo. Como consecuencia, no dependerá tanto de mamá y papá”.
Además, el dormitorio propio también ayuda a
crear un hábito para el buen descanso: el pequeño
comenzará a asociar mentalmente una serie de
elementos (su cama, el osito, el móvil) con la idea
de dormir.
Para que un niño comience a dormir en su propio
espacio y los padres también puedan descansar
sin estar pendientes, es necesario tener en cuenta
ciertas reglas y consolidar una higiene del sueño:
• En caso de niños que duermen con los padres,
éstos deben turnarse para ir instalando paulatinamente nuevos hábitos, informándole al
niño el cambio con palabras sencillas y sin enojo: “ya eres grandecito y puedes dormir en tu
En algunos hogares,
la presencia de los hijos en la cama
funciona como una suerte
de coartada que enmascara
un conflicto de pareja. ¿Qué mejor
excusa para evitar la intimidad
que un hijo de por medio?
A veces, una situación dolorosa
–la pérdida de un familiar,
por ejemplo– puede justificar
que los hijos duerman con los padres,
siempre que sea algo eventual
y pasajero.
cama”. Es fundamental que mientras lo hacen
le reafirmen que lo aman y que lo van a ayudar
a lograrlo. En ese proceso, gradualmente los
padres deben empezar a usar más la palabra
que el cuerpo para calmarlos.
• La repetición de las reglas y rituales ayuda
mucho, pues para los niños “repetición” es
sinónimo de “seguridad”. Por ello, es bueno tener alguna rutina previa al sueño: una música
tranquilizadora, una última toma de biberón,
arroparlo bien y ajustarle la ropa de cama, un
cuento breve.
• Si el bebé llora o llama, se debe acudir de inmediato a calmarlo, pero sin levantarlo de la cama.
Si el niño se levanta solo, uno de los padres
debe llevarlo a su habitación y calmarlo. Luego, debe retirarse antes de que el niño se haya
dormido. La idea es lograr que se sienta seguro
y se entregue al sueño sin que los padres estén
presentes.
•
F u e n t e s c o n s u lta d a s
º Alejandra Libenson, psicólogo y especialista en crianza y vínculos familiares.
Autora del libro Criando hijos, creando personas. Buenos Aires (Argentina).
º Mariana Dos Santos, psicólogo y especialista en clínica de niños y trastornos
tempranos del desarrollo. Buenos Aires (Argentina).
º Jorge Nasanovsky, pediatra, autor del libro Arrorró mi niño y director del
portal Zona Pediátrica (www.zonapediatrica.com).
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