CARTA DE ANIMADORES CLARETIANOS. MAYO 2012 Padres y hermanos Desafío a cualquiera a que encuentre un «lugar» en la Congregación donde circule la esperanza más que en la Pastoral vocacional. Si en algún lugar se está olvidando la esperanza o se ha avinagrado su sabor, en el alma de todo buen animador vocacional flamea una bandera de esperanza. En realidad la esperanza es lo que está en el origen de su ministerio; desde la esperanza sueña planes; con esperanza promueve actividades; es la esperanza la que mantiene agarrado a esta siempre frágil Pastoral Vocacional. Aún quedan en la Congregación animadores vocacionales que cuidan de que su esperanza sea más fuerte que la frecuente desilusión y de que no les envenene la tentación de la desesperación. Ninguno de nosotros soñaría con organizar, participar o aportar algo a la Pastoral Vocacional si no estuviese animado por la esperanza. Y por una esperanza concreta, no por una cualquiera, sino por la que proviene de la certeza de la muerte y resurrección del Señor, pero que asume una identidad propia e inconfundible: es la esperanza vocacional. Esta esperanza no necesita presentaciones. La conocemos. Es discreta y modesta; no desea ponerse en evidencia; prefiere impulsar desde abajo, por detrás, casi a escondidas, sin dejarse ver, como un motor silencioso, pero todavía potente. En realidad hay también quienes se burlan de ella con pronósticos que anuncian nuestra inexorable y cercana desaparición. Y hay también quienes, por su cara y su tono tensionados, solo transmiten angustia sin saber que la angustia vocacional produce sólo eso: angustia, ¡no vocaciones! Esta actitud del corazón o don del Espíritu o testarudez… es una característica indispensable, conditio sine qua non, del auténtico animador vocacional. El que no posea esperanza, por favor, que se mantenga apartado. Sería un contratestimonio, y lo daría a entender de mil maneras. Se nota enseguida si no hay esperanza o muy poca, o cuando esta virtud está en riesgo de transformarse en cálculo, presuntuosamente realista, o de ser sofocada por su contraria, la desesperación, que es siempre cínica y acusadora. La esperanza es hoy indispensable en nuestra Congregación. Podrán faltarnos otras cosas, pero no la esperanza. De hecho no es la primera vez en que la Congregación vive precisamente de esperanza. Hemos pasado ya por situaciones de persecución, de extrema precariedad, de horizontes oscuros... Pero fue precisamente la esperanza fue la que transformó toda aquella estrechez e incertidumbre, en lugar de gracia, produjo frutos inesperados de fecundidad y acreditó el valor de la perseverancia y de la fidelidad. ¿Acaso no estamos viviendo ahora uno de estos momentos? Por lo tanto, lo reafirmamos con fuerza: Sin esperanza languidecemos. Sin esperanza todo se paraliza y se bloquea, en una tentativa más o menos desesperada de detener el tiempo, si fuese posible, precisamente porque el futuro parece amenazador y no promete nada bueno. Sin esperanza no habrá un mínimo de animación vocacional porque nadie estará dispuesto a prestar la propia voz al Dios que llama, y a acompañar a un hermano menor por el camino del discernimiento vocacional. Juan Carlos cmf Esperanza vocacional